—Quedó perfecta, ¿No es así?
Me acerco
a ella así esté dándome la espalda, y mis brazos se pasean alrededor de su
cintura casi al mismo tiempo en que mis palabras dejan de resonar. Sus manos
encuentran las mías ahí, y nuestros dedos se entrelazan unos con otros de una
forma tan mecánica e instintiva, que no me deja con más que disfrutarle. De
saborear nuestra soledad compartida.
Habían transcurrido
ya dos semanas desde que le he propuesto mudarse, una sola de que Monica se
marchó, y ni un solo momento, desde que todas sus pertenencias habían arribado
a Neverland, en el que no hemos dejado de organizar las cosas restantes en su
habitación. Las que no han podido caber de ninguna manera humana posible en la
nuestra. Cargando, limpiando, haciendo lugar, y deshaciéndonos de otras cosas.
Viejas memorias se van y otras nuevas llegan para quedarse toda la vida.
Ahora, sí
que le tendría para mí. Cerca para cuidar del bienestar de mi luz, para tenerla
sin horarios ni restricciones. Esas malditas separaciones se acabarían
definitivamente.
Escucho
un leve suspiro desprenderse de sus labios, al tiempo en que su vista se pierde
de forma alucinada, maravillada por cada atisbo de la habitación.
—¿En
verdad lo crees?—inquiere serena, y mientras apretuja mis manos, yo me aventuro
a apoyar mi barbilla por encima de su hombro relajado para poder anhelarla aún
más—. Y tenía tanto miedo de que luciera como mi vieja habitación de casa de
mis padres.
No puedo
evitar reír. Ella entonces se gira hacia mí para encararme y sin dejar ir sus
cinturas de mi seguridad, lo primero de lo que sus ojos me dejan enterarme es
de sus brazos enredándose en torno a mi cuello. De verla respirar cerca de mí,
y de sentir el leve roce que deja entre mis labios.
—Pero luego,
he creído que, con lo bellísimo que Neverland es—con un tierno despiste entre
susurros, me vuelve a besar—, es imposible que se le haya pegado el mal gusto
en decoración que solía tener mi alcoba.
—¿Tan mal había sido?
Aparenta
meditarlo, sólo por un instante.
—No era
una completa pesadilla, pero... Diré que solía ser como una combinación de
afiches de novelas de televisión, junto con calcas y memorabilia de John
Travolta y todo el elenco de Grease.
—¿Ninguna
fotografía mía por ahí?—pregunto en mi intento por fingir lucir indignado—. ¿Ni
siquiera arrumbada debajo de la cama? ¿O en el espejo del baño?
Ella se
ríe de pronto.
—Oh...—susurra—.
Créeme, que quien tenía un sinfín de fotografías tuyas en su habitación era la
pequeña Monica. En la pared, detrás de su puerta, en el espejo, o incluso
debajo de su almohada... —sin darme cuenta, una de sus manos ya se paseaba por
mi cabello, acomodaba un pequeño rizo que se había esfumado de su sitio antes,
me hace estremecer—. La verdad es que yo había seguido tu trayectoria de una
manera más sutil que ella.
—Quizá
demasiado sutil. Apuesto a que ni siquiera sabías de mis álbumes hasta ese
tiempo.
Ella
suaviza su gesto y, sin más, me sonríe de nuevo. Incluso pese al tono de
amargura falsa que le he pintado. Sus labios se vuelven a posar sobre los míos
con cuidado, con fragilidad. Como si midiera las reacciones de la debilidad que
me puede ocasionar. Y yo estaba seguro de que ella bien conocía la bruma que
dejaba su esencia sobre mi piel, el cómo me embelesa sin remedio.
Me
abandona la determinación apenas ella vuelve a mirarme.
—...Apuesto
a que la vida me tenía preparado algo indeciblemente mejor para mi futuro
contigo.
—Créeme
que, a mí es a quien le ha sentado de maravilla—murmuro, apegándome a su
cabello, oliéndolo. Cerrando mis ojos ante la sensación—. Cientos de miles de
millones de veces mejor.
—Hay
veces en que...—su apenas audible voz se clava en un lugar entumido, que no me
deja concentrar mientras le noto jugueteando con cada uno de los primeros
ojales de mi camisa—. Despierto, estoy a tu lado, tus brazos rodean mi cuerpo
y, aún así... me cuesta creerlo.
—¿Por
qué?—frunzo el ceño hacia ella, abatido y apretando los dientes—. ¿Luego de
tanto tiempo?
Me decae
el cesar de su voz, y el cómo permanece mirándome. Me encuentro a mí mismo
apreciándola como un tonto embrujado por la forma en que esos ojos grises
niegan preocupados frente a mí.
—Es sólo
que... eres más que perfecto para ser real, ¿Sabes? Solía sentirme tan
ordinaria a tu lado, tan insignificante en comparación que, este mismo punto en
el que estamos ahora, me era inimaginable.
Me obligo
a incorporarme a la par, y así poder apreciarla con el detenimiento que sé ella
se merece. La observo, y no dudo en detenerme en su vientre ligeramente
abultado. Para tomarlo, palparlo, rozarlo y volver a engendrar sólo un vestigio
de realidad. De sentir habitando dentro de ella la fusión de lo que llegamos a
sentir uno por el otro, de lo mucho que la amo.
Es
implacable, simplemente maravilloso, poder vivir cada momento mágico al lado de
ella, notar cómo cada día crece su pequeño vientre, ir presenciando sus
cambios, su cuerpo esbelto abultarse.
—Pero es
la verdad—me encojo de hombros, negando débilmente—. Tu realidad, se ha vuelto
mía; la mía se ha vuelto tuya. Y sólo dentro de algunos meses... De otra
personita también.
Sus manos
encuentran las mías aún en el mismo sitio, mientras seguía dándole pequeños
roces que le harían tranquilizarse de a poco.
—De otro par de ojos marrones y
exquisitos como los tuyos—susurra.
—O quizá
grises. Tal vez, un rostro tan bellísimo que pueda igualar al tuyo—le digo, con
seguridad. El comentario hace sus mejillas enrojecer. Me hace derretirme por
dentro.
—Se
parezca a mí, o se parezca a ti—repone—. Le amaría con la misma magnitud con la
que a ti te amo.
—Igual que yo, pequeña.
De pronto
un gruñido se esfuma desde la altura de su estómago. Reímos a la par, y ella al
mismo tiempo fulmina su propio cuerpo con una mirada despectiva. Es de esos
sonidos que nos hacen ver que todo ha terminado.
—Eso, si
no me comes vivo primero—paso mi dedo índice por la punta de su nariz,
haciéndola reaccionar.
—No te aseguro nada—se bufa—. Con
eso de que estoy comiendo por dos.
—Hace
rato que he percibido el olor a estofado desde la cocina. Quizá ya todo listo
nos espera allá abajo. Podríamos comer, luego salir a caminar por los jardines
un momento, regresar, y mirar películas en nuestra habitación, o...—y vuelvo
entonces a besar sus labios, a jugar con su interior, a esparcir con mi boca
caricias relajantes por toda su carnosidad agrietada—. Podríamos hacer algo
más. Lo que sea que te tenga para mí sólo.
