domingo, 17 de enero de 2016

Capítulo 35: "Encuentros"

El paso del tiempo jamás había sido una cosa que repercutiera en mí, hasta no detenerme a pensar en ello.

Pero no había duda de que estaba disfrutando de todo.

Mayo, 1992

Disfruto de mi tiempo con Michael de cualquier manera posible, inimaginable. Adoro la forma en que luce su cabello recién al despertar, la manera en que nuestros cuerpos siempre tienen que amanecer uno anudado hacia el otro. Los besos que él despide a cada mañana son míos, y sus ojos cansados que develan al llegar a casa por la noche el tiempo que ha estado trabajando en el estudio también. Su mano está unida a la mía casi todo el tiempo, tocándola, o simplemente paseándose por todo mi cuerpo cuando me encuentro usando una de sus camisas enormes y le resulta más fácil hacerlo. Los domingos son para nosotros. Mañanas, tardes, y noches enteras en las que ni de broma nos apetece salir de la cama. Hemos cocinado y hecho peleas de comida en Neverland portando nada más que nuestra ropa interior, y disfruto de su actitud de “No me importa un demonio” como una loca desquiciada que no puede dejar de desearlo sin más.

Me encantan los días excitantes que paso con él, con nuestro deseo andando.

Las tardes de las películas que no podemos mirar hasta el final porque siempre terminamos besándonos son las mejores, porque él es mi “sólo sucede en las películas” tipo de fantasía. Me enloquecen sus besos de buenas noches, cada uno de ellos. Sus besos felices, los deseosos e insaseables,  los pequeños y tímidos también. Las lágrimas que ambos soltamos si acaso tenemos el atrevimiento de llegar a pelear, y la forma en cómo al final de todo él se ocupa de limpiarlas antes de que lleguen al borde de mi mejilla. El cómo ésa sal se convierte en felicidad luego de eso, y ambos terminamos llorando al instante en que lucho por volver a aferrar mis brazos alrededor de su cuello entumecido, ciñéndolo hacia mí.

Sus sonrisas me asesinan; completamente. Como las que me da cuando algo sale bien, cuando algo increíble sucede; idéntica a la que me obsequió en el instante en que le arrojé la noticia de que mis días en Central Perk habían terminado, y que un nuevo trabajo me abriría las puertas para poder estar mucho más tiempo cerca de él, y el cómo él no terminaba de creerlo, hasta que tuve que jurarlo a base de lágrimas de felicidad a su lado.

Igual, no cambio por nada sus días de “Déjame sólo”, pues me queda simplemente añorar estar con él, y asegurarle que todo estará bien, absolutamente, que él está conmigo y que yo lo protegeré de cuánto sea que pueda sucederle. Me encanta y muero por besarle exactamente como sucedió la primera vez. Su voz tediosa a las cuatro de la mañana que me recuerda cuánto me quiere. Sus carcajadas que llegan a durar hasta cinco minutos por la más grande tontería que mis amigos pudieran inventar. Amo cómo él se preocupa por ellos, adoro que seamos su familia, y que él encuentre su lugar con todos nosotros también. Que cuide de Monica y Phoebe como si jugara el papel del hermano mayor, como si Ross fuese su mayor amigo de toda la infancia, o como si los chistes de Chandler y Joey fueran lo que necesita a lo largo del día para sonreír.

Le amo, le amo por todo.

Y le quiero en diez años más, le quiero a los setenta años, a los ciento seis. Quiero discusiones de “Sólo cállate y bésame”, peleas en las que me quiero ir, me toma del hombro y lo próximo que siento son sus labios sobre los míos. Quiero susurros de “No voy a dormir hasta que tú puedas dormir”, o momentos nocturnos de “No puedo dormir, acércame más a ti”.

Y ahora, viéndolo, perdiéndome en él al estar a mi lado; tomando el volante e ignorando el calor de verano a media autopista, sonriéndome a cada par de segundos, juntos y con los chicos lanzándonos carcajadas desde sus asientos, quiero agradecerle. Ahora que le tengo, ahora que sé que es mío y que no se irá.

Agradecerle por dejar que lo único que yo desee sea a él, permitirme amarle, y sentirme amada también, porque le debo como jamás le había debido algo a nadie más.

El aeropuerto aparece y la velocidad se hace menor. Entonces mi trance ahí acaba.

—Bien...—Joey murmura despreocupado desabrochando su cinturón de seguridad. Phoebe sonríe y comienza a imitarle—. Ahora volvemos, chicos.
—Seguro. Tengan cuidado—Michael replica mostrando una sonrisa a través del espejo retrovisor.

Phoebe cierra la puerta del automóvil luego de que han salido, dejándonos a Michael y a mí a solas. Me quito mi cinturón también, para incorporarme sobre el asiento y contemplarle mejor.

—Ha sido una suerte haber llegado hasta acá sin ningún incidente—musita con las manos aún apoyadas al volante—. Y ese crujido que escuchamos... Más tarde tendré que echarle un vistazo al motor.
—Ese crujido pudo haber sido algo serio—replico, quitándome las gafas de sol—. Pero es que te encanta tanto manejar.
—Me encanta, en verdad—sonríe.

Extiendo mi mano hacia él para acunar con suavidad la superficie suave de su mejilla.

            —Gracias...—susurro—. Gracias por habernos traído hasta acá, Michael.
—Ha sido todo un placer. No tienen nada que agradecerme—su sonrisa se acentúa, y la mía le hace segunda al ver sus cejas asomándose por encima de sus gafas de sol—. Me fascina cuando todos están aquí. Cuando puedes trabajar aquí, aunque sea por unos días, y cuando los chicos pueden pasar un tiempo en Neverland. Tenerte para mí, de día o de noche. Despierta o dormida. El sólo mirarte... Me encanta.

