Abro los
ojos y la realidad me vuelve a poseer.
La luz
grisácea filtrándose a través del ventanal, el frío que conlleva una cruda
mañana de Enero, mi boca seca, la ansiedad, y un dolor por más insoportable
fulminando mi cuerpo entero, mi espalda, mis costados, mi rostro; aún sigo en
el mismo sofá. He dormido sin duda, pero estoy más exhausto de lo normal.
Con una
mano adherida a mi rosto lacerado me incorporo sobre mi lugar para poder
despejar la pesadez de mi cuerpo. Me quiero mover en un solo movimiento rápido,
pero simplemente no lo puedo concretar. El dolor que se impregna en la
superficie total de mi espalda es insostenible, algo más que asfixiante. Tal
como el impacto que puede producir el colapso de toneladas de fierro cayendo
sobre mi cuerpo, provocando una corriente vertiginosa de temor, de pesadez e
ira que no me dejan respirar. Pero lo agradecí por un instante. Bien, si así
tenía que ser el dolor físico, menor tenía que ser el emocional.
Al
ponerme de pie me dirijo a mi habitación ya sin pensarlo, absorto de todo
cuanto está rodeándome en el camino. No quiero ver las fotografías esparcidas
por la estancia, ignoro el álbum de fotos a medio terminar, me olvido del
botiquín, de... el pequeño estuche de fotografías que dio a parar más allá,
luego del golpe que yo había recetado.
Maldita
sea.
Me paso
la vista por todos los rincones de la alcoba al llegar, y no puedo esconder el
maldito desconcierto. La cama está hecha, y no hay seña alguna de que alguien
la ha utilizado siquiera, el silencio es ensordecedor, el orden ayuda, pero lo
hace todo aún más irreal de lo que ya es. Busco, entre cada atisbo de la
habitación, y no hay nada, no hay ni el mínimo rastro de ella.
Me quejo
aún sobre el mismo lugar; la espalda está matándome.
Dos analgésicos
que tomo de mi mesa de noche lo harán, ¿O tal vez tres? Tomo ropa limpia del
armario, y me hago de la vista gorda al caminar hacia el tocador. Necesito una
ducha, ya. Lo que sea que se lleve el insoportable dolor consigo, lo que sea
que me pueda hacer alucinar, o hacer de cuenta que lo de anoche no ha sucedido.
De que el malestar es simplemente físico, y no mental, aún atorado justo en el
medio de mi garganta. Que no exista todo ese sabor amargo de sentirme tan
vulnerable, tan voluble, tan imbécil, si acaso era posible. No, aquello no pudo
haber sucedido tal y como lo recuerdo.
Abro la
pesada puerta de madera, y me topo con un trozo de papel adherido justo al centro
del espejo sobre el lavamanos. Es su letra;
“Saldré con Monica
luego del trabajo. Tenemos que hablar.”
—Rachel.
Mis
labios se entreabren para intentar respirar, luego de que al repetir las
últimas palabras se me terminara hasta el último vestigio de aliento. Pero por
supuesto, teníamos que hablar. Y quizá yo tenía que ir buscando una de mis más
temerosas y creativas disculpas. Realmente odio cuando una de sus notas no
tienen un ‘Te amo’ al final. Como si lo mereciera.
Quito la
nota al instante y me pongo a examinar con detenimiento nada más que mi ojo
lastimado. No miro ni una parte más, no por el desastre en que está convertido
mi rostro sino porque no puedo contener en este momento el hecho de tener que
enfrentar mi reflejo en el espejo. Si es que aquello llegaba a tener sentido de
alguna manera. La herida se ha reducido, continúa ahí, pero considerablemente menos
llamativa. Hay sólo un poco de sangre cicatrizada por debajo de mi ceja y un
poco del color amarillo del medicamento por encima, pero nada más; ella
realmente hizo que sanara rápido.
Una ducha
diligente, bastante caliente o demasiado fría. Me visto con lo que me he
elegido y vuelvo al primer piso. A pensar en algo más que en el dolor que aún
no se va. Quizá vuelva por otro par de analgésicos en un par de horas.
—Buenos
días—la vocecilla tímida de Kai me recibe cuando entro apenas a la cocina.
Intercambio miradas y sonrisas con ella apenas puedo reaccionar.
—Hola, Kai—replico.
Un
quejido brota de mis labios al tomar asiento en uno de los banquillos al pie de
la barra de servicio. Mi espalda, maldición. No deja de supurar el malestar por
dentro.
Kai se
frunce de ceño frente a mí, un tanto angustiada.
—Por
Dios, tu ojo...—titubea al apuntarme con su dedo índice. Por lo visto no fue mi
voz quejándose lo que la sorprendió—. ¿Qué ocurrió?
—Un
accidente—me encojo de hombros, y más me preocupo por mirar a mi alrededor y
darme cuenta de todo lo que ha estado preparando. Lo que fuese para quitarle
importancia al asunto, o para ahorrarme la explicación—. Me he golpeado con el
filo de un mueble ayer por la noche.
Chasquea
su lengua, y niega a modo de reprobación. Pero qué mentira tan torpe.
—¿Se te
ofrece algo?—inquiere, volviendo a lo que hacía—. Podría hacer alguna infusión
para tu ojo o...
—...No,
no, tranquila. Me he tomado un par de analgésicos hace rato. Estoy bien.
