O es que
en realidad no iba a importarme un demonio lo que pensaran los demás.
—¡Es la última...! ¡Maldita sea!—me susurra
entre besos que deja por todo mi cabello, y mientras, se me entumen los brazos
por toda esa fuerza que gasto en aferrarme hacia él—. Se acabó, Rachel. Es la
última maldita vez que me voy sin ti. La última, ¿Me escuchaste? Vuelvo a
viajar, y tú vendrás conmigo. Sí o sí. Y no me importa, no pienso volver a
alejarme tanto tiempo de ti.
Sus manos
sujetan mi rostro entero con una fuerza dulce pero necesaria, y sólo puedo
mirarle a él; a sus ojos vidriosos, su ceño fruncido y sus labios humedecidos.
Mis lágrimas alcanzan a pasearse alrededor de sus pulgares.
—S-sí...—mi voz tiembla de forma ridícula.
Atrapo sus manos sosteniendo mi rostro.
—Sí,
¿Qué?—su mirada me perfora con más intensidad que antes, anhelante.
—...Será
la última—repongo—. Es la última vez que te dejo ir tanto tiempo. Te lo
prometo, ¡Te lo juro! Ya... ya no más.
—Te amo
tanto, Rachel.
Besa mis
labios otra vez, y otra, y otra, usurpando el deseo con más devoción a cada
nuevo roce que me regala. Instintivamente mis manos se apegan a su cuello para restregarle más hacia mí,
para poder adentrarme más hacia su bendita cavidad, y que mis labios se sacien
por toda esa abstinencia que habían sufrido hasta ahora. Por que nuestros
alientos vuelvan a convertirse en uno sólo, que nuestras lenguas se saboreen
como antes, y que mis piernas tiemblen como gelatina por la debilidad que él
genera en mí. Y que me encanta.
—Michael...
te amo—vuelvo a tomar sus labios una última vez, antes de que mi aliento me
abandone de vuelta.
—Mientras
he estado allá...—susurra sin fuerza, es como si no tuviera la voz para hacerlo—.
He podido comprender lo que sería de mi vida si tú salieras de ella.
Yo miro
alternadamente sus ojos y sus labios, no lo puedo creer.
—Por favor prométeme, que nunca me vas a dejar,
y que lo que tenemos juntos es algo que durará por siempre.
—Cariño...
La mínima
idea amenaza con detenerme el corazón.
—...Te lo prometo.
Me dedica
una sonrisa divina, cargada de sentimientos que me hacen enmudecer, inmovilizar
el tiempo, y lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.
—Vayamos a Neverland, pequeña.
—Por favor.
Su mano
tomando la mía, me hace andar trastabillando, incrédula, y aún alucinando con
la maravillosa luz que su sonrisa no borra durante más de la mitad de nuestro
trayecto a casa. El haberle extrañado como una maldita desquiciada me hace no cansarme
de mirarlo, de analizar otra vez cada una de sus facciones perfectas o de notar
todos los cambios que el viaje, el tiempo y la distancia le habían ocasionado
al final.
Su
cabello, definitivamente estaba más largo. Si antes lo ataba simplemente con
una coleta improvisada a la altura de los hombros, ahora se tenía que ocupar de
hacerse un recogido diligente para envolver sus rizos en su totalidad. Sus ojos
me parecieron más grandes, como si sus pestañas hubiesen crecido y le hubiesen
dado más luminosidad a su mirada, aunque no pudiera dejar de notar las ojeras
que le habían aparecido debajo de ese par de lagunas cafés. Pero, hasta eso lo
hacía lucir más que perfecto. La palidez de su piel, su cabello negro y
alborotado, su mirada encantadora y cansada, su barba rala, las horas de avión
encima, y el brillo que refleja frente a mí con sólo voltearle a ver.
Él... Mi
Michael. Jamás lo había visto tan hermoso como ahora.
—Estás de vacaciones, ¿Verdad? Oh, por favor...
Por favor dime que estás de vacaciones, Rachel.
Con ayuda
de Bill terminamos de bajar todas las valijas de Michael del maletero casi al
pie de la entrada a la mansión y, luego de perder la cuenta de todos los
vistazos nerviosos que echo a nuestro alrededor para comprobar que no existe
evidencia alguna de nuestro pequeño plan, que los jardines de Neverland aún no
lucen ningún tipo de decoración especial, y que no hay rastro de que los chicos
y Elizabeth se encuentran aquí, por fin, le devuelvo la mirada, y me burlo de
la cara de preocupación que encuentro en frente de mí.
—Lo estoy—asiento,
alzando mi mano para acariciar su mentón—. No más trabajo por hoy, mañana, o el
resto de las dos siguientes semanas, cariño. No más tener que ir a Los Angeles
o hasta Nueva York. Desde el momento en el que te encontré en el aeropuerto, mi
tiempo se convirtió en tuyo, y nada más.
Suspira,
con su aliento convirtiéndose en vapor apenas al salir.
—No sabes las ganas que tenía de
oírte decir eso.
—No sabes las ganas que tenía de hacértelo
saber—me hago crecer apoyándome en las puntas de mis pies para dejar un pequeño
beso en la comisura de sus labios—. Ahora entremos, que está haciendo más frío
del que creí que haría. No quiero que te resfríes.
—...Sí.
—Y he
oído en las noticias que podría nevar—Bill murmura, al terminar de sacar la
última valija del coche.
¿Podría
nevar? ¡Eso sería perfecto para nuestro plan!
—¿De verdad? ¿En California?—pregunto,
volviéndome hacia él.
—Así es. Lo oí más de una vez en la radio y en
la televisión—replica, con la mirada iluminada.
—Está
bien—Michael dice—. Entonces, entremos. ¿Tienes llave, Bill?