—Me fascinaría
en verdad—musita tan cerca de mis labios, con sus brazos recuperando su lugar
alrededor de mi cuello, mientras nuestros cuerpos aferrados se comienzan a
mecer, a danzar ante una leve melodía invisible que sólo existía cuando
estábamos juntos—. A veces, me planteas las más desgarradoras tentativas.
La
ocurrencia me hace lanzar un quejido insinuante que no puedo pretender por
mucho antes de que mis risas lo vuelvan a arruinar. Ella luego se incorpora y
dolorosamente, le miro un poco más seria al tiempo en que empieza a alejarse.
—Sólo que, no sé si podrá ser—musita.
—¿Por qué?
Sonríe,
tímida.
—Nos he... planeado otra cosa para
esta tarde.
—¿En verdad?—me cruzo de brazos al
mismo tiempo—. ¿Qué es?
—Es una
sorpresa... en realidad—dice, torpemente—. Algo como, como un método para
enmendar algunos malentendidos del pasado.
—Está
bien... —articulo con sarcasmo una expresión de seguridad—. Si tu objetivo
fuese confundirme sobremanera, Rachel, entonces lo estás logrando.
Aquello
último la deja con un aire más distraído, un tanto burlón.
—Sólo
ven...—murmura al final, halando ya de mi mano sin siquiera haberle advertido
primero.
Sin
detenernos, y cuidando más de sus propios pasos que de los míos, me lleva con
prisa hacia el primer piso. Al pasearnos por el pasillo central de la casa, el
aroma de antes se vuelve más real, más penetrante contra mi mente y mis horas
de ayuno desde esta madrugada. Huele delicioso. ¿Cómo es que ella no se ha
lanzado contra ese estofado aún? Y en cambio se nota tan despreocupada, tan
ajena a la situación, que no me percato del cómo o por qué, hemos llegado
directos al recibidor de la entrada principal.
No puedo
contener siquiera las miles de preguntas que avispan mi mente en el momento en
que vuelve a posar su mirada en la mía.
—De
hecho...—al escucharla, me pongo a apreciarla igual, e inmediatamente le pongo
el gesto de confusión más impregnable que sé puedo articular—. Yo he pedido que
preparen ese estofado antes.
—¿En serio?—inquiero.
Tan sólo
asiente, y luchando por mantener mi mirada, nerviosa indudablemente.
—De
acuerdo—sus manos se van entumecidas hasta la altura de sus labios—. Por favor,
no te asustes, ¿Bien?
Arrugo
asustado la frente. No. Y no enterarme de nada sólo hacía todo lo demás mucho
peor.
—Vamos,
linda...—pretendo relucir calma en mi voz, así me esté consumiendo por dentro—.
Sólo dime, ¿Qué es lo que ocurre?
—Bueno,
es sólo que...—suspira. Deja de mirarme tras el primer intento—. Hace unas
semanas, me has dicho que sentías emoción por presentarme a alguien especial y,
ya sabes, por una u otra razón, aquello jamás pudo ser. Y, el problema es que
me he sentido bastante mal luego de ello. Porque sabía la ilusión que te hizo
al principio.
Aguarda
un poco entre tanto silencio. ¿Buscando que me tranquilice? ¿Que no perdiera
los estribos? No puede ser. No ahora. No lo que pienso.
Resopla,
abatida. Sé que va a continuar.
—E-es... por eso que he invitado a
Lisa Marie a que coma con nosotros.
—¿Qué...?
Niego,
desconcertado sobremanera, turbado como nunca antes. Enseguida vuelvo a
hundirme en sus ojos finos y atolondrados, ansioso y sin entender muy bien su
por qué, sin comprender la razón por la que todo esto le ha hecho desembocar en
una solución tal. En cambio ella, sólo me sonríe, y aprieto los puños
profundamente perturbado.
¿Por qué
pensar en Lisa me pone así de pronto? ¿Cómo es que la mera idea de imaginarlas
a ambas en la misma habitación me destruía el juicio, si antes no esperaba la
hora de que se conocieran? ¿Qué está ocurriendo siquiera? Maldición.
—Rachel...—algo
dentro de mi mente explotó, me obliga a volver a concentrarme en el presente—.
¿Cómo es que...?
—...Ha
sido bastante sencillo, en realidad—ella tan sólo sigue sonriendo como una niña
pequeña—. No creerás que ha bastado con sólo una llamada telefónica. John me ha
dado el número, me he hecho pasar por su secretaria personal y, ¡Listo! Ha
accedido de una sola vez.
—Aguarda... ¿No le has dicho quién
eres en realidad?
—Creí que
sería un poco abrumador mencionarlo por teléfono—vuelve a acercarse con toda
determinación hacia mí, y a duras penas advierto la forma suave en que sus
manos buscan las mías—. Quédate tranquilo, se lo diremos en cuanto pueda
conocerla. ¿Sí?
Pero aún
así me cuesta volverla a mirar, batallo, sin comprender el por qué, para
reaccionar correctamente y que mis pensamientos dejen por fin de estar en
blanco.
—Sabes
que...—la encaro entonces, murmurando débil—. No era realmente necesario,
pequeña.
—Lo sé—intenta
reconfortarme con una nueva sonrisa—. Pero recuerdo entonces esa llamada
telefónica, el cómo sonaba tu voz ante la idea de que pudieses presentarme con
ella que... No lo podía dejar pasar.
Sus ojos
perturbados me dejan sin habla, sin el intento reposando en mi mente. Y sí que
le diría algo más, al cabo del tiempo que me tomase para poder recuperarme.
Pero el timbre suena entonces, y me olvido de todo lo demás. Me deshago incluso
de la esperanza de que mi corazón volviera a su ritmo de siempre.
Sus manos
me dejan ir al instante.
—Debe ser
ella—su voz, más que hacia mí, sale disparada contra el cristal de la
ventanilla en la pesada puerta de madera. Lleva cada mano en torno a su sien al
mirar, como si tratara de ubicar con mayor detenimiento la imagen que se
disipaba al exterior. Un fuerte suspiro se le escapa de pronto—. Dios... y luce
tan bien.
Aún
sobresaltada, vuelve a virar hacia mí.
—¿Cómo
luzco?—inquiere entretanto, primero acomodándose un par de mechones de cabello
rebeldes, y luego mostrándome con ayuda de sus palmas abiertas su figura fina e
impregnada de movimientos entrecortados.
—Hermosa...—musito
a penas, entre una boca seca, la respiración faltante—. Como siempre.
Se limita
a sonreírme un tanto nerviosa. Tan sólo un segundo antes de verla girarse para
tomar temblorosa el pomo de la puerta con ambas manos.
Siento mi
aliento destruirse ahí, entrecortarse, mi sangre se hiela pero mis mejillas
arden como si estuviesen a punto de explotar, mis movimientos no mecanizan
correctamente. Así que, con el corazón comprimido, adolorido, sigo con la vista
a Rachel abriendo la puerta más allá, percatándome de que no dejaría de
sentirme tenso pasara lo que pasara. No dejaría de estar desconcertado hasta la
médula.
—¡Hola!—Rachel
le recibe casi al instante mostrándole no más que una de sus sonrisas más
radiantes.
