—¿Y cómo
es Tokyo?
Mi deseo por no dejar que el cansancio aniquile nuestra conversación continúa
y, ahora más que antes, lucho por que mi voz no suene tan agotada como en
realidad me siento.
Escucho una hermosa risita del otro lado del auricular; la voz de Michael
chocando contra mis sentidos eriza mi piel aún sabiendo que él se encuentra a
miles de kilómetros de distancia.
—Es un país muy hermoso...—su voz
aparece por fin. Puedo detectar un poco de cansancio en su tono también pero no
me apetece tocar el tema—. Clima
perfecto, hermosos panoramas, la gente es muy amable y mi estadía ha sido
placentera hasta ahora.
—Suena a
que es perfecto, entonces.
Una
sonrisa débil se me escapa.
—Sí, claro...—le oigo burlarse—. Si no fuera porque te estoy extrañando como
un demente, diría que la estoy pasando a la perfección.
Martillea
mi corazón. Es como si él supiera decir las palabras correctas que pueden
destruirme.
Abrazo y aferro entonces con todas mis fuerzas la almohada que Michael suele
utilizar cuando dormimos juntos en mi habitación. Respiro su aroma como si mi
vida dependiera de ello, lo consumo; que luego de todos estos meses, parece
broma que su exquisita esencia aún no haya desaparecido. Su recuerdo no
quiere abandonar mi cama, no me libera el pecho.
Mis ojos comienzan a escocer ansias por dejar salir alguna lágrima.
—Me siento... muy solo, Rachel—su voz
es sinónimo de dolor.
Yo me lastimo al estrujar el teléfono con mayor fuerza hacia mi oído y, rogando
por que un sollozo no me fuera a traicionar, decido dejarle continuar.
—Es... igual a antes—murmura—. Como si hubiera vuelto a la misma rutina
que tenía justo antes de haberte conocido.
—Michael, no digas eso.
Despacio baja por mi mejilla otra lágrima, y otra más que no me atrevo a detener.
Pero así era siempre, desde que él había tenido que irse por trabajo al menos.
Todas y cada una de las veces en que nos era posible escuchar de nuevo la voz
del otro a través de un auricular para variar. Riendo, llorando, despertando el
deseo también; y los miles de kilómetros de por medio nadie los quitaba.
Me llena de rabia saberle mal, y no poder estar a su lado.
—Lo es. Es la verdad—él susurra y yo
me estremezco. Su tono sólo se ha destruido más—. Hace unos años durante la gira anterior, terminaba un concierto, hacía
visitas o trabajaba en un estudio y, eventualmente, terminaba las noches
completamente sólo en una habitación de hotel.
—Vamos...
No puede ser así—con la yema de mis dedos busco secar mis lágrimas fugaces,
mientras busco otros caminos por donde llevar nuestra conversación—. ¿Qué hay
de Karen?
—¿Karen?—se ríe, aunque no de la forma
que planeo—. Ella tiene bastante trabajo,
linda. Tanto como todas las personas que trabajan en el equipo. No puedo
tenerla siempre a mi disposición. Apenas y me la he cruzado tras bambalinas,
antes de cada show que presento.
Bien, no. Quizá aquello no había sido una gran idea.
—Podrías... Podrías llamarme más seguido—repongo, aún más inquieta—. A mí me
fascina oír tu voz, me encanta escucharte sin importar la hora que sea. Sabes
que sí.
—He tratado de alcanzar cada hora en la que sé
que puedo encontrarte, Rachel. Si no estoy de ensayo, o sobre el escenario, es
lo único que me dispongo a hacer—Michael aguarda un pequeño instante en el
que por el auricular se deslizan algunos sonidos idénticos a los que los
resortes dentro de un colchón pueden hacer. Creo que sonrío de nuevo,
imaginándomelo en la misma exacta posición que yo—. Calculo los horarios en los que puedes estar disponible, linda. Si no
estás trabajando, si no es muy tarde para que estés durmiendo, o si simplemente
has salido con los demás. E incluso así, cuando no me queda de otra, asesino el
tiempo de otra forma. A veces telefoneo a Jordie, o también...
—¿Jordie?
Él cede a
mi interrupción. ¿Por qué ese nombre me suena de pronto?
—El pequeño del taller—susurra en un
tono más relajado—. ¿Lo recuerdas?
Recuerdo
inmediatamente la posibilidad. En realidad, todo en conjunto con lo que viene
el nombre de ese pequeño; nuestro pequeño accidente, el taller remolcador en
medio de la nada, los chicos, Dave, y June escribiendo ese número telefónico.
—Claro—repongo, mientras me ocupo de envolverme un poco más en mis cobijas—.
Vaya, ¿Lo has estado llamando?
—...Sí, al parecer... Suele haber problemas
en su casa—su tono de voz se normaliza y mis pensamientos también, sabiendo
que ha sido un éxito el cambio de tema—.