—Oh...
claro—titubeo, mirándolos a ambos—. La necesitamos. Porque no hay nadie dentro
de la casa. No hay nadie dentro, ¿Verdad, Bill?
—No hay nadie dentro—me lanza una mirada
cómplice seguida de un guiño. Tiende el manojo de llaves hacia Michael, que ya
se encuentra tomando el picaporte de la puerta, arreglándoselas para asegurarse
de que no sea capaz de mirarnos—. Me aseguré antes de salir de aquí.
—Bien...—le
susurro, acercándome hacia él.
Al menos,
iba a ser una cosa menos de qué preocuparme, y tener que llevarme a Michael
directo y sin ninguna desviación hacia nuestra habitación no me causaría un
problema mayor. Siendo pésima para evadir algún secreto, en especial cuando se
trata de una sorpresa en la que Michael, para variar, sería nuestra víctima
principal.
La
oscuridad no me deja inspeccionar más de tres metros a la redonda mientras
andamos juntos escaleras arriba. Está bastante silencioso y calmado. ¿La
decoración ya estará lista? ¿O es que ese es el papel que juega la oscuridad?
Me es sumamente difícil imaginarme un inmenso árbol de Navidad instalado al
centro de la estancia, una vía de tren de juguete recorriendo los alrededores,
o docenas de regalos esparcidos por toda la planta baja. Oculto todo bajo esta
tranquilidad.
No, aún
no podía estar listo. Y mucho menos podía preocuparme de que no lo estaría a
tiempo. ¿No? Monica y Elizabeth eran como una misma, y estoy segura de que
ellas, junto con la ayuda de los demás, podrían hacerlo posible. Lo que fuese y
cuando fuese, durante el tiempo que necesitaran, o menos. Ahora tan sólo estoy
segura de que todos cuentan conmigo, de que mi única tarea para efectuar la
estrategia a la perfección es mantener a Michael dentro de la habitación, y
bajo ninguna circunstancia dejarle salir.
Dios, me
espera una tarde larga, y llena de películas para ver.
—¿Qué te parece, Michael? Nieve, cayendo sobre
Neverland—musito, dirigiéndome hacia el cuarto de baño. En el momento,
plantarme frente al espejo, y practicar una de mis mejores sonrisas para
convencerle de terminar la tarde sin salir de la habitación, suena como la
mejor idea que se me puede ocurrir.
—Lo sé...—le
escucho tranquilo a lo lejos—. No recuerdo la última vez que había sucedido.
—Casi me dan ganas de salir, retarte a una
batalla y poder verte todo cubierto de blanco—continúo examinando mi rostro
frente al espejo por algunos segundos más. De pronto, me miro sonriendo, al
haberle escuchado reírse desde la habitación.
—Construir
un muñeco, luego tirarnos, y dibujar ángeles de nieve sobre el jardín, ¿No?
—Quizá...—titubeo
como tonta. ¿Cómo he llevado la conversación por ahí? ¡No puedo dejar que
salga!—. Pero estás cansado, tal vez por ahora sólo deberíamos...
—...Oh,
Rachel—me corta, bufándose por lo bajo—. Cansancio es lo último que sentiría.
Especialmente ahora.
—¿Qué...?
Al salir,
me encuentro con él apoyado contra la puerta cerrada, y las manos detrás de su
espalda. Está tan relajado, tan atractivo y sonriéndome en tono seductor. El
rostro deslumbrante y su presencia tan pacificadora. Tan... perfecto. Una
tremenda punzada de adrenalina se dispersa hacia mis mejillas, cuando escucho
claramente cómo pone el seguro.
Me entran
ganas de reír por la picardía que inunda su mirada.
—Si no te amara...—susurra, una palabra a cada
paso que lo acerca hacia mí—. Si no te deseara como lo he hecho durante todos
estos meses... Estaría cansado. Terriblemente cansado.
—Pero...
—...Pero
no es así.
—¿N-no...?
Se me
seca la boca, y mientras él continúa caminando hacia mí, haciéndome retroceder
y obligándome, ya con mis piernas debilitadas a andar en dirección a nuestra
cama.
—Por supuesto que no—reprime una sonrisa al
morder sus labios—. Ahora mismo, me apetece hacer otra cosa.
—¿Qué
quieres hacer?
—¿No lo
imaginas?
Sonrío,
más turbada y tentada como nunca antes, como hace tiempo que quería estar. Y sé
que él lo disfruta, que le excita la sensación del maldito poder que puede
ejercer sobre mí. Estoy indefensa, y quiero continuar así.
Para ese
momento, su abrigo ya tiende en el suelo.
—Lo imaginaría... de no saber que
tienes veinte horas de avión sobre ti.
—Entonces olvídate de eso—se detiene a
centímetros de mí, deliciosamente cerca—. Imagínalo como los meses que llevo
encima sin besarte, sin haber pasado mis labios por tu cuerpo, sin haberte
tocado, sin haber estado... tan cerca de ti. Haciéndote mía.
—Michael...—jadeo
con los ojos cerrados, al momento de sentirlo ya prácticamente sobre mis
labios. Esto es nuevo para mí, para ambos. Es la falta que nos hemos hecho lo
que le hace hablar así, o la ausencia que me hizo cada maldita noche desde su
viaje lo que me hace desear probarlo de una vez y por todas, volver a él.
Sentirle dentro de mí. Ya—. ¿Desde cuándo te has vuelto tan bueno para la
seducción?
Inspira,
mirando sólo mis labios.
—Desde
ahora.
Entonces
me toma de la cintura, y sin estribos, me hace caer profunda de espalda contra
el colchón. Un quejido de asombro se me escapa y sin darme la oportunidad de
reprenderle por ello, él ya se encarga de sellarme los labios con un beso
cargado de infinita necesidad. Nuestras bocas se absorben, caigo en la
tentación y le devoro con un frenesí aún mayor, y al final, mi lengua encuentra
en el interior a la suya. Es el paraíso.
