lunes, 11 de abril de 2016

Capítulo 45: "Posibilidad"


—Oh, no, no...—mis labios se curvan turbios al cabo de una media sonrisa nerviosa—. No, Monica, no digas eso.
—¿Qué...?—inquiere, luciendo indignada—. ¿No es obvio? ¿No es una... posibilidad?

Opto por no contestar. De cualquier forma no me es posible. No, si en ese momento me parece más importante entornarle los ojos mientras me ocupo de secar suavemente mis mejillas con la yema de mis dedos. Aquella emoción, aquél nudo en la garganta que destellaba placer, se estaba convirtiendo en algo bochornoso. Era un tema del que sin duda me fascinaba hablar, pero enfrentarlo con otra persona, sin duda, me hacía sentir débil.

Insegura.

            —E-es sólo que... no quiero... adelantarme a nada—musito.

Sus ojos se entrecierran casi al instante. Abre sus labios como si fuese a añadir algo más pero se detiene al posar su vista contra las bonitas mujeres que nos atendían antes. Les dedica a ambas una pequeña seña con su mano a modo de disculpa, y sólo eso les toma para comprender y salir sin decir una sola palabra de la habitación. Si eso me lo ha dicho con ellas presente, no quiero ni imaginar lo que me dirá a solas.

—Pues...—se vuelve tranquila a tomar asiento al borde de su camilla—. Odio decírtelo así, pero es bastante posible. Y vamos, haz tú misma los cálculos; Te ha dicho que se preparen para una de las noches más importantes de su vida; te llevará a Sorrentino’s, el restaurante al que han ido año con año el día de su aniversario, sin mencionar que es uno de los más románticos de la ciudad...

Le lanzo una mirada aterrada mientras continúo repitiendo para mis adentros su vocecilla llena de esa seguridad que hacía que mi corazón se desembocase. Advierto en su mirada el mismo tipo de alerta, y entonces, la insinuación sin estribos sale de una sonrisa.

—Y la noticia que le darás...—añade, y sólo niega para sí misma—. Rach, tan sólo piénsalo. La mera noticia, todo cuanto has pensado o creído de las dificultades que se han cruzado con tu relación desaparecerá en un parpadeo.

Y maldición... No sé por qué siempre que habla de lo mismo me pongo así.

            —...La vida de ambos podría cambiar esta misma noche.

No puedo sino protegerme al cubrir mi rostro entero detrás de mis manos.

Bien dicen que no es posible odiar y amar al mismo tiempo, que dos sentimientos opuestos no se pueden encontrar, y en lo más remoto, dentro del mismo momento. Pero supongo yo era diferente. Si amar a ese conjunto de ojos azules, piel pálida, y cabello corto negro azabache, es posible por la mera ráfaga de recuerdos gloriosos que me obsequiaba dentro de su mirada, también lo es odiarla. Odiarla sin más, y despiadadamente. Aborrecer la forma en la que sus palabras se deslizan seguras y abominables por mis oídos hasta lo más profundo de mi ser, hasta no haber quedado olvidadas antes de encargarse de voltear todo mi mundo de cabeza. De... considerar la pequeña posibilidad.

Mis manos descienden entonces, pero sólo un poco, deteniéndose en mis labios entumecidos, en mi aliento casi encarecido por el desemboque de delirios haciéndose presentes. Y la miro, aún soportando la misma expresión.

            —Le amas... ¿No es así?

Mi tacto baja un poco más, sabiendo que esta vez, sabría ya qué decir. Que mis dedos presionando fuerte la piel de mis labios me estorbarían para que cada una de mis palabras sonara clara hasta lo indecible, o hasta que ellas mismas tuviesen el peso que mis sentimientos deben tener.

Le amo, Monica...—susurro jadeante, vertiginosa. Infestada hasta lo indecible de ese nudo desgarrador en el centro de mi garganta—. Porque con él ya no hay marcha atrás. Jamás la hubo, y mucho menos ahora... —con mi manos titubeantes, busco entonces palpar deseosa el pequeño bulto apenas sobresaliendo de mi vientre. Mis ojos lo encuentran también, y es sólo con mirarlo un momento que sé ése lugar, se convertiría en el más de los hermosos por mirar durante un buen lapso de tiempo—. Y estoy segura de que, desde este momento, con esta infinita ilusión creciéndome dentro, podría amarle hasta el día en que muera. Y si es que hay vida luego de ello, entonces sin duda podré amarle también.

Sin querer decir más, ella simplemente me sonríe. De la forma en me hace ser de nuevo presa de la paz.

—Michael ya no es parte de mi vida solamente—susurro—. Es que... él es mi vida.

De un pequeño salto se aproxima con lentitud hacia mí. Vuelvo a sentirle cerca, e incluso en el mismo momento su mano derecha se iza lo suficiente hacia mi cuerpo como para permitirme sentir la suavidad de su tacto palpando mi vientre, haciendo que una risilla débil colapsada entre el nudo de mi garganta aparezca de pronto.

Nos sonreímos una a la otra.

            —...Él es tu vida.
            —Lo es.

Impregnada de la seguridad de mis palabras, me limito a asentir. Aunque la seriedad envolviéndonos no dure demasiado. Mi estómago vibra sólo un segundo después. Por la mirada torcida que pone de pronto sé que se ha dado cuenta y antes de poder siquiera excusarme, desde dentro se me viene el más audible y ridículo de los rugidos. Nos echamos a reír a la par.

—Y me temo que necesitas comer—me dice, con cierto deje reprobador, haciendo que yo resople de forma exasperante—. ¿Has desayunado muy temprano?
—Algo—le doy una sonrisita débil—. Justo al despertar. Michael me ha llevado el desayuno a la cama.

Monica arquea una ceja orgullosa.