De reojo,
y aún con mi habla suprimida, vislumbro a Lisa gesticulando un rostro de extrañez
al devolverle la mirada. Reacciona, y por fin, termina con una sonrisa
renaciente en el momento en que sé que me ha ubicado ahí también.
—H-hola...—replica,
mesándose con elegancia algunos cabellos que caen de forma femenina sobre sus
hombros—. Lo lamento, creo que me he demorado un poco en llegar.
Me obligo
de sólo una a volver a ubicarlas a ambas de nuevo. Abriendo mis ojos no sin
dejar de percibir temor, la sensación de que todo podría salir diferente a lo
planeado en cualquier momento. Pero al fijarme, no puedo evitar analizar la
imagen que Lisa desprende de sí esta vez. Noto de inmediato lo atractiva que
luce ahora, diferente a la vez anterior, pero por mucho, llamativa. Con un
conjunto negro que, aunque informal, le sienta irremediablemente a la
perfección. Maquillaje un poco más sutil, sus ojos más abiertos, más brillantes
de por sí. Oscura, pero más viva que nunca; y de nuevo ese aguijonazo intenta
renacer, que sin comprenderlo, volvió también a intrigarme.
Escucho
un tierno bufido lanzado al aire.
—No te
preocupes... Soy Rachel—sonriente, ella le tiende una mano sin dejar de hablar.
Expectante, más radiante y brillante aún—. Es un inmenso honor conocerte.
Lisa
entrecierra sus ojos por un momento antes de reaccionar. Una demora, en la que su
mano no va a encontrar a la de Rachel, y que casi logra asesinarme sin piedad.
Casi. Luego de un puñado de eternos segundos, por fin, vislumbro su mano ceder.
—Encantada—Lisa
termina de estrechar su mano con suavidad, sólo antes de fruncir el ceño con extrañez
y señalarla de pronto—. Eres quien... ha llamado por teléfono, ¿No es así?
—Así es—Rachel
replica entre risitas, frotando su cabeza un poco apenada—. Me alegra mucho que
hayas podido llegar.
La ayuda
a pasar cerrando la enorme puerta detrás. Y la invita a acercarse, a
aproximarse aún más hacia mí.
¿Por qué
me siento tan ajeno? ¿Por qué ella aún... no se ha dedicado a mirarme siquiera?
—La casa
es hermosa de verdad—Lisa comenta tranquila, con su vista paseándose por cada
rincón de la estancia—. No he podido parar de mirarla desde que conocí el
jardín principal.
—Lo sé—Rachel
repone con una sonrisa—, Michael tiene el gusto más exquisito para decorar.
Seguro lo recuerdas.
Entonces
sucede. Miro a Lisa alzar su vista hasta mis ojos, sus lagunas perforan mi
integridad pero su rostro no cambia del todo, permanece tenso, contenido. Me
hace sentir su incertidumbre sin siquiera ser consciente de ello.
—Por supuesto que sí—musita—.
Vívidamente.
Me obligo
a mí mismo a sonreír, mientras alzo una mano para poder saludarla de forma
correcta.
—Hola, Lisa... Bienvenida a
Neverland. Me da gusto verte de nuevo.
Maldición,
no dejo de sentirme estúpido. No dejo de sentirla incómoda a ella.
—Te aseguro que a mí también.
Me
corresponde el leve apretón, y como si fuera polvo disipándose en el aire el
silencio vuelve a impregnar la habitación. No me doy cuenta siquiera del
momento en que Rachel se dirige hacia mí, y con delicadeza se aventura a tomar
de mi brazo. Y no es su tacto lo que siento, sino el duro martillear de mi
corazón. Me pesa la incertidumbre que puede recaer en la mente de Lisa al
vislumbrar aquello.
—De
hecho, esto ha sido una sorpresa para Michael también—risitas brotan de los
labios de Rachel—. Él se ha enterado de tu visita un par de segundos antes de
que entraras por la puerta.
—¿En serio?—Lisa inquiere frente a
nosotros.
—Sí...—esta
vez, yo me encargo de reponer. Me encontraba ausente, en todos los sentidos
posibles desde hace rato—. Se lo guardó, quién sabe por cuánto tiempo y justo
me lo ha tenido que decir.
La forma
en que la mano delicada de Rachel hala de la mía me ayuda a reaccionar entre
toda esa pesadez, y me pongo a no más que sonreírle de nuevo. Mi mirada vuelve
a ella, y tan imposible como suena, todo el alivio vuelve a renacerme a flor de
piel. Le sonrío, me sonríe, y por un instante nos vuelvo a presentir realmente
solos.
Quizá
tenía que tranquilizarme. Por ella. Por nosotros.
—¿Hace ya
mucho tiempo que trabajan juntos?—escucho a Lisa preguntar más allá. Me giro, y
noto de primera mano la forma en que ha hablado, más no ha dejado de contemplar
la mano de Rachel aún unida a la mía.
—Ah...—bisbiseo—. No, lo que ocurre
es que...
—...Es
que aún hay algo que no te he dicho por teléfono—Rachel se apura a decir.
Lisa
niega extrañada entonces, con una sonrisa que roza lo indescifrable y se cruza
de brazos. Pareciendo ida al cabo de que sus ojos vuelven a posarse ausentes
sobre los de Rachel. Y me percato de que ninguna de las dos piensa añadir nada
más. Tomo aire, cierro los ojos, me obligo a aterrizar en la realidad.
—Rachel... es mi pareja.
La
percibo a ella sonriendo plena a mi lado, aún con su mano aferrando la mía. Y
mientras tanto, no puedo dejar de sentir mi voluntad destruida al notar cómo le
es imposible a Lisa ocultar el desconcierto. Jamás, dentro de lo que soy, de
todo lo que creo, había imaginado el mísero momento en el que presentar a
Rachel así, como el lugar que toma en mi vida, me haría sentir débil...
vulnerable.
—Jamás...—Lisa
pronuncia débil, aclarando su garganta repetidas veces hasta poder formular una
palabra correctamente—. Jamás lo hubiera creído. Yo, ah...
Alzo mi
vista de nuevo hacia ella. De nuevo, y sin poder creerlo. ¿Qué había sucedido
con aquella chica que no paraba de reír en el restaurante? Esa que sonreía, esa
que conversó fluidamente conmigo sin reparos, esa que lució... relajada.
—¿Cuánto tiempo es que ha...?
—Cinco
años—Rachel me saca de mis pensamientos al contestar—. Bueno... la verdad es que
este año, en Agosto, se cumplirán seis.
—Es
muchísimo tiempo—Lisa asiente de forma vaga—. Felicidades a ambos.
—Gracias—añado al final, preso de
toda incertidumbre.
—Muy
bien... —de un pequeño saltito, Rachel reacciona entusiasta. Su mano de pronto
deja la mía ir y me ocupo sin más a notar que Lisa no ha reaccionado ni en lo
más mínimo. Y no puedo dejar de mirarla, no me canso de estudiarla aún—. No sé
ustedes pero, en realidad estoy muriendo de hambre. ¿Les apetece comenzar? Hay
un estofado estupendo aguardando por nosotros en el comedor. Seguro te encanta,
Lisa. Es algo así como... una tarde especial porque estás acompañándonos.
—Gracias,
Rachel—Lisa pinta una sonrisa que deja mucho qué desear—. Vayamos, entonces.
¿No?
