—No, no puedo creerlo.
Michael
musita sin despegar su mirada de mí. Me jura que está más que molesto.
Tantas
veces había visitado su departamento antes. Todas, para cenar, olvidarme del
tiempo junto con mis amigos, mirar una película, jugar videojuegos, o
simplemente charlar. Cada oportunidad que tenía de charlar con Michael a solas
era única, diferente y mejor a la anterior. Era algo que adoraba hacer. Ahora,
he venido de nuevo a ello; a charlar. La única diferencia era, que ni una sola
sonrisa ha brotado de los labios de ambos. Y cómo no, con lo que me he animado
a soltar.
—Y-yo... tampoco, Michael—bisbiseo, o al menos
lo intento—. Y te juro, no sé qué podría...
—No—me corta, entonces me olvido de continuar—.
Lo que no puedo creer, es que siquiera lo estés considerando.
—¿Qué? Es de mi matrimonio de lo que
estamos hablando, Michael.
—Así es.
Y es de Rachel de quien hablamos también. No puedes sacarla de tu vida como si
no significara nada, Ross. Como si sólo bastara con que Emily te condicionara
por ello para venir a Nueva York, o que lo deseara para hacerlo realidad. ¿Es
que no tienes idea de cuánto daño le harías?
Suspiro
una vez más.
Lamentándome,
evoco la llamada telefónica que todo lo marcaría. Esa vez que Emily me había
contactado desde Londres y me había hecho creer que todo estaría bien de nuevo,
en orden. Y más, cuando lo creía todo más que perdido, y yo me hallaba al fondo
del vacío.
“Pero, Ross... aún hay una cosa que no deja de
asustarme”
Pensé que
ahí vendría todo, luego de haber intentado explicarle y excusarme hasta el
cansancio, ella sacaría por fin todo.
“Sí, dime” Mi
voz se quebró, aguardando.
“Tienes que entender lo humillante que fue para
mí lo que ha sucedido en el altar... Delante de mi familia y amigos...”
“Lo sé,” me animé
a contestar. “Y lo lamento en verdad”
“Y luego, cuando he decidido perdonarte, te he
visto a punto de coger un avión al lado de ella...”
Aunque no
hubiera sido sólo Rachel y yo en el aeropuerto, aunque Michael también se
encontrara ahí, o aunque había tomado la decisión de viajar a Neverland como
último deseo de encontrar una especie de bálsamo para toda esa ansiedad que me
consumió durante el viaje a Londres, sí. Aquella escena, no dejaba de lucir
cada vez peor.
Suspiré.
“De nuevo... Lo siento mucho”
“En fin, no puedo estar en la misma habitación
que ella...” Sentenció. “Me
enloquece sólo pensar que podrías encontrarte en la misma habitación que ella
en cualquier instante”
Yo sentí
que estaba a punto de colapsar. Sentí que los ojos me escocían de una nueva
impotencia, y que estaba siendo víctima del peso de mis estupideces otra vez.
“Emily, no hay nada entre Rachel y yo. ¿Está
bien?” Susurré. “Yo
te quiero a ti”.
“...Está bien,” ella me dijo con un hilo de voz, y yo había luchado por
mantener firme el auricular adherido a mi oído. “iré a Nueva York, Ross. Intentaremos resolver esto juntos.”
Mis ojos
humedecieron instantáneamente. No me lo podía creer.
“Siempre que prometas no volver a ver a Rachel,
nunca más.”
Y todo se
volvió a derrumbar.
—Michael...
Sí que lo sé—mis palabras no pueden sonar más seguras de lo que sé que son—.
Pero han pasado dos meses desde el día de mi boda. Y ni un sólo día he
estado con mi esposa... por favor, entiéndeme, es ella mi mayor prioridad en
este momento.
—Y Rachel
ha sido tu amiga por años—se inclina sobre su asiento hacia mí, apuntándome con
su dedo índice él marca y enfatiza cada una de sus crudas palabras—. Es la
misma que evitó tener algo conmigo por miedo a herirte, Ross. La misma chica
que no hizo más que apoyarte cuando te has comprometido con Emily, como si ello
no hubiera sido una decisión que tú has tomado por despecho hacia
nosotros... Rachel, quien no paró de estar a tu lado cuando todo parecía derrumbarse
el día de tu boda.
Su voz se
esfuma por unos momentos, pero sus ojos
no renuncian y continúan fulminándome.
—...No puedo creer que pretendas
sacarla de tu vida con tal facilidad.
—Michael... N-no puedo... permitir que este
matrimonio se derrumbe. No por esto.
Más
contenido que antes, presiona entre sus dedos el puente de su nariz por varios
segundos. La agonía de esperar por sus palabras me corta la respiración, y la
sensación de que no me ha comprendido me obliga a gritar en el interior.
—¿A qué has venido Ross?—dice en
tono reprobador—. ¿Qué necesitas?
