Lo que
quedó de la semana fue una hazaña por olvidarlo todo.
Tan
irreal, que en el primer instante en que he puesto un pie en Neverland, la fría
imagen del aeropuerto se había marchado sin problemas de mis pensamientos.
Jamás vi lágrimas en los ojos de Emily cuando ella nos ha sorprendido en el
aeropuerto, Ross nunca fue tras ella luego de haber salido corriendo del lugar
entre sollozos, y yo jamás corrí a estamparme a los brazos de Michael con el
único deseo de ser consolada. Como si de pronto, la escena simplemente no
hubiese existido. Aunque todo aquello, tan real como sé que era, jamás dejaría
de preocuparme.
Esta
mañana, luego de un espléndido desayuno y de haber perdido a Michael por
cuestiones de trabajo durante algunas horas, me digno a tratar de comunicarme
con mis amigos con la esperanza de que esta vez, aunque fuese una sola vez
luego de casi una semana, logre comunicarme con ellos.
Un
suspiro brota de mi boca al entrar a la habitación de Michael. Tengo mi fe
entera en que esta vez lograré hablar con alguno de ellos.
—Por
favor... —el tono de espera resuena por el auricular—. Por favor, por favor,
por favor. Contesten...
Un tono,
dos tonos, y antes de entrar el tercero, la frecuencia se hace más corta y
repetitiva al continuar. Maldita sea, se ha cortado.
—¿Pero
qué diablos pasa?—mi voz es increíblemente baja, como si aún encontrándome sola
en la habitación fuese motivo para que alguien más me escuchara maldecir. De la
mesita de noche tomo el papel en el que Michael me ha anotado la lada para
llamar a Manhattan. La había marcado bien, ¿no? —. ¡Por favor!
Esta vez,
ni un solo tono de espera brota del auricular.
—Muy
bien, aquí voy—marco cada número detenidamente para asegurar que no me equivoco
en alguno de los dígitos—. Contesten, maldita sea, debo hablar con ustedes...
Los tonos
suenan, uno tras otro. Parece que ha entrado la llamada. Por un segundo,
escuchar esos endemoniados tonos me hace sonreír, aunque la desesperación me
siga comiendo viva. Y por otro, me parece oír la voz de alguien vociferando
fuera de la habitación, más y más cerca a cada paso.
—¿Michael...?—parece
la voz de una mujer, sus pasos resuenan uno más potente que el anterior. Decido
ignorarlo, mientras mantengo el auricular adherido a mi oído—. Al parecer tu
línea estaba ocupada, así que me han dejado pasar sin avisar...
La
llamada parece continuar en línea, decido aguardar lo más que me es posible,
pero la voz de esa mujer comienza a erizar mi piel, cada vez más cercana.
¿Viene hacia acá? Me giro sobre mí misma para asegurar mi torpeza; la puerta de
la habitación, la he dejado abierta.
—...Esta mañana he visitado a la familia, y me
apeteció... —su voz, con esas últimas palabras resonando dentro de la
habitación, se detiene en seco—. A ti no te conozco.
Casi me
quedo sin respiración.
Inmediatamente
cuelgo el teléfono, importándome menos si alguien me ha contestado del otro
lado. Me giro al ponerme de pie, y pestañeando me encuentro con una mujer
evidentemente atractiva, va bien vestida, arrojando al caño los jeans rotos y
la playera blanca que llevo puesta. Por Dios, yo hecha un desastre y ella tan
elegante, y con ese par de inmensos ojos marrones amenazando los míos. Esos
ojos, por Dios, como si se trataran de los del mismo Michael.
—¿Quién eres?—me mira desafiante, no me puedo
creer lo parecida que es a él. Apostaría a que se trata de una de sus hermanas.
Pero, ¿Cómo estar segura?
—Am,
y-yo... yo soy... —¿Qué se supone que debía decirle? ¿Podría decirle la verdad
a ella? Maldición, Michael, ¡aparécete ya!
—¿Mi
hermano sabe que estás aquí?—sus pasos la acercan considerablemente a mí, me
estremezco, pero al menos ella me ha asegurado algo. ¿Pero de cuál hermana se
trata? Debería saberlo.
—Tranquila...
—lanzo al aire. Mi voz suena, por mucho, insegura—. No me conoces. Yo soy...
—¿¡Janet!?
Ambas nos
giramos para encontrar a Michael bajo el umbral de la puerta. Pestañea
repetidamente al observarnos a ambas. Sin chistar un segundo, se acerca a mí y
al momento en que su mano aferra firme la mía, vuelvo a sentir mi ritmo
cardiaco volviendo a la normalidad. Con la mirada desconcertada, ella estudia
nuestras manos unidas.
—Por
Dios, Janet—Michael titubea en un hilo de voz—, desearía que hubieras avisado
que venías.
Ella parece no reaccionar.
—Pero, si justo trataba de explicar que…—vuelve a mirarnos a uno luego del
otro—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién es ella?
Michael se gira hacia mí con las mejillas ardiendo y entumecidas en una sonrisa
nerviosa.
—Quise decírselo antes de que aparecieras—admito para él. ¿Por qué me siento
tan apenada?
—Escucha—Michael
suspira, aún de mi mano nos conduce a ambas fuera de la habitación con pasos
sigilosos. Sigo sin poder mantener la mirada de ella mientras comenzamos a
andar—. Salgamos de aquí. Hablemos en la estancia.
Mi cara permanece adherida al suelo hasta que sé que hemos llegado a la pequeña
salita de estar. Michael toma asiento a mi lado, y sus dedos entrelazando los
míos se sienten incluso más firmes. Janet toma asiento frente a nosotros. Se
cruza de brazos y sus cejas se arquean desafiantes.
—Bien, soy toda oídos.
—Janet,
ella es...—susurra tímido. Por su tono, él mismo me lo asegura. Dios, está por
decírselo—. Y por favor, no te alteres tanto, ¿de acuerdo?
Río con el momento. Hace unos momentos estaba por decirlo yo misma, ¿es en
verdad tan difícil para él?
—Oh, sólo dilo, Michael...—ella le riñe.
—Tendrás
que prometer no bombardearla a ella o a mí con tus tontas preguntas luego de
esto, pero...—su voz se esfuma por un momento, su mano coge la mía más
ansiosa—. Ella, es mi pareja. Somos... novios, Janet.
