La cena
esta noche termina impregnada de carcajadas, sonrisas y miradas abrazadoras,
sin mencionar el deseo de que nunca llegara a su fin. Monica lanza un bostezo
más al aire y es hasta entonces que nos percatamos de que el tiempo ya ronda
alrededor de la madrugada. Luego de la habitual despedida, estoy lista para
recibir de nuevo la tranquilidad en mi departamento, y lo hago plena de que
esta vez no tendría que despedirme también de Michael, porque él no se
marcharía, y que como él lo había prometido, ahora todo se trataría únicamente
de nosotros, y nada más.
Caricias,
sonrisas, besos y noches de insomnio junto a él son mis acompañantes
habituales. Mis días favoritos serían los lunes, cuando el hostigamiento del
trabajo no existía y mis horas del día se convertían en sólo suyas. Al pasar
días enteros a su lado me enfrentaba a raciones enteras de películas, juegos de
mesa, y de mantas rodeándonos en la terraza cuando simplemente nos apetecía
salir a mirar las estrellas.
Pero
aquello no le quitó lo especial al resto de la semana. Mirar a Michael unirse
con los chicos, ensanchando de manera inimaginable toda esa amistad, era un
deleite que no paré de disfrutar. Días en que Michael colapsó entre carcajadas
gracias a Chandler y Joey, que disfrutó de tremendos maratones de películas en
nuestro departamento que Monica y Phoebe proponían, o incluso momentos en que
le miré tener serias conversaciones con Ross, duplicaban más de dos veces el
tamaño de mi corazón. Pero es en especial, la noche en que Michael nos invitó
la cena para que los chicos por fin conocieran el nuevo departamento, la que
jamás olvidaría. Porque sería la noche en que los problemas no existieron, en
que todas esas angustias que continuaron atormentándome desaparecieron sin más
de mi cabeza. Y habría sido la primera noche que pasé en ese lugar. Y luego de
muchas otras, regresaría ahí con una maleta repleta de ropa más grande que la
anterior. De pronto, el armario de mi departamento pasó a ser de ambos, y
dentro del suyo en el lujoso departamento comenzaron a habitar la mitad de mis
cosas.
Todos los
días, despierto esperando que toda esa paz termine, o al menos que esté al
borde de consumirse para afrontar la realidad que se avecinaba desde antes. Y
ésta fría mañana de Diciembre, acurrucada junto a él en la intimidad de mi
habitación, no iba a ser, por nada, diferente a las demás.
—¿Rachel?
Su voz es
sólo un susurro entrecortado. Sus ojos continúan sellados, soñolientos. Parece
que sigue durmiendo. Busco sus labios y sin resistirme rozo los míos contra
ellos delicadamente. Mirar a Michael durmiendo se había convertido desde hace
mucho en una necesaria adicción.
—Estoy aquí... Estoy aquí, Michael.
—¿Qué hora es?—susurra. Sus párpados permanecen
unidos—. ¿Es hora ya de levantarnos?
—No, aún
no lo es. Además, quiero que duermas. Ayer dormimos bastante tarde.
Sonríe y
sus ojos no ceden. Sigue adormilado.
—Entonces duerme tú también—musita—.
No quiero que te vayas.
—Lo haré, en cuanto vuelva de la
cocina. Necesito un trago de agua.
Michael
parece volver a ser envuelto por la paz que le reinaba. Se ha vuelto a dormir.
Acomodo un mechón de su cabello que se encuentra fuera de lugar y salgo
sigilosamente de la cama. De camino a la cocina no aguanto la mirada pícara que
Monica lanza en mi dirección, ni eso, ni la sensación de que mi lengua se ha
convertido en una piedra en el centro de mi boca.
—Buenos días.
—Buenos días, Monica—le obsequio una sonrisa
mientras me ocupo de servirme un poco de agua—. ¿Cómo has dormido?
—No mejor
que tú, al parecer—ella toma un sorbo de la taza humeante que sostiene entre
sus manos—. ¿Michael sigue dormido?
—Sí... —respondo
un tanto abochornada, eso me recuerda que tengo que volver—. ¿Richard no se ha
quedado anoche?
—No, él
ha estado un poco ocupado. Debe arreglar algunos asuntos en el consultorio
antes de irnos a Londres.
—Ya veo—me
burlo con indiferencia, ¿De verdad íbamos a hablar del tema ahora? —. Queremos
que todo quede perfecto para Londres, ¿no?
Monica me
sonríe de manera turbada por algunos segundos, no me doy cuenta de cuánto
tiempo en realidad, y vuelve a beber un poco de café. De pronto caigo en la
cuenta de que mi comentario no le ha fascinado del todo.
—Lo siento, cielo—susurra antes de
que pudiera darme cuenta.
—Sí.
Suelto
sin más, como si ella fuera quien tiene que disculparse.
—Prometiste que lo pensarías... —su mirada me
estudia dubitativa—. ¿Vas a venir, verdad?
Sí,
aquella es una excelente pregunta.
—Monica yo no lo sé, yo...
—¿Sabes lo que sería realmente raro...? —me
interrumpe, la miro sin contestar—. Que tú no vinieras...
—Lo sé.
—Entonces,
dime que vas a pensarlo de verdad, Rachel. Aún tienes hasta mañana.
—Pero,
mañana es cuando tendrán que irse. ¿Qué hay del vuelo?
—Mis
padres me obsequiaron puntos de viajero para el aeropuerto, y Emily también.
Puedes utilizarlos, si quieres.
—Oh, está
bien... gracias.
Tomo el
último sorbo de agua, y me determino a volver a mi habitación, los cansados
ojos de Monica atrapan mi atención un último momento.
—Voy a pensarlo, Mon.
Te lo prometo.
Monica
deja de mirarme por un instante, y sus ojos parecen mirar alegres a otra
dirección más allá de donde yo me encuentro.
—Buenos días, Michael—susurra con
una enorme sonrisa.
¿Qué?
—Buenos días, Monica.
Y
curiosamente, al girarme me encuentro con él, bajo el umbral de mi puerta,
completamente vestido y con una coleta improvisada sujetando sus rizos a la
altura de su cuello, observándome con una sonrisa. Escucho pequeñas risitas de
Monica a mis espaldas.
—No has vuelto a la cama—dice, acercándose más
y más a mí. ¿Cómo es que consigue verse tan atractivo apenas al despertar?
—He
tenido un par de cuestiones que atender con la señorita detrás de mí—confieso,
quiero asesinar a Monica con la mirada, pero no puedo dejar de perderme en sus
ojos—. Justo iba a encontrarme contigo. ¿Cómo es que te has vestido tan pronto?
—Luego de
que me has despertado y abandonado en la cama, recordé que tenía que reunirme
con algunas personas en el estudio, así que decidí alistarme de una vez por
todas—su mirada desciende un momento para observar el reloj en su muñeca—. Voy
algo tarde ya, de hecho.
Cabecea
distraído, parece que las horas de sueño que faltaron aún le rondan encima. No
puedo creerlo, ¿y es ahora que tiene que irse?
—Eso me
recuerda—Monica alza su voz lo suficiente—. Bill ha llamado hace varios minutos
diciendo que estaba por venir a buscarte, para este momento, imagino que...
Y sin
más, sus palabras quedan inconclusas a causa del retumbe que ocasiona el timbre
sonando en el departamento.
—Tiene
que ser él—Michael murmura, decidido cruza el departamento hasta aproximarse a
tomar el picaporte de la puerta. Acto seguido voy tras de él. Ya se encuentra
tomando su abrigo que tiende del pequeño perchero tras la salida, todo con su
mirada aún agotada—. No será algo tardado, ¿De acuerdo?
No
contesto, prefiero limitarme a observarle mientras se ocupa de sonreírme. Un
segundo después, es él quien no deja lugar a una palabra más y toma mis labios
entre los suyos con una gran osadía. Me rindo ante el arrebato sin meditar, le
beso para no extrañarle, jugueteo con los pliegues de su boca para estar segura
de no volver a necesitarle tan rápido.