Su madre, June, agradece que me sea posible seguir en contacto con él.
Llevo una
mano a cubrir mis labios y ahora no puedo no imaginarlo sonreír, incluso
pensando en contarme sobre esto mismo desde que el primer momento de su día ha
comenzado. Porque esto, como siempre, es tan clásico de él, y parte de su
esencia.
Vulnerabilidad,
y tristeza, es a amor tanto como Michael lo puede manifestar. Y me es imposible
amarlo incluso más por ello.
—Tú... Eres un ángel, Michael.
Ni
siquiera me percato de que el nudo en mi garganta había vuelto.
—Oh,
por favor...
—...Lo
eres. Me has salvado a mí, y ahora te preocupas por este pequeño. Está en ti
ser así. Eres... perfecto.
Sus
risitas aparecen y antes de que se me ocurra responder, me ocupo de disfrutarle
por un puñado de segundos. Son ese tipo de risas que prometen, que me ponen los
vellos de punta y que me dejan sin nada más que con el hecho de sopesar el nuevo
silencio que aparece en medio de nuestra conversación. De esos que duelen por
no saborearlos junto a él, que me dejan petrificada en el tiempo.
—Te amo, Rachel.
Me abrazo
a mi misma en busca de protección. Le necesito, le echo de menos, el amor que
siento por él es más de lo que puedo soportar.
—También te amo, cariño.
—Y
yo te amo más.
—Ahí te equivocas.
—¿De
verdad?
Sonrío de
verdad por primera vez en todo este tiempo.
—No deberías dudarlo ni por un
maldito segundo.
—Me
encanta cuando me hablas con malas palabras.
—¿Sí?—me bufo sin darme cuenta—. Es una
fortuna, porque he pensado en varias de esas.
—...Tan sólo una semana—el volumen
desciende, pero la emoción que percibo de él parece mayor—. Una sóla, y podré callar cada mala palabra
que has pensado hasta ahora con un beso.
Un
exquisito retortijón me golpea el estómago. Es cierto, por Dios.
—Una
semana...
Me giro
hacia uno de los costados y ubico de inmediato el pequeño almanaque de mi
mesita de noche. Es verdad, y es más que perfecto saber que tiene razón. El
calendario marca el primer día de la última semana del año y ya me encuentro
planeando cómo demonios es que voy a tratar de contener la emoción de volverle
a ver, de tocarle de nuevo, de besarlo, de volver a obsequiarle a él cada segundo
de mi día a día.
Y por
todo, que hubiera intentado hacérselo saber, de no ser porque un inmenso
bostezo se me escapa.
—Conmigo son las 5 de la tarde y...—creo
haberle oído pronunciar algo antes de que se me destapan de nuevo los oídos—. Oh, no. En Nueva York son... ¿Las cuatro de
la mañana?
Desecho
la opción de contestar a ello. Oh, no.
—Y
deberías estar dormida ahora, ¿No es así?
—Prefiero estar hablando contigo.
—Princesa, mañana es viernes—espeta con
más seriedad—. Tienes que ir a trabajar.
¿Por qué no me lo has recordado?
—...No lo sé.
Suena un
inmenso suspiro exasperante del otro lado. Me siento como una niña pequeña a la
que acaban de reñir.
—Debes
dormir. Ahora.
—Pero, Michael...
—Sólo hazlo. Por favor—quizá el piensa
que me pone en mi sitio al entablar en seco cada palabra, pero la verdad es que
sentirme inundada por su voz así de grave, me lleva directamente al paraíso—. Volveré a llamarte más tarde, lo prometo.
Lo haré en la primera oportunidad.
—¿Lo prometes?
—Con
mi vida.
Por poco
se me sale el corazón.
—No lo olvides... Te amo.
****
Es el
primer día en el que llego tarde a mi trabajo.
Aunque no
haya sido porque en efecto, el desvelo me ha obligado a dormir de más, o porque
las miradas amenazadoras que Monica me lanzaba para recordarme que se me ha
hecho tarde no habían sido tan potentes como antes. Sino porque esa mañana,
para variar, no he querido despegar mi vigilia del teléfono, por cualquier
oportunidad que existiera de que él volviera a llamar.
Por
supuesto, no lo hace. Y ahora yo tenía que enfrentar el mundo real, que en
realidad no he conseguido mi trabajo por nada.
Al llegar
a mi estación de trabajo luego de tomar una taza de café del vestíbulo,
continúo con lo habitual; hay aún un listado de órdenes del catálogo de
invierno que no he terminado de procesar, y otro puñado de envíos que aún no
tenían asignados número de guías o destinatarios correctos. Pendientes y más
pendientes. Me limito a hacer de tonta sobre mí misma. Todo esto era trabajo
que pude haber terminado el día de ayer, de no ser porque había pedido permiso
para salir un par de horas antes, y poder aguardar por la llamada de Michael en
mi departamento.
