La cuenta
regresiva termina, y ahora puedo mirar la hora en el horno de microondas; son
casi las nueve de la mañana.
Tomo el
cuenco de avena que hervía dentro del horno, y procedo a esparcirlo de todos
los cubos de frutilla que había cortado antes. Espolvoreo un poco de azúcar, añado
leche de avenas, y lo posiciono al centro de la lujosa bandeja. De la nevera
tomo un poco de su zumo de naranja preferido para servirlo en una copa, y como
toque final, unto un par de rebanadas de pan con mantequilla, y les baño con un
poco de miel. No puedo evitar sonreír; la bandeja me ha quedado perfecta.
Si ando
con sumo cuidado al andar escaleras arriba por no querer comenzar el día con un
desastre de comida derramado en el corredor, no se compara con el increíble
cuidado y sutileza con el que vuelvo a nuestra habitación. Aunque en un solo
suspiro de tranquilidad, todo aquello se convierte en felicidad por ver que
Michael aún se encuentra dormido. Sumergido en toda esa paz, respirando firme,
sus párpados sellados y mi corazón en sus manos. No puedo creer cuanto le
necesito.
Me olvido
de la bandeja que cargo depositándola sobre la mesita de noche y no puedo
soportarlo más, tomo asiento a su costado y me inclino para besar sus labios
inmóviles.
Sus
benditos ojos se abren a la par.
—...Lo
lamento—susurro con una sonrisa culpable, y le vuelvo a besar—. No he podido
resistirme.
—No hubiera deseado ni por asomo que
te resistieras.
Se
incorpora y se sienta apoyándose contra la cabecera para luego estirar sus
brazos.
—Buenos días, cariño.
—Hola,
pequeña—se me queda viendo. Por suerte, no se ha percatado de la bandeja que he
traído—. ¿Por qué despertaste tan temprano?
—Porque
he tenido que hacerlo. No dejabas de tirarme patadas durante la noche.
Una
expresión de terror se pinta en su rostro.
—¿D-de verdad...?—sisea.
—Por supuesto que no, tonto—me burlo. ¡Me
encanta mirarle así!—. Me fascina dormir contigo y lo sabes. Pero créeme, he
tenido que hacerlo.
Me mira
receloso por la pequeña broma. Sin explicarle más, me pongo de pie y camino
lenta hacia la mesita de noche para tomar la bandeja con el desayuno. Cuando
vuelvo con ella a mi posición me percato de que no ha despegado su mirada de
mí.
—¿Y esto?—su sonrisa multiplica su
tamaño.
—Esto... es porque no podía dejar de decirlo—estoy
sonriendo como una lunática, deseosa de él—. Porque te quiero tanto. Te amo,
Michael. Y de nuevo, quería ser la primera en hacértelo saber. Feliz cumpleañ--
Sella mis
labios de una, plantando una mano sobre ellos. No me deja continuar. Arqueo mis
cejas con la duda en todo mi ser. ¿Por qué...?
—...Oh, no, no—titubea arrebatado—.
No lo digas, no lo digas, por favor.
—¿Por qué no?—lucho por decir. Dejo la bandeja
descansando sobre el regazo de ambos y tomo de su mano para retirarla.
—Sólo,
olvidémonos de eso... Olvidémonos, comamos este desayuno juntos y hay que
concentrarnos en lo que en realidad importa, pequeña—de pronto coloca la
bandeja a nuestro lado, se aproxima hacia mí y toma con dulzura de mi mentón—.
Hoy es nuestro aniversario.
Oh... me
derrito. ¡Me derrito de ternura!
—Michael...—acuno sus manos aún tomando de mi
rostro—. Según recuerdo, todo sucedió con nosotros a altas horas de la noche.
Así que nuestro aniversario entra llegándose la noche. Hace un año, te he
felicitado por tu cumpleaños primero, entrando la mañana.
—Pero,
linda, ¡Es nuestro aniversario! Eso sí que es aún más...
—...Si
continúa molestándote lo mismo, Michael—le interrumpo—, te lo aseguro, puedo
entenderlo.
—¿Lo
entiendes?—pregunta con una pequeña sonrisa.
Le tomo
ambas manos para estrujarlas cuidando de no reír.
—Así es.
Estás cumpliendo treinta y un años y sé cómo te has de sentir. ¡Yo aún no puedo
imaginarme cumpliendo veinticinco años!
—Oh, por
Dios—espeta con los ojos oscuros, pero sin ocultar su sonrisa—. ¡No puedo creer
lo malvada que eres!
—Ey...
Sólo quiero hacerte abrir los ojos—enfatizo inclinándome hacia él, y no me
detengo hasta poder dejar un tierno beso en sus labios—. Estás exagerando.
—Sea lo que sea, Rachel. No me molesta más—se
encoge de hombros tímido.
—¿Estás seguro?—le miro esperanzada.
Es lo único que busco.
—Por supuesto que estoy seguro—toma una
rebanada de pan y da una mordida grande—. He tenido un año fantástico,
perfecto, increíble... Y todo ha sido por ti.
Por ti y nada más.
—Michael...—acomodo mis brazos alrededor de su
cuello y le acerco más hacia mí—. Ahora imagínate cómo ha sido para mí.
Se acerca
a pausas, cierro mis ojos y puedo sentir su frente apoyándose en la mía, al
igual que sus manos apoyándose en mi cintura. Me estremezco, se me eriza la
piel deliciosamente de sólo sentirlo.
—¿Recuerdas la primera vez que tuvimos esta
conversación?—susurra cerca de mis labios.
—Hace un
año. Y no podías creer que estuvieras cumpliendo los treinta.
Se queja
y me hace abrir los ojos.
—Y tampoco podía creer las ganas que tenía de besarte.
Toda esa urgencia que sentía de hacerlo—sus palabras me obligan a alejarme para
poder contemplarle mejor—. Éramos amigos entonces, pequeña. Sólo eso.
—Lo sé.
Pero el amor estaba. Jamás he dejado de sentir lo mismo por ti.
Quiero
besarlo, maldita sea. Me quedo mirando sus labios hidratados tras el paso de su
lengua y quiero perderme en ellos sin pensarlo más. Tener un arrebato de deseo
y nada más. Pero el sonido nos toma desprevenidos a ambos; la alarma del reloj
despertador suena a nuestro lado, y ambos nos olvidamos del momento para
fulminar al aparato con un par de miradas cargadas de odio. Me desharía como
fuese de ese bendito reloj, lo prometo.
Dolorosamente,
los dos sabemos por qué había sonado.
—Me gustaría que no tuvieras que irte.
—Lo sé, a mí también—se queja conmigo—. Pero, ey, son los Estudios Westlake. Es cerca de aquí. Volveré
antes de que te des cuenta. Y entonces, sacaremos todo el provecho que podamos
del obsequio que nos hizo Janet.
Alza sus
cejas repetidas veces con insinuación. Quiero gruñir, quejarme de que sin lugar
a dudas, él va a terminar marchándose a trabajar así se trate de su cumpleaños
o de nuestro aniversario. Pero antes de formular el sonido, él me vuelve a
callar plantando un enorme beso en mis labios.
Simplemente
no puedo comprender cómo hace para cambiar mi ánimo en menos de un segundo.
Pero me encanta.
—No lo entiendo, Michael. Tienes un estudio
aquí en Neverland en perfectas
condiciones. ¿Por qué no puedes trabajar aquí?
—Porque
los chicos ya están en Westlake, cariño. Y no puedo hacerles esperar.
Me doy
vuelta para ponerme de pie, mientras él ya se ocupa de salir a duras penas de
la cama.
—Está bien...—susurro—. Estaré
esperándote, entonces.
Terminamos
nuestro pequeño e improvisado desayuno en la cama, pero entre idas al cuarto de
baño, al tocador, y al vestidor de la habitación. Casi tengo que perseguirle
con una cucharada de avenas por todo el sitio, mientras él está terminando de
alistarse para partir. Acabo engullendo la mitad, sin terminar de desearlo así,
ya que el desayuno era sólo para él. A mí me hubiera apetecido algo diferente.
¿Algo con más carne, tal vez?
Al final,
no pude quejarme más, y sin hacérselo más difícil a él también, nos despedimos intercambiando
una exquisita serie de besos bajo el umbral de la puerta principal. Le miro
caminar hacia el automóvil y marcharse después, dejándome con una plena lista de
cosas que podría hacer en Neverland, sola, y con no más en la cabeza que la
idea de matar el tiempo hasta saber que volvería.
“Si tan
sólo los chicos estuvieran aquí” Pienso para mí en un lamento.
Escucho
algunos ruidos junto con tarareos de una voz femenina resonando desde la
cocina. Inmediatamente se me despierta la curiosidad.
—Hola...—murmuro aproximándome al
lugar.
En
efecto, se trataba de una mujer. Joven, diría yo, tez morena, aspecto amigable
y portando uniforme totalmente blanco. Se encuentra lavando la loza y
preparando algunos platillos sobre un par de sartenes puestos al fuego, pero
aún así parece tener el tiempo y la determinación de lanzarme una cálida
sonrisa.