Una sonrisa se congela en mi rostro. No puedo creer la fuerza con la que estoy
tomando su mano. Quizá lo lastimo, pero ¿de qué otra forma aguardaría por una
reacción luego de esto?
—Oh, Dios mío...
Ella inhala con una fuerza impresionante y su mandíbula entonces cae al suelo.
Sus ojos, parecen desorbitarse al clavarse con los míos, y teniendo en cuenta
esa sorpresa que derrocha su mirada, jamás me siento tan segura; si yo se lo
hubiera dicho antes de que Michael llegara, ni de broma me hubiera creído.
—¿Y por qué diablos no me lo habías dicho?—exclama de pronto. Oh, no. ¿Está
molesta?—. ¡He estado a punto de soltarle un sermón cuando la vi en tu
habitación!
Inmediatamente evoco nuestra vergonzosa escena dentro de la habitación. Ella
detenida detrás de mí, aún al oírle llamarme no detengo mi llamada telefónica y
cuando por fin la encaro sé que ganas le sobran de llamar a seguridad. ¡Pero
qué vergüenza!
—¿Qué? ¿Por qué?—Michael se remueve sobre el sofá, estudiándonos a ambas.
—No ha
sido nada—le tranquilizo a ambos, aún mirándola pestañear trato de que mis
palabras se dirijan hacia ella—. No sabías quién soy, puedo entenderlo.
Descuida.
—Por
Dios, tienes que disculparme…—lentamente tiende su mano en mi dirección. Oh,
no. ¿Ni mi nombre le he dicho?
—...Rachel—musito.
—Rachel,
linda, no he querido hablarte así hace un momento...—de un movimiento zafa mi
mano de entre la de Michael para tomarla ella. Un segundo más y sé que voy a
partirme de risa por la confusión que sale de los ojos de Michael—. Te lo juro,
cuando te miré he creído incluso que se trataba de alguna chica que se había
escabullido hasta acá. Y teniendo en cuenta que eres la primer mujer que
encuentro en la habitación de mi hermano, he tenido que...
—Janet...—Michael
le reprime.
Janet da
un respingo y sus mejillas centellan en un tono de calidez.
—Lo siento...—suspira—. Rachel, lamento que hayas presenciado mi agresión
antes. Juro que si lo hubiera sabido antes, entonces yo no...
—No,
no—le interrumpo, y llevando una mano a la altura de mi pecho le quiero
asegurar—. Por favor, te lo prometo, no ha sido nada.
Michael deja escapar un par de risitas. Siento su mirada arrastrando la mía
hacia él.
—¿No es la persona más linda que hayas conocido jamás?—miro a Michael, ruborizada, y sólo para toparme con un perfecto guiño que me envía con afán seductor.
—Lo es, y
también es muy linda—Janet se ríe—. Eres muy linda, Rachel. Pero, ¿Cómo es que
sucedió? ¿Desde cuándo es que ustedes...?
—Janet, ¿Qué he dicho sobre las
preguntas antes?
—Lo sé,
sé que lo has dicho—Janet resopla entornando los ojos—. Pero, perdona, tengo
que saber al menos. Si ya he cometido un error por no saberlo antes, al menos
me gustaría prevenirme.
Michael arroja un suspiro agotado al aire.
—Bien—él se incorpora y me lanza un atisbo de diversión en su mirada—, en la
versión corta, Janet, cuando la conocí le he parecido tan encantador que no
dejó ni por un momento de pensarme, hasta el día en que por fin ha querido
besarme y comenzamos a estar juntos.
Janet lo mira confundida. Por ese rostro, sé que Michael aguarda a que yo haga
lo mismo, en vano. Yo también puedo jugar.
—Y en la versión larga—replico rogando sonar lo más seria posible—, rompo con
él, por contarle a la gente la versión corta.
Tan pronto como quiero retar a Michael con mi respuesta, él ya se ocupa de
adelantarse y estamparme un beso fugaz en los labios.
—Mmm, ¿Podrás?—se burla. Su jueguito de sus cejas subiendo y bajando sobre sus ojos
me obliga a querer olvidarme de que Janet se encuentra con nosotros. ¡Dios!
—Me lo
pensaría, con lo increíble que eres—susurro, más cerca de él.
Michael
simplemente se echa a reír.
—Hemos estado juntos desde el día de mi cumpleaños, Janet—admite con un poco
más de seriedad, y algo de dulzura en su tono—. Para resumirlo, no me la he
podido sacar de la cabeza desde que la he conocido. Ella y yo luego hemos sido
buenos amigos durante un tiempo... Hasta que las cosas entre ambos, para mi
gloria, tuvieron que suceder—sin haber terminado de pronunciar aquello, se incorpora
poniéndose de pie frente a nosotras—. Lo demás lo sabrás luego, supongo. Mac
acaba de llegar.
De
pronto, él se aleja del lugar apresurado, ¿Mac acaba de llegar? ¿Cómo es que se
enteró de que alguien venía? Janet me dirige un par de miradas extrañadas y
justo cuando le he querido contestar, Michael reaparece acompañado de un niño
pequeño que no deja de sonreír mientras ambos se vuelven a acercar.
Inmediatamente lo ubico, ¡Es el pequeño Macaulay Culkin!
—Hola, Janet—Mac se acerca a Janet acentuando una cálida sonrisa.
—Hola, pequeño—ella replica con esa
misma calidez.
—Rach, es
esta la sorpresa que te mencionaba durante el desayuno. No me refería a mi
hermana y sus preguntas abrumadas—en un mohín Michael le saca la lengua a su
hermana, quiero estudiar a Janet con ternura pero ella se limita a fulminarle
con la mirada—. Mac, ella es Rachel. Me fascina que por fin puedas conocerla.
Con ese
gesto dulce que no se borra de su rostro, Mac tiende una mano en mi dirección.
La estrecho sin pensármelo.
—Oh, Michael no se callaba cuando hablaba de ti—dice mientras aún se encuentra agitando mi mano—. Eres muy bonita.
—Gracias,
Mac—musito. Siento mis mejillas ardiendo ante esa sonrisa—. Es un enorme gusto
conocerte, eres un niño muy lindo.
