—Oh, no,
no...—mis labios se curvan turbios al cabo de una media sonrisa nerviosa—. No,
Monica, no digas eso.
—¿Qué...?—inquiere,
luciendo indignada—. ¿No es obvio? ¿No es una... posibilidad?
Opto por
no contestar. De cualquier forma no me es posible. No, si en ese momento me
parece más importante entornarle los ojos mientras me ocupo de secar suavemente
mis mejillas con la yema de mis dedos. Aquella emoción, aquél nudo en la
garganta que destellaba placer, se estaba convirtiendo en algo bochornoso. Era
un tema del que sin duda me fascinaba hablar, pero enfrentarlo con otra
persona, sin duda, me hacía sentir débil.
Insegura.
—E-es sólo que... no quiero...
adelantarme a nada—musito.
Sus ojos
se entrecierran casi al instante. Abre sus labios como si fuese a añadir algo
más pero se detiene al posar su vista contra las bonitas mujeres que nos
atendían antes. Les dedica a ambas una pequeña seña con su mano a modo de
disculpa, y sólo eso les toma para comprender y salir sin decir una sola palabra
de la habitación. Si eso me lo ha dicho con ellas presente, no quiero ni
imaginar lo que me dirá a solas.
—Pues...—se
vuelve tranquila a tomar asiento al borde de su camilla—. Odio decírtelo así,
pero es bastante posible. Y vamos, haz tú misma los cálculos; Te ha dicho que
se preparen para una de las noches más importantes de su vida; te llevará a Sorrentino’s, el restaurante al que han
ido año con año el día de su aniversario, sin mencionar que es uno de los más
románticos de la ciudad...
Le lanzo
una mirada aterrada mientras continúo repitiendo para mis adentros su vocecilla
llena de esa seguridad que hacía que mi corazón se desembocase. Advierto en su
mirada el mismo tipo de alerta, y entonces, la insinuación sin estribos sale de
una sonrisa.
—Y la noticia
que le darás...—añade, y sólo niega para sí misma—. Rach, tan sólo piénsalo. La
mera noticia, todo cuanto has pensado o creído de las dificultades que se han
cruzado con tu relación desaparecerá en un parpadeo.
Y
maldición... No sé por qué siempre que habla de lo mismo me pongo así.
—...La vida de ambos podría cambiar
esta misma noche.
No puedo
sino protegerme al cubrir mi rostro entero detrás de mis manos.
Bien
dicen que no es posible odiar y amar al mismo tiempo, que dos sentimientos
opuestos no se pueden encontrar, y en lo más remoto, dentro del mismo momento.
Pero supongo yo era diferente. Si amar a ese conjunto de ojos azules, piel
pálida, y cabello corto negro azabache, es posible por la mera ráfaga de
recuerdos gloriosos que me obsequiaba dentro de su mirada, también lo es
odiarla. Odiarla sin más, y despiadadamente. Aborrecer la forma en la que sus
palabras se deslizan seguras y abominables por mis oídos hasta lo más profundo
de mi ser, hasta no haber quedado olvidadas antes de encargarse de voltear todo
mi mundo de cabeza. De... considerar la pequeña posibilidad.
Mis manos
descienden entonces, pero sólo un poco, deteniéndose en mis labios entumecidos,
en mi aliento casi encarecido por el desemboque de delirios haciéndose
presentes. Y la miro, aún soportando la misma expresión.
—Le amas... ¿No es así?
Mi tacto
baja un poco más, sabiendo que esta vez, sabría ya qué decir. Que mis dedos
presionando fuerte la piel de mis labios me estorbarían para que cada una de
mis palabras sonara clara hasta lo indecible, o hasta que ellas mismas tuviesen
el peso que mis sentimientos deben tener.
—Le amo, Monica...—susurro jadeante,
vertiginosa. Infestada hasta lo indecible de ese nudo desgarrador en el centro
de mi garganta—. Porque con él ya no hay marcha atrás. Jamás la hubo, y mucho
menos ahora... —con mi manos titubeantes, busco entonces palpar deseosa el
pequeño bulto apenas sobresaliendo de mi vientre. Mis ojos lo encuentran
también, y es sólo con mirarlo un momento que sé ése lugar, se convertiría en
el más de los hermosos por mirar durante un buen lapso de tiempo—. Y estoy
segura de que, desde este momento, con esta infinita ilusión creciéndome
dentro, podría amarle hasta el día en que muera. Y si es que hay vida luego de
ello, entonces sin duda podré amarle también.
Sin
querer decir más, ella simplemente me sonríe. De la forma en me hace ser de
nuevo presa de la paz.
—Michael
ya no es parte de mi vida solamente—susurro—. Es que... él es mi vida.
De un
pequeño salto se aproxima con lentitud hacia mí. Vuelvo a sentirle cerca, e
incluso en el mismo momento su mano derecha se iza lo suficiente hacia mi
cuerpo como para permitirme sentir la suavidad de su tacto palpando mi vientre,
haciendo que una risilla débil colapsada entre el nudo de mi garganta aparezca
de pronto.
Nos
sonreímos una a la otra.
—...Él es tu vida.
—Lo es.
Impregnada
de la seguridad de mis palabras, me limito a asentir. Aunque la seriedad
envolviéndonos no dure demasiado. Mi estómago vibra sólo un segundo después. Por
la mirada torcida que pone de pronto sé que se ha dado cuenta y antes de poder
siquiera excusarme, desde dentro se me viene el más audible y ridículo de los
rugidos. Nos echamos a reír a la par.
—Y me
temo que necesitas comer—me dice, con cierto deje reprobador, haciendo que yo
resople de forma exasperante—. ¿Has desayunado muy temprano?
—Algo—le
doy una sonrisita débil—. Justo al despertar. Michael me ha llevado el desayuno
a la cama.
Monica
arquea una ceja orgullosa.
—Ese Michael... parece que tenía
todo el bendito día planeado.