—Perfecto—Rachel
asiente, aún con el brillo tomando sus ojos, justo antes de adelantarse y
comenzar a andar directa en torno a la cocina, y sin mirar atrás.
Lisa se
vuelve sólo más ausente desde que Rachel nos deja solos. La vislumbro sólo por
un momento, pero aún así, no gano su mirada de nuevo.
Saberla
postrada ahí, desprotegida, insegura, me hace sentir indefenso. Y sin embargo,
al mirarla respirando quedamente y concentrada en evitar mi mirada, me convenzo
aún más de lo difícil que será para mí atravesar esta tarde sin sentirme
comprometido, y sin hacer que ese par de sonrisas hermosas dejen de estar
extendidas para mí.
Rendido,
dejo un suspiro salir. Y no se me ocurre caminar hasta que Lisa anda delante de
mí por la dirección en la que Rachel nos ha dejado. Una vez en el comedor, no
perdemos más tiempo para disfrutar del platillo que nos habían preparado.
Rachel, para mi sorpresa, inconscientemente hace esa expresión turbada
desaparecer del rostro de Lisa al incitarla a hablar, al hacerse digna de
conocerse una a la otra. Ambas charlan con una naturaleza, y simpleza tal, que
me es difícil concebir que tienen cerca de una hora de haberse encontrado.
Ríen, se expresan, se mueven cercanas, comparten algún rasgo de reciprocidad
que no alcanzo a comprender. Son parecidas, pero imperfectamente desiguales. Es
entonces que, me doy cuenta de que la tortura apenas y comienza.
No puedo
dejar de mirarlas a ambas, de disfrutarlas juntas. No puedo ponerme a hacer
otra cosa que no sea compararlas.
Lisa
habla, y parece ser fría como el hielo, lejana, imposible de convencer,
mientras que Rachel podía ser una fachada que sólo con un par de besos cedería
sin pensarlo dos veces. Lisa luce elegante hasta lo indecible con la forma en
que utiliza ese sutil maquillaje, sus ojos verdes resaltan y me obligan a ser
simplemente indiferente a la razón por la que no puedo dejar de verlos, de
sentirme atraído hacia ellos. Rachel, ella no es de las que usa mucho
maquillaje. Ella más bien, resalta su belleza natural, es de las que maquillan
su cara con sonrisas y hace que sus ojos grises brillen en extremo. Con
expresiones hermosas, luminiscencia que ya es vital para mí.
Si Rachel
es mi poesía, Lisa es literata. Rachel es como la creación, Lisa como el
cosmos. Rachel era esencia, Lisa realidad. Una gris, y la otra arcoíris.
Espeluznante, y vida, mi vida.
Rachel;
insoportablemente perfecta, endemoniadamente mía, y hermosa. Paz, y serenidad.
Lisa;
imperfectamente feliz, exageradamente ella. Tormentas bellas y caos donde
quiera que pisara.
Un
misterio indiscutiblemente, uno que tenía que conocer. Dolorosamente.
—Casi lo
olvido...—pestañeo pese al cambio en la tonalidad pesada de Lisa al hablar. De
una, se pone de pie para dirigirse hacia el pequeño perchero en el que había
dejado meciendo su bolso, y de éste, toma una botella de vino antes de volverse
a su asiento de antes. Casi me atraganto con mi propio aliento al observarle;
es el mismo vino que nos han servido en la cena que tuve con ella—. Lo he
escogido al salir de casa. Creí... que sería un detalle de agradecimiento por
invitarme a venir.
—Gracias,
Lisa—un tanto nervioso, me animo a contestar. No quería que mi actitud
pesimista la intrigara demasiado—. Es un increíble detalle de parte tuya.
—Y es
preciosa la botella—Rachel añade, sentada a mi lado. Está muy concentrada
observando la lujosa botella de Mâcon
sostenida por Lisa—. Jamás había visto antes esta clase de vinos.
—Suelen
servirlo con frecuencia en un restaurante cercano al centro de Los Angeles—las
palabras de Lisa contestaban a Rachel, no obstante, jamás deja de observarme a
mí. Con sus ojos verdes y aturdidos seguía doblegándome, manteniéndome en vilo—.
El sabor es bastante agradable.
No puedo
hablar, no puedo reaccionar, no soy capaz de nada, más que de mirarla.
Continuar estudiándola entre tanto silencio. No al menos, hasta que ella parece
zafarse del trance, o hasta que parece que se obliga a ella misma a hacerlo
así.
—¿Qué me
dicen?—repone alzando indolente la botella entre sus manos—. ¿Lo abrimos?
—Claro—Rachel
musita asintiendo. Al instante, ya le noto de pie y caminando hacia la cocina
para tomar algo de una de las gavetas más altas. Algo que ni Lisa ni yo
apreciamos bien, sino hasta que vuelve a nosotros. Son copas de cristal. Sólo dos
copas—. Adelante, por favor.
Lisa
observa a Rachel con detenimiento, torciendo el gesto por la confusión.
—Rachel, tú...—titubea—. ¿No querrás
probar un poco?
—Oh...—unas
risitas surgen de sus pequeños labios. Toma mi mano, me busca con la mirada atolondrada
y dulce mientras soy capaz de procesar lo que quizá se vendría a continuación.
Me aferro a ella sin problema, sin pensármelo siquiera—. Es que... no creo que
sea buena idea. No me gustaría tentar a la suerte, no sé qué tan dañino sería
un vino tinto para el bebé.
—¿Qué...?—la sonrisa vaga de Lisa se
desvanece simplemente.
Rachel
sonríe junto a mí, tímida. Algo dentro de mi cabeza se había descolocado, como
si me hubiese desconectado de lo que presenciaba frente a mí. El corazón, al
vislumbrar la expresión de Lisa, me martillea tan fuerte que puedo escucharlo
en mi mente y mis pulmones se sienten apretujados dentro de mi pecho. Sólo soy
capaz de repetir aquellas últimas palabras dentro de mi cabeza.
—Están...—Lisa
pestañea como si estuviese aturdida, como si no lo creyera ni por poco—. ¿Están
esperando un bebé?
—...Sí—después
de todo, los ojos de Rachel vuelven a centellar al tiempo en que percibo cómo
su mano apretuja de forma más poderosa la mía.
Y Lisa
continúa. No deja de negar, de encogerse de hombros.
—Es que
es inapreciable—murmura en un hilo de voz—. No lo hubiera pensado...
—A duras
penas vamos por las quince semanas—le digo, casi en un susurro, pero con una
apreciable claridad—. Aún es difícil de notar.
Asiente
despacio entonces, tornándose más pensativa que segura. Rachel, ante la
reacción, no puede evitar poner una expresión de leve extrañez hacia Lisa.
No puedo
evitar sentirme paralizado.
—En ese
caso... Felicidades. A ambos—dice Lisa, con una simpleza tranquilizadora.
—...Gracias,
Lisa—asiento con cuidado hacia ella. Tratando de no permanecer mucho tiempo al
alcance de su mirada.
Lisa
añade otra razón a mi interminable lista de razones por las que la velada no
parece ser real al buscar la mano titubeante de Rachel sobre la superficie de
la mesa. El aliento se me entrecorta. Observo la acción, muero de miedo, pero
aún así no pienso siquiera en actuar o entrometerme. Es una imagen gélida, pero
sublime para mí.