—¿Has
oído eso, Michael? Creo que tienes competencia ahora—Mac le da un codazo
amistoso a Michael, y por poco se me escapan un par de risas frente a todos.
—¿Ah, sí?
Ya veremos eso luego—Michael toma el mismo asiento de antes y apenas lo hace,
vuelve a entrelazar sus dedos entre los míos. Mac le imita y toma asiento a un
costado de Janet—. Mac ha venido a pasar la tarde con nosotros aquí en
Neverland.
—¿De
verdad?—le obsequio uno de mis mejores rostros al pequeño—. ¿Y qué te gustaría
hacer, Mac?
—No lo
sé...—se encoge de hombros, perdiendo su vista hacia el ventanal que muestra
los inmensos jardines tendiéndose al exterior.
Los ojos de Michael se tornan divertidos.
—Hace un día muy lindo como para quedarnos aquí adentro, ¿no lo crees?
Mac sonríe pícaro.
—Tan lindo como para dar un paseo por los jardines, y nada más, ¿no?
Janet vocifera ansiosa y su tono de preocupación despierta mi curiosidad.
—O tan lindo como para tener una guerra de globos de agua—Mac se gira hacia nosotros y da pequeños saltitos aún sentado en el sofá.
Parece que Michael se lo piensa por unos segundos, sus labios se transforman en una fina línea de meditación y sus ojos luego se topan con los míos.
—Sólo si Rachel quiere.
—Claro que sí—afirmo—. ¿Por qué no
querría?
¿De qué otra forma podría terminar de romper el hielo con Janet y el pequeño Mac? Además, promete ser divertido, me vendría de luces un poco de relajación. Michael irrumpe mis pensamientos con un pequeño beso que deja sobre mis labios.
—Aunque probablemente, Janet no quiera jugar—Michael se bufa frente a nosotros—. No querría terminar con toda esa linda ropa empapada, ¿o sí?
—¿Y qué te hace creer que terminaré
empapada?
—De todas esas veces que hemos
jugado, ¿alguna vez has terminado seca?
Los labios de Janet se abren amplios como buscando responder a la burla de Michael. Mac mientras tanto los mira alternadamente y sé que está al borde de dejar escapar una carcajada. Mirarles a los tres de aquella manera me hace sentir ajena a la situación, pero deleitada hasta lo indecible. Es este el mundo real de Michael. Fuera de todo ese ojo público, él existía igual fuera del escenario, y tener la oportunidad de mirar a primera instancia su mundo personal, al lado de su familia y amigos, agrandaba mi corazón diez veces su tamaño. No había mayor sinceridad o inocencia que aquella que jamás deja de emanar su sonrisa. Todo es mejor cuando está él, y es increíble asegurarme de que no soy la única en la que su presencia tiene este tipo de efecto.
—¡Vayamos, entonces!—Mac se incorpora poniéndose de pie y mirándonos impaciente, aplaude sus manos un puñado de veces.
Janet asiente vencida, sin perder un segundo más nos dirigimos juntos a la planta baja y salimos hacia el jardín. El día es increíblemente cálido para tratarse del último día del año. Sonrío con la brisa fresca que siento chocar con mi rostro.
—Sabrás qué se siente estar en un equipo ganador, pequeña—Michael coge mi mano y usa su sombrero negro de fieltro habitual. No deja de sentarle perfecto, me fascina verle utilizarlo.
Janet le aparta rápidamente y busca tomar mi brazo con sutileza.
—Ah, no, no, no. Nada de eso—espeta—. Rachel será conmigo. Los chicos contra las chicas.
Miro a Janet con complicidad. Ni una hora de conocerla y no deja de caerme bien.
—Por mí, suena perfecto—sonrío.
—Así que
las chicas se han vuelto de pronto cómplices, ¿no? Perfecto—en sólo un perfecto
movimiento Michael acerca sus labios lo suficiente al nivel de mis oídos. Por
Dios, mi piel se eriza incluso antes de que comience a susurrar—. Trataré de no
empaparte demasiado.
Se aparta sin más, dejándome la sensación de que sus labios han rozado mi mejilla.
Con manos
a la obra, juntamos un total de cincuenta globos repletos de agua. Los apilamos
en cubos de plástico diferentes y los transportamos hasta el centro del jardín
principal en un carrito de golf que Michael ha dejado que Mac conduzca para
variar. Janet atraviesa una serie de mini infartos cuando Mac aparenta perder
el control durante el trayecto y es precisamente ése el momento en el que yo
disfruto de las impecables carcajadas de Michael resonando a través de todo ese
bendito y decorado exterior que aguarda por todos nosotros.
—De acuerdo, las reglas son estas—Michael
afirma al posicionar los dos cubos repletos de globos de agua justo al centro
del jardín—. Los globos del cubo azul serán para Mac y para mí. Para ustedes,
señoritas, serán los del cubo rojo. Y ya lo saben, los límites serán el pequeño
pórtico cerca de la casa, y aquellos robles que dan comienzo a la piscina.
Mac y
Janet asienten entre un par de miradas serias. Michael frota lentamente sus
manos y obsequia una sonrisa determinante a ambos. A sobra de sentido común, sé
quién pretende ser el ganador de esta batalla. Maldición, estos chicos son
expertos en guerras de agua, ¿Qué se supone que haré en cuanto esto comience?
No perder
la calma, para empezar.
De
acuerdo, Janet y yo constamos de veinticinco globos en nuestro cubo. Quizá con
un poco de destreza logre tomar un puñado de ellos entre mis brazos y escabullirme
hacia los arbustos cerca del pequeño pórtico para refugiarme. De Mac no me
preocupo demasiado. Michael me desafía con un guiño que desprende su mirada,
luce bastante convencido, y con una arrogancia que lo hace lucir encantador,
pero no iba a darle tan fácil aquella satisfacción. Es mi primer guerra de
globos de agua y había que tener que lucirme si no quería ser el hazmerreír de
todos por el resto de la tarde.
—Bien, hagámoslo—Mac ajusta las
agujetas de sus zapatos.
—El juego termina cuando los globos de algún cubo
se hayan terminado—Michael continúa—. Un equipo gana, sólo si en el contrario
las dos personas han quedado empapadas. ¿Está bien?
—¡Sí! —Mac
replica. Janet asiente a la par.
—¿Lista,
pequeña?—Michael musita cerca, ajustando su sombrero entre sus rizos ya
despeinados.