—No me digas... no me digas que no lo querías
también—sus manos aprisionan mi cuerpo entero y su aliento choca contra mi
cuello con avidez, intercalando cada palabra susurrada con besos y lamidas que
va dejando sobre mi piel—. ¿Vas a decirme que no me extrañaste como he creído?
—N-no...
No lo voy a decir—sus besos me dan la oportunidad de responder. Alcanzo a
percibir una pequeña sonrisa combinada con su respiración agitada.
—...Bien.
Asiento
con él, sujetando su rostro a milímetros del mío, ya sudorosos. Y le dejo
continuar erizándome los vellos, tocándome, saboreándome, volviendo a
encontrarme y conocer todo de mí. Porque era cierto, lo deseaba, lo deseaba
tanto. Anhelaba ya que me hiciera el amor, a besos o a caricias, que jugara con
mi cabello, hundirme en él, con su cuerpo envuelto entre mis muslos, hablándome
al oído y escuchando nuestros propios latidos.
Sentir su
duro e incesante deseo penetrando mi ser.
Michael
se deshace de su camisa sin dejar de torturar mi cuello con sus labios y
dientes, dejándome observar su torso desnudo, enteramente embelesada, drogada e
impregnada de la esencia de su tez frágil otra vez. La simple imagen es
exquisita, es todo lo que había necesitado, todo aquello que me hace respirar y
que ahora me deja asesinar la necesidad de pasar mis palmas por la totalidad de
su piel.
Me besa
con urgencia al tiempo que alza mi blusa sobre mi cabeza y mis manos continúan
paseándose por su cuerpo, descendiendo, y desabrochando la cremallera de su
pantalón hasta ser merecedora de sentir su erección. Sus manos me desnudan con
ternura, despacio, saboreando cada respiración y gemido que se une en un solo sonido
de los ‘te amo’ que sé que habíamos acumulado hasta este preciso momento. La
simple sensación de encontrarme desnuda y expuesta frente a él me hace gritar.
Él me acaricia, con sus manos dibuja siluetas sobre mis pechos y me obligo a
reprimir el sonido de placer enredando mis dedos entre los rizos alborotados de
su cabeza.
Es que no
podía creer que fui a olvidar lo obvio. Que no sé cómo diablos pude soportar
tanto tiempo sin tenerle así, sintiendo que el fuego que existió entre nosotros
ahora es lava propagándose, son gemidos, y son todos esos roces deliciosos que
comparten cada centímetro de nuestra piel unida. Le necesito, lo había hecho
desde el primer día en que se marchó.
—Mi amor...—mi piel arde al oírle—.
Te extrañé tanto.
Él se
arquea sobre mí hasta alcanzar el primer cajón de nuestra mesita de noche, y
sólo al volver a su posición le miro trozando el pequeño envoltorio metálico.
Lo abre frente a mí, con una expresión vívida y deseosa, con su sudor
salpicando mi piel y el pensamiento de que está a punto de suceder lo que tanto
había deseado humedeciendo mi sexo en su interior. Le quiero dentro mío, ahora.
No puedo ni quiero soportarlo más.
—Te amo—freno
sus movimientos en seco, sosteniendo con brusquedad su rostro pegado al mío—.
Michael, te amo tanto.
Su
silencio me dice que es el momento. Sus manos vuelven, ascienden de nuevo hacia
mis caderas y me embiste de una sola vez. Termina adentrándose en el centro de
mi cuerpo y es entonces que ese maravilloso vaivén comienza a tener su lugar.
Sus manos
en mi cintura conducen los movimientos, los vuelve a cada roce más veloz que el
anterior. Mis labios se pegan a su cuello, mi respiración adherida a su tez.
Toda esa sensación de tensión sobre nuestra parte posterior se agranda con cada
nuevo atisbo de inercia mientras mi aliento me abandona víctima del deseo. De
sus labios brota un calor que penetra y sensibiliza mi piel, mientras mis manos
nada perezosas se mueren por desfilar por la parte baja de su abdomen. Su
lengua inquieta se deshace en unísono con la mía, continúa saboreándome sin más,
y dejándome un perfecto trazo comenzando de mi clavícula hasta el final de mi
cuello.
Mis
gemidos, sus jadeos. Toda esa lujuria y placer ascendiendo desde la punta de
mis dedos y hasta el centro de mi entrepierna.
La
bendita sensación de que los dos, juntos, estamos a nada de dejarnos llevar.
Somos los
dos, otra vez. De nuevo, estaba completa.
*****
El dulce
aroma de los famosos panecillos de Monica recién salidos del horno me obliga a despertar.
Está completamente oscuro en la habitación, y junto con el clima infernal que
se ha impregnado dentro, me recibe la más horrorosa de las combinaciones que
una persona, agotada, y recién despierta podría recibir jamás. Inmediatamente,
uso mis pantaloncillos para dormir, escojo una camisa interior, y me abrigo un
poco mejor con la camisa holgada de Michael que, para elevar un poco la
temperatura de mi cuerpo, miro tendida a pleno suelo de la habitación. Me
aseguro de dejar un pequeño beso en su mejilla con el infinito cuidado de no
despertarle, cubro su cuerpo entero con las cobijas, y salgo de ahí, silenciosa
y resignada, sabiendo que está de más, enterarme de que era ya demasiado tarde.
Estoy
terriblemente cansada, pero así, aún quedaba efectuar nuestro plan.
—Vaya, hasta que te dignas en
aparecer.
Su voz me
causa un retortijón terrible que estremece todo mi interior.
—Phoebe, por Dios...—susurro con sequedad,
luchando por recuperarme—. Casi me matas del maldito susto.
—Así
tendrás la conciencia.
