La escena
de Ross desapareciendo luego de ese portazo continúa proyectándose en mis
pensamientos. No me sale la voz.
—No podemos dejar que se marche así.
Phoebe
musita con una mano adherida a sus labios.
—Tenemos que hacer algo.
—Lo sé—Chandler se pasea por la
estancia del departamento—. Pero, ¿Qué?
Vuelvo a
reaccionar. Con todo el ardor que soporto, dejo ir la pequeña mano de Rachel de
entre la mía, y comienzo a andar. Sus miradas me atrapan al tomar el pomo de la
puerta con mi mano.
—Alguien tiene que hablar con él—les observo
desde el umbral. Me pierdo en la mirada de Monica, de Phoebe, Chandler y Joey
antes de intentar salir. Pero no en la de Rachel. Sé que si me topo con sus
ojos, en el primer instante ella me haría desistir—. Y... creo que tengo que
ser yo quien lo haga.
—¿Te
volviste loco?—Rachel niega andando a zancos hacia mí—. ¿Crees que te dejaré
salir del departamento luego de lo que nos ha ocurrido antes?
—Linda...—suelto
el picaporte por un momento para tomar su rostro con ambas manos, y que sus
ojos no puedan escapar de los míos—. Tengo que hacer esto, ¿Está bien? Por
favor...
—Déjame
acompañarte.
Sus cejas
me obsequian una fina línea de preocupación. Me inclino para besar su mejilla.
—Te prometo que nada me ocurrirá.
Sólo tengo que hacerlo.
Siento la
fuerza de sus manos aferrando mis brazos desvanecerse.
—Maldita sea, Michael—vuelve a obsequiarme mi
sonrisa preferida—. Más te vale tener cuidado allá afuera.
—...Gracias,
pequeña.
—¿Estás
seguro de esto?—Monica infiere mientras Rachel se ocupa de acercarse a ella. Su
pregunta me hace estremecer.
—Terriblemente.
Y salgo
de ahí sin más.
Agradezco
que el clima en la ciudad aún con Marzo entrando sea frío, casi helado, y que
por ningún motivo he dejado de utilizar la bufanda que llevaba conmigo al haber
llegado al departamento. Ato mi cabello a la altura de mi cuello, desenfundo el
cuello de mi abrigo, y con la bufanda cubriendo la mitad de mi rostro los
pasillos del edificio y las personas circulando por la acera no me suponen un
problema mayor. Dos manzanas y media de distancia, y cruzo el pórtico en el que
se encuentra el departamento de Ross.
“Departamento
10, segundo piso” Ubico su nombre en las pequeñas urnas de correo que tienden
de la pared de la recepción.
Trepo
cada escalón apresurado, intentando averiguar qué demonios podría decir. E
incluso pensando si él no me echará a la calle apenas tenga las intenciones de
entrar, que después del apoyo que le he brindado los días pasados, bien lo
tengo merecido.
Me
detengo frente a su puerta, conteniendo más mi agitada respiración. Advierto
que el cerrojo no está puesto, y me olvido de llamar a la puerta. Hala de la
manija sin pensarlo.
—Si he
tenido razón en algo, ha sido en que no podía ayudarte... —mi voz a duras penas
aparece en el lugar—. Pero eso no justifica que te haya dado la espalda.
Me mira,
e inmediatamente limpia lágrimas que se han esparcido debajo de sus ojos
irritados. Echa un respingo y lucha por incorporarse sobre el sofá para tomar
un pañuelo de la mesita de centro que está frente a él. No puedo evitar
perturbarme.
—Michael.
Con
cuidado me acerco hacia él, y me atrevo a tomar asiento a su lado.
—Lo
lamento… Lo lamento tanto, Ross—doy pequeñas palmadas a sus hombros caídos—.
Todos lo sentimos... Nos dejaste tan rápido que no me diste ni un segundo para
decirte que estamos todos contigo en esto.
—Gracias...—musita
observando al vacío. Bajo mi tacto le siento estremecer—. A veces me pregunto
cómo rayos es que los merezco, ¿sabes? Y cómo es que estuve a nada de perder a
una de ellos por culpa de todo esto.
Asiento
en silencio, tremendamente atemorizado por los segundos que desfilan sin que
ninguno diga una sola palabra.
—Siento mucha tristeza en este momento, Michael—admite
en voz baja. Vuelvo a tratar de encontrarme con su mirada, sin éxito—. Pero aún
así, tengo otra sensación atorada en el cuello, que no me deja desahogarme, y
que desde hace tiempo que no me deja dormir. No sé qué es, por qué ha surgido
ni por qué continúa. No lo puedo entender.
—Impotencia—susurro
de pronto.
Su mirada
se entristece cientos de veces más, pero parece acordar con la idea.
—El problema no es sentirme decepcionado...—susurra
cabizbajo—. Sino que, a pesar de la aceptación. Sé, estoy seguro de que nada
volverá a ser igual.
Una
sonrisa apenada escapa, como si estuviera a punto de develar uno de mis más
grandes secretos, o incluso, como si no quisiera recordar que yo había pasado
exactamente por aquello mismo. Ross y yo podíamos ser tan iguales a veces.
—Por desgracia, a todos nos han roto el
corazón, Ross—digo, en voz más alta de lo que pretendo—. Pero eso no nos quita
el derecho de volver a empezar de nuevo. De ilusionarse y sentir cómo nos
tiembla el alma cuando alguien nos sonríe. De sentirnos plenos y completos,
como si la persona que tuviésemos al lado sea ese aire que necesitamos siempre.
Pestañea
turbado, pero he captado su atención.
—...Sucede así—continúo, sus ojos ahora se
centran en los míos—; un día cualquiera conoces a una persona, y por una
inexplicable razón, comienzas a sentir una conexión mucho más grande con ella
de lo que alguna vez llegaste a sentir con alguien más. Te sientes más cerca de
ella que de cualquiera de tus familiares más cercanos. Piensas quizá que esta
persona lleva consigo un ángel escondido. Uno que es enviado a ti por un
propósito más importante; para enseñarte una importante lección o para ayudarte
a atravesar tiempos turbulentos.
Forzosamente
me detengo por unos segundos. Un par de ojos grises comienzan a inundar mis
pensamientos, un par de labios finos sonriéndome, y que me habían acostumbrado
a recibir el más increíble beso cada mañana, mejillas que se mantienen
coloradas la mayor parte del día. Toda ella se proyecta frente a mí.
