Y creer
que el escabullirnos por el aeropuerto se había convertido en algo rutinario,
que ser escoltados por el mismo séquito entre el bullicio de las personas se
había convertido lastimosamente en algo que ella ya había aceptado, y que
trepar al mismo avión de siempre no tendría nada nuevo por conocer, o nada en
especial. Pero parece que como siempre, me había equivocado.
Jamás la
había visto tan nerviosa como ahora. Y nunca antes la había deseado tanto.
—Oh, Dios.
Gruñe fastidiada
mirando por la ventanilla a su costado. No resisto y pongo los ojos en blanco
sin que ella se diese cuenta.
—¿Está todo bien?
—Me gustaría que sí...—suspira y vuelve a
mirarme—. Estamos a punto de llegar.
—...Lo sé—susurro intuitivo inclinándome lo suficiente,
alimentando su temor.
¡Por
Dios! ¡Quiero comérmela a besos!
—Sabes que todo va a estar perfecto,
¿no es así?
—Quizá...—admite con voz suave. Su mirada
desciende hacia mi mano y se la ofrezco sin titubear—. Sólo tengo que
tranquilizarme un poco, supongo. En fin, estaré mejor en cuento lleguemos a
Neverland. Podré tomarme algún tiempo para calmarme y, estoy segura de que
alistarme ayudará a relajarme también.
Mi gesto
se queda petrificado. Dios mío, ¿Aún no se lo había dicho?
—Ah, cariño...—siseo. Miro a todos lados para
evitar toparme con sus bonitos ojos esperanzados. Mi tono de voz delata la
intención, y su sonrisa desaparece—. Diablos, olvidé decírtelo... No llegaremos
a Neverland.
Siento
tensión en su piel. Sé que ya se encuentra odiándome.
—¿Q-qué...?
—Bueno, es sólo que... —trago saliva—. Se ha
hecho tan tarde ya... He librado una batalla por sacarte de tu departamento que
ya no... Ya no nos da el tiempo de llegar a Neverland. Llegaremos directo con
mis padres, a... a Hayvenhurst. Lo siento tanto, pequeña.
—¿Hayvenhurst?—inquiere con ojos turbios.
—Mi hogar
antes de Neverland.
Asiento
con cuidado. Ella recupera su mano y hace el mohín de desagrado más encantador
que le había conocido. Dios mío, ¿Será mucho quitarle el gesto de enojo con un
beso? ¿Uno pequeño?
—No puedo creer que no me hayas avisado—espeta
cruzándose de brazos. Mi idea se marcha al abismo—. ¿En dónde voy a alistarme
entonces, Michael?
—No
necesitas hacerlo. Así justo luces maravillosa.
—Tienes
que estar bromeando.
Se mira
ella misma de pies a cabeza sobre nuestros asientos. La miro también, y no me
encuentro con algo que no sea perfección. Perfección pura. ¿Cómo es que esto
continúa provocándome?
—Llevo ropa deportiva y ni una gota de
maquillaje. Mi cabello es un asco además. Has dicho que me pusiera cómoda para
viajar y es lo que he hecho. No puedo dejar que tus hermanos me miren así. ¡Tus
padres!
—¿Cuál es
el problema?—pincho su mejilla con dulzura. Lo hago y su piel reacciona
aumentando el enrojecimiento—. Te he mirado así miles de veces, te he visto en
tus pijamas, te he mirado incluso usando algunas de mis camisas y jamás dejas
de lucir perfecta.
Cuento la
vigésima vez que muerdo mi labio desde que subimos al avión.
—Eso es diferente—su tono se vuelve tímido—.
Somos novios. También te he mirado en todos tus atuendos posibles; el vestuario
de tus conciertos, tan elegante como para asistir a un evento, pijamas... bata
de baño. Aunque, a veces, me llegue a parecer que llevas demasiada ropa frente
a mí.
Termina
de musitar y me suelto el labio. Oh, no. Este tipo de insinuaciones son las que
van a asesinarme. Disfruto un segundo del deseo sintiéndose en ambos volviendo
a mirarle.
—...Si voy a conocer a tu familia
quiero lucir bien. Acorde a la situación.
—Está bien...—suspiro y me doy por vencido—.
Puedes cambiarte en el vestidor, linda. La valija que Monica preparó está en el
armario de siempre.
Sonríe
sin más, y se aproxima para besarme. Luego del roce se aleja, pero le detengo
en el acto. La paro y vuelvo a aferrar sus labios con mayor intensidad a los
míos. Mientras nuestras bocas se funden siento su mano acunando mi cuello. El
desenfreno es real, continúo y no me entero de todas esas mordidas que reciben
mis labios, de cómo nuestras lenguas se encuentran y comienzan a bailar entre
sí. Maldición... es algo nuevo, algo que desde hace tiempo, no puedo dejar de
pensar.
Me estremezco
con el viaje que dan mis pensamientos. Dolorosamente, el beso termina ahí.
—...Ahora vuelvo.
Apenas
respondo a la sonrisa perfecta que me obsequia, mientras se pone de pie, tan
sólo me ocupo de recuperar el aliento. Se marcha y con cuidado anda hasta
desaparecer luego de las puertas del pequeño vestidor. Suspiro, sin que nada me
quede más que esperar. Esperar a que el viaje termine, a que todo saliera bien.
Aniquilo unos segundos pensando en cómo luciría ella luego de salir. Perfecta,
por supuesto. Como siempre lo es. Un vestido, una falda, pantalones, maquillaje
o simplemente sus pestañas rizadas. Ella era mía y la disfrutaba en todas sus
apariencias. Siempre.
De un
suspiro, doy gracias porque mis hermanos ya tengan su vida hecha al lado de una
mujer. No soportaría la idea de alguno de ellos acercándose a Rachel de aquella
manera.
¿Cómo
será cuando ellos se encuentren con ella? ¿Cuándo finalmente la miren, sonrían,
y no puedan creer que alguien así esté a mi lado? Sonrío y ensueño pensando en
las posibilidades. Mi madre la va a adorar, por supuesto. La mirará y tan sólo
se ocupará del primer intercambio de palabras con ella para darse cuenta de
todo, de lo sencilla que Rachel es, lo inteligente, lo fiel, lo sincera y
hermosa que puede llegar a ser. Y podrá comprender por qué ha sido que me
enamoré tan rápido. Pero claro, se trata de Kate, de mi madre. Y tal como yo,
ella lo entenderá todo a la perfección.
Mis
hermanos la devorarían con cada pregunta, claro. Cada duda o inquietud que
pueda brotar de ellos. Porque sé que hay tanto que explicar aún, dar detalle de
cómo es que ha sucedido todo, como las cosas se habían dado de esa forma entre
nosotros. Y yo estaría dispuesto a hablarlo todo de una vez. Aunque también me
muera por ver sus rostros al darse cuenta de que el pequeño Michael, de todos,
por fin llevaría a una hermosa mujer a cenar con la familia. Creo que río para mí
mismo; al menos, como siempre, tener a Janet y a Rebbie cerca sería un desahogo
al que Rachel siempre podría escapar. Y si todavía me extraña la ausencia de
LaToya, inclusive nada podría salir mal.
Aunque...
—...Joseph—el susurro escapa.
Lo ignoro
o simplemente lo había querido olvidar. Y la mata de nervios sembrados en mi
estómago se agranda. No debía salir algo mal por él, ¿no es así? ¿De verdad
creería que mi padre ocasionaría algo? ¿Que por intención suya algo iba a cambiar? No, por supuesto que no, ¿Cómo iba
a ser? Él sólo tendría que limitarse a saludar, poner buena cara, contenerse...