—¿Sales hasta tarde hoy?—gimotea recobrando su respiración habitual, aún con su
frente apoyada contra la mía.
—No en realidad—consigo
formular—. ¿Por qué?
—Quizá
esta noche podríamos ir a mi departamento. Te cocinaré la cena.
—Suena
bastante convincente. No sé si podré esperar.
—Entonces
perfecto, te veré en unas horas, pequeña—musita. Abre la puerta al fin y dirige
una mirada tímida a Monica que reposa a unos metros de nosotros. Vaya, el
espectáculo que le habremos dado—. Nos veremos luego, Mon, suerte hoy.
—Adiós,
Michael—los ojos de ella derrochan cariño que termina en la enorme sonrisa que
planta en sus labios—. Cuídate.
Le miro
desaparecer, aún perdida en mis labios punzando por los suyos. Sin ser capaz de
mirar a mi amiga aún luego de que ha presenciado a primera fila nuestra
demostración de amor, vuelvo a mi habitación. Es buena hora ya de tener mi
pequeña dosis de realidad, y pensar en todo lo que todavía aguardaba en el día
para mí.
Luego de
una ducha diligente y media hora más, que para mi desencanto, tomo en elegir el
atuendo que usaré y la forma en que recogería mi cabello, opto por abandonar ya
el departamento. Mientras más temprano sea mi turno en Central Perk, más
temprano podría liberarme de la jornada del día, además de que aún tenía
méritos que cumplir, si quería lograr ser la próxima en tener las vacaciones
reglamentarias. La simple idea me retuerce el nervio de alegría.
—Ah, no, no—es la tenacidad en la voz de Monica la que me obliga a detenerme,
con mi mano ya prendida del picaporte para salir—. No irás a ningún lado así.
No sales al trabajo sin desayunar, Rachel.
Resoplo
con los ojos puestos en blanco. Siento más grande la urgencia de salir que el
hambre que pueda sentir ahora.
—Mon,
quédate tranquila—con despiste, halo de la cerradura, intentando atravesar el
umbral—. Puedo desayunar allá si quiero. Después de todo, trabajo en una
cafetería, ¿no?
Doy una
ojeada a la expresión exasperante en el rostro de Monica y le dejo sin darle el
tiempo para contestar. Ahí me encuentro entonces, andando de prisa hacia mi
agotamiento físico, a mi liberación mental.
Aunque en
Central Perk jamás carecía el trabajo, las horas pasan a un excesivo paso
alentado. Tomo una taza pequeña de café negro acompañado de una rosquilla
cuando tengo la oportunidad de desayunar, y mis pensamientos parecen al menos
relajarse considerablemente luego de ello. Pero, lo peor de todo es que ni
la cantidad de órdenes que llevo cumplidas, ni las tazas de café que me ocupo
de rellenar hacen pasar desapercibida la promesa que le he dado a Monica. Se
supone que tendría que estar pensando en ello, hacerme a la idea de ir o no ir
a la boda de Ross y Emily, pensar qué tan extraño o necesario sería que la
ex-novia asistiera a esa boda como si no significase nada en realidad, como si
jamás hubiera existido nada entre Ross y yo en el pasado y nuestra historia se
hubiera simplemente evaporado en el aire que a Emily tanto le encantaba
respirar.
Ahí se
encuentra el problema, y parece no ceder a mi favor.
Si decido
ir, me veo en la necesidad de enfrentarme sólo a Emily. A ella y a sus
equivocados ideales sobre una plena relación sentimental. Y viéndolo desde otra
perspectiva, si me determino a ausentarme en la ceremonia, me condenaría
voluntariamente a encararme con todos mis amigos, incluido Michael, por
supuesto. Pero, ¿Cómo podría confesarles que he decidido no ir? Luego de que
las últimas semanas ha sido lo único de lo que ellos me han hablado con inmensa
devoción. Ross, de primera mano me arroja a hacerme sentir como la peor persona
del mundo si no asistía, o los ojos tristes de mis amigos al volverme a
preguntar. Y todos esos debates que tengo con Michael hasta altas horas de la
madrugada, cuando le suplico que me auxilie a decidirme de una y por todas.
Pero, aún así no habría respuesta todavía. O quizá la había, pero simplemente
no encontraba una manera de no seguir ocultándola ante todos los demás.
En cuanto
tengo la oportunidad de marcharme, enteramente consumida, me dirijo en un taxi
al departamento de Michael. Al mirar por la ventanilla voy retorciendo mis
dedos sobre mi regazo, un tanto exasperada. Es cierto que estaba exhausta como
los mil demonios, pero el simple hecho de ver a Michael de nuevo revitalizaba
mi cuerpo y alma en su totalidad.
Momentos
después tengo frente a mí el espléndido pórtico del departamento de Michael,
giro la llave dentro de la cerradura y entro sin titubeos. El silencio reina en
el lugar mientras asciendo a la segunda planta, salvo por el leve movimiento de
algunos papeles resonando de entre nuestra habitación. Es él, que se encuentra
rebuscando entre puñados de papel, al borde de la inmensa cama. Le miro y sé que
está hundido en sus pensamientos, tan sencillo, meditando para sí mismo,
jugueteando con un pequeño rizo de cabello que sobresale de su frente y
curveando sus labios de una forma irresistible cuando se concentra en lo
que hace. Pero, Dios, ¿No era prohibido ser tan guapo?
—Creí
haberte escuchado decir que no sería algo tardado.
Tiene un
pequeño respingo luego de haberme escuchado. Al acercarse a mí, me prendo de su
cuello aferrando su cuerpo al mío con fuerza, pensando en toda la falta que
logró ocasionarme a lo largo del día, en toda esa necesidad.
—Ahora
que llegaste, ya lo he olvidado por completo.
—Michael...—siseo
casi al nivel de sus labios. La forma en que sus nudillos se pasean por la
línea de mi cuello me hace entumecer—. ¿Seguro que no es importante?
Bufa
tranquilo, como resaltando algo obvio.
—Al lado
de ti nada es más importante. ¿Cómo ha ido el trabajo?
—Perfecto.
Más que bien, incluso—siento las comisuras de mis labios extenderse por la
forma en que me cuestiona su mirada—. Me dieron las vacaciones.
—¿De
verdad...?—su mirada se achispa de emoción, y lo único que soy capaz de sentir
es que besa dulcemente mi cabello.
—Sí. De
mañana, y una semana más, podré olvidarme de Central Perk, ¿puedes creerlo?
—¿Ocho
días contando mañana?
—Así es.
—Vaya—sus
manos empiezan a juguetear con las mías en el aire—, parece que todo se ha
puesto a tu disposición, ¿no? Eso quiere decir que estarás libre para el día de
la boda.
Pestañeo
entonces, turbada. Maldición, la boda, mi decisión, ¡Es mañana! Y con el tiempo,
este día se me iba escapando de las manos. Michael me mira dubitativo al haber
prolongado mi silencio ante su ocurrencia.
—...Ayúdame
a decidir.
Le miro
con ojos de súplica, de ruego por un aliento.
—¿Qué...?
—Aún no
sé si asistir o no—confieso—. Monica me ha suplicado que lo piense, tienes que
ayudarme, tienes que decirme qué hacer.
—No, no,
espera. ¿Que te diga qué hacer?
—Sí,
Michael. Haré lo que tú me digas. Pídeme que me quede y lo hago. Dime que tengo
que ir... e iré.
Su mirada
delata el nivel de su confusión. Siendo más que admisible que se sintiera de
esa forma, ya que rara vez tocaba el tema precisamente con él. Con un suave
roce, de la mano nos conduce a ambos a tomar asiento al pie de la cama. Su
expresión es abrazadora, excepcionalmente serena.
—Rachel,
¿Por qué sientes que yo también debo decidirlo?—musita, sus manos toman con más
fuerza las mías. Mis dedos entrelazados con los suyos se sienten en casa—.