Siento
que mi voz está a punto de colapsar.
—...Y lo que tienes que hacer es simplemente
confiar, y no deberías dejar que nada más te importase al respecto—repongo. Las
comisuras de mis labios ya no logran extenderse más—. Pero sea como sea, la
presencia de esta persona será clara a su debido tiempo, sin lugar a dudas, a
reproches, a toda esa impotencia que podría llegar a existir.
—Rachel...—increíblemente,
Ross me devuelve la sonrisa.
Asiento
con las mejillas ardiendo, imaginando la terrible sonrisa que apresa mi rostro.
—Vi como abrazaste a Rachel el otro día—sus
palabras me toman desprevenido, levanto la mirada para ponerle atención—. Como
al salir de aquí, ella estaba llorando y tú estabas listo y justo para
encontrarte con ella. No te importó que alguna persona pudiera reconocerte, o
que estuviera lloviendo a cántaros... En fin, lamento... lamento haberla
lastimado, Michael. Quería que lo supieses.
—Te has
dado cuenta de todo a tiempo. Hace unos momentos, estabas por perderla
definitivamente y en su lugar, la has defendido de Emily. Eso es lo que importa
para mí ahora.
Su
sonrisa desaparece un poco, y sé que recordarle la escena no había sido la
mejor opción. Estudio mi alrededor, y hurgo el ambiente por un tema que pudiera
hacerle olvidar lo que he comentado.
—Creo que nunca antes había visitado
tu departamento.
Hace un
gesto al mirar por la habitación.
—Comencé a rentarlo a principios del año
pasado, poco antes de haberte conocido—su expresión tiene un gesto de
diversión, haciendo sonar aquello como increíble—. Aún tengo la botella de
Tequila que los chicos me obsequiaron cuando comencé a vivir aquí. ¿Te gustaría
probarlo?
—Claro.
Ross se
pone de pie apenas respondo. Desde mi asiento le observo tomar una botella del
gabinete que da frente a la pequeña sala de televisión, toma un par de vasos
pequeños de cristal, y vuelve a tomar asiento a mi lado. Sirve ambos vasos
hasta abarcar poco menos de la mitad y me ofrece uno deslizándolo sobre la mesa
en mi dirección.
Él toma
un sorbo y el gesto torcido que aparece después me hace estremecer. Le imito, y
trato de relajar mi expresión; el sabor es bastante fuerte, pero acorde con la
situación.
—Ella se está enamorando cada vez más de ti,
Michael—murmura sin siquiera mirarme, vuelve a beber otro sorbo, pero esta vez
su gesto no se descoloca en lo más mínimo—. Con cada palabra, beso o acción
tuya. Ella dice que eres el mejor, que eres todo lo que había deseado. Sonríe
pensándote, escucha tus canciones cuando tú tienes que marcharte para trabajar,
le alegras el día y la vida. Y ella tiene razón; le haces bien.
Sin darme
cuenta, ya me encuentro sonriéndole de nuevo. Llevo una mano a mi frente para
procesar cada palabra, y la tremenda sensación de que mi corazón aumenta diez
veces su tamaño. Mi cabeza arde por pensar a Rachel, por imaginar mis labios
besando los suyos sin ningún reparo.
—Estoy seguro... Más de lo que te imaginas,
Ross, de que encontrarás lo mismo. Lo verás tú mismo.
Ríe, y
sus ojos brillan de la emoción.
—Y otra cosa sobre la que también tenías razón,
Michael; has hecho un trabajo maravilloso cumpliendo nuestra promesa.
—Es el
plan—le aseguro—. Y lo será siempre.
—Entonces...
¿Está todo bien?
—Perfecto.
Sus ojos
se centran más allá de donde me encuentro, y su sonrisa está a punto de
desbordarse. Escucho el rechinar de la puerta a mis espaldas, viro esperanzado
y, antes de darme cuenta les tengo a todos ellos frente a mis ojos. Me invade
una oleada de emoción que termina en esa serie de sonrisas tímidas
observándonos a ambos. Los chicos habían llegado, y los ojos orgullosos de
Rachel se topan con los míos.
Suspiro
de placer.
—Más que perfecto.
*****
Los meses
se desvanecen con cada semana, con cada hoja que arranco del calendario, con
cada serie de besos y sueños que comparto junto a él.
Alucino
con el hecho de Michael absorbiendo mi tiempo en su totalidad. Y al tenerle a
mi lado, ya nada tiene más importancia que mis espacios junto a él, que mis minutos,
horas y días a su lado. Por primera vez en años, siento que todo es posible,
que la felicidad quizá si está destinada para mí también, y que la puedo sentir
incluso. Como si se pudiese viajar sin trasladarse, volar, estirar la mano y
poder rozar las nubes, el aire... ver colores donde antes ni por mucho los
había. Amor.
Mi lugar
más confortable en el mundo es él y yo, mi cabeza sobre su pecho, sintiéndola
subir y bajar al ritmo de los latidos de su corazón, sus brazos enredados en mi
cintura, sosteniéndome siempre con fuerza. Aprendo y observo cada gesto suyo,
cada mirada, cada sonrisa que brota de sus labios; aprendo de él cuando le
recorro con caricias cada centímetro de su cuerpo, aprendo de él con cada beso
que me regala, y me juro a mí misma, aprenderé de él a cada día que pase a su
lado. Porque un solo día al lado de Michael, era una nueva experiencia cada
vez, una bendición, una mejor que la anterior.
En un abrir
y cerrar de ojos las hojas tendiendo de cada árbol comenzaron a perecer, el
verano pasa desapercibido y los cumpleaños desfilan uno tras otro, cada uno con
una diferente rutina, con un motivo particular, y todos disfrutamos de ellos
por igual. Las fechas importantes se aproximan, y los aniversarios también;
Monica habría cumplido un año entero al lado de Richard, y jamás la miré más
feliz, tranquila con su relación. Ahora menos que nunca, me atrevería a
reprimir esa emoción, junto con todos esos brinquitos que ella pegaba a cada
mañana cuando el momento se acercaba cada vez más.