Se burla,
y de lo único que soy capaz antes que reprimirle, es de observar cómo Ross y
Chandler aparecían detrás de ella, acercándose hacia nosotras. Me pregunto
cuánto tiempo es que ha pasado desde que llegaron todos a Neverland.
—¿Y cómo va todo?—cuestiono
solícita, ya mirándoles a todos.
—Oh, todo va perfecto—Phoebe musita, y Ross
junto con Chandler asienten a la par—. Monica está terminando con la cena, y
Joey está ayudando a Elizabeth a terminar de decorar la estancia. Sólo resta
esperar a que Michael aparezca también.
—Él
está... durmiendo aún—admito, con la mirada baja y luchando por que mi sonrojo
no delate la verdad detrás de mis palabras—, supongo que...
Chandler
resopla y chasquea su lengua en tono de burla.
—Supongo que lo has dejado bastante
agotado.
—Chandler...—reprimo mi vergüenza. ¿¡Pero, cómo
diablos puede decirlo así!?
—¿Sabes?—la
voz de Ross aparece desganada, y al igual que yo, se encuentra fulminando a
Chandler con la mirada sombría—. Puede pasar el tiempo que sea. Pero, ese tipo
de comentarios, aún pueden ponerme incómodo.
—Sí,
Chandler—Phoebe asiente junto con él, inmediatamente me siento más aliviada de
sólo saber que al menos ella, lo ha podido comprender. Así sienta que mi rostro
está a punto de caerse de vergüenza—, así que por favor. Déjate de ese tipo
de... ¿Eso es un chupetón?
—¿¡Qué!?
Oh,
maldición. No, no.
—¡Sí!—se acerca para señalar mi cuello con
facilidad. Su terrible sonrisa me ataca, junto con las risas de Chandler y el
horror en los ojos de Ross—. Está justo ahí, Rachel. Y luce... bastante
agresivo.
Busco el
espejo más cercano con la urgencia y torpeza que mis pasos me permiten. Al
plantarme frente a uno, halo del cuello de mi camisa, y para mi vergüenza, mi
eterna desgracia, lo puedo ver.
Michael
me había dejado chupetones, por todo mi cuello.
—Heridas de guerra—Phoebe musita sonriente,
contemplándome a través de mi reflejo.
No dudo
más y la encaro a ella y a los demás, asegurándome esta vez, de que mi cuello
no podrá dejarme en evidencia de lo que Michael y yo estuvimos haciendo durante
toda la tarde de nuevo, así el recuerdo me haga sonreír. No al menos frente a
los demás. Elizabeth se encuentra más allá del pasillo, y si me mira así, si la
simple idea se le planta en la mente, no sé cómo podría sopesar toda esa
timidez. Ni yo sola, ni con Michael tomando mi mano podríamos hacerlo. Así como
es.
—No imagino cómo habrás dejado al pobre Michael—Chandler
dice, pretendiendo una expresión de dolor.
Esta vez
no me quejo, no le reprendo, no nada. Si él tiene razón, si la verdad es que
espero no haber hecho lo mismo con Michael.
—Chicos, por favor...—mascullo, recuperando
toda confianza en mirarles y encaminarlos por la dirección de la que han aparecido—.
Vamos ya, que quiero ver cómo han decorado la estancia.
Y quiero cambiar de tema también.
—De acuerdo, vamos—Phoebe y los
chicos comienzan a andar.
Espero a
que Chandler y Phoebe se adelanten un poco más, y sin dejar de caminar detrás
de ellos, me aventuro a tomar a Ross del brazo en una sola oportunidad. Él se
gira para verme luego de haberle atraído hacia mí, y no evito sorprenderme con
la extrañez que encuentro en sus ojos atontados.
—Lo siento...—susurro, únicamente hacia él, asegurándome
de que no hace falta explicar el por qué de mi disculpa. Si no lo hacía, no
veía otra forma más convincente de poder estar cerca suyo sin volverme a sentir
cohibida de cualquier forma posible.
Una
sonrisa relajada se dibuja en sus labios.
—No te
preocupes...—admite, y ya comienza a dejarme atrás—. Ya me he acostumbrado.
Un gesto
divertido, una risa tímida y la lejanía que impone entre ambos me hacen olvidar
de contestar. O no es como que buscara hacerlo, luego del deslumbre que me
anuda mi garganta al percatarme de que, la estancia por fin estaba a mis pies.
Inmediatamente
me quedo sin aliento.
Series de
luces es lo primero que puedo ver. Extendiéndose por cada rincón inexistente de
la sala de estar, desde el piso y hasta el techo. Enredándose e iluminando cada
centímetro de le chimenea, del comedor, de cada uno de los libreros que nos
rodean y de cada decoración habitual. Parece magia, o inmensamente irreal, lo
que algunas horas de dedicación y buena organización podían hacer de verdad.
A cada
lado de la habitación se pueden notar velas de todos los tamaños y colores
enmarcando toda esa belleza instalada, y a la misma distancia, al centro, un
perfecto y frondoso árbol de Navidad. Brillante, hermoso, y más de lo que había
siquiera imaginado, cubriendo una extensión inmensurable de presentes envueltos
de diferentes papeles de patrones brillantes, dulces, y tonos acorde a la
ocasión. No puedo siquiera comenzar a contarlos, pues a simple vista ya parece
que la cantidad es infinita. Todo está adornado al puro estilo coloquial y
elegante de Monica, así que inmediatamente se me viene a la mente la forma en
que juntas solíamos decorar nuestro pequeño departamento en Nueva York. Convirtiéndolo
en un tremendo placer mirarlo, y asimilarlo así, y además, no poder esperar a
que Michael lo vea.