—¿O
prefieres algo más?—se detiene con una sonrisa dubitativa al tiempo en que
busca rápido un sartén—. ¿Panqueques?
No me
puedo negar. Suena bastante bien ahora.
—Sólo un panqueque será...—le dedico una
sonrisa—. No tengo mucha hambre.
—Bien—asiente
a la par. La miro encender el primer mechero de la estufa y de la nevera se va
a reunir todos los ingredientes. Por fin parece que todo va bien, salvo por la
seriedad que toma su rostro cuando me tiende un vaso lleno de zumo de naranja—.
¿Todo bien?
—Sí,
ah...—bebo el primer sorbo de zumo en mi intento por recuperar el deslice fácil
de mis palabras. Está claro que con esos ojos decaídos, esa media sonrisa
reprensora y su tono preocupado, ella ya percibe que algo anda mal. El pánico,
toda esa pesadez vuelven en el mismo segundo, y el ácido en mi garganta quema
por obligarme a hablar—. No, no lo está.
Arquea
ambas cejas, pero no dice nada más. Se gira luego para esparcir un poco de mezcla
contra la sartén y aprovecho para mirar el reloj tendiendo del muro. Son cerca
de la una de la tarde.
Incómodo,
adolorido, pero he dormido como un desquiciado.
—Lo
lamento—musita hacia sí misma, inspeccionando la mezcla cocinándose más allá.
—Descuida—musito, y me vuelve a mirar sólo por
un instante—. No es importante.
Da la
primera vuelta al panqueque, y se gira para ubicar la leche detrás. Distraído
me fijo en la bandeja habitual que siempre descansa al centro de la barra y me
doy cuenta de que está repleta de mis galletas preferidas. Huelen bastante
bien, y ayer no estaban. Estoy casi seguro de que las acaba de preparar.
Acerco
una mano dispuesto a tomar una.
—Ah...—el
tono preocupado me detiene con la mano al aire. Por un momento fulmina las galletas
con su mirada pero no pierde concentración en servir mi desayuno por fin—.
Mejor que lo pienses, Michael.
—¿Estas
galletas?—le miro confundido, aún con la mano tendida. Ella asiente despectiva
y me tiende el plato servido al mismo tiempo—. ¿Por qué?
—No es
que estén viejas o algo así. Es que...—la escucho mientras ya me ocupo de dar
la primer mordida a una de las galletas. Mastico y me quedo mirando el resto
entre mi mano. Todo en orden, de hecho, saben bastante bien. ¿Qué es entonces?—.
Las he hecho para Rachel, pero en el momento en que probó la primera, se quejó
de náuseas y salió corriendo al baño a vomitar. No sé qué ocurrió realmente.
Un trozo
obstruye mi garganta, y me obligo a toser para recuperarme rápido. Es increíble
cómo, dadas las circunstancias, la mera mención de su nombre me hacía
estremecer.
—¿Rachel?—mascullo luego de incorporarme—. ¿Has
visto a Rachel esta mañana?
—Pues, sí—me
asiente sin perder toda esa incertidumbre—. Rachel, junto con Monica bajaron a
desayunar antes de tener que irse al trabajo pero, te digo, devolvió todo.
Espero que no se haya ido con el estómago vacío.
—¿Vomitó?—me
aclaro la garganta una vez más luego de un sorbo más grande de zumo. ¿Y eso a
qué hora ha sucedido? ¿Me he quedado tan noqueado que mi mente lo ha pasado por
alto? Acerco mi platillo y vierto un poco de miel al panqueque para por fin
ponerme a ello—. Eso es... raro.
—Lo sé. Jamás había despreciado sus
galletas favoritas.
—Espero que esté bien.
—Sí,
bueno...—repone, ya devolviendo los ingredientes a su lugar—. No lo sé. Traía
la misma mirada triste que tú tienes ahora.
Me le
quedo mirando sin estar seguro de ser lo suficientemente fuerte para hacerlo.
Sé que no puedo evitarlo, o no puedo ocultar la desilusión de sólo pensarlo. La
turbia imagen de Rachel atravesando una tristeza que sólo yo he provocado hace
sentir lo amarga que mi saliva se puede poner. Cabizbaja, distraída, hasta
agotada, como yo. Siempre mostrando esa hermosa sonrisa pero también lastimada
por dentro. Soy un imbécil, mierda. Y que me quede claro cientos de veces. Lo soy.
Kai se
limita a suspirar frente a mí, desganada.
—Anoche...
estuvimos discutiendo—hablo de forma instantánea, pero igual mi vista se queda
adherida hacia mis dedos anudados. De sólo evocar la noche anterior puedo
sentir la forma en que mi cuerpo se debilita—. Pasé la noche en la estancia, de
hecho.
Entretanto,
busco su mirada frente a mí y, como pensaba, sus ojos ya se han oscurecido tras
mis palabras.
—Tengo
miedo, Kai...—prosigo con mi voz a punto de quebrarse—. Ha estado pasando tan
seguido últimamente. ¿Por qué? No lo sé. Pero siempre el mismo tema, la misma
estupidez. Y anoche... ha sido mi culpa. Yo...—me falta el aire, o el valor de
continuar. Entonces entierro mi rostro detrás de mis manos abiertas—. Maldita
sea, jamás le había gritado así.
