jueves, 17 de marzo de 2016

Capítulo 42: "Ojos Verdes"


Ella aprecia el pequeño estuche que aún sostengo entre mis manos. Pero no hay ninguna reacción. No una que yo estuviera deseando al menos. ¿Por qué no la hay? No hay sonrisas, no hay emoción, no nada. Sólo sus ojos estupefactos paralizados.

Miro el brazalete de nuevo con mi aliento debilitado dentro de esa superficie de terciopelo para verificar que ambos vemos lo que creo. No, aún nada.

—¿No te gusta?—inquiero superando el nivel de ansiedad inminente en mi voz.

Rachel me lanza una serie de pestañeos abrumados que debido a la forma en que se pasa también la mano a través de su cabello exasperada, asesina mis fuerzas. Mis manos se tambalean aún sosteniendo el obsequio.

—Michael...—logra gesticular apenas con la mirada aún perdida frente a mí, dejando escapar unos suspiros delicados—. Por supuesto que sí. Es sólo que yo... No, es que es... No sé si pueda...
—Vamos, Rach—le corto, y sus cejas se fruncen en una línea de frustración. Luce muy bella cuando se pone a reprocharme cosas—. ¿Cómo que no sabes? No te gusta, entonces.
—Es demasiado... —se queja, y vuelve a vislumbrar el brazalete. No hace más que negar.

No hace más que hacer que continúe olvidándome de sonreír. Y en medio de nuestro silencio, de mi debilidad, ella ahora se pierde en llevar una mano absorta a la altura de sus labios.

—Oh, no...—el temor de su voz es peor que si me hubiesen echado agua helada en el rostro—. Por favor, dime que no lo has comprado por lo de ayer, Michael.

Ah, no... maldición.

—Ayer—ahora soy yo quien busca desviar su mirada—. He sido un idiota ayer, Rachel. Y lo sé. Tú bien sabes lo perturbado que este asunto me puede llegar a poner y... tan sólo, quería disculparme.

Niega la cabeza, aún perdida.

—Entonces lo hiciste—sentencia—. Michael, ¿Sabes que una discusión se arregla sólo con una charla, verdad? No con... obsequios, y más, brazaletes de Cartier que pudieron haber costado cientos de miles de dólares.

Reprimo una sonrisa de derrota al morder mis labios. Me siento indefenso, tan expuesto frente a ella. Y, con un demonio, mi plan no ha funcionado, en absoluto.

            —Dime cuánto gastaste en esto—dice, resignada.
            —Te aseguro que ha sido menos de cientos de miles de dólares.
            —Dímelo.
            —No...

Vuelve a resoplar, esta vez con un deje más agresivo. ¿Es que no me iba a dejar ganar ni una?

            —¿Michael...?

Bien, ya está, estoy acabado.

            —Doce mil.

Rachel se cubre el rostro entero con sus manos al tiempo en que hace estancar ahí un dulce gruñido cargado de desesperación. Pero su tierna voz me hace tener que ocultar una sonrisa antes que hacerme estremecer. Tendré que hacerla enojar más seguido si quiero encontrarme con esta ternura de nuevo.

—¡Michael...!—brama, volviendo a descubrir su rostro frente a mí—. ¿Por qué, cariño? ¿Por qué lo has hecho?
—N-no es nada, Rachel—musito con suavidad—. Es sólo simbólico, es sólo que te amo, ¿Está bien? De verdad creí que...

Su índice en mis labios me hace olvidarme de seguir. Avanza, y con sus ojos bien puestos sobre los míos toma de mis manos el pequeño estuche lujoso para sellarlo de vuelta y devolverlo a la mesa de centro de la estancia. Sus ojos simplemente me han devorado la voluntad así como así, y por la forma en que al volver toma de mi mentón para obligarme a mirarle sólo a ella se evaporan mis defensas.

—¿Cuántas veces serán necesarias para hacerte entender que el amor que tengo por ti no funciona a base de cosas materiales, Michael?

Quiero, pero no puedo responder. No sé qué decir.

—Sí, ayer hemos discutido—añade con un hilo de voz—. Sí, ha sido por lo mismo, lo sé. Pero nada que no pueda arreglarse sin regalos de por medio, ¿Está bien?

De inmediato me tengo que incorporar, negando inevitablemente con los ojos cerrados. Sí, ya me lo había dicho incontable número de veces antes.