Rachel,
igual que yo, sólo la mira. Mece su rostro con cuidado sin ocultar el
desconcierto.
—Yo tengo
dos pequeños en casa—Lisa comienza a decir. No mira a Rachel, mira sólo sus
manos unidas—. Créeme cuando te digo que, ese bebé creciéndote dentro, es una
tremenda ilusión, un brillo inigualable, uno con una luz tan incandescente pero
tan hermosa, que jamás te cansarás de mirar—justo antes de terminar, es que
ahora decide mirarnos a ambos—. Están a punto de iniciar el mejor viaje de
todas sus vidas.
—Lisa...—Rachel
musita su nombre sin tardar—. G-gracias...
Le sonríe
entonces, con sus ojos grises descolocados sobre el rostro serio de Lisa.
Sonriendo, como en ningún otro momento de nuestra tarde lo había hecho. Es como
si aquellas palabras de Lisa la hubieran embelesado, como si la hubiesen hecho
despertar. A mí, me ahogaron. Me dejaron sin recursos o salidas, sin estribos.
Mis sentidos estaban ya demasiado despiertos pero yo... demasiado asustado.
Intrigado por el efecto que me puedo llevar. Frustrado.
Me
trastornan, a tal punto que si no hubiera sido porque ahora es el teléfono
cercano lo que comienza a sonar, en ningún jodido momento hubiera reaccionado.
—Oh, lo
siento—Rachel se incorpora, deja mi mano suspendida en el aire, y se pone de
pie, todo en menos de un instante—. La llamada es para mí. Por favor, sigan
adelante con el vino. Yo... en cuanto termine volveré y, podremos charlar. ¿Sí?
Sólo espero no tardar demasiado.
—Descuida—Lisa asiente con ella.
—Rach—la
detengo en el acto, justo antes de que ya tenía propuesto comenzarse a alejar—,
¿Todo bien?
—Esperaba
una llamada de mi jefe en Nueva York. El señor Zelner aún tiene pendiente
enviarme algunos documentos que ocuparé aquí para trabajar—su tono se apresura
al hablar, se apura a cada repiqueteo del teléfono que vuelve a sonar de fondo,
a cada palabra que dice con un paso más alejada de mí—. No es ningún problema.
Ahora regreso.
Sin más,
sus pasos titubeantes la dirigieron en dirección a la estancia. Dobla la
esquina luego de una habitación, y desaparece de mi vista al instante, junto
con el sonido del teléfono propagándose por todo el lugar.
Lisa y
yo, nos hemos quedado solos. Con un silencio reinante y que se mezcla con el
leve sonido de sus uñas arregladas golpeteando rítmicamente la superficie de
nuestra mesa. Mi mirada se destruye, no puedo ni pasar saliva por lo seca que
llevo mi boca, no la quiero mirar, por miedo a obrar una tontería.
Un
resople exasperante aparece. Me obligo a volverla a mirar.
—He
viajado más de dos horas en carretera para venir a encontrarme con el Michael
que me ha hecho reír como hacía mucho en ese restaurante. Que me hizo sentir
ligera, contenta, y plena por un puñado de horas... ¿Estará él aquí de
casualidad?
De
repente, puedo advertir cómo una sonrisa nace en mi rostro. Una pequeña, pero
sin duda sincera. No lo concibo, pero parece que me ha pesado ahora menos el
mirarla.
—Ni
siquiera lo sé—replico con desgane, encogiéndome de hombros—. Podríamos
intentar llamarle pero, no sé si él aparecería luego.
Nos
quedamos mirando así por unos segundos. Trato de contagiarle mi sonrisa, pero
no funciona. Nada ya iba a funcionar.
—Aquella
noche, en el restaurante—me mira de reojo, acomodando un mechón de su cabello
cobrizo tras la oreja—. ¿Por qué ella no ha aparecido contigo?
—Habíamos
discutido una noche antes—admito no sin dificultad—. Había sido... bastante
serio.
—Así que has decidido ir tú sólo
conmigo por despecho a ella.
—No, por
supuesto que no—después de cuánto habíamos progresado, mi sonrisa pereció—. Las
cosas han sido completamente diferentes a ello.
—Agradecería
una explicación, entonces—espeta despistada, pero sin dejar de mirarme—. Porque
concuerdo contigo; las cosas son bastante diferentes a lo que yo había
pensado... Tienes pareja, y un bebé en puerta. Es un detalle bastante grande
para ser ocultado, a mi parecer.
Mis ojos,
de estar en pos de los suyos se desploman hasta volverse hacia mis dedos
anudándose sobre mi regazo. Asintiendo, completamente vencido. La pregunta de
si ella me reclamaría por haberle ocultado a Rachel rondó por mi mente desde el
momento en el que nos despedimos en el restaurante. Tanto que igual, desde el
mismo momento, me imaginé cómo iba a ser el confesárselo. Cómo es que ella...
iba a reaccionar.
Trago
saliva. Las palabras, excusas, pensamientos se van dibujando en mi mente pero
no puedo hacerlos salir. No hay nada que sirva en realidad para acallar su
incertidumbre, su enojo.
—Lisa,
yo...—un suspiro se me escapa entre palabras—. Lamento tanto si te he dado una
impresión equivocada.
Ahí está,
permanece sólo negando, evitando mirarme de nuevo. Nuestras conversaciones de
antes, las confesiones, las risas, los secretos, aquellas miradas, el impacto
que tenerla cerca había tenido en mí, el cómo cambié tanto al estar rodeado
sólo de ella. Ese puñado de horas grandiosas de nuestra pequeña cena se
estrellan en mi mente sin dar aviso. Sin dejarme ser.
—No te
disculpes—musita, y reacciono de nuevo al instante en que me vuelve a encarar—.
Yo he sido quien lo malinterpretó y fue mi error, no el tuyo.
Y el
silencio vuelve. Arde, quema como no lo
había hecho antes.
—...Es
sólo que—prosigue—, pensé que estaba comenzando a conocer al verdadero Michael.
El que no elabora un personaje para los que no son íntimos, que no juega a
hacerse la víctima. Pensé que yo... era la única que sabía la realidad, y que
veía a la verdadera persona—sus brazos rodean su esbelto cuerpo a la altura de
su cintura. Está insegura de nuevo. Sus ojos ecuánimes me estudian ya sin
emoción, y dolorosamente provocan el seque de mi boca, la carencia de aliento—.
Llegué a pensar incluso que yo era especial. Que en aquella cena, te habías
abierto ante mí como nunca lo habías hecho con otra persona.
—Pero sí
que me he abierto ante ti, Lisa...—le suelto, sin saber exactamente de dónde
han salido mis palabras—. Te he contado cosas que no le digo a personas que he
terminado de conocer de un día antes. Te has prestado a eso, me has hecho nacer
la necesidad de confesarte todo eso sobre mí. El único asunto es que...
Su risa
no me deja continuar, y al acallar un poco, sólo me observa incisivamente.
—...El único asunto—dice—, es que yo
no había sido la única persona.
Sólo se
me puede ocurrir enmudecer, y lastimarme con el momento. Sólo un segundo luego,
la observo tan normal, vertiendo un poco de vino sobre la copa de cristal que
Rachel le había dejado cerca, y tomando un sorbo diminuto al final.