—He
venido porque creí que a diferencia de los chicos, tú entenderías... Porque en
verdad creí que me...
—¿Que te ayudaría?—me interrumpe—.
¿A qué? ¿A decírselo a ella?
Enmudezco
sin más. Su gesto es increíblemente inescrutable, y él lo ha hecho sonar mucho
peor de lo que yo pretendía pintarlo. Más doloroso de lo que quería creer.
—Discúlpame—continúa en un gesto de indignación—,
pero aún estoy en medio de cumplir la primera promesa que te he hecho.
¿Recuerdas? ¿Algo sobre jamás lastimarla?
—¿Qué me estás diciendo, entonces? ¿Que debo
olvidarme de Emily? ¿Así como así?
—Te estoy
diciendo que ella está siendo bastante irracional. Que abras tus ojos...—su
habla aguarda un instante en el que advierto el vago sonido de unos pasos
resonando en la planta principal, esa clase de pasos delicados que yo conocía
de tiempo atrás. Ruego para mis adentros que me esté equivocando, que no sea
ella quien se aproxima. Por supuesto, la leve sonrisa que aparece en los labios
de Michael me condenan, obligándome a palidecer—. Y que no quiero tener nada
que ver en esto.
Se gira a
sus espaldas, y vislumbra un momento la puerta abierta de la habitación. Los
pasos de ella aumentan su volumen y ritmo.
—¿Michael...?—ella
exclama tranquila. Mi corazón martillea al oírle cerca.
—¡Ah, sí!—Michael replica, aún
sentado frente a mí—. ¡Estamos arriba!
—¿'Estamos'...?
Ella
aparece en la habitación de repente. Fresca y con una sonrisa que reluce en su
rostro apenas se percata de que por “Estamos” Michael se ha referido a mí.
Portando una falda de mezclilla y una camisa blanca desmangada, algunos
cabellos alborotados descansando sobre su frente y una mirada que me incita a
olvidarme de todo lo demás, y de que estaba al borde de hacer algo que jamás
creí tener la obligación de concretar. ¿Cómo diablos iba a seguir adelante con
todo esto?
Miro de
reojo a Michael, y sé que al igual que yo, su mirada se ha extraviado
súbitamente en ella desde que ha puesto un pie dentro de la habitación.
—¿Ross? Hola...—su cejas pintan una fina línea
de sorpresa, entonces se aproxima lo suficiente para depositar un beso en mi
mejilla. No puedo evitar dar un pequeño respingo como respuesta—. Hacía tiempo
que no venías para acá—musita sin borrar su sonrisa. Inmediatamente, se gira y
se dirige ansiosa hacia Michael—. Hola, cariño.
Al
sentarse sobre el descansabrazo del sofá en el que él se encuentra, se inclina
y presiona sus labios contra los de él. Instintivamente mi mirada se dispara
hacia el suelo bajo mis pies.
—Hola—él susurra sin dejar de
mirarla.
—¿De qué hablaban?
Ella
abraza la mirada de ambos sin dejar de sonreír. Me refugio entonces en los ojos
atolondrados de Michael y siento mi ritmo cardiaco abandonarme. En un suplicio
me animo a rogar que no me abandone, que por esta única vez no me dé su
espalda, a sabiendas de que tenía tanto el derecho de ayudarme, o de olvidarse
de mí, y que no podría reprimirle por ello.
Lucho por
tragar saliva.
—Ah...—su voz trastabilla—. Ross justo me decía
que quería invitarnos a mirar una película a su departamento. Estábamos tratando
de averiguar qué película elegir, eso es todo.
Ahogo un
suspiro ensordecedor.
—¿Oh, en verdad?—ella se gira hacia
mí.
—S-sí... De hecho... Michael terminó
de decir que quizá tú deberías elegirla.
— De acuerdo, tendré que pensarlo un momento entonces—aparenta
meditarlo, y con la mirada perdida se incorpora para soltar su coleta alborotada,
sus manos se pasean tranquilas entre su cabello. No lo evito y me acorralo a
preguntarme si así era de encantadora siempre—. Aguarden un segundo, voy a mojar
un poco mi cabello que tengo infestado el olor a café del trabajo. Luego,
elegimos una película.
Acto
seguido la observo desaparecer detrás de la puerta del cuarto de baño. La
mirada de Michael la sigue con una enorme sonrisa, una que no dura más de tres
segundos, y que tiene su fin luego de una enorme y audible exhalación.
—Michael... muchas gracias—susurro, llevando
mis manos a sopesar la angustia que dibuja mi rostro.
—No me
agradezcas—dice con seriedad—. No te he ayudado. En su lugar, piensa que te he
dado otra oportunidad, para ver si es cierto que tú puedes decírselo. A solas.
