sábado, 26 de marzo de 2016

Capítulo 43: "Algo Más"

Abro los ojos y la realidad me vuelve a poseer.

La luz grisácea filtrándose a través del ventanal, el frío que conlleva una cruda mañana de Enero, mi boca seca, la ansiedad, y un dolor por más insoportable fulminando mi cuerpo entero, mi espalda, mis costados, mi rostro; aún sigo en el mismo sofá. He dormido sin duda, pero estoy más exhausto de lo normal.

Con una mano adherida a mi rosto lacerado me incorporo sobre mi lugar para poder despejar la pesadez de mi cuerpo. Me quiero mover en un solo movimiento rápido, pero simplemente no lo puedo concretar. El dolor que se impregna en la superficie total de mi espalda es insostenible, algo más que asfixiante. Tal como el impacto que puede producir el colapso de toneladas de fierro cayendo sobre mi cuerpo, provocando una corriente vertiginosa de temor, de pesadez e ira que no me dejan respirar. Pero lo agradecí por un instante. Bien, si así tenía que ser el dolor físico, menor tenía que ser el emocional.

Al ponerme de pie me dirijo a mi habitación ya sin pensarlo, absorto de todo cuanto está rodeándome en el camino. No quiero ver las fotografías esparcidas por la estancia, ignoro el álbum de fotos a medio terminar, me olvido del botiquín, de... el pequeño estuche de fotografías que dio a parar más allá, luego del golpe que yo había recetado.

Maldita sea.

Me paso la vista por todos los rincones de la alcoba al llegar, y no puedo esconder el maldito desconcierto. La cama está hecha, y no hay seña alguna de que alguien la ha utilizado siquiera, el silencio es ensordecedor, el orden ayuda, pero lo hace todo aún más irreal de lo que ya es. Busco, entre cada atisbo de la habitación, y no hay nada, no hay ni el mínimo rastro de ella.

Me quejo aún sobre el mismo lugar; la espalda está matándome.

Dos analgésicos que tomo de mi mesa de noche lo harán, ¿O tal vez tres? Tomo ropa limpia del armario, y me hago de la vista gorda al caminar hacia el tocador. Necesito una ducha, ya. Lo que sea que se lleve el insoportable dolor consigo, lo que sea que me pueda hacer alucinar, o hacer de cuenta que lo de anoche no ha sucedido. De que el malestar es simplemente físico, y no mental, aún atorado justo en el medio de mi garganta. Que no exista todo ese sabor amargo de sentirme tan vulnerable, tan voluble, tan imbécil, si acaso era posible. No, aquello no pudo haber sucedido tal y como lo recuerdo.

Abro la pesada puerta de madera, y me topo con un trozo de papel adherido justo al centro del espejo sobre el lavamanos. Es su letra;

“Saldré con Monica luego del trabajo. Tenemos que hablar.”
Rachel.

Mis labios se entreabren para intentar respirar, luego de que al repetir las últimas palabras se me terminara hasta el último vestigio de aliento. Pero por supuesto, teníamos que hablar. Y quizá yo tenía que ir buscando una de mis más temerosas y creativas disculpas. Realmente odio cuando una de sus notas no tienen un ‘Te amo’ al final. Como si lo mereciera.

Quito la nota al instante y me pongo a examinar con detenimiento nada más que mi ojo lastimado. No miro ni una parte más, no por el desastre en que está convertido mi rostro sino porque no puedo contener en este momento el hecho de tener que enfrentar mi reflejo en el espejo. Si es que aquello llegaba a tener sentido de alguna manera. La herida se ha reducido, continúa ahí, pero considerablemente menos llamativa. Hay sólo un poco de sangre cicatrizada por debajo de mi ceja y un poco del color amarillo del medicamento por encima, pero nada más; ella realmente hizo que sanara rápido.

Una ducha diligente, bastante caliente o demasiado fría. Me visto con lo que me he elegido y vuelvo al primer piso. A pensar en algo más que en el dolor que aún no se va. Quizá vuelva por otro par de analgésicos en un par de horas.

—Buenos días—la vocecilla tímida de Kai me recibe cuando entro apenas a la cocina. Intercambio miradas y sonrisas con ella apenas puedo reaccionar.
           —Hola, Kai—replico.

Un quejido brota de mis labios al tomar asiento en uno de los banquillos al pie de la barra de servicio. Mi espalda, maldición. No deja de supurar el malestar por dentro.

Kai se frunce de ceño frente a mí, un tanto angustiada.

—Por Dios, tu ojo...—titubea al apuntarme con su dedo índice. Por lo visto no fue mi voz quejándose lo que la sorprendió—. ¿Qué ocurrió?
—Un accidente—me encojo de hombros, y más me preocupo por mirar a mi alrededor y darme cuenta de todo lo que ha estado preparando. Lo que fuese para quitarle importancia al asunto, o para ahorrarme la explicación—. Me he golpeado con el filo de un mueble ayer por la noche.

Chasquea su lengua, y niega a modo de reprobación. Pero qué mentira tan torpe.

—¿Se te ofrece algo?—inquiere, volviendo a lo que hacía—. Podría hacer alguna infusión para tu ojo o...
—...No, no, tranquila. Me he tomado un par de analgésicos hace rato. Estoy bien.
—¿O prefieres algo más?—se detiene con una sonrisa dubitativa al tiempo en que busca rápido un sartén—. ¿Panqueques?