Apoyo
ambos codos sobre mi escritorio, y sostengo mi cabeza entre ambas manos. Este
va a ser un día bastante largo.
—Ah, Rachel—la voz me hace pegar un respingo
frente al computador—. ¿Estás con nosotros?
Mi jefe,
el señor Zelner, se aproxima hacia mí con una expresión de desdén puesta sobre
sus ojos oscuros. Seguro preguntándose por qué rayos he bostezado por milésima
vez, cuestionando las ojeras, o el ritmo alentado que he llevado hasta ahora.
Espero no haberme metido en problemas.
No lo
advertí bien, sino hasta que se acercó aún más, y me tendió dulcemente una taza
llena de café.
—S-sí, sí—me obligo a reaccionar llevando un
mechón de cabello detrás de mi oído, no dudo y tomo la taza de café—. Aquí
estoy...
Me mira
satisfecho al tomar asiento en el borde de mi mesa.
—¿Ocurre
algo malo?—se inclina un poco hacia mí, yo vacilo y hago como que mi mayor
prioridad es continuar—. Desde que apareciste esta mañana te he notado algo...
No tú. Algo pasa.
La verdad
es que pasan muchas cosas.
Al final,
pienso que decirle un poco de verdad no hará nada de daño. Igual y se pone
comprensivo por mis retrasos en el trabajo. ¿Pero cómo disfrazar con sutileza
la verdad?
—Mi novio...—admito
casi al instante—. Ha tenido que viajar, muy lejos y mucho tiempo por
cuestiones de trabajo. Ayer por la noche he hablado con él pero, no lo sé. Hay
algo que no deja de... preocuparme.
—Entiendo—contesta
con un tono de voz bastante personal, se cruza de brazos y le percibo
inspeccionando mi área de trabado—. Escucha, lo lamento en verdad. Pero, me
gustaría que trataras de no dejar que el peso de este tipo de problemas recaiga
en tu desempeño aquí en la empresa. Has alcanzado el puesto que tienes
demostrándome que nada se interpone entre tu responsabilidad para trabajar, y
aún más, puedes seguir creciendo en Ralph
Lauren si continúas así. ¿Lo harás?
Bajé la
cabeza sintiéndome un tanto derrotada. Al parecer, la lista de cosas en las que
me veía afectada desde que Michael y yo habíamos estado lejos no parece
terminar, y claramente, mi desempeño en el trabajo era una de las cosas
principales.
—Por supuesto que sí, señor Zelner—mumuro,
dando un sorbo más al café.
—Me
parece perfecto, porque necesito tu ayuda con el reporte de ventas en la nueva
colección. Sabes que a finales de año siempre hay acumulación de trabajo, y
todos tenemos que poner un poco más de nuestra parte, eventualmente.
No pienso
en otra cosa que asentir.
—Lo tendré listo antes de irme,
señor.
—Muchas
gracias—chasqueó los dedos antes de pegar un brinco para bajar de mi
escritorio. Apenas le toma dar un par de pasos lejos de mí, para dar media
vuelta y volver a mirarme—. Oh, casi lo olvido. ¿Cómo van las cosas en el
plantel de California?
—¿Qué con ello?—le contemplo
distraída.
—Ya no
has pedido ninguna transferencia hacia allá desde hace tantos meses, que...
Imaginé...
Abro los
ojos en seco. Había olvidado el tema por completo.
—...Lo
que ocurre es que mi compañera de piso ha cambiado de empleo recientemente—inevitablemente
miento, incorporándome sobre mi asiento y luchando por no despegar mi vista de
él—. Tiene mucho trabajo, y hasta que no se acostumbre a su mesa de horarios,
entre ambas tenemos que estar lo más posible en el departamento.
Maldición,
aquello sonó ridículo. Pero al menos, más creíble que la verdad.
Él tuerce
el gesto como si estuviera meditándolo.
—Entiendo...—asiente—.
Bueno, no hay problema entonces. Ya volverás a tu ritmo habitual, ¿No es así?
—Así es. De hecho, pensaba volver a
California la próxima semana.
—No se diga más entonces, ¿no?—me obsequia una
sonrisa satisfecha—... A trabajar.
Y a mí me
deja ahogando un suspiro de alivio para variar.
El resto
del día transcurre de manera tranquila, e increíblemente el peso del trabajo me
parece por primera vez una razón más para que las horas transcurridas no pasen
conmigo parpadeando cada una de mis ansiedades.
El señor
Zelner, por suerte no se vuelve a pasar por mi lugar, pero sí que manda a una
de sus mayores confianzas a supervisar que todas y cada una de las tareas que
me había asignado estuviesen hechas en tiempo y forma; Tag se pasea cerca de mi
escritorio una y otra vez, incluso más que en los últimos días como cuando
parece aguardar a que se acerque la hora
de la comida para que coincidamos en el mismo sitio de la cafetería, lanzándome
todo tipo de miradas y gestos que ni cerca del final del día hace desaparecer.