           —Lo sé—susurro con la mirada baja—. Lo siento, princesa.
           —Todo está bien, Michael.

Y sus brazos se aferran en torno a mi cuello sin esperar. Tomo instintivamente de sus caderas para ceñirla más a mi cuerpo y un suspiro delicioso se escapa de los labios de ambos. Era lo que quería, volver a sentirla tan cerca de mí, volver a sentirnos como uno de nuevo.

Se aparta un poco para mirarme mejor, entonces toma impulso desde mi cuello para ponerse de puntillas y dejar un beso leve en mis labios.

            —Te amo, Rach.

Mis mejillas arden ante el brillo que derrochan sus ojos claros. Sus labios coloreados por su color favorito, las comisuras de sus labios extendiéndose y haciendo multiplicar su belleza, mi Rachel, mi amor. No soy nada sin ella.

—Y yo a ti—la respuesta aparece casi de inmediato, como la luz infinita del sol que derrite el hielo luego de una nevada—. Ahora, ve preparándote, que seguro John no tarda en aparecer para llevarte con él.

La idea me hace entornar los ojos.

—Ah, no. De eso nada—con rapidez ya me ocupo de tomar su mano al tiempo en que paso mi mirada por el reloj de mi muñeca. Sí, ya es casi la hora de irme, pero también la es de mostrarle aún más. A zancadas veloces terminamos casi al pie de la puerta principal. Sus pasos habían cedido sin problema pero sus ojos están ahogados en una suma confusión—. No aún, hasta ver tu rostro en cuanto mires mi segunda sorpresa.

De alguna forma mis palabras le hacen torcer el gesto con desagrado.

           —Michael...—bisbisea con pereza—. ¿Otra sorpresa...?
           —Oh, pero esta sí te gustará.

Le fascinará, maldición, estoy seguro.

Rachel se cruza de brazos retándome con la mirada.

—Mejor que no sean de los chocolates que has traído la otra vez—murmura ya con el rostro más relajado—. Me los he terminado de una, y ya hasta siento que engordé un poco por todo el tiempo que mi estómago pasa procesándolos dentro.

La miro de reojo bufándome y dejando salir mis risas. Está perfecta, como siempre.

—Créeme, linda—mascullo—. Hasta a mí me dolió que no me dejaras ni uno sólo. Pero no, esto es diferente.
           —¿Cómo...?
—Lo verás—pese al tiempo, me arriesgo a mirar de nuevo el reloj. Son tan sólo unos segundos para las cuatro de la tarde y contando—. Y espero que llegue en cinco, cuatro, tres, dos, uno...

Alguien llama a la puerta en ese segundo, y no puedo sino lanzar a Rachel una tremenda sonrisa enigmática. Y ya puedo imaginármela a ella lanzándose a los brazos abiertos de Rachel apenas y cruce el umbral. Ya saboreo la victoria, por fin.

           —Siempre tan puntual—el asombro apenas y me deja hablar.

Tomo de la manija para atender, con la mirada de Rachel aún puesta sobre la mía. Ella se incorpora de inmediato, presa de la confusión, y yo sólo me pongo a disfrutar de su bello rostro gesticulando un perfecto asombro mientras abro la puerta frente a nosotros.

—¿¡Monica!?—Rachel brama con la mirada perdida, las piernas temblándole y su mandíbula ya cayendo por los suelos. Monica sin más deja caer el par de valijas pequeñas que tendían de sus manos.
           —¡Oh, Rach...!

Ambas ahí se pierden en un abrazo fraternal. Rachel la toma con fuerza aún negando por la impresión y mientras tiene bien aferrado el cuerpo de Monica hacia su cuerpo es cuando me lanza la más perfecta de las miradas humedecidas. Sus ojos me dejan ver que el haber hecho que Monica hubiese aparecido con nosotros, era incluso más de lo que ahora necesitaba.

No evito ahogar una carcajada aún observándolas a ambas. Monica lo oye, y al incorporarse de entre los brazos de Rachel me muestra el escozor que han adoptado sus ojos azules al acercarse a mí.