Y si algo de suerte sobra, me felicitaría por estar acompañado de alguien tan
especial. Así debía de ser, tan sencillo como eso.
La puerta
de la cabina se desliza a lo lejos, y Bill se acerca a zancadas a mi sitio.
—Estamos a nada de aterrizar—murmura serio—.
Los quiero a ambos en sus asientos, tranquilos y cada uno con su cinturón de
seguridad.
Casi río
ante el tono de voz.
—Iré
por ella.
Sin
ponerle atención le doy la espalda dirigiéndome ya hacia el vestidor.
—¿Linda...?—doy pequeños golpeteos a
la puerta—. ¿Estás lista ya?
—Casi. ¿Pasa algo?
—Bill...—me giro a mirar, Bill ya ha
desaparecido de nuevo. Es veloz—. Nos quiere de vuelta. Estamos a punto de...
Termina
por abrir la puerta. La miro, la devoro con la mirada de pies a cabeza. Huele a
seda, a su suavizante favorito, al olor de su piel, mi olor favorito. Por Dios,
ese atuendo, ese vestido gris corto, su cabello, sus ojos... ¿Cómo diablos era
posible?
—¿Qué...?—se exalta. Sus mejillas ya
están ardiendo de más.
Tengo que
tragar saliva de nuevo. No sé cómo contestar.
—¿Debería decírtelo?—tiendo una mano en su
dirección. ¡Es que ella tenía que darse cuenta también! ¿Disfrutará del trance
en el que me hace entrar?—. Quiero decir... tendré que... cuidarte de mis
hermanos.
Una
risita sale de sus labios. No puedo evitar derretirme.
—No tendrá que ser así. Por suerte, mis ojos
pueden ver hacia una sola dirección—se vuelve sonriendo satisfecha, toma mi
mano y hala con suavidad hasta posicionarnos en los mismos asientos. Abrochamos
los cinturones y trato de tranquilizarme un poco más—. Tú tampoco luces tan
mal.
La noche
ya se adueña del cielo estrellado de California. Me pregunto si las estrellas
brillarán así de intenso sobre Neverland también. Espero que todo esté perfecto
por allá. La noche es fría, tal y como lo es la mitad del otoño, pero clara
además. Y Encino no tarda en darnos la bienvenida al aterrizar.
Bill,
junto con un grupo de personas ya aguardan al pie del ingreso de emergencia del
pequeño aeropuerto. La mano de Rachel está prendida de la mía, no se mueve ni
por error de su lugar, pero su mirada se pierde en todo y cuando nos rodea
cuando avanzamos por la terminal. Es una de las cosas que no deja de fascinarme
del pequeño aeropuerto que nos recibe al visitar a mis padres. Es reservado,
por lejos poco concurrido y la seguridad no tenía que estar nunca a su máximo
nivel. Ella puede mirar cuanto desee. Lo hace, y colapso de cómo esos insignificantes
gestos pueden llegar a enamorarme todavía más.
El
trámite de llegada no es largo, por suerte. Antes de comenzar a quejarme, Bill
ya nos lleva directo al viejo automóvil que acostumbramos tomar. Rachel entra,
y se desliza sobre el asiento trasero hasta que yo puedo hacerlo también. Una
vez que Bill cierra la puerta detrás de mí, el silencio se impregna, y lo único
que puedo escuchar con claridad es la agitación de su respirar.
—¿Tienes frío, Rach?
Me
muestra una sonrisa casi inmediatamente. Me sorprende lo determinante que es.
—No es el frío lo que me tiene así—ríe con
timidez—. Nueva York, ¿recuerdas? Ahí debes tener piel de acero para sobrevivir
las nevadas.
—Supongo
que sí—musito. El coche ya comienza a andar—. ¿Entonces qué es?
Su mirada
se enturbia. Se me corta la respiración.
—Creo que estoy algo nerviosa.
—No lo estés. No deberías estarlo.
—¿Cómo no lo estaría?—niega y frunce su ceño
con preocupación—. La noticia me ha caído del cielo. Y no puedo creer cómo esto
ha sido un plan malvado tuyo y de mi padre para comenzar.
—Tu padre
es muy buen actor, ¿no es así?
Resopla
echando la cabeza hacia atrás. Dejo de mirarla por un momento, intentando no
romper en carcajadas.
—Y tú también—espeta.
Me
deslizo hasta acercarme más a su cuerpo entumecido, paso un brazo sobre sus
hombros y trato de acunarla contra mi pecho. Su piel está bastante helada, ha
mentido sobre lo de no tener frío. Suspiramos al mismo tiempo.
—¿Sabes? Si necesitas culpar a alguien, culpa a
Janet—murmuro, y me cuestiona con la mirada—. Así es. Ella le ha contado a mi
familia. Hasta hace poco sólo ella lo sabía, pero le ha soltado la información
a todos y desde entonces mi teléfono no dejó de sonar. Una, otra, cientos, miles
de veces.
Su vista
vuelve hacia su regazo, se cruza de piernas repetidas veces sin decir nada más,
y sus dedos no dejan de anudarse unos con otros. Continúa nerviosa.
—Tu padre sólo ha sido un pequeño
incentivo.
—¿Entonces todas esas bromas? ¿Todas esas
groserías que te hizo han sido planeadas?
—Bueno,
la verdad es que no—siento calor debajo de mis mejillas—. Aún tenemos que
trabajar en congeniar mejor, pero la verdad es que él ya estaba de acuerdo en
traerte hoy para acá.
Ella
asiente, pero sus ojos serios y cautelosos no dejan de entrever nada más.
—Ey...—sostengo su mentón, ella cede sin
problema y sus ojos grises vuelven a encontrar los míos. Las luces del exterior
brillan en el centro de ellos—. Todos quieren conocerte.
—Me
siento halagada.
Sus
labios se extienden levemente y estudio su rostro entero. Sus ojos, la forma en
la que por fin comienzan a brillar, su nariz, sus mejillas aterciopeladas y la
ternura de toda su piel. Entonces me detengo un momento, y paso mi pulgar por
su labio inferior. Ella continúa quieta, y yo no puedo parar de mirar. A pesar
de sentir sus ojos aprisionando los míos, yo me ocupo de devorar sus meros
labios con mi mirada. Ahí está de nuevo, la misma sensación, el mismo resquicio
de deseo creciendo por hacer de todo con estos labios frente a mí.
Cuando la
dejo ir el silencio prevalece durante el resto del recorrido. Finalmente, a
través de la ventanilla mi vista se fija en el viejo portón negro que protege
mi hogar. Se abre ante nosotros, y me pierdo en el jardín principal tendiéndose
delante de nosotros. Todas esas luces centellando como las había recordado, la
vegetación continuaba siendo la misma, la decoración, la vieja fuente, e
incluso la campana oxidada que tendía de la puerta principal. ¿Cuánto hacía que
había pisado este lugar? ¿Hace cuánto que me había mudado a Neverland?
Simplemente no puedo creerlo. Continúo mirando, y sencillamente no consigo
comprender. Un nudo de nostalgia aparece de pronto. He tenido mi hogar bastante
abandonado.
—Oh, no...—la voz temblorosa de Rachel me
devuelve a la realidad—. Oh, no, nos estamos deteniendo.
—Nos
estamos deteniendo, pequeña—admito con ella. ¿Está nerviosa de nuevo?
Bill
aparece abriendo la puerta a su lado. Cuando la intemperie comienza a reinar,
sus ojos vuelven a refugiarse en mi mirada. Descendemos del vehículo y
comenzamos a andar.