No me puedo negar. Suena bastante bien ahora.

—Sólo un panqueque será...—le dedico una sonrisa—. No tengo mucha hambre.
—Bien—asiente a la par. La miro encender el primer mechero de la estufa y de la nevera se va a reunir todos los ingredientes. Por fin parece que todo va bien, salvo por la seriedad que toma su rostro cuando me tiende un vaso lleno de zumo de naranja—. ¿Todo bien?
—Sí, ah...—bebo el primer sorbo de zumo en mi intento por recuperar el deslice fácil de mis palabras. Está claro que con esos ojos decaídos, esa media sonrisa reprensora y su tono preocupado, ella ya percibe que algo anda mal. El pánico, toda esa pesadez vuelven en el mismo segundo, y el ácido en mi garganta quema por obligarme a hablar—. No, no lo está.

Arquea ambas cejas, pero no dice nada más. Se gira luego para esparcir un poco de mezcla contra la sartén y aprovecho para mirar el reloj tendiendo del muro. Son cerca de la una de la tarde.

Incómodo, adolorido, pero he dormido como un desquiciado.

—Lo lamento—musita hacia sí misma, inspeccionando la mezcla cocinándose más allá.
—Descuida—musito, y me vuelve a mirar sólo por un instante—. No es importante.

Da la primera vuelta al panqueque, y se gira para ubicar la leche detrás. Distraído me fijo en la bandeja habitual que siempre descansa al centro de la barra y me doy cuenta de que está repleta de mis galletas preferidas. Huelen bastante bien, y ayer no estaban. Estoy casi seguro de que las acaba de preparar.

Acerco una mano dispuesto a tomar una.

—Ah...—el tono preocupado me detiene con la mano al aire. Por un momento fulmina las galletas con su mirada pero no pierde concentración en servir mi desayuno por fin—. Mejor que lo pienses, Michael.
—¿Estas galletas?—le miro confundido, aún con la mano tendida. Ella asiente despectiva y me tiende el plato servido al mismo tiempo—. ¿Por qué? 
—No es que estén viejas o algo así. Es que...—la escucho mientras ya me ocupo de dar la primer mordida a una de las galletas. Mastico y me quedo mirando el resto entre mi mano. Todo en orden, de hecho, saben bastante bien. ¿Qué es entonces?—. Las he hecho para Rachel, pero en el momento en que probó la primera, se quejó de náuseas y salió corriendo al baño a vomitar. No sé qué ocurrió realmente.

Un trozo obstruye mi garganta, y me obligo a toser para recuperarme rápido. Es increíble cómo, dadas las circunstancias, la mera mención de su nombre me hacía estremecer.

—¿Rachel?—mascullo luego de incorporarme—. ¿Has visto a Rachel esta mañana?
—Pues, sí—me asiente sin perder toda esa incertidumbre—. Rachel, junto con Monica bajaron a desayunar antes de tener que irse al trabajo pero, te digo, devolvió todo. Espero que no se haya ido con el estómago vacío.
—¿Vomitó?—me aclaro la garganta una vez más luego de un sorbo más grande de zumo. ¿Y eso a qué hora ha sucedido? ¿Me he quedado tan noqueado que mi mente lo ha pasado por alto? Acerco mi platillo y vierto un poco de miel al panqueque para por fin ponerme a ello—. Eso es... raro.
           —Lo sé. Jamás había despreciado sus galletas favoritas.
           —Espero que esté bien.
—Sí, bueno...—repone, ya devolviendo los ingredientes a su lugar—. No lo sé. Traía la misma mirada triste que tú tienes ahora.

Me le quedo mirando sin estar seguro de ser lo suficientemente fuerte para hacerlo. Sé que no puedo evitarlo, o no puedo ocultar la desilusión de sólo pensarlo. La turbia imagen de Rachel atravesando una tristeza que sólo yo he provocado hace sentir lo amarga que mi saliva se puede poner. Cabizbaja, distraída, hasta agotada, como yo. Siempre mostrando esa hermosa sonrisa pero también lastimada por dentro. Soy un imbécil, mierda. Y que me quede claro cientos de veces. Lo soy.

Kai se limita a suspirar frente a mí, desganada.

—Anoche... estuvimos discutiendo—hablo de forma instantánea, pero igual mi vista se queda adherida hacia mis dedos anudados. De sólo evocar la noche anterior puedo sentir la forma en que mi cuerpo se debilita—. Pasé la noche en la estancia, de hecho.

Entretanto, busco su mirada frente a mí y, como pensaba, sus ojos ya se han oscurecido tras mis palabras.