Se bufa,
como recalcando lo obvio, como buscando hacerme reír. Para mis adentros lucho
hasta lo indecible para obsequiarle una de mis más elaboradas carcajadas pero
simplemente no logro hacerlas salir. La pequeña idea, la misma corazonada bien
puede hacerme sonreír como tonta en un segundo, llorar de amor al siguiente, y
espantarme de muerte al tercero. Impregnándome de dudas traicioneras, de
punzadas de nervios letales, de retortijones agresivos atorados al centro de mi
pecho.
“Perfecto”
pienso con desgane... ¿Es que ahora mismo comenzaría con cambios de humor?
—Monica,
por favor...—ni bien sale mi voz cuando ya me hallo suplicándole—. No sigamos
con ello.
—¿Qué? ¿Por qué?—se queja—. Oh,
vamos. He creído que...
—...Porque
me haces pensarlo—le corto, rogando, tratando como puedo de no dejar que ese
deje de tranquilidad abandone mi voz—. Porque haces que no deje de concentrarme
en otra cosa, de que lo repita una y otra vez en mi mente hasta creerlo verdad.
Y no... No quiero adelantarme a los hechos. Simplemente no quiero tener una
desilusión.
Se le
escapa un fuerte suspiro, luego, sólo me obsequia una media sonrisa.
—Está
bien, está bien... —añade derrotada y me da un dulce abrazo sin titubear—. Te
prometo; ya no lo diré. No hasta que estemos seguras.
—Gracias—le hago espacio suficiente a su cuerpo
y le devuelvo el gesto sin pensármelo más. Ella me estruja con cuidado, y luego
de un momento se incorpora para volverme a mirar.
—Y
ahora...—me finge un pequeño mohín—. Por favor, comamos. Que conmigo, ya somos
tres quienes mueren de hambre.
Me mofo
por la pequeña ocurrencia, y comienzo a caminar hacia el armario en el que
habíamos guardado antes nuestra ropa.
—Está
bien—le digo, ya sintiendo que camina detrás de mí—. Pero me debes un masaje.
No me has dejado terminar éste debido a tus bonitas ocurrencias.
—Sé de alguien que te lo podrá
reponer, descuida.
Por
suerte para ambas, ubico nuestras cosas en la primera estantería. Le tiendo su
bolso junto con su atuendo, y luego de reunir todas mis cosas, nos volvemos en
torno a los impolutos y lujosos vestidores. Con forme avanzamos mi mirada se
vuelve a pasear por cada rincón, justo como cuando apenas hemos arribado; este
hotel... tiene más lujos que partículas de oxígeno.
—...Lo
que me recuerda—añade—. No se lo mencionemos a Phoebe. Nos aniquilará si se
entera de que hemos dejado que alguien más aparte de ella nos dé un masaje.
—Lo sé—asiento torpe. Sin dudar,
dándole la razón.
Y nos
reímos como un par de niñas que han decidido guardar la mayor y más oscura de
las promesas: entonces, será nuestro secreto.
Al salir,
la ciudad, y la determinación de Monica, ponen de su parte. Sólo luego de un
puñado de minutos, decidimos llegar a un restaurante de comida china un poco
cercano. Lo ubiqué sólo porque nos lo habíamos topado el día anterior mientras
salía de mi trabajo, y lo he elegido, porque desde hacía mucho tiempo, el mismo
Joey nos lo había recomendado sin parar. Tenía razón. Aunque, o es el hecho de
que la comida era realmente buena, o sólo mi tremendo apetito. Que, por cierto,
no es totalmente satisfecho hasta que luego de la merienda, engullo de nuevo mi
helado favorito. Esa combinación de cerezas y chocolate amargo no podía
faltarme así como así. No en un día como este.
No sé si
afortunada o desgraciadamente, pero la tarde en el centro de Los Angeles se nos
pasa volando. Al cabo de las siete de la noche arribamos a Neverland, y fiel a
la promesa de Michael, me escapo de entre las manos de Monica mientras ella
decide ir a la estancia a charlar un poco por teléfono con los chicos para
correr hacia mi habitación. El tiempo no estaba de mi lado, me tenía que
alistar.
Esta vez,
al saberme sola en la alcoba, hasta alistarme para esta noche, supone un
problema. Pues sin percatarme, cada cosa murmurada y prófuga de los labios de
Monica antes comienza de pronto a permear mi esencia. Ahora más, de una manera
que jamás imaginé. Y es que conforme el agua caliente corre por mi cuerpo desnudo,
y la alta temperatura toca mi vientre duro, se me viene a la cabeza nada más
que los ojos imposiblemente hermosos de Michael.
El cómo
sus labios se habían adherido así a los míos esta misma mañana, luego de tanto
tiempo que no sucedía. El que nadie, ya ni siquiera yo misma, comprendiera el
cómo mis sentimientos por él comenzarían a crecer, el que muriera por besarlo,
por poseerlo a cada maldito minuto, el que esto que palpo, que siento, la luz
que ahora centella en las profundidades e ilusiones de mi ser se estuviese
convirtiendo en una utopía tan extraña, que no paraba de pensar en ello, el que
él no tuviera ni la remota idea, el sólo imaginar cómo se podría poner cuando
se lo fuera a decir... Dios, me enloquecía.
Un
torbellino de arcadas brota de pronto en mi interior. Con una mano sellando mis
labios, cierro la llave del agua de vuelta, me envuelvo en una toalla y sólo
tengo conciencia de contar los pasos restantes para dirigirme de frente hacia
el asiento del retrete. Un revoloteo interno, y me yergo conforme siento la
necesidad. Más náuseas, y no lo evito. Vomito, y lucho como me es posible por
ignorar el ácido rasgando entera mi garganta, por pasar inadvertida la manera
en que mi cuerpo se arquea cada que se el debilitante proceso se vuelve a
repetir. Me estaba sintiendo fuera de mí misma.