Esta vez, al acercarse la hora de mi descanso ya le había observado aparecerse
cerca de mí con mayor insistencia, y yo ya me encontraba tratando de pensar en
algún pretexto, o situación inventada que no hubiera utilizado ya antes para no
quedar con él. A estas alturas, es más que ridículo que el mero hecho de
haberle mencionado antes que tengo novio no hubiera funcionado del todo.
Al final,
me decido por no darle ni una sóla vuelta más al asunto, y prefiero no tomar la
hora del descanso de hoy. Aquello me serviría para terminar las labores incluso
antes, y de paso, telefonear a Monica y pensar en quedar por la noche para
salir a algún bar cercano, que hace mucho no lo hacíamos.
El sol no
tarda en desaparecer de mi vista, y mi determinación también. Hago la entrega
final, y mientras le hago el encargo final a Tag de hacérselo llegar a salvo al
señor Zelner, me precipito de forma ridícula hacia el exterior para aguardar
por Monica en la acera, con todo afán de desaparecer, y olvidar todo lo
referido al día de hoy.
Una serie
de minutos se esfumaron. Como siempre, ella ya iba tarde.
—Hola.
La voz de
Tag detrás de mí simplemente me hace girar. No puedo sino agradecer que esté lo
suficientemente oscuro para ocultar mi desagrado.
—...Hola—trato por hacer un gesto
amable y desinteresado.
Devuelvo
mi vista a la misma dirección, por la que sé que Monica aparecería.
—¿Esperando a alguien?
—Ah, si—asiento,
sin siquiera verle por más de un par de segundos—. A una amiga.
Él alza
las cejas de forma graciosa.
—Oh, ¿Saldrán a algún sitio?
—...No—miento,
no quiero que se le ocurra venir—. Es solo que su trabajo queda cerca de aquí.
A veces coincidimos y vamos juntas a casa.
—Entiendo—asiente,
y al mismo tiempo comienza a hurgar ambos bolsillos de su gabardina negra. No
me había percatado de que el abrigo no le quedaba tan mal—. Bien, entonces
parece que te haré compañía por un momento. Si no te molesta, claro.
—No te preocupes.
Finalmente,
saca un cigarrillo y lo enciende de una, da una primer fumada profunda y antes
de exhalar, ya se encuentra tendiendo la cajetilla en mi dirección. Espero que
la forma en la que he observado todo aquello no me haga lucir atontada.
—¿Gustas?
—Oh, no—me limito a responder—. Hace
mucho que lo he dejado.
En menos
de un segundo su gesto pinta una expresión de terror.
—Demonios, lo siento tanto—balbucea al intentar
apagar el mismo cigarrillo contra el asfalto. No lo pienso más y lo detengo en
el acto.
—¡No, no,
no...!—le suelto mientras ambos nos volvemos a enderezar, él me observa como si
no comprendiera—. No te preocupes, está bien. Hace años que no he fumado, y uno
de mis mejores amigos fuma ocasionalmente también. No es como que perciba el
olor de uno y me maten las ganas de comenzar de nuevo.
Se me
queda viendo divertido, dejando lucir una amplia sonrisa.
—...Correcto.
Yo
simplemente le correspondo, y busco ahora por ambos lados de la acera a ver si
Monica no se estará ya acercando.
—Y a todo esto, ¿Por qué lo dejaste?
—Pues, mi padre es doctor, así
que...
—...Ah, no me digas—me interrumpe, le vuelvo a
mirar—. Seguro te ha contado historias de terror acerca de estas cosas. ¿No?
—Algo así.
Tag da un
pequeño golpe a la colilla de su cigarrillo para que la ceniza caiga delante de
él.
—Es gracioso—continúa—, yo he creído
que lo has dejado por tu novio.
Vaya,
pero qué manera de sacar el tema a relucir.
—...No—espeto
avergonzada, y me encojo de hombros para resaltar el desinterés—. Él de hecho
no me conocía aún cuando ya había dejado de fumar—me quedo mirando al asfalto
oscuro bajo mis pies. Sintiendo la punta de mi nariz congelada y un atisbo de
desconcierto encendiéndose también. ¿Era cierto? ¿Había pasado ya tanto tiempo?—.
Creo que... No estoy ni segura de si él lo sabe.
Él
comienza a reírse de pronto, mientras lanza la colilla restante del cigarrillo
ya consumido para pisotearlo un poco con el pie. Las risas no cesan, y mi
desconcierto tampoco lo hace. ¿Qué es tan gracioso?
—¿Qué...?—entrecierro los ojos, aún
sin entender.
—Lo
siento, es sólo que... —guarda la cajetilla de vuelta al bolsillo de donde la
había sacado. Al final, me le quedo viendo y quiero creer que es sólo una idea
mía el sentir que se ha acercado incluso más a mí—. No puedo creer que ahora
existe una cosa de la que tu novio no tiene idea... Y yo sí.