Reconozco
el gesto de pronto. A esa mujer ya la había visto repetidas veces en Neverland;
la primera vez intercambió incluso palabras con Monica y Phoebe, mientras ellas
se querían ocupar de preparar la cena en la segunda noche que nos quedaríamos
aquí. La segunda vez, nos ayudó a preparar los globos y cubos de agua para
jugar junto con Janet y Mac y, ¡Por Dios! ¡Incluso he besado a Michael frente a
ella!
—Hola—me responde agrandando la sonrisa, y
volviendo a retomar sus actividades.
No puedo
disimular mis mejillas ardiendo en frente de ella.
—...Es
gracioso, yo...—me acerco sigilosa a la barra y tomo asiento frente a su lugar
de trabajo—. Es la tercera vez que te miro por aquí, y jamás había
intercambiado palabras contigo. Lo lamento tanto, soy... me llamo Rachel.
—Hola,
Rachel—una vez más detiene lo que hace, y su mirada abraza la mía con timidez—.
Es un gusto inmenso conocerte. Mi nombre es Kai Chase, soy chef aquí en
Neverland. Y, por favor, no te preocupes por ello. No hay cuidado, te lo
aseguro.
Miro
fijamente su expresión de sincera tranquilidad, y opto por fiarme de ella. Es
claramente una de esas personas que no tienen ni un solo atisbo de complicación,
además, no tendría nada de malo llegar a conocerla. Al contrario.
—Gracias—musito—. Es un gusto
conocerte también, Kai.
Sin dejar
de sonreír se gira para atender los sartenes resonando detrás.
—¿Ya has almorzado?—me pregunta—. Me encuentro
preparando huevos revueltos y tocino para el personal. ¿Te apetece? O, puedo
preparar otra cosa, si quieres.
—Ah...—asiento—. Con Michael me he terminado el
cuenco de avenas que preparé antes.
Me
distraigo mirando lo que cocina sobre la estufa. El tocino, los huevos batidos
a punto de cocinarse, y en otro sartén más, un par de panqueques preparándose a
fuego lento, junto con otra enorme pila más de unos que ya están servidos y
listos para preparar. Se me hace agua la boca.
—¿Estás segura?—se ríe. Seguro se ha
percatado de mi distracción.
—Bueno... no lo sé...—titubeo sin dejar de
mirar el desayuno. ¡Sí lo quiero! ¡Lo quiero todo!—. Quizás...
—Te diré
algo...—me impide proseguir—. Te prepararé algo delicioso, ¿Está bien? Hace un
día precioso afuera, podrías ir a tomar algún paseo por el jardín y luego te
haré llegar el desayuno a donde estés. ¿Te parece?
La oferta
suena terriblemente tentadora.
—Me
parece perfecto—murmuro, con cierto deje de pena en mi voz.
—Entonces,
anda a divertirte. En unos minutos termino por aquí.
—Muchísimas
gracias...
Continúo
sonriéndole y agradeciéndole en silencio miles de veces más, hasta haber
atravesado el inmenso pórtico del comedor que guía al jardín principal.
El resto
del día me sienta increíble. Mi desayuno, como tanto lo había previsto, me sabe
delicioso, mejor de lo que alguna vez a mí se me hubiera ocurrido preparar. Al
terminar de almorzar en el exterior, me encamino sin compañía alguna y aún con
el pijama puesto hacia las instalaciones del zoológico. Me detengo y estudio
cada santuario que alberga a los animales, me pierdo en el hábitat perfecto que
Michael había acondicionado para cada uno de ellos sin importar el tamaño, la
especie, o la condición. Si se precisa de agua, tierra o fango para satisfacer
alguna necesidad. Es simplemente perfecto. Ni una jaula a la vista, ni una
cadena, ni una deficiencia al mirar. Efectivamente, a Michael no se le escapa
una, y siempre había sido un placer ser testigo de lo que él podía lograr con
la menor determinación, y con el deseo de crear un bello refugio para sus
animales.
Para mi
sorpresa, me decido también a subirme a una que otra atracción. Comenzando con
el carrusel; el Zipper increíblemente
le sigue, y finalizo con la Noria. Con la misma en la que Michael y yo nos
habíamos trepado para recibir el año nuevo. La misma en la que, en el punto más
alto, él me había besado como nunca antes, me había abrazado con una fuerza y
deseo que hasta ese momento no le había conocido, y que me había prometido que
aquél no iba a ser el último fin de año que pasaríamos juntos, que ése, iba a
ser sólo el comienzo, y la promesa de todas esas experiencias que aún aguardan
por nosotros.
Me
sorprendo a mí misma, sonriendo por el recuerdo.
Y, por
Dios, él tuvo razón sobre todo. He estado a su lado por un año, un hermoso y
más que perfecto año entero, o aún más tiempo de haberle siquiera conocido. Y
ni loca, ni con la remota e insignificante idea, me detendría por creer que, lo
mejor, aún se encuentra ahí, esperando por nosotros. La idea aún suena
terriblemente increíble.
*****
Apenas y
puedo alcanzar el teléfono aún timbrando sobre nuestra mesita de noche al
haberme terminado de duchar. Todavía usando sólo una bata de baño cubriendo mi
cuerpo y una toalla enredada en la cabeza, me es casi imposible reprimir el
placer que me ocasiona el por fin, escuchar una que otra voz familiar.
—No sabes cuánto lo siento, Pheebs...—trato de
tranquilizarle murmurando hacia el auricular. Casi puedo percibir la imagen de
su bonito rostro preocupado luego de las malas noticias—. Ha tenido que salir
desde esta mañana y, créeme, ni yo he podido felicitarle como había planeado.
—Sí,
bueno—ella suspira y su voz retumba en mi oído—. He llamado de todas maneras
con el pensamiento de que no le encontraría para felicitarlo. Suponíamos que no
se encontrarían ni él ni tú en casa, que estarían fuera. Ya sabes, teniendo más
de un motivo para celebrar. No puedo creer que Michael esté trabajando incluso
el día de su cumpleaños...
—Así es
él. Está en él ser así de responsable. No he querido distraerle de sus planes.
—Entiendo,
sí.
Una pausa
larga y silenciosa cobra presencia en nuestra conversación. El número que había
mirado registrado en el teléfono era el de nuestro departamento, y hasta ahora,
sólo le había escuchado a Phoebe, y a Joey con Chandler murmurando por detrás.
¿Qué hay de Ross? ¡Ya era extraño que Monica no haya llamado para felicitar a
Michael!
—¿Cómo está todo por allá, Phoebe?—me siento al
borde de la cama para terminar de secar mis piernas, manteniendo el teléfono
entre mi hombro y mi oído—. Está todo muy silencioso. ¿Todo bien?
—Oh,
Rachel... me gustaría. En verdad, me gustaría que sí.
Me
estremezco casi al instante.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué es lo que
pasó?
—Es Monica...—aguarda de nuevo. Cada segundo
que se prolonga me dificulta el respirar—. Es todo un desastre, Rach... Monica
terminó con Richard.
—¿¡Qué!?... Pero, ¡Phoebe, yo...!
—...Es una historia bastante larga. Al
parecer... al parecer el asunto con el que volvió luego de su cena de
aniversario, era más grave de lo que ella lo hizo parecer. Y ella está...—un
ruido que no conozco la acalla de pronto—. Aguarda...
Oh, no
¿Ahora qué? ¿Por qué se detiene?
—...Rach.
Su
vocecilla se asoma con miedo. Se trata de ella, es Monica.
—Monica...—suspiro sintiéndome vencida,
impotente de sentirme tan lejos de ella—. Oh, por Dios. No sabes cuánto lo
lamento. ¡Lo siento tanto!
—N-no,
Rach. Por favor, por favor no te sientas así.
—Pero, si
tan sólo me lo hubieses dicho. ¡Si sólo lo hubiese sabido me habría quedado!—las
palabas me abandonan sin haberme percatado de ello. Tantas cosas que quiero
decirle precisamente, y ni un sonido parece brotar—. Jamás habría venido a
California... Maldición, Monica, no puedo creer que...
—...¿Y
arruinar tu aniversario?—suelta interrumpiéndome—. De ninguna manera, Rachel.
No.
—Podría
estar ahí contigo ahora, cielo.
—Pero tú
tienes que estar allá, con Michael—balbucea del otro lado. Estoy segura de
algo; por su respiración y el tropezar de sus palabras lo sé. Ha estado
llorando. ¡Y maldita sea! ¡No estoy con ella!—. Escucha, no quiero que se lo
digas a Michael, ¿De acuerdo?
—¿Qué...?
Pero...
—...No
quiero preocuparlo, y arruinarles a ambos la noche—espeta, su tono ha cambiado
por uno más seco—. Ha sido de por sí un error el que Phoebe te lo haya dicho, y
ahora te he preocupado. No quiero que ambos lo estén. Además, tengo aquí a Ross
y a los chicos cuidando de mí. Te lo prometo.
Retuerzo
el cable del teléfono alrededor de mis dedos entumecidos. No puedo evitar
sentirme pésimo por ella.
—¿Está bien?—insiste, luego de mi
pausa.