Cierro
mis ojos aún desorbitados por la imagen y llevo una mano trémula a frotar mi
frente, intentando tranquilizarme mientras la otra se ocupa de halar la palanca
y hacer todo aquello desaparecer.
Quería
chillar, y pensé en lanzar miles de maldiciones. Pero el sólo posar mi mente en
la idea de que vería a Michael en algunos momentos, me ayuda a superar sin duda
todo lo demás.
Al cabo
de sentir más estabilidad dentro de mi estómago, cepillo mis dientes y enjuago
mi boca para deshacerme de una y por todas del terrible olor. Al salir, por fin
decido utilizar un vestido de tono guinda a juego con zapatillas de tacón no
muy altos. Igual, tomo del closet mi gabardina negra; dentro, no se siente,
pero cada que me paseaba por los ventanales una ráfaga de viento laceraba mi
piel. Hacía un frío fuera de lo común. Me apetece usar colorete color bronce,
máscara de pestañas, y un poco de sombra color marrón para hacer resaltar un
poco el pliegue de mis ojos. Quería lucir bien para él. De alguna, y otra
manera, algo me inspiraba a resaltar más que en otros días.
A las ocho
y treinta, justo como él lo había
mencionado, un coche ya aguarda por mí fuera del recinto. Wayne me saluda a
través del espejo retrovisor con un gesto amistoso apenas ingreso por la puerta
trasera y cierro tras mi paso. Intento devolverle la sonrisa, pero no sin
batallar. Sabía el recorrido sería largo y aburrido. Sin Michael, las horas de
carretera hasta volver a las infinitas luces de la ciudad de Los Angeles
pesarían más. Y estaba segura mi sonrisa real no volvería hasta tenerle conmigo
de nuevo, de frente.
Cierro
mis ojos, y adormezco por lo que a mí concierne un par de minutos. Pero no es
ni por asomo así; Sorrentino’s
aguarda por mí en cuanto reacciono de
vuelta, y para variar, esta vez una bonita recepcionista me hace ingresar
por la entrada principal. Me murmura cosas conforme andamos y sé por un
instante que no puede despegar su vista del bonito auto Rolls-Royce del que he salido. Seguro es la causa de su pretencioso
servicio. Soy escoltada entonces por un diferente, pero igual de lustroso
caballero a través del sitio pese a todas las miradas de los comensales puestas
sobre mí hasta llegar a un pequeño reservado que yo para mi suerte ya recordaba
de tiempo atrás.
Aquél
había sido el sitio que Michael y yo solíamos ocupar desde que tenía los
primeros recuerdos de nuestra historia, desde que mi aire y el suyo se volvían
uno sólo dentro de nuestra pequeña atmósfera juntos. Desde que una mirada
significaba todo, un beso el completo universo, y un ‘te amo’ el sonido más
maravilloso que había escuchado jamás.
Y esos
ojos, la gloria de ese par de pozos marrones manifestándose a mi merced. Un par
de labios lujuriosos embistiendo con ansias los míos apenas he cruzado la
puerta.
...Mi
Michael.
—Pequeña...—tan
sólo despega sus exquisitos labios de los míos para susurrar, y sin soltar mi
rostro de entre sus manos vuelve a tomarme como antes. Me sonríe entonces con
cierta picardía, y tomando mi mano me hace dar un giro sobre mis talones frente
a él con armonía—. ¿Puedes mirarte por sólo un segundo? Estás... preciosa.
Un par de
risitas se me salen en el acto, mis mejillas comienzan a enardecer. Entonces,
una mano de forma involuntaria se va hacia el pecho de Michael y aferrando la
tela de su camisa negra no dudo en ponerme a apreciarle mejor. Cada parte de su
imagen, de ese saco rojo carmín que recibe a la altura de sus hombros esos
rizos sueltos, largos y moldeados. Su broche de oro posicionado siempre a la
altura de su corazón, sus mocasines, y esos pantaloncillos a juego.
Luce tan
atractivo, tan natural, tan seguro de sí mismo... tan él. Tan mío. Maldición, y
es hermoso en verdad. Es una más de las millones de imágenes que me da y que no
me permiten concebir cómo es que semejante belleza puede ser de este mundo. Cómo
es que él me puede pertenecer.
—Eres tú
quien resalta aquí, cariño...—con ayuda de mi otra mano, busco aferrar su
cuerpo más hacia mí. Su estremecimiento... es delicioso—. Aquí, y allá afuera.
En todo el mundo, en realidad. Eres lo mejor que había visto en mi vida.
Me vuelve
a sonreír. Y sin poder más, halo del cuello de su camisa y vuelvo a besarle.
Volver a ello, a sentirle así, se estaba convirtiendo de vuelta en una adicción
cruel, desesperada.
—¿Vamos?—sus
delicados labios tiemblan, jadean por el pequeño desenfreno.
—Vamos.
Los dedos
de su mano derecha se entrelazan con los míos, así sea sólo por los cinco
segundos que le toma conducirnos a nuestra mesa. Está bastante arreglada, más
que la última vez que ambos habíamos asistido al lugar. Sobre la mesa, hay un
par de copas de cristal y un contenedor vacío en el que supongo iría una gran
botella de vino. Resoplo con cuidado... Esta noche, y muchas otras luego de esta,
no lo podré saborear.
No me
suelta hasta haberme permitido tomar asiento y haber arrimado mi silla para
poderme acomodar. Arquea una ceja y sonríe en tono satisfecho mientras rodea la
pequeña mesa y no le cambia el gesto hasta haberse sentado justo frente a mí.
No sé por
qué, ahí, en ese preciso momento, siento su sonrisa más viva,, más segura que
en cualquier otro momento desde que la tormenta le había lastimado... Más
hermosa que nunca.
—Estás
feliz—le observo alucinada mientras juguetea con su servilleta de tela y un
bufido se me escapa cuando llamo su atención—. Me fascina verte feliz, me
encanta cuando sonríes.