Su gesto
me desconcentra de inmediato, y sé que mi voz está a punto de quebrarse. Tal
vez había llegado la hora de desaparecer, de huir junto con mi miseria y no
dejar que ella sepa del asunto por ahora. Dejarlos disfrutarse el uno al otro
por un rato. Sé que mi presencia comienza a sobrar.
—Quizá...
debería irme ya—susurro con cuidado de que Rachel no pudiera oírme. Me
incorporo para ponerme de pie, y me dirijo con las piernas aún entumidas hacia
el umbral—. Estoy de descanso, y debo pasarme por el trabajo a revisar algunas
cosas aún. No quiero terminarlo tarde.
—Está bien—un atisbo de dulzura brota de su voz—.
Le diré que has tenido que irte.
—Gracias.
—...Y, Ross—me detengo en seco antes de
esfumarme, busco su mirada luego de volverme hacia él—. Lo siento.
Me marcho
replicando con una simple sonrisa. Entonces sé, que de cualquier manera, él
había hecho más llevadero mi propio pesar.
Mi
trabajo aguarda bastante cerca, así que opto por caminar. Menos de quince
minutos luego, ya me encontraba cruzando la puerta. Si antes mi trabajo era mi
entera liberación, ahora no se trata más que de un tremendo martirio, al tener
incrustada en la cabeza la idea de que más tarde tendría que enfrentarme a todo
de nuevo, que de una vez por todas tendría que jugar el papel de valiente, por
más grande que me quedara, y tendría que hablarle a Rachel con la verdad. La
obligación me destrozaba por dentro, y la inseguridad que sabía emanaría cada
palabra que dijera me hacía palidecer.
Más allá
del deseo de Emily, más allá de que ella no soportara la idea de Rachel
rondando mis alrededores, e incluso más allá de mi idea vaga de aún sentir
posible el poner todo de mí para salvar esta relación, sabía por seguro que
Rachel me odiaría irremediablemente luego de que todo pasara, y Michael junto
con ella. Y por más que me desgarrara el interior, no habría nada que pudiera
hacer, nada al respecto, nada para tener el incentivo de sanar.
Estaba
acorralado.
Las horas
restantes del horario del trabajo se desvanecen borrosas. Respondo con las
sonrisas más sinceras que me es posible manifestar a cada una de las personas
que se aventuran a felicitarme por mi matrimonio, a cada compañero que me
pregunta sobre cómo me estaba tratando la vida de casado, y todos esos
comentarios sobre lo mucho que debía fascinarme tener a alguien compartiendo su
vida conmigo. Y junto con el peso de las actividades pendientes, trabajo,
papeleo, reportes semanales qué entregar y estudios que tenía que emplear, nada
pareció diferente; todo ese mismo tormento que no paró de perseguirme seguía
ahí, más grande que nunca desde el día de mi boda.
Marco mi
horario de salida más aliviado que antes, y sin perderme en la realidad un
momento más, salgo disparado hacia mi departamento.
Al
llegar, cuelgo mi abrigo en el perchero próximo a mi puerta, y me tiro pleno
sobre el sofá. Miro de suerte la pantalla de mi contestador y no puedo esconder
mi desagrado. Tres llamadas perdidas con el código de país extranjero, más
específico, de Londres. Emily había estado llamando.
Suspiro
desanimado, y trato de procesar mis pensamientos frotando mi frente con fuerza.
¿Debería llamarle? ¿Se habrá molestado porque no he podido contestar? Era
cierto que a estas alturas Emily había llegado a sonarme más como una
desconocida que como alguien con quien debía estar disfrutando de la plenitud,
pero sé también que aquello jamás fue solamente su culpa. Desecho la idea de
devolver alguna llamada; Michael y Rachel podrían estar a punto de aparecer. Y
más seguro aún, me he demorado más de lo pensado en el trabajo. Aguardaré
simplemente a que ella llame de nuevo.
El sonido
tranquilo de alguien llamando a mi puerta me toma por sorpresa.
—Hola.
Me mira
expectante. Ella se aproxima y no dudo en cederle paso al interior.
—¿Rachel...? ¿Qué haces...? ¿Qué haces aquí?—murmuro
al reaccionar, y me acerco lo necesario al umbral para mirar más allá de mi
puerta—. ¿Michael no viene contigo?
Ella
niega relajada.
—Le han
surgido algunos imprevistos en el estudio. Algunas cosas que revisar—deja caer
su bolso contra mi sofá—. Como sea, hemos decidido que debería adelantarme, así
que tomé un taxi hacia acá.
Era
cierto, entonces. Michael había enviado a Rachel conmigo para que hablásemos a
solas. Un respingo de tormento se manifiesta en mi interior.
—Escucha,
he estado pensando y podríamos elegir entre dos películas que traigo por aquí—toma
asiento y con sus manos hurga entre la bonita cartera hasta tomar un par de
videocasetes—. Son de los favoritos de Michael.