Estoy
seria y no lo puedo creer. Pero qué idiota.
—Sí,
bueno... —le encaro de golpe—. Existen un millón de cosas que tú no sabes de
mí, y que Michael las conoce al pie de la letra.
—¿Michael? —me pregunta, con una sonrisa más
relajada—. ¿Así que ese es su nombre?
Oh,
no.
—Ah... pues...
Trato de
asentir, indiferente. Lucho y ruego por no delatarme a mí misma, haciendo creer
que no me muero de los nervios por dentro, y de que puede tratarse de cualquier
Michael que habite el planeta.
—Sí, digo...
—¿Rach...? —alguien más murmura
detrás.
Me siento
en el cielo de pronto, al asegurarme de que se trataba ni más ni menos que de
Monica a mis espaldas. Su mirada reluce curiosidad, y mientras sé que ella se
encuentra inspeccionando de cuerpo completo a Tag a mi lado, me doy cuenta de
que Chandler también viene con ella.
—Continuamos la
plática después.
Me
distraigo luego del susurro imprescindible de Tag. Antes de poder reaccionar,
me besa en la mejilla y no hace nada más que alejarse de nosotros.
No sé si
dejarle ir, o reclamarle por ello.
—...Okay—Monica espeta, volviendo en sí—. ¿Y él era...?
—Nadie.
Hago un
gesto vago al mecer mi cabello luego de contestar. Puedo apostar por la mirada
de ambos que mi respuesta en lugar de hacerles callar, les haría formular
incluso más preguntas dentro de su cabeza que por el momento no me apetece
responder. De cualquier forma, no me importó, y vacilo al dar un pequeño saludo
a base de abrazos a ambos para luego tomarlos de la mano y comenzar a andar.
****
Dejamos
que Chandler escoja finalmente el lugar. Se trata de un sitio acogedor y
bastante acorde con la situación. Es de iluminación tenue, ambiente relajado y
música que suele salir regularmente en la radio tocando de fondo. No sobresale
la presencia de parejas en el lugar, lo cual me parece más que perfecto. La
verdad es que había estado en una especie de trance repulsivo hacia las
personas demostrándose amor desde que había tenido que volver, aunque fuese de
forma temporal, a mi realidad lejos del mundo de Michael. Y lo odiaba con mayor
intensidad a cada momento que pasaba.
El
camarero nos conduce a una pequeña mesa cerca de la barra principal. Me parece
tan irreal, es como volver a la vieja escuela. Hace años que no salía a un
restaurante sin tener que tomar una pequeña mesa dentro de un reservado.
—Yo tomaré vodka con jugo de arándano, por
favor—Chandler le dice al camarero luego de haber leído la carta—. Y...
ellas...
Nos mira
con los ojos entrecerrados. El camarero aguarda por nuestra elección.
—Tomaré un whisky en las rocas, con cáscara de
limón—Monica musita, cerrando la carta frente a ella.
—Me parece bien—añado—. Tomaré lo
mismo.
—De acuerdo—el camarero asiente con una sonrisa
amable—. En seguida vuelvo.
—Gracias—los
tres decimos a la par.
Luego de
un segundo, el camarero ya ha desaparecido. Chandler estira ambos brazos detrás
de su cabeza y me lanza una pequeña mirada burlesca antes de que el silencio se
viera interrumpido por alguien más. No puedo evitarlo y se me escapan un par de
risas discretas al contemplarle el gesto.
Monica
tiende una mano hacia mí y mece mi cabello con dulzura por un momento, la
expresión que tiene es de comprensión.
—¿No has tenido problemas hoy por
haber llegado un poco tarde al trabajo?
Le miro
un poco más relajada.
—La verdad es que no...—respondo un tanto
vacilante—. Tan sólo he tenido que terminar lo acorde al día de ayer y hoy. Lo
he hecho, y no hubo mayor problema.
—Me
alegra—me sonríe—. Te has ido realmente tarde esta mañana.
—Sí...
Eso me
recuerda.
—¿Ha llamado?—le miro y pestañeo esperanzada,
pero de modo que mis expectativas no superen el límite.
—No,
Rach... Lo siento—musita, frunciendo sus labios en una fina línea de
preocupación—. Le he pedido incluso a los chicos que se quedaran el mayor
tiempo posible en casa para que ellos pudieran contestar pero... al parecer
Michael jamás llamó.
—Oh...
Desvío la
mirada de ambos por un momento. No se me ocurre otra forma mejor de intentar
ocultar la desilusión.
—Ha tenido que ser difícil, ¿No es así?—Monica
vuelve a atraer mi atención—. Después de todo, nunca antes habías estado lejos
de él durante tanto tiempo.
Aquello
se siente como una terrible bofetada.
El
camarero vuelve reluciente y tiende a cada uno la bebida que hemos ordenado.