—Michael...—murmura
y continúa mirándome de esa forma que me hace temblar—. No sé qué decirte. Y si
te digo algo, temo no estar acertada, pues no es asunto mío y lo sé—su silencio
regresa y asiento instintivo—. ¿La has visto desde anoche?
—No. Ni a
ella ni a Monica. Tan sólo encontré una nota en nuestro baño con su letra.
Decía que ambas saldrían durante la tarde, y que tenemos que hablar. Dios,
¿Crees que...? ¿Crees que esté muy enojada conmigo?
—No lo
sé, pero... Vamos, si te ha dicho que tienen que hablar, seguro es porque le
interesa solucionar las cosas. ¿No?
Luego de
tanto, puedo volver a engullir. Si por algo la nota estaba en el único lugar en
el que ella estaría segura yo la ubicaría primero que nada, entonces había una
buena razón.
Sí, eso
tiene que ser.
—Sí,
supongo...—mascullo con el último bocado del desayuno en mi boca—. Espero que
sí.
—Entonces,
quédate tranquilo—me sonríe, y ahora sus labios están rebosantes de toda esa
calma—. Monica es una buena chica. La llevará a pasear y verás que antes del
anochecer ambas estarán aquí. Rachel estará mejor y podrás verla y hablar con
ella entonces... ¿Saldrás hoy?
Mi vista
se vuelve sin más al vacío. Justo lo que me recuerda que tendré que pedirle a
John que me ayude a cancelar los planes de hoy. Y, mierda, también se lo había
recalcado a Rachel ayer. ¿Es que no puedo parar de arruinarlo todo?
—...No—niego,
tratando de incorporar mi mirada desorientada luego de percatarme de todo lo
que aún quedaba por solucionar.
Kai me
sonríe casi al instante.
—Me
quedaré—repongo—. Será mejor aguardar aquí hasta que ella regrese. Tan sólo
debo arreglar con John los planes de hoy.
—Perfecto—toma
mi plato para llevarlo al lavaloza—. Y lo que es más, me parece que he visto a
John entrar a la oficina, justo antes de que tú aparecieras. Con suerte lo
encuentras desocupado.
—Oh, bien...
De un
sorbo termino el resto del zumo, al tiempo en que doy un salto desde el
banquillo para dirigirme veloz hacia el despacho de John. Bien lo había dicho
ella, con suerte, todo se solucionaría. Sin remedio iba a tener que sacrificar
la cita planeada con Lisa mientras tanto, pero al menos podré poner ya final a
todo lo demás. Si voy a reunirme de nuevo con ella, realmente quiero que Rachel
esté a mi lado y aferrando mi mano entre la suya.
Me
detengo en seco a medio pasillo, y me vuelvo sólo con intención de tomar una
más de esas mismas galletas de avena.
—Gracias por el desayuno, Kai.
—De nada—se
le escapan las risas, mientras yo lucho por dedicarle una de mis mejores
sonrisas.
La dejo
de nuevo, e incluso avanzo con más velocidad.
Al hacer
presencia en la oficina, efectivamente, me topo a John dentro. Y me vuelvo
consciente de que tengo que olvidarme de hablar por el momento cuando advierto
que se encuentra en medio de una llamada telefónica. Asintiendo para sí mismo y
paseándose de un extremo a otro me indica con una pequeña seña que aguarde un
poco. Se nota por más concentrado, vívido con cada explicación, cada argumento
que sale de sus labios. No está hablando de algo referente a mí, seguro. Con
todo lo que ha pasado, hace mucho que una sonrisa no se posa así en su rostro
al dialogar con alguien tratándose de mí.
Al final,
le respondo con una seña igual para indicar que le esperaría en mi habitación
luego de todo. No me apetece aguardar en medio de una conversación de la que no
tengo ni idea. Él asiente hacia mí, y luego de cerrar la puerta, me vuelvo con
calma escaleras arriba.
Me
aseguro de cerrar la puerta y me tiro profundo contra el colchón en el mismo
instante. La cama, nuestra cama no huele tanto a ella, por alguna razón. El
bendito aroma que Rachel deja luego de cada mañana y que tan acostumbrado me
tiene no está ahí. En lo absoluto. Es raro cómo... sé que ha salido fuera de
Neverland, y si me da un beso en los labios antes de irse, la siento en la
totalidad de la casa. Pero si no, es como si se hubiera ido por muchísimo
tiempo. Me pongo terriblemente descolocado sin ella.
Preso de
aburrimiento elijo mirar “E.T.”, la
única cinta que me quitaría la ansiedad por tener que esperar o matar el
tiempo. Pero aún así John no hace presencia. ¿Qué tanto estará haciendo? ¿Se
habrá olvidado de que le necesitaba? Gruñendo escapo de mi habitación otra vez,
y me dirijo a zancadas turbias hacia la oficina ya pensando en cómo reprenderle
por hacerme ir a buscarle en medio de mi parte favorita de la película.
Abro la
puerta sin consultar; nadie.
Los
mismos papeles esparcidos en el sitio en el que los miré antes, su silla en el
mismo lugar, incluso una bebida a medio terminar en medio del escritorio. Todo
está igual, salvo por el teléfono, que está más cerca de su asiento que de
costumbre. Entonces, una idea aterriza en mi cabeza. ¿Y si llamo a Monica?
Marco el
código de su localizador, y aguardo el tono. Devuelvo el teléfono a su base y
sólo me toma el momento de percatarme de la hora para que comenzara a sonar.