Pienso que la palabra es la tuya aquí, cielo. Me ha sorprendido de hecho que yo
también haya sido invitado a la ceremonia.
—Michael,
es completamente normal—mi mano consigue zafarse sutilmente de las suyas para
llevarla a sentir la piel tersa de su rostro—. De hecho, me sorprendería que no
hayas sido invitado, por lo cercanos que se han vuelto tú y Ross los últimos
días.
Sonrío
inconsciente al evocar la idea. Él lo entiende de inmediato.
—¿Deseas
ir, Rachel?
Suelta de
pronto, y en el mismo segundo me estremezco.
—Yo
no...—titubeo al hablar—. Yo no lo sé todavía.
—Quizá...
deberías.
Mis ojos
se abren de forma aturdida. ¿Qué...?
—Seguro
es muy importante que alguien como tú asista a la boda—continúa, su voz se
desliza a mis oídos temerosa—. Ya sabes... luego de lo que significas para
él... Aunque por otro lado, estará de más decir que te extrañaría bastante si
al final te decides por ir a Londres, pero lo comprendería. No hay duda de
ello.
—¿Qué? No
lo entiendo, Michael—mis manos y mi cabeza niegan al mismo tiempo frente a él.
Al borde del colapso. ¿Me extrañaría si me decido ir? ¿Entonces él no...?—.
¿Quieres decir que no vendrías conmigo?
—Sólo
imagínatelo, linda—se bufa para él mismo—. Imagínate a Emily ahí, vestida de
blanco, y todos mirándola a ella. De pronto Michael Jackson entra por la puerta
a acaparar toda la atención. ¿Será eso un placer para ella?
Asiento
sin decir nada más. Por supuesto, él tiene razón. Y como él me lo ha pedido,
comienzo a planteármelo todo de nuevo, evoco la imagen de Ross al lado de ella,
con las manos unidas y al pie del altar, a punto de consumar el pacto,
anhelando jurarse el amor eterno. Todos mis amigos están presentes, desbordando
sonrisas y lágrimas fugaces. Pero al fondo del lugar, tan lejos como a ella le
apetecería, me encuentro yo. Sin poder concebir lo que ven mis ojos, sin dar crédito,
sin descifrar sus intenciones, y para dar cierre a mi miseria, sin Michael
acompañándome, tomando mi mano y cesando mi dolor. ¿En qué momento se me
ocurrió pensar que lo soportaría?
En
ninguno, no sin Michael conmigo. Lastimosamente lo había decidido.
La mirada
de Michael descansa sobre la mía, devolviéndome al presente. Su expresión que
derrocha amor desaparece de mi vista, cuando se inclina hacia mí y dibuja
diminutos besos desde mi cuello y ascendiendo hasta mi mandíbula. Cada poro de
mi piel se eriza con su contacto, y tan simple como es, él entra en mis
pensamientos sin pedir permiso.
Él, y
nada más.
—¿Lo
entiendes...?—musita con los labios adheridos a mi piel. Siento una descarga de
escalofríos y placer recorriendo todo mi cuerpo cada que su aliento se estrella
contra mí.
—Sí...—susurro
cerrando mis ojos intensamente, presa del deseo que maravillosamente Michael
agrava en mi ser, necesitándole. Ahora mismo—. Pero ya no quiero pensar en
ello...
Sus
labios alcanzan la lejanía de mis hombros, y me estremezco más, si acaso era
posible.
—¿No?—jadea—.
¿En qué entonces?
—En ti,
nada más.
Con una
sola movida derrumbo a Michael de espaldas contra el colchón, me sitúo encima
de él y aprisiono sus brazos extendidos en la cama debajo de mis manos impidiendo
que logre articular movimiento. Él me mira expectante, aguardando por mí,
quemándome con esos ojos que desbordan lujuria, al igual que los míos. Está a
mi merced, y no puedo creerlo.
Siento mi
cerebro desconectándose de mi propio cuerpo, al deleitar mi necesidad de
besarle de nuevo. De forma intensa, abriendo mis labios a cada oportunidad y
sin reparos, invadiéndolo y ahogándome del disfrute que sé que él está
conteniendo. Mi mano entonces se pierde detrás de su nuca, sepultando y
paseando mis dedos entre sus rizos con aprehensión y con enorme determinación a
no dejarle ir. Sus manos se enredan al rededor de mi cintura, sujetándome firme
y acercando mi cuerpo más al suyo con un deseo ahora más asfixiante,
abominable.
Con mis
dientes, tomo su labio inferior, y de entre nuestros propios jadeos logra
escapar un gemido de su boca, que aturde mi deseo de continuar. Sus manos se
han desplazado hasta mi cuello, y nuestros alientos continúan fundiéndose uno
con el otro, haciéndose uno. Su lengua, sin más, ingresa a mi cavidad,
tomándome por sorpresa, pues es ésta la primera vez que él lo haría de esa
manera. Se mueve tierna, exquisita, sin invadir, sólo haciéndose presente. Y yo
sólo pienso en acunarla con la mía, recibirla y tenerla igual.
Me
adentro con tal magnitud a su boca que mis manos comienzan actuando por sí
mismas, y se pasean impacientes sobre su pecho terminando hasta el cuello de su
camisa. Con cautela halo uno de los ojales y sus botones se desprenden uno a
uno, hasta tener visible la parte superior de su pecho, pero al tiempo que él
se arquea, me impide continuar.
—N-no...
Rachel...
Jadea con
desenfreno, y haciendo caso omiso a sus palabras, me ocupo de besar el trazo de
su cuello terminando al nivel de su clavícula. El continúa jadeando, sintiendo
mi cuerpo entero entre sus manos, disfrutándome. Siento la tremenda urgencia de
gritar y por Dios que lo hago en el interior. Este es el momento por fin, está
a punto de ocurrir. Ahora. Y apostaría mi anhelo miles de veces por ello, de no
ser porque un sonido brota de pronto del interior de mi estómago, y es seguido
por una leve risa de su parte.
—Ignóralo...—apenas
logro susurrar—. Por favor...
—Rach,
no...—murmura en un gemido, con la respiración agitada aún ardiendo en su tono
de voz—. Estás cansada. Debes estar muriendo de hambre.
—Pero
prefiero seguir haciendo esto—confieso antes de volver a apoderarme de sus
labios—. Mi estómago puede esperar un poco.
Michael
vuelve a besarme con el mismo vigor que antes me había embriagado. ¿Iba a ser ahora
entonces? ¿Puedo continuar? Sus labios aún apresados a los míos me guían a
pensarlo, a querer extraviarme en el deseo y a llegar junto con él hasta el
final. Pero su cuerpo, y la tensión que percibo en sus movimientos no paran de
decirme lo contrario.
—...De
eso nada, Rach—con cautela él logra incorporar su cuerpo sobre el colchón,
imponiendo el final de mis movimientos y obligándome a imitarle al momento—. Te
dije antes que te cocinaría la cena, ¿no? Vamos a cenar entonces.
Un
segundo después él ya se aprisa el camino hacia la planta baja, no sin antes
arrojarme la mirada más lasciva que jamás le conocí. Él lo sabía, sabía que en
mí habita la más grande y momentánea desilusión. Y lo más excitante de todo
esto es que también él lo estaba disfrutando. Pero jamás podría reprocharle por
eso. Él es quien impondrá el mejor momento para esto, y yo jamás le obligaría a
hacer nada que él no quisiera. No aún.
Cenamos y
cerramos la noche entre una más de nuestras conversaciones nocturnas. Para mi
beneficio, ninguno de los dos menciona el tema de la boda, ni tampoco hablamos
una sola vez sobre el arrebato que ha tenido lugar antes.
De vuelta
en la habitación, y ya con las mantas sobre nosotros alcanzando casi nuestras
mejillas, nos acurrucamos uno con el otro, sepulto mi cabeza contra su pecho y
sus manos alcanzan a pasearse por mi espalda, nuestras piernas entrelazadas y
el deseo de permanecer así el mayor tiempo posible más vivo que nunca.