            —Ese Michael... parece que tenía todo el bendito día planeado.

Se bufa, como recalcando lo obvio, como buscando hacerme reír. Para mis adentros lucho hasta lo indecible para obsequiarle una de mis más elaboradas carcajadas pero simplemente no logro hacerlas salir. La pequeña idea, la misma corazonada bien puede hacerme sonreír como tonta en un segundo, llorar de amor al siguiente, y espantarme de muerte al tercero. Impregnándome de dudas traicioneras, de punzadas de nervios letales, de retortijones agresivos atorados al centro de mi pecho.

“Perfecto” pienso con desgane... ¿Es que ahora mismo comenzaría con cambios de humor?

—Monica, por favor...—ni bien sale mi voz cuando ya me hallo suplicándole—. No sigamos con ello.
            —¿Qué? ¿Por qué?—se queja—. Oh, vamos. He creído que...
—...Porque me haces pensarlo—le corto, rogando, tratando como puedo de no dejar que ese deje de tranquilidad abandone mi voz—. Porque haces que no deje de concentrarme en otra cosa, de que lo repita una y otra vez en mi mente hasta creerlo verdad. Y no... No quiero adelantarme a los hechos. Simplemente no quiero tener una desilusión.

Se le escapa un fuerte suspiro, luego, sólo me obsequia una media sonrisa.

—Está bien, está bien... —añade derrotada y me da un dulce abrazo sin titubear—. Te prometo; ya no lo diré. No hasta que estemos seguras.
—Gracias—le hago espacio suficiente a su cuerpo y le devuelvo el gesto sin pensármelo más. Ella me estruja con cuidado, y luego de un momento se incorpora para volverme a mirar.
—Y ahora...—me finge un pequeño mohín—. Por favor, comamos. Que conmigo, ya somos tres quienes mueren de hambre.

Me mofo por la pequeña ocurrencia, y comienzo a caminar hacia el armario en el que habíamos guardado antes nuestra ropa.

—Está bien—le digo, ya sintiendo que camina detrás de mí—. Pero me debes un masaje. No me has dejado terminar éste debido a tus bonitas ocurrencias.
            —Sé de alguien que te lo podrá reponer, descuida.

Por suerte para ambas, ubico nuestras cosas en la primera estantería. Le tiendo su bolso junto con su atuendo, y luego de reunir todas mis cosas, nos volvemos en torno a los impolutos y lujosos vestidores. Con forme avanzamos mi mirada se vuelve a pasear por cada rincón, justo como cuando apenas hemos arribado; este hotel... tiene más lujos que partículas de oxígeno.

—...Lo que me recuerda—añade—. No se lo mencionemos a Phoebe. Nos aniquilará si se entera de que hemos dejado que alguien más aparte de ella nos dé un masaje.
            —Lo sé—asiento torpe. Sin dudar, dándole la razón.

Y nos reímos como un par de niñas que han decidido guardar la mayor y más oscura de las promesas: entonces, será nuestro secreto.

Al salir, la ciudad, y la determinación de Monica, ponen de su parte. Sólo luego de un puñado de minutos, decidimos llegar a un restaurante de comida china un poco cercano. Lo ubiqué sólo porque nos lo habíamos topado el día anterior mientras salía de mi trabajo, y lo he elegido, porque desde hacía mucho tiempo, el mismo Joey nos lo había recomendado sin parar. Tenía razón. Aunque, o es el hecho de que la comida era realmente buena, o sólo mi tremendo apetito. Que, por cierto, no es totalmente satisfecho hasta que luego de la merienda, engullo de nuevo mi helado favorito. Esa combinación de cerezas y chocolate amargo no podía faltarme así como así. No en un día como este.

No sé si afortunada o desgraciadamente, pero la tarde en el centro de Los Angeles se nos pasa volando. Al cabo de las siete de la noche arribamos a Neverland, y fiel a la promesa de Michael, me escapo de entre las manos de Monica mientras ella decide ir a la estancia a charlar un poco por teléfono con los chicos para correr hacia mi habitación. El tiempo no estaba de mi lado, me tenía que alistar.

Esta vez, al saberme sola en la alcoba, hasta alistarme para esta noche, supone un problema. Pues sin percatarme, cada cosa murmurada y prófuga de los labios de Monica antes comienza de pronto a permear mi esencia. Ahora más, de una manera que jamás imaginé. Y es que conforme el agua caliente corre por mi cuerpo desnudo, y la alta temperatura toca mi vientre duro, se me viene a la cabeza nada más que los ojos imposiblemente hermosos de Michael.

El cómo sus labios se habían adherido así a los míos esta misma mañana, luego de tanto tiempo que no sucedía. El que nadie, ya ni siquiera yo misma, comprendiera el cómo mis sentimientos por él comenzarían a crecer, el que muriera por besarlo, por poseerlo a cada maldito minuto, el que esto que palpo, que siento, la luz que ahora centella en las profundidades e ilusiones de mi ser se estuviese convirtiendo en una utopía tan extraña, que no paraba de pensar en ello, el que él no tuviera ni la remota idea, el sólo imaginar cómo se podría poner cuando se lo fuera a decir... Dios, me enloquecía.

Un torbellino de arcadas brota de pronto en mi interior. Con una mano sellando mis labios, cierro la llave del agua de vuelta, me envuelvo en una toalla y sólo tengo conciencia de contar los pasos restantes para dirigirme de frente hacia el asiento del retrete. Un revoloteo interno, y me yergo conforme siento la necesidad. Más náuseas, y no lo evito. Vomito, y lucho como me es posible por ignorar el ácido rasgando entera mi garganta, por pasar inadvertida la manera en que mi cuerpo se arquea cada que se el debilitante proceso se vuelve a repetir. Me estaba sintiendo fuera de mí misma.