Los
chicos me señalan en un mohín la parte de la habitación a la que el árbol da
espalda, y me topo con Joey, tomando asiento en uno de los sofás, y sosteniendo
una videocámara a la altura de su rostro, dejándome saber que evidentemente se
encuentra ya documentando algo. Ross me incita a acercarme un poco más, y
entonces puedo mirarla; Liz, tomando asiento frente a él, y diciendo algunas
palabras hacia el foco de la cámara que Joey sostiene. Está hermosa, como
siempre, sonriente y llena de gracia. Su simple presencia me hace estremecer de
emoción.
En el
instante en que alzo la vista y decido que será mejor saludarla algún momento
más tarde, me encuentro con Monica, que aún está paseándose de un extremo a otro
dentro de la cocina. Se me aligera la atmósfera sólo de verla, así que no
espero más y comienzo a caminar hacia allá, quedándome nada más en mis
pensamientos que una frase que Liz pronuncia hacia Joey en el momento correcto,
y que aún al alejarme, retumba más intensa dentro de mi cabeza.
“Porque no puedo
imaginarme a Michael sin Navidad, o a la Navidad sin Michael”
—¿Necesitas ayuda?—inquiero divertida,
recargando mi cuerpo contra la barra de servicio.
Ella se
queda petrificada al verme, y una enorme sonrisa tiene lugar.
—Oh, hola, Rach...—me saluda dulce, negando a
la par—. No, no te preocupes. Estoy ya por terminar.
Retoma lo
que hacía, dirigiéndose a la estufa para oler las diferentes cacerolas que
tenía aún al fuego, siguiendo sus movimientos con un increíble gesto de
satisfacción entre cada una. Al mismo tiempo, me vuelvo a girar, y como si
hubiera sido un reflejo, vuelvo a perder la vista en la estancia.
Es como
si cada vez que miro, luce incluso mejor.
—Sorprendida, ¿Eh?—Monica me llama por detrás.
Al virar para mirarle de nuevo, ya tiene un trozo de tela para limpiar sus
manos.
—Sorprendida ni siquiera lo abarca—replico
segura, sin poder disimular toda esa emoción que aún aprisiona mi tono. La hago
reír.
—Me
alegro de que no se te haya pasado por la cabeza subestimarnos a Liz o a mí.
Ambas queríamos que esto quedara perfecto.
—Jamás me
hubiera atrevido a pensar siquiera que esto podría salir un pelo de mal. Todo
es... perfecto.
—No
tienes idea del alivio que me da saber que pienses así—se apoya a mi lado sobre
la misma barra, y se me queda viendo con esa misma sonrisa inmensa.
Frunzo el
ceño, mirándola, aún sin poder comprender.
—¿Creíste que pensaría lo contrario?—inquiero.
—No lo
contrario—sus ojos me olvidan para poder pasearse por la estancia—. Pero no te
mentiré. Creí que te opondrías. Al principio, al menos.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Pues, tú
lo sabes...—titubea un poco más seria, y sus intenciones comienzan a tomar
forma dentro de mis pensamientos—. Se trata de Michael. Y se trata también de
un estilo de vida que abandonó desde que era apenas un niño. Es... Navidad. Y
es una primera vez para él, prácticamente. No lo sé, quizá...
—Quizá será un poco abrumador, ¿No?—le
corto, y eso pareció bastar.
Monica
asiente, pero más que eso, parece que le duele el sólo hacerlo. Y a mí, me
destruye el sólo pensar que he sido tan transparente para ella en torno a esto.
—Tal vez—musita.
—¿Sabes
algo, Mon?—me incorporo, y cruzo de brazos para encararla de lleno y sin
distracciones—. Al principio, sólo al principio lo llegué a creer. Luego de
tanto tiempo, o tantos años que hemos pasado con la Navidad desapercibida para
no ocasionar algún problema. Porque lo importante para mí siempre fue el simple
hecho de estar una noche más con él. Así hubiese sido especial, festiva, o
cotidiana. Pero con él.
—¿Han pasado ya cinco Navidades que no
celebramos?—me dice, como cavilando en su mente—. ¿En verdad tanto?
—Cinco navidades, contando desde la
boda de Ross y Emily.
Me dibuja
un gesto de desagrado, luego del comentario. No puedo esconder un par de risas
que se me salen como reacción.
—...Y te
diré que, de no ser por Liz...—continúo, tratando de reponer mi seriedad—. Si
ella no creyera fielmente que esto es una excelente idea, yo jamás habría
seguido adelante con ella. Pero lo hace, sabe que es perfecto. Y eso es lo que
me hace continuar.
—Tienes toda la razón, Rach.
—Por
supuesto que la tiene, y yo también.
Vuelvo la
cara, en cuanto escucho esa nueva voz proviniendo a mis espaldas. Al hacerlo,
me topo con sus increíbles lagunas violetas acunando los míos, con su perfecta
sonrisa haciéndome olvidar de todo lo demás. Así que no lo pienso ni un segundo
más, y abro los brazos para lanzarme hacia ella.
—Liz...—susurro como mi sonrisa petrificada me
lo permite hacer, y luego de haberla abrazado, ella pasa una mano dulce
alrededor de mi mentón.
No hay
duda de por qué Michael ha llegado a quererla tanto.
—Cariño, todo está listo...—dice con una
sonrisa desbordante, mirándonos alternadamente a Monica y a mí—. ¿Qué les
parece si lo despertamos ahora?
Les
devuelvo los mismos ojos cargados de tentación. Lo que tanto había esperado.
—Despertémoslo—no puedo curar la ansiedad.
Y en
menos de un par de segundos, entre todos juntamos una caravana entera al
dirigirnos escaleras arriba.
Liz y yo
al frente, Monica y Phoebe jugueteando entre ellas cuidando cuál de las dos
podía hacer menos ruido al soltar pequeñas carcajadas. Ross y Chandler detrás
de ellas, cautelosos y con un par de sonrisas plantadas y petrificadas sobre
sus rostros, una que no puedo sino corresponder, así mirar el gorro de Santa
Claus que Chandler lleva puesto me haga partirme de risa por lo bajo, aunque no
me quede de otra que ocultar mis risas, pues ruido era lo menos que podíamos
hacer, junto con el ridículo que Joey, andando detrás de todos, puede grabar
con la videocámara que no había soltado desde que le vi al llegar a la estancia
antes.