—Michael...—susurra al limpiar una lágrima traicionera escapándose de sus ojos. Ella abre sus brazos hacia mí y yo no tengo ni el mínimo titubeo en recibirla con uno de mis mejores abrazos.
—Hola, Mon—como puedo dejo un leve beso en su cabello, y de reojo me doy cuenta la ternura insoportable con la que Rachel nos aprecia a los dos.
—¿Cómo estás?—infiere con la voz temblorosa, y le doy oportunidad de apartarse un poco para poder observarnos mejor.
—Mejor—aunque no lo planeo, siento cierta debilidad en mi sonrisa. Su mirada, el tono de su voz compasivo, todo me dice a gritos lo que refiere su pregunta—. Todo está mejor por aquí. Gracias... por todo.

Escucho un sollozo dulce detrás de nosotros. Monica y yo nos giramos en el mismo instante y ambos miramos a Rachel, atrapándola en el acto de limpiar una lágrima que está deslizándose por su mejilla.

—Cielo...—Monica se vuelve hacia ella con dolor evidente—. ¿Está todo bien?
—Es que no puedo creer que estés aquí, yo...—un sollozo más, y Rachel termina por tomarla entre sus brazos de nuevo y negando—. Te he extrañado tanto.
—Y yo a ti. A ambos—se aleja con delicadeza de ella para poder mirarnos a ambos—. Todos los hemos extrañado como unos desquiciados, Michael.
—Diablos—inmediatamente me tenso al mirarle—, lamento tanto todo el tiempo que ha pasado sin que haya visitado Nueva York. Tú sabes que...
           —Lo sé—me corta, dulce—. Por favor... descuida.

Me limito a agradecerle con una sonrisa, y Rachel también. Agradecería hasta lo increíble lo fácil que era depositar mi confianza en Monica y los chicos. Luego de tantos años, no ha habido, y no habrá un solo día en el que no agradezca habérmelos encontrado. Y con ellos, al amor de mi vida.

La puerta nos toma desprevenidos abriéndose de nuevo y John irrumpe nuestra pequeña atmósfera de felicidad. Está atrofiado, más apurado que de costumbre. Es en cuanto se topa conmigo que me ve de pies a cabeza y al cabo de haber analizado mi atuendo gesticula una mueca de aprobación.

¿De qué ha ido todo eso?

           —Estás listo ya, ¿Cierto?—inquiere abriendo amenazantes sus ojos.
—Lo estoy, John—musito. En el mismo momento me percato de la mirada perdida que Monica le está dedicando y una sonrisa traicionera aparece de mis labios—. Ahora, prueba que tienes modales y saluda a la linda dama que nos acompaña, ¿Quieres? Es la mejor amiga de Rachel.

Rachel se ríe por lo bajo, y a Monica se le encienden las mejillas cuando John se le acerca por fin.

—Mil disculpas, hola... —John le estrecha la mano titubeante—. John Branca, abogado de Michael.
           —Monica Geller—Monica le devuelve el saludo con gentileza—. Encantada.

John sólo agranda su sonrisa un poco más, pero no demasiado. Lastimosamente el gesto termina al encontrarme de nuevo.

—Mike, lo siento. Pero, en verdad tenemos que irnos—murmura al pasar la vista por el reloj de su muñeca—. Brett me ha dicho que Lisa no tarda en aparecer en su casa, y...
           —Lo sé, tranquilo—le digo, más calmado—. Ya voy, ¿Está bien?
—Esperaré en el auto—musita, tomando la manija de la puerta detrás de él. De un solo movimiento ya pisa el exterior y el retumbe de la puerta cerrándose se disipa por toda la planta baja. Aguarda del otro lado, pegado a la puerta para gritar:—. ¡No tardes tanto, Michael!

Un suspiro más, y mi única escapatoria es refugiarme en los ojos atolondrados de Rachel y Monica a mi lado.

           —¿Te vas?—Monica musita hacia mí, extrañada.
           —Es sólo trabajo—me encojo de hombros—, no es...
—Trabajo que ni suena tan mal, parece—Rachel me interrumpe dejando salir un par de risitas y Monica le cuestiona con la mirada como si aún no lo comprendiera del todo—. Irá a reunirse con la hija de Elvis. Lisa Marie Presley. Quiere consultar a Michael algunos consejos para iniciar una carrera en la música.
—Vaya... —Monica asiente con la mirada en el vacío—. No sabía que ella podía cantar.
—Tampoco yo—admito—. O bueno, es lo que tendré que averiguar, supongo.

Un claxon suena desde afuera, y hace que Rachel eche un dulce respingo.