A cada momento se vuelven más insoportables mis ganas de inclinarme para besarle.

            —A mí también.

Su mano atrapa la mía en su camino por la línea de su mandíbula, y la mantiene ahí por unos segundos, hasta tomarla por fin y acercarla a sus labios para dejar una serie de besos delicados a lo largo de mis nudillos. Lentos, y anhelantes. Dejando que el último se sienta más tenso que el anterior. Entonces el atisbo de sonrisa que poseía se derrumba de pronto, y su mirada simplemente se cae al vacío. Aparto los ojos también, y siento mi cuerpo estremecerse de pronto.

Un silencio se prolonga entre los dos. Como buscando evadir el tema que necesariamente, ya habíamos tenido que hablar.

            —Hablaste con Bill, y los chicos de Pepsi esta mañana—susurro.

Siento temor en la forma en que un suspiro se le escapa.

            —¿No es así?—añado, con una sonrisa débil.

Finalmente, se quita también las gafas de sol y, sin decir nada aún, asiente.

—¿Cuánto tiempo?—inquiero, aunque no estoy segura de querer saber la respuesta.
—De Junio a Diciembre...—pestañea desganado, mirando nuestras manos unidas—. Comenzando en Munich, Alemania.
—Vaya...—aprieto su mano, y ruego por que el nudo en mi garganta no intente crecer—. Eso es muy lejos.
—Y es mucho tiempo, también.

Me quedo sin aliento luego de pasar saliva.

Siento esa misma punzada que me inunda por querer llorar, por sentirme deshecha cada vez que tocábamos el tema de la gira, toda esa debilidad que me ocasiona la remota idea de saber que no podré tenerle luego de tanto tiempo. Pero como siempre, como la tarea principal y perpetua si lo que había deseado desde un principio era que nuestra relación continuase funcionando como lo ha hecho hasta ahora, tenía que ocuparme de oprimir el daño que yo misma me hacía. Las cartas ya están sobre la mesa. ¿No es así? Él se va a ir, a cumplir, y fortalecer todo eso por lo que ha trabajado. Diga lo que yo diga, con o sin mí, me parezca o no. Para mi desgracia.

Entonces mis opciones se reducen a aceptar, y tratar de hacérselo más fácil. Intentar.

            —L-lo sé...—admito, asintiendo con él.
—Pero, ¿Estás segura, amor?—me mira, suplicante—. ¿En verdad no puedes acompañarme?
—Michael...
—No espero que lo hagas durante toda la gira. Vamos... Un par de semanas, un solo país. Cuánto sea, cómo sea me es suficiente.
—¿Y fallar en mi trabajo?

Frunce su ceño, preocupado.

—Apenas y he logrado que me transfieran continuamente de Nueva York a Los Angeles, Michael. Y eso que no les he confesado a mis jefes que tan sólo se trata de venir a visitar a mi novio—me acerco más hacia él y tomo su rostro con ambas manos—. Me encantaría. Amaría la idea. ¿Qué más podría pedir si no es acompañarte? Pero... me temo que no. No podría. No hasta haber cumplido un año en la compañía al menos para tener un poco más de libertad. Lo lamento tanto, cariño.
—También yo. No tienes idea.
—...Saldremos de esta—enredo mi dedo en uno de sus rizos largos—. Siempre lo hacemos, ¿no?
—Siempre lo hacemos...—repite entre susurros.

Su leve sonrisa apenas es perceptible, pero lo es. He hecho que sonriera de nuevo.

            —Sé que es algo que tienes que hacer.
—Y jamás te cansas de apoyarme—termina de acercarse hasta haber dejado un beso tierno en mis labios. Uno que ya había necesitado.
—Por supuesto que no. Además de que...—tiendo mis brazos hacia él, y me entretengo jugando con el cuello de su camisa negra. Enredando mis dedos entre la tela, explorando uno que otro ojal, incitándole, haciéndole disfrutar—. Aún quedan varios días hasta junio... No me imagino la cantidad de cosas que podríamos hacer.
—Oh, lo sé...—con su mano, lleva un mechón de mi cabello detrás de mi oído—. Diablos, y si tan sólo supiera qué podríamos hacer.

Me acerco todavía más, y ya pegada hacia él, halo de su camisa y le beso, entrelazando nuestras bocas y permitiéndome tomar posesión de su labio inferior. Se me escapa un pequeño gemido, y sólo luego de eso, él me vuelve a besar. Siento su mano hundirse entre el cabello de mi nuca, mis manos aferradas a su cuello... me sabe de maravilla.

—Y cuando regreses—musito contra sus labios—. Tendremos todo el tiempo a nuestra merced. Todo el tiempo, Michael. Muchísimo. En Nueva York, aquí, o en donde sea. Tu regreso será la mejor parte de todo esto.
—Sonrío sólo de imaginarlo...
—Lo sé.
—Aunque sea una lástima que nuestro tiempo juntos tenga que esperar, incluso ahora—me obsequia un último beso diminuto, y con su dedo índice señala a través de mi ventanilla—. Joey y los chicos ya vienen hacia acá.

Michael sale del coche y ni me da tiempo de mostrarle uno de mis mejores quejidos, o la mínima oportunidad de reprenderle por haber cortado nuestro pequeño momento tan remotamente. Le sigo, y camino hasta llegar a él, con todas las intenciones de hacerlo, pero la tarea se esfuma de mi mente cuando me lo topo despreocupado, sonriente, y ya hundiendo a Chandler en uno de sus gigantescos abrazos. Joey y Phoebe me voltean a ver, y no lo puedo evitar. No puedo sentirme de otra forma que no sea inmensamente feliz de saber que por fin ha llegado.