Pero me
encanta. Que él documente cada instante, que todos estén aquí, y que no podamos
aguardar más a que Michael también se nos una.
—¿Michael...?
Llamo a
la puerta de nuestra habitación un puñado de veces más, sin importarme si en
efecto estaba cerrada con seguro, o sólo como la dejé antes. Y en ningún
instante se me pasa por la mente entrar. Ni de broma permito que el resto de
los chicos sean testigos de cómo habrá quedado el lugar luego de esta tarde.
Que de por sí, ya me había condenado con Phoebe, Chandler y Ross.
No hay
respuesta del otro lado, y miro a Elizabeth como buscando por una alternativa.
—Déjame a
mí, cielo...—me dice, tranquila. Inmediatamente le cedo el lugar para que ahora
ella pueda intentar—. ¿Michael? ¡Tienes que despertar! ¡Vamos! ¡Está aquí el
Espíritu de la Navidad y ha venido por ti...!
La
adrenalina supura en mi pecho al mirar el pomo de la puerta mecerse frente a
todos nosotros. La puerta se abre, y sólo así, Michael aparece tan cerca de mí,
que ni me detengo a saludarle ni a fijarme en la dulce expresión de su rostro.
Lo único que se me ocurre hacer es lanzarme a enrollar su cuello entre mis
brazos, y ser la primera en embestirle, sin importarme nada más.
—¡Saliste!—escucho a Liz bramando detrás, y me
deshago del atisbo de egoísmo que me posee para dejar que los demás abracen a
Michael también—. ¡Por fin!
Él apenas
y puede contener la sonrisa desorbitada. No puedo evitar sentir un tremendo
nudo en mi garganta al contemplar el exquisito brillo que toman sus ojos. No me
lo puedo creer.
—Dios
mío... hola—musita en un hilo de voz, entre cada uno de los abrazos que va
obsequiando—. ¿Cómo es que no lo sabía? No me esperaba que estuvieran todos
aquí.
—Es parte
de la sorpresa—Monica añade, entre todos nosotros.
—¿Sorpresa?
—¡No
perdamos más tiempo!—Phoebe brama sonriente, y usando ambas manos para
encaminarnos por la dirección anterior, y estoy segura de que todos le
agradecemos que corte así la pregunta diligente que Michael había lanzado al
aire—. ¡Bajemos!
Automáticamente,
al andar mi mano busca tomar la de Michael.
—Creímos que jamás saldrías de ahí—Monica se
gira a mirarnos en una oportunidad.
—Lo
siento tanto...—él se disculpa, añadiendo una sonrisa tierna que me derrite el
corazón—. Siento haber tardado así. Es sólo que, cuando estoy agotado... me
cuesta mucho abrir los ojos de nuevo.
Bajo la
vista, con mis mejillas ya encendidas, tan sólo pensando en lo que “Agotado”
podría llegar a significar. En el mismo instante, siento el calor de una de mis
mejillas incrementando agresivamente, y es su aliento, chocando contra mi piel,
lo que termina de debilitarme las piernas. Michael acerca sus labios hacia mi
oído para susurrar:
—...Además de que no llevaba ni una
prenda de ropa encima.
Yo le
miro, pestañeando increíblemente aturdida.
—Eso recae en tu deseo—susurro.
Segura de que eso era verdad.
—Entonces,
no te preocupes—continúa susurrando, pero perdiendo su mirada en los demás,
andando cada vez más lejos de nosotros—. La próxima vez trataré de evitarlo.
—No lo digas ni de broma.
La simple
idea me hace estremecer. Michael se ríe, y luego las risas se le acaban, al terminar de clavar sus ojos por todo el
lugar.
—¿Qué es todo esto?
Sin saber
de dónde obtengo las fuerzas para hacerlo, dejo ir su mano, para así poder
acercarme a los demás, y poder contemplar mejor la expresión que pudiera tomar
su rostro al perder la vista por la estancia entera.
El
corazón me martillea con fuerza, el nudo comienza a aparecer.
—Sólo algo que se nos ocurrió hace unos minutos—Chandler,
de todos los demás, se anima a contestar a su pregunta.
Monica le
da un pequeño codazo, antes de intentar acercarse un poco a Michael.
—¿Te gusta?—ella inquiere, con sus
ojos de lleno en él.
—Me... encanta—Michael aún estudia los
alrededores, parpadeando como si estuviese desconcertado—. No, me fascina.
Es... bellísimo.
Siento
una pila de peso desaparecer. Eso, era lo único que todos queríamos escuchar.
—Y eso que aún no hemos abierto los regalos de
Santa—Liz musita entre todos, en tono burlesco.
—¿Santa ha venido?—Michael pregunta animado,
con su mirada ya ubicando los presentes tendidos por la moqueta.
—Santa de Bel-Air—Liz
replica radiante.
Michael
se ríe con timidez.
—Dios, ya quiero abrirlos todos.
—Y créeme
que yo también—Joey le hace segunda, aún sosteniendo la enorme cámara entre sus
manos. Todos reímos a la par, y casi en el mismo instante él se detiene para
inspeccionar y hacer gestos de extrañez al observar el aparato—. Oh, no.
—¿Ocurre algo?—Michael pregunta con
una expresión de preocupación.
—Es la
videocámara... Le he comprado un cassete nuevo esta mañana, pero creo que no lo
adapté bien.
—Déjame ver.
—Oh,
vamos. Nos ocuparemos luego de ello. Ahora tenemos que brindar—Ross dice, y
todos volteamos a ver.