—Por
supuesto que no, Michael—paso una mano por mi cabello para acomodar algunos
mechones que vuelan con el viento sin despegar mi mirada del par de cubos
frente a nosotros. Él se carcajea al instante.
—Bien,
entonces, al contar hasta tres—vocifera orgulloso—. Uno... dos... ¡Tres...!
No
termino ni de escuchar la estruendosa voz de Michael disipándose alrededor y me
abalanzo contra nuestro cubo, decidida a tomar al menos tres globos cargados de
agua entre mis brazos. No me entero de nada más. En plena carrera por llegar a
los arbustos que me servirían de escondite, Janet ya se habría desaparecido.
Miro entre zancadas a mis espaldas y al igual que ella, Michael y Mac no dejan
rastro alguno luego de darme cuenta de que han tomado casi la mitad de los
globos de agua que ellos tenían. ¿A dónde fueron todos?
—Dios... —ahogo un suspiro por recuperar el
aliento. Agradezco que los globos entre mis brazos hayan permanecido intactos
luego de que los he estrujado como una demente.
¿Qué se
supone que haga ahora? Miro los globos que aún sostengo y no tengo ni idea de
cómo seguir, o a dónde dirigirme ahora que sé que todos han desaparecido. Entonces,
un puñado de movimientos algunos metros alejados de mí llaman mi atención.
Aquellas señas se delatan por sí mismas.
—¿Janet...?
Me sonríe
detrás de todo ese plantío. Trata de articular algo con el movimiento de sus
labios pero no logro advertirlo. Cuando ella trata de acercarse un poco más, es
Mac detrás de ella quien ahora roba mi entera atención, sosteniendo un gran
globo de agua listo para lanzarlo contra ella. ¡Oh, no, maldición!
—¡No, Mac, no...! —consigo gritar en el
instante en que Janet es empapada frente a mis ojos.
Ella mira
a su alrededor desesperada, y en mi intento de ubicar a Mac de nuevo entre los
arbustos, siento todo un chorro de agua esparcirse por cada parte de mi cuerpo.
Toso a pleno pulmón, pestañeo confundida y lucho por despojar el agua que ha
caído dentro de mis ojos. Toma sólo un par de labios que de pronto se prenden
con fuerza de los míos para estar segura del nombre del responsable.
—¡Lo lamento, pequeña, pero tengo que ganar!—Michael,
que ya se encuentra huyendo a lo lejos, toma otro par de globos del centro del
jardín. Desesperada, le lanzo los globos que sostenía. Por supuesto, ninguno
logra tocarlo.
Entonces
mis carcajadas opacan las de los demás, en el remoto momento en que Janet logra
estampar un par de globos al cuerpo de Mac.
—¡Pagarás por ello, Janet!—Michael vocifera a
la lejanía. Odiosamente, ni una sola gota de agua ha tocado su cuerpo.
El campo
se proyecta completamente vacío frente a mí. ¡Es mi oportunidad! Esta guerra no
podía terminar sin que yo misma me encargue de mojar a Michael una sola vez al
menos. Me apresuro con más fuerza de la que poseo al centro del jardín para
tomar más globos de agua de nuestro cubo. Detrás de mí revolotean algunos
pasos, y conociendo esos pasos innegablemente, me giro para comprobarlo yo
misma.
—Oh,
Dios, no, no…
En sólo
un segundo sus brazos aferran sorpresivos mi cintura, haciéndonos tropezar a
ambos sobre el césped remojado. Por un segundo sé que mi plan ha fallado deliberadamente,
pero por otro, quiero ser yo quien le empape, a como diera lugar.
—¡Agh, mi pie!—gruño con él encima de mí. La
mentira suena tan patética como lo había imaginado.
—Dios
mío, linda. ¿Estás bien?—él busca incorporarse de inmediato, ayudándome a poner
de nuevo los pies sobre la tierra—. ¿Te he lastimado?
—Creo que
sí... —miento—. Es el tobillo, supongo.
—No, no.
Ven aquí—me toma entre sus brazos con fuerza, me abraza con dulzura un momento
importándole menos si puedo empaparle con mi propia ropa adherida a su cuerpo. Maldición,
voy a odiarme luego de esto.
Janet,
apareciendo por detrás de él, tiende un globo de agua a mis manos. Lo tomo con
suma cautela antes de que ella desaparezca y lo elevo hasta a la altura de su
cabeza. Michael no tiene una sola idea de lo que viene.
—¡Michael, corre! —la voz de Mac
resuena en el jardín entero.
Inmediatamente,
Michael se evapora de entre mis brazos. El globo cae de lleno contra el suelo y
casi puedo escuchar todas esas quejas que Janet lanza al aire lejos de
nosotros.
—Me lo cobraré con intereses, Rachel—Michael
espeta con sus enormes ojos seductores apoderándose de mí—. Ya verás.
Nuestras
risas se ocupan de llenar todo ese campo vacío. Janet y yo nos ocupamos de
lanzar bombazos de agua a discreción, mientras Michael y Mac parecen estar
jugando al tiro al blanco con nosotras, atinando a casi la totalidad de los
ataques que ellos provocaban. No recordé la última vez que me divertía tanto,
la única vez que sentí que todo estaba bien. Deteniéndome un momento, mirando
alrededor y sorprendiéndome en toda esa diversión e inocencia que Michael
emanaba en cada sonrisa. Me encuentro empapada completamente, incómoda entre
mis ropas, pero con seguridad, más viva que nunca. Lo miro, y vuelvo a
alucinar. Sabiéndole tan vivo, tan, digamos, tan tierno, que me da infinito
gusto quererle.
Treinta y
tres globos lanzados después, nuestras municiones se agotan, y escriben ya la
victoria.
—Te encuentras algo seco, para mi gusto—Janet
refunfuña, observando a Michael de brazos cruzados.
Michael
se carcajea echando su cabeza hacia atrás.
—Estás molesta porque Mac y yo ganamos—repone,
la sonrisa de Mac se acentúa—. No has salido ni un solo segundo de estos
árboles, Janet. Mac, Rachel y yo hemos sido los únicos que hemos salido. Y
mírate, empapada hasta los calcetines.