—Maldición, tengo que irme—andando a pasos torpes hacia Rachel, tan sólo se me ocurre ocuparme de pasar mi mano tensa por la piel suave de su mejilla—. Linda, me gustaría no tener que dejarte ahora, pero es que he quedado con John desde hace tanto tiempo. No puedo cancelar.
—Por favor, no te preocupes—me responde con una hermosa sonrisa. Así es como me sonríe cuando sé que me extrañará, como cuando me voy esperando encontrarme con mi dosis perfecta de besos apenas pueda volver por la noche—. Estaré bien... Además, aquí tengo a mi chica. Nos llevará más de una tarde ponernos al corriente con todo lo que ha pasado hasta ahora.

Instintivamente me vuelvo hacia Monica a mis espaldas para obsequiarle una sonrisa cómplice.

Ahora podía irme, pero ni loco, no sin estar seguro de todo.

—¿Segura que todo está bien?—le susurro inclinándome todavía más, mirando sus ojos uno a uno alternadamente.

Ni lo espero, y uno más de sus besos deliciosos termina en mis labios.

—¿Eso responde tu pregunta?—sus mejillas toman un color cálido frente a mí. Está bellísima. Le tengo, y es lo mejor que podría mirar.
           —Mejor de lo que esperaba.

Le guiño un ojo como garantía de mi respuesta, al tiempo en que me alejo para andar hacia la puerta.

—Cuida a mi pequeña por mí, Mon—la miro sonriente al tener ya el picaporte de la puerta en la mano. No deseé ni por un instante que Rachel llegara a creerse que dejaré de pensar en ella por el resto del día.
—Lo haré, Michael—Monica suelta unas risitas, mirando a Rachel—. Descuida.
           —Adiós—musito, al final.

Piso el exterior, y una sonrisa de Rachel es lo último que veo antes de cerrar la puerta.

Iríamos, cómo no, en un coche puesto por John. Sin seguridad, ni hombres trajeados, o presencias no requeridas. Tal y como si se tratase simplemente de ir a visitar a un viejo amigo. Que bien, eso hacíamos, o mis nervios a duras penas me lo dejan creer.

En el trayecto a Los Angeles, John no dice ni una palabra. Se le nota nervioso. Está al volante y yo al asiento del copiloto para reprenderle cada que su mirada pierde de vista el camino entre semáforos para revisar un bonche de papeleos y algo dentro de un paquete sellado que lleva consigo. Son distintas cintas de sonido ahí dentro, o eso parece. Sea lo que sea, sabré qué es lo que contiene el paquete al llegar. Si lo lleva con él, es porque es necesario para la reunión.

Decido perder mi vista en el color verde del exterior por unos segundos.

La idea de encontrarme con Lisa Marie luego de tanto, tanto tiempo es sin duda inquietante. Intrigante, pero a la vez un tanto perturbadora, conociendo lo nervioso que me puedo llegar a poner, y lo provechoso que John se ponía cada que teníamos que sacar el tema a relucir con su única tarea de ponerme las cosas más difíciles. Me pregunto si será verdad todo cuanto John me ha dicho de ella hasta ahora. ¿Habrá cambiado como dice? Y si es así, ¿Qué tanto? No lo puedo ni imaginar.

No físicamente, por supuesto, o al menos no tanto luego desde la última vez que la vi. La última vez que miré una fotografía suya de una portada de revista publicada a principios de 1988, en la que tan sólo tenía diecinueve años a lo mucho, y estaba al lado de su recién esposo, si no recuerdo mal. Con los tontos celos que me daban de sólo saberla casada, de comprender que pude, y no había hecho nada más.

Dios... hace ya tanto de ese momento.

—¡Michael...!—Brett es el único en recibirnos a John y a mí, justo a merced de su enorme hogar. Nos lanza a ambos un par de audibles carcajadas que se dispersan por todo el jardín principal y tan sólo me quedo apreciando sus brazos abiertos—. ¡Michael Jackson ha venido a visitarme!
—¡Brett Livingston!—le contesto con el mismo ánimo y le abrazo al instante. ¡Hace tanto no le veía!—, ¡He venido a visitarte!
—Maldición, hace años que no te veía—me suelta para estudiarme de frente con la frente arrugada.
           —Lo sé, es... es bueno verte de nuevo.

John nos sorprende a mis espaldas, e igual se toman de brazos abiertos para saludarse con igual ímpetu.

           —¿Ella ya está dentro, Brett?—John inquiere recobrando tranquilidad.