Él tiende
una copa de cristal a cada quien, y Phoebe va detrás de él, llenando cada copa
hasta la mitad. Michael recupera la sonrisa, y camina hasta mí, para tomar mi
mano, para volver a hacerme sentir el cielo y las nubes al roce suave de su
piel.
—Por tu
primer Navidad, luego de tanto tiempo, Michael—Ross musita firme, tendiendo su
copa al frente e incitando a los demás—. Porque esto ha sido todo un éxito, y
no quedará más que disfrutar cada segundo restante de la noche contigo.
—...Gracias, Ross—Michael dice, pero aparece
casi como un susurro opacado por la pesadez de la timidez en su voz. Lo miro, y
no puedo luchar siquiera por sentirme mejor de lo que ya me siento al saberle
tan agradecido por todo esto—. Gracias... a todos.
Ambos
intercambian un gesto final, y tomamos un sorbo de licor casi al mismo tiempo.
—¿Podemos cenar ahora?—Joey es el
primero en hablar.
De todos
aparecen diferentes puñados de risas discretas. Phoebe pasa una mano por encima
del hombro de Joey y comienza a conducirlo hacia al comedor con una sonrisa
puesta y ya brillando en todo su rostro. Los demás les siguen sin aguardar ni
un solo momento. Cada uno con su respectiva copa en la mano, aproximándose ya a
su respectivo lugar.
Mientras
tanto, Michael y yo permanecemos ahí, de pie frente al árbol infinito y su
brazo envolviendo mi cintura. Se gira, y con su dedo índice levanta mi mentón,
ocasionando que mis ojos se claven en los de él.
—¿Y qué hay de ti?—susurra. Puedo sentir cómo
sus ojos sólo se ocupan de mirar mis labios—. Tenías muy bien guardado el
secreto.
—Ese era el plan—inspiro, saboreando su
cercanía—. Quería que fuera una sorpresa.
Sonrío
hasta que no puedo hacerlo más, hasta que mi aliento se pierde, y Michael lo
roba al cubrir mi boca con la carnosidad de sus labios en un roce leve, pero
intenso.
—Te amo, Rach.
—Yo más.
—¿Empezamos con lo mismo?—me pone una cara de
desagrado encantador. No puedo evitar reírme frente a él.
—Empecemos con la cena, mejor.
Eventualmente,
tengo que separarme de él para poder ayudar con lo demás. Y es que aunque
hubiera deseado que mi tarea hubiese sido el poner la mesa junto con los demás,
para poder observar de cerca cómo Ross y Michael continuaban sin poder dejar de
intercambiar palabra alguna, no puedo permitirme quejarme. Así teniendo finalmente
que ayudar a Monica en la cocina, y tener que conformarme con la ternura que sé
que le ocasionaba a Phoebe mirar a los chicos conversando más allá, jugueteando
y riendo a cada nuevo segundo.
No. Aún
así, no deja de ser perfecto. Me fascina saber que Michael y Ross podían llegar
a ser así de unidos a veces, y comprender que su amistad había llegado lejos.
Cuando
terminamos de servir la cena, Joey se acerca disparado a tomar su asiento.
Detrás de él camina Chandler, que aparece desde la estancia, y luego seguido
por Ross. Miro extrañada a cada uno antes incluso de pensar en tomar asiento
también, para luego estudiar la dirección por la que han aparecido, pero nada
más apareció, ni nadie. Michael no venía detrás de ellos.
Un
penetrante retortijón me perfora el estómago.
—¿Joey, has visto a Michael?—le paro en el
instante en que ya procuraba tomar sus cubiertos.
—Ah, no... No desde hace un rato—niega, e
inmediatamente echa la vista hacia la estancia—. Creí que estaría con Ross.
Dirijo mi
mirada expectante hacia Ross.
—Charlé
con él—repone—. Pero, luego nos separamos. Aunque, hace varios minutos lo vi
dirigiéndose al cuarto de baño.
Siento
los ojos de Monica a mis espaldas. Me giro, y al mirarla a ella, y a la
preocupación reflejada en su rostro, se me quiebra la voz, pero trato por más
de mantenerme calmada. Así ya estuviera consumiéndome por dentro, y por la
horrible idea de que mi miedo principal está convirtiéndose verdad.
—...Ahora vuelvo—espeto como puedo. Ella, pasa
una mano por mi hombro en el último segundo.
—...S-sí.
Avanzo a
grandes zancadas por la estancia entera, cuidando de no dar tanto alboroto,
pareciéndome que el lugar se agranda conforme tomo velocidad, y que los regalos
tendiendo a cada sitio, están posicionados estratégicamente para impedirme
avanzar. Suspiro, y exhalo, y de nuevo. Luchando por no perder el juicio, por
no permitir que mi ansiedad me carcoma todavía más, hasta que la debilidad se
dispara en mi interior, y tengo que detenerme frente a una puerta cerrada, de
la que una tenue luz se escapa por debajo de ella. Y al final, tan sólo me
parece escuchar su voz.
Abro la
puerta, sin preocuparme el llamar. Y puedo mirarle de nuevo.
Cabeceo
hacia él, pero no me pone atención. Me lo encuentro frente al espejo,
sosteniendo la misma videocámara de antes frente a él y en ese mismo instante
me doy cuenta de que el foquillo rojo se encuentra encendido. Me olvido de
hablar.
—...Sólo
trato de ver si esta cosa funciona...—él susurra, aún mirando su propia
reflexión. Trato de ingresar con silencio, y cierro la puerta detrás de mí, no
pudiendo más sino perderme maravillada en la expresión relajada de Michael—. No
soy un narcisista, tan sólo estoy mirando la cámara, y qué tan bien funciona...
Cuando
dirijo mis ojos hacia él, levanta su vista y es cuando nos sostenemos la mirada
por unos segundos. Me ve paralizada mirándole, y no puedo evitar que un par de
risitas se me salgan, aunque trate de acallarlas con la palma de mis manos.