Son ya las cinco y veinte de la tarde.
—¿Hola...?—ella murmura con toda
normalidad en cuanto puedo tomar el auricular entre mis manos de nuevo.
Un alivio
tremendo se hizo presente apenas puedo oírla.
—Monica, gracias—musito cerrando mis ojos por
la sensación—. Hola, es Michael.
—Oh...—titubea de pronto, y aguarda un
poco antes de continuar. De fondo se escucha como si estuviera transitando por
la calle—. Hola, Michael.
Y su tono
cambia por uno más serio y turbio que antes. Innegablemente está diferente. No
es la voz con la que ella me suele saludar, o alguien más siquiera. Si acaso
ella ya estaba enterada de la situación, no imagino el maldito concepto que
tendrá de mí en estos precisos momentos. Maldición.
—Escucha,
¿Está Rachel contigo?—lucho hasta lo imposible por lucir un tono relajado.
—N-no.
—¿No...?
Pero, ¿Cómo?—me tenso sobre mi lugar luego de la respuesta inmediata. Paso mi
vista de un lado a otro como intentando comprender y en medio de ello me doy
cuenta de que me encuentro estrangulando mis dedos entre el cable del teléfono—.
He leído la nota en la que ella...
—Quiero decir, sí—más que seca, ahora se
oye sólo temerosa—. Lo que ocurre es que
estamos en Bloomingdale's. Se ha metido al probador con algo de ropa. Por eso
no está conmigo.
Intercepto
un pesado suspiro que brota de sus labios, y es ahí que un resople más de oye
detrás. Sinceramente no estoy seguro de poder creerle.
—Ya... veo—dejo escapar cierto deje
de recelo en mi voz.
Aguardo,
pero ella no dice nada más.
—Lo
siento, tengo que irme. ¿Sí?—susurra.
—Sí, ah... Yo...
—...Adiós.
No me da
oportunidad de decir nada más y una serie de tonos entrecortados ya toman presencia.
Había terminado la llamada y lo único que se me puede ocurrir a la par es
quedarme viendo el teléfono con una punzada enigmática de rabia consumiéndome
lento. Lo devuelvo a la base y niego para mí. Esa llamada ni siquiera ha
parecido real.
Salgo de
ahí como puedo. Más horas de estar recluso en mi habitación hasta que ella
aparezca esperan por mí.
Al
volver, me termino de ver la misma película ahora hasta el final, y trato de no
perderme en la vista ya obscura de los jardines filtrándose por la ventana
cuando sé que tendré que elegir otra cosa qué hacer. Intentando no pensar en
cada uno de los besos que pude haberle dado el día de hoy de no haber sido
culpa de mis estupideces, evocando cada ‘te amo’ acumulado que no le he podido
decir ya, cada disculpa. La espera me asesina a cada momento.
Y duele
más sentir al tiempo pasar más rápido aún, cuando no lo dedico a esperar alguna
señal que me demuestra que ella se encuentra pensando lo mismo, o en mí.
¿Y si
aquél resople que oí fue de Rachel? ¿Y si sí estaba justo con Monica? ¿La
llamada entonces terminó porque ella se lo ha pedido? Si fue así, ¿Por qué no
ha querido hablarme? Ha sido ella quien quería hablar en primer lugar, ¿No? O
algo así decía en su nota de esta mañana.
Una
nota... me río para mí, al tiempo en que me aproximo para servirme un pequeño
trago de whisky. Tan sólo eso, y ella cree que se puede poner en el sitio de
hacerme sentir como una basura por un día completo. De dejarme así, desaparecer
sin más aviso que una maldita nota y no volver hasta que estoy hecho un
desastre, hasta que ya no vale la pena hablarlo más. Bien, pues si tanto
deseaba hablarlo, se le ha pasado la mañana, la tarde y el anochecer. Y hasta
ahora ningún maldito rastro de ella. No lo puedo creer.
Bastante
le ha de preocupar solucionar las cosas entonces.
—¿Michael? Lo lamento...
Escucho
cómo John ingresa a la habitación sin siquiera alzar mi vista para percibirle
varado justo debajo del umbral de la puerta. Resoplo exasperado y lo
suficientemente fuerte. Vaya hora a la que se le ocurre aparecer.
—¿Qué es ahora?—infiero tajante, y
doy un sorbo más a mi segundo trago.
—Tienes una llamada telefónica.
Ah,
perfecto.
Recargo
la cabeza en el respaldo del sofá con los puños apretados, ya ni ganas de
burlarme tenía.
—No
pienso tomarla—sentencio sin mirarlo—. Puedes decir que estoy ocupado, no lo
sé. Lo que quieras decirles.
—Puedo
tomarla yo—me dice sin perder la cortesía. Casi puedo estar seguro de que de
alguna forma busca enmendar el haberse olvidado de mí hace rato—. Es sólo
que... necesito consultarte algo.
En lugar
de responder, me ocupo de terminar con el licor de mi vaso. John suspira
derrotado, y puedo sentir el cómo se adentra aún más a la habitación.
—Es Lisa. Ella... Quiere saber si
aún está en pie la cena de esta noche.
Se me
seca la boca, incluso con el líquido a medio camino por mi garganta. Mierda, me
he olvidado de Lisa por completo. Ella aún está al plan, y se supone que la
vería en menos tiempo del que supongo para pensar a ciencia cierta las cosas.