Una cena
fue planeada para la noche en especial, y como en toda noche de aniversario se
esperase, ella volvería bastante tarde si todo marchaba a la perfección.
Michael y yo pasaríamos la noche en mi departamento, así que naturalmente
invito a Phoebe para cenar, dado lo ansiosa que estaba por escuchar los
detalles de Monica en cuanto volviera, aunque sería una tarea suicida aguardar
por su regreso.
Aún
sentada con ellos en el comedor, giro en un movimiento involuntario, y mi
sonrisa se desvanece, en el instante en el que miro a Monica llegar, sin el
mínimo atisbo de entusiasmo con el que se había marchado esta tarde, seria, y
mirando sus dedos anudados. Michael y Phoebe reaccionan y se giran a observar.
—Oh, no—me olvido de dar un sorbo
más a mi taza de té—. ¿Qué hora es?
—Es cuarto para las diez—Michael
afirma mirando el reloj de su muñeca.
¡No eran
siquiera las diez de la noche!
—Hola—Monica
saluda a secas, articulando una sonrisa que no me llega a convencer.
Observo
el bonito vestuario por encima de mi hombro, y recuerdo el tiempo que ha
invertido antes en elegirlo, luego de haber rechazado faldas, vestidos y
camisas de seda que no irían tan a tono con la ocasión. Nos miro a Michael y a
mí y casi me lamento por el contraste que hacemos ya en la comodidad de
nuestras pijamas.
—Aguarda
un momento—Phoebe se apoya sobre la mesa, sus ojos avellana brillan con la
sonrisa preocupada que le dedica a Monica—, ¿Qué haces volviendo tan temprano a
casa en la noche de tu aniversario con Richard?
—Salimos
a cenar, pero... Él tenía cosas que hacer por la mañana. No me apetecía
desvelarlo.
Monica
cierra la puerta detrás de ella, y deja su chaqueta en el pequeño perchero que
tiende detrás. Aún puedo notar su batalla por soportar nuestras miradas.
—¿Todo ha
salido bien? —Phoebe resalta el tono preocupado de su voz—. Hoy no has
aparecido con esa misma sonrisa de siempre, como recordándonos a todos lo
encantador que es tu novio y preguntándote cómo sería su boda.
Oculto
una sonrisa llevando mi mano a la altura de mi boca.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué boda?—Monica
inquiere frunciendo el ceño.
—Vamos, como si no se lo hubieses planteado
todavía—la mirada de Phoebe se torna pícara. Miro a Michael de reojo, y nos
siento incluso más ajenos a la conversación.
—No en
realidad—Monica se apoya sobre el respaldo de mi asiento—. Es decir, estamos
viviendo el presente nada más, y resulta agradable no pensar por primera vez en
todo ese asunto de '¿Hacia dónde va esta relación?'
Phoebe
asiente pensativa junto conmigo. Quizá era cierto, quizá para variar la
relación de Monica con Richard no se basaría en eso. No ahora al menos. Me
tranquilizo y me siento bien por ella, al saber que su expresión apagada con la
que ha vuelto no es tan seria luego de todo. Michael la asesina con la mirada,
entrecierra sus ojos y no tiene el más pequeño atisbo de aprobación.
—No te creo nada—él musita. Phoebe y yo nos
giramos a mirarle inmediatamente.
—¿Qué?
Me quedo
mirando los ojos atolondrados de Monica.
—Esa
sonrisa nerviosa, no dejas de pasar una mano por tu cabello y has entrado al
departamento con las mejillas coloradas. ¡Se lo preguntaste!—Michael termina
carcajeándose y Monica abre la boca de asombro.
—¿Lo hiciste, Monica?—Phoebe lanza
de pronto.
No sale
un solo sonido de su boca, Monica nos estudia a los tres, tranquila, pero
parece que su mirada se vuelve a oscurecer. Trato de continuar mirándola pero
pierdo su rostro de vista cuando ella se dirige a tomar asiento al pequeño sofá
de la estancia. Le sigo inmediatamente, y me topo con sus manos cubriendo
completamente la superficie de su rostro.
—¿Ocurrió algo malo? ¿Qué fue lo que
le dijiste?—susurro.
Llevo una
mano a su hombro, para cuando ella ha vuelto a mirarme, Michael tomó asiento a
su lado y Phoebe sobre la mesita de centro, justo frente a ella.
—Ha
salido a flote el tema del futuro, y... tuve que hacerlo, sentí que era el
momento de decirlo—sus mejillas se colorean más con cada palabra que sale de su
boca—. Así que... le pregunté si... si él me miraba en su futuro.
—Oh, no—Phoebe murmura diligente.
—No, aguarda, eso no es malo—Michael niega
ansioso con un tono abrazador—. ¿Qué ocurrió luego?
—Me ha dicho que sí; él me ve en su
futuro.
Suspiro
de alivio entonces, y dirijo una mirada cómplice a Michael y a Phoebe frente a
mí. Eso tenía que ser bueno, ¿no?
—Dijo que
ha pensado cientos de veces en vender su consulta—Monica continúa luego de una
pausa, aún mirando al vacío—, y dedicarse completamente a una vida futura
conmigo. Entonces... he tenido que hacerlo... Si no le preguntaba, hubiera
colapsado ahí mismo.
—¿El qué?—Michael pregunta.
Llega a
mi mente como un balde de agua fría, como si la obviedad no fuese necesaria en
recordarlo; la primer cosa que diría sin duda si alguien llegara a pedirme que
describiera a mi mejor amiga. Su deseo más grande, y una de las metas más
importantes en toda su vida; ser mamá. Un respingo aparece en mi cuerpo, y mi
mano se vuelve a disparar hacia mis labios de nuevo. Phoebe y Michael me
interrogan en silencio, pero sé por más que Monica está al tanto de todo.
—Bebés—intervengo con la voz
temblando.
Monica
asiente y vuelve a esconder su rostro.
—¿Y qué te dijo?—Phoebe se inclina
hacia ella.
—...Que
le encantaba la idea, que adora a los niños... Pero, que él no querría tener
setenta años cuando nuestros hijos tuvieran la edad suficiente para marcharse a
la universidad y comenzar a vivir su vida conmigo...
Aguardamos
en silencio de nuevo. Phoebe desciende su mirada pensativa, y Michael se
aventura a tomar la mano de Monica sobre su regazo. No puedo evitar sonreír al
mirar, al pensar lo mucho que él puede llegar a preocuparse por ella.