—Esto es una venganza, ¿no?
Suelta
con nuestro caminar. ¿Qué...?
—...Una por lo que ha ocurrido con
mi padre.
—Rachel, ¿Podrías dejar de temerle a mi
familia? No van a comerte viva, si es lo que crees. Van a adorarte, ¿me oyes? Estoy
seguro.
—No es
sólo tu familia, Michael—se tensa, no evito notar el tono desdeñoso—. Es lo que
han sido desde hace años, la fama que tienen, su presencia, ¡Todo!
—Yo
también soy famoso, Rach—me bufo—. ¿Te ha dado miedo cuando recién me
conociste?
¿Quería
oír la respuesta?
—Me sentí un poco intimidada con tu
presencia, para serte sincera.
—Y yo, extasiado con la tuya—suspiro
insistiendo en nuestro andar—. Anda, vamos ya.
—Sólo...
No te alejes mucho, ¿Está bien?
—Ni que
estuviera loco.
Nos
detenemos antes del enorme pórtico. Vaya, luce diferente, lo han remodelado. Me
quedo mirando cada detalle que no conocía mientras Rachel se haya
hiperventilando de lado mío. Haciendo eso, y estrangulando mi mano entre las
suyas. Me deshago de la espera, y no aguardo en llamar.
No
aguardamos más de unos segundos hasta que unos murmullos suenan del otro lado.
Alguien parece hablar, y algunos pasos resuenan aumentando el volumen. Me
aseguro de que mi mano esté bien posicionada entre la de Rachel, y ahogo un
suspiro con cuidado.
Bien, ya
es tiempo.
—Oh, por Dios... ¡Estás aquí!
—Hola, Rebbie—replico
con una sonrisa.
¡Gracias
al cielo que ha sido ella!
—¡Mírate nada más!
Lleva una
mano a la altura de su pecho, mirándola a ella, estudiándola de pies a cabeza
con una sonrisa que no deja de crecer. Luego, sus ojos se detienen en nuestras
manos entrelazadas, se vuelve hacia Rachel echando un vistazo mucho más largo
que el anterior. Bastante. Y finalmente, vuelve a mirarme a mí, y termina
completamente ruborizada.
Arqueo
una ceja, ¿De qué iba todo eso?
—H-hola...
Increíblemente,
Rachel rompe con el silencio y toda esa incomodidad.
—¡Lo lamento tanto! Quiero decir...—abre paso y
con movimientos torpes nos permite ingresar—. J-janet nos había comentado que
eras realmente linda, pero no hubiera creído que... En fin, Michael es... me
refiero a...
Desvío la
mirada alrededor. No quiero siquiera toparme con la confusión que puede estar
atolondrado el rostro de Rachel. En la estancia no parece estar nadie más, los
ruidos de antes han desaparecido además. ¿Dónde estaban todos?
—...Soy Rebbie—le tiende una mano, y más
tranquilo, le vuelvo a contemplar—. Soy la hermana de Michael. Bienvenida,
Rachel.
—Gracias...—de los labios de Rachel se
manifiesta la más hermosa de las sonrisas. Me siento alucinado por el gesto—.
Mucho gusto, Rebbie.
La mano
de Rachel se relaja un poco.
—Ha ido mejor que con Janet,
al menos—musito.
Rachel
formula una risita y Rebbie me interroga en silencio.
—Oh...—repongo. Cierto, sólo nosotros tres
conocíamos la historia—. Cuando la conoció, Janet ha creído que se trataba de
una persona que se había inmiscuido dentro de Neverland.
—Una
“fanática” para ser más correctos—Rachel añade luego de mí. Le devuelvo el
gesto divertido sin pensármelo un momento.
Rebbie
niega para sí misma, riéndose a la par.
—No puedo creerlo—musita—. Ya sabemos con qué
molestar a Janet por el resto de la cena, entonces. No, aguarda, ¡Espera a que
mamá lo oiga!
Se excusa
con señas repetitivas, y ansiosa comienza a andar de prisa en la dirección
contraria. Le sigo con la mirada por un momento, hasta saberla perdida en los
adentros de la casa. El silencio comienza a reinar otra vez. ¿Cómo es que a
nadie se le ha ocurrido poner algo de música al menos?
—No ha ido tan mal, ¿O sí?—Rachel me
saca de mis pensamientos.
—Por supuesto que no, pequeña. ¿Por
qué tendría que serlo?
—No lo sé—suspira—. Quizá tenías razón. Quizá
sólo estaba demasiado nerviosa.
Asiento,
y mirando de reojo la dirección por la que Rebbie ha desaparecido, me inclino
para besar su mejilla.
—Al principio no creí que me saldría la voz...—sonríe
con las mejillas ya coloradas—. Y eso que ha sido sólo Rebbie.
Tiene
razón. Ha sido sólo Rebbie. Y ni una sola pregunta que ha aparecido aún.
Entonces, todavía queda mucho por sopesar. Y es muy pronto para cantar
victoria. Me pregunto dónde estarán mis hermanos. Janet, mi madre...
¡Kate!
—¿Mamá...?
Se me
escapa una sonrisa de sólo mirar a Rebbie volviendo junto con ella. No aguanto
más, y de la mano de Rachel nos aproximo a la estancia principal, a acortar la
distancia, a terminar con los segundos y abalanzarme sobre ella con mis brazos
abiertos. La mano de Rachel cede y entonces puedo tomarle con fuerza, como
hacía meses que no lo había hecho, como si de verdad hubiera necesitado de ello
para sobrellevar el resto de la velada con la fuerza correcta.
—Michael...—musita aún abrazándome—.
Hijo, hola...
—...Hola, mamá.
Termino
el abrazo con sutileza, con la idea de que hay alguien que ella tiene que
conocer. Me giro, y a mis espaldas, los ojos de Rachel brillan inmensamente
mirando a mi madre. Dios mío, esto es, por mucho, perfecto.
—Kate... quiero que conozcas a
alguien.
La voz me
tiembla, y con mi mano apoyada sobre su espalda, me ocupo de que Rachel avance
un par de pasos más cerca hacia ella. Hay una hermosa sonrisa congelada en los
labios de ambas.
—E-ella es Rachel—digo, esperanzado—.
Mi novia.
En una
última instancia, Rachel me observa con una dulzura indescriptible brotando de
sus ojos. Mi urgencia crece; quiero abrazarla, besarla, ¡Tomarla ahora!
—Es un verdadero placer. Tenía unas
ganas inmensas de conocerla por fin.
—Hija...—mi madre lleva una mano a la altura de
su pecho. Exhala, y niega con ternura—. Créeme, el placer es todo mío. Llámame
Kate, por favor.
Creo que
una risita sale de mí. Las mejillas coloradas de Rachel, la sonrisa de mi
madre... ¡Son tan lindas!
Rachel
asiente con cortesía.
—Por fin he conocido la única razón que ha
hecho salir a Michael de Neverland por tanto tiempo... ¿no es así?—ella se
detiene por unos segundos. Segundos en que no deja de estudiarla, y que parece
no comprender que Rachel, a mi lado, y tomando mi mano con esa fuerza, fuese
real—. La razón por la que parece que sus ojos no dejan de brillar, y que su
sonrisa no parece terminar de agrandarse.
—Oh...—Rachel
ríe con timidez, aferrándose a mi brazo entero, acercando su cuerpo hacia el
mío con suavidad—. ¿Es verdad eso?