—Ajá... —los
ojos de Janet se entornan aparentemente molestos—. ¿Y cómo ha sido que ni una
sola gota te ha tocado? No me sorprendería que Mac y tú hayan hecho alguna de
sus trampas.
—Nada de trampas. No me he mojado porque sé
jugar, hermanita—pierde su vista alrededor, luego una sonrisa radiante aparece
en su rostro al señalar la piscina a un par de metros de distancia—.
Permanecería seco incluso si camino al borde de la piscina con los ojos
vendados. ¡Incluso si subo al trampolín y bailo encima!
—¿Quieres apostar?
Michael
se bufa obsequiándome un perfecto arqueo de cejas justo antes de alejarse y
comenzar a trepar por la escalerilla que llevaba al trampolín de la piscina. No
sé cuánto más podré contener la risa. ¿Era en serio?
—Oh, sólo míralo...—Janet me mira
satisfecha.
—No puedo creerlo—susurro.
Unas
risitas brotan de Mac y lleva ambas manos a sus labios para ocultarlas. Ubico a
Michael varios metros por encima de todos nosotros. Apoyado firme cerca del
borde del trampolín ajusta su sombrero e idealiza una serie de pasos de baile
impecables. Zapatea, salta y se gira un par de veces como si nada importara,
como si ignorara el hecho de que sólo toma un paso en falso para que él caiga
de bruces contra el agua.
Una idea
llega a mi cabeza.
—Mac... —atraigo su atención. Mac se gira de
inmediato y sus ojos me estudian expectantes—. Michael se mira bastante
presumido allá arriba, ¿no lo crees?
No basta
más para estar segura de que él lo ha entendido a la perfección.
—¿Qué va a hacer?—Janet me cuestiona, sin
despegar su mirada del pequeño Mac escalando a pasos cuidadosos la escalerilla
de la piscina.
—Oh, sólo
aguarda—me burlo.
Mac llega
hasta el último escalón, y entre toda esa arrogancia, Michael no parece estar
enterado ni mucho menos. Un solo empujón basta, uno con la fuerza correcta, que
ni con toda esa lucha que emprende por recuperar el equilibrio, evita que
Michael se desplome profundo hacia la piscina. Janet y yo colapsamos entre
risas inmediatamente.
—¡¡Mac...!!—Michael vocifera apenas ha tenido
la oportunidad de incorporarse dentro del agua y despegar algunos mechones de
pelo que se han adherido a su rostro—. ¡Voy a matarte...! ¡¡Voy a matarte, Mac!!
Aún con
la tripa ardiendo de tanto reír, corro a uno de los armarios cerca de la
piscina y tomo una toalla seca para Michael. Regreso a zancadas inmensas, y lo
miro ya aproximándose dentro hacia el borde. Me inclino de cuclillas para
mirarle mejor.
—Lo siento, pequeño. Pero tenía que mojarte—le
guiño un ojo, y trato de evocar el mismo tono arrogante y encantador que él ha
utilizado la primera vez que me empapó con un globo de agua.
Sus ojos
se abren amplios y mi orgullo se dispara hacia los cielos. Me inclino más
incluso, y poso mis labios contra los suyos, recordando que él ha cerrado el
trato antes de la misma manera. Entonces sus brazos se tienden de mi cuello, y
eliminan el soporte que mis piernas mantenían. Inevitablemente, caigo de lleno
contra el agua, y me aferro abatida hacia los brazos de Michael, alarmada de la
profundidad, de que mis pies ni por muy lejos tocan el fondo.
Él mutila
mi tímpano con sus carcajadas limpias.
—Te he dicho que me lo cobraría, princesa—susurra
aún adherido a mis propios labios. Jadeando ante toda esa falta de aliento.
Ciño mi
cuerpo contra el suyo, y sus brazos ceden inmediatamente tomándome con mayor
fuerza, restregándome contra él. No lo pienso más, y enredando mis brazos
alrededor de su cuello vuelvo a prenderme de sus labios, volvemos a devorar la
carnosidad del otro ignorando el acelerar de nuestras respiraciones, fulminando
todo ese aliento suyo que ahora me pertenece. La mano de Michael aprisiona mi
nuca, y sus labios presionan los míos con más devoción. Los tomo sin
contenerme, su labio inferior se hace mío y halo de él sin el mínimo reparo.
Maldición, los besos así, besarle, era celestial.
—¡Dan asco!—Janet suelta con bullicio. Me giro
hacia ella con toda la intención de fulminarle con la mirada.
—¡Ya
quisieras, Damita!—Michael vocifera sin soltarme. ¿”Damita”?
—¡Ew...!—ella
replica, irritada—. ¡Sabes que no me gusta que me llamen así! ¡Joe!
Mis ojos
se vuelven a los de él con un atisbo de diversión.
—¿Así que eres ‘Joey’ también? —me
río.
—Michael, Joe, Joey, tuyo…—asiente tímido—. Como prefieras llamarme, linda.
—Me gusta más Michael... pero de cualquier
forma eres tú, y así me encantas.
Las
comisuras de sus labios se extienden ligeramente, y vuelve a inclinarse hacia
mí. Le imito sin chistar, pero le siento detener justo antes de sentir su
tacto.
—Por Dios, tus labios están completamente
morados—mira mis ojos y mis labios uno a la vez—. Comienza a hacer frío.
Volvamos, que no quiero que te resfríes por mi culpa.
Asiento
sin resistirme. La verdad es que el frío había comenzado a presentarse en mi
interior desde que él me ha empapado primero, pero las claras circunstancias me
habían hecho olvidarme de cualquier molestia posible, y sus besos ofuscaban mi
mente de todo lo demás.
La fuerte
brisa de la tarde desapareciendo nos golpea apenas logramos salir. Por suerte,
Janet ya aguardaba con un par de toallas secas para nosotros, y mi cuerpo no
tambalea chorreando de agua por mucho tiempo más. Nos apresuramos de vuelta al
interior de la casa, entre los pasos torpes que el frío en mis extremidades me
obliga a articular, y a sabiendas de que los padres de Mac ya aguardaban por él
a la entrada del recinto.
El
pequeño Mac me obsequia una mirada sumamente tierna al estrechar mi mano una
última vez.
—Ha sido muy divertido—musita orgulloso—. Voy a
tener que pensar en un buen premio por haber ganado.
—Seguro
que sí—Michael asiente agitándole los mechones rubios que caían sobre su frente—.