—A mí me
encanta cuando te tengo cerca—sus palabras terminan, con él guiñándome un ojo.
Sonrío
abochornada, y no lo puedo creer.
Me recuerda
tanto a la primera cita... a mi mente llegan recuerdos de la noche en la que
todo comenzó; los nervios, los titubeos, y aquellas risitas incómodas. Cuando
sólo éramos buenos amigos, y que mis besos sólo soñaban con labios como los de
él. De esa urgencia de tenerle, de llamarnos uno, de que fuese parte de mi
realidad.
Nuestro
camarero llega tan pronto como me apetece contestar, así que me olvido de la
idea y mientras estudio de lleno la carta que justo nos terminó de ofrecer a
cada uno. El menú había cambiado un poco desde la última vez. Hay una nueva
variación de langosta, crema de champiñones que no conocía de antes, filetes de
diversas preparaciones, mariscos, una eterna variedad de platillos gourmets...
Postres, pie, mousse de chocolate,
helado. Helado de cereza.
Maldición,
creo que lo quiero todo.
—¿Me
atrevo a ofrecerles algo de tomar?—el hombre inquiere a nuestro costado,
haciéndome descolocar. Está serio, y listo para anotar en su pequeña y lujosa
libretita—. Esta noche tenemos selección especial de uno de nuestros vinos más
solicitados; Shiraz del Valle de Barossa.
“Shiraz...” pienso para mí. Y es en el
mismo instante que Michael cruza una mirada destellante conmigo. Maldición, ¿Por
qué tenía que mencionarlo ahora? ¡Ese vino es mi favorito!
—Oh, por
supuesto que sí. Pediremos dos copas, por favor—Michael se apura a replicar. Su
sonrisa se acentúa y todo sin siquiera dejar de mirarme—. Es el favorito de
ella.
El
camarero asiente vivaz, y anota sigiloso en la libreta.
No,
diablos.
—Ah, no...
—bisbiseo entretanto—. En realidad, pediré un daiquirí de fresa. Sin alcohol,
por favor.
—¿Qué?—Michael
me mira con un deje de desconcierto oportuno—. ¿No te apetece...?
—...No—le
corto—. Es sólo que durante la tarde he sentido cómo se rasgó mi garganta un
poco, y el vino estará helado. Quizá tendré que pasar de mi bebida favorita
esta vez.
Su ceño
se frunce hacia mí de pronto, y el caballero uniformado a nuestro lado me mira
sin comprender.
—Pequeña,
el daiquirí es prácticamente mitad líquido y mitad hielo. Estará más helado de
lo que el vino podría estar.
Me quedo
petrificada. Mierda, no lo había pensado.
—Bueno,
entonces...—doy golpecitos a la superficie de nuestra mesa con las uñas de mis
dedos, paseando mi mirada por todos lados también, como intentando pensármelo
un poco más—. Pediré el daiquirí... sin hielos.
—¿Estás segura?—Michael inquiere.
—Sí—asiento.
Sin más, de reojo a nuestro camarero hasta que el peso de mi mirada le haga
reaccionar, y entonces le miro anotando de nuevo en esa pequeña libreta que
lleva consigo.
Michael
sólo se encoge de hombros y un resople con desgane se le escapa de los labios.
—...De acuerdo—musita.
La mirada
que le dedico al hombre se acentúa de alguna manera, y lo acompaño con una
pequeña sonrisa vaga. ¿Mi intento por evitarme la mirada desesperanzada de
Michael, quizás?
—Enseguida
estará—nos anuncia a ambos con un aire de arrogancia en su tono—. Les dejaré
las cartas un momento para que decidan por su cena.
—Claro, gracias—le decimos, casi al
mismo tiempo.
Cabeceo a
modo de seña hacia él, y me obligo a sonreír hasta que sé que nos ha vuelto a
dejar solos.
—Y yo te
he dado zumo de frutas helado esta mañana, linda—me dice en tiernos murmullos. Suena
incluso un poco preocupado, pero lo cierto es que se me vuelven a llenar los
pulmones de aire limpio con sólo volver a escucharle—. Si tan sólo me lo
hubieras dicho.
—Descuida,
cariño—paso una mano a través de mi cabello suelto, pretendiendo despiste en mi
voz—. El desayuno me ha fascinado. Ha sido un detalle encantador.
Michael
sonríe ahí, con la mirada baja. La tenuidad de la iluminación, las pequeñas
velas posicionadas al centro de nuestra mesa me dificultan un poco mirarle pero
sin duda, aprecio alucinada la forma en la que sus mejillas se enrojecen sólo
un poco. Niega hacia él y un par de risitas se escapan de pronto... Es tan
bello. Y si tan sólo pudiera saber qué es lo que está pensando, lo que le ha
hecho sonreír.
—Y ese beso...—bisbisea, alzando su
vista finalmente hacia mí.
Mi mano,
con movimientos entrecortados no puede quedarse quieta y atrapa la suya contra
la superficie de la mesa, sosteniéndola, dibujando siluetas invisibles a lo
largo de su dorso. Su mirada se iza aún más, penetra la mía.
—...Ese
beso—murmuro, sólo mirando hacia sus labios. Mi perdición favorita—, ha sido la
mejor parte de todas. Ha sido lo más delicioso, de hecho. Y eso que los
panqueques estaban exquisitos de por sí.
—Yo mismo los he preparado—se inclina al
musitar. Con sus cejas dibuja una fina expresión de orgullo y una sonrisita
enigmática aparece.
—Eres mi chef favorito...
No me da
tiempo de añadir nada más. Nuestro mismo camarero, con su misma expresión seria
y diplomática vuelve a aparecer, y a Michael le tiende una copa llena de vino. Observo
que el hombre ni siquiera ha traído la botella completa a la mesa. Seré yo, o
es que entre Michael, el camarero, o el restaurant completo, se querían
encargar de sentirme incómoda por abandonarle al compartirnos una buena copa de
vino.