—Espero
que comprendas que jamás había sido mi intención entrometerme en asuntos en los
que no he sido involucrada—da un sorbo más. Quizá debería ya abandonar la lucha
de querer dejar de concentrarme tanto en ella—. Y si me he comportado así en el
restaurante el otro día... ha sido porque creí que no tenías a nadie más.
—Entonces,
dime ya cómo olvidarlo—me incorporo sobre mi asiento para mirarle mejor, me
inclino y apoyo sobre la superficie que nos separa—. Dime, ¿Hay... alguna
manera de que tú...?
—Tranquilo,
Michael—sonríe, sólo para poder perder de nuevo su vista hacia su copa de
cristal—. No hay por qué olvidar lo que nunca ha sucedido.
Bebe de
nuevo, esta vez hasta la última gota restante de licor. Y, como había sucedido
en el restaurante, lo último en lo que me puedo concentrar es en la fina huella
carmín que deja el color de sus labios sobre el fino cristal.
—Además,
que sepas que no he sido la única que ha malentendido algo aquí—repone tomando
la servilleta de tela para limpiar un poco sus labios. La estudio, sin
disimular el desconcierto—. Yo también soy pésima demostrando mis verdaderos
sentimientos.
—¿Cómo?
—Igual, y
tú también pudiste haberte confundido; podría estar sintiéndome atraída por ti,
podría no haber dejado de pensarte desde aquella noche y tú llegarías a pensar
sin problema que ni siquiera me importas. En lo más mínimo.
Con la
mirada perdida, los ojos bien abiertos y sintiendo que una marea cálida derrite con suma
facilidad todo cuanto habita en mi interior, me quedo ahí, paralizado,
deslumbrado hasta la médula. Esas palabras... Maldición, ¿Y qué planeaba con
ellas? ¿Cuál era su intención? Si es buena idea o no comprenderlo, no me
importó.
Ella me
da una media sonrisa, antes de que su mirada se perdiera en el vacío.
—Rachel...—el
susurro aparece apenas. Débil como si no lo pudiese comprender—. ¿Le quieres?
Sus ojos me vuelven a encontrar.
La
pregunta... sus ojos verdes y atolondrados, mi voz y voluntad inexistentes.
Todo. Todo cuanto Rachel me había brindado hasta este mismo momento para
comprender que yo ya no podría vivir sin ella, los reparos que hizo en mi
corazón, en mi mundo, y que me atarían por siempre con seguridad. Su amor, ya
me pone en una situación sin retorno.
Sí,
porque lo que siento por ella no es simplemente amor, es más. Es
estratosférico. Crece, y crece a cada día en que le tengo cerca y sin detenerse.
Ser consciente de cómo ella jamás intentó escapar, pese al peligro inconsciente
al que le he hecho pasar en ocasiones. Ella se quedó, cuidó de mí. Esperó por
mí aún con ese aviso de colisión, y cuando el desastre ocurrió ella simplemente
se dejó llevar sin detenerse a pensar en razones, en porqués. Y ese motivo...
ese lazo brillante que está engendrándose en pos de su vientre. La fusión de
nuestro amor. La razón por la que nunca, ni al mínimo intento, encontraría las
palabras para hacer justicia a lo que siento por ella.
Y Lisa
ahora, aquí, frente a mí.
Un
pensamiento que se queda a medio camino, un pensamiento que se queda sin
compartir hasta ahora, lo ajena que Lisa es. El cómo... ella no es para mí. No
para hacerme siquiera pensar en la respuesta a su pregunta.
—...La
amo.
Miro cómo
el brillo de sus ojos se opaca por un aire crudo de indiferencia. Y no lo creo.
No cuando sus ojos gritan otra cosa, que siente... algo más al respecto. Que
esperaba por una respuesta desigual.
—Entonces...
supongo que esto contesta también la pregunta que me hiciste antes, en el
restaurante. ¿No?—se encoge de hombros con simpleza, mientras yo la miro
confundido. Dios. Se puede volver tan terca a veces, tan orgullosa y
exasperante, tan... ella—. Si le amas, yo soy realmente feliz con mi matrimonio.
Una
punzada de debilidad me ataca sin más. Y mierda, había olvidado aquella
pregunta. ¿Pero qué tan idiota puedo ser? ¿Voy a parar en algún momento?
—Lisa...
—...Si ella es tu felicidad, yo estoy
feliz por ti.
Un
suspiro inmenso sale de sus labios, y mientras me obligo a reaccionar, me
percato de cómo ella ya se encuentra incorporándose con movimientos medidos y
seguros para acercarse al mismo perchero de antes y tomar su lujoso bolso con
ella. Parece que es incluso una alucinación el mirarla ya, encaminándose hacia
el recibidor principal.
¿Pero,
qué...?
—¿Te vas...?—inquiero
de pronto. Sorprendiéndome a mí mismo, me pongo de pie y me dedico a seguirle
sin esperar. La hago detener, sólo a un par de pasos de la puerta por la que
ella ha arribado antes.
—¿Qué, no
ha sido ya suficiente el castigo?—lanza unas risas despreocupadas—. Debo ir a
casa. Tarde o temprano me necesitan allá.
Se
aproxima más, y toma el picaporte de la puerta con lentitud, como si no
quisiese realmente abrir para poder desaparecer de mi vista.
—Por
favor, discúlpame con ella...—susurra ahora, cabeceando un poco en torno a la
dirección por la que Rachel había desaparecido. Mantiene una expresión de
disculpa e inseguridad, de cierta vergüenza apoderándose de sus ojos—. Tan
sólo, explícale que me he tenido que ir.
Me bufo
ahí, despectivo. Y yo estoy inseguro también. No sé realmente si quiero que se
marche.
—¿Le
explico también que nunca volverás, o eso no hará falta en mencionarlo?
—No lo sé...—musita en paz—. Aún no
me lo he pensado.
—Sabes
que siempre serás bienvenida aquí. Dejaré dicho que te dejen regresar sin
autorización alguna.
Sus ojos
pestañearon, observándome detenidamente. De nuevo la imagen comienza a alejarse
de lo real. Es simplemente inverosímil, increíble, pero más aún que me
estuviese mirando de aquella forma que me atrapaba, que se viera asombrosamente
segura de sí, con ese atuendo negro, con esos ojos imposiblemente verdes.
Desconcertado,
advierto sus finos labios posándose contra una de mis mejillas.
—Adiós... Michael.
Sonríe,
aunque levemente. Pero es como si sólo mirándome hubiese descifrado todos mis
pensamientos. Sale por la puerta entonces.
Y no me
apetece mirar, no la quiero ver marchándose. No quiero pensar, o me aterra en
el remoto caso llegar a imaginarlo, llegar a creer que en realidad, aquella
podría ser la última vez que le tendría así de cerca. Mierda, no puedo dejar de
contrariarme. Convencerme de que, irremediablemente, no mirarla de nuevo podría
terminarlo todo.
Bien,
podría ser lo mejor.
*****
—¿Y cómo
ha ido?—John me saca de ese aturdimiento agotador—. Me he enterado de que se ha
marchado temprano.
Me burlo
de mi mismo.