Cierro mis ojos aún desorbitados por la imagen y llevo una mano trémula a frotar mi frente, intentando tranquilizarme mientras la otra se ocupa de halar la palanca y hacer todo aquello desaparecer.

Quería chillar, y pensé en lanzar miles de maldiciones. Pero el sólo posar mi mente en la idea de que vería a Michael en algunos momentos, me ayuda a superar sin duda todo lo demás.

Al cabo de sentir más estabilidad dentro de mi estómago, cepillo mis dientes y enjuago mi boca para deshacerme de una y por todas del terrible olor. Al salir, por fin decido utilizar un vestido de tono guinda a juego con zapatillas de tacón no muy altos. Igual, tomo del closet mi gabardina negra; dentro, no se siente, pero cada que me paseaba por los ventanales una ráfaga de viento laceraba mi piel. Hacía un frío fuera de lo común. Me apetece usar colorete color bronce, máscara de pestañas, y un poco de sombra color marrón para hacer resaltar un poco el pliegue de mis ojos. Quería lucir bien para él. De alguna, y otra manera, algo me inspiraba a resaltar más que en otros días.

A las ocho y treinta, justo como él lo había mencionado, un coche ya aguarda por mí fuera del recinto. Wayne me saluda a través del espejo retrovisor con un gesto amistoso apenas ingreso por la puerta trasera y cierro tras mi paso. Intento devolverle la sonrisa, pero no sin batallar. Sabía el recorrido sería largo y aburrido. Sin Michael, las horas de carretera hasta volver a las infinitas luces de la ciudad de Los Angeles pesarían más. Y estaba segura mi sonrisa real no volvería hasta tenerle conmigo de nuevo, de frente.

Cierro mis ojos, y adormezco por lo que a mí concierne un par de minutos. Pero no es ni por asomo así; Sorrentino’s aguarda por mí en cuanto reacciono de  vuelta, y para variar, esta vez una bonita recepcionista me hace ingresar por la entrada principal. Me murmura cosas conforme andamos y sé por un instante que no puede despegar su vista del bonito auto Rolls-Royce del que he salido. Seguro es la causa de su pretencioso servicio. Soy escoltada entonces por un diferente, pero igual de lustroso caballero a través del sitio pese a todas las miradas de los comensales puestas sobre mí hasta llegar a un pequeño reservado que yo para mi suerte ya recordaba de tiempo atrás.

Aquél había sido el sitio que Michael y yo solíamos ocupar desde que tenía los primeros recuerdos de nuestra historia, desde que mi aire y el suyo se volvían uno sólo dentro de nuestra pequeña atmósfera juntos. Desde que una mirada significaba todo, un beso el completo universo, y un ‘te amo’ el sonido más maravilloso que había escuchado jamás.

Y esos ojos, la gloria de ese par de pozos marrones manifestándose a mi merced. Un par de labios lujuriosos embistiendo con ansias los míos apenas he cruzado la puerta.

...Mi Michael.

—Pequeña...—tan sólo despega sus exquisitos labios de los míos para susurrar, y sin soltar mi rostro de entre sus manos vuelve a tomarme como antes. Me sonríe entonces con cierta picardía, y tomando mi mano me hace dar un giro sobre mis talones frente a él con armonía—. ¿Puedes mirarte por sólo un segundo? Estás... preciosa.

Un par de risitas se me salen en el acto, mis mejillas comienzan a enardecer. Entonces, una mano de forma involuntaria se va hacia el pecho de Michael y aferrando la tela de su camisa negra no dudo en ponerme a apreciarle mejor. Cada parte de su imagen, de ese saco rojo carmín que recibe a la altura de sus hombros esos rizos sueltos, largos y moldeados. Su broche de oro posicionado siempre a la altura de su corazón, sus mocasines, y esos pantaloncillos a juego.

Luce tan atractivo, tan natural, tan seguro de sí mismo... tan él. Tan mío. Maldición, y es hermoso en verdad. Es una más de las millones de imágenes que me da y que no me permiten concebir cómo es que semejante belleza puede ser de este mundo. Cómo es que él me puede pertenecer.

—Eres tú quien resalta aquí, cariño...—con ayuda de mi otra mano, busco aferrar su cuerpo más hacia mí. Su estremecimiento... es delicioso—. Aquí, y allá afuera. En todo el mundo, en realidad. Eres lo mejor que había visto en mi vida.

Me vuelve a sonreír. Y sin poder más, halo del cuello de su camisa y vuelvo a besarle. Volver a ello, a sentirle así, se estaba convirtiendo de vuelta en una adicción cruel, desesperada.

—¿Vamos?—sus delicados labios tiemblan, jadean por el pequeño desenfreno.
            —Vamos.

Los dedos de su mano derecha se entrelazan con los míos, así sea sólo por los cinco segundos que le toma conducirnos a nuestra mesa. Está bastante arreglada, más que la última vez que ambos habíamos asistido al lugar. Sobre la mesa, hay un par de copas de cristal y un contenedor vacío en el que supongo iría una gran botella de vino. Resoplo con cuidado... Esta noche, y muchas otras luego de esta, no lo podré saborear.

No me suelta hasta haberme permitido tomar asiento y haber arrimado mi silla para poderme acomodar. Arquea una ceja y sonríe en tono satisfecho mientras rodea la pequeña mesa y no le cambia el gesto hasta haberse sentado justo frente a mí.

No sé por qué, ahí, en ese preciso momento, siento su sonrisa más viva,, más segura que en cualquier otro momento desde que la tormenta le había lastimado... Más hermosa que nunca.