—...Está bien—admito en voz baja—. Es sólo
que... no quiero que estés mal...
—...No
puedo estar de otra forma, Rach. No ahora—solloza.
Y a mí me
carcome la urgencia de poder estar ahí.
—Volveré... volveré a primera hora
mañana, Mon. Te lo prometo.
—Los estaremos esperando, Rach—musita con
dulzura—. Además de que me gustaría felicitar a Michael también. Que vaya, esta
es la segunda vez que me robas a mi artista favorito el día de su cumpleaños.
Río por
lo bajo. Un poco más tranquila dejo un inmenso suspiro brotar, antes de por fin
librar mi cabeza de la toalla empapada y todo el peso que había ganado por la
humedad.
—Te quiero, Monica.
—Yo también—susurra sin esperar—. Por favor,
disfruta de esta noche. Olvídate de esta llamada por el resto de ella. ¿Sí?
—Lo intentaré.
“Sí,
claro” Me digo a mi misma. Como si fuese tan fácil.
—Adiós, Rach. Felicita a Michael de
mi parte. De parte de todos los chicos.
—Lo haré—le aseguro—. Te lo
prometo... Adiós.
La
llamada termina sin una palabra más, dejándome con el mismo trance de sentirme
la peor amiga del mundo. Petrificándome con la mirada plasmada en el teléfono
aún detenido en mi mano, sin aliento, y contenida como nunca antes. Pero ella
tenía razón y, si así me lo ha pedido, no iba a decírselo a Michael. Ni una
sola palabra hasta que ella me diera el permiso de hacerlo.
Unas
manos que llegan desde atrás toman mi rostro y obstruyen mi vista con suma sutileza.
Una risa diligente se me escapa; conozco esas manos hasta dentro de mis sueños.
—...Michael.
Me giro
sobre mi lugar y sus manos ceden. Cuando le miro, la impecable sonrisa que me
lanza pretende hacerme olvidarlo todo. ¿Cómo es que puede tener ese efecto
sanador en mí?
Él se
inclina lento hacia mí, y deja un pequeño beso en mis labios.
—Parece que ya estás lista,
princesa.
Sí, se
está burlando.
—Pues, si quieres que así salga de aquí. Así
saldré. Me atrevo si así lo deseas.
—¿Llevas
algo debajo?
—Sí—lanzo
mis brazos al frente para rodear su cuello con ellos—. Mi piel, nada más.
—Entonces,
no—se burla—. Podría ser peligroso.
Me alejo
para menear mi cabello, y paso por última vez la toalla por encima para
deshacerme de las últimas gotas que no han terminado de caer. La mirada de
Michael desciende hacia nuestra mesita de noche.
—¿Hablabas por teléfono?—señala el aparato
postrado sobre la cama. Se me había olvidado devolverlo a su base.
—Ah... sí—lo
devuelvo con prisa—. Eran... los chicos, de hecho. Han llamado para
felicitarte.
—¿De
verdad?—su expresión se ilumina, y sus ojos brillan como los de un niño pequeño
que se ha terminado de emocionar.
—Así
es...—le sigo el tono—. Justo corté un minuto antes de que tú aparecieras.
Monica dice que no puede esperar a poder felicitarte en persona.
—Oh...
entonces yo tampoco puedo esperar por ello. Pero...—suspira con emoción,
lanzando sus brazos a tomarme por la cintura—. Ya no hablemos de ello. No
hablemos de mi cumpleaños, o del trabajo en el estudio siquiera. Ya se ha
cumplido tu norma, pequeña. Ya es de noche. ¿Podemos ocuparnos de nuestro
aniversario ahora?
Caigo
profunda en su mirada, y en el pleno mensaje que me quiere enviar. Con todo ese
nervio, esa adrenalina, ese misterio y esa emoción que sé que ambos seguimos
sintiendo justo antes de saber que estamos por hacer algo increíble. Y por
Dios, al fin habría llegado la hora. Y qué mejor que cerrar el trato besando
sus labios, una, otra, otra y otra vez.
—Por supuesto que sí.
Para mi
grata sorpresa, en menos de una hora después, ya nos tenemos el uno al lado del
otro en los asientos traseros del vehículo habitual, dejando a Neverland
detrás. Y atravesando esa brecha de asfalto que separa todo ese campo de
vegetación oscura que se disipa fácil a causa de la noche.
La
carretera está bastante tranquila y, al parecer, todo iba tomando su curso por
fin.
—¿Tienes el cupón de reservación contigo,
linda?
Su
pregunta me hace reaccionar de golpe. Dejo de mirar a través de mi ventanilla y
saco el pequeño papel de mi bolso. Me echa una mirada complacida y un suspiro
se le escapa.
—...Investigué sobre el lugar—admite, mirando
al frente por un momento y luego girándose para encontrarse conmigo—. Algunos
chicos del equipo del Estudio han ido también. Al parecer es bastante bueno, y
la exclusividad es asombrosa. Espero que, sobre todo, eso sea verdad.
—Seguro
que sí—asiento—. No por nada Janet habrá escogido este lugar.
—Ya lo
creo—ríe y niega al mismo tiempo—. También espero que el menú luzca bien. Me he
comido casi todo ese desayuno, y estoy seguro de que a duras penas has comido
luego de eso, ¿no es cierto?
Hace un
mohín de reprobación.
Recuerdo
de pronto el delicioso desayuno que Kai me propinó justo luego de que él se
había tenido que ir a trabajar. ¿Entonces, ella habrá guardado el secreto? Oh,
si tan sólo Michael lo supiera.
—Quería hacer hambre para esta noche—le digo
vacilando con cada palabra—. Porque, si tan buenas recomendaciones hemos
recibido del lugar, así de perfecto debe estar el menú. ¿No lo crees?
—Tendrá
que ser perfecto—sentencia, recuperando su seriedad. Se desliza sobre el
asiento y termina acercando su cuerpo más y más hacia el mío. No me doy ni
cuenta del momento en el que me quita el pequeño papel, y en su lugar, mi mano
es acunada por la suya—. Porque te haré comer todo, hasta el último bocado que
sirvan en tu plato.
—Como tú
desees...—paso una mano al ras de su mentón y siguiendo la línea hacia su
cuello. Él atrapa mi mano y la mantiene ahí, en ese punto. Antes de poder
descender aún más, antes de llegar a enroscar mis dedos con los rizos húmedos
que tienden a la altura de sus hombros—. Guau... ¿Así eres de mandón cuando vas
a trabajar al estudio?
—Oh, por favor...—se queja. Indiscutiblemente,
ya siento su mano tomando con ternura de mi cuello—. El trato era no hablar del
trabajo por ahora, Rachel. Somos nosotros. Seremos sólo tú y yo, ¿Me entiendes?
Su boca
está suspendida sobre la mía, lo más cerca que le ha sido posible permanecer.
De pronto sus ojos se entrecierran y deja un trazo de besos en la comisura de
mis labios. Siento vívidamente cómo la temperatura de mi cuerpo comienza a
aumentar, y por un segundo, maldigo el hecho de que no nos encontráramos los
dos solos.
La
ventanilla que nos separa de la parte delantera comienza a descender.
—Michael, lo lamento tanto.
Bill se
asoma cauteloso con una expresión de preocupación. Son ahora mis mejillas lo
que arden infinitamente. Siento todo mi rostro punzando de pena.
—...Bill—percibo recelo en la voz de
Michael—. ¿Qué ocurre?
—Llamada—musita, y tiende un enorme teléfono en
nuestra dirección—. Bruce Swedien... me temo que insiste.
—Ah...
está bien. Dámelo.
—¿Es importante?—le pregunto en voz baja mientras
ya ambos nos encontramos incorporándonos sobre nuestros asientos.
—Espero
que no—espeta—. Y espero no tardar tanto.
Michael
toma el teléfono, y lo atiende efectuando una seria naturalidad. Bill frunce
sus labios en una fina línea de disculpa, y vuelve a desaparecer ante el oscuro
cristal.
—Soy Michael, Bruce. Dime.
Me alejo
un poco de él para obsequiarle cuanta privacidad me fuera posible. Me apoyo
sobre el descansabrazos y me digno a perderme de nueva gana ante el panorama
oscuro que se propaga por fuera.
Michael
aguarda en silencio por varios segundos.
—¿Por qué han cambiado de opinión sin mí? Creí
que la cinta quedaría intacta hasta mañana por la mañana—murmura más serio—. No
se suponía que haríamos modificaciones esta noche, Bruce. Me parece haberlo
recalcado a la perfección. ¿Estás seguro de que nadie más puede hacerlo?—se
calla un momento para escuchar—. No, no. Escucha, esta noche tengo un...
compromiso. Algo bastante especial para mí. Y, si este problema no se trata de
algo que puede esperar hasta mañana, entonces...
Aguarda
en un silencio largo, hasta que uno de sus suspiros largos hace presencia. Oh,
no. ¿Algo está mal?
—No importa en dónde sea. El caso es
que yo ya me...
Echo un
vistazo por encima de mi hombro para mirarle.
—N-no, no... Claro que no—sostiene el puente de
su nariz un tanto contenido. Alza la vista y se percata de que me encuentro
mirándole—. Lo haré. ¿Está bien? Tengo que dejarte, Bruce. Adiós.
Presiona
un botón y la llamada termina sin que él mencione una palabra más.
—Bill, toma el siguiente retorno—murmura mordaz—.
Volveremos a Neverland.
—Claro.
—¿Neverland?—trato
de volver a acercarme hacia él.
La
tristeza de su mirada ya me pide disculpas. Trato de prepararme para lo que sea
que tenga que decirme.
—Es la... única buena noticia que he recibido—él
termina de romper con la distancia. Con ansias toma una de mis manos y la
apretuja para llevarla a la altura de su pecho—. Las mezclas en las que trabajé
en Westlake hoy... Temen que no correspondan con lo que he trabajado en
Neverland todo este tiempo—enmudece descendiendo su vista, abatido—. Trataré de
solucionarlo en cuanto antes, ¿Está bien? Te lo prometo. Demonios, lo lamento
tanto, cariño. Yo...
—Michael,
Michael...—insisto en interrumpirle tomando de su mentón—. No ocurre nada malo.
No quiero que te disculpes... D-de verdad... En verdad lo comprendo.
Tuerce el
gesto, y le noto más desganado que nunca. No, ni la más remota idea de
reclamarle por algo me pasaría por la cabeza. No podía hacerle sentir incluso
peor.
—Es sólo algo que tengo que hacer...
—...Lo sé. Tranquilo—trato de
sonreír.
—Gracias, pequeña.
Perdemos
el equilibro con el virar veloz del automóvil. El conductor aumenta la
velocidad a mando de Bill, y en sólo unos minutos, la caseta que da anuncio a
la estrepitosa entrada de Neverland nos saluda de frente. Michael no deja de
lanzar pequeñas maldiciones a lo largo del camino de vuelta. Y aunque se
esfuerza porque yo no logre escucharlas, cada una me pesa todavía más que la
anterior. Ya está dicho, aprovecharía cada oportunidad para demostrarle que el
pequeño percance no me importaba en absoluto, y que, quizá y más, Sorrentino’s iba a tener que esperar.
Atravesamos
unas compuertas diferentes a las que ya estoy acostumbrada, unas que dan un
recorrido más directo hacia las instalaciones del pequeño estudio de grabación
que Michael tenía acondicionado. Entramos al lugar los dos solos, él se
precipita con velocidad hacia lo que parece una sala situada en medio de todo y
yo por mientras, me quedo avispada por el ostentoso interior.
Jamás
había visitado esta parte de Neverland.
—Oh, ¡Mira esto, nada más!
Le
escucho bramando con un poco de molestia. Sigo su voz como la escasa
iluminación del lugar me permite hacerlo y me lo encuentro apoyado contra una
tornamesa repleta de botones, palancas, interruptores y manijas incontables,
sosteniendo un par de cintas redondas sobre sus manos, mirándolas escéptico,
como si no se lo terminara de creer.
Ni loca
me acerco demasiado ahí. No quiero tocar algo que no debo.
—Bruce me llama preocupado por la seguridad de
estas cintas y quien las envía las deja aquí nada más, sobre la mesa de
comandos—su tono de queja casi me hace reír—. ¿Por qué mejor no las dejan en
medio del jardín y ya?
Me le
quedo mirando sin saber qué contestar. Por la forma en la que reacciona de
golpe y dibuja una línea de preocupación con sus cejas, sé que él no estaba
esperando precisamente una respuesta de mi parte.
—Lo... lo lamento tanto, Rach...—suelta las
cintas para tomarme ambas manos. Yo niego tímida conforme empieza a hablar—. Pero,
lo haré. Intentaré no tardar demasiado y, te prometo, te prometo de verdad que
en menos de lo que pienses, iremos a cenar. Tan sólo...
—...Está
bien, está bien, Michael—le tranquilizo, lo intento al menos—. Te juro que
estoy bien, cariño. Tranquilo.
—¿Estás
segura?
—Por
supuesto que sí.
Termino
de acercarme y luego de pararme sobre la punta de mis pies, dejo un pequeño
beso en su mejilla. Sonríe en calma. Parece haber funcionado.
—Escucha, te dejaré trabajar tranquilo. Al
entrar miré una pequeña estancia, puedo esperarte ahí. ¿Te parece?
—Puedes
hacer lo que quieras aquí, linda—me toma de la cintura con sutileza—. No quiero
tenerte sólo metida en la estancia. Anda por allí, explora. Tengo libros,
revistas, e incluso juegos de video por aquí. Haz lo que quieras, por favor. Lo
que sea que te haga acelerar el tiempo en lo que me mantengo ocupado.
Actúo
como si lo meditara en mi mente por unos minutos. Este es un estudio construido
dentro del hogar de Michael. Me preocuparía que no hubiera una que otra cosa
para hacerle perder el tiempo de vez en vez, para entretenerlo.
—Veré qué puedo hacer—sonrío, y sello el trato
frotando mi nariz contra la suya.
—Eres la
mejor. Jamás dejas de serlo.
—Luego de
ti, amor—añado—. Estaré esperando hasta que termines. No te presiones por mí.
—Eres mi
prioridad. Pero, trataré de no hacerlo.
Le miro
con ojos que se pierden en su enorme sonrisa antes de alejarme. Es cierto que
también es él mi prioridad en todo momento. Desde que abro los ojos por la
mañana, hasta que los tengo que cerrar de nuevo para dormir. E incluso también
durante mis sueños. Pero no podía anteponerme con algo tan importante como su
trabajo. Y lo que realizarlo, y cumplir con ello a la perfección significa para
él.
Naturalmente,
me paso el tiempo husmeando por ahí. No busco nada en especial, pero me
encuentro de todo. Desde premios y reconocimientos postrados sobre distintas
repisas especialmente alumbradas, afiches, pósters, libros, manuales, y una que
otra frase o cita enmarcada en lo alto de alguna pared; música, música, y más
música. Estar ahí no deja de causarme escalofríos, no deja de hacerme sentir
que cada movimiento en falso que hiciera puede terminar en catástrofe, si sólo
tocaba algo que no debo, si tiro algo con mi torpeza, o si desordeno algo sin
quererlo en mi búsqueda de más y más de sus otros tesoros.
De un
momento a otro le escucho a lo lejos hablar, tararear y reproducir fragmentos
de melodías que jamás había escuchado hasta ahora. Se pasea de un extremo a
otro, entra a la cabina, checa algunos interruptores y vuelve a salir. Se
encienden focos, se apagan, ajusta micrófonos y escucha una y otra vez las
cintas que tenía en sus manos. Le miro tan ocupado que no me queda de otra más
que reprimir cada deseo de volver a acercarme hacia él.
De pronto
los segundos dejan de hacer la diferencia entre poco, y mucho tiempo. Miro mi
reloj una última vez, y a diferencia de las anteriores, la sonrisa se me borra
inmediatamente. Ya es terriblemente tarde.
—...Rachel.
—Oh...
Reacciono
con pesadez sobre el pequeño sofá, me pesa darme cuenta de la sonrisa que me da
al entrar a la salita de espera.
—Ya he terminado—extiende sus brazos
con simpleza—. Por fin soy libre.
Se me
encoge el corazón. Por Dios, ¿Cómo podré decírselo?
—Sí, está... está bien, Michael. Pero, ¿Sabes?—miro
mi reloj de nueva gana, tan sólo para corroborar—. Sorrentino’s también ha
terminado.
—¿Qué?—inquiere,
aterrado.
—Que son
casi las once—ruego por tener tacto en mi tono de voz—. La reservación era a
las nueve y media.
—Rachel,
lo... lo siento tanto, yo...—se le quiebra la voz, su expresión se destruye
completamente frente a mí—. Vamos a... ¿Por qué no buscamos otro sitio?
—No...
¿Sabes qué? Es tarde, y estará todo cerrado. ¿Por qué no lo dejamos para otra
ocasión?
Se
estremece de pronto, mostrando seriedad en su mirada.
—...No, ni hablar—sentencia.
—¿”Ni hablar”?
—No...—añade, y de una sale
disparado hacia mí—. Ven aquí.
Me toma
del brazo sin titubeo alguno, y salimos de la pequeña salita de espera con
rapidez. Juntos, ingresamos a una de las puertas que dan a la sala principal, una
que no había siquiera visto antes. Una luz bastante débil es encendida tras
nuestro paso y Michael me deja ir justo luego de saberme segura del lugar en el
que nos encontrábamos.
—Aguarda aquí—murmura, y comienza a
alejarse.
Más que
ponerle atención, me pongo a analizar nuestro alrededor. Es una habitación
vacía en su totalidad, salvo por unos espejos que abarcan la totalidad de una
pared. El piso es de madera, y hay barras de diferentes niveles al pie de una
pared. Algunos armarios, bancos, y bocinas a cada esquina superior. Reconozco
el lugar de inmediato, no de memoria, sino porque él ya lo había mencionado
antes. En donde suele ensayar, crear y modificar todos esos pasos de baile. El
estudio de baile.
Lo miro
volver, sosteniendo con un brazo un par de mantas de color diferente, y en el
otro, una botella de vino tinto junto con dos copas que apenas y puede
sostener. Me acerco de inmediato para sostener la botella y las copas, y sin
decir nada más, o siquiera mirarme, extiende las mantas sobre la superficie de
madera, justo frente a nosotros.
Le
interrogo con la mirada, divertida.
—Muy bien—susurra, con voz tímida—.
Sentémonos.
Obedezco,
sin poder resistirme a la dulzura que irradia su mirada arrepentida. De sólo
tenerle así, sentado sobre el suelo y enfrente de mí, siento un nudo de ternura
obstruirme la garganta, y me supuran las ganas de devorarlo a besos. ¡Por Dios!
No le veo
el lado malo a la situación. Al final, le quería para mí, que estuviésemos los
dos solos y nada más, charlar, reír, mirarlo, o perderme en sus labios más de
una vez. Así que no me queda de otra que disfrutar del resto de la noche. De
nuestra noche.
—Vaya, Shiraz...—musito,
estudiando la botella que aún sostengo en mis manos.
—...Del valle de Barossa—añade, con una
sonrisa—. ¿Quieres un poco?
—Por
favor—asiento, y él llena ambas copas hasta la mitad—. Este fue el primer vino
que probé cuando joven.
—Es
bastante bueno. Es uno de mis favoritos.
—¿Y lo
tenías aquí, en el estudio?—pregunto, mirando a nuestro alrededor. En busca del
pequeño armario, o compartimiento del que sea que haya sacado las mantas, la
botella y nuestro par de copas.
Una
risita se le escapa.
—Suelo tener algunos de mis licores favoritos
por aquí—admite, antes de dar un sorbo a su copa. Le imito—. Y claro, además de
que un pajarito me había dicho que éste era uno de tus favoritos también.
Vaya,
otro ‘pajarito’.
—¿Y cuál de todos?—me burlo—. Uno de
los cinco habrá sido.
—Prometí mantener anónima su identidad—dice, al
cabo de sus exquisitas carcajadas. Da otro trago y sus ojos se abren amplios,
como si algo que tenía que recordar hubiese llegado a su cabeza—. Oh, no.
Espera un momento...
—¿Qué?—interrogué.
Pero él ya se había alejado de nuevo.
Entonces,
una melodiosa pieza de música se apodera de nuestra atmósfera. El estómago se
me estremece de emoción cuando identifico la canción; The Way You Look Tonight. Frank Sinatra inicia los vocales,
vertiendo su alma en la canción. Y me recuerda por qué esa canción, entre
muchas otras, es una de mis favoritas. Me pregunto si el dato se lo habrá
pasado otro de mis pajaritos.
Michael
vuelve a tomar asiento junto a mí, más cerca, y me siento completa de nuevo.
—Hacía falta la música—murmura
alzando las cejas.
—Michael, a tu lado, no hace falta
nada más.
El
comentario colorea sus mejillas.
—...Por nuestro aniversario—musita orgulloso,
tendiendo frente a él la lujosa copa con vino. Le miro y no puedo con mi gesto
petrificado, no puedo dejar de sonreír.
—Por nuestro
aniversario—le imito alzando mi copa a la par—. ¡Oh! Y por tu cumpleaños
también, cariño.
—...Está
bien—finge quejarse—. Por mi cumpleaños también.
Nuestras
copas chocan en un leve tintineo, y ambos bebemos hasta el último sorbo de
vino.
Aún con
el sabor delicioso que el líquido deja en mi boca, me acerco hacia él y me
inclino para besarle sin soportarlo más. Su mano acoge mi nuca, y nuestros
labios se unen en un lento, sutil, y delicioso movimiento. Me quedo ahí,
adherida a él, sin mover mis labios siquiera pero sí sintiendo cómo las grietas
de su piel se adhieren justas a las mías. Cuando por fin me alejo, no me
dispongo a otra cosa que mirarlo y perderme en él, pero no me es posible aún
abrir mis ojos en su totalidad.
—Siento tanto haber tenido que trabajar esta
noche...—suena dolorosamente triste, más de lo que yo hubiera podido aceptar.
—No me importa, Michael—le sonrío, con un poco
de timidez—. Valía la pena esperar... Y no me refiero sólo a esta noche.
En su
mirada comienza a brotar un atisbo de felicidad.
—Pequeña... ¿Bailarías conmigo?
No
aguardamos por mi respuesta, ninguno de los dos dice nada más.
Con mis
ojos ya humedecidos, él me ayuda a ponerme de pie tendiendo una mano en mi
dirección. La tomo sin vacilar, perdiéndome en sus ojos risueños sólo por un
momento, y alargo la otra hasta posarla sobre su hombro relajado. Él me toma de
la cintura con toda fragilidad para ceñir mi cuerpo hacia el suyo, me abraza
con todo el tacto que le es posible, y lo único que soy capaz de sentir desde
su roce, es su mano descansando contra mi nuca, que me incita a apoyar mi
cabeza contra su pecho.
La música
suena más melodiosa que nunca a nuestro alrededor, él se mueve en sincronía, y
guiándome, dejamos que el envolvente sonido nos lleve consigo. No pienso en
nada más, salvo sus impecables movimientos adueñándose de los míos. Y madre
mía, Michael baila tan bien. Tanto, que no hago el mínimo esfuerzo por seguirle
su paso. Él simplemente sabe qué hacer, cómo hacerlo, y el momento en el que
tenía que ser.
No hay
sitio para nada más.
—...Me gusta que la música me haga no pensar—le
escucho susurrándome al oído. Seguro de sí, como si naturalmente hubiese leído
mis pensamientos.
Sonrío
aún con mi mejilla descansando sobre su pecho.
—Creo que ésta es la primera vez que bailo
contigo—confieso, reprimiendo una sonrisa. Casi puedo escuchar cómo se acelera
su corazón.
—...Hoy será una noche de primeras
veces.
Y
suspiro, como me es posible. Aterrada, pero también excitada por lo que su
comentario pudiese suponer. Pero por alguna razón, no me apetece dar tantas
vueltas al asunto. No, si aún no había seguridad.
—Las primeras veces son las últimas
en ser olvidadas—añado al final.
La
canción termina, y con su brazo extendido, él me invita a girar sobre mis
talones. Luego de festejar para mí misma el que mi torpeza no me haya
traicionado, vuelvo a acercarme a él, como antes, abrazándolo y volviendo a
aspirar completamente su delicioso perfume. Un par de segundos de eso, Stevie
Wonder reclama presencia con una melodía relajada.
Es cuando
alzo mi vista en busca de sus ojos atolondrados.
—Quiero jugar un juego—susurro
levemente.
—¿Ah, sí?—pregunta frunciendo el ceño, pero sin
dejar de mecerse y guiarme en una serie de movimientos—. ¿Qué juego quieres jugar?
—Con los chicos lo inventamos hace tiempo. Se
llama “Hazme sentir especial”
Su
respiración se ilumina con una risa pequeña.
—¿”Hazme sentir especial”?—pestañea confundido—.
Suena interesante, ¿De qué se trata?
—Ambos
decimos algo de lo que nos sintamos tristes o avergonzados... y el otro tiene
que decir unas palabras de aliento, de amor. Haciéndonos sentir especial.
Finge
pensarlo por unos segundos.
—De acuerdo, suena
sencillo, Rach.
—Bien—asiento—.
Sólo... un pequeño detalle.
—Dime.
—Como eres
nuevo en esto, tú tendrás que comenzar.
Michael
detiene sus movimientos sin avisar. Me deja ir, y manteniendo su mirada clavada
sobre la mía, se inclina para tomar la botella de vino del suelo, y volver a
verter hasta la mitad de ambas copas de cristal. Cuando termina, vuelve a
incorporarse con una copa en cada mano, tiende una en mi dirección y cuando la
tomo, su brazo vuelve a rodear con elegancia mi cintura.
—Está
bien... Déjame ver.
Aclara su
garganta antes de continuar.
—Muy bien, ya tengo uno.
—¿Sobre qué es?
—Ocurrió en la entrega de Premios Grammy del
’86...—parece sonreír con la simple idea de recordarlo—. Estaba seguro de que We Are The World ganaría el premio al
Mejor Álbum del Año. El caso es que... Quincy, Lionel y yo subiríamos al
escenario a aceptar el premio. Quincy, al ser el productor del álbum, daría el
discurso de aceptación pero... yo, quería jugarle una broma.
—Dios mío, Michael. ¿Qué le hiciste?
—De
acuerdo, Frank y yo hablábamos días antes de la entrega de premios, de todo y
de nada. Y ha surgido el tema de la vida de artistas como Frank Sinatra y The
Beatles, y hablamos de que sus representantes solían contratar adolescentes
para que gritaran y lloraran al verlos en sus apariciones. Ya sabes, esos
jóvenes que lloran, se desmayan, y sollozan... era un verdadero golpe maestro
de las relaciones públicas.
Abro mis
ojos amplios. ¿Es verdad?
—Yo no tenía ni idea de ello. ¿Es en
serio?
—Bueno,
Frank mencionó a The Beatles, pero yo no creo que ellos lo hicieron. Otros
artistas sí, pero ellos, no lo creo. En fin, yo sólo quería causar una
verdadera conmoción sobre el escenario y... ¡Quise robarle un poco de
protagonismo a Quincy a la hora de recibir el premio! Pero no por querer
arruinar su noche, ni mucho menos... Él y yo tenemos ese tipo de amistad en el
que hacer todo tipo de bromas es válido.
—¿Y era válido también en frente de
medio millón de personas?
—El juego trata de decir algo de lo que nos sintamos
avergonzados, ¿No es así?—me lanza una mirada de indignación—. No es que esté
muy orgulloso de esto, pequeña.
—Está
bien, tienes razón...—admito—. ¿Se puede saber en qué consistía tu malvado
plan?
—Muy
simple...—sonríe—. El plan consistía en tener a una adolescente que subiera
corriendo al escenario y se abalanzara sobre mí cuando yo estuviera justo al
lado de Quincy. Bill, y todo mi personal de seguridad estaría preparado para
dejarla conmigo unos segundos, y después retirarla del escenario. Yo sólo tenía
que reaccionar con sorpresa y nerviosismo... Y, dado que los Grammy se
televisan internacionalmente, todo mundo sería testigo de esa escena, y el
discurso de Quincy sólo sería pasado por alto.
Esta vez,
da el sorbo restante de su copa. Le imito y la termino también. Ambos dejamos
las copas sobre la moqueta y ya con las manos libres volvemos a tomarnos como
lo hacíamos antes, acorde con el ritmo de la música.
—A veces puedes llegar a ser demasiado
travieso, Michael—le reprendo, seria—. Y dime, ¿Tu plan funcionó? No recuerdo a
ninguna chica subiendo al escenario en esa premiación... Y en verdad lo
recordaría porque Monica hubiera muerto si hubiera visto eso por televisión.
Se bufa,
recalcando lo obvio.
—En
realidad a eso quiero llegar. La noche de los premios... Cuando por fin We Are
The World fue Mejor Álbum, sólo recuerdo a Frank a un lado de mí, sonriendo de
oreja a oreja, con su famoso puro colgando de su boca. Entonces, Lionel, Quincy
y yo subimos, tal como estaba planeado y, mientras Quincy estaba dando su
discurso de aceptación, yo no dejaba de balancearme nerviosamente, mirando
ansioso, como preguntándome cuándo diablos iba a hacer su gran aparición
aquella chica. Ni siquiera puse atención al discurso de Quincy, no oí nada, no
me di cuenta cuando me agradecía por el trabajo que hicimos Lionel y yo… Nada.
Después, cuando volvimos tras el escenario, Yo sólo preguntaba “¿Qué pasó? ¿Qué
demonios pasó?... Estoy ahí, esperando y esperando… Y, ¿Nada?”. Resultó que la
chica no pudo abrirse paso entre los reporteros y fotógrafos que estaban a un
pie del escenario... Lo único que pensé al final fue que tal vez la broma fue
para mí.
—El karma
puede ser bastante fastidioso a veces, ¿No es cierto?—me río en frente de él.
¡Oh! ¡Su hermosa cara de arrepentimiento!
—No te
imaginas... Y los próximos días a esa noche, en los periódicos no dejaron de
aparecer los comentarios sobre mis notables “ganas de ir al baño” mientras
aceptábamos ese premio.
Suelto
algunas carcajadas sin dejarlo terminar. ¡No puedo creerlo! ¿Lo recordaba?
¿Recordaba aquello? No puedo esperar a volver a casa y preguntarle a Monica si
aún conserva la grabación del momento.
—Está bien, Rach. Puedes reír. Que de todas
formas, es ése el objetivo del juego—espeta fingiendo seriedad.
—Oh, no, no,
Michael, lo siento... Es sólo que, ¡No puedo creer que esa chica no haya
logrado llegar a ti! No sé qué tanta gente haya habido en ese momento bajo el
escenario pero... ¿Sabes algo?
—¿Qué?
—Si se
hubiese tratado de mí, no me importaría cuanta persona estuviera en mi camino...
Simplemente me abriría paso hacia ti...Y... ¿Sabes algo más? Yo no te abrazaría.
Inmediatamente me dirigiría a los labios.
Con mis
brazos ya rodeando suavemente su cuello me acerco hacia él, con cuidado de no
hacerlo demasiado, no aún. Y sólo con el propósito de embriagarme con la escena
de Michael humedeciendo sus labios con el paso de su lengua.
—...Pienso
que—continúo con nuestras frentes unidas, y mi voz chocando contra su piel—, ni
todo tu equipo de seguridad junto hubieran podido despegarme de ti en ese
momento.
—...No
hubiera siquiera permitido que lo hicieran.
Termina
de decir sin prolongar más el momento, y deja un suave beso contra mis labios.
—¿Tu turno...?
Nuestro
pequeño juego continúa y nuestras carcajadas también. Disfruto de cada segundo
que su voz aparece anhelante al lado de la mía, cada confesión, cada secreto,
cada peso que se nos desvanece de encima por desahogarnos ante el otro. Conocer
aún más de lo que ya sabía sobre él... Es lo mejor que pude haber pedido para
la noche de nuestro aniversario.
Pasando
por el divorcio de mis padres, sus primeros años en Motown y en la música, mi
no tan increíble y secreto desprecio hacia Emily, sus sueños perdidos, sus
decepciones y sus salvaciones también. Su pasado, el mío, las coincidencias y descubrir
con cada turno el que, por una razón u otra, tarde o temprano él y yo nos
íbamos a encontrar.
Me
encantan los recuerdos hilarantes, los vergonzosos aún más. Pero el repertorio
se va terminando y, con el efecto que sé que el licor comienza a ejercer sobre
mí, me siento más que preparada para cambiar el curso de nuestros comentarios.
Michael
pregunta por mi turno de nuevo, y jamás una cuestión me atormentó más.
—Todas mis relaciones...—susurro con mi mirada adherida
a mis pies—. Cada una de ellas, ha terminado porque mi pareja me engaña con
otra persona.
Siento
como se entume luego de escucharme. Sé que la música continúa sonando, pero en
mi cabeza hay un terrible vacío zumbando y nada más.
—E-eso... no puede ser cierto—su voz
vuelve a reclamar mi atención.
Me burlo
de la miseria que hay en mi confesión.
—Hace unos años, salí con un tipo llamado
Barry. Me engañó con mi mejor amiga de la preparatoria, y poco tiempo después
me pidieron ser dama de honor de su boda—mi voz se esfuma abruptamente. Alzo mi
mirada, y me topo con sus ojos turbados en frente de mí—. Luego de ello, salí
con otra persona. Paolo. Dos semanas después, Phoebe me confesó que había
intentado algo con ella... Después, ocurrió lo de Ross y... ¿Hace falta que
explique eso de nuevo?
—...No.
—Ahí lo
tienes—añado con sequedad—. Todo eso... todo es verdad.
Por
primera vez, de su mirada presiento algo distinto a la preocupación. Es
tristeza, impotencia y decepción. Niega de pronto como si estuviese harto.
—Es que eso no...—su voz tambalea—.
No tiene sentido. ¿Cómo es que...?
—No lo sé, Michael—inspiro con cuidado,
conteniendo el nudo que comienza a formarse en mi garganta—. Llegué a creer que
había algo en mí. Algo que mis parejas encontraban incorrecto en mí. O, quizá,
que el no tener el reflejo de la buena relación de mis padres me perjudicaría,
y que no tendría derecho a una relación... normal.
Dejamos
de movernos, la música ya no nos pide bailar. Me detengo y sujeto del cuello de
su camisa con urgencia, como si mi equilibrio dependiera de ello.
—Y ahora... te tengo a ti...—se me quiebra la
voz—. Y creo que incluso te amo más de lo que alguna vez llegué a amar a
alguien más y... Te amo, Michael. Te miro y sencillamente te amo y me aterra.
Me aterra que tú...
—...Ni siquiera termines esa
oración. Te lo ruego.
Me quedo
enmudecida con su tono de voz. Lo miro y se nota aprisionado por el terror.
—Yo no podría... Escúchame—intenta acercarse
más a mí—. Yo no podría lastimarte de esa o de alguna otra forma, Rachel.
Jamás, nunca. Quiero decir, ¡Tan sólo, mírate! ¿Crees que podría hacerte
sufrir? ¿Lastimarte?
—Michael...
Lucho por
aclarar las ideas dentro de mí. Trato... pero no tengo nada más para decir.
—Eres la primera mujer a la que he amado con
esta magnitud, Rachel—toma con suavidad de mi mentón, reclamando por mi
atención—. Y que quede bastante claro, que he llegado al punto en el que no
puedo imaginarme sin ti. No dejo de pensarte, de desearte, de necesitar estar cerca
de ti, de... esperar a que se llegue la noche para poder compartir mis sueños
contigo.
Escucho
con desenfreno su voz ya destruida. No me lo puedo creer, le miro y siento el
camino que traza una insoportable lágrima que pasa por mi mejilla.