—¿Estás bien, Mon?—susurro
acercándome más hacia ella.
—Claro—ella
replica un poco más calmada. Nos sonríe a los tres, estruja la mano de Michael
un segundo más y se pone de pie para dirigirse a la cocina y servirse un poco
de agua—. En fin, me he dado cuenta de que no hace falta que toquemos el tema
ahora. Total, estamos hablando de un futuro muy lejano todavía, y ahora lo
único en lo que puedo pensar es en ir a dormir—abandona el vaso sobre el
vertedero luego del último sorbo, y nos obsequia una sonrisa más sincera—. ¿Te
quedas a dormir, Phoebe?
Phoebe sonríe
intuitiva, dando a delatar una respuesta positiva.
—Quizá
deberíamos ir a dormir también—miro a Michael aún sentado sobre el sofá, y me
aproximo lo suficiente a él—. Me concedieron el primer turno en Central Perk y
tengo que madrugar. Si queremos llegar pronto a la cena mañana, tendremos que
darnos prisa.
Michael
se queja en un mohín. Trato de fulminarle con la mirada, pero no me es posible
reprenderle incluso más. Me deshago de su encanto aturdidor besando su mejilla.
—¿Por qué? ¿Qué cena tienen mañana?—Monica
se ríe por detrás.
—Cenaremos con mi padre mañana por la noche, y
al parecer, a Michael eso le viene bastante bien—tuerzo el gesto hacia Michael.
Él me replica sacándome la lengua.
—Me viene
perfecto, de hecho—se incorpora para observar a Monica y a Phoebe mejor—. Sólo
que he tenido que cancelar mejores planes, como tirarme del Empire State y aterrizar sobre una
bicicleta sin asiento. Así que...
Phoebe y
Monica se miran atónitas.
—Michael, no le desagradas a mi padre—resoplo,
llevando una mano a mi frente.
—Quizá no
Michael Jackson, pero sí que odia a todos quienes osan salir con alguna de sus
hijas.
Monica
vuelve a reír y entornando mis ojos, le agradezco a Phoebe por la ayuda que ha
dado su comentario.
—Rachel
le llamó por teléfono para dar la noticia sobre nuestra relación y él ni por
poco le creyó—Michael musita, y sin permiso recupera mi mano—, entonces tuve
que intervenir. Así que de hecho, le conocí por primera vez en el teléfono... En
fin, no me vi capaz de terminar la llamada sin que me pusiera un apodo; me
llamó ‘cabeza mojada’.
—Pero,
cariño, ¡A todo el mundo le pone un apodo! Escucha, tan sólo es una cena, una
noche nada más—me retuerzo sobre el asiento hasta lograr tenerle más cerca y
poder tomar su rostro con ambas manos. Sus ojos encuentran los míos, y todo
atisbo de queja o burla se marcha de su mirada—. Vamos, hazlo por mí. Sólo
pretendo que te aprecie de una buena vez... ¿Por favor?
Michael aparenta
meditarlo unos segundos, luego una pequeña sonrisa aparece, y da un rápido roce
a la punta de mi nariz con su dedo índice. Poco más y me derrito frente a las
chicas.
—Sabes
que haría cualquier cosa por ti—sonrío por sus palabras. Él toma mi mano y
ambos nos ponemos de pie—. Anda, vamos a dormir.
Michael
le dedica un último guiño a Phoebe y a Monica antes de comenzar a halar de mi
brazo y dirigirnos a ambos hacia mi habitación. Ambas me arrojan una mirada
pícara, y reprimo su entusiasmo intuitivo al despedirme de ellas agitando mi
mano libre en silencio. Escucho un último par de risitas traviesas que se combinan
con el sonido de Michael cerrando la puerta detrás de mí.
Luego de
abandonar mi bata en mi armario, miro las mejillas de Michael enrojecer. Me
impresiona tener en cuenta la cantidad de veces que hemos dormido juntos antes,
cuantas veces me había observado en esta pijama veraniega, e incluso utilizando
nada más que ropa interior con una de sus camisas holgadas. Y aún así, sus
mejillas siempre dieron la impresión de que estaban a punto de explotar.
Le guiño
el ojo antes de apagar la luz, y casi al mismo tiempo nos metemos dentro de las
sábanas de mi cama. Me giro sobre el colchón para poder mirarle de frente.
—Además...
Me pondré el conjunto negro que tanto te gusta.
Susurro
con un hilo de voz. La oscuridad no me hace posible mirarle con exactitud, pero
casi puedo imaginarle sonriéndome. Siento su mano anudándose firme entre la
mía, y no demoro más de un puñado de minutos en sentirme tranquila, apegándome
a su aliento, a la armonía que irradia su respiración, hasta que el sueño
remite, y se apodera de mí.
El
colchón se mece a mi lado. Con todo el esfuerzo que necesito, logro abrir los
ojos, y me encuentro con él; sonriéndome, naturalmente aseado, cambiado y
embriagándome con la manera en que sus rizos húmedos reposan sobre sus hombros.
Es la mañana siguiente.
—Dormilona—Michael se inclina hacia mí y mis
ojos vuelven a cerrarse por la pesadez. Lo único que soy capaz de sentir luego
de eso son sus labios rozando los míos—. ¿Cuál es el plan para hoy?
—Aparentemente, quedarme todo el día
en la cama contigo no lo es.
Me quejo
por unos segundos antes de poder abrir mis ojos de nuevo. Michael ríe.
—Tengo
que ducharme, ir a trabajar y volver a alistarme para esta noche. ¿Qué hay de
ti?
—Sesión
de grabación, pruebas de audio. Bill ya aguarda por mí en la entrada—le brillan
los ojos, cada que Michael se refería a sus nuevos proyectos incluso podía
sentir toda esa emoción que irradiaba en su habla, se le nota bastante
entusiasmado, y la curiosidad en mí no deja de aparecer, aunque jamás le pregunte
nada al respecto. Prefiero que cualquier pieza maestra que se encuentre
creando, sea una sorpresa—. ¿Vuelvo por ti temprano y nos vamos con tu papá?