—Estás feliz—le observo alucinada mientras juguetea con su servilleta de tela y un bufido se me escapa cuando llamo su atención—. Me fascina verte feliz, me encanta cuando sonríes.
—A mí me encanta cuando te tengo cerca—sus palabras terminan, con él guiñándome un ojo.

Sonrío abochornada, y no lo puedo creer.

Me recuerda tanto a la primera cita... a mi mente llegan recuerdos de la noche en la que todo comenzó; los nervios, los titubeos, y aquellas risitas incómodas. Cuando sólo éramos buenos amigos, y que mis besos sólo soñaban con labios como los de él. De esa urgencia de tenerle, de llamarnos uno, de que fuese parte de mi realidad.

Nuestro camarero llega tan pronto como me apetece contestar, así que me olvido de la idea y mientras estudio de lleno la carta que justo nos terminó de ofrecer a cada uno. El menú había cambiado un poco desde la última vez. Hay una nueva variación de langosta, crema de champiñones que no conocía de antes, filetes de diversas preparaciones, mariscos, una eterna variedad de platillos gourmets... Postres, pie, mousse de chocolate, helado. Helado de cereza.

Maldición, creo que lo quiero todo.

—¿Me atrevo a ofrecerles algo de tomar?—el hombre inquiere a nuestro costado, haciéndome descolocar. Está serio, y listo para anotar en su pequeña y lujosa libretita—. Esta noche tenemos selección especial de uno de nuestros vinos más solicitados; Shiraz del Valle de Barossa.

Shiraz...” pienso para mí. Y es en el mismo instante que Michael cruza una mirada destellante conmigo. Maldición, ¿Por qué tenía que mencionarlo ahora? ¡Ese vino es mi favorito!

—Oh, por supuesto que sí. Pediremos dos copas, por favor—Michael se apura a replicar. Su sonrisa se acentúa y todo sin siquiera dejar de mirarme—. Es el favorito de ella.

El camarero asiente vivaz, y anota sigiloso en la libreta.

No, diablos.

—Ah, no... —bisbiseo entretanto—. En realidad, pediré un daiquirí de fresa. Sin alcohol, por favor.
—¿Qué?—Michael me mira con un deje de desconcierto oportuno—. ¿No te apetece...?
—...No—le corto—. Es sólo que durante la tarde he sentido cómo se rasgó mi garganta un poco, y el vino estará helado. Quizá tendré que pasar de mi bebida favorita esta vez.

Su ceño se frunce hacia mí de pronto, y el caballero uniformado a nuestro lado me mira sin comprender.

—Pequeña, el daiquirí es prácticamente mitad líquido y mitad hielo. Estará más helado de lo que el vino podría estar.

Me quedo petrificada. Mierda, no lo había pensado.

—Bueno, entonces...—doy golpecitos a la superficie de nuestra mesa con las uñas de mis dedos, paseando mi mirada por todos lados también, como intentando pensármelo un poco más—. Pediré el daiquirí... sin hielos.
            —¿Estás segura?—Michael inquiere.
—Sí—asiento. Sin más, de reojo a nuestro camarero hasta que el peso de mi mirada le haga reaccionar, y entonces le miro anotando de nuevo en esa pequeña libreta que lleva consigo.

Michael sólo se encoge de hombros y un resople con desgane se le escapa de los labios.

            —...De acuerdo—musita.

La mirada que le dedico al hombre se acentúa de alguna manera, y lo acompaño con una pequeña sonrisa vaga. ¿Mi intento por evitarme la mirada desesperanzada de Michael, quizás?

—Enseguida estará—nos anuncia a ambos con un aire de arrogancia en su tono—. Les dejaré las cartas un momento para que decidan por su cena.
            —Claro, gracias—le decimos, casi al mismo tiempo.

Cabeceo a modo de seña hacia él, y me obligo a sonreír hasta que sé que nos ha vuelto a dejar solos.

—Y yo te he dado zumo de frutas helado esta mañana, linda—me dice en tiernos murmullos. Suena incluso un poco preocupado, pero lo cierto es que se me vuelven a llenar los pulmones de aire limpio con sólo volver a escucharle—. Si tan sólo me lo hubieras dicho.
—Descuida, cariño—paso una mano a través de mi cabello suelto, pretendiendo despiste en mi voz—. El desayuno me ha fascinado. Ha sido un detalle encantador.

Michael sonríe ahí, con la mirada baja. La tenuidad de la iluminación, las pequeñas velas posicionadas al centro de nuestra mesa me dificultan un poco mirarle pero sin duda, aprecio alucinada la forma en la que sus mejillas se enrojecen sólo un poco. Niega hacia él y un par de risitas se escapan de pronto... Es tan bello. Y si tan sólo pudiera saber qué es lo que está pensando, lo que le ha hecho sonreír.

            —Y ese beso...—bisbisea, alzando su vista finalmente hacia mí.

Mi mano, con movimientos entrecortados no puede quedarse quieta y atrapa la suya contra la superficie de la mesa, sosteniéndola, dibujando siluetas invisibles a lo largo de su dorso. Su mirada se iza aún más, penetra la mía.

—...Ese beso—murmuro, sólo mirando hacia sus labios. Mi perdición favorita—, ha sido la mejor parte de todas. Ha sido lo más delicioso, de hecho. Y eso que los panqueques estaban exquisitos de por sí.
—Yo mismo los he preparado—se inclina al musitar. Con sus cejas dibuja una fina expresión de orgullo y una sonrisita enigmática aparece.
            —Eres mi chef favorito...

No me da tiempo de añadir nada más. Nuestro mismo camarero, con su misma expresión seria y diplomática vuelve a aparecer, y a Michael le tiende una copa llena de vino. Observo que el hombre ni siquiera ha traído la botella completa a la mesa. Seré yo, o es que entre Michael, el camarero, o el restaurant completo, se querían encargar de sentirme incómoda por abandonarle al compartirnos una buena copa de vino.