Tan pronto como puedo, tomo un gran sorbo de la mía y me concentro más en el
sabor fuerte y quemante del licor que en cómo diablos responder a la pregunta
de Monica. Por supuesto, aguardo a que el camarero se haya alejado de nuevo.
—...Lo he intentado, Mon—niego al hablar, de
igual forma no puedo ni mirarles fijamente—. Quiero decir, el hecho de que me
llame casi diario es como un sueño. El saber que llegará el día en el que
tendrá que volver y que las cosas volverán a ser las mismas de antes es lo que
me tiene de pie sobre el suelo, lo que simplemente no me quita las fuerzas para
sobrellevar el día a día.
De
repente me siento como si algo estuviese floreciendo dentro de mí. Me siento
avergonzada, pero más que nada repitiendo dentro de mis pensamientos las
palabras de Michael que me devuelven el oxigeno al ser. Tan sólo una semana
más, y esto termina.
—Rach... ya verás que...
—Oh, vamos, Monica—Chandler le ataja el habla y
ella le fulmina con la mirada luego de un segundo. Aquello sí que es algo que
no me quiero perder. De cualquier forma, Chandler parece perderle todo cuidado,
y se inclina sobre la mesa para tomar mis manos por un momento—. No hemos
venido a pasear para hablar de temas tristes y problemas que sabemos que están
por terminar, ¿No es así?
Creo que
le sonrío sútilmente en modo de agradecimiento. No hablarlo me haría mejor.
—Además... —continúa, pero esta vez, en lugar
de obsequiarme la misma sonrisa, lanza una mirada insinuadora a Monica—. Accedí
a acompañarte porque has dicho que hablaríamos de otra cosa.
—¿Qué?—murmuro
mirándolos alternadamente a los dos—. ¿Qué otra cosa?
—Que
Monica te lo diga—Chandler sonríe desafiante.
—¿Monica...?—me
vuelvo hacia ella. El rostro que ahora sostiene es por más impredecible. Pero,
¿Qué podría ser?
Ella sólo
resopla, y cubre su rostro entero detrás de sus pequeñas manos pálidas.
Chandler arquea sus cejas, expectante. Estoy segura de que está a punto de
hablar.
—Monica salió con Richard esta
mañana.
Miro
ceñuda a Monica en el mismo instante. ¿Pero, qué...?
—¿No fue así, Monica? —Chandler
insiste, dando un sorbo más a su bebida.
—Oh, por Dios... Chandler...—Monica refunfuña
hacia ambos, y sus mejillas se comienzan a encender.
Vaya,
entonces es cierto.
—Ah, Monica...—intervengo antes de que ella
continúe, aparto un poco nuestras bebidas y apoyo una mano en su hombro—. ¿Qué
estás haciendo?
Ella me
mira impasible, como si buscara una excusa para decir.
—Ha sufrido tanto al luchar por superarlo, que
ahora le apetece celebrarlo saliendo de nuevo con él—Chandler añade de forma
burlesca.
—Eso no es
cierto—al final, ella habla. Hay fuego encendido en sus miradas.
—¿Ah, no?
—No... —le
contesta seca—. Ha sido un simple almuerzo, algo insignificante.
—Oh, por
favor... —Chandler dibuja un mohín de desagrado en su rostro, es como si le
hubieran contado la cosa más increíble del mundo—. No hay tal cosa como un
almuerzo insignificante. Te liaste con él.
—Todo
está bien, ¿De acuerdo?
Chandler
y yo nos quedamos mudos luego del último comentario de Monica.
—Todo sigue igual—ella continúa de mala gana—.
El motivo por el que he terminado con él sigue siendo el mismo; yo aún planeo
tener hijos en un futuro con alguien a quien ame, y él no. Así están las cosas.
Increíblemente,
ahora ella se encuentra regalándome una dulce sonrisa. Aprieto mis labios
tratando de dibujar una línea firme en ellos, pero inevitablemente, se me
escapa la sonrisa que había tratado de disimular.
—Lo siento, Mon—susurro.
—No
tienes qué...—me contesta, más calmada—. Al final, si esto ha servido de algo,
es para estar segura de mi decisión antes. ¿Sabes? Ahora sé que el olvidarlo,
siendo una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer, ha valido de
algo.
—Por
supuesto que sí, estoy segura de ello—instintivamente meso mis mano en torno a
su espalda, y ella me agradece atrapándola a la altura de su hombro,
devolviéndome una radiante sonrisa.
Chandler
echa un resoplo al aire. Para cuando le miro, ya me lo topo poniendo los ojos
en blanco. ¿De qué va?
—Y espero que esto no vuelva a suceder. ¿Sabes?—Chandler
sentencia al dar el último sorbo, Monica le mira como si no lo pudiese creer—.
No soporto mirarte así.
—Eso...—añado,
esto será genial—. O es que no soportas saber que Monica se involucra con
cualquier otro hombre.
—¿Qué...?—es
como si Chandler no tuvieran las palabras.