Intento
ponerme de pie, y me topo primero con la mirada atolondrada de John sobre mí
mismo. Y sólo me basta con advertir el aparato detenido en su mano, para
eliminar la pesadez, la incertidumbre. Si justo esta mañana no pensaba en más
que en solucionarlo todo y hablar con Rachel, de verdad sentía como si ya lo
hubiese olvidado. Vaya, de hecho yo también lo podía hacer como ella, a mí
igual podía darme lo mismo... Otra sonrisa, un par de ojos verdes me ayudarán a
desahogarme, a ser mi salvación instantánea.
Si a
Rachel no le importa, menos a mí.
—Lo está—miro
de lleno sus ojos al contestar. Él toma un deje más tranquilo y una leve
sonrisa aparece de pronto en sus labios—. Saldré en un momento.
John
asiente sin añadir nada, y comienza a alejarse del lugar. Pero algo más falta.
—...Y John—mis
palabras lo hacen helar sus pasos justo a nada de haber salido. Se vuelve para
atenderme—, que la cita sea para dos personas solamente.
Me mira
por más, confundido.
—Rachel no irá.
*****
—Gracias.
Luego de
una tarde impregnada de dudas, sentimientos que hacen estremecer, y el
agotamiento mental que no me deja de supurar por dentro; puedo sonreír. Sonrío,
pero no para la señorita que me ha atendido, sino al helado de cerezas con
chocolate que me están entregando.
Engullo los
primeros dos bocados sin poder esperar más. Dios mío, está delicioso. Espero a
que la misma chica entregue su helado a Monica también, y salimos juntas de la
tienda. Algo me va diciendo mientras buscamos un sitio para sentarnos, pero
simplemente no le puedo poner mucha atención. Es como si mi helado fuese más
importante ahora.
Ella
señala más allá una pequeña banca de concreto al pie de la acera.
—¿Te
gusta mucho ese sabor?—se burla tímida a mi lado, mientras ambas tomamos
asiento al instante. Con su ayuda acomodo el montón de bolsas de compras que
hemos juntado y me remuevo en el asiento hasta sentirme cómoda para seguir
engullendo.
—Más o
menos—replico con mis mejillas entumecida en mi intento por limpiar mis labios
de un poco que se ha derramado. Maldición, tan apurada, que se me está tirando—.
Agh... y no debería. Estoy casi
segura de que me he aumentado una talla en el abdomen, no lo puedo creer.
—Estás
demente—por un instante deja de adentrarse igual en su helado y me mira de
reojo—, yo te noto igual.
—Oh,
bueno—finjo una sonrisa y pongo los ojos en blanco—. Eres muy linda, Monica.
Pero a veces no hace daño que tu mejor amiga te diga la verdad. O que te
detenga cuando piensa que ya me he comprado toda la tienda.
Mira con
desdén la pila de bolsas a un lado mío. Arquea sus cejas y formula un chiflido
a manera de admiración.
—Te mirabas tan feliz eligiendo toda esa ropa—musita—.
No he querido detenerte.
Advierto
una pequeña sonrisa escapando de mi boca.
—Eso sonó
bastante a la Rachel de hace más de cinco años. No lo puedo creer...—murmuro y
la hago carcajear. Entretanto me ocupo de volver de nuevo a mi helado.
—¿Sabes
que los chicos no han parado de extrañarte en casa?—su tono de pronto adopta un
aire de serenidad. Habla hacia el vacío con las mejillas enrojecidas mientras
picotea su helado de fresa—. Sobretodo Ross, que no me ha dejado de llamar
preguntándome por ti. Joey y Phoebe, no dejan de recordarme todo lo que hemos
vivido con Michael, es… increíble. Y Chandler, bueno, él aunque no le veamos
tan seguido porque ha comenzado a salir con la ‘señorita encantadora’, está ahí
cuando sabe que vamos a llamarte. Sé que te extraña como un loco también.
Se me
frunce el ceño por la sorpresa. ¿Qué?
—¿Chandler está saliendo con
alguien?—infiero.
—Sí... su nombre es Cathy. Es linda,
supongo. Creo que le hace feliz.
Le veo
con ojos entrecerrados. La forma despectiva en que lo dice, su rostro serio,
sus hombros encogidos para mostrar desinterés... No m lo creo.
—Vaya...—musito,
buscando que no se me salga la risa—. Y a ti, ¿No te pone celosa?
—¡Bastante!—responde
vivaz, y añadiendo un toque de sarcasmo al entornar sus ojos con la respuesta.
Nos
reímos a la par, como hacía mucho no lográbamos hacerlo. Pero supongo es esto
parte del efecto que lleva el llevar más de un día junto con ella. Así hasta el
problema más complicado podía convertirse en cosa de nada con sólo cruzar
habernos reunido de nuevo. Cosas que vienen incluidas en el paquete de ‘Mejores
amigas’.
—Bueno—mascullo
conforme regano la seriedad—, será mejor que le digas a Chandler que puede
ausentarse todo lo que quiera, pero que al menos no se olvide de llamarme
también. Me vendría de luces uno que otro de sus chistes improvisados. Al menos
recibiría llamadas que me harían reír, para variar. Y no otras que no deseo
atender.
Me mira
los ojos uno a la vez. De pronto se torna nerviosa, pero como si no quisiera
que yo me percatase. Ella asiente y sus ojos me hacen comprender que lo
entiende. Dolida, un tanto resentida.