Sin poder evitarlo intento pasar de vista hacia el interior para poder vislumbrar un poco.

—Oh, no, no. Aún no—se menea distraído—. Pero pasen. Seguro Lisa no tarda en llegar.
           —Oh, perfecto—John suspira, intentando adentrarse más.
           —Adelante, chicos.

Entramos los tres juntos, y mientras Brett cierra la puerta tras nuestro paso me quedo mirando el interior. La estancia, el pasillo principal, el recibidor, todo está asombrosamente cuidado, limpio. Está de más pensar en qué tanto tiempo Brett había estado esperando por esta reunión.

Demasiado, pienso para mí. ¿Cuándo había sido que John planteó la idea en primer lugar?

Brett sin más pasa por alto la sala de estar y toda la decoración llamando mi atención para guiarnos hasta el comedor, en el que hay multitud de cosas. Desde canapés vegetarianos, bocadillos con carne, postres, una botella de vino Sancerre puesta sobre un contenedor con hielos y dos pares de copas más posicionadas a un costado, hasta un puñado de documentos más aguardando ahí, junto con unos cassettes que John ha dejado apenas aparecimos.

John lanza al aire la idea de comenzar con la merienda en lo que nuestra invitada faltante aparece, y Brett aparenta encantarse con la ocurrencia. Mi apetito ha aumentado, a causa de mis nervios, quizá, y engullo algo de los bocadillos que hay en cada bandeja. Conforme pasan las horas puedo sentirme más tranquilo. Si bien, la tensión seguía presente, sonreía un poco más, hablaba incluso un poco más. Comentamos sobre el final de la gira y sobre otros clientes que John se encuentra recurriendo actualmente. El tiempo se desliza imperceptible tocando temas que no llegan a abarcar ninguna idea que no quiero afrontar.

Y Lisa aún no aparece.

Miro mi reloj de nuevo, y otra, y otra vez, hasta cuestionar qué tan real sería el hecho de que ella sí llegaría. O incluso plantearme la idea de que al final, el que ella arribara no era imprescindible, sino tan sólo con oírles a ambos hablar de ella iba a bastar. Pero el temor involuntario vuelve, y se me corta el aliento con medio sorbo de licor en la boca cuando escucho la puerta principal abriéndose de golpe y sin avisar.

La puerta se cierra de nuevo, y una risa relajada nace a lo lejos.

           —Quiero suponer que no han comenzado sin mí, Brett.

Una punzada de nervios arrasa en mi interior. ¿Es ella?

—Pero claro que no, mujer—Brett murmura dejando de lado su bebida para dejarnos y acercarse al sitio de donde provenía el ruido. Le sigo con la mirada tanto como me es posible, hasta que alcanzo a percibirle a él abriendo los brazos amplios hacia alguien más. Es ella, sin duda. Lisa acaba de llegar, y le recibe con la misma gracia.

John por supuesto, le sigue a la par, dejándome sólo en la mesa, completamente paralizado.

Cálmate, Michael. Maldición.

—...John—ella musita ecuánime más allá conforme John se acerca a estrecharle la mano.

Al escuchar, parpadeo para despejar un poco mi mente. Era imposible que esa voz grave y serena le pertenezca a ella.

           —Un gusto verte de nuevo, Lisa—le responde sonriente.

Aún con mis pies tambaleando sobre la moqueta decido acercarme por fin. Avanzo con la mirada baja y mis manos entrelazadas por delante, pensando en nada sino en lo despectivo que me ha parecido la diferencia de entusiasmo entre los saludos de Brett y John hacia Lisa, aunque claro, no le podía culpar tampoco. Después de todo, John es el abogado de su madre. Supongo que el comportamiento frente a los Presley lo es todo para él.

—Pues sé bienvenida—revira Brett hacia la estancia de nuevo para tender una mano lucidora hacia el interior de la estancia. No alcanzo a fijarme bien, pero a Lisa a penas y se le pone una leve sonrisa en el rostro—. Ven, que la cena nos espera.
—Ah, gracias, Brett—musita—. Pero, justo he terminado de comer en casa, yo...

Termina deteniéndose en seco luego de ubicarme frente a ella. El aire dentro de mis pulmones me abandonó, o la sensación de haberme aparecido en el momento inapropiado me corroe de pronto. Sus ojos simplemente pestañean completamente turbados.