—¿Cómo ha estado el vuelo?—Michael le pregunta, dando un par de palmadas a su espalda antes de dejarlo ir.
—Aburrido—Chandler se burla—. Nadie sentado a mi lado para poder molestar.

Las risas que se desploman entre Joey, Michael y Phoebe me hacen comprender que sí, que en verdad le había extrañado bastante.

—Chandler...—musito, extendiendo mis brazos hacia él. Se gira y se encuentra conmigo sin problema—. Hasta que se te ha ocurrido aparecer.
—...Rach—le oigo entre nuestro abrazo—. Lo sé, lo sé. Lo siento.

No se separa de mí sin dar un leve alborote a mi cabello.

—Creí que llegaríamos tarde—Phoebe murmura detrás—. Hemos tenido un pequeño problema con un neumático en la carretera. Es una suerte que tu vuelo se haya retrasado un poco.
—Oh, ¿Hubo problemas?—Chandler frunce el ceño—. Nada grave, ¿cierto?
—Nada grave—Michael sonríe—. Sólo un pequeño sonido que me preocupó, pero nada problemático.

Por un momento, asiento con Michael apoyando mis brazos a cada lado de mi cintura, completamente despreocupada y con sus ojos marrones bien puestos sobre los míos. Aunque claro, también tenía que desear que esos ensoñadores ojos sólo los pudiéramos reconocer nosotros, y no el resto del mundo incluido.

De pronto caigo en la cuenta de que estamos en un lugar público, conversando como si no pudiera existir problema alguno, y sin ningún tipo de seguridad acompañándonos.

—Quizá deberíamos irnos ya—señalo nuestro coche detrás de mí con el pulgar.

Michael reacciona de forma brusca e inmediatamente usa sus gafas de sol.

—Claro, ah...—titubea, acercándose y abriendo su puerta—. ¿Han puesto ya las cosas en el maletero?
—Sí—Joey y Chandler responden al mismo tiempo.
—Bien, vayámonos entonces. No quiero que nadie note a Michael—espeto, volviendo también a la puerta del copiloto.

Ingresamos al coche casi al mismo tiempo y Michael no se demora en iniciar el motor. Uso mis gafas de sol, y al avanzar, trato de contener la risa por la forma en la que, apenas bajando la ventanilla polarizada lo suficiente como para asomar su mano únicamente, Michael tiende un dólar y cincuenta centavos a la persona que se encuentra en la caseta de servicio que nos dejaría avanzar.

Al salir, Michael acelera la velocidad y en menos de cinco minutos, ya nos encontramos tomando nuestra ruta habitual de regreso hacia Neverland.

En todo este tiempo, había aprendido que Michael conoce mil y una veces mucho mejor las interestatales y rutas del estado de California que las calles y avenidas del área de Manhattan, aunque reconozco que se ha esforzado en que nuestro pequeño incidente de la primera vez que tomó el volante conmigo no volviese a repetirse sin excepción. Le miro, y sé que disfruta con creces el simple hecho de manejar, de tener el control del volante. Está relajado y sonriente. Moviendo su cabeza al leve ritmo de la música que sale por el estéreo, riendo de las bromas que se disparan Joey y Chandler uno contra otro, asintiendo y opinando con Phoebe a través del espejo retrovisor, pero por sobre todo, disfrutando del momento.

Entonces recuerdo nuestra suposición; en verdad las opciones para disfrutarle antes de que tuviera que marcharse son infinitas.

—No puedo creerlo, Chandler—Joey niega para sí mismo—. ¿Desde cuándo el trabajo se ha vuelto más importante que venir a Neverland?

Michael esboza una inmensa sonrisa de orgullo sin despegar su vista del camino.

—Desde nunca—Chandler replica con desgane—. He aprendido mi lección, créeme. La primera vez ha sido más fácil, porque Ross ha aguardado conmigo también. Pero, ahora que me ha tocado esperar sólo, no paró de ser terrible. Y todo por nada. Una estúpida reunión de rutina en el trabajo y nada más. Con facilidad hubiera podido viajar con todos ustedes.
—Oye, eso no importa ya—intervengo, tratando de girarme para verle como el cinturón de seguridad me lo permite—.Ya estás aquí. Olvídate del trabajo. Olvídate de Nueva York, y de todo lo demás por el resto de estas semanas.
—Lo haré, Rachel. Dios mío, te juro que no podía esperar más por esto.
—Por esto, o por ver a Monica por fin—Phoebe se burla y Joey asiente cómplice.

Me derrite ver la forma en la que se le iluminan las mejillas a Chandler.

            —Jamás dejarán de molestarme por ello, ¿no es así?
            —Por supuesto que no—Joey replica al momento.
—Y a todo esto, ¿Dónde están?—Chandler se incorpora sobre su asiento—. ¿Dónde están Ross y Monica?
—En Neverland. Michael no ha podido despegarles del Pac-Man.
—No puedo creerlo.
—Así es—Michael dice, y todos le volteamos a ver—. No soportan el hecho de que aún yo sigo manteniendo la mayor puntuación. Pero créeme, están ansiosos de que hayas llegado por fin.

Joey da un par de palmadas al hombro de Chandler, y su sonrisa sólo se acentúa más y más. Vuelvo a acomodarme en mi asiento, y miro al frente junto con Michael.