Por Dios,
estoy conteniendo las ganas de partirme de risa frente a él.
—Rachel
Karen Green... —Monica me reprime el júbilo. Tiene una mirada completamente
enfurecida—. Te lo ruego...
—Oh, por
favor... —me quejo—. Era sólo una pequeña broma. ¿Qué? ¿Les apetece cambiar el
tema entonces?
Chandler
deja escapar una risa fingida.
—Ahora que lo dices, no precisamente—me lanza
un mohín que me desarma completamente. Me ha declarado la guerra, seguramente—.
Y, ¿Qué hay de ti, Rachel?
—¿Qué hay
de mí sobre qué?
—Ya
sabes, el mismo tema de Monica.
Bien, no
le sigo.
—¿Qué?—niego ocultando mi confusión
con una risa leve—. ¿Qué tema?
—¿Tú planeas tener hijos? Tú sabes,
con Michael.
—Ah...
Le miro
con los labios abiertos.
Él
continúa desafiándome con la misma burla incrustada en sus ojos y las risitas
de Monica por detrás me hacen desconcentrarme completamente. ¿Cómo se supone
que conteste a eso? No sé siquiera si él aguarda por una respuesta concreta o
un comentario sarcástico de mi parte.
Maldita
sea.
—Por
favor, Chandler...—para mi suerte, Monica recurre a mi salvación—. ¿Qué clase
de pregunta ha sido esa? Estoy segura de que Michael y Rachel ni han tocado el
tema del matrimonio siquiera.
Chandler
chasquea la lengua y se recarga en su respaldo para mirarme de brazos cruzados,
luce extrañado. Quizá he cantado victoria bastante pronto, quizá tenía que
buscar otra forma de evadir este tema.
—¿No lo han hecho?—Chandler dice
ahora en voz baja.
Opto por
permanecer con la boca cerrada. ¿Por qué este tema me pone así?
—¿O sí?—Monica coge su copa y da un pequeño
sorbo. Es la única que no ha terminado su bebida.
—No en
realidad—respondo cortante. Chandler me la ha devuelto con creces—. Digo, al
comienzo del año Michael ha estado completamente concentrado en los
preparativos de la gira, y ya saben, luego de ello él ha tenido que partir, y
no lo he visto desde entonces. No es como que el tema del matrimonio salga a
relucir cada que tenemos una llamada telefónica.
—Bueno...—Monica me guiña un ojo—. Sólo digo
que es una posibilidad. Tomando en cuenta que llevan juntos... ¿Cuánto tiempo?
Termina
por tender una mano en mi dirección, aguardando. De pronto me siento estúpida.
—Más de cuatro años—contesto, indiferente.
—¿Lo ves? Es posible...—ahora ella se dirige a
Chandler, y ambos asienten para sí; nos da un gesto alivianado y se incorpora
de pies frente a nosotros—. Disculpen, voy al tocador.
Vaya, al
menos mi indiferencia ha servido para ponerle fin a esto.
Chandler
se apoya de codos sobre la mesa.
—Y... ¿Lo harías?—pregunta en voz bajo, casi
imperceptible. Después de todo, por fin parece que está preguntando en serio.
Me quedo pasmada—. ¿Aceptarías si él te lo propusiera?
—Pues,
yo...
Tengo un
completo nudo en el estómago. Él me mira expectante con una sonrisa que
aparenta no tener fin y con los ojos brillándole pero ni ello puede darme las
fuerzas de contestar. No sé qué podría decir.
Si tan
sólo no se me hubieran pasado ya millones de veces por la cabeza la idea de
mencionárselo a Michael. Pero, ¿Cómo? Si sé que su idea primordial es la de
mantenerme alejada de todo aquello de lo que él no puede escapar. Él jamás
querría convertir nuestra relación en una imagen pública hacia el mundo entero.
No lentes de cámara hacia mí, no guaruras rodeándome y paparazzis
persiguiéndome a todas partes. No luz. No sensacionalismo. No matrimonio. No
forma alguna de sacarle aquella idea de la cabeza, ni una fuerza que me guíe a
hablarle de ello luego de tanto tiempo. Impotencia inapelable. Y el proceso se
vuelve a repetir.
Pero le
amo tanto, y ya lo había aceptado así. Aunque... no.
—...Oh, disculpa.
De pronto
deja de mirarme y comienza a hurgarse el bolsillo del pantalón hasta haber
tomado su localizador. Ni siquiera lo había escuchado. Yo tomo de mala gana mi
vaso y doy un sorbo al líquido que los hielos ya habían formado.
—Parece que es del departamento—musita,
observando el aparato.
—Eso es raro—le contesto campante, como si el
cambio de tema no me hubiese pegado tan fuerte—. ¿Alguien se ha quedado ahí?
—Sólo Joey y Phoebe. Se han quedado mirando una
película—extiende su índice y señala más allá de mí, le sigo con la vista—. Hay
un teléfono por ahí, cerca de la barra, ¿quieres que yo llame, o...?