Miro entonces mi pretencioso daiquirí; tiene hasta una pajilla, y una rodaja de fresa al borde del vaso. Parece una bebida digna de una adolescente. De cierto modo, le quita seriedad a la intimidad de nuestra velada... Y eso que sólo era el comienzo.

El joven no añade nada más que una seña acorde para volver a desaparecer, y Michael le sigue con la mirada hasta no percatarse de que nos ha dejado solos de nuevo.

—Tu chef favorito, ¿Dices?—Michael me dice al volver a ubicarme. Con infinita elegancia tiende su copa en torno a mí y sin dudar, hago chocar mi vaso basto contra ella. Y damos un gran sorbo al mismo tiempo. Hasta vergüenza me da el sólo repetirme el horrible tintineo que ocasiona que una copa no choque contra otra igual.

Con mi servilleta limpio algunos restos de bebida que se me han quedado por mis labios. El daiquirí está algo helado en realidad, pero no está nada mal.

—No sólo eso...—susurro.

Y niego por la impotencia, por encontrarme ya buscando hasta en el más insólito rincón de mi mente las palabras correctas por decir, cualesquiera que pudieran hacerle justicia. Luego, un suspiro se me escapa, mirándole. Él ya tenía que saber, por descontado, lo inhumanamente hermoso que le encuentro... su perfección inimitable.

Le amo, le amo, y me encanta hacerlo así. Mi alma, tal cual vencida y enamorada jamás intentaría buscar a nadie diferente, si sé que ya he encontrado al mejor.

—...El mejor novio, el más guapo, y atractivo de todos—añado, mirando sus ojos y boca alternadamente. Intentando acercarme un poco más y buscando su mano de nuevo sobre el suave mantel—. El más perfecto de los artistas, el mejor filántropo, el mejor amigo, la más bella de las almas. Simplemente la mejor persona con la que la faz de la Tierra pudo haberse topado. Ya te lo he dicho, es... es como si no fueras de este mundo. No puedes serlo. Quiero decir, tanta perfección no pudo haber sido creada en la Tierra.

Permanece sereno, sus mejillas cálidas y sin dejar de posar su mirada en mí. En verdad, nada es mejor que saber que he hecho sonrojar de nuevo a la persona que me da vida, a quien sueño con adorar, con aferrar a cada segundo.

Acarrea su silla más cerca de mí, haciéndome percibir cómo sus lagunas marrones se hacen aún más fulminantes.

—...Ha hablado la princesa más increíblemente hermosa que pude llegar a encontrar—susurra. Nuestras manos unidas en la mesa se dirigen hacia la altura de mi corazón al tiempo que trato de tomar su otra mano al instante para unirlas—. La realidad más perfecta. Mi amor... mi vida... mi soporte, mi razón para continuar. Ese par de labios que extrañé todo el día de ayer como un maldito desquiciado. Toda tú... eres perfecta. Y te amo… Dios mío, te amo tanto como me es preciso respirar. Más incluso de lo que yo mismo podría pensar o imaginarlo… Amarte, Rachel, se siente bien. Se siente...

Ni sus palabras concluyen, ni me da el tiempo de poder reaccionar, y de un solo acto se inclina por completo para poder tomar mis labios entre los suyos con fuerza. Presa de mis propios reflejos abandono sus manos para aferrar desde su cuello hacia mí, mientras sus manos toman también de mi mentón y nuca como buscando que las grietas de nuestra piel se unan como les es posible.

Pronto yo también deseo sentirlo, probarlo, y encuentro su lengua en el interior, dentro de la cavidad que ya robaba todo mi ser. Sus labios se mueven tiernos, exquisitos, deseosos, sólo haciéndose presentes, haciéndome perder cada proporción de cordura al saberlo cediendo. Disfrutar, hasta que un gemido de ansiedad que se le escapa de los labios nos separa, haciendo no más que su frente termina apoyada contra la mía, que sus manos no me abandonen aún. Nos obliga a tratar de recuperar de vuelta el aliento.

—Yo también te amo, cariño...—jadeo, sorprendida de que en verdad he podido emitir sonido.

Resopla como si estuviese vencido, y aún así, mirando bajo, sintiendo su frente cálida contra la mía, le siento sonreír.

—Y es porque te amo...—dice con un hilo de voz—. Es por esto que ya no puedo soportarlo más.
—¿Qué...?—inquiero entre titubeos, al tiempo que me alejo dolorosamente para ubicar sus ojos entre nuestras respiraciones agitadas.

Su sonrisa, su preciosa sonrisa sólo se agranda más, y más.

—Que no puedo más, pequeña—añade—. Iba a esperar al final de la velada para decírtelo, pero... Te miro, miro tu sonrisa y en verdad me será imposible contenerlo más dentro.

Y sin más, se encarga de alejar su silla a sus espaldas para hacerse sitio suficiente. Ahí, se inclina, y persiste... se pone sobre una sola rodilla frente a mí.

            —...Oh, Dios.

Le miro fijamente, le estudio y toco mi vientre entre una sensación de urgencia y pasión acechando mi pecho. Sonriendo con él, de nuevo, mientras me lastimo a mí misma y a mis pensamientos por intentar evocar todas y cada una de aquellas ocasiones en las que, sin saber que el sentimiento sería más impune de lo que yo soportaría, había imaginado este momento dentro de mis más hermosos sueños.

Las palabras, las ideas de Monica se manifiestan nuevas, y más vivas que nunca otra vez. Me queman, rasgan mi subconsciente como quien busca la manera más abominable por escapar del más profundo de los abismos. Están ahí, en mis pensamientos, sólo repitiéndose, resintiéndose, replanteándose. Volviéndose de pronto... lógicas. Sintiéndose simplemente bien. Pero y, ¿Qué pasaría si es lo que pienso? ¿Qué sería de mi equilibrio mental si las meras palabras salen de su boca? ¿Qué pasará con... esta infinita nueva noticia que llevo dentro?