Miro
entonces mi pretencioso daiquirí; tiene hasta una pajilla, y una rodaja de
fresa al borde del vaso. Parece una bebida digna de una adolescente. De cierto
modo, le quita seriedad a la intimidad de nuestra velada... Y eso que sólo era
el comienzo.
El joven
no añade nada más que una seña acorde para volver a desaparecer, y Michael le
sigue con la mirada hasta no percatarse de que nos ha dejado solos de nuevo.
—Tu chef
favorito, ¿Dices?—Michael me dice al volver a ubicarme. Con infinita elegancia
tiende su copa en torno a mí y sin dudar, hago chocar mi vaso basto contra
ella. Y damos un gran sorbo al mismo tiempo. Hasta vergüenza me da el sólo
repetirme el horrible tintineo que ocasiona que una copa no choque contra otra
igual.
Con mi
servilleta limpio algunos restos de bebida que se me han quedado por mis
labios. El daiquirí está algo helado en realidad, pero no está nada mal.
—No sólo
eso...—susurro.
Y niego
por la impotencia, por encontrarme ya buscando hasta en el más insólito rincón
de mi mente las palabras correctas por decir, cualesquiera que pudieran hacerle
justicia. Luego, un suspiro se me escapa, mirándole. Él ya tenía que saber, por
descontado, lo inhumanamente hermoso que le encuentro... su perfección
inimitable.
Le amo,
le amo, y me encanta hacerlo así. Mi alma, tal cual vencida y enamorada jamás
intentaría buscar a nadie diferente, si sé que ya he encontrado al mejor.
—...El
mejor novio, el más guapo, y atractivo de todos—añado, mirando sus ojos y boca
alternadamente. Intentando acercarme un poco más y buscando su mano de nuevo
sobre el suave mantel—. El más perfecto de los artistas, el mejor filántropo,
el mejor amigo, la más bella de las almas. Simplemente la mejor persona con la
que la faz de la Tierra pudo haberse topado. Ya te lo he dicho, es... es como
si no fueras de este mundo. No puedes serlo. Quiero decir, tanta perfección no
pudo haber sido creada en la Tierra.
Permanece
sereno, sus mejillas cálidas y sin dejar de posar su mirada en mí. En verdad,
nada es mejor que saber que he hecho sonrojar de nuevo a la persona que me da
vida, a quien sueño con adorar, con aferrar a cada segundo.
Acarrea
su silla más cerca de mí, haciéndome percibir cómo sus lagunas marrones se
hacen aún más fulminantes.
—...Ha
hablado la princesa más increíblemente hermosa que pude llegar a encontrar—susurra.
Nuestras manos unidas en la mesa se dirigen hacia la altura de mi corazón al
tiempo que trato de tomar su otra mano al instante para unirlas—. La realidad
más perfecta. Mi amor... mi vida... mi soporte, mi razón para continuar. Ese
par de labios que extrañé todo el día de ayer como un maldito desquiciado. Toda
tú... eres perfecta. Y te amo… Dios mío, te amo tanto como me es preciso
respirar. Más incluso de lo que yo mismo podría pensar o imaginarlo… Amarte,
Rachel, se siente bien. Se siente...
Ni sus
palabras concluyen, ni me da el tiempo de poder reaccionar, y de un solo acto
se inclina por completo para poder tomar mis labios entre los suyos con fuerza.
Presa de mis propios reflejos abandono sus manos para aferrar desde su cuello
hacia mí, mientras sus manos toman también de mi mentón y nuca como buscando
que las grietas de nuestra piel se unan como les es posible.
Pronto yo
también deseo sentirlo, probarlo, y encuentro su lengua en el interior, dentro
de la cavidad que ya robaba todo mi ser. Sus labios se mueven tiernos,
exquisitos, deseosos, sólo haciéndose presentes, haciéndome perder cada
proporción de cordura al saberlo cediendo. Disfrutar, hasta que un gemido de
ansiedad que se le escapa de los labios nos separa, haciendo no más que su
frente termina apoyada contra la mía, que sus manos no me abandonen aún. Nos
obliga a tratar de recuperar de vuelta el aliento.
—Yo
también te amo, cariño...—jadeo, sorprendida de que en verdad he podido emitir
sonido.
Resopla
como si estuviese vencido, y aún así, mirando bajo, sintiendo su frente cálida
contra la mía, le siento sonreír.
—Y es
porque te amo...—dice con un hilo de voz—. Es por esto que ya no puedo
soportarlo más.
—¿Qué...?—inquiero
entre titubeos, al tiempo que me alejo dolorosamente para ubicar sus ojos entre
nuestras respiraciones agitadas.
Su
sonrisa, su preciosa sonrisa sólo se agranda más, y más.
—Que no
puedo más, pequeña—añade—. Iba a esperar al final de la velada para decírtelo, pero...
Te miro, miro tu sonrisa y en verdad me será imposible contenerlo más dentro.
Y sin
más, se encarga de alejar su silla a sus espaldas para hacerse sitio
suficiente. Ahí, se inclina, y persiste... se pone sobre una sola rodilla
frente a mí.
—...Oh, Dios.
Le miro
fijamente, le estudio y toco mi vientre entre una sensación de urgencia y
pasión acechando mi pecho. Sonriendo con él, de nuevo, mientras me lastimo a mí
misma y a mis pensamientos por intentar evocar todas y cada una de aquellas
ocasiones en las que, sin saber que el sentimiento sería más impune de lo que
yo soportaría, había imaginado este momento dentro de mis más hermosos sueños.