—Tengo miedo, Kai...—prosigo con mi voz a punto de quebrarse—. Ha estado pasando tan seguido últimamente. ¿Por qué? No lo sé. Pero siempre el mismo tema, la misma estupidez. Y anoche... ha sido mi culpa. Yo...—me falta el aire, o el valor de continuar. Entonces entierro mi rostro detrás de mis manos abiertas—. Maldita sea, jamás le había gritado así.
—Michael...—murmura y continúa mirándome de esa forma que me hace temblar—. No sé qué decirte. Y si te digo algo, temo no estar acertada, pues no es asunto mío y lo sé—su silencio regresa y asiento instintivo—. ¿La has visto desde anoche?
—No. Ni a ella ni a Monica. Tan sólo encontré una nota en nuestro baño con su letra. Decía que ambas saldrían durante la tarde, y que tenemos que hablar. Dios, ¿Crees que...? ¿Crees que esté muy enojada conmigo?
—No lo sé, pero... Vamos, si te ha dicho que tienen que hablar, seguro es porque le interesa solucionar las cosas. ¿No? 

Luego de tanto, puedo volver a engullir. Si por algo la nota estaba en el único lugar en el que ella estaría segura yo la ubicaría primero que nada, entonces había una buena razón.

Sí, eso tiene que ser.

—Sí, supongo...—mascullo con el último bocado del desayuno en mi boca—. Espero que sí.
—Entonces, quédate tranquilo—me sonríe, y ahora sus labios están rebosantes de toda esa calma—. Monica es una buena chica. La llevará a pasear y verás que antes del anochecer ambas estarán aquí. Rachel estará mejor y podrás verla y hablar con ella entonces... ¿Saldrás hoy?

Mi vista se vuelve sin más al vacío. Justo lo que me recuerda que tendré que pedirle a John que me ayude a cancelar los planes de hoy. Y, mierda, también se lo había recalcado a Rachel ayer. ¿Es que no puedo parar de arruinarlo todo?

—...No—niego, tratando de incorporar mi mirada desorientada luego de percatarme de todo lo que aún quedaba por solucionar.

Kai me sonríe casi al instante.

—Me quedaré—repongo—. Será mejor aguardar aquí hasta que ella regrese. Tan sólo debo arreglar con John los planes de hoy.
—Perfecto—toma mi plato para llevarlo al lavaloza—. Y lo que es más, me parece que he visto a John entrar a la oficina, justo antes de que tú aparecieras. Con suerte lo encuentras desocupado.
—Oh, bien...

De un sorbo termino el resto del zumo, al tiempo en que doy un salto desde el banquillo para dirigirme veloz hacia el despacho de John. Bien lo había dicho ella, con suerte, todo se solucionaría. Sin remedio iba a tener que sacrificar la cita planeada con Lisa mientras tanto, pero al menos podré poner ya final a todo lo demás. Si voy a reunirme de nuevo con ella, realmente quiero que Rachel esté a mi lado y aferrando mi mano entre la suya.

Me detengo en seco a medio pasillo, y me vuelvo sólo con intención de tomar una más de esas mismas galletas de avena.

           —Gracias por el desayuno, Kai.
—De nada—se le escapan las risas, mientras yo lucho por dedicarle una de mis mejores sonrisas.

La dejo de nuevo, e incluso avanzo con más velocidad.

Al hacer presencia en la oficina, efectivamente, me topo a John dentro. Y me vuelvo consciente de que tengo que olvidarme de hablar por el momento cuando advierto que se encuentra en medio de una llamada telefónica. Asintiendo para sí mismo y paseándose de un extremo a otro me indica con una pequeña seña que aguarde un poco. Se nota por más concentrado, vívido con cada explicación, cada argumento que sale de sus labios. No está hablando de algo referente a mí, seguro. Con todo lo que ha pasado, hace mucho que una sonrisa no se posa así en su rostro al dialogar con alguien tratándose de mí.

Al final, le respondo con una seña igual para indicar que le esperaría en mi habitación luego de todo. No me apetece aguardar en medio de una conversación de la que no tengo ni idea. Él asiente hacia mí, y luego de cerrar la puerta, me vuelvo con calma escaleras arriba.

Me aseguro de cerrar la puerta y me tiro profundo contra el colchón en el mismo instante. La cama, nuestra cama no huele tanto a ella, por alguna razón. El bendito aroma que Rachel deja luego de cada mañana y que tan acostumbrado me tiene no está ahí. En lo absoluto. Es raro cómo... sé que ha salido fuera de Neverland, y si me da un beso en los labios antes de irse, la siento en la totalidad de la casa. Pero si no, es como si se hubiera ido por muchísimo tiempo. Me pongo terriblemente descolocado sin ella.

Preso de aburrimiento elijo mirar “E.T.”, la única cinta que me quitaría la ansiedad por tener que esperar o matar el tiempo. Pero aún así John no hace presencia. ¿Qué tanto estará haciendo? ¿Se habrá olvidado de que le necesitaba? Gruñendo escapo de mi habitación otra vez, y me dirijo a zancadas turbias hacia la oficina ya pensando en cómo reprenderle por hacerme ir a buscarle en medio de mi parte favorita de la película.

Abro la puerta sin consultar; nadie.

Los mismos papeles esparcidos en el sitio en el que los miré antes, su silla en el mismo lugar, incluso una bebida a medio terminar en medio del escritorio. Todo está igual, salvo por el teléfono, que está más cerca de su asiento que de costumbre. Entonces, una idea aterriza en mi cabeza. ¿Y si llamo a Monica?

Marco el código de su localizador, y aguardo el tono. Devuelvo el teléfono a su base y sólo me toma el momento de percatarme de la hora para que comenzara a sonar. Son ya las cinco y veinte de la tarde.