            —Un momento, Rachel, tu cumpleaños fue hace un par de semanas, ¿no?
            —...Correcto—replico, mirando a Chandler por el retrovisor.
—Veintisiete años—Michael se bufa lanzándome una mirada fugaz—. Rachel se está volviendo vieja.

Lo aniquilo con la mirada y le saco la lengua.

            —¿Y qué hicieron?—continúa—. ¿Cómo lo festejaron?
—Por favor... Como si no lo supieras—Phoebe masculla por lo bajo con una terrible voz insinuante.
—Mejor pregúntales cuántas veces lo festejaron—Joey termina de decir.

Llevo una mano temblorosa a mi frente, soportando la increíblemente mirada aterrorizada de Michael sobre mí. Diablos, a veces maldecía la inmensa confianza que los chicos habían adoptado con Michael, o respecto a nuestra relación.

—Oh, por Dios...—Michael musita. Me lo encuentro y me parece que sus mejillas están a punto de explotar.
            —Phoebe y Joey, cierren la boca—espeto cubriéndome el rostro entero.
—Vamos, chicos. Me acostumbré a la ausencia de Chandler hasta ahora—Joey se excusa abalanzando sobre el respaldo de mi asiento—. ¡Tan sólo ha sido una pequeña...!

El rugido del motor le quita el habla. Aguardamos, mientras Michael estudia con cuidado cada medidor e instintivamente inspiro, llevando una mano a mis labios. El crujido de antes, vuelve a aparecer. Con más frecuencia, y el volumen con mayor intensidad.

Oh, no.

            —Michael, aguarda...—Joey le toca el hombro—. Quizá deberías detenerte.
            —...S-sí. Creo que sí.

Michael reduce la velocidad, y continúa andando lento hasta detenernos a la orilla de la carretera. Joey desata su cinturón de seguridad y baja del vehículo sin murmurar alguna palabra.

—¿Es la misma llanta?—Michael inquiere, buscándole con la mirada mientras baja su vidrio.
—Es la misma—Joey asiente desde afuera, y lleva ambas manos hacia su nuca con el gesto torcido.
—¿Qué tan mal está?
—Ah...—continúa, con el ceño luciendo preocupación—. ¿Te miento?
—...Sí.
—Está perfecta.
—Oh, no.

Entonces Michael sale también, y en cuanto noto la forma en la que su semblante cambia al fijar la vista en el mismo punto que Joey, desabrocho mi cinturón y salgo también. El sol me golpea con todas sus fuerzas al salir, y decido volverme rápido para tomar del tablero el sombrero de fieltro negro de Michael.

—¿Podemos arreglarla?—Michael inquiere contemplativo. Me acerco y le hago usar la fedora sin preguntar.

Me agradece con la mirada.

—No lo creo—Joey se pone en posición de cuclillas para mirar el neumático—. Le sale humo, creo que el hule se desgastó y ya lleva rato quemándose.
—Maldición.
—¿Qué?—Chandler aparece de pronto junto con Phoebe—. ¿Está muy mal?
—Muy mal—Joey asiente, y tira un puntapié al rin—. Creo que necesitaremos la ayuda de alguien.

Los autos circulan rápidamente en ambas direcciones por los dos carriles atestados, pero, un par de vehículos pasan a un lado de nosotros sin descender la velocidad y me llaman la atención. Los sigo con la mirada dejando salir un suspiro, y en el último segundo me doy cuenta de que en ambos coches han bajado sus ventanillas para mirarnos. O para mirar a Michael.

Una punzada de desesperación me golpea.

            —...Y rápido—espeto—. De esos dos coches se han fijado en Michael.
            —Lo he visto también—Phoebe me mira.
            —El teléfono del coche, ¿Aún tiene batería?—Michael murmura.

Phoebe abre una de las puertas y asoma medio cuerpo hacia el interior. Escucho un pequeño chasquido que sale de su boca y se vuelve hacia nosotros luego de algunos segundos con el enorme aparato en sus manos.

            —Apenas...—dice seria—. Quizá alcance una llamada.
            —Déjame ver—Joey le arrebata el teléfono.

Marca el número y todos le miramos aguardando por alguna contestación. Para nuestra suerte, el rostro le cambia por una sonrisa apenas unos segundos después.

—Ah... sí, gracias. Escuche...—titubea—. Estamos varados en la interestatal número cinco, y nuestro neumático ha...

Se detiene, y el rostro le cambia de expresión.

—¿Pero cómo? ¡Nos falta una llanta! ¿Cómo es que eso no se considera una...?—aguarda—. Demonios... bien.

Y termina la llamada, con el rostro pasivo y la mirada fulminando el teléfono.

            —¿Pero qué pasó? ¿A quién llamaste?—Chandler se cruza de brazos.
            —¡Al 911, y me ignoraron sin más!
—Demonios, Joey. ¡Ese número es para emergencias, asesinatos y todo ese tipo de cosas!
—Oh, y ¿Por qué no propones algo tú, genio?
—De hecho, lo haré—se hurga frenético la cartera—. Tengo el número del Directorio de Asistencias. Quizá ahí podamos contactar alguna remolcadora.
—...Bien—Michael camina hacia él y Joey le tiende el teléfono—. Dame el número, Chandler. Trataré de llamar.
—Espera, ¿tú?—me le quedo viendo.
—Queremos irnos rápido, ¿Cierto? No se me ocurre nada mejor.

Chandler parece perder su mirada en la mía como buscando por mi autorización. Al cabo de un momento, no me queda de otra que asentir, y mirar a Michael ocupándose ya de marcar el número telefónico.