Pudiéndome quedar despierta toda la noche si era necesario con el café oscuro
de sus ojos, y él haciendo que lo que quede de la noche sea un verdadero sueño,
así ninguno de los dos estuviera durmiendo.
Pero es
angustiada por volver a mi hogar, e incluso molesta, que me recibe la mañana
siguiente.
Mi
departamento y todos en el interior se han convertido en un verdadero caos sin
darme cuenta. Hoy era el día, mis amigos se hallan cruzando el departamento
cientos de veces puliendo los últimos detalles antes de tener que partir,
alterados, apurados y a toda prisa apilando valijas y organizando los
documentos del viaje que les aguarda. Es el momento en que mis amigos tenían
que marcharse, y también lo era el de revelar por fin lo que he decidido.
—Sé que
no soy la mejor aceptando derrotas...—le miro desde el salón, el bullicio desaparece
momentáneamente de mis pensamientos, al instante en que Monica me dirige una
mirada abrazadora desde nuestro comedor—. Pero cuando se trata de ti, puedo
llegar a ser bastante comprensiva, ¿no es así?
—Puedes
llegar a ser la mejor amiga, inclusive. Eso te lo puedo asegurar—como puedo me
pongo de pie y le sigo a donde ella se encuentra, dejando a Michael detrás de
mí. Él no ha dicho una sola palabra sobre esto desde que hemos llegado, quizá
porque de mí ha aprendido a reprimir algunas desilusiones. Cada paso que me
acerca más a Monica, me hace ver el cómo su mirada va oscureciendo—. Lo lamento
tanto.
—Oh,
no—sonríe, o al menos trata—. No es conmigo con quien te tienes que disculpar.
Otros
ojos me miran más allá de ella. Ross con su semblante sereno y alegría por
encima de todo lo demás. Detrás de él aparecen Chandler, Joey y Phoebe, que sin
chistar se acercan a Michael y lo recetan con miles de abrazos y despedidas, yo
mientras tanto, continúo mirando a esos ojos frente a mí, ignorando todo lo
demás.
—Mon,
Richard espera por nosotros afuera—musita mirándola a ella. Monica asiente con
una sonrisa y ahora ella cruza de prisa el departamento con turno para envolver
a Michael entre sus brazos ahora—. En fin... nos vamos, Rach.
—Ojalá se
diviertan mucho, Ross.
Su
sonrisa se agranda, pero de ella no brota más alegría.
—No puedo
creer que no vayas a acompañarnos—musita. Ahora que él lo ha dicho, suena
simplemente increíble.
—Lo sé,
yo tampoco.
—Entonces,
ven...—toma mis manos en el acto, su voz aparece con tono de ruego, de un
suplicio que me duele más a mí oír de lo que a él le duele decirlo—. ¿Por qué
no vienes?
—¿Qué...?
—A
Londres... Ven a Londres, por favor. Significa mucho que lo hagas.
—Ross, te
lo he dicho antes. No puedo, tengo que... trabajar—espeto segura, como si eso
fuera la mejor mentira de todas.
—¿Pero,
es que no puedes tomarte un par de días libres?
—No,
Ross, no puedo. Lo lamento, pero en verdad no puedo hacerlo.
Entonces
él deja ir mis manos con sequedad.
—Se trata
de mi boda, Rachel.
Sus ojos
no dejan de observarme ni un sólo momento pero con ellos me llevo un martilleo
profundo en el corazón cuando saca a relucir su nuevo desprecio hacia mí.
Asfixiante, agotador, recordándome que, en efecto, yo era la peor amiga que él
pudo haber tenido jamás. Y a nada de tirar la toalla y romperme a llorar,
entonces le siento a mis espaldas. Giro y miro a Michael cerca de mí, busco su
mirada pero comprendo que él se encuentra mirando a Ross exactamente de la
misma manera. Y como un simple instinto, él se limita a tomar mi mano y
aferrarla a su cuerpo con fuerza.
—De
acuerdo, chicos, ¡Llegaremos tarde!—Monica vocifera detrás sacándonos de ese
trance—. ¡Vamos, vamos, vamos!
La mirada
de Ross se derrumba y se torna triste al reaccionar.
—Muy
bien, entonces... supongo que ustedes dos ya la verán cuando traigamos la
cinta.
Quiero
responder, aunque no tenga las fuerzas para hacerlo, pero Monica y los chicos
llegan decididos hacia mí con sus brazos abiertos y se despiden de mí. Miro más
allá de sus abrazos y sonrisas, y me topo con la imagen de Ross envolviendo a
Michael entre sus brazos, palpando sinceridad, haciendo mi corazón duplicar su
tamaño.
—Nos
veremos pronto, Rach—les escucho vociferar en unísonos.
—Adiós...
Ross ya
ha dejado ir a Michael, y en ese mismo momento él vuelve a acercarse a mí, y
rodea mi cintura con su brazo inspirándome seguridad, tan sólo la necesaria
para mirar a mis amigos por fin cruzando el umbral y cerrando la puerta tras su
paso.
Ya
encontrándome a solas con Michael, él me dedica una simple sonrisa, y ciñe mi
cuerpo hacia el suyo con una fuerza casi insoportable, pero necesaria hasta el
cansancio. De todos los abrazos que compartí con él, aquél en verdad me
transmite vida. No tengo noción del tiempo pasando entre nosotros, con Michael
haciendo nada sino consolarme, y tratando de arrancarme una pequeña sonrisa a
la primer oportunidad. Cuando pienso que ya me he sentido un poco mejor, él
propone mirar una película, que termina con un atardecer atravesando las
enormes ventanas y acabando de lleno en mi vista. El día transcurre así, con él
como sabía que lo necesitaría, y mereciéndome la miseria debida luego de
enfrentar la decisión que había tomado. Hasta que el cielo se hizo oscuro sin
habernos levantado una sola vez del sofá y nos hicimos a la idea de ello.
—No
soporto mirarte así, pequeña.
Más que
su voz, es el pequeño beso que deja en mis labios el que me saca de mi mente.
Pero aún así no me siento dispuesta a contestar.
—Quería
preguntarte algo—murmura, y consigue que vuelva a mirarle—. ¿Qué me habías
mencionado que hicieron Ross y Emily el primer fin de semana que tuvieron
solos?
—Ellos
pasaron un fin de semana en Vermont, Michael—replico, pero no puedo evitar
interrogarlo con la mirada.
Una
sonrisa comienza a brillar en sus labios.
—Entonces,
vayámonos nosotros también.
—¿Qué...?—me
remuevo turbada sobre mi asiento y trato de mirarle mejor—. ¿A Vermont?
Él niega,
parece divertido.
—A Neverland.
—¡¿Qué...?!—pestañeo
en un frenesí de incredulidad. No podía ser cierto—. ¿Ahora?
—¿Por qué
no?—se burla—. No te sientes bien estando aquí, linda. Eso está claro. Tienes
tiempo libre de sobra, Monica te ha hecho una maleta a tu disposición y puedo
permitírmelo, ¿Qué nos detiene?
—Michael,
¿tienes idea de lo que pasaría si los chicos se enteraran de ello? ¿Lo malo que
sería?
—¿Y quién
va a decírselos?—Michael desaparece de mi vista un segundo al dirigirse a mi
habitación. Segundos luego regresa a donde yo me encuentro con una de mis
valijas entre sus manos, y una sonrisa cada vez más radiante a medio rostro—.
¿Vas a decirme que no extrañas volver a Neverland?
—Michael,
cariño, me encantaría volver a Neverland, ¡Más que nada en estos momentos! Lo
que ocurre es que...
—No
ocurre nada, Rach...—su mano se prende de la mía sin darme oportunidad de
resistirme, y tan pronto como es posible ya nos encontramos serpenteando los
callados pasillos de mi edificio—. Has dicho que te encantaría, no se diga nada
más.
—Michael,
aguarda ¿Cómo se te ocurre irte ahora? ¿Lo que paso la última vez que salimos
solos a la calle se te viene a la mente?