Las
palabras, las ideas de Monica se manifiestan nuevas, y más vivas que nunca otra
vez. Me queman, rasgan mi subconsciente como quien busca la manera más
abominable por escapar del más profundo de los abismos. Están ahí, en mis
pensamientos, sólo repitiéndose, resintiéndose, replanteándose. Volviéndose de
pronto... lógicas. Sintiéndose simplemente bien. Pero y, ¿Qué pasaría si es lo
que pienso? ¿Qué sería de mi equilibrio mental si las meras palabras salen de
su boca? ¿Qué pasará con... esta infinita nueva noticia que llevo dentro?
Mi
aliento, mi ser, mis segundos a su lado, mis ansias y fantasías, mis ganas de
vivir a su lado por siempre, mi fe en él, en nosotros, en nuestro mismo
universo, aquello que late con una parte mía y una de él dentro de mi vientre;
la única mano que tira de la mía para llevarme hacia el paraíso... Todo colapsa
y evoluciona de magnitud, se ancla a este amor que le debo y que sólo me
palpita por dentro.
—Michael...—mi
voz lacera mi garganta, hasta el punto de hacer que mis ojos se humedezcan
frente a él. Si es así, si es lo que pienso, no sé cómo diablos podría
contenerme.
Y si lo
es, sería mi nueva tarea encargarme de asegurarle que mi vida desde hacía años
que ya no me pertenecía, pues le he entregado cada parte de mi mundo a él.
Nacería un nuevo deseo de hacer que él lo supiese, que lo entendiese de una
vez, cuánto le he amado desde incluso el primer instante, desde el primer cruce
de miradas, desde la primera vez que su precioso ser se materializó en mi
destino.
—Rachel...—susurra,
y puedo vivirlo, puedo sentir cómo sus ojos abrillantados miran los míos. Uno
sólo a la vez.
—Sí...
—Mi amor... tengo algo qué decirte.
“Yo también...” acuerdo en mi interior. Y lo pienso, lo repito, hasta
siquiera adaptarme a la idea.
Sus
benditos ojos colapsan, entonces comprendo que nada más falta para que una sola
lágrima pueda deslizarse de ellos. Un gélido silencio se materializa sólo entre
la pura distancia que separa mi rostro del suyo, mientras yo ruego por apreciar
ya fuese por un brevísimo momento su exquisito rostro impregnando cada atisbo
de mis deseos, sus ojos brillando ante las luces de las pequeñas velas de
nuestra mesa.
—De una sola vez, pequeña... Y para
siempre.
El
frenético palpitar de mi corazón, mi pecho colapsando en un suspiro, mi
felicidad ya emergiendo desde nuestro silencio, y mis sueños apareciendo en el
segundo exacto en que sus labios revitalizados se vuelven a entreabrir.
—...El tema de Evan quedará en el
olvido.
Mi mente
colapsó.
Dejo de
sonreír entonces, abruptamente contrariada, dándome cuenta del nuevo dolor, de
la ausencia terrible que sus palabras tuvieron de la razón que poseían mis
sueños, mis más profundas ilusiones; el motivo principal por el que el milagro en
mi interior tendría que tocar la luz… que él, finalmente lo supiera.
—¿Q-qué...?—inquiero
sintiéndome vacía, lejana, como si sólo mi voz, y no yo, estuviese presente.
—Evan...—murmura
apresando una sonrisa, aún con los ojos descolocados por todo ese brillo
emergiendo—. Todo este desastre, todo cuando ha ocasionado este caos. Pronto
podremos deshacernos de esto con sólo un movimiento.
—...E-eso es... es estupendo,
cariño.
Se aparta
entonces con delicadeza y al ubicar su silla detrás, vuelve a acercarla para
tomar asiento de nuevo. Como si todo terminase ahí, como si nada más hubiese
pasado.
“...La noche más memorable de nuestras vidas”
“Te Amo”
“Para siempre...”
Ideas anegadas
en mi cabeza, pensamientos nada más que equivocados.
—Así
que...—ruego por reaccionar cabeceando brusco, por abandonar mi tortuoso y
lastimero trance—. De esto era de lo que se trataba todo, ¿No?
—S-sí... —se
encoge de hombros simplemente, y al segundo toma despreocupado su copa de vino
para dar un sorbo más.
Le
observo frustrada, guardando silencio y apreciando la serenidad de cada acción,
sin percatarme de que mi mirada destruida le hace cambiar el semblante de
pronto. Sin darme cuenta siquiera de que se ha petrificado por estar ahora
mirándome a mí.
—Rach,
¿No lo entiendes? ¡Lo logré! ¡Por fin me he encontrado el valor para dar el
paso hacia fuera de este desastre!
—¿Y,
cómo?—pregunto apartando mi mirada de la suya por un instante, para no observar
la sobra del pánico reflejada contra sus ojos.
—La
oferta...—dice ansioso—. La propuesta que Evan nos ha enviado. La tomaré. Es lo
que he estado analizando durante toda la tarde, linda. He estado cuidando y previendo
cada detalle de esto.
En mi
rostro, siento mi gesto tensarse hasta convertirse en una cruda expresión de
confusión.
—¿Oferta?
¿De qué me hablas? ¿Cómo es que yo no he sabido de esto?
—Él...—su
rostro se despabila al replicar—. Evan me ha pedido cierta cantidad de dinero,
a cambio de que esto quede en el olvido.
Me le
quedo mirando con impaciencia.
—...Pagar—protesto—. Pagarle a Evan.
—Pues, s-sí...
Niego sin
más, sin ser consciente de mis movimientos. No, no lo puedo creer... Nada de lo
mencionado tenía sentido. Nada de ello se siente... bien.
—¿Y John ha estado de acuerdo con
esto?
—No al
principio—admite apenas y abriendo sus labios, se nota contrariado—. Pero se lo
he planteado de otra manera, de la misma forma en que Lisa ayer por la noche lo
ideó y que terminó convenciéndome.
—Aguarda, ¿Lisa...? ¿Lisa Marie?
De pronto
mi gesto represivo es sustituido por una mueca de turbación, de aturdimiento.
Tenía que haber escuchado mal.