—¿Qué...?—me reprende, fulminándome
con su tierna mirada.
Le lanza
una serie de sonrisas al espejo.
—Uno,
dos... uno...—su voz tiene un tono más normal—. Estoy contando esta cosa; esta
cosa está parpadeando. Hay algo raro con la cámara... ¡Algo está raro aquí!
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce,
trece...
Continúa
así hasta que el tintineo cesa, y el foquillo deja de parpadear por completo.
Deja el aparato cerca del lavamanos para permanecer ahí, sin hablar, y sin
volver a levantar su mirada. Sin dejarme otra alternativa que hablar.
Su
sonrisa, su brillo, la exquisitez de su presencia había desaparecido. No es el mismo
que salió antes de nuestro dormitorio.
—Michael...—susurro, aproximándome
con cuidado hacia él.
—Todo está bien. Sólo veía sí...
—...Michael—le interrumpo. Sé que ni él podrá
creerse cualquier explicación que planee darme.
Su
expresión se torna tal cual la de un niño regañado.
—Lo
acabas de perder... Él se acaba de ir—se excusa, dándome la espalda
simplemente, y sin tardar, toma asiento sobre el asiento del retrete.
—...No hagas esto.
No puedo
parar de sentirme mal, de pensar en la misma desagradable idea de antes. En lo
que le he metido.
—Puedes volver, Rachel—susurra con la voz débil—.
Saldré detrás de ti en un minuto.
—No pienso moverme de aquí hasta que
vengas conmigo.
Me
inclino y pongo de cuclillas lo suficientemente cerca de él, para poder obtener
su mirada de nuevo. Pero nada sucede.
—...Dilo. Ha sido una pésima idea.
Su rostro
se oscurece con un incrédulo asombro.
—N-no.
Por supuesto que no—titubea. Sus rizos negros caen y forman una cortina larga
que cubre su rostro y me impide mirarle con facilidad—. Lo lamento tanto... Ustedes
no han hecho más que... un excelente trabajo allá afuera. Es asombroso. Pero yo
no... Es sólo que siento que...
—Sabía
que podías sentirte culpable, cariño—no le dejo continuar. No quiero que, si la
idea ya se ha plantado en su mente, pueda escapar también de sus labios—. Pero
no tiene que ser así. Este día no es más que una celebración, Michael. Una en
la que intercambiamos regalos, y no hacemos más que reír, y recordarnos unos a
otros lo mucho que nos queremos. Y no deberías sentirte culpable por ello.
Continúa
cabizbajo, hasta que tomo su mano y, para mi sorpresa, Michael la toma sin
titubeo alguno.
—...Tan
sólo dímelo, y todas las decoraciones se irán—es, luego de continuar, que sus
benditos ojos vuelven a los míos—. Quitaremos todo antes de que te des cuenta.
Nos olvidamos de todo y pasaremos la noche como si nada hubiera pasado.
Le cambia
completamente la expresión.
—No puedo creer que harías todo eso
por mí.
—Y eso es
poco, comparado con lo que haríamos por ti, amor—tengo qué, me acerco aún más, y tomo su rostro suave con
ambas manos, asegurándome de que pondrá completa atención a todo cuanto diga a
partir de ahora—. Allá afuera, vas a toparte únicamente con personas que te
quieren bastante. Que te cuidan, y respetarán cualquier deseo que tú tengas. Lo
que sea.
Michael
se baja del asiento para sentarse a un lado de mí. Esencialmente, puedo sentir,
conforme se acerca cada vez más a mi cuerpo, cómo el aire comienza a aparecer
dentro de mis pulmones.
—No—sentencia,
seco—. Jamás podría pedirles que se olvidaran de esto. Lo que han hecho allá
afuera es... todo. Es más de lo que podría merecer.
—Es para que no olvides cuánto te queremos—digo,
en un leve murmullo, y me pierdo en la forma en que muerde sus labios con
agresividad. Yo quiero morderlos también.
—No sé qué haría sin todos ustedes...—me mira
impasible, recorriendo su vista desde mis ojos hasta llegar a mis labios—. Sin
ti, princesa.
Me
inclino sin poder más para poder besarle. Y ya está. Toda esa preocupación se
desvanece con la sensación real de su carnosidad fundiéndose con la mía, de
nuestros alientos fundiéndose juntos en el mero roce que ocasiona que todo mi
deseo se dispare a las estrellas. El terror se disipa con su amor, con el
oxígeno que me transmite al conocer la exquisita humedad del centro de su boca.
Y que me
hace enloquecer.
—...Te amo, Michael—el sonido de mi voz termina
dentro de su cavidad.
—Te amo, Rachel.
Nuestras
frentes continúan apoyadas una a la otra, y mi mano continúa paseándose por la
extensión de la piel tersa de su rostro. Me fascina contemplarle, estudiarlo y
alucinar con la idea de que él sea para mí, de que ambos nos amemos igual.
Juguetear con su barba rala, con el puente de su nariz, con sus cejas alineadas
y al final, con el tentativo hoyuelo de su mentón. Haciendo que él ría, y que
mi corazón multiplique su tamaño.
Escucho
un tremendo bullicio detrás de la puerta.
—¡Más les
vale no estar haciendo lo que creo que están haciendo allí dentro!
Era Liz,
junto con el sonido de las risitas de Phoebe y Joey por detrás. Nuestras risas
se incrementan casi al mismo instante. Tan pronto como ambos nos damos cuenta
de lo que ella podría suponer.
—Feliz Navidad, pequeña.
—Cariño... Feliz Navidad.
Katia! Acabo de ponerme al corriente con la historia y no es posible la ternura que me hizo sentir este capítulo; fue mágico de principio a fin. Eres grande, amiga! Sigue escribiendo siempre, eres increíble.
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