Adiós, Mac. Y feliz fin de año.
—¡Feliz
fin de año!
El
pequeño replica alejándose en dirección a la entrada principal, sin dejar de
agitar su mano hacia nosotros en todo momento. No dudo, y le obsequio una
enorme sonrisa a la par.
—¿Y qué me dices de ti, hermano?—Janet se
remueve sobre su asiento en el pequeño sofá de la estancia—. ¿Cuál será tu
premio?
La mirada
de Michael pasa de inocente a insosteniblemente seductora.
—No lo sé—musita dubitativo y besa con
tranquilidad mi mejilla congelada—. La verdad es que ese beso en la piscina me
ha dejado pensando.
Mi
corazón martillea y sonrío con la ocurrencia. Busco sus ojos para confirmar que
he escuchado bien. ¿En serio lo ha dicho?
—¿Duermen en la
misma habitación?
—Por supuesto que dormimos en la misma
habitación, Janet—Michael admite—. ¿Creías que la recluiría en alguna
habitación de huéspedes?
—No,
no... Por supuesto que no.
Su mirada
parece perderse por unos instantes, titubea un poco y se encoge de hombros.
—Y chicos... —susurra—. ¿Se están...
ya saben... cuidando?
Resuenan
risas dentro de mi cabeza, y casi conocen el exterior con el cuerpo de Michael
estremeciéndose a mi lado. No imagino lo que él podría...
—...Por supuesto que sí—Michael espeta con
seriedad—. Claro que nos cuidamos.
Se me
corta la respiración. ¿Qué?
—Sólo buscaba asegurarme. Me alegra
que sí.
Janet me
dirige una sonrisa que me es imposible corresponder. Estudio a Michael para
comprobar que ha estado seguro de su respuesta, pero no logro recuperar su
mirada. Como si él estuviera consciente de lo que ha ocurrido, y estuviera
seguro de que yo también me he dado cuenta de su mentira.
—Creo que... que será mejor que suba ya—me
incorporo para ponerme de pie. Llevo una mano a mi cabeza—. Parece que el cloro
comienza a hacer efecto en mi cabello y lo tengo que lavar.
Y
necesito tiempo a solas para pensar.
—Oh,
claro que sí—Janet me imita y se aproxima sonriente—. Ha sido un placer inmenso
conocerte, Rachel. Y sobre hace rato...
—Por
favor, olvídalo—le aseguro y tomo una de sus manos—. El placer ha sido todo
mío, Janet. Y estoy segura de que pronto nos volveremos a encontrar.
Su
sonrisa se agranda con mis palabras. En un segundo me inclino y la estrujo
dulcemente entre mis brazos, con cuidado de no empaparla un poco más. Siendo
obvio que no es con ella con quien me encuentro molesta, precisamente.
—Adiós... —musito. Su rostro reluce
en un gesto de sinceridad.
—Te alcanzo en un momento, Rach—Michael
titubea, y cómo no, continúa evitando mi mirada. Increíble en verdad, cómo las
cosas pueden cambiar de un segundo a otro.
No puedo
más sino sonreír, antes de apresurarme escaleras arriba.
Al entrar
a la habitación, busco entre mis valijas la ropa que usaré luego de ducharme.
Por un momento, se me ocurre llevar mi ropa hacia otra de las habitaciones para
tomar una ducha en algún otro lugar. Desecho la idea de inmediato. No es como
que yo tenga la necesidad de sentirme culpable por algo de lo que muy a mi
desilusión, tendría que hablar con Michael después.
Elijo al
final una falda de lino blanco y una blusa desmangada con botones a juego. Un
par de pasos firmes me detienen en seco antes de dirigirme al cuarto de baño.
—¿Está todo bien?—su voz resuena temerosa por
la habitación. Me giro despacio para contemplarle, y palidezco ante su
expresión destruida.
No, no
puedo resistirme.
—Le mentiste a tu hermana—me encojo de hombros
conteniendo el nudo en mi garganta que amenaza por dentro. Su mirada descendiendo
acusa su remordimiento—. Y sobre un tema que sabes que es importante para mí.
Para nosotros.
—Pequeña...
—intenta aproximarse pero se detiene un par de pasos después—. He tenido que
hacerlo. De haberle dicho la verdad, ella nos habría molestado con todas esas preguntas
tontas sobre el tema... La conozco de toda mi vida, estoy seguro de...
—¿Preguntas
tontas?—le corto—. Así que eso son para ti las preguntas que yo te he hecho
sobre lo mismo, ¿no?... Sólo preguntas tontas.
—¿Qué?
¡No! ¡Por supuesto que no, Rachel! Dios mío, soy un idiota, no he querido...
E-es diferente para ti... tú y yo estamos juntos. No es un tema que...
—¿Qué es
entonces, Michael?—niego conforme las palabras vuelven a brotar—. Sólo un tema
del que he querido hablar contigo hasta el cansancio y tú no haces más que
evitarlo.
Mi voz se
rompe entonces, pero ni una sola lágrima logra escapar. Michael pasea una mano
por su cabello con ansias.
—Estás... equivocándote—replica en un hilo de
voz—. Yo jamás he tratado de evitar todo esto.
Sus ojos
inexpresivos arden dentro de mí. Se convierten de pronto en un par de pilares
imposibles de sostener con mi propia mirada. No quiero continuar con esto, no
quiero que los benditos momentos que antes acudían dejen de rondar, no, no
quiero que me vea llorar. No ahora. No lo vale, y él no es merecedor. Y con
este asfixiante deseo por desaparecer de su vista, trato de sonreír. Intento poner
final a esto con todo mi fuero interno en ello.
—Tienes razón—susurro con la mirada perdida—.
Quizá es mejor así. Mejor seguir de esta forma, y no hablar más de esto.
—Rach,
no, espera... No puedo dejar que te molestes. No quiero que...
—Tranquilo.
No estoy molesta. Tan sólo quiero dejarlo ya, y evitarnos todo esto...—sin
tener las fuerzas, le miro y trato de sonreír—. Tengo que ducharme.
Su rostro
no es capaz de esconder su desilusión.
—Está... está bien.
Aguardo
en silencio, hasta mirarle dar la media vuelta y salir de la habitación. Ni un
momento más perdido, y me encierro en la ducha junto con todo ese pesar
tendiendo de mi espalda, con un nudo dentro de mí que no ha parecido sanar.