Le doy la
espalda, pero aún puedo percibir la expresión preocupada que sigue en su
rostro.
—Al parecer aquí las noticias corren
más rápido que el mismo tiempo.
Me
obsequia una risa sincera. Viro hacia él, y le respondo el gesto con una
sonrisa.
—Ha ido... raro—musito—, y difícil
también.
—¿Por qué?
—Porque cuando
salí con ella a cenar, jamás le mencioné que yo estoy con alguien. Hoy, le he
dicho que Rachel es mi pareja, y que estoy esperando un hijo con ella, todo
dentro del mismo par de horas. Dime si eso no es algo... abrumador.
John
asiente para sí mismo, pensativo apenas.
—Tan sólo
espero que la razón por la que se ha marchado haya sido eso, y no porque ha
habido problemas en su hogar—se cruza de brazos, sólo para perder la vista en
la pequeña lámpara que nos alumbraba entre tanta oscuridad.
—¿Problemas? ¿Por qué los habría?
—Pues, su
matrimonio...—su volumen de voz se desploma en el acto, lo dice con cuidado
tal, que parece no ser imprescindible que nos encontramos sólos en su despacho—.
Está a nada de convertirse en trizas, Michael. Ha tenido problemas incontables
al lado de Keough últimamente. Priscilla incluso me ha llamado bastante
alterada, y ha mencionado hasta una posible batalla por la custodia de los dos
pequeños. No imagino... lo frustrante que será esto para Lisa. No me gusta
pensarlo siquiera.
Cierro
mis ojos, ofuscado, desconcertado como nunca antes. Lisa entonces... me había
mentido. La forma en que evadía el tema de su matrimonio, el cómo desvió mi
pregunta aquella vez, el ajetreo y apuro en cuanto su marido le había llamado.
Toda esa inseguridad, quizá, había sido fruto de ello.
Aunque,
¿Cómo saberlo? Si en ocasiones se mostraba tan fría, tan imperturbable, tan
indiferente al tema que, es aquello precisamente lo que me atrae como un idiota
hacia ella, y que me tiene a la expectativa. Saberla tan dueña de sí. Y sin
embargo, en el momento en que ella bajaba sus defensas, la incertidumbre
entonces se apoderaba de mí, consumiendo mis retorcidos pensamientos. Y
maldición, no. No debo dar más, no son las circunstancias para seguir
pensándola así, para seguir contrariándome con ella.
Todo se
vuelve irreal. Parece broma incluso mirar ese viejo reloj posicionado en el
escritorio de John. Parece un mal chiste que sean cerca de las tres de la
mañana, que él me necesite ahora para charlar, y que me haya obligado a salir
de mi cama, justo en la noche en la que, para variar, había logrado conciliar
el sueño. Parece una paradoja estar hablando justo de Lisa en estos momentos.
—Me
dijiste que ha habido una razón importante por la que me has obligado a salir
de la cama, John—logro dar con su mirada confundida sin dificultad. Reacciona a
la par entre un respingo, al tiempo en que miro más allá la puerta cerrada, y
echando sin pena a andar, a terminar ya con todo esto—. Si se trataba sólo de
esto, entonces...
—No, no,
no. Aguarda—su mano me detiene al halar de mi brazo. Lo miro de nuevo, ya un
poco contenido—. Sí que hay algo más.
—Pues, aquí
me tienes—espeto hacia él, y me cruzo de brazos apenas su mano me deja ir.
En ello,
su expresión cambia. Se transforma por una más... descolocada.
—Tenía
que notificarte que el pacto ya ha quedado concretado, Michael—señala un sobre
sellado, posicionado al centro del gran escritorio. Tiene mi nombre, junto con
el de Evan Chandler en él—. Evan aceptó; June y Dave ni sus malditas luces,
pero al menos, Sneddon sí está al tanto de todo. Esta mañana, he recibido la
notificación de que el abogado de Evan dará una conferencia de prensa dando los
detalles del acuerdo, más no la cantidad.
Lo miro
en ese instante suspirar de forma abatida, y sus brazos se apoyan con desgane a
cada uno de sus costados. Así, con esa expresión, aquello no sonaba como la
mejor decisión que habíamos tomado juntos. Se sentía como un error, como una
sentencia en el aire.
Instintivamente,
permanezco cabizbajo ante él.
—Lo único
que te quería decir es que... quizá podrían haber problemas. Problemas que
podrían hacerse diez veces más grandes de haber una pareja, y un bebé escondido
de por medio.
Me
presiono el puente de la nariz aún con mi mirada destruida, clavada hacia mis
pies. Me siento absorto, fuera de mí mismo. Se supone que aquello, sería una
salida, no una nueva puerta hacia un sendero más grande de problemas. Mierda.
—Me
notificas de problemas, más no de una solución—ubico su mirada perdida frente a
mí—. Hace ya tanto tiempo que has dejado de darme soluciones.
—Jamás dije que no tenía una
solución.
—Déjame escucharla entonces.
John permanece
callado por un momento, sólo mirándome.
—Tal vez
es hora de enfrentar a Rachel al ojo público—gesticula una mirada de orgullo—.
Si no, a la larga, el bebé tendría que estar oculto también. Ya no simplemente
se trataría de ella.
—...No—mi
voz, la crudeza misma me hace estremecer, me pone contenido de pronto—. De
ninguna manera.
—Pero, Michael...
—¿Es que
no lo entiendes? No quiero que la gente comience siquiera a imaginar que he
estado negando a Rachel todos estos años, o al bebé en camino. No soporto... la
maldita presión de sólo imaginar el espectáculo que la prensa se armaría al
respecto.
La idea
vuelve a surgir entre una punzada de terror en medio de mi pecho. Ella, rodeada
de paparazzis, de cámaras. Ella en el parque rodeada de seguridad, cuidando que
ningún accidente pudiera ocurrir cerca. Reporteros acosándola, tratando de
retorcer la verdad, burlándose y atacando su integridad de todas las maneras
humanamente posibles. Todo cuanto tendría que soportar no por esto, si no por
tantos años que ha pasado a mi lado, por ser mi pareja... Tan sólo por tratarse
de mí.
—No, John... no lo sé.
Aprecio a
John lanzando un suspiro, mientras que con mi silencio enfermizo le ruego por
una salida más, por una idea que no continúe lastimándome ya demasiado.
—¿Ya se lo has dicho a tus padres?—inquiere.
—Yo, ah...
Se
escucha de pronto un ruido vago disipándose desde la entrada del despacho. John
y yo viramos hacia la misma dirección en el acto, y aguardamos ahí. Pero no
ocurre nada más, ni él aprecia nada diferente aún acercándose un poco para
echar un vistazo.
Meneo mi
cabeza, buscando despejarme de la interrupción.
—...No—repongo,
él me vuelve a mirar—. Porque sé que, en cuanto se enteren, mi madre me pedirá
hasta el cansancio que le proponga matrimonio a ella.
—¿Y... no es eso lo que quieres?
Me
encuentro sonriendo de nuevo y, de repente, ya no le miro a él, sino que
estudio cada parte de mi compenetración perfecta con ella.
Rachel.