¿Hola...?—ella murmura con toda normalidad en cuanto puedo tomar el auricular entre mis manos de nuevo.

Un alivio tremendo se hizo presente apenas puedo oírla.

—Monica, gracias—musito cerrando mis ojos por la sensación—. Hola, es Michael.
Oh...—titubea de pronto, y aguarda un poco antes de continuar. De fondo se escucha como si estuviera transitando por la calle—. Hola, Michael.

Y su tono cambia por uno más serio y turbio que antes. Innegablemente está diferente. No es la voz con la que ella me suele saludar, o alguien más siquiera. Si acaso ella ya estaba enterada de la situación, no imagino el maldito concepto que tendrá de mí en estos precisos momentos. Maldición.

—Escucha, ¿Está Rachel contigo?—lucho hasta lo imposible por lucir un tono relajado.
           —N-no.
—¿No...? Pero, ¿Cómo?—me tenso sobre mi lugar luego de la respuesta inmediata. Paso mi vista de un lado a otro como intentando comprender y en medio de ello me doy cuenta de que me encuentro estrangulando mis dedos entre el cable del teléfono—. He leído la nota en la que ella...
Quiero decir, sí—más que seca, ahora se oye sólo temerosa—. Lo que ocurre es que estamos en Bloomingdale's. Se ha metido al probador con algo de ropa. Por eso no está conmigo.

Intercepto un pesado suspiro que brota de sus labios, y es ahí que un resople más de oye detrás. Sinceramente no estoy seguro de poder creerle.

           —Ya... veo—dejo escapar cierto deje de recelo en mi voz.

Aguardo, pero ella no dice nada más.

           —Lo siento, tengo que irme. ¿Sí?—susurra.
           —Sí, ah... Yo...
           —...Adiós.

No me da oportunidad de decir nada más y una serie de tonos entrecortados ya toman presencia. Había terminado la llamada y lo único que se me puede ocurrir a la par es quedarme viendo el teléfono con una punzada enigmática de rabia consumiéndome lento. Lo devuelvo a la base y niego para mí. Esa llamada ni siquiera ha parecido real.

Salgo de ahí como puedo. Más horas de estar recluso en mi habitación hasta que ella aparezca esperan por mí.

Al volver, me termino de ver la misma película ahora hasta el final, y trato de no perderme en la vista ya obscura de los jardines filtrándose por la ventana cuando sé que tendré que elegir otra cosa qué hacer. Intentando no pensar en cada uno de los besos que pude haberle dado el día de hoy de no haber sido culpa de mis estupideces, evocando cada ‘te amo’ acumulado que no le he podido decir ya, cada disculpa. La espera me asesina a cada momento.

Y duele más sentir al tiempo pasar más rápido aún, cuando no lo dedico a esperar alguna señal que me demuestra que ella se encuentra pensando lo mismo, o en mí.

¿Y si aquél resople que oí fue de Rachel? ¿Y si sí estaba justo con Monica? ¿La llamada entonces terminó porque ella se lo ha pedido? Si fue así, ¿Por qué no ha querido hablarme? Ha sido ella quien quería hablar en primer lugar, ¿No? O algo así decía en su nota de esta mañana.

Una nota... me río para mí, al tiempo en que me aproximo para servirme un pequeño trago de whisky. Tan sólo eso, y ella cree que se puede poner en el sitio de hacerme sentir como una basura por un día completo. De dejarme así, desaparecer sin más aviso que una maldita nota y no volver hasta que estoy hecho un desastre, hasta que ya no vale la pena hablarlo más. Bien, pues si tanto deseaba hablarlo, se le ha pasado la mañana, la tarde y el anochecer. Y hasta ahora ningún maldito rastro de ella. No lo puedo creer.

Bastante le ha de preocupar solucionar las cosas entonces.

           —¿Michael? Lo lamento...

Escucho cómo John ingresa a la habitación sin siquiera alzar mi vista para percibirle varado justo debajo del umbral de la puerta. Resoplo exasperado y lo suficientemente fuerte. Vaya hora a la que se le ocurre aparecer.

           —¿Qué es ahora?—infiero tajante, y doy un sorbo más a mi segundo trago.
           —Tienes una llamada telefónica.

Ah, perfecto.

Recargo la cabeza en el respaldo del sofá con los puños apretados, ya ni ganas de burlarme tenía.

—No pienso tomarla—sentencio sin mirarlo—. Puedes decir que estoy ocupado, no lo sé. Lo que quieras decirles.
—Puedo tomarla yo—me dice sin perder la cortesía. Casi puedo estar seguro de que de alguna forma busca enmendar el haberse olvidado de mí hace rato—. Es sólo que... necesito consultarte algo.

En lugar de responder, me ocupo de terminar con el licor de mi vaso. John suspira derrotado, y puedo sentir el cómo se adentra aún más a la habitación.

           —Es Lisa. Ella... Quiere saber si aún está en pie la cena de esta noche.

Se me seca la boca, incluso con el líquido a medio camino por mi garganta. Mierda, me he olvidado de Lisa por completo. Ella aún está al plan, y se supone que la vería en menos tiempo del que supongo para pensar a ciencia cierta las cosas.