Descubro mi cuerpo con un inevitable atisbo de pena brotando de adentro,
incomprensible, inevitable también. Entonces dejo el agua caer.
Pensar
que esto pudo haber terminado terriblemente mal. Que ahora es inmensamente más
el querer tragarme mis palabras que el deseo de comprender todas esas
inquietudes que sé que él tiene sobre esto, sobre nosotros dando el siguiente
paso. Como si dependiera únicamente de mí, como si no interesara lo que él
sintiera, o esperar por el momento en el que él estaría listo por ello. No, no
lo podía creer. Esa persona que tanto ha querido reclamarle no podía tratarse
de mí. Sé que quien ha buscado discutir con él hace unos momentos no era yo,
sino ese terrible miedo que no ha terminado de sofocarme al pensar que no seré
lo suficientemente buena para él. Que seré nada en todo lo que él es, que sus expectativas
serán más de lo que yo alguna vez podría afrontar.
Se me
olvidó recordarle que comprendía la espera, y que aceptaría cada una de esas
inquietudes sin importar lo demás. Porque todo es nada cuando trataba de
explicar lo que siento por él.
El frío
se acentúa al salir. Consciente del tiempo que me he llevado en la ducha, me
apresuro para vestirme y de paso, tomar un suéter que seguramente necesitaré.
Cepillo mi cabello y trato de amoldarlo un poco con fijador. En un último
vistazo a mi reflejo, decido utilizar un poco de mascara de pestañas, colorete,
y un labial de un tono discreto para variar.
Desciendo
al piso principal. Lo miro sereno al pie del comedor, y mi corazón martillea en
mi pecho al acercarme cada vez más.
—Hola.
Su voz es
débil, pero no más que su sonrisa.
—Hola...
—Luces... preciosa—titubea con su mirada
estudiándome de pies a cabeza. Con mis mejillas a punto de explotar—. Lo
siento, tenía que decirlo.
—Gracias.
—¿Sigues... enfadada conmigo?
—No estoy enfadada contigo, Michael...—termino
de aproximarme a él, tan cerca como para sentir mío el calor de su cuerpo—. Estoy
enfadada conmigo, de hecho, por haber construido una tormenta en un vaso de
agua... De verdad lo siento.
Me
inclino y beso lentamente sus labios, con simpleza, con un solo movimiento que
sellaría mis palabras.
—También yo—repone, y con esa misma dulzura me
vuelve a besar. Tan sencillo como eso, el roce de sus labios podía lograr eso y
mucho más—. Nos han preparado la cena.
Tiende su
mano hacia el comedor y con cautela me ayuda a tomar asiento, rodea la mesa elegante
y toma asiento frente a mí, tomando una gran botella de vino rosado y sonriente
sirve a medio nivel el par de copas delgadas frente a nosotros. Miro mi
platillo, y luego el de él sin terminar de confundirme. La cena tiene pinta de
pavo envinado y ensalada.
—¿Pavo?—le miro ofuscada. Sus
dientes relucen en una sonrisa.
—No es carne de verdad. Es soya, por supuesto.
Ya sabes... No como nada que haya tenido rostro antes.
—Por Dios, eso ha sonado tan Phoebe.
Una
hermosa risa aparece de sus labios.
—Espero que te guste, linda.
Miro mi
plato un momento más. Jamás había comido antes soya, pero bueno, no lo sabría
si no lo probaba primero, ¿no?
Sorpresivamente,
engullo la cena con total naturalidad. De no haber escuchado que era una cena
vegetariana, habría sentido perfectamente que se trataba de no más que una
pieza de pavo convencional. Con toda la razón que él había tenido, la devoro
antes de darme cuenta de que no dejé de llevarle ventaja. Quizá recae en toda
la energía que gasté durante la tarde, o en todas esas risas y conversaciones
íntimas que él hace aparecer de la nada, pero cuando quiero tomar un bocado más
de mi plato, dolorosamente me percato de que me he comido ya hasta la última
migaja.
—Ha
estado delicioso—me excuso con la piel de mi rostro ardiendo. Tomo el último
sorbo de vino de mi copa.
Michael
me observa en silencio, y sé que está al borde de colapsar en sus risas.
—¿Llegaste a creer que la próxima vez que
vendrías a Neverland estaríamos en esta situación, pequeña?—limpia el borde de
sus labios con su servilleta. Acentuamos nuestras sonrisas a la par.
—¿Juntos?—musito—. ¿Y con la
capacidad de besarte cada que me plazca?
Él asiente en paz.
—Por supuesto que no—admito con el cuidado que
requieren mis palabras. Observo el semblante de Michael tornarse serio en
silencio—. Pero la idea de no llegar a estarlo no dejaba de aterrarme.
Y como si
del secreto mayor revelado se tratase, su rostro se vuelve a iluminar.
—Y está a punto de ponerse mejor—dice con
entusiasmo. Se incorpora para ponerse de pie y echar un vistazo fugaz al reloj
de su muñeca—. Dios, tenemos que irnos ya.
—¿Qué?
¿Irnos a dónde?
—Ahora lo
verás.
Se ríe
por infinitos segundos, entonces sin darme tiempo de reaccionar toma mi mano y
nos conduce en dirección al jardín principal en el que se hallan todas las
atracciones. La noche es fría, aún cuando el cielo se encuentra despejado y
deslumbrado por el brillo impecable de la luna en medio de todo lo demás.
Andamos a trancos tales por el asfalto entre las otras atracciones, que casi
tengo que correr para mantener su ritmo.
Comienzan
a resonar las campanadas del reloj posicionado al centro del jardín. Campanadas
que anuncian que la mitad de la noche está por llegar. Por Dios, ahora lo
comprendo.
—¡Tengo
esto perfectamente calculado!—Michael logra articular entre zancadas, y en unos
segundos la inmensa Rueda de la Fortuna se haya frente a nosotros.
Seguimos
andando y Michael hace una seña con sus manos al hombre que accionaría el
control.
—¡Michael, no vamos a lograrlo!
Tomamos
asiento al fin y nos aseguramos en la pequeña cabina. La Rueda comienza a
moverse quieta y despacio, con las mismas campanas apareciendo detrás.