Sus ojos
se abren en seco, y es cuando pierde su sonrisa de suficiencia. Su silencio me
lo dice todo.
—Así
que... has salido con ella—le digo, pero por alguna razón que prefiero ignorar
me es casi imposible mirarle—. Luego de todo...
Aguarda
tranquilo por algunos segundos, sin saber que por dentro, yo siento como si su
mano ahora estrujara con fuerza cruda mi corazón.
—C-creí que lo sabrías—titubea en
paz—. Yo en verdad...
—Y ella—le
zanjo—. Ella ha sabido de esta oferta antes que yo. Se lo has comentado primero
a ella.
—¿Qué? No, Rach... Si me dejaras
explicarte...
—¿Podrías
explicarme mejor qué sabe ella del tema?—recobro fuerzas, siendo más la
indignación que el enojo, la que habla por mí. ¿Era en serio? ¿Tomaría esta
decisión así como así? ¿Tan sólo porque se lo ha aconsejado... ella? —. ¿Cómo
es que cree saberse tanto como para llegar a aconsejarte que tomes esta
decisión?
Su vista
desciende, se adhiere hacia las pequeñas velas del centro de la mesa, haciendo
que sus ojos vuelvan a centellar.
—Ella... sabe lo suficiente—susurra,
casi inapreciable.
—Sí...
Más que yo, al parecer
Mi rostro
entonces comienza a punzar, a sopesar la forma en que mi sangre comienza a
bullir por dentro de mis venas.
—Rachel,
vamos. ¿No ves que esto es algo bueno para nosotros? ¿Qué es lo que te sucede?
Su voz se
quejaba, pero su mirada sólo me llenaba de penumbras incontables, de desprecio,
aunque momentáneo, alcanza a hacerme sentir no más que miserable.
Un
indicio, un viejo pensamiento aterriza en mis pensamientos.
“Creí que me pedirías matrimonio”
—...Nada.
Resopla
para sí, y un segundo después le observo dando un último gran sorbo de vino a
su copa. Como si tomar le ayudara a tranquilizarse un poco más, dejándome sin
armas para culparle. Pero miro más allá mi vaso con daiquirí a más de la mitad
aún y no me apetece ni tocarlo siquiera.
No... Ya
ni segura me siento segura de estar en este lugar.
—Es sólo que no...—susurro—. No me
parece buena idea.
Resopla
de forma exasperada llevando ambas manos a mesar sus rizos largos, me da una
mirada cargada de fulminante indignación.
—Quisiera
que sólo por un instante...—musita—. Tan sólo por un momento dejaras de ser tan
pesimista.
—No lo soy, Michael, ¿Está bien? Tan
sólo estoy... siendo realista.
—...Pues
déjate de serlo—niega abatido al hablar—, se supone que eres mi novia. Se
supone... que me apoyarías con todo cuanto yo decidiera, y que estarías de mi
lado. Justo ayer lo has dicho de esa manera.
Un
retortijón ataja mi abdomen, un rugido de debilidad. Mi vista se dispara en
torno a mi vientre y caigo en la cuenta de que no he engullido nada desde que
me he sentido mal en casa. Prácticamente, no traigo nada ahora dentro del
estómago.
Trato de
ignorar la sensación, y prefiero volver a estudiar sus ojos reprobadores.
—Soy tu novia—sentencio,
más incómoda que segura—. Y te apoyo, cariño. Estoy de tu lado.
—Entonces,
dime cosas como: "Michael, todo se arreglará, ya sea lo que esto conlleve.
Todo esto terminará pronto si actúas, estoy segura..."
—Es que...
no estoy segura con esta idea que tienes—paseo mi mirada turba por la totalidad
del cuarto. ¿Cómo se lo puedo explicar sin dañarle, sin que termine odiándome
sin más?—. Lo único que sé es que Evan está furioso y que una fecha de juicio
ya ha sido acordada.
Resopla
ansioso entonces, recalcando lo harto que está.
—Hey, Rachel—espeta—, yo sé lo del
juicio, ¿Está bien?
—Pues
entonces sé razonable—un nudo me hace imposible el responder, aunque fuese por
sólo el próximo par de segundos. Me hace sentir... indefensa—. ¿Te das cuenta
de que la mayoría de las personas usarían esto para culparte? ¿Y, qué hay de
todo cuánto tuviste que pasar para probar tu inocencia? Esa pesadilla, Michael.
Los asaltos de esos paparazzis, las
fotografías que han tomado de tu cuerpo...
—...Oye,
no...—me corta voraz, con un tono de voz en verdad indeseable, que me hace
estremecer. Se nota cansado, fastidiado con nuestro diálogo—. No necesito oír de
las malditas fotografías ahora.
—A-amor, tan sólo estoy diciendo...
—¡Pues
no sólo digas...! N-no... digas nada. ¿Bien?
Callo y
no lo intento más. Al instante, una lágrima traicionera se me quiere salir,
mientras evoco en medio de las sombras el cómo nuestra velada se había
corrompido de pronto. Si se supone sería un motivo para fortalecernos, para
saber que jamás nos dejamos de amar. Y no, otra pelea sin fin, por lo mismo de
siempre.
Frente a
mí, Michael sólo aguarda en paz, al tiempo que lleva sus manos entumecidas a
frotar indolentes su rostro entero como si buscara despejarse. Le observo, y me
vuelvo a estremecer, entre cada suspiro de lástima que él lanza, y contengo el llanto, aprieto mis dientes y
clavo mis uñas contra mi propia piel para concentrarme en otro dolor. No podía
dejarle verme así ahora.
—Rachel...—masculla
volviéndome a ubicar. Su tono es otro, ahora se escucha enteramente destruido—.
Lo lamento tanto. Yo...
—...No.
Permanece
estudiándome luego de que he cortado sus palabras. Poso las yemas de mis dedos
temblorosos contra la piel humedecida de mi mejilla y me limpio con urgencia,
como si estuviese presente la sensación de sentirme apenada con él.