—Buen día, necesito la asistencia de una remolcadora o grúa. Estoy en la interestatal número cinco, con dirección a Los Olivos, y un neumático me falló. ¿Podría...? ¿Perdón?—guarda silencio para escuchar, pasando su mirada por todas partes—. ¿Sin disponibilidad? ¿Pero, qué quiere...? Somos cinco personas, señorita. Nuestro coche no da para más y tenemos el tiempo...

Su gesto preocupado se arruga aún más y un suspiro desgarrador y vencido brota de sus labios. No pinta nada bien.

            —...P-pero, soy Michael Jackson—protesta—. ¿No puedes ayudarme?

Cubro mis labios con ambas manos como una reacción inmediata. ¡Jamás creería que iba a decir eso!

Termina la llamada y se queda pasivo, con la mirada perdida en el aparato.

—¿Ni así?—Chandler se burla, como si aún no se lo creyera. Estoy segura de que a todos nos ha tomado por sorpresa.
—...Ni así—Michael se acerca y arroja el teléfono al coche por una de las ventanillas.
—Bien, ¿Ahora qué?
—Ah... chicos...—Joey murmura titubeante detrás de todos nosotros.
—¿Qué ocurre?—volteo hacia él, usando mi mano para proteger mi vista del sol.

Todos se giran luego de mí para encontrarle. Sin que una sola palabra aparezca y sin mirarnos, señala tembloroso al frente, más allá de donde nosotros nos encontrábamos. Sigo la dirección que su índice señala y sólo así entiendo su detenimiento. Inmediatamente palidezco, al mirar a un coche aparcado justo detrás del nuestro, y a un hombre de aspecto joven descendiendo de él, luciendo una sonrisa orgullosa, sosteniendo en cada mano una señal de circulación, y lo que parece un gato de refacciones.

La mirada de Michael se clava estupefacta en la mía, y sin percatarme ya me encuentro andando veloz hacia él.

—Por Dios...—él brama, andando y lastimosamente, clavando su mirada en Michael—. ¡Sabía que era cierto!

Tomo la mano de Michael de forma brusca antes de que sus pasos terminaran de acercarlo a nosotros. Palidezco y miro inquieta a los demás. Chandler me hace un gesto con su mano como para tranquilizarme, y por Dios que trato de hacerlo. Es sólo una persona al final. ¿Qué mal podría hacer?

—Aguarden...—Phoebe susurra, pendiente—. Es uno de los coches que hemos visto antes.

Entonces vuelvo a fijarme en el coche del que ha aparecido. Es cierto. Seguramente, se ha dado vuelta en ‘u’ en cuanto ha tenido la oportunidad y, mis sospechas habían sido ciertas también; se había fijado en Michael.

            —...Hola—se detiene frente a nosotros.
            —Hola—Joey es el único que replica.
—Los he visto antes...—se inclina para dejar lo que trae sobre el asfalto, y tiende ambas manos al frente, como asegurando que no piensa intentar nada más—. ¿Michael Jackson?

La mano de Michael se tensa entre la mía. Alzo mi vista y busco encontrar su mirada incluso a través de las enormes gafas oscuras.

            —S-sí...—Michael admite.
—Diablos, es un enorme placer...—él se aproxima más, y tiende una mano en su dirección. Michael la toma, y la estrecha con cuidado—. No sabía si se trataba de un espejismo, o si en serio era verdad. Con este calor...
—Claro—Michael ríe con timidez, ajustándose el sombrero de fieltro—. Muchas gracias...
—Mi nombre es Dave. Dave Schwartz—dice más relajado, y se ocupa de estrechar la mano de cada uno de nosotros, aunque no con el tacto que ha usado con Michael—. Tengo que decir, no he podido dejar de darme cuenta de que necesitan ayuda—señala a nuestro neumático humeante en un mohín—. Escuchen, yo podría ayudarlos. Y es algo así como mi trabajo también... Tengo un taller, una remolcadora y lote de renta de coches que no está nada lejos de aquí. Podría sólo enganchar un alambre a la defensa de su coche y llevarlos hasta allá sin dificultad. ¿Qué me dicen?

Entre todos nos lanzamos repetidas miradas cómplices, y en una oportunidad me asomo a observar su coche. En efecto, tiene algo de publicidad acerca del taller, y de su defensa tienden incrustados un par de ganchos de soporte. Quizá estaba diciendo la verdad.

            —Suena bastante bien—Chandler musita, encogiéndose de hombros.
—Para mí también—Joey asiente—. No se me ocurre nada mejor, si ya no tenemos teléfono.
—Igual yo.
—¿Rachel?—Michael se posiciona frente a mí, dándole enteramente la espalda al hombre que acaba de aparecer.
—Está bien... —suspiro—. Supongo que sí.
—Bien—me guiña el ojo, y se gira para volverse a dirigir al resto—. Muchísimas gracias, Dave. Está bien.
—Oh, perfecto—él brama, sonriente.

Lo estudio alzando ambas cejas en tono satisfactorio mientras saca de su bolsillo un enorme teléfono móvil. Marca un número, y aguarda en calma hasta obtener respuesta. No puedo dejar de perseguir cada uno de sus movimientos.

Sí, así de prevenida me había tenido que dejar el primer incidente que había tenido con Michael en la vía pública, años atrás.

—¿June?—dice entusiasmado contra el teléfono—. ¡Te lo he dicho! ¡Te dije que era cierto! Estaba seguro de que se trataba de él...—aguarda un puñado de segundos en silencio. Resoplo, fastidiada. En realidad, no sé cómo sentirme al saber que está hablando sobre Michael a otras personas—. Sí, y va para allá. Sólo él y otras personas que vienen con él... Un neumático ardiendo. Que preparen todo y... ¡Lleva al pequeño también!