Luce una
tremenda sonrisa de satisfacción. Puedo sentir cómo está disfrutando del
comentario.
—Lo es—le aseguro a ambas. ¿Cómo no iba a
hacerlo? Observo a mi madre y ya puedo sentir las mejillas entumecidas—. Es la
persona que ha atrapado por fin a tu bebé, Kate.
Un bufido
suena detrás de nosotros, y a la par nos giramos a observar.
—Tendrás que disculparme, Mike. Pero
aquí, el bebé de mamá soy yo.
Randy
acentúa su sonrisa, y tan espontáneo como es, todos mis hermanos se encuentran
formando una media luneta al lado de él. Oh, no. Todos se han aproximado de
pronto, y ni cuenta me he llegado a dar.
Ahora lo
inevitable.
—...Randy—espeto. Tengo que suspirar para no
sonar tan ansioso—. Hola... hola, chicos.
—Mike...
—¡Hola,
pequeño! ¿Cómo estás?—terminan de decir.
Es una
ironía el hecho de que ahora yo sea el ‘pequeño’ aquí.
—¿Tus hermanos?—para mi sorpresa, Rachel les
estudia a cada uno con una sonrisa relajada.
—Así es—asiento
igual, mirándolos. ¡Son demasiados! ¿Por qué han tenido que aparecer al mismo
tiempo? Aunque, mejor ahora, todos de una, a tener que perseguirlos por la casa
entera luego—. De izquierda a derecha, están Jermaine, Tito, Jackie, Randy y...
Marlon.
Los voy
señalando, y luego de cada nombre pronunciado, estrechan la mano de Rachel con
igual o más emoción que antes.
—Ella es Rachel, mi novia—musito, advierto que
mi sonrisa vuelve a aparecer.
‘Novia’...
me fascina, me encanta llamarla así.
—Es un placer—Rachel añade con voz queda, y por
suerte, su sonrisa se ha acentuado aún más—. Había oído hablar de ustedes
antes, es genial conocerlos a todos por fin...
Claro, si
no he sido yo, Monica la ha llenado de información antes seguramente. Al menos,
memorizar los nombres ya estaba previsto. Inmediatamente me siento aliviado.
—Oh, ¿bromeas...?—Jermaine murmura alegre—.
Cuando Janet nos ha dado la noticia, hemos sido nosotros quienes no aguantaban
las ganas de conocerte. De sólo saber que alguien ha pescado por fin a nuestro
hermanito... créeme, no lo podíamos creer.
¿Qué
rayos ha querido decir? Frunzo el ceño, cuestionándole con la mirada. La
sonrisa de Rachel se vuelve turbada.
—Y, ¿En dónde está Janet a todo
esto?—intervengo en seco.
—Detrás de ti—la vocecilla aparece de pronto, y
tambaleando se abre camino entre mis hermanos—. Y debo decir además, Randy, que
aquí la bebé soy yo.
—¡Janet...!
Rachel
deja ir mi mano, y todos la miramos abalanzándose sobre de ella. La imagen es
increíblemente acogedora. Al fin ha aparecido, al fin alguien que Rachel ya
conocía. ¡Por fin!
—¡Rach!—brama luego de haberla abrazado—. ¡No
puedo creer que estés aquí! ¡No puedo creer que estés en nuestra casa!
—¿Te he
dicho o no que nos veríamos pronto?
—Sé que
sí... Me fascina que haya sido verdad. Demonios, tengo tanto que contarte,
¡Tanto que mostrarte aquí! ¿Mamá...?—infiere, mirando por el costado de Rachel.
Ambas se giran y los ojos de Janet comienzan a brillar—. ¿Crees que podríamos
mostrarle la casa?
Mamá
parece meditarlo por unos instantes, pero el silencio termina con su rostro
iluminado.
—Por supuesto que sí, ¿Por qué no?
Así esperaremos a que la cena esté lista.
La
sonrisa de las chicas se agranda con la respuesta. Rachel y Janet se miran
cómplices, como si fuesen las más grandes amigas. Definitivamente, su llegada
había aligerado el ambiente.
—De acuerdo—musito, acercándome a tomar la mano
de Rachel—. Vayamos.
—Ah, no.
Mi madre
se interpone en el camino con una mirada divertida.
—Ella
está contigo todo el tiempo, Michael—se excusa, antes de que yo pudiera
protestar—. Deseo conocerla, saber de ella sin que estés tú presente para
supervisar lo que ella tenga para decir.
Observo a
Rachel, que se encuentra mordiendo su labio inferior con una mueca de
preocupación. Oh, no. Lo primero que ella me ha pedido, su deseo de no alejarme
y lo primero que me han pedido hacer. No puedo creerlo...
Asiento,
derrotado. Aunque más indignado que molesto.
—De acuerdo... Sólo... no la alejen
demasiado, ¿Está bien?
—¡Jesús! ¿Es que no soportas ni unos
minutos sin ella?
No, en
realidad no.
—Conocerá la casa, Michael. Eso es todo—Rebbie
admite al final, como sus palabras fueran la última necesidad para dar final a
toda esa conversación—. Quédate tranquilo.
Y me
aniquilo mirando a mi madre comenzando a andar, a Rebbie luego de ella y a
Janet halando a Rachel de la mano persiguiéndolas a ambas. De la mano que se
supone, yo iba a mantener tomada durante el tiempo que me fuese posible. Rachel
tan sólo me manda una última mirada, una última sonrisa y sus labios amoldando
en silencio las palabras “Te quiero” antes de ceder con ella.
Suspiro,
y ellas ya han desaparecido de nuestro alcance.
—...Andando—Tito murmura, con su mano apoyada
sobre mi hombro. Antes de darme cuenta, mis hermanos y yo nos dirigimos a tomar
asiento abarcando cada sofá.
Pensar
que el tiempo sin Rachel a mi lado se me pasa volando.
Simplemente,
charlando con mis hermanos. Con una copa de vino rosado en mi mano y el único
propósito de ponernos al día con lo que cada uno ha hecho de su vida hasta este
momento. Charlamos de sus nuevos proyectos, y esperanzado, comento sin dar un
atisbo tan grande acerca del nuevo material en el que estoy trabajando. -Eso me
recuerda, mañana tendré que atender algunos asuntos al respecto en los estudios
de Westlake-. Sé en qué se han estado ocupando últimamente, dónde han estado
viviendo, cómo están sus familias, mis sobrinos, sus esposas, sus hogares en
general. Y de pronto, me entero de que la razón por la que ninguna de ellas ha
aparecido, es por pura y firme petición de nuestra pequeña hermana Janet,
alegando que quería privacidad con todo este asunto de conocer a Rachel.
Pensándolo bien, tengo que agradecerle por ello. Conocer a la familia completa
ya era un gran paso para ella, no quiero ni imaginarme cómo sería con la
familia política incluida de por medio.
Una duda
existencial aterriza en mi cabeza, pero aguardo a que Jackie termine de hablar.
—¿Alguno de ustedes sabe dónde está
Joseph? ¿No está aquí?
—Por supuesto que está. ¿Crees que se perdería de
esto?—Marlon parece burlarse.
—Sólo que
él no ha bajado aún—Jackie añade—. Aparecerá cuando estemos a punto de cenar,
supongo.
Asiento,
desganado. Creo que debí hacerme a la idea.