Una
sonrisa de su parte me toma desprevenido. Intento, pero no logro corresponder.
—Claro...—asiento con todo el tacto que puede
brotar de mí en estos momentos—. ¿Te importaría dejarlo para más tarde? Espero
una llamada de Emily.
—Oh... De acuerdo.
Se pone
de pie y rodea paciente los alrededores de la pequeña estancia, sin detenerse
hasta haber tomado asiento en una de las sillas de mi comedor. Sus ojos grises
no dejan de abrazar mi mirada un solo instante, y me hace derretir. En calma, y
derrochando felicidad. Ella es en verdad la serenidad andando y no podía
creerme que sería yo quien osaría destruir todo aquello, quien estaba por tomar
la responsabilidad. Visualizo esos ojos alegres derramando lágrimas de pronto,
esos labios despreocupados extendidos en asombro, y su voz no diciendo otra
cosa que no sea el recordarme el error que estoy a punto de cometer.
¿Cómo
podría comenzar siquiera?
—Ey,
Michael justo me dijo que has convencido a Emily de venir a Nueva York—me mira
desde su asiento con una sonrisa que estoy seguro ha multiplicado su tamaño—.
Me alegra bastante que no tengas que irte tú a Londres.
—No es tan sencillo—admito en voz baja—. Aún
quedan... algunas cosillas que atender.
—¿Cómo qué?
—Asuntos. Condiciones que Emily me
exige.
—Pues háblame de ello, Ross. Quizá
yo pueda ayudarte.
—No. No puedo. Supón que... tengo que decidir
este asunto sin tu ayuda, Rachel.
Mi tono
de voz aparece con sequedad.
—Ya... veo—titubea—. Pero, vaya, si necesitas
alguien para hablar, o lo que sea... Hola.
Miro sus
ojos recuperando ese mismo brillo de antes. Su gesto dulce me vuelve a salvar.
—Gracias.
—Ross...—se
inclina sobre su asiento para enfatizar el tono de su voz, que ahora se ha
vuelto más serio que antes. Me aproximo algunos pasos hacia ella—. Cualquier
cosa que sea que deseé Emily. Sólo dáselo. Digo, si sirve para arreglar la
situación... hazlo posible, ¿está bien? Lo importante es que la quieres.
El
teléfono descansando sobre la mesa comienza a resonar. Rachel y yo lo
observamos con la misma rapidez, y en movimientos cortos, ella lo toma y camina
sigilosa hacia mí.
—...De
otra forma, te arrepentirías si no lo haces.
Susurra
despacio, y tiende el aparato en mi dirección. Lo tomo, sin estar seguro de
querer hacerlo.
—¿Hola?—aclaro mi garganta, suplicando que mi
voz no delate la situación, que en verdad dé la sensación de que no hay nadie
más acompañándome.
—Ross, hola.
Me
estremezco en el interior, y por la expresión que dibuja de pronto el rostro de
Rachel, sé que ella está al tanto de todo.
—Hola, cariño—termino de decir.
—¿Cómo...? ¿Cómo estás?
—Bien, linda. Gracias por preguntar.
Y con esa
mentira, trato de engañar a más de una persona.
—Escucha—asevero
por fin—, he estado pensando en aquello que querías que hiciera. De lo que
habíamos hablado antes... Y, bueno... Podré... podré hacerlo.
Rachel me
aprecia de cerca, y satisfecha tiende su mano con el pulgar en alto en mi
dirección.
—Así que, ¿Vendrás a Nueva York,
Emily?
Advierto
el sonido de un sollozo placentero del otro lado. Esa reacción, esa felicidad
inmediata que percibo de ella en este momento, con dificultad y me arrebata una
sonrisa dolosa. Causándome diversidad de sensaciones, el alivio de Emily al
saber que estaba por renunciar a alguien a costa de ella, me da todo menos
felicidad.
—Oh, Ross... Dios mío, por
supuesto... por supuesto que sí.
Un vago
suspiro logra escapar, y sin manifestar mucho más, calmo la ansiedad de Rachel
con el mismo gesto de aprobación que ella me ha dado antes. La sonrisa más
increíble hace aparición en su rostro, y llena todo ese vacío en mi interior.
Entonces toda la asfixia desaparece y el deseo de gritar se evapora con el
abrazo que aparece entre nosotros sin retención. No puedo tentarme, no quiero
resistir, y tomo a Rachel con más fuerza entre mis brazos, olvidándome de esa
llamada, olvidándome de Emily, y de todo lo demás.
La abrazo
y mis pensamientos me vuelven a amenazar con la idea de que quizá esa iba a ser
la última vez que podría tomarla de aquella manera. Cierro mis ojos contenidos,
con toda la brusquedad que existe en mí; ella jamás tendría que verme llorar.