—Esto va a ser
increíble. Te lo prometo.
—Estás
loco, Michael—replico con mi voz ya perdida entre risas. No sé cómo las he
podido pronunciar.
—No sabes
cuánto—y él vuelve a reír—. Aquí viene.
Nos
detenemos entre toda esa armoniosa tranquilidad. Tendiendo del punto más alto,
advierto la velocidad desvanecer. Michael pierde su vista expectante en el
cielo estrellado, y vocifera la cuenta regresiva conforme hacen presencia las
últimas campanadas que quedan por resonar. Los últimos tres segundos, y
palidezco con su mirada perforando la mía. Segundos eternos, momentos infinitos
que sé que se encontrarían por siempre en mi ser.
La cuenta
llega a su fin. De los altavoces esparcidos por el lugar brota una impecable
melodía clásica, y es entonces, que fuegos artificiales se encienden justo
frente a nosotros, palpitando, centellando y con nosotros presenciándolo a
primera fila, de la mano de la única persona con la que sé que lo disfrutaría
con lágrimas de alegría supurando veloces por todo mi rostro. Obsequiándonos un
espectáculo increíblemente brillante, maravilloso hasta lo indecible.
Michael
me contempla cuando la serie de luces parece cesar. Con su dedo índice sobre mi
rostro atrapa una de mis lágrimas.
—Esto es, porque sé que no será el último año
nuevo que presenciaremos juntos...—susurra al apoyar su frente contra la mía.
Cierro los ojos en paz, saciándome de sentir su cuerpo tan cerca del mío—.
Porque esto es poco, en comparación con lo que significas para mí.
No puedo
evitarlo, no puedo luchar por ello, y más lágrimas vuelven a aparecer, con un
nudo que desgarra entera mi garganta, y que impide que el corazón se me escape por
los labios.
—N-no podrás creer... jamás sabrás en verdad
cuánto te quiero...—mi voz rota choca contra sus labios. Y los míos vuelven a
arder con el único deseo de poder apoderarme de ellos.
Con mi
vista turbada en sus labios, le miro sonreír, y lo hace antes de perderse por
fin en mi boca. Me besa despacio, me besa firme y no quiero que pare. Su lengua
se mueve exquisita y se encuentra con la mía, fundiendo nuestros alientos en
uno mismo. Aprisiona mi labio inferior entre los suyos, y sintiendo su mano
aprisionando mi cuello me aferro más a todo ese deseo. Sus labios me aseguran
que jamás podría pasar un solo segundo de sentirlos ajenos, de que no existirán
otros labios diferentes que quiera besar. Soy suya, ahora y hasta tener la
última posibilidad. Y cada beso sería como si fuera el último que podríamos
compartir.
Su
respiración agitada me devuelve al presente. A nuestra inmensa realidad.
—Sé que ha sido un día largo para ambos, que
estamos cansados... pero tenía que traerte aquí un momento...—él jadea con su
frente apoyada contra la mía, sus manos aún ciñen mi cuerpo hacia él—. Luego,
podríamos ir a la cama.
No evito
bufarme en frente de él, y ruego porque no haya resonado demasiado. Me
incorporo e intento estudiar su semblante mejor.
—A la cama...—repito
exasperada—. Mirar una película, o platicar en nuestras sábanas hasta quedarnos
dormidos, ¿no?
Oh, no.
Lo he dicho. Lo he soltado así sin más. Por un segundo pierdo su mirada, un
terrible segundo.
—Va a llegar el momento, Rachel—susurra con las
comisuras de sus labios ligeramente extendidas. Por poco me olvido de respirar.
—¿Ah, sí?
—Por
supuesto que sí—vuelve a mirarme—. Estoy seguro de ello.
—¿Cuándo
entonces, Michael?
—Necesito
un poco de tiempo. Es lo único que me atrevo a pedir a cambio.
Desciendo
mi mirada hacia mi regazo, sin darme cuenta de que mis dedos se encuentran
completamente anudados. No quiero creerlo, no puedo concebir que él llegara a
sentir presión de mi parte. Ni mucho menos sobre esto. ¿Pero qué diablos pasa
conmigo?
—Jamás te pediría que hicieras algo que no
desearas—hago el intento por confesar, con todo el temor incrustado en la punta
de mi lengua.
Michael
reluce un par de risas que logran escapar.
—¿En realidad piensas que no lo
deseo?
—¿Me... equivoco? —titubeo, lo hago
sin poder mirarlo.
—Rachel, mírame, y escúchame muy bien—toma de
mi mentón con sutileza para lograr que vuelva a observarle, a él únicamente—;
mi adicción por ti comenzó desde el primer instante en que me sonreíste. Desde
que te he conocido.
¡Desde
que me ha conocido! Mis mejillas zumban, y jadeo con sus ojos perforando los
míos, sé que mi rostro entero se mira ruborizado y por más que me es preciso,
no puedo dejar de mirarlo, de desearlo.
—Jamás he dejado de
desearte, pequeña.
Susurra,
y su mirada desciende a mis labios. Michael podía tenerme a sus pies de un
momento a otro, y era odiosamente perfecto que él estuviera seguro de ello
también. Una risita aparece, una que no ha sonado tan inocente como todas las
demás.
—Espero que... que los demás estén...
disfrutando de este momento tanto como yo—sólo con fuerza logro titubear.
Maldición, mi respiración no deja de esfumarse a cada instante que Michael se
comportaba de esta manera.
Él
articula mi sonrisa favorita.
—Seguro
que sí—admite—. Aunque dudo que lo hagan tan bien como nosotros.
Él
entonces vuelve a donde no me canso de desearle, se acerca y sus labios vuelven
a embriagarme de él, y un segundo antes de volver a desconectarme del mundo, no
dejo de querer que nuestra suposición sea verdad.
Debí
prever que me equivocaba.
Dios mio, no se si llorar o gritar.
ResponderEliminarEsto es tan hermoso, simplemente maravilloso, no tengo palabras, esta historia en su totalidad tiene una esencia tan única y hermosa. Creo que Racha, ama y desea tanto a Micha el que simplemente ya no se puede contener (y quien no) pero debería de ser un poco mas comprensiva. Kat, me dejaste sin palabras, otra vez, y como siempre es mucho mas de lo que esperaba, eres simplemente increíble!
SUPER
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