—Claro, adelante.
Se dirige
entonces hacia el teléfono de servicio, dejándome de nuevo a solas con mis
pensamientos volviéndose a desembocar. La música ha cambiado en el lugar; para
variar, ha comenzado una de mis canciones favoritas de Michael, resonando como
si se tratase del mismo eco de mis pensamientos.
Estoy
perdida.
¿Por qué
me lastimo tanto siguiendo pensando así? Si ya me caí muchas veces pensando que
no me levantaría, y Michael me había levantado ya muchas veces para creer que
no me caería más. Ya he llamado a quien no quería sólo para no llamar a quién
realmente quería, y al final me decidí por él. Le he despertado en medio de la
noche, huyendo de una de mis pesadillas, incluso lo he hecho buscándole
mientras él no está, convirtiéndolo en una pesadilla peor. Le he dicho antes a
otras personas que las ‘amaba’ y descubrí gracias a él que no era así. A él se
lo dije por primera vez y descubrí que ello sería siempre especial para mí...
Es cierto
también que no me gusta pensar de forma cierta en ‘nuestro’ futuro, porque no
me gusta acertar siempre. Y, quizá por eso me cuesta tanto hablar al respecto.
No me gusta que me muestren lo que esperan de mí porque de alguna forma u otra
sé que Michael y yo vamos a seguir a nuestro corazón. No le haré ser algo que
él no es, ni le incitaré a ser igual a mí, porque sinceramente somos
diferentes. No sé amarle por la mitad, no sé vivir de medias tintas, no sé
volar con los pies en la tierra. Soy siempre yo misma, lamentablemente. Y
nuestra relación igual. Pero con seguridad no quiero que sea la misma siempre.
Siento
como si un apetito voraz me tomara junto con los delirios más locos. Podría
empujarme a mí misma de un risco y decir: ¿Qué más da? Me encantaría volar.
...Sí. Si
Michael me lo propusiera, le diría que sí sin pensármelo dos veces.
—¿Dónde
está Chandler?
Monica me
sorprende con un maldito respingo que me saca del trance. Me siento molesta
inmediatamente pero no tanto para no ser capaz de disfrazarlo. Me giro sobre mi
asiento y señalo la dirección por la que Chandler ha ido a llamar. Para mi
suerte él ya venía de vuelta antes de que le tuviera que explicar a ella.
—Creo que nos tenemos que ir—Chandler nos
ordena al instante en el que toma su abrigo del respaldo de su silla.
Monica y
yo nos le quedamos viendo aún sin comprender.
—¿Qué? ¿Por qué?—Monica me quita las
palabas.
—Es sólo que...—Chandler figura una enigmática
sonrisa que se ve que apenas y puede contener—. ¿Cómo lo explico? Phoebe llamó
diciendo que hay alguien en el departamento que quiere conocernos. Creo que
mencionó la presencia de una ‘sorpresa’ también.
—¿Qué...?—mi voz tambalea, ya siento
tensión en mi interior—. ¿Pero...?
—¿¡Y qué importa!?—Monica me corta efusiva ya
sosteniendo su bolso y lista para salir—. ¡Vamos, vamos! ¡Andando!
Sus
palabras, su tono y gesto, suenan como una terrible orden que debemos seguir.
Tomamos
un taxi del que unas personas se estaban bajando para acudir al restaurant.
Chandler nos abre la puerta a Monica y a mí y él toma el asiento del copiloto
para dar instrucciones apuradas y directas a nuestro pobre conductor. Es sólo
cuando el coche comienza a andar que Monica calma sus ansias.
Una vez
que arribamos, nos apuramos como un trío de locos a través de los pasillos de
nuestro edificio hasta el punto de estar cerca de tropezar por llegar en menos
de cinco segundos a casa, siendo incapaces de contenernos más. Aguardamos un
momento mientras Chandler alcanza nuestro ritmo y el desenfreno vuelve a ser
Monica en sí cuando se da cuenta de que esta vez, esta única vez, el cerrojo estaba puesto.
Estoy
terriblemente intrigada, más de lo que puedo soportar. Alguien nos abre la
puerta por fin. Y las palabras surgen apiladas una a una hasta la punta de mi
lengua, pero aún no puedo hablar.
Es
Elizabeth.
La
hermosa Elizabeth Taylor atendiendo la puerta de nuestro hogar, con Phoebe y
Joey corriendo detrás de ella a encontrarse con nosotros. Estoy completamente
petrificada, helada y empeñada en cubrir mi rostro entero detrás de mis manos.
—¡Y tiene una hermosa idea para
sorprender a Michael en Navidad!
Hermosoooooo! Como siempre lo major Del mundo! La esp era vale completamente ka Pena! Graciaaas poor esta Hermosa historian Kat!
ResponderEliminarQueremos Bodaaa c':
awww la adoroo
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