—Tus
padres han estado llamando—su oración suena más a afirmación que a pregunta.
Asiento
como respuesta, y clavo mi vista hacia mi helado. Se ha derretido un poco.
—Mi
padre, más que mi mamá—murmuro—. Ella tan sólo llama para preguntar cómo van
las cosas, preguntar por mí, por Michael. En cambio mi papá... él... no deja de
decirme que me aleje de todo esto.
Percibo
cómo palidece frente a mí. Sus labios no se abren, o no relucen intenciones de
hablar, así que continúo:
—Dime,
Monica, ¿Cómo diablos podría hacer eso...?—paso saliva ansiosa, ya sintiendo
las palmas sudorosas, mi garganta obstruida, todo ese dolor. Resulta tan
extraño, un segundo tengo una sonrisa, y al siguiente, las incesantes ganas de
echarme a llorar—. Quiero decir, no es sólo dejarle. Es abandonarle completamente,
y lanzarlo a su suerte. Todas esas personas que había creído eran sus amigos se
fueron cuando todo comenzó—mi garganta arde, se siente lastimada por el mismo
ardor. El ácido quemando dentro cuando toco el maldito tema y que me dificulta
el hablar—. Ellos simplemente le dejaron sólo en uno de sus peores momentos, la
confusión, el pánico, todas aquellas cosas que pueden llegar a la mente en un
solo momento y que hace las lágrimas no parar, y que cada vez caigan más
rápido.
Monica niega
para sí con su mirada completamente impregnada de oscuridad, y reprende un leve
quejido al morderse sus labios. Puedo leer toda esa tristeza en sus ojos
azules.
—Y es que
le amo... le amo tanto—una mano se precipita contra mi cuello como buscando
sanar. Mi voz se ha roto a tal grado que ya ni siquiera puedo mirarla—. Más de
lo que podría pensar... Ya no imagino mi vida si él no está conmigo.
Hasta que
una lágrima logra aparecer, y dolorosamente me obligo a limpiarla con la yema
de mis dedos en el acto. En cuento me puedo percatar, noto a Monica frunciendo
el ceño de forma tan lastimosa, que me pone mal saber que yo he tenido que ver
con la causa.
—Rach, por favor...—susurra, y sus
ojos vuelven a mí—. Regresemos.
Siento la
sangre abandonando mi rostro.
—Monica...—intento
hablar, respirar, tranquilizarme. Cierro los ojos con fuerza como buscando
escapar.
—Vamos,
me siento culpable—me dice—. Le has dicho que hablarías con él, y ya ha
oscurecido. Es bastante tarde, y cuando me llamó hace unas horas y tú bien
pudiste hablar con él, decidiste no hacerlo. Me obligaste a terminar la llamada
sin más. Imagina cómo lo has dejado luego de eso.
—Es más difícil de lo que crees.
—Jamás dije que esto te es fácil.
Mi vista
cae de lleno hacia mi regazo pese al efecto que su último comentario tiene en
mí. La sinceridad que emanó me tomó sin poder evitarlo.
—Desde
que todo ha comenzado... él y yo no hemos parado de pelear—le expreso entre
titubeos, rogando por no sentirme débil de nuevo—. A veces día tras día, y
siempre es por lo mismo. Sé que este tema nos tiene con los nervios de punta a
ambos, e intento hasta lo indecible por comprender, pero... Es que a veces
tengo miedo de que las discusiones puedan llegar a más—acomodo un mechón de
cabello que se ha movido de sitio, como pretexto del por qué aún no puedo
mirarla—. Anoche me ha gritado como no lo había hecho antes…
—Rach...—de
pronto su mano atrapa la mía puesta sobre la superficie de la banca. Aquello me
obliga a mirarla directo, a buscar ayuda en el par de ojos preocupados que me
muestra.
No, no
quiero llorar.
—Él... ha cambiado.
Permanece
en silencio, sin formular movimiento alguno.
—Todo lo que ha ocurrido últimamente
cambiaría a cualquiera.
Me olvido
de la imagen de su mano acunando la mía y la vuelvo a mirar. Monica siempre
usaba las palabras correctas, es tan sencilla, pero a la vez tan severa. Nunca
persisten aquellos momentos en que puedo callarme la boca con ella, cuando sé
que puedo llegar a ser una mierda, si es que no lo he llegado a comprender... o
en que sé que tengo que admitir que estoy en un error, y que tengo que
solucionarlo en el mismo segundo. Tiene razón, es hora.
—Está bien...—la estudio con las
mejillas ardiéndome dentro—. Volvamos.
Me sonríe
casi al instante. Es el premio que me llevo por abrir los ojos por fin.
—Vamos—de
una, termina su helado y le imito a la par. Tiende su mano hacia mí para
deshacerse de nuestra basura en un contenedor de junto y al volver para
ayudarme con las compras se lanza de pronto un tremendo quejido al aire. La miro turbada, sin alcanzar a
comprender—. Pero espera, antes necesito abastecerme de algo primero. Con los
apuros de me he olvidado cargarme algo desde Nueva York. Hay una farmacia aquí
cerca, llegamos ahí y regresamos, ¿Sí?
—Bien.