La razón
por la que no me daba más miedo llorar porque ella estaba ahí para curarme las
penas, siendo todos los peros que le pongo a mis miedos. Aquellos que años antes
me hacían preguntarme qué diablos hacía mi mundo tan enfadado, tan ciego, o por
qué me daba tanto miedo enamorarme. Cómo era que había gente que prefería
caminar con la luz apagada, si sólo hay que abrir los ojos y verla, a ella,
para llenarme de luz.
Verla a
ella, saberla mía y comprender que así podría ser siempre es como soñar. En
definitiva, mi mundo entero ya estaba perdido por ella, y el amor, todo cuanto
soy, mi vida a su lado... cobraba sentido.
—...S-sí.
A duras
penas puedo hablar. Mis pensamientos aún no me dejan creer otra cosa diferente.
Y así era. Porque le amo, no porque siempre está conmigo, por mí y para mí, no
porque me sea imposible no hacerlo y se me terminen los motivos, sino porque
luego de tanto tiempo, he llegado a convencerme más y más de que quizá ella ha
nacido para que alguien como yo la quiera, con toda mi alma y toda mi piel.
Toda mi
vida.
—...Lo he
deseado tanto, maldición...—concreto el susurro prófugo, absorto aún, pendiente
de la mirada frívola de John—. Y a ella, le amo tanto que no me queda duda
alguna. Pero, siento que aún no estoy listo para ello. ¿Me entiendes? No aún,
no mientras los medios no comiencen a respetarme de nuevo.
—Dime, ¿Alguna vez te han respetado?
Comparte
su sonrisa con la mía por sólo un segundo, antes de rendirse, y dejarse llevar
por un par de risas más. Me contagio al instante, y no permanezco más de un
segundo más ahí, hundido entre risas, por haber apreciado el mismo sonido de
antes volver a generarse, esta vez diferente. Con alguien mencionando mi nombre
de esa forma tan dulce, ahora, con Rachel apareciendo entre las sombras.
Mi
felicidad materializándose instantáneamente.
—Pequeña...—sin
concentrarme en ello, mis pasos ya me han llevado en torno a su figura esbelta,
cobijada con ese camisón de seda que tanto me gusta, que deja relucir el
pequeño bulto por encima de sus caderas frágiles—. ¿Todo está bien? ¿Ha
ocurrido algo?
—Desperté,
porque he sentido un poco de arcadas en el estómago—me confiesa un poco tímida,
y sus pequeñas ojeras se hinchan un poco más a causa de esa hermosa sonrisa—.
He ido al baño pero, luego de eso no me fue posible volver a dormir.
A punto
de decir algo, y tomando sus manos pequeñas entre las mías, John aclara su garganta
detrás, quitándome la idea de los pensamientos.
—Ah,
Michael...—me giro en el acto, distraído. Su presencia se había convertido en
nada desde que Rachel apareció en el lugar—. Creo que me marcho a dormir.
Mañana continuaremos con esto.
—Claro...—mis mejillas arden un poco—.
Gracias, John.
Él sonríe
simplemente, antes de dar una seña de disculpa a Rachel y salir por la puerta.
Un suspiro se me escapa ahí, entre todo el silencio, entre el tormento
volviéndose vivaz al recordar lo último comentado con John. La idea de
compartir esos hermosos ojos grises con el resto del mundo, de que su rostro no
sólo sea ya un regalo divino para mí, de exponerla... completamente.
Mi amor
se estremece ahí, con una mirada preocupada que me destruye y obliga a dejar caer
mi vista hacia su vientre perfecto. Una vez más, mis preocupaciones se habían
vuelto suyas también.
—...Tienes miedo—su voz tranquila me
obliga a reaccionar.
Y pienso
en excusas, en mentiras piadosas para lograr no preocuparla más. Pero mirándole
así, sé lo transparente y predecible que puedo ser ya para ella. Lo bien que
sus lagunas me pueden poner al descubierto. Nada se origina desde mis
pensamientos.
—No lo
escondo—confieso luego de un instante, y mi vista permaneciendo adherida al
suelo.
Entonces,
ella suspira, y lo próximo que siento es su piel embelesándome al contacto de
su mano suave contra mi mentón.
—Ey...—susurra con un tono que no logro
descifrar, al tiempo en que me pongo a analizar sus labios entreabiertos—.
Conozco las consecuencias y lo he aceptado... Amarte vale la pena todo esto,
Michael.
Hala de
mí, y termina besando mis labios tras un leve gemido. Entre nudos en la
garganta imposibles, entre temblores, miedos, vergüenza. Me saborea, yo la
tomo, y buscando escapatoria a las penumbras, decido devorarla también. No de
forma intensa, si no con lentitud. Despacio, para memorizar una vez cada grieta
provocada por mí en pos de su boca. Cada atisbo de suavidad, de deseo. Cada
adicción mía dibujada ahí. Sabía, que en cualquier momento las lágrimas
aparecerían.
—...Hazlo—sus palabras nacen ardientes y
se adentran a mi cavidad. Terminan estrellándose aún contra mis labios.
—¿Qué...?—me
tengo que incorporar, a alejarme como me es posible para apreciarla mucho mejor.
Sus ojos brillan, pero no comprendo la razón.
—Sigue adelante con ello—musita—.
Revela nuestra relación.
Mi mente,
el nudo obstruyendo mi centro, mis dudas. Se derrumba todo junto. Aquél
ruido... era ella. Era ella desde antes.
—Mi
amor...—susurro apenas, aferrando con mayor fuerza sus caderas perfectas hacia
mí—. ¿Habías estado... escuchando?
—He visto
tu cara de susto cuando hice ese ruido contra la puerta hace un momento...—sus
ojos brillan, drogándome, y aún así puedo sentir cómo sus brazos se enredan
hacia mi cuello con suavidad—. Ya no importa, ya nada importa, Michael... Lo
que importa en verdad, es que estemos bien. Que tú lo estés.
No la
puedo dejar de mirar, enmendando sus últimas palabras maravillado junto con mis
pensamientos.
—Te dije
que estaré ahí para siempre...—dice, con sólo un hilo de voz—. Hice una promesa,
y la llevaré hasta el final.
Advierto
un débil brillo cristalino escapándose de sus ojos, en el momento preciso en
que yo me dejo caer en los brazos del alivio, y que ella se abandona en un
suspiro, soltando un sollozo en frágiles susurros que anteceden mi luz.
Sus ojos
me lo dijeron todo.
Que jamás
comprendería cuánto iba a doler nuestra promesa, hasta que tuviera entre mis
manos el motivo central para dar el siguiente paso con ella.
Que nunca
hice justicia, a pesar de todo lo vivido con ella, cuán profunda puede ser mi
amor, cuán infinito puede ser un sueño, hasta que vi como el paraíso acuna los
deseos de la mujer que amo.
Y cómo,
nunca fui a saber, hasta este instante, lo que iba a ganar, el cosmos que
esperaba por nosotros si yo me decidía de una maldita vez por hacer venir lo
inevitable no sólo hacia nosotros, sino también, hacia un hermoso motivo que
parece temblar dentro de ella, dentro de mis más iluminados anhelos.
—...Está bien—le digo, ardiendo por
dentro, intrigado.
—¿Cómo...?
Me
sonríe, haciendo adherir nuestras frentes en el mismo instante.
—Estoy de acuerdo—susurro—. El mundo entero...
conocerá nuestra relación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario