El paso
del tiempo jamás había sido una cosa que repercutiera en mí, hasta no detenerme
a pensar en ello.
Pero no
había duda de que estaba disfrutando de todo.
Mayo, 1992
Disfruto
de mi tiempo con Michael de cualquier manera posible, inimaginable. Adoro la
forma en que luce su cabello recién al despertar, la manera en que nuestros
cuerpos siempre tienen que amanecer uno anudado hacia el otro. Los besos que él
despide a cada mañana son míos, y sus ojos cansados que develan al llegar a
casa por la noche el tiempo que ha estado trabajando en el estudio también. Su
mano está unida a la mía casi todo el tiempo, tocándola, o simplemente
paseándose por todo mi cuerpo cuando me encuentro usando una de sus camisas
enormes y le resulta más fácil hacerlo. Los domingos son para nosotros.
Mañanas, tardes, y noches enteras en las que ni de broma nos apetece salir de
la cama. Hemos cocinado y hecho peleas de comida en Neverland portando nada más
que nuestra ropa interior, y disfruto de su actitud de “No me importa un
demonio” como una loca desquiciada que no puede dejar de desearlo sin más.
Me
encantan los días excitantes que paso con él, con nuestro deseo andando.
Las
tardes de las películas que no podemos mirar hasta el final porque siempre
terminamos besándonos son las mejores, porque él es mi “sólo sucede en las
películas” tipo de fantasía. Me enloquecen sus besos de buenas noches, cada uno
de ellos. Sus besos felices, los deseosos e insaseables, los pequeños y tímidos también. Las lágrimas
que ambos soltamos si acaso tenemos el atrevimiento de llegar a pelear, y la
forma en cómo al final de todo él se ocupa de limpiarlas antes de que lleguen
al borde de mi mejilla. El cómo ésa sal se convierte en felicidad luego de eso,
y ambos terminamos llorando al instante en que lucho por volver a aferrar mis
brazos alrededor de su cuello entumecido, ciñéndolo hacia mí.
Sus
sonrisas me asesinan; completamente. Como las que me da cuando algo sale bien,
cuando algo increíble sucede; idéntica a la que me obsequió en el instante en
que le arrojé la noticia de que mis días en Central Perk habían terminado, y
que un nuevo trabajo me abriría las puertas para poder estar mucho más tiempo
cerca de él, y el cómo él no terminaba de creerlo, hasta que tuve que jurarlo a
base de lágrimas de felicidad a su lado.
Igual, no
cambio por nada sus días de “Déjame sólo”, pues me queda simplemente añorar
estar con él, y asegurarle que todo estará bien, absolutamente, que él está
conmigo y que yo lo protegeré de cuánto sea que pueda sucederle. Me encanta y
muero por besarle exactamente como sucedió la primera vez. Su voz tediosa a las
cuatro de la mañana que me recuerda cuánto me quiere. Sus carcajadas que llegan
a durar hasta cinco minutos por la más grande tontería que mis amigos pudieran
inventar. Amo cómo él se preocupa por ellos, adoro que seamos su familia, y que
él encuentre su lugar con todos nosotros también. Que cuide de Monica y Phoebe
como si jugara el papel del hermano mayor, como si Ross fuese su mayor amigo de
toda la infancia, o como si los chistes de Chandler y Joey fueran lo que
necesita a lo largo del día para sonreír.
Le amo,
le amo por todo.
Y le
quiero en diez años más, le quiero a los setenta años, a los ciento seis.
Quiero discusiones de “Sólo cállate y bésame”, peleas en las que me quiero ir,
me toma del hombro y lo próximo que siento son sus labios sobre los míos.
Quiero susurros de “No voy a dormir hasta que tú puedas dormir”, o momentos
nocturnos de “No puedo dormir, acércame más a ti”.
Y ahora,
viéndolo, perdiéndome en él al estar a mi lado; tomando el volante e ignorando
el calor de verano a media autopista, sonriéndome a cada par de segundos,
juntos y con los chicos lanzándonos carcajadas desde sus asientos, quiero
agradecerle. Ahora que le tengo, ahora que sé que es mío y que no se irá.
Agradecerle
por dejar que lo único que yo desee sea a él, permitirme amarle, y sentirme
amada también, porque le debo como jamás le había debido algo a nadie más.
El
aeropuerto aparece y la velocidad se hace menor. Entonces mi trance ahí acaba.
—Bien...—Joey murmura despreocupado
desabrochando su cinturón de seguridad. Phoebe sonríe y comienza a imitarle—.
Ahora volvemos, chicos.
—Seguro.
Tengan cuidado—Michael replica mostrando una sonrisa a través del espejo
retrovisor.
Phoebe
cierra la puerta del automóvil luego de que han salido, dejándonos a Michael y
a mí a solas. Me quito mi cinturón también, para incorporarme sobre el asiento
y contemplarle mejor.
—Ha sido una suerte haber llegado hasta acá sin
ningún incidente—musita con las manos aún apoyadas al volante—. Y ese crujido
que escuchamos... Más tarde tendré que echarle un vistazo al motor.
—Ese crujido pudo haber sido algo serio—replico,
quitándome las gafas de sol—. Pero es que te encanta tanto manejar.
—Me
encanta, en verdad—sonríe.
Extiendo
mi mano hacia él para acunar con suavidad la superficie suave de su mejilla.
—Gracias...—susurro—. Gracias por
habernos traído hasta acá, Michael.
—Ha sido todo un placer. No tienen nada que
agradecerme—su sonrisa se acentúa, y la mía le hace segunda al ver sus cejas
asomándose por encima de sus gafas de sol—. Me fascina cuando todos están aquí.
Cuando puedes trabajar aquí, aunque sea por unos días, y cuando los chicos
pueden pasar un tiempo en Neverland. Tenerte para mí, de día o de noche.
Despierta o dormida. El sólo mirarte... Me encanta.
A cada
momento se vuelven más insoportables mis ganas de inclinarme para besarle.
—A mí también.
Su mano
atrapa la mía en su camino por la línea de su mandíbula, y la mantiene ahí por
unos segundos, hasta tomarla por fin y acercarla a sus labios para dejar una serie
de besos delicados a lo largo de mis nudillos. Lentos, y anhelantes. Dejando
que el último se sienta más tenso que el anterior. Entonces el atisbo de
sonrisa que poseía se derrumba de pronto, y su mirada simplemente se cae al
vacío. Aparto los ojos también, y siento mi cuerpo estremecerse de pronto.
Un
silencio se prolonga entre los dos. Como buscando evadir el tema que
necesariamente, ya habíamos tenido que hablar.
—Hablaste con Bill, y los chicos de Pepsi esta mañana—susurro.
Siento
temor en la forma en que un suspiro se le escapa.
—¿No es así?—añado, con una sonrisa
débil.
Finalmente,
se quita también las gafas de sol y, sin decir nada aún, asiente.
—¿Cuánto tiempo?—inquiero, aunque no estoy
segura de querer saber la respuesta.
—De Junio
a Diciembre...—pestañea desganado, mirando nuestras manos unidas—. Comenzando
en Munich, Alemania.
—Vaya...—aprieto
su mano, y ruego por que el nudo en mi garganta no intente crecer—. Eso es muy
lejos.
—Y es
mucho tiempo, también.
Me quedo
sin aliento luego de pasar saliva.
Siento
esa misma punzada que me inunda por querer llorar, por sentirme deshecha cada
vez que tocábamos el tema de la gira, toda esa debilidad que me ocasiona la
remota idea de saber que no podré tenerle luego de tanto tiempo. Pero como siempre,
como la tarea principal y perpetua si lo que había deseado desde un principio
era que nuestra relación continuase funcionando como lo ha hecho hasta ahora,
tenía que ocuparme de oprimir el daño que yo misma me hacía. Las cartas ya
están sobre la mesa. ¿No es así? Él se va a ir, a cumplir, y fortalecer todo
eso por lo que ha trabajado. Diga lo que yo diga, con o sin mí, me parezca o
no. Para mi desgracia.
Entonces
mis opciones se reducen a aceptar, y tratar de hacérselo más fácil. Intentar.
—L-lo sé...—admito, asintiendo con
él.
—Pero, ¿Estás segura, amor?—me mira, suplicante—.
¿En verdad no puedes acompañarme?
—Michael...
—No
espero que lo hagas durante toda la gira. Vamos... Un par de semanas, un solo
país. Cuánto sea, cómo sea me es suficiente.
—¿Y
fallar en mi trabajo?
Frunce su
ceño, preocupado.
—Apenas y he logrado que me transfieran
continuamente de Nueva York a Los Angeles, Michael. Y eso que no les he
confesado a mis jefes que tan sólo se trata de venir a visitar a mi novio—me
acerco más hacia él y tomo su rostro con ambas manos—. Me encantaría. Amaría la
idea. ¿Qué más podría pedir si no es acompañarte? Pero... me temo que no. No
podría. No hasta haber cumplido un año en la compañía al menos para tener un
poco más de libertad. Lo lamento tanto, cariño.
—También
yo. No tienes idea.
—...Saldremos
de esta—enredo mi dedo en uno de sus rizos largos—. Siempre lo hacemos, ¿no?
—Siempre
lo hacemos...—repite entre susurros.
Su leve
sonrisa apenas es perceptible, pero lo es. He hecho que sonriera de nuevo.
—Sé que es algo que tienes que
hacer.
—Y jamás te cansas de apoyarme—termina de
acercarse hasta haber dejado un beso tierno en mis labios. Uno que ya había
necesitado.
—Por
supuesto que no. Además de que...—tiendo mis brazos hacia él, y me entretengo
jugando con el cuello de su camisa negra. Enredando mis dedos entre la tela,
explorando uno que otro ojal, incitándole, haciéndole disfrutar—. Aún quedan
varios días hasta junio... No me imagino la cantidad de cosas que podríamos
hacer.
—Oh, lo sé...—con
su mano, lleva un mechón de mi cabello detrás de mi oído—. Diablos, y si tan
sólo supiera qué podríamos hacer.
Me acerco
todavía más, y ya pegada hacia él, halo de su camisa y le beso, entrelazando
nuestras bocas y permitiéndome tomar posesión de su labio inferior. Se me
escapa un pequeño gemido, y sólo luego de eso, él me vuelve a besar. Siento su
mano hundirse entre el cabello de mi nuca, mis manos aferradas a su cuello...
me sabe de maravilla.
—Y cuando regreses—musito contra sus labios—.
Tendremos todo el tiempo a nuestra merced. Todo el tiempo, Michael. Muchísimo.
En Nueva York, aquí, o en donde sea. Tu regreso será la mejor parte de todo
esto.
—Sonrío
sólo de imaginarlo...
—Lo sé.
—Aunque
sea una lástima que nuestro tiempo juntos tenga que esperar, incluso ahora—me
obsequia un último beso diminuto, y con su dedo índice señala a través de mi
ventanilla—. Joey y los chicos ya vienen hacia acá.
Michael
sale del coche y ni me da tiempo de mostrarle uno de mis mejores quejidos, o la
mínima oportunidad de reprenderle por haber cortado nuestro pequeño momento tan
remotamente. Le sigo, y camino hasta llegar a él, con todas las intenciones de
hacerlo, pero la tarea se esfuma de mi mente cuando me lo topo despreocupado,
sonriente, y ya hundiendo a Chandler en uno de sus gigantescos abrazos. Joey y
Phoebe me voltean a ver, y no lo puedo evitar. No puedo sentirme de otra forma
que no sea inmensamente feliz de saber que por fin ha llegado.
—¿Cómo ha estado el vuelo?—Michael le pregunta,
dando un par de palmadas a su espalda antes de dejarlo ir.
—Aburrido—Chandler
se burla—. Nadie sentado a mi lado para poder molestar.
Las risas
que se desploman entre Joey, Michael y Phoebe me hacen comprender que sí, que
en verdad le había extrañado bastante.
—Chandler...—musito, extendiendo mis brazos
hacia él. Se gira y se encuentra conmigo sin problema—. Hasta que se te ha
ocurrido aparecer.
—...Rach—le
oigo entre nuestro abrazo—. Lo sé, lo sé. Lo siento.
No se
separa de mí sin dar un leve alborote a mi cabello.
—Creí que llegaríamos tarde—Phoebe murmura
detrás—. Hemos tenido un pequeño problema con un neumático en la carretera. Es
una suerte que tu vuelo se haya retrasado un poco.
—Oh,
¿Hubo problemas?—Chandler frunce el ceño—. Nada grave, ¿cierto?
—Nada
grave—Michael sonríe—. Sólo un pequeño sonido que me preocupó, pero nada
problemático.
Por un
momento, asiento con Michael apoyando mis brazos a cada lado de mi cintura,
completamente despreocupada y con sus ojos marrones bien puestos sobre los
míos. Aunque claro, también tenía que desear que esos ensoñadores ojos sólo los
pudiéramos reconocer nosotros, y no el resto del mundo incluido.
De pronto
caigo en la cuenta de que estamos en un lugar público, conversando como si no
pudiera existir problema alguno, y sin ningún tipo de seguridad acompañándonos.
—Quizá deberíamos irnos ya—señalo nuestro coche
detrás de mí con el pulgar.
Michael
reacciona de forma brusca e inmediatamente usa sus gafas de sol.
—Claro, ah...—titubea, acercándose y abriendo
su puerta—. ¿Han puesto ya las cosas en el maletero?
—Sí—Joey
y Chandler responden al mismo tiempo.
—Bien,
vayámonos entonces. No quiero que nadie note a Michael—espeto, volviendo
también a la puerta del copiloto.
Ingresamos
al coche casi al mismo tiempo y Michael no se demora en iniciar el motor. Uso
mis gafas de sol, y al avanzar, trato de contener la risa por la forma en la
que, apenas bajando la ventanilla polarizada lo suficiente como para asomar su
mano únicamente, Michael tiende un dólar y cincuenta centavos a la persona que
se encuentra en la caseta de servicio que nos dejaría avanzar.
Al salir,
Michael acelera la velocidad y en menos de cinco minutos, ya nos encontramos
tomando nuestra ruta habitual de regreso hacia Neverland.
En todo
este tiempo, había aprendido que Michael conoce mil y una veces mucho mejor las
interestatales y rutas del estado de California que las calles y avenidas del
área de Manhattan, aunque reconozco que se ha esforzado en que nuestro pequeño
incidente de la primera vez que tomó el volante conmigo no volviese a repetirse
sin excepción. Le miro, y sé que disfruta con creces el simple hecho de
manejar, de tener el control del volante. Está relajado y sonriente. Moviendo
su cabeza al leve ritmo de la música que sale por el estéreo, riendo de las
bromas que se disparan Joey y Chandler uno contra otro, asintiendo y opinando
con Phoebe a través del espejo retrovisor, pero por sobre todo, disfrutando del
momento.
Entonces
recuerdo nuestra suposición; en verdad las opciones para disfrutarle antes de
que tuviera que marcharse son infinitas.
—No puedo creerlo, Chandler—Joey niega para sí
mismo—. ¿Desde cuándo el trabajo se ha vuelto más importante que venir a
Neverland?
Michael
esboza una inmensa sonrisa de orgullo sin despegar su vista del camino.
—Desde nunca—Chandler replica con desgane—. He
aprendido mi lección, créeme. La primera vez ha sido más fácil, porque Ross ha
aguardado conmigo también. Pero, ahora que me ha tocado esperar sólo, no paró
de ser terrible. Y todo por nada. Una estúpida reunión de rutina en el trabajo
y nada más. Con facilidad hubiera podido viajar con todos ustedes.
—Oye, eso
no importa ya—intervengo, tratando de girarme para verle como el cinturón de
seguridad me lo permite—.Ya estás aquí. Olvídate del trabajo. Olvídate de Nueva
York, y de todo lo demás por el resto de estas semanas.
—Lo haré,
Rachel. Dios mío, te juro que no podía esperar más por esto.
—Por
esto, o por ver a Monica por fin—Phoebe se burla y Joey asiente cómplice.
Me
derrite ver la forma en la que se le iluminan las mejillas a Chandler.
—Jamás dejarán de molestarme por
ello, ¿no es así?
—Por supuesto que no—Joey replica al
momento.
—Y a todo esto, ¿Dónde están?—Chandler se
incorpora sobre su asiento—. ¿Dónde están Ross y Monica?
—En
Neverland. Michael no ha podido despegarles del Pac-Man.
—No puedo
creerlo.
—Así
es—Michael dice, y todos le volteamos a ver—. No soportan el hecho de que aún
yo sigo manteniendo la mayor puntuación. Pero créeme, están ansiosos de que
hayas llegado por fin.
Joey da
un par de palmadas al hombro de Chandler, y su sonrisa sólo se acentúa más y
más. Vuelvo a acomodarme en mi asiento, y miro al frente junto con Michael.
—Un momento, Rachel, tu cumpleaños
fue hace un par de semanas, ¿no?
—...Correcto—replico, mirando a
Chandler por el retrovisor.
—Veintisiete años—Michael se bufa lanzándome
una mirada fugaz—. Rachel se está volviendo vieja.
Lo
aniquilo con la mirada y le saco la lengua.
—¿Y qué hicieron?—continúa—. ¿Cómo
lo festejaron?
—Por favor... Como si no lo supieras—Phoebe
masculla por lo bajo con una terrible voz insinuante.
—Mejor
pregúntales cuántas veces lo
festejaron—Joey termina de decir.
Llevo una
mano temblorosa a mi frente, soportando la increíblemente mirada aterrorizada de
Michael sobre mí. Diablos, a veces maldecía la inmensa confianza que los chicos
habían adoptado con Michael, o respecto a nuestra relación.
—Oh, por Dios...—Michael musita. Me lo
encuentro y me parece que sus mejillas están a punto de explotar.
—Phoebe y Joey, cierren la
boca—espeto cubriéndome el rostro entero.
—Vamos, chicos. Me acostumbré a la ausencia de
Chandler hasta ahora—Joey se excusa abalanzando sobre el respaldo de mi
asiento—. ¡Tan sólo ha sido una pequeña...!
El rugido
del motor le quita el habla. Aguardamos, mientras Michael estudia con cuidado
cada medidor e instintivamente inspiro, llevando una mano a mis labios. El
crujido de antes, vuelve a aparecer. Con más frecuencia, y el volumen con mayor
intensidad.
Oh, no.
—Michael, aguarda...—Joey le toca el
hombro—. Quizá deberías detenerte.
—...S-sí. Creo que sí.
Michael
reduce la velocidad, y continúa andando lento hasta detenernos a la orilla de
la carretera. Joey desata su cinturón de seguridad y baja del vehículo sin
murmurar alguna palabra.
—¿Es la misma llanta?—Michael inquiere,
buscándole con la mirada mientras baja su vidrio.
—Es la
misma—Joey asiente desde afuera, y lleva ambas manos hacia su nuca con el gesto
torcido.
—¿Qué tan
mal está?
—Ah...—continúa,
con el ceño luciendo preocupación—. ¿Te miento?
—...Sí.
—Está
perfecta.
—Oh, no.
Entonces
Michael sale también, y en cuanto noto la forma en la que su semblante cambia
al fijar la vista en el mismo punto que Joey, desabrocho mi cinturón y salgo
también. El sol me golpea con todas sus fuerzas al salir, y decido volverme
rápido para tomar del tablero el sombrero de fieltro negro de Michael.
—¿Podemos arreglarla?—Michael inquiere
contemplativo. Me acerco y le hago usar la fedora sin preguntar.
Me
agradece con la mirada.
—No lo creo—Joey se pone en posición de
cuclillas para mirar el neumático—. Le sale humo, creo que el hule se desgastó
y ya lleva rato quemándose.
—Maldición.
—¿Qué?—Chandler
aparece de pronto junto con Phoebe—. ¿Está muy mal?
—Muy
mal—Joey asiente, y tira un puntapié al rin—. Creo que necesitaremos la ayuda
de alguien.
Los autos
circulan rápidamente en ambas direcciones por los dos carriles atestados, pero,
un par de vehículos pasan a un lado de nosotros sin descender la velocidad y me
llaman la atención. Los sigo con la mirada dejando salir un suspiro, y en el
último segundo me doy cuenta de que en ambos coches han bajado sus ventanillas
para mirarnos. O para mirar a Michael.
Una
punzada de desesperación me golpea.
—...Y rápido—espeto—. De esos dos
coches se han fijado en Michael.
—Lo he visto también—Phoebe me mira.
—El teléfono del coche, ¿Aún tiene
batería?—Michael murmura.
Phoebe
abre una de las puertas y asoma medio cuerpo hacia el interior. Escucho un
pequeño chasquido que sale de su boca y se vuelve hacia nosotros luego de
algunos segundos con el enorme aparato en sus manos.
—Apenas...—dice seria—. Quizá
alcance una llamada.
—Déjame ver—Joey le arrebata el
teléfono.
Marca el
número y todos le miramos aguardando por alguna contestación. Para nuestra
suerte, el rostro le cambia por una sonrisa apenas unos segundos después.
—Ah... sí, gracias. Escuche...—titubea—.
Estamos varados en la interestatal número cinco, y nuestro neumático ha...
Se
detiene, y el rostro le cambia de expresión.
—¿Pero cómo? ¡Nos falta una llanta! ¿Cómo es
que eso no se considera una...?—aguarda—. Demonios... bien.
Y termina
la llamada, con el rostro pasivo y la mirada fulminando el teléfono.
—¿Pero qué pasó? ¿A quién
llamaste?—Chandler se cruza de brazos.
—¡Al 911, y me ignoraron sin más!
—Demonios, Joey. ¡Ese número es para
emergencias, asesinatos y todo ese tipo de cosas!
—Oh, y
¿Por qué no propones algo tú, genio?
—De
hecho, lo haré—se hurga frenético la cartera—. Tengo el número del Directorio
de Asistencias. Quizá ahí podamos contactar alguna remolcadora.
—...Bien—Michael camina hacia él y Joey le
tiende el teléfono—. Dame el número, Chandler. Trataré de llamar.
—Espera,
¿tú?—me le quedo viendo.
—Queremos
irnos rápido, ¿Cierto? No se me ocurre nada mejor.
Chandler
parece perder su mirada en la mía como buscando por mi autorización. Al cabo de
un momento, no me queda de otra que asentir, y mirar a Michael ocupándose ya de
marcar el número telefónico.
—Buen día, necesito la asistencia de una
remolcadora o grúa. Estoy en la interestatal número cinco, con dirección a Los
Olivos, y un neumático me falló. ¿Podría...? ¿Perdón?—guarda silencio para
escuchar, pasando su mirada por todas partes—. ¿Sin disponibilidad? ¿Pero, qué
quiere...? Somos cinco personas, señorita. Nuestro coche no da para más y tenemos
el tiempo...
Su gesto
preocupado se arruga aún más y un suspiro desgarrador y vencido brota de sus
labios. No pinta nada bien.
—...P-pero, soy Michael
Jackson—protesta—. ¿No puedes ayudarme?
Cubro mis
labios con ambas manos como una reacción inmediata. ¡Jamás creería que iba a
decir eso!
Termina
la llamada y se queda pasivo, con la mirada perdida en el aparato.
—¿Ni así?—Chandler se burla, como si aún no se
lo creyera. Estoy segura de que a todos nos ha tomado por sorpresa.
—...Ni
así—Michael se acerca y arroja el teléfono al coche por una de las ventanillas.
—Bien,
¿Ahora qué?
—Ah...
chicos...—Joey murmura titubeante detrás de todos nosotros.
—¿Qué ocurre?—volteo hacia él, usando mi mano
para proteger mi vista del sol.
Todos se
giran luego de mí para encontrarle. Sin que una sola palabra aparezca y sin
mirarnos, señala tembloroso al frente, más allá de donde nosotros nos
encontrábamos. Sigo la dirección que su índice señala y sólo así entiendo su
detenimiento. Inmediatamente palidezco, al mirar a un coche aparcado justo
detrás del nuestro, y a un hombre de aspecto joven descendiendo de él, luciendo
una sonrisa orgullosa, sosteniendo en cada mano una señal de circulación, y lo
que parece un gato de refacciones.
La mirada
de Michael se clava estupefacta en la mía, y sin percatarme ya me encuentro
andando veloz hacia él.
—Por Dios...—él brama, andando y
lastimosamente, clavando su mirada en Michael—. ¡Sabía que era cierto!
Tomo la
mano de Michael de forma brusca antes de que sus pasos terminaran de acercarlo
a nosotros. Palidezco y miro inquieta a los demás. Chandler me hace un gesto
con su mano como para tranquilizarme, y por Dios que trato de hacerlo. Es sólo
una persona al final. ¿Qué mal podría hacer?
—Aguarden...—Phoebe susurra, pendiente—. Es uno
de los coches que hemos visto antes.
Entonces
vuelvo a fijarme en el coche del que ha aparecido. Es cierto. Seguramente, se
ha dado vuelta en ‘u’ en cuanto ha tenido la oportunidad y, mis sospechas
habían sido ciertas también; se había fijado en Michael.
—...Hola—se detiene frente a
nosotros.
—Hola—Joey es el único que replica.
—Los he visto antes...—se inclina para dejar lo
que trae sobre el asfalto, y tiende ambas manos al frente, como asegurando que
no piensa intentar nada más—. ¿Michael Jackson?
La mano
de Michael se tensa entre la mía. Alzo mi vista y busco encontrar su mirada
incluso a través de las enormes gafas oscuras.
—S-sí...—Michael admite.
—Diablos, es un enorme placer...—él se aproxima
más, y tiende una mano en su dirección. Michael la toma, y la estrecha con
cuidado—. No sabía si se trataba de un espejismo, o si en serio era verdad. Con
este calor...
—Claro—Michael
ríe con timidez, ajustándose el sombrero de fieltro—. Muchas gracias...
—Mi nombre es Dave. Dave Schwartz—dice más
relajado, y se ocupa de estrechar la mano de cada uno de nosotros, aunque no
con el tacto que ha usado con Michael—. Tengo que decir, no he podido dejar de
darme cuenta de que necesitan ayuda—señala a nuestro neumático humeante en un
mohín—. Escuchen, yo podría ayudarlos. Y es algo así como mi trabajo también...
Tengo un taller, una remolcadora y lote de renta de coches que no está nada
lejos de aquí. Podría sólo enganchar un alambre a la defensa de su coche y
llevarlos hasta allá sin dificultad. ¿Qué me dicen?
Entre
todos nos lanzamos repetidas miradas cómplices, y en una oportunidad me asomo a
observar su coche. En efecto, tiene algo de publicidad acerca del taller, y de
su defensa tienden incrustados un par de ganchos de soporte. Quizá estaba
diciendo la verdad.
—Suena bastante bien—Chandler
musita, encogiéndose de hombros.
—Para mí también—Joey asiente—. No se me ocurre
nada mejor, si ya no tenemos teléfono.
—Igual
yo.
—¿Rachel?—Michael
se posiciona frente a mí, dándole enteramente la espalda al hombre que acaba de
aparecer.
—Está
bien... —suspiro—. Supongo que sí.
—Bien—me
guiña el ojo, y se gira para volverse a dirigir al resto—. Muchísimas gracias,
Dave. Está bien.
—Oh,
perfecto—él brama, sonriente.
Lo
estudio alzando ambas cejas en tono satisfactorio mientras saca de su bolsillo
un enorme teléfono móvil. Marca un número, y aguarda en calma hasta obtener
respuesta. No puedo dejar de perseguir cada uno de sus movimientos.
Sí, así
de prevenida me había tenido que dejar el primer incidente que había tenido con
Michael en la vía pública, años atrás.
—¿June?—dice entusiasmado contra el teléfono—.
¡Te lo he dicho! ¡Te dije que era cierto! Estaba seguro de que se trataba de
él...—aguarda un puñado de segundos en silencio. Resoplo, fastidiada. En realidad,
no sé cómo sentirme al saber que está hablando sobre Michael a otras personas—.
Sí, y va para allá. Sólo él y otras personas que vienen con él... Un neumático
ardiendo. Que preparen todo y... ¡Lleva al pequeño también!
Frunzo el
ceño. ¿Al pequeño...?
—Está hecho...—nos dice, terminando la llamada
por fin—. Todo listo. Enganchamos este bebé al mío y nos podemos ir.
—Claro—Michael
le contesta, asintiendo y meciendo sus talones hacia adelante—. Y, por Dios...
gracias de nuevo.
—Ni lo
menciones.
Se arrodilla
y pone manos a la obra; enganchando la defensa del Jeep de Michael al cofre de
su camioneta, incrustando un soporte alrededor del neumático averiado para que
no continuase dañándose mientras comenzamos a andar, y tan pronto como él nos
sonríe anunciando que ha terminado lo que le ha sido posible hacer, nosotros ya
nos apresuramos a volver al coche, tomar nuestros respectivos asientos,
abrochar los cinturones de seguridad y aguardar por que la verdadera labor
comience, así me falten aún razones para creerle sus buenas intenciones por
completo.
Afortunadamente,
nuestro vergonzoso recorrido en un coche que se ha movido sin ayuda alguna del
motor, no dura mucho. Y el señor Dave, junto con nosotros detrás aparca frente
a un lote cercado que deja relucir un ostentoso anuncio y digno de estar
reluciendo en alguna avenida conocida de Las Vegas, justo en la fachada que da
cara a la carretera; “Rent-a-Wreck”. Echo un vistazo antes de que todos
entremos y, al final, no puedo evitar que me parezca prometedor.
—Sólo aguarden aquí. ¿Bien?
Dave nos
da un último gesto amable antes de tender ambas manos para señalarnos algunas
butacas en las que podíamos aguardar, en lo que parecía como el vestíbulo del
lugar. Entonces, de la mano de Michael, andamos hasta sentarnos y los chicos
nos imitan casi a la par.
Es un
lugar abierto, amplio e iluminado, pero fresco al mismo tiempo. A donde sea que
giro la vista me encuentro con plantas de todo tipo adornando el lugar, hay una
barra de bebidas para clientes en la que Joey, Chandler y Phoebe se han
detenido antes de sentarnos para tomar algo y estantes repletos de revistas,
calendarios y manuales diversos, concernientes a la reparación y renta de
coches. Me complace saber que no hemos terminado varados en un típico lote de
coches de alquiler en el que el recinto ni siquiera cuenta con un techo
estable, y mucho menos a esta calurosa hora del día, con Michael fuera y
recibiendo todos los rayos del sol.
—Rach...—Michael me dice con calma, meciendo
levemente mi mano entre la suya—. ¿Está todo bien?
—...Sí.
Lo está—le sonrío.
—Te he
visto... un poco nerviosa allá afuera, cuando Dave apareció.
—Lo sé,
lo noté también—replico con timidez. Lo ha notado aún cuando mis intenciones
eran que sobre todo él no se alarmara con mi actitud de antes—. Sólo me
precipité un poco, con lo del teléfono, el neumático, y el calor insoportable.
Pero, está todo bien. Descuida, Michael.
—¿Estás
segura?
—Segura—susurro,
y dejo un pequeño beso sobre su mejilla.
Se quita
sus gafas de sol por fin y deja relucir un perfecto pestañeo seductor. El pulso
se me acelera sólo de contemplarle así de cerca.
—Volveremos a Neverland antes de que
te des cuenta, pequeña.
—Sí, ya lo...
Un
alboroto nos distrae a todos y nos hace girar hacia el mismo sitio en el que
hemos aparcado. En leve, advierto a lo lejos cómo nuestro vehículo estaba
siendo remolcado hacia el taller principal que pasamos cuando estábamos
llegando, y cómo unas personas se le acercaban cada una con un puñado de
herramientas en ambas manos. Quizá Michael tiene razón. Tal vez, lo que me hace
falta es sólo suspirar, beber un poco de agua o calmarme, y luego sólo aguardar
a que estemos de vuelta y retomando nuestro recorrido a casa.
—Oh, por Dios... Mira eso.
—¿Qué? ¿Qué?—Chandler brama con entusiasmo tratando
de ubicar la dirección a la que señala el índice de Joey.
—¿Es un Porshe?—Joey entrecierra los ojos y se
pone de pie para acercarse más al sitio que señala—. No puedo creerlo, jamás
había visto uno así de viejo.
—Madre
Santa—Chandler le sigue los pasos y juntos comienzan a andar—. ¿Y ese Rolls Royce?
Michael y
Phoebe resoplan conteniendo la risa, al mirarles alejarse con su par de miradas
atontadas por haber ubicado por fin el lote de coches de alquiler. Entorno los
ojos y no me queda de otra que reír con ellos. No me sorprendería que es por
eso que Joey y Chandler han aceptado con tal facilidad el que estas personas
nos ayudaran. Ellos se vuelven locos por los coches, sobre todo si eran
despampanantes modelos recientes.
—Iré a ver que no rompan nada—Phoebe se burla,
marchándose ya detrás de ellos y sus expresiones aún audibles por el eco del
lugar.
—Por
favor—Michael responde, aún riendo—. Que tenemos el dinero contado.
Phoebe
asiente acentuando sus carcajadas, y en menos de un segundo, se pierde de
nuestra vista al doblar la esquina detrás del muro.
Michael
arroja un largo y audible suspiro antes de volver a mirarme.
—¿Tú no disfrutas de mirar los
coches lujosos, Michael?
—Lo hago—murmura, mientras la mano de la que no
me he apoderado se planta suave y deliciosa en mi rostro, tirando de mi
mentón—. Pero disfruto más mirándote a ti. Y más, si sé que nos encontramos
solos.
—¿Ah, sí?
—Así
es...—susurra, enarcando sus cejas e inclinándose tentativamente hacia mis
labios—. Dime algo.
—...Veamos—me
muerdo el labio inferior.
Oh, por
Dios.
—¿Qué tan
sorprendido crees que dejemos a Dave si entrara por la puerta en este
momento... y nos viera besándonos?
—Oh...—trago
saliva—. N-no lo sé... ¿Te gustaría... probarlo?
—No me lo
pensaría ni dos veces, de sólo tener en cuenta el tiempo que ha pasado sin que
he besado tus labios. Pero...
—...Qué alivio, ahí están.
Ambos nos
sobresaltamos de forma brusca ante el pesado golpeteo de dos pares de suelas
resonando en el lugar. Michael me suelta, y se incorpora sobre el asiento,
mirando al frente. Su respiración termina de agitarse y yo, me esfuerzo como
puedo, por mantener mi actitud de ultraje moral. Maldición.
Para
nuestra desgracia, Dave había vuelto, y no lo había hecho sólo. Una chica,
joven, ingresó junto con él sin siquiera haberme dado cuenta, hasta que su mera
presencia atrajo mi completa atención, y sé que ha sucedido lo mismo con la de
Michael.
Una mujer
sumamente atractiva, dando a relucir unos perfectos y bien proporcionados
rasgos de ascendencia asiática, cabello oscuro hasta los hombros y flequillo
recto sobre la línea de sus ojos esperanzados. Su sonrisa, con la que la miro
perderse en la imagen de Michael a mi lado, es incandescente. Simplemente la
correcta expresión con la que sabía, cualquier chica se toparía por primera vez
con él.
—Hola...—ella titubea, tendiendo y estrechando
con gracia y elegancia su mano hacia mí, y después deteniéndose para tomar
también la mano de Michael—. Madre mía, es un... es un verdadero placer, de
verdad. Quiero decir, yo... jamás le creería a Dave que... No, debo traerlo,
debo ir por él ahora. No lo creerá.
Y luego
de todas esas frases inconclusas, y sonrisas tímidas congeladas, la miré salir
del lugar. Michael me echa un vistazo con ambas cejas dibujando una perfecta
línea de confusión, dejándome enmudecida, sin saber qué o cómo contestar. Me
topo al final con Dave, aún parado frente a nosotros pero con su mirada y
sonrisa aún dirigiéndose por donde ella había salido antes.
Me le
quedo mirando, y espero que mis ojos hablen por mí. ¿De qué había sido todo
eso?
—Ella es June Chandler-Schwartz—musita, virando
hacia nosotros. Sonrío; vaya apellido—. Es mi esposa. No me ha querido creer
que te he encontrado varado en la carretera.
—Oh...—Michael
asiente, con una sonrisa despejada.
—Tan
sólo...—se detiene y se asoma por la misma puerta por un momento antes de
continuar—. Ha ido por el pequeño. Estoy seguro de que no tardarán.
—¿El
pequeño?—Michael inquiere, frunciendo el ceño.
Ambos nos
ponemos de pie al final, dejándome con el pensamiento de que ni siquiera me he
percatado del momento en el que ambos dejamos de tomarnos la mano, aunque de
pronto, aquello simplemente me deje de importar. June vuelve, y con ella un
chico de cabello oscuro y grandes, luminosos ojos aparece, y se pierde
súbitamente en el rostro sonriente de Michael. Creo que me encuentro sonriendo
también, recalcando lo obvio antes de que fuera dicho; aquél niño, de rasgos
afilados suavizados por su tez dorada y
mate, se delata por sí sólo.
De pie,
frente a Michael, y con ese brillo perpetuo en sus ojos... ese pequeño estaba
de repente cara a cara con nadie más que su ídolo. Su estrella favorita.
—Hola...—Michael le saluda inclinándose hacia
él, apoyando ambas manos a la altura de sus rodillas.
—...H-hola—el
pequeño replica, casi sin aliento.
Mi
sonrisa se entumece y se agranda cada vez más. Lo que Michael podía ocasionar
en una persona era inaudito.
—Él es Jordie. Hijo de June—Dave dice, apoyando
una mano sobre el hombro del niño—. Y ya te habrás dado cuenta... Es tu mayor
admirador, Michael.
Ambos,
June y el pequeño asienten entusiasmados mientras a Michael se le escapan un
par de risitas discretas. Observo en un segundo su rostro ya ruborizado en su
totalidad, y con cuidado le tiende una mano al pequeño Jordie.
—Hola, Jordie. Me da mucho gusto conocerte a ti
y a tu madre—se incorpora volviéndose hacia June con un gesto abrazador—. Es un
placer, June. Gracias en verdad por habernos ayudado allá afuera...—Michael me
atrae hacia él tomándome de la cintura con sutileza, su rostro se ilumina al
volver a mirarme, y yo me siento indefensa y con las alternativas escasas a
otra cosa que no sea perderme en su mirada—. Jordie, June; ella es Rachel.
—Soy
Rachel—trato de reponer, estrechando la mano al pequeño—. Mucho gusto, Jordie.
—¡Hola!—me
saluda, con una sonrisa que le hace entrecerrar sus ojos tiernos.
Michael
se ríe entre nosotros y le guiña un ojo a Jordie. A June aún no le es posible
reprimir todo esa emoción.
—Es increíble lo que las circunstancias y un
neumático frito pueden llegar a lograr, ¿No?—murmura, mirándolos a los tres—.
Nos guían, así estemos varados en la carretera, tirando puntapiés al vehículo,
hasta llevarte a conocer a personas encantadoras.
—Y aún
así, a June le sigue pareciendo increíble—Dave añade en un mohín divertido.