No sé qué decir, o cómo reaccionar. Aunque sí, tenía para elegir entre dos opciones; o le doy un saludo idéntico al de Brett, o uno más profesional, parecido al de John. Pero, ¿Cómo saberlo? ¿Cómo siquiera comenzar?

Está muy cambiada, bastante. En realidad, John se ha quedado corto con su última explicación referente al cambio. No es más la joven que recordaba de aquella fotografía, no tiene esos mismos ojos apagados que recordé, sino una mirada más abierta, más expresiva. Su cabello cobrizo ya no le llega a la cintura tampoco, sino que cae lizo y con gracia a la altura de sus hombros, resaltando aún más su tez blanca, su boca de corazón y nariz perfilada. Es una Presley, sin lugar a dudas.

No, no es bonita simplemente. Es una palabra muy pequeña para ella, y sus ojos demandan atención. Mirarla es como despertar.

—Supongo que debo presentarte a la estrella, ¿No es así?—Brett espeta tendiendo una mano con pedantería hacia mí.

La estrella” Me repito entornando los ojos. Pero qué apodo se fue a elegir.

—Ya nos habíamos conocido, de hecho—Lisa sin más me sorprende enarcando una ceja, bufándose luego—. Hace cerca de veinte años... mi padre solía llevarme a ver su show, en Las Vegas todo el tiempo.

Termino por asentir, sintiendo cómo una sonrisa involuntaria se me escapa. Nos habíamos conocido, sí. Pero edades atrás, y eso no me resulta más fácil. Vamos, antes no tenía, como ahora, ese tipo de sonrisa que parece decir ‘No me conoces, y jamás lo harás’.

            —...Los Jackson Five—musita al final.

Me fulmina enigmática con la mirada, y yo me decido por tenderle una mano nada más.

—Hola, Lisa—le digo titubeante. Ella toma mi mano para estrecharla en el acto.
—Hola...—su sonrisa se vuelve un poco más relajada—. Gracias por haber aceptado hacer esto.
           —Oh, ni lo menciones. Es un placer.
—Bien, dicho esto. Prosigamos entonces—Brett anuncia detrás, haciendo que Lisa de un respingo devolviera mi mano—, ¿Quieren?
—Ah, claro—respondo de forma vaga, y sin más cedo lugar para que ella pudiese avanzar por delante del resto de nosotros.

Al llegar, naturalmente aguardo a que ella elija un sitio para sentarse. Tarda un poco, vislumbrando las copas puestas sobre la mesa y mis bocadillos a medio comer, mientras John y Brett parecen pasarlo por alto y vuelven sin penas a sus respectivos lugares. Un resople exasperado brota de mis labios. Pero qué modales.

—Y Lisa—Brett le dice volviendo a tomar su bebida—, ¿No has traído a los niños?     
—Ah, no. Mi mamá los cuidará esta noche—ella finalmente toma asiento. Con John a mi lado y Brett más a la orilla, termina sentándose justo frente a mí, no sin agradecerme con la mirada el haberle esperado. Es en ese momento que me percato del color verde aceituna que tienen sus ojos—. Sé que a ella le pesa un poco andar detrás de dos creaturas como las mías pero, no me pareció buena idea traerlos aquí esta noche.
—Ah, adoro a esos chiquillos. Y la pequeña se parece tanto a ti, es increíble—agrega, bobalicón.
—¿Tienes una niña también?—tuerzo el gesto con extrañez y llamo su atención—. ¿Cuáles son sus nombres?

Lisa me sonríe con timidez.

—Riley es la niña—entorna los ojos y niega para ella—, bueno, Danielle. Y, Ben es mi pequeño.
           —Son ambos nombres muy bellos. Felicidades—replico.
           —Gracias.
—Y bien—Brett recalca el desvío del tema aplaudiendo a nuestro lado—, has dicho que no te apetecía cenar, Lisa. ¿Te gustaría que comenzáramos?
           —Ah, sí...—menea la cabeza descolocada—. Claro, adelante.
—Michael, Lisa ya ha grabado cuatro canciones producidas por Dany Keough, su esposo—John vira hacia mí luego de incorporarse en su asiento. Asiento con él, cuidando de lanzar el gesto correcto hacia ella—. Son esas las canciones que escucharemos para saber tu opinión.
           —Oh, claro, John. Sí.