Miro el
reloj; son casi las ocho y treinta de la noche. Por suerte, alcanzar la pequeña
farmacia sólo nos toma un par de manzanas, y aún con una mano tomando la mitad
de mis cosas, ella no pierde más tiempo en pasearse por los pasillos y
anaqueles para buscar una loción humectante, y un desodorante de su fragancia
favorita, hasta que me hace seguirle por último al pasillo de artículos
femeninos.
—Sólo
esto y ya—luego de haber inspeccionado cada producto, finalmente toma las
compresas femeninas habituales para ponerlas sobre el cesto con las demás
cosas. Sonríe satisfecha y me señala despreocupada—. Bien, ¿Tú no necesitas un
paquete?
—No,
yo...—mirar las compresas me hace replanteármelo de nuevo. ¿No lo necesito?
¿Por qué no? ¿Hacía cuánto que...?—. Espera, es... Enero, ¿Verdad?
—Sí, ¿Por qué?
—Mi periodo...
Ella me
mira impasible al cabo de un par de segundos eternos. Con la mirada le ruego
por un poco más de espera y cavilo en mi cabeza cada uno de los números para
mis adentros. Septiembre, normal, y tampoco ha habido nada raro a principios de
Octubre, ¿No? Pero, Noviembre, Diciembre, Enero... No, ¿Cuánto tiempo llevo en
Los Angeles?
Meneo la
cabeza, e intento comenzar de nuevo.
—¿Rachel?—insiste en tono seco.
Su voz
aguda me hace estremecer, y entre mi aliento helado intento tragar, pero no
funciona. Trato de articular cualquier sonido perceptible que pudiese brotar de
mis labios pero no logro nada más. Ella se me queda mirando simplemente cargada
de confusión.
—E-es que
estoy retrasada...—admito con voz queda, ansiosa, sintiendo un estremecimiento
fulminándome al filo de mi piel—. Terriblemente retrasada en mi periodo,
Monica.
—¿Qué?
¿Estás segura?—sacude la cabeza negando al tiempo en que se yergue—. ¿Cuándo ha sido la última vez que
lo tuviste?
—Pues en… En Octubre. C-creo que...
ha sido la última.
De nuevo;
Noviembre, no. Diciembre, no. Enero, no.
Mierda,
¿Tanto tiempo?
—¡Rachel,
por Dios!—el nuevo volumen de su voz me hace desviar la vista un poco incómoda—.
¡Hace meses! ¿Pero qué es lo que...?
—...No
había dicho nada o no lo había pensado porque lo atribuía a todo cuanto ha
estado pasando, Monica. He estado tan estresada, tan preocupada por Michael,
por todo que... creí que esa sería la razón. No es la primera vez que me ha
sucedido, y lo sabes.
Asiente
frente a mí, pero con la mirada ahora vidriosa y perdida en el vacío, como si
de un momento a otro ella se ahogara de sus propios pensamientos, o si fuese
incapaz de mirarme. En el mismo momento la mano se me apoya en el estómago de
forma casi involuntaria, presa de un acto reflejo que me obliga a mirar mi
vientre.
No…
—¿Cuándo fue la última vez que tú y
Michael tuvieron relaciones?
—¿Qué?
—Contesta.
Sacudo la
cabeza, aturdida. Pensar comienza a costarme trabajo, hablar ni se diga. Hasta
este momento ya no estoy segura de nada, y ni siquiera estoy intentando
hacerlo. Pero, más me valía cooperar.
—Iba a
ser Octubre...—musito—. El día en que le sorprendí en Moscú.
Monica
asiente con el aliento entrecortado.
—¿Te cuidaste?
Sus ojos
sulfuran los míos con seriedad. No, no puede ser de otra forma. No es posible
si estoy segura de que nos hemos cuidado. Si cada una de las veces ha sido
igual, y si recuerdo vívidamente la forma en que justo antes de salir de casa
los anticonceptivos eran el tema principal.
Una parte
de mí está puesta a organizar los hechos, a revivir cada recuerdo y a plasmarlos
con las posibilidades. Pero por otro lado, me siento aturdida, incapaz de
desempeñar ni la más mísera de las operaciones. No puedo siquiera mover mis
labios para hablar. ¡Maldita sea!
—Yo... no lo recuerdo—no paro de
titubear.
—Perfecto.
De
movimientos entrecortados me da la espalda y la miro desaparecer al doblar en
dirección al siguiente pasillo. Me deja ahí varada segura de que no puedo
articular movimiento alguno, avispada, alucinada hasta lo indecible y con la
boca más seca de lo que puedo soportar. Consciente de que todo cuanto mire,
respire, piense o evoque, puede dirigirme a sólo una cosa... una posibilidad.
Vuelve a
los pocos segundos, y no con las manos vacías. En un solo movimiento y con la
misma mirada turbia de antes se postra más cerca de mí y me tiende un nuevo
empaque hacia mis manos. Una prueba de embarazo.
—N-no...
—Sí—sentencia.
—Monica, por favor...
—Te lo ruego, Rachel... Tan sólo
para estar seguras.
—Pero es... imposible.
Contengo
el aliento denso tras mis palabras, el nudo de mi garganta crece, mi mirada
baja, y me llevo de vuelta una mano a la altura del vientre casi de forma
mecánica. Ya con cada uno de mis delirios desembocándose dentro para rasgar
alternativas e ideas que nunca, ni en el menor resquicio de mi fuero interno me
atrevería a tocar. Me siento helada, y vuelvo a hacer las cuentas dentro de mi
cabeza, vuelvo a tratar de encontrar lógica a tanto caos que sé que se podría
desatar.