Algo me
hace girar, y ver más allá de nosotros. Y a lo lejos vuelvo a mirarle; cerca
del comedor, casi por salir al pequeño sendero en el jardín, están mi madre,
Rebbie, Janet y Rachel aún siguiéndoles. El resto charla, parecen no dejar de
murmurar cosas, pero ella deja de ponerles todo resquicio de atención cuando
nuestras miradas se encuentran. Me lanza una sonrisa, una hermosa. Mi sonrisa
predilecta. La abrazo con mi mirada y me limito a guiñarle un ojo, con el deseo
de que sólo ella me hubiese observado. No puedo esperar a estar de nuevo con
ella, maldita sea.
Un
chiflido de insinuación hace presencia, y me hace falta sólo una mirada para
asegurarme de que Jermaine ha sido el responsable. Inmediatamente me percato de
que mis hermanos, se encuentran mirando a Rachel también. Aunque quizá
demasiado.
—Vaya que es linda, Michael.
—Muchas gracias... supongo.
¿De
verdad estoy sintiéndome celoso? ¿De ellos?
Me topo
con Randy, y con sus ojos atolondrados aún perdidos de lleno en ella. Maldita
sea, ¿Por qué no podía dejar de pensar lo peor?
—¿Estás bien por allá, Randy?—ruego por que la
cuestión no haya sonado tan desesperada.
—S-sí,
sí...
Parece
reaccionar. Pero, Dios ¿Por qué sigue viéndola?
—¿Cuánto tiempo dices que llevan juntos?—Tito
me distrae. Al menos, Randy para de mirarla.
—Estamos
por cumplir un año ya.
—Vaya... —Jermaine
replica—. Toda una vida.
Sonrío,
con mi mirada volviéndole a ubicar. Miro a lo lejos a Rachel charlando con mis
hermanas, y parece acordar con mi madre
en alguna cuestión. Mientras tanto, el resto de mis hermanos asiente conmigo.
¿Se me borrará esta tonta sonrisa en algún momento?
—Y... ¿Cómo es ella, Michael?
—Explícate—le miro frunciendo el
ceño.
¿Que cómo
es ella?
—Sí... Ya
sabes—sus ojos se vuelven atolondrados. Advierto a Tito y a Jackie riendo por
lo bajo y lanzándose montones de miradas insinuando—. ¿Es buena en la
habitación?
—¿Qué...?
Que no
sea lo que pienso.
—Por Dios, Mike—Tito resopla
exasperado—. ¿Es o no buena en la cama?
¿¡Pero
qué diablos!? ¡No puedo creerme que haya soltado la pregunta así nada más! ¿Qué
esperan? ¿Detalles? ¿Noticias? ¿Que pida consejos? ¡Por favor! Reprimo mi
enfado, el terrible ardor que me supura la sangre, y toda esa necesidad de abandonarles
ahí. Maldición, no sé cómo se han atrevido.
—Me perdí
de la parte en la que el tema es de su incumbencia—casi bramo, quizá el tono de
mi voz se endurece también. Lucho por acentuar la seriedad de mi rostro y
espero que la respuesta haya sido más que suficiente.
—Ey,
tranquilo—finalmente, Marlon interviene—. Es un tema normal, es una simple
pregunta, Michael. ¿Por qué tienes que alterarte?
Sus
miradas preocupadas me taladran una por una, y uno de mis suspiros no tarda en
aparecer. Bien. Son mis hermanos, con un demonio, y tenía que asimilarlo sí o
sí. Y preferible ahora, a tener que ganarme un pleito con Rachel luego como el
que ha ocurrido con Janet. A veces aborrezco lo curiosa que mi propia familia
podía llegar a ser.
—E-ella y
yo...—¡No puedo dejar de titubear!—. Ella y yo aún no hemos... tenido
relaciones.
—¿¡Qué!?—Jermaine
lanza una sonrisa de incredulidad—. ¿Y qué rayos estás esperando?
—Aguarda un minuto, ¿No han tenido
relaciones?
Esa voz.
Seguimos el resuene y nos encontramos con una Janet enteramente petrificada al
pie de la estancia. Se acerca a zancos y sé que no será la única pregunta que
va a hacer. Maldición, ¿Cuánto habrá estado escuchando?
—¿Por qué
me has dicho que sí antes, en Neverland?—se detiene hasta tomar asiento a un costado
de Tito.
Me quedo
mirando más allá, hacia el comedor, para asegurarme de que Rachel continúa
rondando por allá.
—Mentí—admito—. De hecho, me ocasioné un pleito
con ella por haberlo hecho.
—No puedo
creerlo...—hay confusión en su mirada—. Cuando los he conocido, estaban tan
juntos... Quiero decir, no se despegaba uno del otro. Podría decir que han
habido días en los que no salían de la habitación.
—Han
habido días en los que no salimos de la habitación—le corto. Y el resto tan
sólo aguarda por mí en silencio. No puedo creer que esta conversación vaya en
serio—. Sí, la habitación sirve para más que sólo para intimar, Janet. Por más
fantástico que parezca.
Janet
simplemente se queda callada. Lo ha entendido.
—Estás
metiéndote en un embrollo aquí, hermano—Jermaine repone junto a mí—. ¿Qué es lo
que sucede con ustedes dos? ¿Ella no ha querido...?
—No es eso. Ella lo quiere—musito—. Quiere
hacerlo y estoy seguro de que yo también. Es sólo que...
La
maldita lista se hace interminable dentro de mi cabeza. Lo mismo de siempre, lo
que no he podido terminar de contener.
Porque es
el hecho de no ser lo que ella espera, de no poder satisfacerla de la manera
en la que planeo hacerlo, el no parar de ser víctima de toda esta timidez
y cohibición que me apresan cada vez que he pensado en hacerlo, en por fin
consumar esta relación. El que ella me vea desnudo, y que... todas esas manchas
que se dispersan por todo mi cuerpo sean no otra cosa más que un terrible
problema. Uno que aún, no me he dado el tremendo lujo de compartirle. Pero, por
Dios... la deseo, la deseo demasiado. Deseo explorarla, hacer de todo con su
cuerpo, su piel, sus labios. Besarla hasta el cansancio, hacerla mía,
pertenecerle de la misma forma, saborear su alma y cada delicioso rincón, todo ese
deseo que ha estado guardando por ambos ahí dentro. Que espera por mí.
Y todos
esos ojos preocupados en frente mío, taladrándome, imponiéndose, interrogándome
hasta lo indecible, me aseguran una, otra, y otra vez de lo mismo; no puedo
creer todo el tiempo que he dejado pasar.
—¿Y a qué esperas?—Jermaine recupera el habla,
me libera del terrible trance—. ¿A que se canse de buscarlo? ¿A que se dé por
vencida y no lo vuelva a pretender?
—Por supuesto que no—sentencio.
—¿Entonces qué es, Michael? Deberían intentarlo
y, ahora sí, no podrán despegarse uno del otro—su mirada se vuelve pícara—.
Verás que el sexo es lo mejor que...
—...Es
que no quiero tener sexo—le tengo que interrumpir. Quizá tomo el comentario
como una especie de insulto—. No sólo eso.
Mantienen
el silencio andando, esperando a que mis palabras terminen de aparecer. Me
quedo inmerso en mis pensamientos, sin mirar sus ojos, sino concentrado en lo
que estoy por confesar.
—...Me gustaría hacerle el amor. Y
que me quiera y acepte por todo lo que tengo.
Por todo
lo que le he tenido que callar.