Una de
sus más estruendosas carcajadas se hace presente conforme avanzamos. Si quería
que pasáramos infraganti, no estaba funcionando en absoluto.
—Por
supuesto que lo he pensado, Rach. Es por eso que llamé a Bill hace unas horas,
cuando has dormitado con la película que veíamos. Él ya está fuera,
seguramente.
—¿Qué?
Tal y
como él lo predice, un coche ya aguarda por nosotros al pie de mi edificio.
Bill sale en un segundo y me saluda con una sonrisa, Michael mientras se ocupa
de meter mi valija en la cajuela del automóvil. Bill vuelve al vehículo, y
seguido de él Michael y yo tomamos asientos sin titubear. Emprendemos marcha
inmediatamente.
¿Pero qué
demonios estoy haciendo? ¿Iremos a Neverland, de verdad? A punto de salir de
aquí, escapar con Michael, cuando le he perjurado a Ross que no podría salir de
la ciudad y que no sería posible acompañarle en el día de su boda. Pero, Dios
mío, volver a Neverland, de pronto suena preciso en este instante. Como algo
que ambos necesitamos, como algo indispensable y el único remedio posible a
esta angustia que sé que no pararía en mi interior. Y a mi pesar, sin encontrar
una mísera forma de negarme, con esa sonrisa que Michael no deja de obsequiarme
durante el trayecto al aeropuerto.
Ingresamos
por la parte trasera del lugar. No recuerdo la última vez que me he percatado
de la hora pero la increíble carencia de personas me supone lo tarde que es.
Con la ayuda del mismo séquito de personas de siempre, somos escoltados a la
sala de espera para abordar, Bill se separa unos minutos de nosotros y
documenta nuestros accesos y todo sucede de prisa desde ese momento, sin
fallos, pero supongo que eso recae al tratarse de Michael. Tanto, que para
cuando ya he tenido la urgencia de conocer la hora que es, ya puedo mirarla
desde el interior del pequeño pero lujoso avión, ese mismo que nos había
llevado a mis amigos y a mí a Neverland la última vez. ¡Cuánto había pasado
desde entonces!
El vuelo,
resultándome largo y cansado, con una considerable porción de culpa además y
junto con el pesar del tiempo sobre mí, multiplica mi cansancio, y me hace caer
profunda contra los brazos de Michael. Entonces lo último que me es posible
percibir son sus brazos acunándome y sus labios presionados contra mi frente
antes de por fin dejarme ir.
No tengo
noción del tiempo que permanezco de esa manera, pueden ser sólo minutos, o
algunas horas si era factible. Michael continúa dormido a mi lado, aún
enredándome entre sus brazos. Busco un reloj con la mirada y el conocer la hora
me corta completamente la respiración. ¿De verdad ha pasado tanto tiempo?
—¿Michael...?—trato
de mecer su cuerpo con sutileza, aunque me duela tener que despertarle.
—¿Qué?
¿Qué ocurre?—susurra, con sus párpados luchando por abrirse.
—Hemos
dormido las últimas cuatro horas, casi cinco. ¿Cómo es que aún no hemos
llegado?
—Ya no
debe faltar casi nada, descuida...—lleva sus brazos encima de su cabeza para
estirarse, luego de un bostezo parece estar un poco más alerta—. ¿Cómo estás?
¿Cómo
estoy? Angustiada, preocupada, resignada y más que nada, estoy que no me creo
esa pregunta.
—Perfecta—miento,
como si aquello pudiera llegar a sonar convincente—. No puedo esperar a volver
a Neverland.
Michael
se queda ahí, observándome en silencio. Oh, no.
—No te
creo nada—suelta de pronto—. ¿Por qué siempre tratas de evitarlo? Te conozco
perfectamente, y las cien últimas veces que me has dicho que estás perfecta, no
lo estás en realidad.
Por
razones diversas, me es imposible responder. Michael ahora podría conocerme y
ver a través de mí más de lo que yo misma podría lograr. Era aterrador, pero es
la verdad y si él estaba conmigo no habría otra manera.
—Yo
también he visto su mirada, Rachel—musita con un tono de voz más serio—. Ya
sabes... La mirada que él te dio antes de que tuvieran que irse.
Sus
palabras me hieren una por una. No sé si agradecer o maldecir que Michael haya
traído a Ross a mi cabeza. De nuevo.
—Parecía...
bastante molesto conmigo—mi mirada desciende cuando comienzo a hablar—. Como si
me prometiera que jamás me perdonaría por no haber asistido a su boda.
—Él es
uno de tus amigos más cercanos, quizá era importante para él que estuvieras
allí.
—Quizá,
Michael, no lo sé.
Él se
remueve sobre su asiento para incorporarse un poco y poder mirarme mejor, de un
segundo a otro su expresión parece otra, pero no logro descifrarla.
—¿Irías,
Rachel?
—¿Qué?
—Si
tuvieras la oportunidad de ir, en este momento... ¿irías?
Su mirada
continúa estudiándome expectante, es tan amenazante que me obliga a mirar mis
dedos hechos nudos sobre mi regazo.
—Yo no...
No lo sé, Michael...—titubeo con mi voz hecha un hilo, un desastre de
vergüenza—. Supongo, sí... iría.
—Entonces
no sabes el alivio que me da.
Siento mi
semblante palidecer.
—¿Cómo...?
¿Por qué?—mascullo.
—Mira por
la ventana.
En un
segundo me despojo de mi cinturón de seguridad y me acerco a mirar por una de
las ventanillas. Está bastante oscuro, miro la luna propagándose y su reflejo
brillando, debajo de nosotros, en un inmenso océano extendiéndose más allá de
lo que logro vislumbrar. ¿Pero un océano? ¿Desde cuándo había océanos inmensos
en medio del país? Algo comienza a no cuadrar aquí.
—Espera...
los océanos...—me giro hacia él de nuevo, su expresión seria ha desaparecido
para dejarme ver una sonrisa—. Este no es el rumbo que tomamos la última
vez para ir a California. ¿Qué está...?
—Tienes
toda la razón, linda...—me interrumpe—. No hay océanos en dirección a
California.
Sus ojos
me lo dicen todo, y al mismo tiempo, no me aseguran nada. ¿Pero entonces?
¿Qué...?
—...Pero sí en dirección a Londres.
******
Ella
estaría alistándose en estos momentos.
Debatiendo
junto con Phoebe y Monica qué vestido utilizar, de entre los veinte que ellas
le hubieran ofrecido. Estaría tratando de recoger su cabello corto para la
ocasión, o eligiendo su maquillaje que, aunque en realidad no lo necesitara, la
haría lucir increíblemente espectacular. Estaría escribiendo un magnífico
brindis que sé que me robaría más de una lágrima, eligiendo algo azul para
obsequiarme, acompañado de algo viejo y algo nuevo para satisfacer sus curiosas
supersticiones sobre las ceremonias matrimoniales. Ella estaría evitando caer
en un ataque de nervios por lo que se avecina, repitiendo una y otra vez que
todo estaría bien, y que me espera lo mejor que me ha ocurrido en la vida, pero
más preciso, más claro que todo lo anterior, estaría procurando que esa sonrisa
que no debió haberse borrado de mi rostro desde hace dos días, siguiera aquí,
reflejándose en el espejo que me enfrenta en este momento. Y no como ahora, con
crudeza y una seriedad asfixiante, intentando encontrar una manera de fingir la
más pequeña sonrisa, a pesar de ser el día más importante de mi vida.
El día de
mi boda, y Rachel no estaba aquí.
"No la necesitas," pretendo
prometerme, "ella no te hará falta
esta vez." y me vuelvo a repetir. Pero, ¿a quién estaba engañando?
Porque aunque me he prometido a mí mismo que esto no me afectaría, y le he
perjurado a Emily que la asistencia de Rachel no sería de gran importancia, no
existe razón que no me haga creer lo contrario. Porque sí que es cierto, la
necesito.