Frunzo el ceño. ¿Al pequeño...?

—Está hecho...—nos dice, terminando la llamada por fin—. Todo listo. Enganchamos este bebé al mío y nos podemos ir.
—Claro—Michael le contesta, asintiendo y meciendo sus talones hacia adelante—. Y, por Dios... gracias de nuevo.
—Ni lo menciones.

Se arrodilla y pone manos a la obra; enganchando la defensa del Jeep de Michael al cofre de su camioneta, incrustando un soporte alrededor del neumático averiado para que no continuase dañándose mientras comenzamos a andar, y tan pronto como él nos sonríe anunciando que ha terminado lo que le ha sido posible hacer, nosotros ya nos apresuramos a volver al coche, tomar nuestros respectivos asientos, abrochar los cinturones de seguridad y aguardar por que la verdadera labor comience, así me falten aún razones para creerle sus buenas intenciones por completo.

Afortunadamente, nuestro vergonzoso recorrido en un coche que se ha movido sin ayuda alguna del motor, no dura mucho. Y el señor Dave, junto con nosotros detrás aparca frente a un lote cercado que deja relucir un ostentoso anuncio y digno de estar reluciendo en alguna avenida conocida de Las Vegas, justo en la fachada que da cara a la carretera; “Rent-a-Wreck”. Echo un vistazo antes de que todos entremos y, al final, no puedo evitar que me parezca prometedor.

            —Sólo aguarden aquí. ¿Bien?

Dave nos da un último gesto amable antes de tender ambas manos para señalarnos algunas butacas en las que podíamos aguardar, en lo que parecía como el vestíbulo del lugar. Entonces, de la mano de Michael, andamos hasta sentarnos y los chicos nos imitan casi a la par.

Es un lugar abierto, amplio e iluminado, pero fresco al mismo tiempo. A donde sea que giro la vista me encuentro con plantas de todo tipo adornando el lugar, hay una barra de bebidas para clientes en la que Joey, Chandler y Phoebe se han detenido antes de sentarnos para tomar algo y estantes repletos de revistas, calendarios y manuales diversos, concernientes a la reparación y renta de coches. Me complace saber que no hemos terminado varados en un típico lote de coches de alquiler en el que el recinto ni siquiera cuenta con un techo estable, y mucho menos a esta calurosa hora del día, con Michael fuera y recibiendo todos los rayos del sol.

—Rach...—Michael me dice con calma, meciendo levemente mi mano entre la suya—. ¿Está todo bien?
—...Sí. Lo está—le sonrío.
—Te he visto... un poco nerviosa allá afuera, cuando Dave apareció.
—Lo sé, lo noté también—replico con timidez. Lo ha notado aún cuando mis intenciones eran que sobre todo él no se alarmara con mi actitud de antes—. Sólo me precipité un poco, con lo del teléfono, el neumático, y el calor insoportable. Pero, está todo bien. Descuida, Michael.
—¿Estás segura?
—Segura—susurro, y dejo un pequeño beso sobre su mejilla.

Se quita sus gafas de sol por fin y deja relucir un perfecto pestañeo seductor. El pulso se me acelera sólo de contemplarle así de cerca.

            —Volveremos a Neverland antes de que te des cuenta, pequeña.
            —Sí, ya lo...

Un alboroto nos distrae a todos y nos hace girar hacia el mismo sitio en el que hemos aparcado. En leve, advierto a lo lejos cómo nuestro vehículo estaba siendo remolcado hacia el taller principal que pasamos cuando estábamos llegando, y cómo unas personas se le acercaban cada una con un puñado de herramientas en ambas manos. Quizá Michael tiene razón. Tal vez, lo que me hace falta es sólo suspirar, beber un poco de agua o calmarme, y luego sólo aguardar a que estemos de vuelta y retomando nuestro recorrido a casa.

            —Oh, por Dios... Mira eso.
—¿Qué? ¿Qué?—Chandler brama con entusiasmo tratando de ubicar la dirección a la que señala el índice de Joey.
—¿Es un Porshe?—Joey entrecierra los ojos y se pone de pie para acercarse más al sitio que señala—. No puedo creerlo, jamás había visto uno así de viejo.
—Madre Santa—Chandler le sigue los pasos y juntos comienzan a andar—. ¿Y ese Rolls Royce?

Michael y Phoebe resoplan conteniendo la risa, al mirarles alejarse con su par de miradas atontadas por haber ubicado por fin el lote de coches de alquiler. Entorno los ojos y no me queda de otra que reír con ellos. No me sorprendería que es por eso que Joey y Chandler han aceptado con tal facilidad el que estas personas nos ayudaran. Ellos se vuelven locos por los coches, sobre todo si eran despampanantes modelos recientes.

—Iré a ver que no rompan nada—Phoebe se burla, marchándose ya detrás de ellos y sus expresiones aún audibles por el eco del lugar.
—Por favor—Michael responde, aún riendo—. Que tenemos el dinero contado.

Phoebe asiente acentuando sus carcajadas, y en menos de un segundo, se pierde de nuestra vista al doblar la esquina detrás del muro.

Michael arroja un largo y audible suspiro antes de volver a mirarme.

            —¿Tú no disfrutas de mirar los coches lujosos, Michael?
—Lo hago—murmura, mientras la mano de la que no me he apoderado se planta suave y deliciosa en mi rostro, tirando de mi mentón—. Pero disfruto más mirándote a ti. Y más, si sé que nos encontramos solos.
—¿Ah, sí?
—Así es...—susurra, enarcando sus cejas e inclinándose tentativamente hacia mis labios—. Dime algo.
—...Veamos—me muerdo el labio inferior.