Asiento, y
él se inclina de lleno hacia mí para susurrar:
—Te extrañaré esta tarde—se pone de pie, no sin
antes hacer rozar la punta de nuestras narices. Y lo miro salir de la
habitación.
Me estiro
y vuelvo a suspirar aún tirada en la cama. De entre todo ese silencio escucho
la puerta principal cerrándose con cuidado, y un momento más, me dirijo a
preparar todo para el día de hoy.
Por el
retraso, no me espero a que el agua caliente salga en la ducha, así que antes
de que mis huesos se rompan por el invierno que he creado, recupero mi
temperatura habitual vistiéndome luego del baño en tiempo récord. El espejo no
se ha empañado, y me es más fácil el recogerme el cabello ahí mismo. Mascara de
pestañas, colorete, brillo labial, y un sándwich que preparo y termino de
engullir ya saliendo del departamento, y me encamino a Central Perk.
Por
suerte, las horas en el trabajo transcurren sin incidentes mayores. Sin hablar
de los quejidos, y suspiros exasperantes que lanzo con cada orden que tengo que
satisfacer, con cada cliente avaro o nada amable con el que me tocaba toparme.
No recordé desde cuando me pesaba tanto acudir al trabajo, o cómo es que había
aprendido a sonreírle a completos extraños con tal de ahorrarme miles de
llamadas de reprensión por parte de mis superiores. Si el trabajo en Central
Perk era un tremendo martirio antes de siquiera haber conocido a Michael, ahora
que él se adueña de mis pensamientos las veinticuatro horas del día, venir a
trabajar se había convertido en un tormento que parecía no acabar.
Al menos,
la cuenta regresiva de mis días trabajando en Central Perk estaba puesta, y las
órdenes, tazas de café, clientes y sonrisas falsas estaban llegando a su fin.
No puedo evitar sonreír, pensando en el momento en que le daré a Michael la
sorpresa. Le va a fascinar.
Vuelvo a
mi departamento sin un solo ruido de más, Monica quizá sigue trabajando. Miro
mi reloj aterrada, calculando todo el tiempo que había desperdiciado en volver,
y a trancos me dirijo a mi cuarto sin más. Cojo del armario el conjunto negro
que usé en la boda de Ross, y una carcajada brota pensando en cómo Michael,
luciendo como un hombre que me doblaba la edad con aquél maquillaje, me
elogiaba en frente de todas esas personas. Me visto con más velocidad, y
comienzo a alisar mi cabello. En una última instancia decido retocar mi
maquillaje, escuchando a lo lejos que llamaban a la puerta principal.
Me
apresuro a atender, y sin darme cuenta, soy interceptada por uno de sus besos
apresurados. Me observa con un rostro que refleja una disculpa, pero más que
nada me percato de que Michael ya estaba usando un traje diferente al de esta
mañana. Intento no perder los estribos ante lo apuesto que luce. Justo me he
hecho el maquillaje, y no querría tener que arruinarlo en él. No aún, y mucho
menos no, cuando estoy por encontrarme con mi padre.
—Lo siento, me demoré más de lo que...—cierro
la puerta detrás de él. Le cuestiono en silencio por cómo sus palabras se
detienen, pero su mirada analizándome de arriba abajo me da la respuesta—. Dios
mío... Mantengo lo dicho... luces...
Mis
mejillas ardiendo me incitan a acercarme, a callarle, y le vuelvo a besar.
Escucho un leve gemido apareciendo, y me cuesta una enorme batalla comprender
que para variar, ése no ha salido de mis labios.
—¿Tu padre es muy devoto de la puntualidad?—su
mirada reluce insinuación.
Río
frente a él, y halo de su mano para salir del departamento. Lo escucho quejarse
un par de veces más hasta que ingresamos al coche que espera por nosotros
aparcado en la acera, aguardando por un camino que no es ni por error
silencioso, sino uno en que, con todos los métodos que me es posible, lucho por
tranquilizar su ansiedad, o el vago intento de desaparecer por un instante los
nervios que le supuran por encontrarse con mi padre.
Aparcamos
en la parte trasera del restaurante antes de darme cuenta.
—Debería ser pan comido, ¿no?—sus ojos
atolondrados se incrustan en los míos un segundo antes de salir.
—Lo será—repongo,
deseando que la tranquilidad en mi sonrisa luzca genuina.
Una mesa
dentro de un reservado cerca de la cocina aguarda por nosotros. Miro a los
alrededores apenas al entrar, y no puedo evitar pensar que lo habrían
acondicionado de esa manera hace algunos minutos, sólo por tratarse de Michael.
Me estremezco por dentro, esta será una nueva experiencia para papá.
Un joven
uniformado hace presencia, y nos cede el espacio para tomar asiento por fin.
Michael toma una silla, y el camarero hala de la mía para que le pudiera
imitar. Sin musitar una sola palabra, él vierte vino blanco hasta la mitad de
nuestras copas de cristal, y desaparece antes de poder notarlo. Le sigo
sigilosa con la mirada, y en el momento en que ha desaparecido, Michael toma su
silla y la posiciona mucho más cerca de la mía. Suspiro con la respiración
entrecortada por mirarle así, por pensar que aún se encontraba terriblemente
nervioso. Quiero decir algo, pero me detengo al notar cómo de un solo sorbo, el
líquido en su copa ha desaparecido casi por completo. Me río y Michael se
limita a sonreír con las mejillas enteramente enrojecidas. No puedo
reprenderle. Luego de todo, cada segundo que duraban sus sonrisas era uno menos
que nos acercaba a la llegada de mi padre, y eso, lo quiera o no, no deja de
ponerme los pelos de punta.
Tengo que
hacer el último intento por calmarle.
—...Es para relajarme un poco—se excusa. Algo
me dice que espera a que le reclame por ello.
Tomo su
copa sin permiso, y me ocupo de desaparecer el último trago.
—Ahora estamos igual—le guiño un ojo, al menos
hago que su sonrisa vuelva a aparecer—. Verás que todo sale perfecto.