Intento ponerme de pie, y me topo primero con la mirada atolondrada de John sobre mí mismo. Y sólo me basta con advertir el aparato detenido en su mano, para eliminar la pesadez, la incertidumbre. Si justo esta mañana no pensaba en más que en solucionarlo todo y hablar con Rachel, de verdad sentía como si ya lo hubiese olvidado. Vaya, de hecho yo también lo podía hacer como ella, a mí igual podía darme lo mismo... Otra sonrisa, un par de ojos verdes me ayudarán a desahogarme, a ser mi salvación instantánea.

Si a Rachel no le importa, menos a mí.

—Lo está—miro de lleno sus ojos al contestar. Él toma un deje más tranquilo y una leve sonrisa aparece de pronto en sus labios—. Saldré en un momento.

John asiente sin añadir nada, y comienza a alejarse del lugar. Pero algo más falta.

—...Y John—mis palabras lo hacen helar sus pasos justo a nada de haber salido. Se vuelve para atenderme—, que la cita sea para dos personas solamente.

Me mira por más, confundido.

            —Rachel no irá.
*****

            —Gracias.

Luego de una tarde impregnada de dudas, sentimientos que hacen estremecer, y el agotamiento mental que no me deja de supurar por dentro; puedo sonreír. Sonrío, pero no para la señorita que me ha atendido, sino al helado de cerezas con chocolate que me están entregando.

Engullo los primeros dos bocados sin poder esperar más. Dios mío, está delicioso. Espero a que la misma chica entregue su helado a Monica también, y salimos juntas de la tienda. Algo me va diciendo mientras buscamos un sitio para sentarnos, pero simplemente no le puedo poner mucha atención. Es como si mi helado fuese más importante ahora.

Ella señala más allá una pequeña banca de concreto al pie de la acera.

—¿Te gusta mucho ese sabor?—se burla tímida a mi lado, mientras ambas tomamos asiento al instante. Con su ayuda acomodo el montón de bolsas de compras que hemos juntado y me remuevo en el asiento hasta sentirme cómoda para seguir engullendo.
—Más o menos—replico con mis mejillas entumecida en mi intento por limpiar mis labios de un poco que se ha derramado. Maldición, tan apurada, que se me está tirando—. Agh... y no debería. Estoy casi segura de que me he aumentado una talla en el abdomen, no lo puedo creer.
—Estás demente—por un instante deja de adentrarse igual en su helado y me mira de reojo—, yo te noto igual.
—Oh, bueno—finjo una sonrisa y pongo los ojos en blanco—. Eres muy linda, Monica. Pero a veces no hace daño que tu mejor amiga te diga la verdad. O que te detenga cuando piensa que ya me he comprado toda la tienda.

Mira con desdén la pila de bolsas a un lado mío. Arquea sus cejas y formula un chiflido a manera de admiración.

—Te mirabas tan feliz eligiendo toda esa ropa—musita—. No he querido detenerte.

Advierto una pequeña sonrisa escapando de mi boca.

—Eso sonó bastante a la Rachel de hace más de cinco años. No lo puedo creer...—murmuro y la hago carcajear. Entretanto me ocupo de volver de nuevo a mi helado.
—¿Sabes que los chicos no han parado de extrañarte en casa?—su tono de pronto adopta un aire de serenidad. Habla hacia el vacío con las mejillas enrojecidas mientras picotea su helado de fresa—. Sobretodo Ross, que no me ha dejado de llamar preguntándome por ti. Joey y Phoebe, no dejan de recordarme todo lo que hemos vivido con Michael, es… increíble. Y Chandler, bueno, él aunque no le veamos tan seguido porque ha comenzado a salir con la ‘señorita encantadora’, está ahí cuando sabe que vamos a llamarte. Sé que te extraña como un loco también.

Se me frunce el ceño por la sorpresa. ¿Qué?

            —¿Chandler está saliendo con alguien?—infiero.
            —Sí... su nombre es Cathy. Es linda, supongo. Creo que le hace feliz.

Le veo con ojos entrecerrados. La forma despectiva en que lo dice, su rostro serio, sus hombros encogidos para mostrar desinterés... No m lo creo.

—Vaya...—musito, buscando que no se me salga la risa—. Y a ti, ¿No te pone celosa?
—¡Bastante!—responde vivaz, y añadiendo un toque de sarcasmo al entornar sus ojos con la respuesta.

Nos reímos a la par, como hacía mucho no lográbamos hacerlo. Pero supongo es esto parte del efecto que lleva el llevar más de un día junto con ella. Así hasta el problema más complicado podía convertirse en cosa de nada con sólo cruzar habernos reunido de nuevo. Cosas que vienen incluidas en el paquete de ‘Mejores amigas’.

—Bueno—mascullo conforme regano la seriedad—, será mejor que le digas a Chandler que puede ausentarse todo lo que quiera, pero que al menos no se olvide de llamarme también. Me vendría de luces uno que otro de sus chistes improvisados. Al menos recibiría llamadas que me harían reír, para variar. Y no otras que no deseo atender.

Me mira los ojos uno a la vez. De pronto se torna nerviosa, pero como si no quisiera que yo me percatase. Ella asiente y sus ojos me hacen comprender que lo entiende. Dolida, un tanto resentida.