Sería una
endemoniada tontería, pero me encuentro necesitando escuchar lo que significo
para ella. Porque este nivel de estrés que ahora me corroe, me hacía llorar en
lugar de sólo molestarme. Y que cuando al saber que ella no vendría, hasta
respirar me rompía el corazón. Mientras Emily trató de convencerme de lo
contrario, de que al final lo que cuenta es quien se queda sanando las
incertidumbres, y haciéndome más fuerte, como lo han hecho hasta ahora mis
propios amigos, a pesar de lo ajeno que ellos simularon estar conforme a la
situación.
Y porque
nada de eso cambiaba mis pensamientos. Ni siquiera ante el hecho de ya
encontrarme en una de las pequeñas habitaciones dentro de la capilla en la que
me casaría, aguardando por mucho que sea, sólo unos minutos antes de tener que
encontrarme a Emily frente al altar. Y quizá me he tenido que convertir en un
demonio por pensarla, por creer que cuando más la necesitaba, más lejos la
llegué a sentir, pero simplemente no soy capaz de evitarlo.
Sea como
sea, no me queda ahora más que intentarlo, pues como todo demonio, me
devolvieron a mis infiernos. Chandler irrumpe de pronto en la habitación,
acompañado de Joey y su magnífica manía de tratar de hacerme sonreír.
Pero
claro. Sin ellos, yo estaría condenado.
—Vamos, campeón—Chandler da una palmada en mi
hombro con la fuerza suficiente, con una sonrisa brotando de su boca—. No
querrás llegar tarde a la cita más importante de tu vida.
Una risa
se hace prófuga. Adoro a estos chicos, maldita sea.
—¿Cómo están, chicos?—musito y lucho de una vez
por todas dar final a mis pensamientos—. ¿Cómo van todos allá afuera?
—Pues—Chandler retuerce el gesto al dirigir su
mirada a Joey—, Joey ya extraña Nueva York, y Monica y Phoebe no han parado de
ayudar a Emily a prepararse.
—...Y a ayudarla a no colapsar en
otra crisis nerviosa—Joey suelta al final.
—¿Crisis nerviosa?—pestañeo frente a
ambos.
—Sí, ya sabes...—su mirada vaga por la
habitación como buscando por las palabras acertadas—. Sus padres son...
Sus
padres, por supuesto.
—Siguen dando problemas,
¿no?—musito.
Chandler
emana intenciones de contestar, pero es Phoebe al entrar sin aviso quien le
despoja de todo deseo de hacerlo. Y sin darme lugar a molestarme, es la manera
en la que me sonríe la que me obliga a agradecer que de pronto haya aparecido.
—Hola, Pheebs—digo al momento en que ella se ha
acercado lo suficiente para rodear mi cuerpo entre sus brazos.
—No puedo creer que sea finalmente hoy—susurra
cerca de mi oído—. El día de tu boda.
Al
segundo saluda con el mismo deseo a Chandler y Joey, sin dejar de esbozar la
misma emoción en su mirada.
—Emily está casi lista.
—Oh, perfecto.
Así que
Emily lista, y esperando a reunirse conmigo. Fabuloso. Mientras yo, aquí,
siendo devorado vivo por mis propios pensamientos, maldita sea. Esto iba de
lujo, y más aún, al no lograr siquiera que estos malditos nervios me
permitieran colocarme la bendita corbata alrededor de mi cuello. Miles de veces
lo había hecho antes, ¿por qué de pronto no soy capaz de hacerlo?
—¡Ey, tranquilo! Dame eso, Ross—Sin chistar,
ella se aproxima lo suficiente, y termina de armar el nudo de la manera
correcta—. ¿Estás nervioso o algo parecido?
Nervioso,
aterrado, decepcionado es poco. Y por la forma en que todos me miran, que me lo
vuelven a recordar.
—Chicos, no pienso mentirles. La
verdad es que sí, un poco, de hecho.
—Pues, no lo estés, hombre—Chandler se ocupa de
responder—. ¿De acuerdo?
Su mirada
me abraza y me hace sonreír. Claro, debo intentar tranquilizarme. Por ahora no
se me presentaba ninguna otra alternativa.
—Y bueno—Joey se burla—, es mejor estar
nervioso a estar molesto al menos.
—¿Molesto?—le miro.
Chandler
entonces nos prueba a todos en la habitación, que si las miradas asesinaran,
Joey ya estaría agonizando en el piso. ¿Ahora qué?
—S-sí, bueno...—murmura Joey entre titubeos—.
Antes de irnos de Nueva York, estabas...
—Joey...—Chandler replica en tono
reprobador.
Pero
claro, sé a qué se refiere.
—¿Lo dices por Rachel?—creo que palidezco al
replicar, e incluso más ante las insostenibles miradas silenciosas con las que
me bombardean los tres al mismo tiempo. Pero era afrontarlo ahora que puedo,
frente a ellos, o dejar que siga afectándome luego—. No estaba molesta con
ella, chicos. Ni tampoco con Michael... Estaba molesto conmigo, por no haber
comprendido las razones que ella tenía para no venir. Y en cambio, la he
juzgado, sin entender.
Y en
verdad que había sido mi castigo comprenderlo hasta ahora. Pues, tal y como yo
se lo he dicho a ella antes, si fuese ella quien estuviera a punto de casarse,
yo no sería, ni por poco, capaz de observar el evento.
—Lo siento. Siento habértelo
recordado, Ross. No quise...
—No, no. Vamos, Joey, estoy bien.
Tengo que estarlo, ¿no?
Son
Chandler y Joey quienes parecen dubitativos ahora, al contrario de Phoebe, que
asiente y me mira como recordando mis palabras.
—Además de que tienes que estar como
Emily—musita—, aliviado por todo este asunto de Rachel.
¿Qué? ¿Como
Emily...?
—¿Cómo dices, Phoebe?
No me
contesta, nadie lo hace. Pero parece que en esta cuestión Chandler se encuentra
en mi misma posición, a juzgar por la mueca de curiosidad que le corroe al
igual que a mí. Phoebe y Joey se limitan a mirarse el uno al otro, pareciendo
arrepentidos de lo que acaban de decir.
—Pues, ya sabes...—Phoebe titubea—. Has hablado
con ella sobre esto, Ross, y ella nos dijo que...
—Pheebs, no. No he hablado con ella
sobre Rachel. ¿De qué estás hablando?
—De acuerdo—Chandler interviene—. ¿Y
qué fue lo que les dijo?
¿Por qué
ellos continúan sólo mirándose? ¿Por qué no dicen nada?
—Ey, chicos, soy yo—insisto—. Pueden
decirme lo que sea.
Joey
ahoga un suspiro frente a mí. Como si estuviera listo para decirlo todo.
—Nos ha dicho que lo prefería de este modo,
Ross—dice, sin siquiera mirarme—. Que Rachel no estuviera aquí, porque traería
mala suerte el hecho que una de tus ex-novias estuviera presente.
Cierro
los ojos ofuscado, mucho más contenido que antes. Simplemente no concibo en mi
mente lo que él acaba de decir. Phoebe tan sólo me observa en silencio, esperando
por mi respuesta, o por una reacción de mi parte que sé que jamás llegaría.
—Lo he dicho de esta forma porque creí que lo
sabías, Ross—ella susurra antes que nada—. Ella nos dijo que ustedes dos lo han
hablado antes.
Emily,
Dios mío, ¿Por qué diría eso?
—No, no, no. Espera, ¿Ella dijo eso?—lucho por
articular, al instante en que trato de abrirme paso entre ellos y alcanzar a
cruzar la habitación. Buscaría respuestas, las necesito en este momento, y más
que las explicaciones que ellos acaban de darme, sólo Emily podría aclarar mi
cabeza ahora—. No puede ser. Tengo que hablar con ella.
—¿Qué?—Chandler se aproxima lo
suficiente—. ¿Ahora...?
—Sí.