Entreabro
mis labios por fin.
—C-creo
que... quiero irme de aquí—mi voz está pero mi mente no hace presencia. En
verdad, que ya no quería estar ahí; todo ya estaba arruinado.
Noto ahí
mismo su incesante incredulidad.
—¿Qué?—inquiere.
—...Sólo
necesito hacerlo—le digo, tomando de mi respaldo mi abrigo y del perchero
próximo mi pequeño bolso. Desconcertada aún, y ya ubicando la salida del
reservado a sus espaldas para echar a andar—. Lo siento.
Esta vez
me marcho por la entrada trasera del lugar, segura de que, el automóvil que me
ha traído estaría esperando justo ahí. Y con suerte, que el coche en el que
Michael ha llegado estuviese aparcado en un sitio diferente. Avanzo a zancadas
torpes, sin voltear, y no sé si él me sigue, o si ha salido del reservado
siquiera. Sólo sé que me tenía que marchar, sólo sintiendo el recorrido al
exterior más lejos, y sin duda más fulminante que antes.
Al salir,
puedo ubicar el vehículo frente a mí, y me precipito hacia la puerta trasera de
éste antes de que algunos hombres altos y fornidos logren rodearme luego de
estar al pie de la salida para rodearme al andar. Pero ni pasarlos por alto me
da la tranquilidad que busco; entro por fin, y al dignarme en cerrar la puerta
tras mi paso me percato de que aquellos hombres no se habían acercado por mí,
sino por Michael. Entonces le escoltan, y sin más, él ingresa al auto también.
Me obliga dolorosamente a querer restregarme contra la puerta del lado
contrario, a alejarme como me es posible de él.
No dice
ni una sola palabra.
La vuelta
a Neverland se torna insostenible. Un par de horas que se basan sólo en mi mera
esperanza por no hacer con él ningún contacto visual, por sentir lo menos posible
el bochorno y la vergüenza apoderándose de todas mis sensaciones. Y trato,
quiero en verdad llorar pero no logro que ni una lágrima se escape de mis ojos.
No pienso correctamente, no me vienen respuestas, sino dolor. Dolor seco e
inexpresivo, algo que no puedo aceptar. Si mi Michael está a sólo medio metro
de mí, y le siento tan vacío, tan fuera de sí. Tan increíblemente lejos.
Aparcamos
cerca de la mansión principal, y busco inmediatamente la forma de salir del
vehículo.
De nuevo
ese frío chocando contra mi piel, pero aún más impregnando mis adentros.
Demoledor, insostenible, implacable, que se deja desplomar sobre mí junto con
una nueva ola de temor. Mi mente se siente simplemente airada y la sensación de
que estaba comenzando a perder mis fuerzas aparece de pronto. Mi vientre vuelve
a rugir, y me siento como dentro del peligro; no sólo de mi vida, sino de algo
mucho más importante, más aún que el mismo cielo brillando por encima.
Una pausa
eterna, mi mirada tornándose empañada, un silencio asesino pulsando contra mi
equilibrio mientras los ruidos de la noche se convierten de pronto en unos
pasos veloces y atrabancados acercándose hacia mí que ya no pueden tocarme,
alucinaciones que sobrevuelan lo real.
La forma
en que todo comienza a perder sentido.
—¡Rachel...!
¡Cuidado!
Un par de
brazos, buscando sostener mi cuerpo antes de que el frío asfalto fuese el que
me detuviera primero.
Me rindo
sin estar segura de querer, me entrego sin voluntad, y tras esa debilidad que
lastima mis piernas, el suelo deja de tener sentido bajo mis pies.
Advierto
el sonido arrítmico de mi débil aliento, escapándose de mis labios a lapsos
irregulares mientras la temperatura, la iluminación y el mero ambiente se
vuelven diferentes. Mi cuerpo reposa, ya no es sostenido por el mismo par de
brazos decididos sino que ahora yace seguro sobre una superficie más blanda y
reconfortante. Y un par de voces nacen también, una mano delicada empapa mi
frente, mientras otra más áspera aprieta mis dedos. No mucho más; la inconsciencia
comienza a ganar batalla sin que yo contraatacara siquiera.
—¿Pero, qué es? ¿Qué ha ocurrido?—se oye lejos, y sin duda, tan familiar. Es Monica.
Escucho,
como un ruido vacío, un quejido más allá.
—S-se ha desplomado apenas salimos del
auto...—le oigo a él, pareciéndome que su voz emerge de mis más oscuros
adentros—. El teléfono de mi médico...
Monica, llama... Por favor...
—¡Michael,
no, tranquilízate! ¡Aguarda! ¡Puede ser normal!
—¿¡Qué!?
¡Por supuesto que no! ¿Cómo es que...?
Un
silencio, acompañado de un suspiro de alivio emerge de entre cosas que no
entendí, de voces resonando con ecos, sollozos inapreciables y dolores que a
cada segundo dejan de importarme más. Y lucho hasta lo indecible por que mis
párpados cedan, pero no lo logro concretar. La oscuridad ya está presente e
impregnándose contra mis sentidos. Ya nada podía hacer.
Pero no
siento mal ese nuevo silencio, sino como una luz, una esperanza sublime. Una
oportunidad que antes anhelaba, tal cual pase libre hacia la oportunidad de
quitarme ya el inmenso peso aniquilador de encima.
—¿Es
que no te lo ha dicho, Michael...?
—¿Decirme
qué? ¿Qué ocurre?
—Ella...
Y la
razón no tarda en aparecer. Si la verdad es que ahí, aturdida, y casi
inconsciente como ahora, a duras penas sería capaz de oír el sonido de su voz
continuando con esa respuesta repiqueteando a lo lejos... Casi no iba a poder
percatarme de que el silencio que vino a continuación, sería la razón de que
todo cambiara.
—Rachel...
está embarazada.
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