—Esto es para siempre. No dejes de estar segura
de ello, Rachel. Porque no será de otra forma. Estoy seguro de ello... Lo sé—hace
que pierda de vista toda esa conmoción que encuentro con su mirada al tomarme
entre sus brazos sin preguntar. Rodeo su cuello con mis brazos débiles,
aturdidos aún por el alcohol, restriego mi mejilla contra su pecho y siento mi
cuerpo encogerse con el tacto de sus brazos aprisionando mi espalda. Segura de
que no podré dejarle ir—. Y... creo que... es mi turno ahora.
¿Qué?
—Michael...—alzo mi mirada para
encontrarle—. No tienes que...
—...Sí—me interrumpe, severo—. Sí
tengo.
Le miro
con mis labios entreabiertos, aún en mi intento por comprender. Su mirada se
vuelve hacia nuestros pies, y muerde con urgencia su labio inferior.
—E-estoy seguro de que... has notado, desde el
día que me conociste y hasta ahora, la forma en que mi piel se ha... ido...
emblanqueciendo.
—¿Qué...?—niego
con dificultad—. Michael, yo no...
—...Por
favor... Por favor, no lo niegues. No así...
Continúa
con su semblante pasivo y destrozado, y una vez más, aguarda por mi
contestación.
Evoco en
mi mente la primera escena, nuestra primera presentación. Pasando por nuestra
primera salida en Nueva York, la primera cita, el primer abrazo, el primer
beso, los primeros meses que me tuve que separar dolorosamente de él. Sus ojos
alegres siempre presentes, siempre insinuando su cariño hacia mí, siempre
haciéndome sentir protegida con su presencia, sintiéndome completa. Pero, nada
más. ¿Era cierto? Luego de todo este tiempo... lo que me dice ahora, ¿Es
verdad?
Mis ojos
arden con la sensación de que más lágrimas saldrán.
—Tengo una enfermedad que...
destruye la pigmentación de mi piel.
Siento
una punzada atroz de ansiedad en mi pecho. No...
—Se llama vitíligo, y elimina el color de mi
piel...—continúa, inexpresivo—. Se deshace de él, y no puedo controlarlo. Me
vino desde hace varios años atrás y, al parecer lo he heredado de mi abuelo
paterno. De toda mi familia... sólo yo—entonces su mirada vuelve hacia mí, y
siento alivio momentáneamente por encontrármelo de nuevo—. Me he tratado,
pero... es algo que no se detendrá. Que no va a parar y... que seguramente,
empeorará.
—M-Michael...
Pero...
Pestañeo
con aturdimiento mirando hacia su pecho. Buscando respuestas, salvación,
aliento, una mísera razón para no romper en llanto frente a él ahora mismo.
—Y sin ser sólo eso, la condición no sólo
ocasiona aquello, sino que... que... me deja... la piel llena de manchas. De
tonificaciones diferentes... Dispersas por todo mi cuerpo. Es algo que
simplemente no puedo evitar...
Las
lágrimas comienzan a correr por mis mejillas, y me es insoportable el dolor que
supura por saber que Michael, que este hombre tan hermoso y perfecto pueda
llegar a sentirse así. ¿Dónde diablos he estado yo? ¿Cómo es que no he podido
abrir mis ojos ante su realidad? Mi amor... saberle así es más de lo que podría
soportar. La imagen es deplorable, destroza todo mi ser.
—Es por esto que no he tenido relaciones
contigo, Rachel...—sisea sin aliento—. Porque no me he podido permitir la idea
de que tú... me veas... así. Con...—extiende sus manos por la superficie de su
cuerpo, como queriéndome mostrar y no sólo explicar.
Tomo sus
dos manos interrumpiendo sus movimientos y sus ojos, humedecidos, encuentran
los míos. Ahora puedo verlo... Dios santo, ahora todo cobra sentido.
—¿S-sientes... dolor?
—No...—me susurra con ternura, tendiendo sus
brazos abiertos en torno a mí y permitiéndome retomar el lugar que tanto me
cuesta abandonar—. Sólo el dolor de saber que he sido un imbécil contigo. De
haber sido un cobarde... por no haberlo mencionado antes... por miedo.
—¿Miedo?
¿Miedo de qué? ¿De mirar tus defectos?—mis ojos reclaman su atención, por fin
se da cuenta de mis sollozos y de mi semblante destruido—. Amor, por Dios... tu
único defecto es pensar que tienes defectos. Es el único, ¿Me entiendes?
Conforme
siento el riesgo de que su mirada pudiese abandonar la mía, voy tomando de su
mentón con suavidad. Le atraigo cada vez más hacia mí, me aproximo hasta sentir
su respiración agitada chocando contra mis propios labios.
—¿De qué otra forma podré hacértelo entender?—inquiero,
y puedo sentir cómo él estudia mis ojos y mi boca, uno a la vez—. Que te amo,
Michael. Con un demonio, amo todo lo que eres, cómo piensas, quién eres, la
forma en la que actúas... tus ojos, tu voz, tu ser entero, ¡Tu presencia!...
Dímelo, ¿He hecho un pésimo trabajo hasta ahora? ¿O es que no te lo he dicho lo
suficiente? Porque si es así el caso, quiero saber qué más...
Un beso
desesperado acalla mis palabras. Con sus manos tomando firme mi rostro entero,
aprisionándome a seguir a más. Me roba el aliento y mis pensamientos junto con
mi explicación inconclusa se marchan al olvido.
—Todo este tiempo...—titubeo como tengo la
oportunidad, con mi aliento al borde del colapso—. Todo este tiempo creyendo
que... no querrías tener relaciones conmigo porque no te gusto lo suficiente...
por no... llegar a ser...
—...No
digas tonterías—me corta amenazante aún con su frente apoyada en la mía.
—No lo
son—me excuso—. Es sólo que he...
—Y nada.
Ya no más.
—¿Qué?
Se
incorpora con pasos veloces hacia los controles de sonido, me le quedo viendo
aún varada desde el mismo lugar, y la atmósfera y toda esa melodía mueren en el
mismo momento. Reacciono y lo ubico volviendo con la misma velocidad hacia mí.
—Así es...—toma mi mano y comenzamos a andar—.
Ya no más. Ya no puedo soportar una bendita noche más sin haberlo intentado.
—Pero...
Michael...—me agito por nuestro andar apresurado. No le sigo, no termino de
entender—. ¿Qué estás...?
Se
detiene en seco, y gira hacia mí. Sus ojos... sus ojos brillan de placer.
—...Que lo vamos a hacer—espeta
seguro de sí—. Lo vamos a intentar.
Y tira de
mí con desdén, llevándonos al exterior, a cruzar los jardines enteros y oscuros
entre pasos torpes, veloces, y más deseosos de sí. No me importa el terrible
frío que choca contra mí mientras atravesamos el huerto y los plantíos, no me
interesa caer ni atragantarme con mi respiración frágil y agitada, no me
interesa preguntarle o decirle nada más. En mi cabeza tan sólo se planta el
deseo de seguirle, como quien había buscado a gritos todas esas respuestas,
todas esas benditas ganas de probarle las infinitas formas de amor que siento
por él. Como quien desde hace tanto tiempo, en su cuerpo, había encomendado el
deseo.
Su mano
sujetando la mía. Mi sonrisa congelada y mi interior comenzando a palpitar. Y
si me encontraba en un maldito sueño, no quería que nadie, en absoluto, me despertara.
Nuestra
habitación aguarda por nosotros, intacta, vacía. Apenas al entrar, Michael
vuelve a besarme con urgencia, tomándome desprevenida por la cintura,
reduciendo mis posibilidades a enterrar su rostro entre mis manos para poder
halar de él y adentrarme más, deliciosamente más. Un gemido se me escapa,
marcando el final de mi aliento enardecido, y el sonido se combina con el de la
puerta cerrándose detrás de sí, y poniendo el seguro casi al mismo segundo. Ni
por error se detiene. Nuestros labios continúan devorándose, nuestras lenguas
siguen conociéndose dentro, sintiéndose, y yo no hago sino alimentarme de la
dulzura que el licor aún había abandonado en cada una de las grietas de su
piel.
La
necesidad permanece ardiendo en cada resquicio de mi piel, y el borde de la
cama choca detrás de mis rodillas. Entonces él se detiene, me obliga a
aguardar, a que mi mirada se vuelva a extraviar en él mientras ahora se ocupa
de atar sus rizos en una pequeña coleta a la altura de su cuello.
—A-atas tu cabello...—jadeo hacia
él, sin aliento alguno.
Sus ojos
vuelven a arder, la luz que nos rodea es tenue, casi extinta salvo por los
rayos de la luna atravesando el ventanal, pero aún así puedo encontrar esa
misma llama avivándose dentro del café de sus ojos.
—Algo asombroso está a punto de suceder—murmura,
volviendo a adentrarse a mi boca.
Y le
siento tirar de mi labio inferior, cuando una desgarradora alerta despierta de
pronto.
—Michael... Sabes que... no
tienes que hacerlo si no...
—...No,
no—me ataja de golpe, con sus ojos preocupados—. Quiero... deseo hacerlo.