—Tus padres han estado llamando—su oración suena más a afirmación que a pregunta.

Asiento como respuesta, y clavo mi vista hacia mi helado. Se ha derretido un poco.

—Mi padre, más que mi mamá—murmuro—. Ella tan sólo llama para preguntar cómo van las cosas, preguntar por mí, por Michael. En cambio mi papá... él... no deja de decirme que me aleje de todo esto.

Percibo cómo palidece frente a mí. Sus labios no se abren, o no relucen intenciones de hablar, así que continúo:

—Dime, Monica, ¿Cómo diablos podría hacer eso...?—paso saliva ansiosa, ya sintiendo las palmas sudorosas, mi garganta obstruida, todo ese dolor. Resulta tan extraño, un segundo tengo una sonrisa, y al siguiente, las incesantes ganas de echarme a llorar—. Quiero decir, no es sólo dejarle. Es abandonarle completamente, y lanzarlo a su suerte. Todas esas personas que había creído eran sus amigos se fueron cuando todo comenzó—mi garganta arde, se siente lastimada por el mismo ardor. El ácido quemando dentro cuando toco el maldito tema y que me dificulta el hablar—. Ellos simplemente le dejaron sólo en uno de sus peores momentos, la confusión, el pánico, todas aquellas cosas que pueden llegar a la mente en un solo momento y que hace las lágrimas no parar, y que cada vez caigan más rápido.

Monica niega para sí con su mirada completamente impregnada de oscuridad, y reprende un leve quejido al morderse sus labios. Puedo leer toda esa tristeza en sus ojos azules.

—Y es que le amo... le amo tanto—una mano se precipita contra mi cuello como buscando sanar. Mi voz se ha roto a tal grado que ya ni siquiera puedo mirarla—. Más de lo que podría pensar... Ya no imagino mi vida si él no está conmigo.

Hasta que una lágrima logra aparecer, y dolorosamente me obligo a limpiarla con la yema de mis dedos en el acto. En cuento me puedo percatar, noto a Monica frunciendo el ceño de forma tan lastimosa, que me pone mal saber que yo he tenido que ver con la causa.

            —Rach, por favor...—susurra, y sus ojos vuelven a mí—. Regresemos.

Siento la sangre abandonando mi rostro.

—Monica...—intento hablar, respirar, tranquilizarme. Cierro los ojos con fuerza como buscando escapar.
—Vamos, me siento culpable—me dice—. Le has dicho que hablarías con él, y ya ha oscurecido. Es bastante tarde, y cuando me llamó hace unas horas y tú bien pudiste hablar con él, decidiste no hacerlo. Me obligaste a terminar la llamada sin más. Imagina cómo lo has dejado luego de eso.
            —Es más difícil de lo que crees.
            —Jamás dije que esto te es fácil.

Mi vista cae de lleno hacia mi regazo pese al efecto que su último comentario tiene en mí. La sinceridad que emanó me tomó sin poder evitarlo.

—Desde que todo ha comenzado... él y yo no hemos parado de pelear—le expreso entre titubeos, rogando por no sentirme débil de nuevo—. A veces día tras día, y siempre es por lo mismo. Sé que este tema nos tiene con los nervios de punta a ambos, e intento hasta lo indecible por comprender, pero... Es que a veces tengo miedo de que las discusiones puedan llegar a más—acomodo un mechón de cabello que se ha movido de sitio, como pretexto del por qué aún no puedo mirarla—. Anoche me ha gritado como no lo había hecho antes…
—Rach...—de pronto su mano atrapa la mía puesta sobre la superficie de la banca. Aquello me obliga a mirarla directo, a buscar ayuda en el par de ojos preocupados que me muestra.

No, no quiero llorar.

            —Él... ha cambiado.

Permanece en silencio, sin formular movimiento alguno.

            —Todo lo que ha ocurrido últimamente cambiaría a cualquiera.

Me olvido de la imagen de su mano acunando la mía y la vuelvo a mirar. Monica siempre usaba las palabras correctas, es tan sencilla, pero a la vez tan severa. Nunca persisten aquellos momentos en que puedo callarme la boca con ella, cuando sé que puedo llegar a ser una mierda, si es que no lo he llegado a comprender... o en que sé que tengo que admitir que estoy en un error, y que tengo que solucionarlo en el mismo segundo. Tiene razón, es hora.

            —Está bien...—la estudio con las mejillas ardiéndome dentro—. Volvamos.

Me sonríe casi al instante. Es el premio que me llevo por abrir los ojos por fin.

—Vamos—de una, termina su helado y le imito a la par. Tiende su mano hacia mí para deshacerse de nuestra basura en un contenedor de junto y al volver para ayudarme con las compras se lanza de pronto un tremendo quejido  al aire. La miro turbada, sin alcanzar a comprender—. Pero espera, antes necesito abastecerme de algo primero. Con los apuros de me he olvidado cargarme algo desde Nueva York. Hay una farmacia aquí cerca, llegamos ahí y regresamos, ¿Sí?
            —Bien.