Beso su cabello y duele, el sentimiento y sus brazos paseándose por mi espalda
me queman con toda esa culpa que cargo conmigo, con todo ese martirio emanando
en mi interior al saber que estaba por sacar a esta persona de mi vida, sin
seguridad alguna, sin el deseo de hacerlo, con todo el peso de cada
consecuencia, y ella ciñéndome contra su cuerpo, sin tener la mínima idea.
—Ahí lo tienes—ella susurra aún sin dejarme ir—.
Me siento muy feliz por ti.
—Gracias.
Me
aventuro a observar ese par de lagunas grises al instante en que ella se
incorpora desde el mismo lugar. Las miro, y sé que es hasta aquí que he podido
continuar.
—Rachel, hay algo más—el nudo dentro de mi
garganta se incrementa—. Algo más que pretendo decirte desde hace algunos días.
—Oh, de acuerdo. ¿Qué es?
La voz se
me quiebra inmediatamente.
—Justo me
lo dijiste. Tú misma. Me dijiste que hiciese lo que Emily quisiera para salvar
nuestra relación.
—Así es—deja salir una pequeña risa de
incredulidad—, te he dicho que le dieras a Emily lo que deseara.
—Y por eso, precisamente... tienes
que estar al tanto de lo que ella quiere.
—¿Sí?
—Ya no podré... Ella quiere...—contemplo sus
ojos serios uno a la vez antes de continuar. Sé que en este instante me es
imposible contener mi desilusión—. Quiere... que no te vuelva a ver, Rachel.
Jamás.
Siento un
resquicio de debilidad propagándose en mi cuerpo.
—Pero,
Ross... Es una locura, por supuesto que no puedes hacer eso. ¿Qué vas a...? Oh,
Dios mío... —su voz se esfuma abruptamente. Su voz, su sonrisa y toda esa
tranquilidad. Una inhalación desgarradora, y sus manos cubriendo sus labios me
dice que lo ha comprendido todo—. Acabas de aceptar. ¿No es cierto? Acabas
de...
—Es
terrible, Rachel—hago el intento por eludir, mi voz ya ha aparecido enteramente
destruida—. Jamás me había sentido más fatal, es... Tú lo entiendes, ¿no es
así? Entiendes que tengo que hacer esto si quiero que funcione mi matrimonio. Y
la quiero... Tengo que conseguir que esto funcione, tengo que hacerlo.
Me
arriesgo a aproximarme, a sentir el tacto de su mano junto a la mía una vez
más, pero ella guarda ambas manos detrás de su espalda antes de lograr consumar
el movimiento. La miro a los ojos y no lo puedo creer.
—No sabes
cuánto me ha afectado esta pesadilla—susurro con mi vista ahora adherida a mis
pies—. Esto me está... resultando imposiblemente difícil, Rachel.
—¿Lo es?—ella brama efusiva. Evadiendo mi paso,
se acerca veloz al sofá y toma su bolso entre sus manos, volviéndose hacia el
umbral de mi puerta apenas tiene la oportunidad—. Entonces, pon atención, que estoy
por hacértelo más fácil.
Ella hala
de la manija, evitando mi mirada.
—¿Qué haces?—realizo el último
intento por acercarme.
—Me largo de aquí.
—Pero... Rach, apenas llegaste. No...
—¡Y que te des cuenta de lo furiosa
que estoy!
Y luego
de un portazo, ella desaparece. El retumbe azota con toda esa fuerza cargada de
furia en la totalidad de mi departamento, y entonces me pareció que todo
aquello había sucedido en cámara lenta. Así hubiese durado apenas un puñado de
segundos.
Hubo
silencio después.
La escena
se proyecta una y otra vez ante mis ojos, y sé que no podía dejarla marcharse
así. Si había una manera, si tan sólo existía la remota forma de poder
explicárselo todo de nuevo sin que ella resultara dañada, lo haría sin meditar.
No me importa las veces que yo iba a salir lastimado luego de esto, no me
detengo a pensarlo un solo momento y salgo tras ella sin aguardar. Los pasillos
vacíos devoran mis ansias, y luego de un vago vistazo a un ventanal me aseguro
de que había aún una mínima oportunidad de lograr alcanzarla en el vestíbulo al
menos; estaba lloviendo.
Alcanzo a
vislumbrarla un instante antes de salir por el pórtico de la recepción. Muy a
mi pesar, no estaba en sus ideas detenerse, ni por la lluvia, ni por mí. Un
vehículo aguarda por ella en la acera.
Me
abalanzo en la misma dirección, y las gotas dejan caer su peso sobre mi cuerpo
entero. Todo alrededor desaparece de pronto, o lo ignoro muy bien, cuando miro
a Michael saliendo de ese mismo vehículo, y a ella cayendo profunda contra sus
brazos abiertos, mandando al demonio todo lo demás; la lluvia no existe, no
cabe nada más, yo no pertenezco ahí.
—Ross...—Michael
alza su vista apenas unos segundos luego, y sus ojos encuentran los míos
súbitamente.