Vuelve a
allegarse hacia mí, despacio y decidido. Sus labios toman nueva posesión de mi
boca, pero con un atisbo más grande de dulzura, de eterna ternura y necesidad.
Puedo saborearlo más de cerca, sentir los relieves de su carnosidad, dejarle
apoderarse del interior de mi boca con la ansiedad que depura su lengua. El
corazón me martillea agresivo por dentro, y puedo sentir el bombeo feroz de mi
sangre por todo mi interior. Algo despierta junto con mi deseo, y la excitación
apoderándose de mi ser se multiplica con el sonido de su chaqueta, cayendo
detrás de él contra la moqueta.
Nuestros labios
se separan por un par de centímetros y le observo abrir los primeros botones de
su camisa. Le miro extasiada, enteramente alucinada, hasta que sus movimientos
cesan con lentitud.
—Está... casi por todo mi torso... Y
en mis brazos hay...
—...Ey...—sello
sus palabras con mi índice pegado a sus labios—. Eres perfecto, ¿Me escuchas?
Lo hago,
sin esperar un momento más. Alzo mis manos con cuidado y las dirijo a los
botones de su camisa para desprender cada ojal, tomándome el tiempo necesario
en desabrochar cada uno, y alentándome un poco más a cada instancia en que le
siento estremecer. Él me lo permite sin titubear, y cuando termino, soy
entonces capaz de ver el primer atisbo de piel que se encuentra al centro de su
cuerpo, y aún detrás de su camisa desabrochada. Sintiendo todavía sus ojos
quemándome y fulminándome delante de mí. Yo no me permito quedar en la deriva o
no le quiero dejar ir a él sólo, así que me saco la blusa de un solo
movimiento, dejándola caer a un lado de mí.
Se aleja
un poco, y no puedo apartar mi vista de sus ojos vidriosos analizando mi
sujetador. Ya no puedo soportarlo más, ni un solo segundo.
—Q-quiero... que me toques, Michael.
Y lo hace
sin más, me obedece y le siento pasar sus manos por la superficie de mis pechos
con sus dedos esbeltos. El beso que ahora me da es exigente, su lengua,
exquisita, y el roce combinado con sus manos tomándome, y ciñéndome con más
fuerza hacia él me tienen al borde del colapso. Si antes he creído que lo
podría soportar, que podría soportar sus caricias, que imaginar sus manos
rozando y descubriendo la piel de mis pechos me ayudaría a sopesar la realidad,
estaba completamente equivocada. Esto es más... es infinitamente más de lo que
nunca había creído.
Instintivamente
me muerdo los labios cuando mis manos se tienden en torno a su cuello, y con
sumo cuidado las deslizo a la altura de sus hombros por debajo de su camisa
para hacer la tela ceder, dejando su torso, su belleza al descubierto y algunas
máculas de existente diferencia de tonificación en la superficie de su piel. No
le sería posible ser más perfecto, jamás.
—Y
lo eres... Eres perfecto.
—Mi vida...—jadea, oprimiendo un
suspiro—. Te amo tanto...
Aún
absorta, continúo palpando su piel, y me inclino para besar lentamente la ruta
trazada entre su cuello y su torso. Comienzo a jugar con mis labios rozando
cada parte de él, cada tonificación que le pertenece, cada rasgo perfecto, sin
límite ni prohibición alguna, sin intención alguna de entumecer su tacto. Le
quiero asegurar cuánto le amo, cuánto le había necesitado hasta ahora, ¡Cuánto
había anhelado este momento antes! Y la verdad es, que apenas estaba
comenzando.
Siento
que mi falda finalmente ha tocado el piso, y me dispongo a tirar suavemente de
su cuello, pero finalmente, es él quien nos conduce a ambos hacia la cama. Me
recuesto y aguardo por él, inundándome con el sonido de la hebilla de sus
pantalones tocando el fondo también. Resultándome ya en sí placentero hasta lo
indecible saberme semidesnuda frente a él, anhelándole, y con uno siguiendo los
pasos del otro hacia el abismo de dejarnos ir. Hasta que siento su peso
hundiéndose también contra el colchón, y separo mis muslos para recibirle, y dejarle
caer su peso entero en medio de mi cuerpo.
Entonces
lo quiero con todas mis fuerzas; quiero sentir sus dedos desabrochar mi sostén,
y mirarle deshacerse del último atisbo de decencia que poseo.
—Hazlo...
Michael...—musito, devolviendo un rizo rebelde a su lugar. Con mi voz
irreconocible, sabiendo que sus manos se encuentran en mi espalda, expectantes
por la única posibilidad. Porque mi espalda se arqueé para que él pudiera
continuar—. Por favor...
Y hace mi
sostén desaparecer, mientras su lengua vuelve a hundirse de lleno a mis
sentidos, perforando mi boca, como quien busca en otros labios una razón para
amar.
—Dios mío... E-eres... eres
preciosa... Perfecta.
Mi piel
se eriza con nuestros torsos desnudos sintiéndose uno sólo, con el severo roce
de mis pechos irguiéndose contra su piel. Entreabro mis labios con el frenesí
que me provoca cada arrebato de aliento, cada bendita y placentera sensación
que Michael produce en el más oscuro abismo de mi deseo por él. Quiero gritar,
maldecir, suspirar, sentirle inmerso en mí. Lo quiero todo, lo necesito a él.
Preciso del eco de nuestros gemidos ocupando el espacio, con él, conmigo,
asesinando el vacío y la oscuridad de esta habitación.
Mis uñas
dañan su espalda y sus labios devoran mi cuello y, por primera vez, sus ojos
son testigos de cómo mi vientre humedecido en nuestro propio sudor se contrae
para contener el placer, de escuchar la erótica sinfonía que brota de ambos con
cada jadeo, con cada susurro, cada ‘te amo’ o cada ‘te necesito’ que me asegura
a cada nueva instancia, que él y yo, estábamos hechos el uno para el otro. Que
me dejaba perpleja de todo el tiempo que habíamos aguardado para este momento.
No
necesitamos hablar, pues nuestras respiraciones agitadas y alientos fundidos
dirían más de lo que queremos.
Sus manos
explorando la totalidad de mi cuerpo debajo de las sábanas, mis dedos dibujando
siluetas invisibles por la superficie entera de su cuerpo desnudo, aguardando
por mí. Mis piernas enredadas alrededor de su cintura y nuestras bocas sin
tener la fuerza de separarse ni por la mínima fracción de segundo. Su tacto
descendiendo hasta llegar a mi sexo humedecido con la desesperación de
deshacerse de mi única prenda y el sonido de un pequeño sobre metálico
rompiéndose, con los trozos restantes cayendo a sólo centímetros de mí. Sus
mejillas deliciosas y coloradas. Promesas, sueños, amor. Belleza en sus ojos marrones.
Y un
suplicio... un ruego que se proyecta en sus pupilas dilatadas, antes de
continuar.
—Rachel...
—Michael...—sonrío, tomando de sus mejillas
entumecidas para mantener su rostro a sólo milímetros del mío. Asintiendo a la
par, añorando que continúe—. Te amo...
Mi cuerpo
se arquea involuntariamente. Mis brazos se anclan a sus hombros con suma
urgencia... Y sé que ha sucedido.
Michael
dentro de mí.
Unidos,
hambrientos de más.
Mis ojos
y los suyos coincidiendo.
Juntos,
amándonos, dejándonos llevar.
Mi
corazón suspira una y otra vez al ritmo de un frenético vaivén que se prolonga
por horas, por propias horas de mi paraíso personal. El cielo y el averno en la
horizontalidad de nuestros cuerpos; lujuria en miradas, caricias y besos. Así
como ardientes son los espasmos que estremecieron nuestros cuerpos al
entregarnos, al fusionarnos al ritmo cóncavo y convexo. Como ardiente es el
placer compartido, juntos somos jadeos, juntos somos orgasmos repetidos que nos
hacen volar entre galaxias.
Ahora sé
que Michael haciéndome el amor es nuestra vuelta de hoja.
Nuestro
destino, una historia en la que sólo las palabras más exquisitas permanecen;
con cada beso representando una línea cursiva, o cada caricia dibujando una
hermosa frase redefinida. Porque ya no habría vuelta atrás, tal y como él lo
había dicho, me encuentro en un punto sin retorno en el que llegaría a
renunciar quién soy yo sólo por él, por su mera existencia... Y si tan sólo
hubiese comprendido lo que se siente ser suya, ¡Lo que significa que hagamos el
amor! Hubiera sabido inmediatamente que es para esto que he estado viviendo
hasta ahora. Todo este tiempo.
Gemidos
deliciosos...
Y de esa
forma tan hermosa, tan natural, me hice entera y completamente... suya.
¡Katiaaaaaa!
ResponderEliminarNo puedo con lo que acabo de leer. Cada vez que me pongo al corriente no dejo de sorprenderme con lo buena que eres. Este capítulo ha sido lo mejor. LO MEJOR. No puedo ni siquiera empezar a decirte lo mucho que me gustó. Lograste describirlo todo de forma tan perfecta... Eres increíble.
Te quiero mucho, amiga. No puedo esperar a leer más.
Julia
Pobre Monica :(
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