Miro el reloj; son casi las ocho y treinta de la noche. Por suerte, alcanzar la pequeña farmacia sólo nos toma un par de manzanas, y aún con una mano tomando la mitad de mis cosas, ella no pierde más tiempo en pasearse por los pasillos y anaqueles para buscar una loción humectante, y un desodorante de su fragancia favorita, hasta que me hace seguirle por último al pasillo de artículos femeninos.

—Sólo esto y ya—luego de haber inspeccionado cada producto, finalmente toma las compresas femeninas habituales para ponerlas sobre el cesto con las demás cosas. Sonríe satisfecha y me señala despreocupada—. Bien, ¿Tú no necesitas un paquete?
—No, yo...—mirar las compresas me hace replanteármelo de nuevo. ¿No lo necesito? ¿Por qué no? ¿Hacía cuánto que...?—. Espera, es... Enero, ¿Verdad?
           —Sí, ¿Por qué?
           —Mi periodo...

Ella me mira impasible al cabo de un par de segundos eternos. Con la mirada le ruego por un poco más de espera y cavilo en mi cabeza cada uno de los números para mis adentros. Septiembre, normal, y tampoco ha habido nada raro a principios de Octubre, ¿No? Pero, Noviembre, Diciembre, Enero... No, ¿Cuánto tiempo llevo en Los Angeles?

Meneo la cabeza, e intento comenzar de nuevo.

            —¿Rachel?—insiste en tono seco.

Su voz aguda me hace estremecer, y entre mi aliento helado intento tragar, pero no funciona. Trato de articular cualquier sonido perceptible que pudiese brotar de mis labios pero no logro nada más. Ella se me queda mirando simplemente cargada de confusión.

—E-es que estoy retrasada...—admito con voz queda, ansiosa, sintiendo un estremecimiento fulminándome al filo de mi piel—. Terriblemente retrasada en mi periodo, Monica.
—¿Qué? ¿Estás segura?—sacude la cabeza negando al tiempo en que  se yergue—. ¿Cuándo ha sido la última vez que lo tuviste?
           —Pues en… En Octubre. C-creo que... ha sido la última.

De nuevo; Noviembre, no. Diciembre, no. Enero, no.
Mierda, ¿Tanto tiempo?

—¡Rachel, por Dios!—el nuevo volumen de su voz me hace desviar la vista un poco incómoda—. ¡Hace meses! ¿Pero qué es lo que...?
—...No había dicho nada o no lo había pensado porque lo atribuía a todo cuanto ha estado pasando, Monica. He estado tan estresada, tan preocupada por Michael, por todo que... creí que esa sería la razón. No es la primera vez que me ha sucedido, y lo sabes.

Asiente frente a mí, pero con la mirada ahora vidriosa y perdida en el vacío, como si de un momento a otro ella se ahogara de sus propios pensamientos, o si fuese incapaz de mirarme. En el mismo momento la mano se me apoya en el estómago de forma casi involuntaria, presa de un acto reflejo que me obliga a mirar mi vientre.

No…

            —¿Cuándo fue la última vez que tú y Michael tuvieron relaciones?
            —¿Qué?
            —Contesta.

Sacudo la cabeza, aturdida. Pensar comienza a costarme trabajo, hablar ni se diga. Hasta este momento ya no estoy segura de nada, y ni siquiera estoy intentando hacerlo. Pero, más me valía cooperar.

—Iba a ser Octubre...—musito—. El día en que le sorprendí en Moscú.

Monica asiente con el aliento entrecortado.

            —¿Te cuidaste?

Sus ojos sulfuran los míos con seriedad. No, no puede ser de otra forma. No es posible si estoy segura de que nos hemos cuidado. Si cada una de las veces ha sido igual, y si recuerdo vívidamente la forma en que justo antes de salir de casa los anticonceptivos eran el tema principal.

Una parte de mí está puesta a organizar los hechos, a revivir cada recuerdo y a plasmarlos con las posibilidades. Pero por otro lado, me siento aturdida, incapaz de desempeñar ni la más mísera de las operaciones. No puedo siquiera mover mis labios para hablar. ¡Maldita sea!

            —Yo... no lo recuerdo—no paro de titubear.
            —Perfecto.

De movimientos entrecortados me da la espalda y la miro desaparecer al doblar en dirección al siguiente pasillo. Me deja ahí varada segura de que no puedo articular movimiento alguno, avispada, alucinada hasta lo indecible y con la boca más seca de lo que puedo soportar. Consciente de que todo cuanto mire, respire, piense o evoque, puede dirigirme a sólo una cosa... una posibilidad.

Vuelve a los pocos segundos, y no con las manos vacías. En un solo movimiento y con la misma mirada turbia de antes se postra más cerca de mí y me tiende un nuevo empaque hacia mis manos. Una prueba de embarazo.

            —N-no...
            —Sí—sentencia.
            —Monica, por favor...
            —Te lo ruego, Rachel... Tan sólo para estar seguras.
            —Pero es... imposible.

Contengo el aliento denso tras mis palabras, el nudo de mi garganta crece, mi mirada baja, y me llevo de vuelta una mano a la altura del vientre casi de forma mecánica. Ya con cada uno de mis delirios desembocándose dentro para rasgar alternativas e ideas que nunca, ni en el menor resquicio de mi fuero interno me atrevería a tocar. Me siento helada, y vuelvo a hacer las cuentas dentro de mi cabeza, vuelvo a tratar de encontrar lógica a tanto caos que sé que se podría desatar.