Al sonar
de su voz, ella gira a sus espaldas, y de la misma manera se encuentra conmigo.
—¿A qué
diablos has venido?—Rachel brama furiosa, y antes de siquiera intentar
responder, sus ojos supurando lágrimas me cortan el habla, la respiración. No
puedo creer que he ocasionado esto—. ¿Acaso estar conmigo no es romper sus
malditas reglas?
—Soy yo...—espeto,
de donde he tenido las fuerzas por hacerlo—. Soy sólo yo el que está provocando
todos estos cambios. El que tomó esa decisión. ¿Estarías mejor si... si fuera
yo el que me alejara de todos? ¿¡De todo esto!?
—...Por
supuesto que no—musita con más serenidad, y más lágrimas brotan de sus ojos
irritados—. Porque aún así no podría verte a ti...
Quiero
acercarme, quiero caminar y poder abrazarla nada más. Imposible.
—...No quiero hablar de esto ahora—ella termina
de pronunciar, y sin decir nada más, Michael le cede el espacio suficiente y
desaparece de mi vista para ingresar al automóvil.
—Pero, Rach...
—...Lo
siento—Michael me dirige sus ojos con el último atisbo de compasión. Ingresa, y
cierra la puerta luego de sí.
El
vehículo se disipa entonces, dejándome detrás. Y observándoles desvanecer,
llega como una amenaza a mi cabeza; hacer lo “correcto” jamás me había
lastimado tanto.
Transcurren
un par de segundos en los que no me puedo mover, luego, con un inmenso suspiro
que estalla contra el asfalto mojado bajo mis pies, camino de regreso a mi
departamento y dejo mi cuerpo colapsar contra el colchón, aún empapado en mis
ropas, derrotado, abatido, luchando por no romper a llorar. No dormiría, por
supuesto, y me pruebo correcto incluso hasta el momento en que el color gris de
la nueva mañana se manifiesta a través de mis cortinas. Y era tan sólo el
comienzo de todo.
El resto
de la semana se esfuma como una maldita pesadilla. Donde todo se reduce a nada,
y no queda más que tratar de olvidar.
Trabajando
horas extras sin tener las intenciones de cobrar por ellas, un día de descanso
asignado en el que de cualquier manera me apetece asistir al lugar. Trato de
encontrar el más mínimo de los escapes en cada una de mis rutinas, algo, lo que
fuese que me hiciera no revivir la escena en mi departamento. Salgo a trabajar
por las mañanas, hago ejercicio por las tardes, y por las noches, tan sólo intento
tener las fuerzas de dejarme caer contra mi colchón, esperando el día siguiente.
Con el deseo de no tener ni un solo segundo libre para pensar en lo demás, para
que los nombres de Rachel o Michael no lleguen siquiera a posarse en mi cabeza.
Sabía que me estaba recluyendo a mí mismo, que me estaba haciendo mal, pero al
menos, a ellos no los estaba lastimando. O eso me parecía creer.
Así que
así sería; mis días con Rachel fuera de mi vida.
Esta
tarde, marco mi salida del horario laboral con una sonrisa diferente a las
otras carentes de alegría que había tenido hasta ahora. Monica me había dejado
un mensaje; tendría planeado cocinar mi cena favorita esta noche, y con sus
palabras finales “Más te vale asistir”, todo quedaba más que claro.
Las
enormes sonrisas de mis amigos son las que me reciben apenas entro, y me siento
contagiado por ellas en ese mismo instante. Busco con la mirada a Rachel,
rindiéndome un par de segundos después, aliviado. E inmediatamente evoco la
primer buena charla que he tenido con Michael en este mismo lugar, donde nos
hemos confesado mutuamente lo nerviosos que estábamos antes de encontrarnos. No
puedo creer que me ha pasado lo mismo pensando que ellos podrían estar aquí.
Un poco
de vino se escapa de mi nariz cuando Chandler me hace carcajear ante una de sus
ocurrencias, Monica me fulmina con la mirada inmediatamente, y entonces sus
ojos dirigen mi mirada al cuarto de baño. A punto de querer ignorarle para
aumentar su enojo y mi ego, miro que la cena está casi lista, y decido
obedecerle al final. Refunfuño, Chandler y Joey se burlan de mí y me envuelvo
en el silencio del tocador.
Contemplo
mi reflejo en el espejo mientras dejo caer el agua tibia sobre mis manos.
—¡Oh,
hola!
Creo
escuchar la voz de mi hermana eufórica desde el exterior, y junto con el sonido
de la puerta abriéndose me percato de que alguien más acaba de llegar.
—Hola, Mon.
—Pero mírense nada más, ¿De dónde
vienen?
—Hemos pasado a comer un poco de
pizza.
Las voces
conceden un tono más familiar y sulfuran cada duda emergida. Me estremezco al
poder jurar que sé de quiénes se trata.