Mi aliento, mi ser, mis segundos a su lado, mis ansias y fantasías, mis ganas de vivir a su lado por siempre, mi fe en él, en nosotros, en nuestro mismo universo, aquello que late con una parte mía y una de él dentro de mi vientre; la única mano que tira de la mía para llevarme hacia el paraíso... Todo colapsa y evoluciona de magnitud, se ancla a este amor que le debo y que sólo me palpita por dentro.

—Michael...—mi voz lacera mi garganta, hasta el punto de hacer que mis ojos se humedezcan frente a él. Si es así, si es lo que pienso, no sé cómo diablos podría contenerme.

Y si lo es, sería mi nueva tarea encargarme de asegurarle que mi vida desde hacía años que ya no me pertenecía, pues le he entregado cada parte de mi mundo a él. Nacería un nuevo deseo de hacer que él lo supiese, que lo entendiese de una vez, cuánto le he amado desde incluso el primer instante, desde el primer cruce de miradas, desde la primera vez que su precioso ser se materializó en mi destino.

—Rachel...—susurra, y puedo vivirlo, puedo sentir cómo sus ojos abrillantados miran los míos. Uno sólo a la vez.
            —Sí...
            —Mi amor... tengo algo qué decirte.

“Yo también...” acuerdo en mi interior. Y lo pienso, lo repito, hasta siquiera adaptarme a la idea.

Sus benditos ojos colapsan, entonces comprendo que nada más falta para que una sola lágrima pueda deslizarse de ellos. Un gélido silencio se materializa sólo entre la pura distancia que separa mi rostro del suyo, mientras yo ruego por apreciar ya fuese por un brevísimo momento su exquisito rostro impregnando cada atisbo de mis deseos, sus ojos brillando ante las luces de las pequeñas velas de nuestra mesa.

            —De una sola vez, pequeña... Y para siempre.

El frenético palpitar de mi corazón, mi pecho colapsando en un suspiro, mi felicidad ya emergiendo desde nuestro silencio, y mis sueños apareciendo en el segundo exacto en que sus labios revitalizados se vuelven a entreabrir.

            —...El tema de Evan quedará en el olvido.

Mi mente colapsó.

Dejo de sonreír entonces, abruptamente contrariada, dándome cuenta del nuevo dolor, de la ausencia terrible que sus palabras tuvieron de la razón que poseían mis sueños, mis más profundas ilusiones; el motivo principal por el que el milagro en mi interior tendría que tocar la luz… que él, finalmente lo supiera.

—¿Q-qué...?—inquiero sintiéndome vacía, lejana, como si sólo mi voz, y no yo, estuviese presente.
—Evan...—murmura apresando una sonrisa, aún con los ojos descolocados por todo ese brillo emergiendo—. Todo este desastre, todo cuando ha ocasionado este caos. Pronto podremos deshacernos de esto con sólo un movimiento.
            —...E-eso es... es estupendo, cariño.

Se aparta entonces con delicadeza y al ubicar su silla detrás, vuelve a acercarla para tomar asiento de nuevo. Como si todo terminase ahí, como si nada más hubiese pasado.

“...La noche más memorable de nuestras vidas”
“Te Amo”
“Para siempre...”
Ideas anegadas en mi cabeza, pensamientos nada más que equivocados.

—Así que...—ruego por reaccionar cabeceando brusco, por abandonar mi tortuoso y lastimero trance—. De esto era de lo que se trataba todo, ¿No?
—S-sí... —se encoge de hombros simplemente, y al segundo toma despreocupado su copa de vino para dar un sorbo más.

Le observo frustrada, guardando silencio y apreciando la serenidad de cada acción, sin percatarme de que mi mirada destruida le hace cambiar el semblante de pronto. Sin darme cuenta siquiera de que se ha petrificado por estar ahora mirándome a mí.

—Rach, ¿No lo entiendes? ¡Lo logré! ¡Por fin me he encontrado el valor para dar el paso hacia fuera de este desastre!
—¿Y, cómo?—pregunto apartando mi mirada de la suya por un instante, para no observar la sobra del pánico reflejada contra sus ojos.
—La oferta...—dice ansioso—. La propuesta que Evan nos ha enviado. La tomaré. Es lo que he estado analizando durante toda la tarde, linda. He estado cuidando y previendo cada detalle de esto.

En mi rostro, siento mi gesto tensarse hasta convertirse en una cruda expresión de confusión.

—¿Oferta? ¿De qué me hablas? ¿Cómo es que yo no he sabido de esto?
—Él...—su rostro se despabila al replicar—. Evan me ha pedido cierta cantidad de dinero, a cambio de que esto quede en el olvido.

Me le quedo mirando con impaciencia.

            —...Pagar—protesto—. Pagarle a Evan.
            —Pues, s-sí...

Niego sin más, sin ser consciente de mis movimientos. No, no lo puedo creer... Nada de lo mencionado tenía sentido. Nada de ello se siente... bien.

            —¿Y John ha estado de acuerdo con esto?
—No al principio—admite apenas y abriendo sus labios, se nota contrariado—. Pero se lo he planteado de otra manera, de la misma forma en que Lisa ayer por la noche lo ideó y que terminó convenciéndome.
            —Aguarda, ¿Lisa...? ¿Lisa Marie?

De pronto mi gesto represivo es sustituido por una mueca de turbación, de aturdimiento. Tenía que haber escuchado mal.

Sus ojos se abren en seco, y es cuando pierde su sonrisa de suficiencia. Su silencio me lo dice todo.