Una risilla engreída le brota de pronto al recuperar con osadía el paquete que llevaba revisando durante todo el viaje desde Neverland, se gira hacia ella y tanto Lisa como yo nos le quedamos mirando confundidos.

—No has podido encontrarte con Michael en un momento mejor, Lisa—sonríe estando seguro de elegir qué cinta de sonido iría a reproducir primero—. Justo el día de ayer nos ha llegado la notificación de que su último álbum ha conseguido vender más de veinte millones de ejemplares alrededor del mundo.
—Estás bromeando—Brett se burla de inmediato para todos—. ¿Veinte millones?

El bullicio inicia con ambos celebrando a carcajadas, pero Lisa no tiene en su rostro la más mínima expresión. No sonríe, no articula gesto, no nada. Y yo me quedo ahí, distraído por no poder dejar de mirarla.

—Ah... sí. Estoy...—aclaro mi garganta con mis ojos dejándole—. Estoy muy contento, ha sido una muy buena noticia.
—Pues felicidades, Mike—Brett me señala con entusiasmo—. Seguro te lo mereces.
—Sí... Felicidades—Lisa espeta con cinismo, y con una voz carente de significado.

Observo su sonrisa evaporándose en el acto. No lo entiendo... ¿He hecho algo mal?

—G-gracias—trato de responder. Hacía tanto que una persona no me había dirigido la mirada más fría de todas luego de sólo cinco minutos de haberme conocido.
—Bueno, comencemos—John, sin haber puesto la mínima atención, devuelve el paquete con el resto de las cintas a su sitio y se dirige al estéreo posicionado a unos metros del comedor con el primero a escuchar—. Y esperemos por lo mejor.

Lisa resopla absorta, y evitando mi mirada a toda costa se sirve un gran vaso de brandy justo antes de que John vuelva a su lugar, y un grupo de acordes de guitarra impregnan en ese momento todo el sitio.

Suspiro para mí, intentando despejarme. Es sólo poner de mi parte y ser capaz de terminar rápido con esto.

La primera canción es suave, es una balada de instrumentos de cuerda muy embelesadora. Su voz nos encuentra de pronto y disipándose por mis sentidos y es el momento exacto en el que de todas, la voz grave y cruda de Lisa hace mi piel erizar. No, no lo creo. No hay posibilidad de que ese tipo de voz tan pesada pueda ser capaz de escaparse por esos pequeños labios teñidos de carmín, no lo imagino. Tenía que ser una broma, o algo muy alejado de la realidad. Esa voz no podía ser suya. Y si lo era, es entonces realmente... excepcional.

Percusión es lo primero que avecina en las siguientes tonadas; ecos, sólo los acordes correctos. Es realmente asombroso cómo su mera voz podía pasar de una tierna balada al ritmo pesado de una canción de rock, o al movimiento lento de una dulce melodía Soul. Como sus letras tenían dos caras, como la luna. Fortaleza y debilidad, alegría y tristeza. Es comerse al mundo y que el mundo se la coma a ella. Es caos, es control que lleva al descontrol. Todo cuanto dice es muy de ella, es muy suya. Y bien, que quizá ya vaya siendo hora de estar seguro de que se comparte con muy pocos.

Al cabo de media hora, las canciones terminan, pero mi asombro apenas ahí comienza.

La cena transcurre con todos comentando acerca de las diversas melodías, y sorpresivamente no tengo mucho qué decir, salvo por diversos cumplidos y ninguna idea la más remota modificación. Me parece un tanto increíble pero, parece que con cada halago, Lisa parece izar su mirada más hacia mí. La mirada tensa que me había dedicado hacía tiempo ya no estaba, en absoluto.

‘El ritmo es el adecuado’, su mirada se junta con la mía.
‘La letra inmejorable’, las comisuras de sus labios se extienden un poco.
‘La voz, perfecta’, y sus mejillas se enrojecen en el mismo momento.

Y ya lo sabía, yo sabía que ella sonreía y se sonrojaba así con todos, pero no podía evitar sentirme especial con esa última vez que me sonrió.

—Yo lo lamento, chicos...—Brett se pone de pie indolente buscando algo en el interior de su bolsillo—. Pero creo que necesito un cigarrillo.
           —Iré contigo—John le sigue sin pensárselo.
           —¿Vienes, Lisa?—inquiere, luego de asentirle a John.

Ella más que escucharle, me manda a mí una mirada dudosa. Me hago el distraído virando hacia mi plato para mostrar indiferencia.