Oh, por Dios.

—¿Qué tan sorprendido crees que dejemos a Dave si entrara por la puerta en este momento... y nos viera besándonos?
—Oh...—trago saliva—. N-no lo sé... ¿Te gustaría... probarlo?
—No me lo pensaría ni dos veces, de sólo tener en cuenta el tiempo que ha pasado sin que he besado tus labios. Pero...
            —...Qué alivio, ahí están.

Ambos nos sobresaltamos de forma brusca ante el pesado golpeteo de dos pares de suelas resonando en el lugar. Michael me suelta, y se incorpora sobre el asiento, mirando al frente. Su respiración termina de agitarse y yo, me esfuerzo como puedo, por mantener mi actitud de ultraje moral. Maldición.

Para nuestra desgracia, Dave había vuelto, y no lo había hecho sólo. Una chica, joven, ingresó junto con él sin siquiera haberme dado cuenta, hasta que su mera presencia atrajo mi completa atención, y sé que ha sucedido lo mismo con la de Michael.

Una mujer sumamente atractiva, dando a relucir unos perfectos y bien proporcionados rasgos de ascendencia asiática, cabello oscuro hasta los hombros y flequillo recto sobre la línea de sus ojos esperanzados. Su sonrisa, con la que la miro perderse en la imagen de Michael a mi lado, es incandescente. Simplemente la correcta expresión con la que sabía, cualquier chica se toparía por primera vez con él.

—Hola...—ella titubea, tendiendo y estrechando con gracia y elegancia su mano hacia mí, y después deteniéndose para tomar también la mano de Michael—. Madre mía, es un... es un verdadero placer, de verdad. Quiero decir, yo... jamás le creería a Dave que... No, debo traerlo, debo ir por él ahora. No lo creerá.

Y luego de todas esas frases inconclusas, y sonrisas tímidas congeladas, la miré salir del lugar. Michael me echa un vistazo con ambas cejas dibujando una perfecta línea de confusión, dejándome enmudecida, sin saber qué o cómo contestar. Me topo al final con Dave, aún parado frente a nosotros pero con su mirada y sonrisa aún dirigiéndose por donde ella había salido antes.

Me le quedo mirando, y espero que mis ojos hablen por mí. ¿De qué había sido todo eso?

—Ella es June Chandler-Schwartz—musita, virando hacia nosotros. Sonrío; vaya apellido—. Es mi esposa. No me ha querido creer que te he encontrado varado en la carretera.
—Oh...—Michael asiente, con una sonrisa despejada.
—Tan sólo...—se detiene y se asoma por la misma puerta por un momento antes de continuar—. Ha ido por el pequeño. Estoy seguro de que no tardarán.
—¿El pequeño?—Michael inquiere, frunciendo el ceño.

Ambos nos ponemos de pie al final, dejándome con el pensamiento de que ni siquiera me he percatado del momento en el que ambos dejamos de tomarnos la mano, aunque de pronto, aquello simplemente me deje de importar. June vuelve, y con ella un chico de cabello oscuro y grandes, luminosos ojos aparece, y se pierde súbitamente en el rostro sonriente de Michael. Creo que me encuentro sonriendo también, recalcando lo obvio antes de que fuera dicho; aquél niño, de rasgos afilados suavizados  por su tez dorada y mate, se delata por sí sólo.

De pie, frente a Michael, y con ese brillo perpetuo en sus ojos... ese pequeño estaba de repente cara a cara con nadie más que su ídolo. Su estrella favorita.

—Hola...—Michael le saluda inclinándose hacia él, apoyando ambas manos a la altura de sus rodillas.
—...H-hola—el pequeño replica, casi sin aliento.

Mi sonrisa se entumece y se agranda cada vez más. Lo que Michael podía ocasionar en una persona era inaudito.

—Él es Jordie. Hijo de June—Dave dice, apoyando una mano sobre el hombro del niño—. Y ya te habrás dado cuenta... Es tu mayor admirador, Michael.

Ambos, June y el pequeño asienten entusiasmados mientras a Michael se le escapan un par de risitas discretas. Observo en un segundo su rostro ya ruborizado en su totalidad, y con cuidado le tiende una mano al pequeño Jordie.

—Hola, Jordie. Me da mucho gusto conocerte a ti y a tu madre—se incorpora volviéndose hacia June con un gesto abrazador—. Es un placer, June. Gracias en verdad por habernos ayudado allá afuera...—Michael me atrae hacia él tomándome de la cintura con sutileza, su rostro se ilumina al volver a mirarme, y yo me siento indefensa y con las alternativas escasas a otra cosa que no sea perderme en su mirada—. Jordie, June; ella es Rachel.
—Soy Rachel—trato de reponer, estrechando la mano al pequeño—. Mucho gusto, Jordie.
—¡Hola!—me saluda, con una sonrisa que le hace entrecerrar sus ojos tiernos.

Michael se ríe entre nosotros y le guiña un ojo a Jordie. A June aún no le es posible reprimir todo esa emoción.

—Es increíble lo que las circunstancias y un neumático frito pueden llegar a lograr, ¿No?—murmura, mirándolos a los tres—. Nos guían, así estemos varados en la carretera, tirando puntapiés al vehículo, hasta llevarte a conocer a personas encantadoras.
—Y aún así, a June le sigue pareciendo increíble—Dave añade en un mohín divertido.