—Así que... has salido con ella—le digo, pero por alguna razón que prefiero ignorar me es casi imposible mirarle—. Luego de todo...

Aguarda tranquilo por algunos segundos, sin saber que por dentro, yo siento como si su mano ahora estrujara con fuerza cruda mi corazón.

            —C-creí que lo sabrías—titubea en paz—. Yo en verdad...
—Y ella—le zanjo—. Ella ha sabido de esta oferta antes que yo. Se lo has comentado primero a ella.
            —¿Qué? No, Rach... Si me dejaras explicarte...
—¿Podrías explicarme mejor qué sabe ella del tema?—recobro fuerzas, siendo más la indignación que el enojo, la que habla por mí. ¿Era en serio? ¿Tomaría esta decisión así como así? ¿Tan sólo porque se lo ha aconsejado... ella? —. ¿Cómo es que cree saberse tanto como para llegar a aconsejarte que tomes esta decisión?

Su vista desciende, se adhiere hacia las pequeñas velas del centro de la mesa, haciendo que sus ojos vuelvan a centellar.

            —Ella... sabe lo suficiente—susurra, casi inapreciable.
—Sí... Más que yo, al parecer

Mi rostro entonces comienza a punzar, a sopesar la forma en que mi sangre comienza a bullir por dentro de mis venas.

—Rachel, vamos. ¿No ves que esto es algo bueno para nosotros? ¿Qué es lo que te sucede?

Su voz se quejaba, pero su mirada sólo me llenaba de penumbras incontables, de desprecio, aunque momentáneo, alcanza a hacerme sentir no más que miserable.

Un indicio, un viejo pensamiento aterriza en mis pensamientos.

“Creí que me pedirías matrimonio”

            —...Nada.

Resopla para sí, y un segundo después le observo dando un último gran sorbo de vino a su copa. Como si tomar le ayudara a tranquilizarse un poco más, dejándome sin armas para culparle. Pero miro más allá mi vaso con daiquirí a más de la mitad aún y no me apetece ni tocarlo siquiera.

No... Ya ni segura me siento segura de estar en este lugar.

            —Es sólo que no...—susurro—. No me parece buena idea.

Resopla de forma exasperada llevando ambas manos a mesar sus rizos largos, me da una mirada cargada de fulminante indignación.

—Quisiera que sólo por un instante...—musita—. Tan sólo por un momento dejaras de ser tan pesimista.
            —No lo soy, Michael, ¿Está bien? Tan sólo estoy... siendo realista.
—...Pues déjate de serlo—niega abatido al hablar—, se supone que eres mi novia. Se supone... que me apoyarías con todo cuanto yo decidiera, y que estarías de mi lado. Justo ayer lo has dicho de esa manera.

Un retortijón ataja mi abdomen, un rugido de debilidad. Mi vista se dispara en torno a mi vientre y caigo en la cuenta de que no he engullido nada desde que me he sentido mal en casa. Prácticamente, no traigo nada ahora dentro del estómago.

Trato de ignorar la sensación, y prefiero volver a estudiar sus ojos reprobadores.

—Soy tu novia—sentencio, más incómoda que segura—. Y te apoyo, cariño. Estoy de tu lado.
—Entonces, dime cosas como: "Michael, todo se arreglará, ya sea lo que esto conlleve. Todo esto terminará pronto si actúas, estoy segura..."
—Es que... no estoy segura con esta idea que tienes—paseo mi mirada turba por la totalidad del cuarto. ¿Cómo se lo puedo explicar sin dañarle, sin que termine odiándome sin más?—. Lo único que sé es que Evan está furioso y que una fecha de juicio ya ha sido acordada.

Resopla ansioso entonces, recalcando lo harto que está.

            —Hey, Rachel—espeta—, yo sé lo del juicio, ¿Está bien?
—Pues entonces sé razonable—un nudo me hace imposible el responder, aunque fuese por sólo el próximo par de segundos. Me hace sentir... indefensa—. ¿Te das cuenta de que la mayoría de las personas usarían esto para culparte? ¿Y, qué hay de todo cuánto tuviste que pasar para probar tu inocencia? Esa pesadilla, Michael. Los asaltos de esos paparazzis, las fotografías que han tomado de tu cuerpo...
—...Oye, no...—me corta voraz, con un tono de voz en verdad indeseable, que me hace estremecer. Se nota cansado, fastidiado con nuestro diálogo—. No necesito oír de las malditas fotografías ahora.
            —A-amor, tan sólo estoy diciendo...
            —¡Pues no sólo digas...! N-no... digas nada. ¿Bien?

Callo y no lo intento más. Al instante, una lágrima traicionera se me quiere salir, mientras evoco en medio de las sombras el cómo nuestra velada se había corrompido de pronto. Si se supone sería un motivo para fortalecernos, para saber que jamás nos dejamos de amar. Y no, otra pelea sin fin, por lo mismo de siempre.

Frente a mí, Michael sólo aguarda en paz, al tiempo que lleva sus manos entumecidas a frotar indolentes su rostro entero como si buscara despejarse. Le observo, y me vuelvo a estremecer, entre cada suspiro de lástima que él lanza,  y contengo el llanto, aprieto mis dientes y clavo mis uñas contra mi propia piel para concentrarme en otro dolor. No podía dejarle verme así ahora.

—Rachel...—masculla volviéndome a ubicar. Su tono es otro, ahora se escucha enteramente destruido—. Lo lamento tanto. Yo...
            —...No.

Permanece estudiándome luego de que he cortado sus palabras. Poso las yemas de mis dedos temblorosos contra la piel humedecida de mi mejilla y me limpio con urgencia, como si estuviese presente la sensación de sentirme apenada con él.