*****
Una
botella de champagne Moët es capaz de
cambiarlo todo, el viejo e inmenso comedor de roble rodeado de once asientos,
aunque en el momento sólo diez estén siendo ocupados, una cena en la que mamá
se luce infinitamente, música de Debussy sonando en la nueva atmósfera
relajada; “Reverie”, no tardo en
identificar la tonada, una de mis favoritas sin duda. La tenuidad de la luz del
candelabro tendiendo sobre todos nosotros, y la esbelta mano de Rachel
volviendo a anudarse con la mía mientras todos aguardamos para comenzar a
probar del festín. Todo cae en su lugar. Con ella tomando asiento a mi lado,
con mi madre en frente de nosotros, Janet a un lado, Rebbie y mis hermanos en
fila bromeando y aniquilando cada atisbo de incomodidad que pudiese avecinarse
de pronto.
Pero
sobre todo, alucino con lo relajada que Rachel ha vuelto desde que se ha
paseado por los alrededores de mi hogar. Su sonrisa, más grande que antes, sus
risas más desatadas, y todo ese nerviosismo que parece ya no amenazar. Fuese lo
que fuese, estar rodeada de las chicas le había venido de maravilla.
—¿Ese platillo no se va a enfriar?
Inmediatamente
miro la dirección a la que apunta el índice de Rachel a mi lado, y no puedo
sino guardar silencio, mirando el platillo servido justo frente a nosotros, sin
nadie que respondiera por él. No había lugar a la duda, pues sabía
perfectamente a quién terminaría por pertenecer ese lugar.
—Oh, no...—replico con aire distraído—. No te
preocupes, linda. Ya llegará.
Ella me
observa como si no hubiese comprendido aún.
—...Mi padre—digo antes de que ella
tuviese que preguntármelo.
Asiente
hacia mí con una sonrisa y vuelve a tomar los cubiertos de su plato para
continuar comiendo. Echo un vistazo al resto de la mesa, con todos inmersos en
alguna que otra plática, simplemente charlando o compartiendo bromas. Riendo. Y
yo, que no puedo dejar de preocuparme del hecho de que han dejado que Joseph
tome asiento justo frente a Rachel y yo.
—Así que, ¿De dónde eres, Rachel?—Jackie le
sonríe desde el extremo opuesto.
Tomo un
sorbo más de mi copa, dirigiéndole una mirada cómplice acompañada de un guiño,
mientras todos aguardamos por su respuesta. Ella sonríe incluso más, más de lo
que sabría podía hacerlo, y entonces su mirada se destruye, y su gesto se torna
nervioso, petrificado, sombrío sin más. Frenético busco la razón, me giro y no
escondo él desconcierto.
Joseph
había llegado, y ni un ‘Hola’, un saludo, ni una sola expresión vienen consigo.
—...Buenas noches.
La voz de
Rachel nace nerviosa, de entre todo ese silencio que nos ocupamos de engendrar.
Y yo hubiese hecho lo mismo, sé que todos ahí lo hubiésemos hecho. Saludarlo
también, de no ser porque él se ocupa de tomar su asiento, lanzar una vaga
sonrisa, y nada más.
Desde el
primer segundo me parece una maldita grosería.
—¿Decías, linda?—murmuro hacia Rachel. Es
millones de veces mejor retomar el tema, que ocuparnos de cosas que ni
importancia debían tener.
Su
pequeña, pero radiante sonrisa vuelve a brillar.
—Soy de Long Island, Jackie—siento alivio por
volver a escuchar su voz—. Aunque, llevo más de cinco años viviendo en
Manhattan. Trabajo en una pequeña cafetería que me permite pagar los gastos, y
la renta la divido con mi mejor amiga. Vivimos juntas en un pequeño apartamento
cerca de Central Park.
—Oh, ¿Cafetería?—Randy añade con una
sonrisa—. ¿Entonces eres mesera?
—Así es—Rachel asiente un poco más nerviosa—.
Hace unos años que he terminado la carrera, pero...
—...Aguarda—Randy le corta. ¿Ahora qué querrá?—.
¿Hace poco has terminado de estudiar? ¿Qué edad tienes?
Oh,
perfecto. Esa pregunta otra vez.
—...Tengo veinticuatro años.
Espero
por una reacción por parte del resto, lo que fuese en lo que Rachel ahora
parecía refugiarse en mi mirada. Es la mirada de Joseph, atorada sobre ella lo
que me desconcierta de más.
—Es un poco joven para ser tu
pareja, ¿No es así?
Vaya,
luego de todo, sí habla.
—Quizá...—le contesto con sequedad—. Pero no veo
por qué eso tenga que interesar, Joseph.
No
intento siquiera evitarlo, e instintivamente, busco con urgencia la mano de
Rachel por debajo del comedor. Le tomo con fuerza, al menos hasta que Joseph
deja de mirarnos a ambos, o hasta que el silencio amenazador se comience a
disipar.
—Como tú sabrás...—se dirige a Rachel esta vez,
volviendo a retomar su comida—. La relación no será como cualquier otra.
Todos le
imitan, y vuelven a engullir. Aunque percibo un nuevo tono de alerta en cada
una de sus miradas. ¿Preparándose para lo que fuese que pudiera ocurrir? Ruego
que no sea nada. No ahora.
—Yo... lo entiendo—Rachel responde sin ningún
problema. Bajo la mesa su tacto se dulcifica, y dibuja siluetas con su dedo
sobre el dorso de mi mano.
—Entonces,
podré estar seguro de que también entenderás que la familia debe ser muy
cautelosa con este tipo de asuntos—Joseph se deja de titubeos. ¿A dónde quiere
ir a parar con todo esto? —. Michael es una persona famosa, afrontémoslo o no.
Una celebridad. Mis hijos aquí lo son. ¿Cómo sabemos que tus intenciones con él
no son...?
—...Joe—Kate le reprime.
Siento
que mi sangre arde por dentro, simplemente no lo puedo creer.
—Oh, no, no. Todo... todo está bien—Rachel deja
ir mi mano, y las tiende ambas frente a ella con ademán tranquilizador. Todo
sin dejar de mirar a Joseph ni un solo segundo—. Puedo entenderlo, puedo
hacerlo a la perfección. Y, s-señor, no pretendo faltarle al respeto... Pero,
no es ese mi caso.
Las
comisuras de sus labios se extienden a penas, pero continúa nerviosa. El resto
le observa en silencio, se limitan a escuchar.
—...Comprendo la magnitud de su fama, o incluso
lo que esta familia entera representa para el país... Pero no es por ello que
estoy con Michael—su voz se esfuma por un instante para volver a observarme. En
cuanto sus ojos grises se aventuran en los míos me siento inevitablemente más
ligero, con mayor tranquilidad. Y con esa nueva sonrisa que me obsequia, sé que
todo, aún podría salir bien—. Supe en cuanto le conocí que había algo en él que
yo necesitaba. Y, resulta que no es algo que tuviera, o quién es ante el mundo,
sino simplemente él.
Sonrío
perdiéndome en su mirada. Las palabras han sido dirigidas a Joseph, pero ni una
sílaba ha hecho que su mirada deje de estar perdida en la mía. Jamás terminaría
de pensar en lo enamorado que estoy de ella.
—Muy bien... ¿Entonces, qué es?—Joseph
brama con inquietud.
¿Debería
sentirme halagado por la maldita pregunta? ¿Por la intervención? Vaya manera de
recordarme la carencia de aspectos por los que ella podría gustar de mí.
Rachel
niega encogiéndose de hombros, con una risita dulce apareciendo de su boca.
—Estoy
enamorada de él—me mira fija, gélidamente. Como si de pronto sólo existiésemos
ella y yo. Dios mío, de ser así, la besaría hasta el cansancio. Aquí, ahora
mismo, sin importar nada—. Me enamoré de todo eso que nadie conoce de él. Me
enamoré de la persona que nadie más sabe que es. Y sólo así, Michael me ha
dejado sin ganas de llegar a enamorarme de otra persona.