Trato de ocultar mis risas detrás de la palma de mi mano.

—Jordie de hecho ya había contactado a Michael hace algunos años—June sacude con dulzura los cabellos de Jordie al hablar.
            —¿Ah, sí?—inquiero, frunciendo el ceño.
—Tan sólo tenía ocho años, pero gracias a algunos contactos de Dave, nos ha sido posible obtener la dirección postal de Neverland, y Jordie le envió a Michael un...
—...Un dibujo—Michael le interrumpe con cuidado. Entrecierra los ojos con la mirada perdida en el vacío, como si tratara de recordarlo—. Por Dios... ¿En verdad es cierto? ¿Hace tanto tiempo?
—Así es—Dave asiente, orgulloso—. Fue en el ’88.

Vaya, por ese entonces, lo mío con Michael a penas estaba comenzando.

—¡No puedo creer que lo recuerdes!—June exclama, llevando una mano a sus labios.
—¿Cómo no lo haría?
—Y luego de eso, nos llevamos la sorpresa de que en el correo nos habían llegado tres entradas para tus últimos conciertos de ese año. Fue un sueño hecho realidad para el pequeño, Michael. Jamás creímos que tendríamos la oportunidad de agradecerte personalmente.
—En realidad no ha sido nada—Michael acomoda un rizo rebelde que le cae por el centro del rostro. Está, más que nada, ruborizado, y yo derretida de saberle así—. Y dime, Jordie. ¿Aún sigues dibujando?
—¡Sí! A mi papá y a mí nos gusta. Con él dibujo algo nuevo todos los fines de semana. Me encanta dibujar. ¡Muchísimo! En el taller a veces lo hago también. ¿Quieres ver algunos? ¡Están por aquí! ¡Lo sé!
—¡Por supuesto!—Michael brama, con el gesto iluminado—. ¿Cómo no iba a querer?
—¡Genial!

Jordie quiere rodear a June de un solo movimiento, y cuando ella finalmente le cede al paso para avanzar hacia el umbral de la habitación, es embestido por Phoebe, que acababa de llegar. Ella le saluda alegre, y calmando el sobresalto de ambos, Jordie le corresponde con la misma sonrisa y aguarda a que Phoebe termine de hacer lo que sea que haya llegado a hacer.

La vista se me cae a los suelos. Si no quería reírme de las mejillas coloradas de Phoebe, tenía que evitar mirarla a toda costa.

—Lo lamento tanto...—se disculpa, pasando su manos a través de su coleta despeinada—. Michael, Rach; es Monica... en el localizador de Chandler. Ha estado tratando de contactarnos por más de cinco veces. Me preocupa que ella piense que hemos tenido problemas en el camino... o un accidente.
—Oh...—musito avispada, mirando para todos lados. ¿Cómo lo he podido olvidar?
—S-sí...—Michael sisea—. Tienes razón.
            —¿Cómo...?

Jordie nos mira alternadamente a Michael y a mí. Su sonrisa, luego de la pregunta diligente que nos ha lanzado, se apaga. Sus ojos se oscurecen de pronto y en un pequeño suspiro, su vista se pierde en los rostros preocupados de Dave y su madre.

Me lanzo un puñado de miradas tristes junto con Phoebe. No me apetece ni ver la decepción que Michael estará emanando en su mirada.

—Quizá en otra ocasión, Jordie—Dave posiciona su pesada mano en el hombro del pequeño, pero no logra ni por asomo que él reaccione—. Es cierto... su neumático está casi listo. Seguro tendrán otras cosas que hacer, y tienen que irse.
—Lo lamento tanto, Jordie... No sabes cuánto—Michael dice, inclinándose cauteloso hacia él—. ¿Tal vez en otra ocasión?

Jordie asiente sin el mínimo resquicio de emoción, y no puedo evitar sentirme pésimo por él. ¿Cómo se iba a poder recuperar su alegría luego de algo así?

Entre todo ese lúgubre momento, June vuelve a sonreír.

—Deberías llamarlo alguna vez—espeta alegre, buscando algo entre la estantería detrás de ella.

Michael entrecierra sus ojos un poco ofuscado perdiéndose en ella, como si la naturalidad con la que ha hecho la frase fuese algo real.

—¡Mamá!—Jordie brama, completamente ruborizado y fulminándole con la mirada.
—Jordie...—ella dice—. Podrían ser buenos amigos.
—Seguro—Dave interviene, ocultando ambas manos en sus bolsillos y recargándose contra la pared—. Hazle una llamada, Michael. ¿Por qué no?

Hubo un momento en el que de pronto había dejado de seguir la conversación que fluía justo frente a mí. Pestañeo, ubicando a Phoebe detrás de June y Jordie otra vez, negando y alzando ambas manos en frente de sí. Supe que estaba tan confundida con la abrumadora actitud que ellos habían adoptado, al igual que yo.

—Sí, de acuerdo—Michael replica, dirigiéndose al niño, mientras se ocupa de entrelazar su brazo derecho con el mío—. Te llamaré, Jordie. ¿Está bien?

Una nueva y radiante sonrisa aparece y se congela en el rostro de Jordie. Mirando a nadie más que a Michael, hipnotizado y avispado con el gesto abrazador que él le está regresando. Y en el último instante, en el que por fin se me ocurre intervenir, ya ambos nos ocupamos de ver a June, inquieta, anotando un número telefónico sobre un pequeño trozo de papel en blanco.

Su sonrisa está a punto de desorbitarse.


            —¡Fabuloso!

1 comentario:

Just Good Friends (Novela inspirada en Michael Jackson) © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.