—¿Cómo es que eso ha pasado?—Monica
se burla.
—Pues—Michael replica y se ríe al mismo tiempo—,
por una vez, he decidido que no importaba si nos veían juntos en la vía
pública.
—Sí, eso
y que Bill ha tenido que pedir que cerraran el lugar por media hora.
Unas risas
en unísono aparecen de pronto, y mi deseo de refugiarme aquí junto con mi
vergüenza incrementa su tamaño, pero ya había sido suficiente. No podía seguir
escondiéndome más, no de ellos dos. Tomo de la perilla con resignación.
—Pues, espero que aún tengan hambre—Monica
continúa con la misma calidez—. La cena está casi lista.
Me
detengo en la estancia y los miro inmersos a ambos. Maldigo en mi interior
cuando, de todas las miradas, los ojos de Rachel chocan feroces contra los
míos, haciendo que su semblante se destruya a la par, que su sonrisa se borre y
su mirada sea disparada hacia la moqueta. Es más de lo que creí soportar.
—Ah, claro...—ella musita torpe, volviéndose
despacio hacia su habitación. Michael la observa y pestañea aturdido, sin
articular algún movimiento—. Pero, creo que prefiero marcharme a mi habitación
por un rato.
—Rachel,
no...—Michael advierte, y sus ojos se posan serios en los míos.
—No, Rach...
¿Por qué...?
La voz de
los chicos la detiene justo antes de ingresar.
—Vamos, chicos, escuchen—su mirada se pasea por
la estancia, observando a los demás—, si Emily se enterara de que me encuentro
aquí cenando en la misma habitación que Ross, ella se pondría furiosa, y lo
saben.
Asiento
sin abatir. Ella teniendo razón, y yo deseando que fuera algo equivocado.
—Es... igual—ella repone con una leve sonrisa—,
en realidad, no me importa.
—Perfecto—Michael
espeta, aproximándose hacia ella—. Entonces yo iré contigo.
—No, aguarden, chicos... por favor—me dirijo a
ellos sin chistar, con la respiración entrecortada por la ansiedad que me
aniquila—. Me gustaría que se quedasen. Por favor... significaría demasiado.
—Ross,
yo...—ella musita con sus ojos aún evadiendo los míos.
—Pequeña—Michael
acuna su mano luego de un segundo—. Por favor.
Rachel lo
contempla a él por un puñado de segundos, y las comisuras de los labios de
ambos advierten una sonrisa discreta. El silencio prevalece en el lugar, junto
con la mirada de todos los demás dejando su peso sobre nosotros. Rachel me
vuelve a mirar, y sus ojos me juran que esta cena, será como todas las demás.
Monica se
ocupa, y con ayuda de Phoebe y Rachel, ponen la mesa entre nuestra atmósfera
habitual. Recuperamos todas esas conversaciones, no paramos de estrujarnos el
uno al otro y las risas tienen su lugar. Luego de unos minutos de revitalización,
tomamos asiento juntos alrededor del comedor.
Chandler
alza su copa frente a él, y como si de un reflejo se tratase, todos le
imitamos.
—Por esta noche en especial—él musita con
orgullo. Ruego para mis adentros que no se trate más que de un comentario
sarcástico—. Porque me siento seguro al decir que es magnífico estar rodeado
por cada uno de ustedes.
Le dedico
un guiño carnal, y acompaño a los demás al tomar un sorbo de vino.
—Vaya, esto es bastante extraño—Phoebe añade
con seriedad—. Podría ser la última vez que podremos reunirnos todos juntos.
Asiento
cerrando mis ojos. Era quizá por esto que la situación habría sido perfecta
hasta este momento. Porque todos somos conscientes de lo que se viene, porque
no hay nada más que resignar. Me parte el alma, pero no deja de ser verdad.
Hago el vago intento por reponerme y sonreír, acto seguido, arrojo la toalla al
escuchar el teléfono retumbar detrás de mí.
—Yo
iré.
Monica
murmura poniéndose de pie sin titubear, y sigo sus movimientos con mi mirada.
—¿Diga?—atiende la llamada—. Hola, Emily... Él
está aquí ahora... ya te comunico.
Michael
suspira y observo la expresión de Rachel palidecer. Me dirijo a tomar la
llamada sin estar seguro de conocer la totalidad de mis opciones.
—Hola, Em...—susurro al aparato—.
Justo estábamos a punto de cenar.
—Oh, ¿En
verdad?—ella inquiere del otro lado—. Me
gustaría saludarlos a todos. ¿Monica tiene altavoz?
No puedo
evitar sentirme como un niño pequeño que quiere ocultar alguna travesura. Por
un segundo me olvido de respirar.
—Ah... sí, claro, espera...—deposito el aparato
electrónico en su base luego de mascullar, en un movimiento me giro hacia los
chicos—. Ella quiere saludarlos, chicos.