Nuestros
dedos continúan bailando y enredándose debajo de la mesa. Me encuentro
sonriendo, con una mueca de orgullo que no abandona mi rostro. Por Dios, la
quiero tanto. La necesito más de lo que podría llegar a comprender. Sus pupilas
se cristalizan sin darme cuenta, hay promesa en su mirada. Tan sólo promesa. Una
de esas hermosas miradas de las que jamás deseo olvidar.
Joseph
suspira agotado, pero siendo lo que se merece, lo ignoro sin pensar.
—...Estoy
tan enamorada de ti y tan feliz de haberte encontrado, que si no lo hubiera
hecho, probablemente seguiría buscándote.
No dudo
más, y me inclino hacia ella para dejar un pequeño beso entre sus labios. Tan
sólo uno pequeño, que revele todo ese deseo que ella continúa emanando en mí.
Cierro el trato susurrando las palabras “Te quiero” bastante cerca de sus
oídos.
—De
acuerdo, aprovechando que nos encontramos todos juntos... Deberían platicar
cómo es que se conocieron. La primera vez que lo pregunté apenas y lo
respondieron.
Rachel y
yo seguimos esa dulce voz a la par. Al final de la mesa Janet se encuentra
fulminándonos a ambos con su tremenda pero insinuante mirada.
—Bien, Janet. Tienes toda la razón—Rachel
admite antes de que yo pudiese hacerlo. Me echa un pequeño vistazo, y con mi
mano aún acunando la de ella le doy todo incentivo de continuar—. Ha sido en el
Madison. Mis amigos y yo tuvimos la oportunidad de ir al último concierto de
Michael en Nueva York y, bueno, hasta donde nos fue posible, pudimos
disfrutarlo.
—¿Hasta
donde les fue posible?—Rebbie inquiere. De inmediato Janet asiente con ella con
esa misma cara de confusión.
—...Bueno,
es sólo que antes de que el espectáculo terminara, un incidente ocurrió—repongo,
todos comienzan a observarme a mí—. Y eventualmente, Rachel había tenido que
terminar tras bambalinas luego de que todo pasara.
Joseph
casi se atraganta con el último bocado que lleva a su boca.
—¿Tras
bambalinas, dices?—Joseph la contempla frunciendo el ceño. Rachel asiente con
una expresión de temor—. Así que es eso, ¿No? ¿Eres una especie de groupie?
—¡Joseph,!
¿¡Qué...!?
Siento la
presión sanguínea abandonarme al ponerme de pie, frente a él. Me tiemblan las
rodillas pero, ¡Con un demonio! ¿Cómo se ha atrevido?
—...J-joe, por favor—Kate le
suplica.
Me
mantengo firme, pese a la sequedad de mi boca. Trato de contenerme, por el bien
de todo lo demás, aunque la descarga de adrenalina continúe ardiendo por dentro.
—N-no,
por supuesto que no... yo no... —a Rachel ya se le ha enturbiado la expresión,
simplemente ha palidecido.
—¿Pero qué diablos te pasa?—la interrumpo para
dirigirme a Joseph. Ella no tenía que dar ni una maldita explicación.
—¡De joven pretendías a Diana Ross, Michael!—él
arquea una ceja, luciendo indignado pero amenazador—. ¡Tatum, Brooke! ¡Mujeres
de tu nivel! Así que... o es eso, o es que tus estándares han descendido
drásticamente.
—¡Ya basta, maldita sea!
Janet
camina hacia ella con zancadas inmensas, veloces, y en una serie de movimientos
sutiles, simplemente saca a Rachel de aquí. Les sigo con la mirada,
lastimándome con el gesto inexpresivo y vacío de Rachel. Me juro, si tan sólo
una maldita lágrima salía de sus ojos... Si Joseph la hacía llorar, esto sería
todo.
Yo tengo
unas ganas de llorar, de gritar, de maldecir, esta cosa que no puedo impedir,
de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesito estar
más tranquilo para decir lo que pienso.
—Ya ha
sido suficiente. ¿Me escuchas?—murmuro en voz baja, consciente de que Rachel no
debía escucharme. Aunque la bilis continuara ascendiendo por mi garganta—. Lo
único que ha hecho Rachel hasta haber llegado a California fue buscar una
manera de caerles bien, de que lograran respetarla. Puede que sea diferente a
ti, Joseph. Que no sea una ‘celebridad’ o como sea que me llames, pero eso no
es asunto tuyo. No es de ninguno de ustedes.
Me topo
con los ojos del resto frente a mí. Mis hermanos, Rebbie, mi madre y Joseph me
miran atónitos.
—¿Y saben
qué...? No tiene por qué gustarles, sólo respetar el hecho de que me guste a
mí.
—¿Qué no lo ves?—Joseph infiere defensivo, con
sus ojos avellana brillando amenazadores contra mí, como si tuviera una maldita
razón para excusarse a sí mismo—. ¿Qué no te das cuenta de quién rayos eres y
que lo que tú mereces es...?
—...Sí. Todos
dicen que merezco lo mejor—le corto—. Pero si lo mejor no es ella, entonces no
lo quiero.
Contengo
mi respiración por algunos segundos. ¿Era tan difícil de entender? ¿Es que
todos se han llevado la impresión de que estaría sólo siempre? ¡Qué estupidez!
—Y ahora—mascullo, con los dientes apretados—.
Si no pueden ser civilizados con la mujer que yo amo, entonces...
—¿¡...La
mujer que tú qué!?—Joseph brama horrorizado.
Dios
santo... Lo he dicho.
—L-la
mujer que yo amo.
Mi piel
se eriza en su totalidad, mi tacto se entumece y mi labio inferior no para de
temblar, de arder. Y más que eso, más que el desprecio en los ojos de mi padre,
en la atolondrara esperanza en la sonrisa de mi madre o el gesto dubitativo del
resto de mis hermanos... Más que eso, su alma me hace despertar. ¡Por Dios! ¡La
amo!
—...La
amo. La amo de verdad—vuelvo a musitar—. Y quizá no debería decirlo por primera
vez en frente de todos ustedes. Sino, simplemente a ella. Nada más. Y voy a
hacerlo ahora.
—¿Qué... Michael?
Kate se
sobresalta cuando hago ademán de alejarme del comedor.
—Me
largo. Ella y yo... nos vamos de aquí—continúo andando, lento, pero ansioso—. Y
gracias, gracias por abrirme los ojos y... por haber arruinado la cena, Joseph.
Al
alejarme, la encuentro tomando asiento sobre el descansabrazos de uno de los
sofás, vacilante, cabizbaja y soltando un horroroso suspiro infestado de
frustración. Lleva su índice a la altura de sus ojos, y limpia con cuidado una
lágrima traicionera. Mierda, había estado llorando.
No, entonces
no podía hacérselo saber. No ahora.
—¿Linda?—la llamo y deja de
hacer lo que hace.
Me
aproximo veloz, y junto con todo y sus pasos apresurados, ambos nos impactamos
con los brazos abiertos. Su rostro impregnado de tristeza, como buscando
refugio dentro de mí me conmueve hasta lo indecible. La tomo con fuerza y no lo
consigo concebir. El cómo la ha tenido que pasar, por lo que la he atravesado,
la maldita incomprensión de mi familia, la arrogancia y el hecho de que Joseph,
ni por poco ha sido capaz de comportarse con paz. La he dejado sola, y más aún
cuando ha sido lo primero que ella me pidió con creces que no dejara de
cumplir.