Pero es
imposible, o, ¿Lo es...? ¿Es posible?
—No, Rach—me
dedica una leve sonrisa enigmática. Una de esas que dicen ‘No puedo creerlo’
con sólo extender los labios—. Lo siento... Pero hasta donde sé, no lo es.
Alarga
una mano serena hacia mí, y no perdemos ni un solo momento más para hacer que
mis pies cedan y se tambaleen hasta que ella logra pagar por las compras, salir
del lugar y llevarme completamente a rastras entre sus manos inmóviles. El
oxígeno empieza a escasear y mantener llenos mis pulmones se convierte en una
tarea complicada. Nos precipitamos en dirección al automóvil apenas le ubicamos
a lo lejos, y creo me da aviso o no lo logro recordar, pero no me deja ni de
broma ingresar, como antes, al asiento del conductor, así que me abre con soltura
la puerta del copiloto y entre tanto silencio, ella ingresa también, a comenzar
nuestro trayecto con un volante aprisionado entre sus dedos esbeltos y
temblorosos.
El motor
ruge al aumentar la velocidad cuando no queda ni una calle más por serpentear.
Tocamos carretera, y por primera vez no adhiero mi mirada al exterior. Sino que
recorro aquel pequeño bulto casi imperceptible dentro de mi vientre con los
dedos, sorprendida por lo duro que se puede sentir debajo de mi piel.
Niego
temerosa, con mis pensamientos destruidos.
En medio
de todo este caos no puede haber algo que haga brotar latidos en plena sintonía
con los míos. No ahora, no con las mentiras, los engaños, la codicia, con un
Michael esperando preocupado por mí en casa. No puede ser que algo viva porque
yo lo hago a la par, que se estruje cuando estoy triste, que se esparza por
todo mi ser, que se turbe cuando suelto el más grande de los suspiros. No puede
existir algo que aguarde por mí, y que me haga esperarle al mismo tiempo. Algo
que yo anhele sin conocerle, algo que yo pueda llegar a querer... más que a mi
vida. No era el momento, no ahora. No con todo lo que ha ocurrido, no frente a
esta situación.
Pero, ¿Y
si por esto, mi existencia está a punto de cambiar para siempre?
¿Y si
esta mera razón, la simple idea me daría el cielo y las estrellas?
¿Y si es
nuestra oportunidad para unirnos a Michael y a mí incluso más allá de la vida
misma?
Las
náuseas, los mareos, los sueños raros e insomnios amenazantes de mi día a día.
Algo que pueda ser incluso más que eso, la seguridad que me empapa de saber
cuán grande puede ser nuestro amor, lo perfecta que puede llegar a ser mi
existencia al tenerle, y más aún, volver a la vida al Michael que me sonreía
todo el tiempo diciéndome que somos él y yo, únicamente. Y que nada más tiene
sentido de ser las cosas diferentes.
Los ojos
de Monica perdidos en el camino y mis labios extendidos en una sonrisa
fascinada. Que me lleva a navegar entre la alegría y la incertidumbre de ida y
vuelta, al tiempo en que me obligo a comprender la idea más perfecta de todas,
aquello más inesperado, y la posibilidad más anhelada dispuesta a llevarse
consigo cada atisbo de dolor;
Una parte
de mí, una parte de él... Algo que puede unirnos para siempre.
Al
llegar, con Monica no hay tiempo para nada más, salvo para conducirme a pasos
atrabancados escaleras arriba hacia la primer habitación de huéspedes que se
tiende ante nuestros ojos. Cerrar la puerta es lo primero que hace, y obligarme
a continuar con todo aquello, es lo siguiente que tiene lugar.
Cinco
minutos es lo que tenemos que esperar.
Mi
respiración colapsando junto con mis jadeos desesperados, todo mi ser siendo
atravesado por una punzada de pánico, la sensación de estar cayendo al abismo
mismo pero con la pequeña ilusión de poder ser rescatada en el mismo instante,
de ser salvada por una luz que sé que puede eliminar cualquier rastro de
sombra.
—¿Estás
lista?—Monica susurra con la voz quebrada, los ojos humedecidos, y su mano
sosteniendo el pequeño instructivo temblando completamente.
No dudo y
asiento sin soportarlo más.
Y es ahí,
de frente a mi mejor amiga, observando por miedo nada más que sus ojos
descolocados, sintiendo el abominable temblor de mis manos, de mis dedos
palpando de la misma forma mi vientre, y la sensación de miles de cuchillas de
hielo perforando mi piel, que me doy cuenta de que no estoy de verdad cayéndome
al abismo... sino que estoy saliendo de él.
Admito
que estoy llorando como nunca para mis adentros, y la primera lágrima aparece.
La maldita incertidumbre de no estar segura si tiemblo de pavor o felicidad, o
por el imperceptible siseo que se escapa, atolondrado, desde los labios de
Monica.
Por todo
el pánico atorado al ritmo de mi corazón.
—Oh,
por Dios...
Poor Diossssssssssss
ResponderEliminarPoor diosssssss queeeeeeeee!?
Dios mio que Monica responda o juro que le sacare a golpes la respuesta a la escritoraaaaaaaaaaaa DD:
Jaja, estuvo hermosoooo Kat!
Bendiciones.