—¡No, Ross...!—sin haberle escuchado siquiera,
el brazo de Phoebe toma del mío con fuerza, deteniéndome a un paso de cruzar el
umbral. No me da escapatoria, nada por hacer salvo mirarle a los ojos—. Me
oíste cuando dije que Emily está lista. No puedes mirarla ahora. Así que, sea
lo que sea, sé que puede esperar.
Sin dejar
de sostenerme, ella continúa observándome en silencio. De una manera u otra
comprendo sus intenciones de detenerme, de evitar que ambos lográramos un
escándalo en este instante, de comprobarme que ella era mi amiga ahora y
siempre, y que jamás me dejaría caer ante mis actos. Con un roce un poco más
débil, deja ir mi brazo por fin, celebrando su victoria, estoy seguro de ello.
—Así que mala suerte, ¿no?—susurro al tiempo
que de sus labios se asoma una linda sonrisa—. Espero que ella sepa que ya
hemos tenido toda la mala suerte que pudimos tener.
Entre un
ambiente renacido y más ligero que el de hace unos momentos, salimos todos
juntos de la habitación. Y lo hacemos a través de unos pasillos más largos que
otros para encontrarnos de lleno con el lugar que a mí junto con Emily nos
aguardaba.
Las
paredes adornadas entre una tenue iluminación que logra esparcir un ambiente de
intimidad, de amor y confianza, son lo primero que captan mi entera atención.
Los asientos que tomarían todos nuestros invitados se hallan listos y esperando
por todos, cada fila de ellos acompañada de inmensos arreglos florales
conformados por las flores favoritas de Emily, y elegantes lazos de lino de
tonos claros y dorados, tal y como ella lo había decidido. Y al igual, como
ella lo había intencionado, con cada arreglo incluso más hermoso que el
anterior, que incita mi vista a mirar más allá del pasillo por el que ella
caminaría hasta encontrarse conmigo, y me topo entonces con el altar. Ese
bendito altar que ahora más que nunca siento que no puede esperar un segundo más
por nosotros. Aquél sitio en el que uniría mi vida a la de otra persona con
sólo el decir de un par de palabras se encuentra ahora a mis pies, y
simplemente no puedo contenerlo.
—Es una maravilla, ¿no lo crees?—al oír la voz
de mi hermana por detrás de los demás, me giro para encontrar mis ojos con los
de ella. Y sin dudarlo, librándome de todo ese estremecimiento en mi interior,
avanzo hasta asegurarme de tomarla fuerte entre mis brazos, mientras el resto
de mis amigos nos contemplan relajados y con una inmensa sonrisa—. Ojalá mi
boda luciera así de hermosa.
Sin deseo
de contestar, decido simplemente besar su frente, agradecerle en silencio.
—¿Cómo está Emily, Mon?
—Esperando—admite con voz queda—. Y
lista para encontrarse contigo.
Perdemos
más segundos en esa posición, no me doy cuenta de cuántos han sido en realidad,
pero así, con ella contemplándome con esa expresión dulce y tierna hasta lo
indecible, no hace falta por ningún motivo.
—Ross...—Chandler aparece y justo luego de
haber susurrado mi nombre, pasa una mano por mi espalda y con una palmada, no
puede ocultar la emoción—. Ya es la hora.
Ya la
hora, Dios mío. Aquellas palabras suenan seguro del tipo de las que normalmente
me harían palidecer, arrojarme al piso y olvidarme de todo mientras me retuerzo
en posición fetal y sin aprensiones. Pero con igual o mayor fuerza, también
estas personas que ahora me estudian de frente, todas estas caras sonrientes y
abrazadoras, son sin duda del tipo de las que me aseguran que todo estaría bien
a partir de ahora, y que sin lugar a pensarlo, debía estar seguro de ello.
Si tan
sólo ellos me ayudaran a olvidar lo obvio, maldita sea. Sólo entonces sería
perfecto.
Que me
hicieran olvidarme enteramente de la ausencia de una persona más, y que me
incitaran a creer que aún sin ella, podría seguir adelante con todo esto. Poder
casarme, ansiar por el siguiente paso junto a Emily. Sonreír. Todo aquello, si
acaso no era demasiado pedir. Y es precisamente la serenidad en Monica, quien
me vuelve a la realidad, recordándomelo, y que me demuestra que al igual que
yo, ella también cae en la cuenta de la ausencia de esa otra persona.
—Ross...—acuna mi mano entre las suyas, por
única vez en mucho tiempo, es palpable la sinceridad de su tacto, el
sentimiento que lleva en su tono de voz—. También me fascinaría que ella
estuviera aquí.
Asiento
en calma, deseando agradecer el mutuo sentimiento, sin siquiera poseer las
benditas ganas de formular una sola palabra. Aunque, ¿de verdad hace falta
responder?
—...Y
a mí.
El
corazón martillea desgarrando mi pecho al resonar lejano de esa dulce voz . Esa
voz. El juicio me abandona, la misma razón desaparece. Busco con la mirada
enardecida a la responsable apenas creo reaccionar, ansiado y muriendo porque
mis esperanzas sigan adheridas al suelo, pues ni con un demonio podría ser.
¡Imposible!
—¡¿Rach...?! ¡No puede ser!
Joey
vocifera sin aprensión, y más de uno de los invitados gira sorprendido hacia
nosotros. Ni a él, sin embargo, ni a ninguno de los chicos parece interesarles
lo más mínimo y la envuelven a ella, estrujándola con urgencia, como si el
momento simplemente dependiera de ello. Y es mientras que ella los toma a
cada uno con igual o mucha más emoción, que batallo por encontrarme en sintonía
con mis propios movimientos, con el habla, con mi mente. Rachel... No estoy lo
suficientemente cuerdo para siquiera creerlo. Ella está aquí. Aparece sin más
hecha la serenidad personificada, hermosa, relajada, mirándome. No, no es
creíble. No lo es. Ni mucho menos, la forma en que no puedo dejar de observar a
ese hombre de tez morena, en sus cuarentas y aspecto desfavorable que ha
llegado al lado de ella, bastante cerca, y demasiado para mi gusto.
—Dios mío, Rachel...—no logro simular mi
ilusión al decir su nombre. Ella me observa luego de oírme, y sus ojos me
ayudan a volver a conectar con mis capacidades cognitivas—. E-estás... aquí. No
puedo creerlo.
Se acerca
hacia mí, tranquila, con un inmenso gesto que da un brillo cristalino y de
humedad a sus ojos. Dios mío, así con ella frente a mí ahora, con ese silencio
que dice más de lo que calla, me haría romper a llorar. Puedo asegurarlo. Y sin
embargo, satisfago mis ansias al atraer su cuerpo hacia el mío, acunándola
contra mi pecho, sintiendo sus manos al nivel de mi espalda con fuerza. De
pronto todo parece esfumarse a nuestro alrededor.
—Ni yo...—parece musitar.
—Pero—espeto alejándola un poco y así mirarla
mejor—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que estás aquí...?
Su
sonrisa multiplica miles de veces su tamaño.
—Michael...—su voz es un fino
titubeo—. Michael me ha traído.
—¿¡Michael...!?
Monica
alza la voz y estudia el lugar entero con la mirada. Y yo, suspirando de
alegría, cuando creí que no sería capaz de obtener un mejor concepto de él en
mi cabeza, llega y me prueba equivocado. Le agradecería con creces en el
momento de tenerlo de frente, me lo juro sin problema.
—¿Y dónde está él?—intento recuperar la
atención de Rachel luego del bullicio de Monica—. ¿Qué ocurre?
Vuelve a
mirarme, y de sus labios se escapan varias risitas nerviosas. Sin decir nada
más se aleja con cautela y se aproxima cada vez más al mismo hombre de antes,
el mismo que la mira ahora inspirando alegría. Rachel, sin avisar, me obliga a
comprenderlo todo cuando toma la mano de ese hombre, y lo mira derrochando
dulzura de sus ojos grises. Era él... Todo este tiempo, a quien me ocupé de
despreciar con mi mirada antes. No es verdad. ¿Pero cómo diablos...?