Miro la
forma en que se relajan sus hombros, y me siento más tranquila por ello. Pero
cuando el mismo chico de antes vuelve a aparecer detrás de él, mi gesto
desaparece inmediatamente; el camarero cede paso luego del umbral, y mi padre
aparece detrás. Luciendo una perfecta mueca de soberbia en el rostro, andando
sin titubeos hacia nosotros. Es claro que congelarme y gritar por dentro ante
la primer ocasión en que he tenido a Michael cerca, no la he heredado de él. Se
acerca, y como si fuese un instinto que no me permite articular otro movimiento
diferente, me pongo de pie y me encuentro con él un segundo antes de que
llegase a su asiento. Escucho a mi lado la silla de Michael cediendo también, y
ya le tengo a mi lado en el mismo momento.
—¡Hola, papá!—tiendo una mano hacia él, pero se
ocupa de interceptarme con un fuerte abrazo en su lugar. Le tomo, pero no sin
sentirme desprevenida.
—Hola, cariño—besa mi mejilla en un movimiento
fugaz, y en cuanto se incorpora, su rostro se torna quejoso cuando echa un
vistazo al lugar—. ¿Aquí nos han puesto? ¿Qué, no había ninguna mesa disponible
dentro de la cocina?
Intento
sopesar el comentario de mi padre tendiendo una mano en dirección a Michael,
que ya se encontraba torciendo el gesto de desagrado. Trago saliva.
—Papá...—musito—.
Podría estar segura de que ya conoces a...
Michael
alza su mano en dirección a mi padre, pero él en cambio, ni por poco le
corresponde. Oh, no.
—¡Por supuesto que le conozco!—papá echa la
cabeza hacia atrás y le inspecciona con la mirada—. Es un placer.
—Encantado
de por fin verle, Doctor Green—Michael sonríe turbado.
Él
asiente en silencio, y sin aguardar más, volvemos a aproximarnos a los
asientos. Miro que mi padre ocupa sin permiso el lugar que Michael tenía a mi
lado. ¡Mierda! ¿Cómo diablos iba a ser esto sin Michael a mi lado? En un
resquicio de urgencia miro mi copa de vino aún llena. Me pregunto qué tan
grande sería el lío por alcanzarla y dar fondo al licor. Iba a ser una noche
larga.
—Y bueno...—esta vez, sus palabras se dirigen a
Michael, que ya ha tomado asiento frente a mí... Terriblemente lejos—. ¿Qué tal
va el programa de televisión?
—Ah...—Michael luce extrañado—.
¿El... el nuevo álbum quiere decir?
—¿Por qué? ¿Qué pasó con el
programa?
—Pues, nunca hubo uno... Es decir, sí he estado
en uno de niño pero ahora me he enfocado más a mi música.
Miro de
reojo a Michael, y a su tormentosa mirada llena de confusión. ¡Dios mío! Quiero
abrazarlo, tomarlo y no dejarlo ir. Me siento indefensa sin sentir su mano
sobre la mía.
—De acuerdo—el tono de mi padre se vuelve
indiferente, y sin añadir nada más, pierde su vista al tomar el menú entre sus
manos—. ¿Saben qué hacen delicioso aquí? El filete mignon.
Siento su
mirada sobre mí, y yo replico con un respingo de entusiasmo bastante fingido.
—¿Qué les parece?—para variar,
sonríe—. ¿Ordeno tres para comenzar?
—Sólo si es que tiene tanta hambre—Michael
rompe en una pequeña carcajada, y mientras yo oculto las mías aferrando mis
manos a la altura de mis labios. A mi papá ni por poco le hace gracia, y
Michael sin tardar, vuelve a reaccionar—. S-sólo ha sido... una pequeña broma.
—Sí, y de hecho, papá...—hago que él deje de
dar esa mirada fría a Michael—. Michael no puede comerlo, él es vegetariano.
Michael
asiente con una sonrisa tímida.
—¿Qué clase de persona es vegetariana hoy en
día? Supongo muchas personas que trabajan en la televisión.
—Oh, es sólo que no...
—...Lo
sé, Michael, no es la televisión. ¡Es la música! ¿Es que tú eres el único que
puede hacer bromas? La diferencia es que la mía ha sido divertida—el camarero
ha vuelto a hacer presencia de pronto, y más que prestarle atención, me pierdo
en la seriedad que han adoptado los ojos de Michael. Mi padre le detiene antes
de que vuelva a desaparecer—. Por favor, queremos dos filetes mignon... y una
carta se quedará más tiempo... para la estrella.
Se me
tensan los músculos, y tras la mueca de burla que formula él, Michael apenas y
articula una vaga sonrisa. No dura demasiado, niega en silencio para él mismo y
lanza su servilleta hacia la mesa antes de ponerse de pie.
—Debo usar el tocador, ahora vuelvo.
¡Oh, no!
¡Michael se aleja! Aguardo un par de segundos más mientras papá continúa
charlando con la persona que nos atiende. Me estremezco, no puedo dejarle que
se marche así nada más.
—Ah... —musito—.
Papá, olvidé que tenía que darle a Michael su...
No me
pone la mínima atención, y sin tenerle cuidado, abandono el lugar. Y con un
demonio, tenía que pedirle disculpas a Michael, compensarlo de ser necesario,
pero esto no podía continuar así.
Dentro
del cuarto de baño lo encuentro apoyado sobre el lavamanos, está frente al
espejo pero por ningún motivo se encuentra mirando su reflejo, tiene la mirada
perdida en algún otro punto frente a él. Me le quedo mirando y no soporto la
grieta en mi pecho abriéndose cada vez más, la urgencia de tenerle es insostenible,
es abismal. Es el sólo el creer que he tenido que ver con esto lo que más me
destruye en ese preciso momento. ¿Puedo hacerle que regrese a la mesa? ¿Debería
siquiera intentarlo?
—Michael...
Se sobre
salta al darse cuenta de que he aparecido en el lugar. Me acerco a él
inmediatamente.
—Lo estoy
intentando, linda...—su voz aparece débil y tímida, me destroza aún más por
dentro—. En verdad que sí. Pero no deja salirme todo mal en frente de él...
—Sé que
mi padre es difícil, Michael. Pero por ello es que tú tienes que ser aún más
fuerte que él. Sé que puedes hacerlo, estoy segura.
Se acerca
más a mí, apretando sus sienes. Quizá hay algo que aún no soy capaz de
comprender.