Acciono
el manos libres y me alejo de la base, todos a la par se aproximan lo
suficiente para vociferar. Todos, a excepción de Michael y Rachel por supuesto.
—¡Hola, Emily!
—¡Oh,
hola a todos!—su voz resuena alrededor—. ¿A quién estoy saludando?
Maldición,
no.
—Pues, nos encontramos todos aquí...—Joey se
adelanta con un bisbiseo, me sonríe convencido de que ha terminado de salvar la
situación—. Todos aquí... menos... menos Rachel, claro.
Pongo los
ojos en blanco al instante. ¿Cómo se le ha ocurrido decir eso?
—Bueno,
espero que no...—Emily replica entusiasmada—. Ross ya sabe que eso no puede ser.
Unos
pasos llaman la atención, y todos se giran en el mismo momento. Rachel niega en
silencio frente a todos nosotros andando a trancos de nuevo hacia su
habitación. Miro a Michael con urgencia, que ya se encuentra con desdén de
lanzarse a perseguirle. La expresión destruida en los rostros de ambos me
consume, y me impide continuar.
Con toda
esa intención palpitando dentro, me inclino al contestador.
—¿Sabes qué, Emily?—bramo ardiendo por dentro,
sin ser capaz de tolerarlo un segundo más—. Rachel está aquí.
Ambos,
Michael y Rachel se detienen en seco para observar.
—¿Lo está?
—Así es—suelto
seguro.
—¡Oh, sí!
¡Ahí viene llegando!—Chandler añade con inseguridad. Le sonrío al comprender
sus intenciones.
—Ross... Corta el manos libres.
Obedezco
sin chistar. Vuelvo a tomar el auricular personal y lo acerco a mi oído.
—Aquí estoy—retomo la llamada personal andando veloz
por la sala hasta haber salido al balcón.
—¿Cómo has podido hacerme esto? Creí haberte
expresado lo que siento respecto a Rachel perfectamente claro.
Paso
saliva al escuchar la furia de su voz.
—Emily, comprende—infiero—. Sólo estoy teniendo
cena con mis amigos, ¿Está bien?
—Es eso, o es que no puedes alejarte de ella.
—Emily,
eso es ridículo—trato de contenerme al observar la vista nocturna que me
obsequia la pequeña terraza—. Escúchame, estoy cambiando por ti. Estoy sacando
a personas de mi vida sólo por ti. Por favor... sólo toma un avión y ven a
Nueva York, ¿De acuerdo? Y entonces lo verás... ¡Vas a ver que eres la única
persona con quien quiero estar!
Un
suspiro se prolonga del otro lado.
—Me
sentiré mejor cuando esté ahí y sepa en dónde te encuentras a cada momento.
Intento
repetir aquella última frase hasta que tenga el mínimo sentido. Me burlo en mi
fuero interno.
—Lo que ocurre es que no... no podrás saber en
dónde estoy a cada momento—creo que una risa vacía se escapa incrustada en cada
palabra—. Sabes que este matrimonio no funcionará si no confías en mí, Emily.
—...Tienes
razón.
El suelo
pierde firmeza bajo mis pies.
—Así
que... ¿Podrás... confiar en mí?
Un
silencio toma presencia, y de repente, la calma comienza a abandonarme. Es la
sensación de que aún sin las palabras, puedo confirmar que todo está a punto de
perderse en el abismo, de que por realizar la diferencia, aquella iba a ser la
última llamada telefónica que tendría con ella, y que en un atisbo de
comprensión, comenzaría a valorarme y quererme acercándome al menos a lo que yo
merecía.
Como si
ella estuviera al tanto de que lo nuestro se había secado, que lo íbamos
barriendo, y que lo fuimos quemando. Ya no existía la mirada hacia atrás.
Y ni por
poco me interesa, así no termine de entenderlo.
—No.
Ella
sentencia, y sintiendo más impotencia que ganas de romperme a llorar, termino
la llamada sin ninguna otra respuesta. Ingreso de nuevo con la mirada perdida
frente a mí. No siento nada, nada más ocurriendo alrededor.
—Supongo que ya está...
Susurro,
y no me importa si alguien me ha llegado a escuchar.
—¿Qué...? ¿Qué es, Ross?
—¿Qué
ocurrió?
—¿Pasó algo?
Las manos
de mi hermana me conducen tomando con firmeza el borde de mis hombros. Cedo y
tomo asiento en el sofá central de la estancia. Todas esas miradas pendientes
por mí, esas muecas de preocupación, la fina línea en la que se han convertido
los labios de todos, los ojos humedecidos de Rachel que no me dejan de abrazar.
—Mi matrimonio... se terminó.
Dios mio, lloré...
ResponderEliminarVoy a gritar. Emoción, así debería de llamarse esta historia.
Eres increíble kat.
Maldita Emily.
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