Pero es imposible, o, ¿Lo es...? ¿Es posible?

—No, Rach—me dedica una leve sonrisa enigmática. Una de esas que dicen ‘No puedo creerlo’ con sólo extender los labios—. Lo siento... Pero hasta donde sé, no lo es.

Alarga una mano serena hacia mí, y no perdemos ni un solo momento más para hacer que mis pies cedan y se tambaleen hasta que ella logra pagar por las compras, salir del lugar y llevarme completamente a rastras entre sus manos inmóviles. El oxígeno empieza a escasear y mantener llenos mis pulmones se convierte en una tarea complicada. Nos precipitamos en dirección al automóvil apenas le ubicamos a lo lejos, y creo me da aviso o no lo logro recordar, pero no me deja ni de broma ingresar, como antes, al asiento del conductor, así que me abre con soltura la puerta del copiloto y entre tanto silencio, ella ingresa también, a comenzar nuestro trayecto con un volante aprisionado entre sus dedos esbeltos y temblorosos.

El motor ruge al aumentar la velocidad cuando no queda ni una calle más por serpentear. Tocamos carretera, y por primera vez no adhiero mi mirada al exterior. Sino que recorro aquel pequeño bulto casi imperceptible dentro de mi vientre con los dedos, sorprendida por lo duro que se puede sentir debajo de mi piel.

Niego temerosa, con mis pensamientos destruidos.

En medio de todo este caos no puede haber algo que haga brotar latidos en plena sintonía con los míos. No ahora, no con las mentiras, los engaños, la codicia, con un Michael esperando preocupado por mí en casa. No puede ser que algo viva porque yo lo hago a la par, que se estruje cuando estoy triste, que se esparza por todo mi ser, que se turbe cuando suelto el más grande de los suspiros. No puede existir algo que aguarde por mí, y que me haga esperarle al mismo tiempo. Algo que yo anhele sin conocerle, algo que yo pueda llegar a querer... más que a mi vida. No era el momento, no ahora. No con todo lo que ha ocurrido, no frente a esta situación.

Pero, ¿Y si por esto, mi existencia está a punto de cambiar para siempre?
¿Y si esta mera razón, la simple idea me daría el cielo y las estrellas?
¿Y si es nuestra oportunidad para unirnos a Michael y a mí incluso más allá de la vida misma?

Las náuseas, los mareos, los sueños raros e insomnios amenazantes de mi día a día. Algo que pueda ser incluso más que eso, la seguridad que me empapa de saber cuán grande puede ser nuestro amor, lo perfecta que puede llegar a ser mi existencia al tenerle, y más aún, volver a la vida al Michael que me sonreía todo el tiempo diciéndome que somos él y yo, únicamente. Y que nada más tiene sentido de ser las cosas diferentes.

Los ojos de Monica perdidos en el camino y mis labios extendidos en una sonrisa fascinada. Que me lleva a navegar entre la alegría y la incertidumbre de ida y vuelta, al tiempo en que me obligo a comprender la idea más perfecta de todas, aquello más inesperado, y la posibilidad más anhelada dispuesta a llevarse consigo cada atisbo de dolor;

Una parte de mí, una parte de él... Algo que puede unirnos para siempre.

Al llegar, con Monica no hay tiempo para nada más, salvo para conducirme a pasos atrabancados escaleras arriba hacia la primer habitación de huéspedes que se tiende ante nuestros ojos. Cerrar la puerta es lo primero que hace, y obligarme a continuar con todo aquello, es lo siguiente que tiene lugar.

Cinco minutos es lo que tenemos que esperar.

Mi respiración colapsando junto con mis jadeos desesperados, todo mi ser siendo atravesado por una punzada de pánico, la sensación de estar cayendo al abismo mismo pero con la pequeña ilusión de poder ser rescatada en el mismo instante, de ser salvada por una luz que sé que puede eliminar cualquier rastro de sombra.

—¿Estás lista?—Monica susurra con la voz quebrada, los ojos humedecidos, y su mano sosteniendo el pequeño instructivo temblando completamente.

No dudo y asiento sin soportarlo más.

Y es ahí, de frente a mi mejor amiga, observando por miedo nada más que sus ojos descolocados, sintiendo el abominable temblor de mis manos, de mis dedos palpando de la misma forma mi vientre, y la sensación de miles de cuchillas de hielo perforando mi piel, que me doy cuenta de que no estoy de verdad cayéndome al abismo... sino que estoy saliendo de él.

Admito que estoy llorando como nunca para mis adentros, y la primera lágrima aparece. La maldita incertidumbre de no estar segura si tiemblo de pavor o felicidad, o por el imperceptible siseo que se escapa, atolondrado, desde los labios de Monica.

Por todo el pánico atorado al ritmo de mi corazón.


            —Oh, por Dios...

1 comentario:

  1. Poor Diossssssssssss
    Poor diosssssss queeeeeeeee!?
    Dios mio que Monica responda o juro que le sacare a golpes la respuesta a la escritoraaaaaaaaaaaa DD:

    Jaja, estuvo hermosoooo Kat!

    Bendiciones.

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