Entreabro mis labios por fin.

—C-creo que... quiero irme de aquí—mi voz está pero mi mente no hace presencia. En verdad, que ya no quería estar ahí; todo ya estaba arruinado.

Noto ahí mismo su incesante incredulidad.

            —¿Qué?—inquiere.
—...Sólo necesito hacerlo—le digo, tomando de mi respaldo mi abrigo y del perchero próximo mi pequeño bolso. Desconcertada aún, y ya ubicando la salida del reservado a sus espaldas para echar a andar—. Lo siento.

Esta vez me marcho por la entrada trasera del lugar, segura de que, el automóvil que me ha traído estaría esperando justo ahí. Y con suerte, que el coche en el que Michael ha llegado estuviese aparcado en un sitio diferente. Avanzo a zancadas torpes, sin voltear, y no sé si él me sigue, o si ha salido del reservado siquiera. Sólo sé que me tenía que marchar, sólo sintiendo el recorrido al exterior más lejos, y sin duda más fulminante que antes.

Al salir, puedo ubicar el vehículo frente a mí, y me precipito hacia la puerta trasera de éste antes de que algunos hombres altos y fornidos logren rodearme luego de estar al pie de la salida para rodearme al andar. Pero ni pasarlos por alto me da la tranquilidad que busco; entro por fin, y al dignarme en cerrar la puerta tras mi paso me percato de que aquellos hombres no se habían acercado por mí, sino por Michael. Entonces le escoltan, y sin más, él ingresa al auto también. Me obliga dolorosamente a querer restregarme contra la puerta del lado contrario, a alejarme como me es posible de él.

No dice ni una sola palabra.

La vuelta a Neverland se torna insostenible. Un par de horas que se basan sólo en mi mera esperanza por no hacer con él ningún contacto visual, por sentir lo menos posible el bochorno y la vergüenza apoderándose de todas mis sensaciones. Y trato, quiero en verdad llorar pero no logro que ni una lágrima se escape de mis ojos. No pienso correctamente, no me vienen respuestas, sino dolor. Dolor seco e inexpresivo, algo que no puedo aceptar. Si mi Michael está a sólo medio metro de mí, y le siento tan vacío, tan fuera de sí. Tan increíblemente lejos.

Aparcamos cerca de la mansión principal, y busco inmediatamente la forma de salir del vehículo.

De nuevo ese frío chocando contra mi piel, pero aún más impregnando mis adentros. Demoledor, insostenible, implacable, que se deja desplomar sobre mí junto con una nueva ola de temor. Mi mente se siente simplemente airada y la sensación de que estaba comenzando a perder mis fuerzas aparece de pronto. Mi vientre vuelve a rugir, y me siento como dentro del peligro; no sólo de mi vida, sino de algo mucho más importante, más aún que el mismo cielo brillando por encima.

Una pausa eterna, mi mirada tornándose empañada, un silencio asesino pulsando contra mi equilibrio mientras los ruidos de la noche se convierten de pronto en unos pasos veloces y atrabancados acercándose hacia mí que ya no pueden tocarme, alucinaciones que sobrevuelan lo real.

La forma en que todo comienza a perder sentido.

            —¡Rachel...! ¡Cuidado!

Un par de brazos, buscando sostener mi cuerpo antes de que el frío asfalto fuese el que me detuviera primero.

Me rindo sin estar segura de querer, me entrego sin voluntad, y tras esa debilidad que lastima mis piernas, el suelo deja de tener sentido bajo mis pies.

Advierto el sonido arrítmico de mi débil aliento, escapándose de mis labios a lapsos irregulares mientras la temperatura, la iluminación y el mero ambiente se vuelven diferentes. Mi cuerpo reposa, ya no es sostenido por el mismo par de brazos decididos sino que ahora yace seguro sobre una superficie más blanda y reconfortante. Y un par de voces nacen también, una mano delicada empapa mi frente, mientras otra más áspera aprieta mis dedos. No mucho más; la inconsciencia comienza a ganar batalla sin que yo contraatacara siquiera.

—¿Pero, qué es? ¿Qué ha ocurrido?—se oye lejos, y sin duda, tan familiar. Es Monica.

Escucho, como un ruido vacío, un quejido más allá.

S-se ha desplomado apenas salimos del auto...—le oigo a él, pareciéndome que su voz emerge de mis más oscuros adentros—. El teléfono de mi médico... Monica, llama... Por favor...
            —¡Michael, no, tranquilízate! ¡Aguarda! ¡Puede ser normal!
            —¿¡Qué!? ¡Por supuesto que no! ¿Cómo es que...?

Un silencio, acompañado de un suspiro de alivio emerge de entre cosas que no entendí, de voces resonando con ecos, sollozos inapreciables y dolores que a cada segundo dejan de importarme más. Y lucho hasta lo indecible por que mis párpados cedan, pero no lo logro concretar. La oscuridad ya está presente e impregnándose contra mis sentidos. Ya nada podía hacer.

Pero no siento mal ese nuevo silencio, sino como una luz, una esperanza sublime. Una oportunidad que antes anhelaba, tal cual pase libre hacia la oportunidad de quitarme ya el inmenso peso aniquilador de encima.

            —¿Es que no te lo ha dicho, Michael...?
            —¿Decirme qué? ¿Qué ocurre?
            —Ella...

Y la razón no tarda en aparecer. Si la verdad es que ahí, aturdida, y casi inconsciente como ahora, a duras penas sería capaz de oír el sonido de su voz continuando con esa respuesta repiqueteando a lo lejos... Casi no iba a poder percatarme de que el silencio que vino a continuación, sería la razón de que todo cambiara.

            —Rachel... está embarazada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Just Good Friends (Novela inspirada en Michael Jackson) © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.