—Cielo,
yo podría ser más fuerte sin problema, podría ser el hombre más fuerte del
mundo, podría ser fuerte y alto como un gigante y aún así nada cambiaría, salvo
coger a tu padre con mis manos y decirle ‘¡Quiéreme! ¡Quiéreme, diminuto
doctor!”—termina con unos segundos de silencio, pero su expresión torturada
continúa conmocionándome más. Me estudia, y parece darse cuenta de ello—. Lo...
lamento tanto, pequeña, pero... me temo que esta cena no podrá solucionar nada.
Tendremos que aceptarlo, supongo. Él y yo no nos llevaremos bien.
Para el
segundo en el que me detengo a mirarle, siento la pesadez de un nudo
acumulándose en mi garganta.
—Pues,
Michael, tendrán que llevarse bien, ¿De acuerdo?—espeto con mi voz al borde de
colapsar ¿Cómo puedo expresarme de la forma correcta? No quiero comenzar a
desbordar lágrimas frente a él ahora—. Porque ya tengo un padre y una madre que
no pueden estar en la misma habitación ¡Y no quiero tener otra aparte para ti
también!
Me abraza
sin permiso con una fuerza que no espero venir, y mis últimas palabras terminan
de sonar chocando contra la tela de su camisa. Me aferro a su cuerpo con aún
más fuerza, con más tensión de la que sé que nuestros cuerpos pueden soportar.
Por primera vez en toda la noche, comienzo a sentir tranquilidad. Mi lugar
favorito.
—Está
bien, está bien, está bien...—acaricia levemente mi cabello. Siento su voz
chocar contra mi cuello—. ¿Sobre qué le podría hablar? ¿Alguna pista?
—Botes
pesqueros—me incorporo frente a él para mirarle mejor—. Me parece que aún tiene
uno... Los adora.
Un beso
luego, uno dulce, tierno y largo, y mi Michael vuelve a aparecer.
—Está bien—murmura con una sonrisa mientras
toma de mi mano—. Salgamos de aquí.
Mi padre
luce más tranquilo al regresar, un par de filetes ya están servidos en una
vajilla más lujosa que la que había visto la última vez sobre la mesa y, para
mi sorpresa, en el asiento de Michael se encuentra una ensalada gourmet. ¿Era
cierto? ¿Mi padre había ordenado la cena para Michael? ¡No podía ser! Inspiro y
al mirar a Michael instintivamente, le sorprendo sonriendo. Tomamos asiento.
—Gracias, por haber ordenado por mí—Michael
murmura tímido.
No puedo
reprimir el tamaño de mi sonrisa, Michael lanza un guiño encantador hacia mí.
—Ni lo menciones, muchacho—papá
infiere. Ahora respiro en paz.
El resto
de la cena transcurre muy, muy rápido. Como si a alguien le hubiera apetecido
cumplirme ése único ruego. Quizá porque no existe ningún otro malentendido,
ningún problema o intento de pleito. Quizá es que el vino no falta en la mesa,
quizá mi papá se ha puesto a la idea de ser amable o quizá haya sido sólo el hecho
de que de todos los lugares, se ha encontrado con un viejo amigo en el mismo
restaurante. Dos, tres, cuatro veces se ha desaparecido de la mesa para ir a
conversar, y Michael y yo tenemos esa especie de nuestros propios suspiros de
intimidad. Por fin se acerca el final. Me retuerzo en mi asiento sólo de la
emoción.
—Por cierto, Doctor Green—Michael añade luego
de mí—, ¿Qué tal el viejo barco?
De pronto
el corazón está a punto de colapsar de ternura pura. Lo ha recordado.
—Le encontraron óxido—me sorprende el tono frío
en que mi padre replica—. ¿Sabes lo que el óxido le hace a un barco?
—¿Le da un toque distinguido de
antigüedad?
Mi padre
se le queda mirando, serio. ¿Ahora qué?
—El óxido es el cáncer de los
barcos, Michael.
—Vaya...—Michael
parece ignorar el gesto bastante bien—. Lo siento. Cuando yo era pequeño, perdí
una bicicleta por lo mismo.
La risa
casi me hace atragantarme con el trago de agua que llevo a mi boca.
—¿Me disculparían un momento?—mi padre murmura
tras firmar el recibo por la cuenta de la cena, hace un nuevo ademán por
abandonarnos en el lugar, y se marcha luego con más indiferencia de la que me
gustaría—. Quiero despedirme de los Levine antes de irnos.
—Está bien, papá.
Cuando mi
padre desaparece, Michael toma el cuchillo que descansa sobre su plato, y
simula apuñalarse el corazón. Es un gesto de angustia, pero sé que al final, lo
que pretende es hacerme reír de nuevo. Lo logra, sin duda.
—¡Cariño, para!—me inclino sobre la mesa para
arrebatarle el cuchillo—. Tampoco es tan horrible.
—Sí, supongo que durante la cena ha ido...—se
detiene, con los ojos perdidos en el recibo que ha dejado antes papá. Lo toma y
frunce el ceño sin mirarme—. Oh... Creo que tu padre ha calculado mal, linda.
Sólo ha dejado una propina como del cuatro por ciento.
Me
estremezco debajo de la mesa. Ya me lo esperaba, supongo.
—Sí. Así es papá—no puedo mirarle al
responder.
—¿“Así es papá”? ¿Y no te molesta? Tú eres camarera.
—Sí. Claro
que me molesta, Michael. Pero yo se lo he recordado millones de veces... no va
a cambiar.
Mi padre
aparece sin avisar, y los labios de Michael se sellan antes de lograr
contestarme. Su semblante se torna serio.
—Muy bien, chicos, ¿Listos?
Michael y
yo nos ponemos de pie al mismo tiempo.
—Gracias de nuevo, Dr. Green—ni por un instante
me creo la sonrisa de Michael.
—No hay de qué.
En la
cara de Michael aparece una emoción que me incomoda cuando mi papá se encamina
un poco dejándonos detrás. Me obsequia un guiño y un dedo índice adherido a sus
labios, bajo la vista y le sorprendo colocando un billete de cincuenta dólares
debajo de la carpetilla que llevaba el recibo de la cena. Le habría reprochado,
o al menos detenido, pero no me parece necesario. Al fin, lo que hacía era algo
bueno. ¿No?
—Oh, espera, espera... creo que me
he dejado el recibo.
Papá se
vuelve frunciendo el ceño y explorando los bolsillos de su chaqueta. Mi pecho
se entumece por verle, y la mano de Michael, me delata que le sucede lo mismo.
—B-bueno...—Michael titubea deteniéndole antes
de acercarse a la mesa—. No lo
necesita.
—¿Por qué no?
¡Oh, no!
—La copia
es un asco. La tinta suele... quedarse adherida a los dedos todo el día. No es
algo que a usted le gustaría llevar por...
Mi padre
se abre paso hacia el recibo ignorando todo lo demás. Michael me mira
consternado, y yo no puedo ni hablar.
—¿Qué es esto?—toma de en medio el billete que
Michael ha puesto—. ¿Quién ha dejado cincuenta dólares aquí?
—Oh...
ah, s-sí...—Michael ríe y masculla con dificultad. ¡Maldición! ¡Tan cerca que
estábamos de largarnos de aquí!—. H-he sido yo... um, tengo un problema, suelo
dejar demasiada propina. De hecho...
—...Sí, es cierto, es cierto—intervengo como
último recurso—. Tenemos que hacer algo para remediarlo, cielo.
—Lo sé.
Su gesto
resalta lo obvio, y el mayor temor; mi papá no se ha creído ni un pelo de lo
que hemos dicho.
—¿Crees que soy un tacaño?—suelta
con tono soberbio.
Michael
enmudece junto conmigo.
—No, papá, no ha querido decir nada
con eso, de verdad que no.
—Suelo hacer tonterías como esa, señor—al
final, Michael le encara, y no muestra ni una pizca de debilidad—. En
serio.
—...Muy
bonito—espeta, mordaz. Y mi vista se estrelló contra el suelo—. Yo pago
doscientos dólares por la cena y tu dejas un billete de cincuenta para sentirte
como un Pez Gordo. ¿La estrella quiere sentirse como un Pez Gordo? Está bien. Hagamos
una cosa, paga tú la cuenta, Pez Gordo. ¿De acuerdo? Que sé
que no será un gran gasto para los millones que tienes.
Miro a
hurtadillas pequeños pedazos de papel siendo lanzados al cuerpo de Michael,
alzo mi rostro y no puedo terminar de creer lo que veo mejor. Mi padre rasgando
la cuenta y arrojando cada trozo de papel, cada mohín y cada maldición
silenciosa a donde sea que pudieran aterrizar. El nudo en mi garganta se vuelve
insoportable, y sin siquiera tener el deseo de reaccionar, vuelvo en sí mirando
a mi padre desaparecer del lugar.
De pronto
no sé cómo hablar. Cómo continuar.
—Aguarda aquí, pequeña—deja un par de billetes
más antes de intentar dejarme atrás. Le miro perpleja.
—¿Qué es
lo que haces?
No puedo
hacer más que advertirle en el último paso antes de salir por la misma
dirección por la que hemos llegado.
—Arreglar esto—y abandona el lugar.
No sé
cuánto tiempo transcurre hasta que me determino a seguirle a trancos por el
lugar. ¿Segundos? ¿Minutos enteros? Cuando el miedo deja de evocar mis
movimientos salgo disparada de ahí, el grupo de personas que antes nos
acompañaba intenta rodearme antes de lograr salir, pero ignoro el protocolo y
me abro paso entre el grupo. Se me seca la boca apenas logro salir. Mi padre...
Michael... parecen estar charlando y nada más. Quizá no me han notado ahí, o no
se dan cuenta de que fuese lo que fuese, estaba segura de que era algo que no
podían hablar en medio de la calle con tal indiferencia. Me giro y miro más
allá; cómo no, Bill se encuentra supervisándoles a ambos, como si de un animal
ansioso se tratara.
Ambos
dicen adiós. Mi padre me mira de reojo con una expresión que no logro descifrar
y Michael corre hacia mí cubriéndose medio rostro con sus manos frente a él. Mi
corazón vuelve a su ritmo habitual.
—Rachel...—la voz de Bill aparece a
mis espaldas.
Sin
sentir nada más, me conduce a los asientos traseros del automóvil. Entro ansiosa,
avispada. Me deslizo hacia el otro extremo y la puerta no se cierra hasta que
Michael ha ingresado también. Siento los asientos zumbando debajo y el coche
comienza a andar. Le miro y la imagen de él a mi lado perdiendo su mirada en la
ventanilla supura de nuevo toda esa penetrante ansiedad. ¿Por qué no dice nada?
¿Tenía que hacerlo yo? Un suspiro que prefiero ocultar se escapa de mis labios.
Por
supuesto que sí. Tengo que disculparme.
—Cariño, yo...
—...Mañana, Rach—suelta mirándome de pronto. Pero
formula una sonrisa que me desconcierta inmediatamente—. ¿Mañana te toca
descansar en Central Perk?
—S-sí—batallo
por replicar.
No es que
en realidad interese. No a estas alturas, al menos. Fantaseo con que las cosas
quizá podrían estar pintando bien.
—De hecho, mañana, y pasado también—añado. ¿Qué
más daba? Podría tomarme estos dos días para compensarle, diez días, cincuenta,
cien. Todos los momentos que fuesen necesarios para volver a verle bien.
—...Es perfecto.
Su
sonrisa se acentúa miles de veces más. No puedo entenderlo simplemente.
—Michael, ¿Está todo bien?—le suelto—.
La verdad es que...
—...Por supuesto que lo está.
Se
inclina para tomar mi mano. La aferra con dulzura, siento su piel cálida y su
tacto haciendo derretir mi deseo.
—No me había asegurado hasta ahora—continúa—.
Creí que no podría ser pero... ya está. Está más que listo de hecho.
Le miro
ofuscada. ¿Cómo...?
—Pero, ¿Qué es lo que...?
—Charlé con tu papá... está todo
listo.
Su
expresión es incontenible. Por esa sonrisa sé que está a punto de colapsar.
—...Mañana tú conoces a mi familia.
Me encantaaaaaaaa, me fascina el hecho que estés publicando seguido kat!!! Es fantástico, nos vas a matar de un infarto, sobretodo por todas las cosas que están ocurriendo en la historiaaaa, no me lo vas a creer pero incluso he soñado con lo que podría pasar,así de mal me tienes y no sabes cuantooo me encantaaaaaa esta historias a, gracias, gracias, graciaaa!! <3
ResponderEliminarWow.Es muy genial todo esto,de verdad.
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