Entonces
lo recuerdo;
—¿Dónde está Janet?—la incorporo frente a mí.
Sus ojos se dulcifican de pronto.
—Ella...
mencionó tener que subir a buscar algo que necesitaba.
—No
importa ya... —espeto, tomando su pequeña mano de nuevo—. Nos vamos.
Caminamos
por la misma dirección por la que hemos llegado horas antes. Por el mismo
camino que tomamos cuando pensé que esta cena, para variar, iba a poder librar,
y terminar bien.
—¿Qué? ¿Nos vamos?
—Sí. No quiero estar aquí. No quiero
que estemos aquí.
El frío
nos infesta al salir. Camino de prisa junto a ella a través del jardín, e
incluso puedo sentir chocar contra mi rostro la briza que la vieja fuente
desprende con la velocidad del viento. Quizá ella lo esté sintiendo también.
Luego de todo, ella no usaba un suéter desde que ha mentido sobre no tener
frío. Como fuese, estaríamos mil veces mejor una vez que saliésemos de aquí.
Su mano
se tensa, e inevitablemente, me impide continuar.
—¿Es cierto lo que has dicho?
Sus ojos
iluminados me hacen perder el juicio. Caigo inmediatamente en la cuenta.
—¿H-habías...?—titubeo. El frío no ayuda, y sus
cejas distorsionadas en una fina línea de preocupación no me dejan concentrar—.
¿Habías estado... escuchando, pequeña?
Tomo su
rostro con ambas manos, con toda esa urgencia que empieza a corroer. Ella
asiente lentamente, y es entonces, cuando toda la opresión se desvanece dentro
de mí, me abandona. Mis ojos se humedecen contemplándola.
—Sabes que también te amo, ¿Verdad?—susurra sin
vacilar. Determinante.
Sus manos
acarician mi cuello, terminando el recorrido detrás de mi nuca, ocasionando que
se me erice la piel. Madre mía, no puedo reprimir el júbilo.
—Lo hago
en verdad, Michael. Te amo...—calla unos instantes, quiero hablar, reír,
llorar, pero no puedo siquiera reaccionar—. Dios mío, ¡Te amo!
Ni
siquiera le puedo contestar, no puedo agrandar mi sonrisa sin que ella ya
adelantara sus movimientos y comience a besarme con dulzura. Me aseguro de
aferrar su cuerpo con más devoción, de que mis labios cedan ante el movimiento
de los suyos, de saborearla, de intentar siquiera pedirle perdón. La devoro,
nuestros alientos se funden en uno sólo hasta no poder más. Hasta que se sequen
nuestros labios, que nuestras lenguas se sacien y que sus dientes no me dejen
de tomar.
Una
lágrima que sé que no es mía toca mi mejilla. Como hace casi un año, como
aquella vez en Nueva York, en la que había sido la primera vez que ambos nos
habíamos atrevido a probar la esencia del otro.
—Será mejor que... volvamos a Neverland—jadeo, no puede ser
de otra forma—. Antes de que sea aún más tarde.
Ella me
vuelve a besar.
—Pero... Bill. Él no está...
—Nos iremos en taxi si es necesario.
Sonríe
junto a mí. Lo único que deseo ahora es sacarla del lugar, como fuese.
—...No es necesario—Janet nos intercepta a
ambos con su voz relajada. Rachel y yo giramos para encontrarla tratando de
recuperar el aliento—. Llamé a Bill en cuanto tuve la oportunidad.
No
respondo. Aunque no lo planeo, no puedo evitar sentirme un poco resentido con
ella. La verdad es que lo estaba con toda mi familia en general.
—No sabes cuánto lo lamento—musita—. Lamento que las cosas
hayan terminado así...
—No
importa ya—replico. En realidad, ella no era el más grande de todos los males—.
Está hecho. Y ahora nos tenemos que ir.
Halo de
la mano de Rachel de nuevo sin importarme nada más. Pero no por mucho. Una mano
tomando de mi hombro me vuelve a detener.
—...Espera, no puedo permitir que se marchen
molestos. No conmigo, al menos—sonríe con timidez. Luce abatida, casi o tanto
como yo me encuentro.
—Janet,
tú no...—Rachel murmura hacia ella con un gesto cargado de desilusión.
—Mañana
es su aniversario, ¿No es así?—le interrumpe.
Asiento
como último recurso. No tenía ni idea de que Janet lo iba a recordar. Hurga en
uno de sus bolsillos, y no se detiene hasta sacar un pequeño trozo de papel.
—¿Qué es eso?—pregunto.
—Les he hecho una reservación...—susurra. Puedo
notar lo cohibida que se encuentra—. Es un nuevo restaurante en la ciudad, Sorrentino’s. Se supone que es bastante
exclusivo, y algunos amigos incluso me han hablado maravillas de él.
Rachel
pestañea ofuscada. Yo estudio a mi hermana, sin entender de qué va la broma.
—Janet...—repongo—. No tienes qué...
—...Por favor, tómalo—insiste.
Tendiendo el talón de papel frente a nosotros.
Es Rachel
quien finalmente lo toma. Janet agranda su sonrisa, y ambas se lanzan un puñado
de miradas cómplices. De los labios de Rachel observo la palabra “Gracias”
florecer.
—Gracias, Jan...—me doy por vencido.
Caigo en
la cuenta de que no puedo durar más de diez minutos enfadado con ella, y me
aproximo lo suficiente para dejar un beso a la altura de su frente.
Un
momento después, los faros de un automóvil centellan por detrás. Bill aparece
en el momento oportuno. Me percato de que tomo con determinación la pequeña
mano con Rachel y sin lugar a una palabra más; ni un ‘adiós’, un ‘hasta luego’
o un ‘lo lamento’ más, ambos terminamos de andar hasta el interior del coche.
Bill no nos mira por el retrovisor, sino que se ha limitado a saludarnos con
una mirada diligente y nada más. Pero aún así, su mirada lució espléndidamente
honesta. Seguro Janet ya le habría dado toda la información.
Me giro
para observar a Rachel a mi costado. Luciendo agotada, pero sin duda, hermosa.
Más que nunca antes.
—Lo lamento.
Me
devuelve la mirada. Frunce ligeramente el ceño y siento una pequeña punzada de
culpa en el interior.
—Siento tanto todo lo que ocurrió,
todo por lo que te he hecho pasar, Rachel.
—No me interesa, Michael. Ni por error—se ciñe
contra mí, hasta apoyar su cabeza contra mi hombro. Yo sin duda la acuno contra
mí—. Me importa que tú estés bien, que juntos estemos bien.
Advierto
una sonrisa que dejo salir. Hace mucho que no sonreía así. ¿Cómo podía
significar todo para mí con tanta facilidad?
—Lo va a estar, amor. Y quiero que estés segura
de algo; no dejaré que nada nos arruine el día de mañana.
Tiene la
respiración acelerada, y sus labios se encuentran entreabiertos. Justo
aguardando mientras yo me dedico a besarla una vez más.
—Te amo, pequeña.
Dios miooooo, voy a llorar de puro amoooooor <3
ResponderEliminarEs simplemente hermoso este capitulo, no tengo palabras para expresar lo hermoso que fue, la espera valiooo completamente la pena, siempre me quedó incluso con ganas de mas. Michael me enamora, es simplemente tan hermosooooo, el es el alma de esta historia <3
Son tan tiernos! ojalá yo tuviera a alguien así conmigo.Pero mejor sola que mal acompañada.
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