Trato de
ocultar mis risas detrás de la palma de mi mano.
—Jordie de hecho ya había contactado a Michael
hace algunos años—June sacude con dulzura los cabellos de Jordie al hablar.
—¿Ah, sí?—inquiero, frunciendo el
ceño.
—Tan sólo tenía ocho años, pero gracias a
algunos contactos de Dave, nos ha sido posible obtener la dirección postal de
Neverland, y Jordie le envió a Michael un...
—...Un
dibujo—Michael le interrumpe con cuidado. Entrecierra los ojos con la mirada
perdida en el vacío, como si tratara de recordarlo—. Por Dios... ¿En verdad es
cierto? ¿Hace tanto tiempo?
—Así
es—Dave asiente, orgulloso—. Fue en el ’88.
Vaya, por
ese entonces, lo mío con Michael a penas estaba comenzando.
—¡No puedo creer que lo recuerdes!—June
exclama, llevando una mano a sus labios.
—¿Cómo no
lo haría?
—Y luego
de eso, nos llevamos la sorpresa de que en el correo nos habían llegado tres
entradas para tus últimos conciertos de ese año. Fue un sueño hecho realidad
para el pequeño, Michael. Jamás creímos que tendríamos la oportunidad de
agradecerte personalmente.
—En realidad no ha sido nada—Michael acomoda un
rizo rebelde que le cae por el centro del rostro. Está, más que nada,
ruborizado, y yo derretida de saberle así—. Y dime, Jordie. ¿Aún sigues
dibujando?
—¡Sí! A
mi papá y a mí nos gusta. Con él dibujo algo nuevo todos los fines de semana.
Me encanta dibujar. ¡Muchísimo! En el taller a veces lo hago también. ¿Quieres
ver algunos? ¡Están por aquí! ¡Lo sé!
—¡Por
supuesto!—Michael brama, con el gesto iluminado—. ¿Cómo no iba a querer?
—¡Genial!
Jordie
quiere rodear a June de un solo movimiento, y cuando ella finalmente le cede al
paso para avanzar hacia el umbral de la habitación, es embestido por Phoebe,
que acababa de llegar. Ella le saluda alegre, y calmando el sobresalto de
ambos, Jordie le corresponde con la misma sonrisa y aguarda a que Phoebe
termine de hacer lo que sea que haya llegado a hacer.
La vista
se me cae a los suelos. Si no quería reírme de las mejillas coloradas de
Phoebe, tenía que evitar mirarla a toda costa.
—Lo lamento tanto...—se disculpa, pasando su
manos a través de su coleta despeinada—. Michael, Rach; es Monica... en el
localizador de Chandler. Ha estado tratando de contactarnos por más de cinco
veces. Me preocupa que ella piense que hemos tenido problemas en el camino... o
un accidente.
—Oh...—musito
avispada, mirando para todos lados. ¿Cómo lo he podido olvidar?
—S-sí...—Michael
sisea—. Tienes razón.
—¿Cómo...?
Jordie
nos mira alternadamente a Michael y a mí. Su sonrisa, luego de la pregunta
diligente que nos ha lanzado, se apaga. Sus ojos se oscurecen de pronto y en un
pequeño suspiro, su vista se pierde en los rostros preocupados de Dave y su
madre.
Me lanzo
un puñado de miradas tristes junto con Phoebe. No me apetece ni ver la
decepción que Michael estará emanando en su mirada.
—Quizá en otra ocasión, Jordie—Dave posiciona
su pesada mano en el hombro del pequeño, pero no logra ni por asomo que él
reaccione—. Es cierto... su neumático está casi listo. Seguro tendrán otras
cosas que hacer, y tienen que irse.
—Lo
lamento tanto, Jordie... No sabes cuánto—Michael dice, inclinándose cauteloso
hacia él—. ¿Tal vez en otra ocasión?
Jordie
asiente sin el mínimo resquicio de emoción, y no puedo evitar sentirme pésimo
por él. ¿Cómo se iba a poder recuperar su alegría luego de algo así?
Entre
todo ese lúgubre momento, June vuelve a sonreír.
—Deberías llamarlo alguna vez—espeta alegre,
buscando algo entre la estantería detrás de ella.
Michael
entrecierra sus ojos un poco ofuscado perdiéndose en ella, como si la
naturalidad con la que ha hecho la frase fuese algo real.
—¡Mamá!—Jordie brama, completamente ruborizado
y fulminándole con la mirada.
—Jordie...—ella
dice—. Podrían ser buenos amigos.
—Seguro—Dave
interviene, ocultando ambas manos en sus bolsillos y recargándose contra la
pared—. Hazle una llamada, Michael. ¿Por qué no?
Hubo un
momento en el que de pronto había dejado de seguir la conversación que fluía
justo frente a mí. Pestañeo, ubicando a Phoebe detrás de June y Jordie otra
vez, negando y alzando ambas manos en frente de sí. Supe que estaba tan
confundida con la abrumadora actitud que ellos habían adoptado, al igual que
yo.
—Sí, de acuerdo—Michael replica, dirigiéndose
al niño, mientras se ocupa de entrelazar su brazo derecho con el mío—. Te
llamaré, Jordie. ¿Está bien?
Una nueva
y radiante sonrisa aparece y se congela en el rostro de Jordie. Mirando a nadie
más que a Michael, hipnotizado y avispado con el gesto abrazador que él le está
regresando. Y en el último instante, en el que por fin se me ocurre intervenir,
ya ambos nos ocupamos de ver a June, inquieta, anotando un número telefónico
sobre un pequeño trozo de papel en blanco.
Su
sonrisa está a punto de desorbitarse.
—¡Fabuloso!
Simplemente maravilloso Kate!
ResponderEliminar