—Al parecer, él ha podido engañar a su propia
madre con estos disfraces—Rachel musita divertida.
—¿¡Eres...!?—mascullo aturdido de mi
propia voz.
Inmediatamente
Rachel lleva el índice a sus labios, indicándome guardar silencio. Pero, por
supuesto. No podría mencionar su nombre, no ahora. Al contrario, a mi hermana
junto con Phoebe parece importarles poco y se abalanzan de lleno contra él,
ocasionando que los tres emitan bellas risas al unísono. Esa risa, esa risa era
por lejos inconfundible.
—...Ross.
Michael
al incorporarse vuelve a mirarme, y sin siquiera una demora lo tomo con fuerza
entre mis brazos, tratando de que este abrazo emane la sinceridad y
agradecimiento que pretendo obsequiar, haciéndole claro que, con seguridad,
esto no lo olvidaría en mucho, mucho tiempo.
—Gracias...—susurro aún sin
soltarlo—. Michael, gracias por traerla.
—Tenía que hacerlo, ¿no?—su voz es clara y
relajada, a sólo centímetros de mi oído—. Ella tiene que estar aquí.
Creo que
sonrío. El que él piense de esa manera, es más de lo que podría soportar. Y no
puedo olvidar que si ahora me siento así, si he dejado de lamentarme por que
ella no se encontraba acompañándome, ha sido todo gracias a él. Se lo
recordaría en cualquier oportunidad.
—...Y
tú con ella, Michael—susurro.
Cuando se
aleja un poco, estudio su expresión desbordando cantidad de sentimientos.
Percibo a Rachel detenida detrás de él, y antes de que ninguno de los dos
pudiera responder, ella toma mis manos en el aire. Y sus ojos, por Dios, sus
ojos mirándome con la sonrisa que ahora necesita mi alma.
—Ross... Felicidades.
Sé que me
encuentro listo ahora, y tengo conmigo las fuerzas de continuar.
Los
asientos han sido ocupados en su totalidad por todos los invitados, incluidos
Michael y Rachel, que ocupan un par de asientos discretos casi al borde de la
última de las filas de butacas esparcidas estratégicamente por el lugar. Mis
amigos me cuidan, me estudian y me hacen guardia desde el sitio que se les ha
asignado antes, a mi lado, ayudándome a que esta fortaleza que Michael y Rachel
han traído consigo no me abandone en lo mínimo, no ahora, mientras me hallo de
frente al altar, y aguardando por mi futura esposa.
Una
célebre tonada inunda nuestro alrededor, de pronto, todas esas personas, todas
esas miradas perdidas y sonrisas absurdas dejan de estudiarme y con desdén
ubican a un par de personas más que se avecinan a andar por la marcha nupcial.
Emily, prendida del brazo de su padre, avanzan y se adentran cada vez más al
núcleo de la ceremonia, a cada paso más ansiosa, más hermosa se está
aproximando hacia mí.
Su blanca
imagen se proyecta en mis pensamientos, arrasando con la sangre que circula por
mis venas, y siento mi rostro palidecer, entumirse ante sus ojos chocando con
los míos. No concibo esa belleza, lo hermosa que luce vestida de blanco cada
vez más cerca de mí, asumiendo armonía en mi plena existencia a sabiendas de
que ambos estamos, a sólo unos minutos, de ser marido y mujer.
Pierde el
contacto de su padre al posicionarse sólo frente a mí, dándome el paraíso por
unos instantes, impidiéndome escuchar las palabras a las que ha comenzado a dar
discurso la persona que se encarga de oficiar la ceremonia. Los instantes que
hasta ahora había vivido al lado de ella se plasman como un paisaje ante mis
ojos, llenos de magia, de grandiosidad, me hacen olvidar en dónde es que me
encuentro con ella, y me obligan a ignorar todo lo demás.
Todo,
menos un par de ojos. Un par de lagunas grises que, sin dejar de desearlo, no
se esfuman de mi mente.
—Y es así entonces... Amigos, familiares,
estamos hoy aquí reunidos para celebrar la unión de Ross y Emily—el sacerdote
frente a nosotros infiere ante todos en el lugar, derrochando serenidad, dando
por sentado que más que nada, la perfección habita en el instante, y que nada
malo cabría dentro de una posibilidad, ¿Pero, qué diablos estaba ocurriendo
conmigo?—. Y que la felicidad que compartimos hoy con ellos les acompañe hoy, y
para siempre.
Emily lo
vislumbra a él ansiosa, expectante por dar el siguiente paso. Y yo... yo no
dejo, no logro renunciar a buscar ése otro par de ojos que no se dignan a
desaparecer. No lo comprendo, o no quiero siquiera entender, el por qué de mi
anhelo por estar mirando a otros ojos en este momento.
—...Emily—el sacerdote opta por
continuar—, repite conmigo: Yo Emily...
—Yo,
Emily...—repite sus palabras ante mí.
—...Te tomo a ti, Ross...
—Te
tomo a ti, Ross...
—...Como legitimo esposo en la salud y en la
enfermedad, y así hasta que la muerte nos separe.
Sus ojos
avellana descansan sobre mí antes de proseguir, con un brillo en su sonrisa que
me brinda sensaciones hermosas, que hace estática la realidad. Y en un suplicio
le ruego a mi subconsciente que se adentre hacia ello, que la mire a ella y que
no desee mirar a nadie más. ¿En qué he estado fallando hasta ahora? ¿Por qué no
puedo concentrarme lo suficiente en ella? Por mi vida que mi intención es
intentarlo. Por mi amor a ella es que no pueden caber dudas al continuar.
Estoy perdido. Hundido por mucho.
—...Como mi legitimo esposo en la salud y
en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.
La
sonrisa y mirada penetrante del sacerdote me incitan a mirarle.
—Y ahora, Ross—murmura—, repite conmigo: Yo Ross...
—Yo,
Ross...
Repito,
con un agujero en mis pensamientos, con el corazón a punto de escaparse de mis
labios, sintiendo las miradas de todas y cada una de las miradas presentes
sobre mí. Me juraría a mí mismo, si me aventuro a mirar a Rachel, así sea por
una fracción de segundo, estaría perdido.
—...Te tomo a ti, Emily...
Él
vocifera con orgullo, incitándome. Y el amor que Emily derrama de su mirada
duele de pronto, y lo hace como los mil demonios.
Un nudo
en mi garganta crece en mi interior. Pero no de tristeza, sino de emoción.
Emoción por ella, por la situación. Como si mi alma quisiera escapar de mi
cuerpo por no seguir conteniendo este ardor que supura por dentro, y mi
garganta se cierra para no dejarlo salir. Como si el próximo paso dependiera de
ello, como si dejarlo salir fuera la peor condena de todas. Pero entonces, se
hace incontenible, asfixiante, y trata de buscar otras salidas convirtiéndose
en habla por brotar de mis labios. Algo que no puedo evitar.
Un
susurro... un susurro que está por volverse en prófugo de mi voluntad.
—...Te tomo a ti, Rachel.
Diooooooooooooooooooooos! Este capitulo es mas de lo que mi corazón puede soportaaaaar! Me encanta la manera en que Michael y Rach se miran, se hablan, se aman... es simplemente hermosooo!
ResponderEliminarRooss... no entiendo que diablos sucedió en que momento el se perdió como lo acaba de hacer, yo se que el sigue amando a Rach, aunque aveces demuestre lo contrario, creo que es bastante obvio!! Kat, te juro que contaba los días para leer este capitulo, estaba que me moría esperando por el! Pero como siempre imagino mal y me encanta y me emociono mucho mas de lo que llegué a imaginar! Muchísimas gracias por esta historia, linda. Eres increíble! Esperare con ansias el próximo capitulo! Besos <3
OOOOOHHHH DIOS OH NO NO NO NO...esto es demasiado...no puedo...solo...buen capítulo...
ResponderEliminarSin palabras...
ResponderEliminarSencillamente glorioso.
PD: Pobre, pobre Ross.