—Ah... no—le asegura, y alzo mi mirada de nuevo—. Pero, gracias, Brett. Quizá luego.
           —Claro—Brett fuerza una sonrisa como respuesta.
           —Ahora volvemos.

Entre murmullos y risas ambos se alejan de nosotros al tiempo en que Lisa se retuerce sobre su asiento para acomodarse mejor. Ella entonces se me queda mirando y no puedo sino devolverle la acción pero más intrigado, un tanto desconcertado.

—No tenías que quedarte—vacilo con una leve sonrisa—. Puedes ir con ellos si quieres.
—No, no tenía ganas—se niega relajada—. Además de que no quiero llegar a casa infestada de ese olor.

Le hago una expresión acorde y me vuelvo a distraer. Ella y yo solos, el silencio, y nada más por decir. Es un poco incómodo.

Una risa de desquite se le escapa de pronto.

—Sabes, normalmente puedo mantener cuanto me apetezca la mirada de un sujeto que acabo de conocer sin ningún problema—al inclinarse un poco más sobre la mesa, entrecierra sus ojos para hacer más fulminante su mirada—. Pero por alguna razón, ha sido diferente contigo al principio. O bueno, tal vez sé por qué. Quizá esa cifra de veinte millones me ha intimidado un poco hace rato. Me he sentido algo presionada.
—No tenías por qué estarlo—me apresuro a contestarle, y niego pese a mi alivio repentino. Al menos ha sido eso y no que yo mismo le he molestado—. No he sido diferente a ti, todos comenzamos desde algún punto, ¿No?

Niega sonriente y con una risita lívida y derrotada.

—Es que todos se ponían frenéticos cuando se enteraban de que la hija de Elvis quería cantar—sus palabras deslizan una a una pero sin siquiera mirarme—. Era... extraordinario. Pero no sabía que luego de todo eso, se convertía en un anuncio de negocios y dinero, sólo dinero.

Asiento nervioso pero comprendiendo totalmente. Decido dejarle continuar.

—Creo que por eso me he presionado frente a ti. Al final, terminé perdiendo la pasión. Perdí el impulso creativo. Supongo que me asusté y decidí dejarlo—aguarda unos segundos cuando vuelve a postrar su vista en mí. Espero, y sus labios vuelven a extenderse de nuevo, sus mejillas amenazan con empezarse a colorear—. Tenía miedo de que me comparasen con mi padre, miedo al rechazo. No tenía confianza en mí misma como vocalista.
—Pues no debería existir ese miedo—musito leve, sin dejar relucir lo fascinado que me tenía su voz—. Eres asombrosa cantando.
           —Ya, claro—resopla mesándose los cabellos con desinterés.
           —¡Lo digo en verdad! Te lo aseguro, tienes la voz.
           —Pero no la experiencia.
           —Es ahí donde yo podría ayudarte.

Su mirada desciende ubicando la botella de licor a un costado de ella. Su copa entonces se vuelve a llenar, da un sorbo grande y termina cruzándose de brazos arqueando una ceja, indolente, con su sonrisa volviendo a recobrar el poder. Maldición, es como si ni siquiera pudiera dejar de mirarla.

—Tan sólo...—sacudo la cabeza, aún avispado—. Podría darte un empujoncito. Veré qué puedo hacer por ti.

Lisa se ríe como si no terminara de creérselo.

           —¿Qué?—me reta—. ¿Harás de mí una estrella?
           —¿Por qué no? Todo podría pasar, lo llevas en la sangre. Eso es seguro.

Sus ojos fulminándome más, si acaso es posible. Y una risa más llamativa aparece.

—De acuerdo—me dice—. Y si no funciona, entonces seré el mejor error que pudiste haber cometido.

Me río a causa del comentario, y conforme sé que ambos hemos compartido el mismo volumen de risas siento perfectamente mis mejillas enardecer. No era de mucho sentido del humor, eso estaba claro, así que verla reír por primera vez luego de toda la tarde era algo por lo que tenía que celebrar por dentro. Así sus sonrisas sean las que sólo duren no más de dos segundos y medio.

La seriedad que le toma por sorpresa me hace estremecer.

—¿Sabes?—murmura con ese tono grave—. Había una segunda razón por la que he querido quedarme a solas contigo.

Yo la miro negando, sin comprender. Sus ojos se pasean titubeantes por el lugar entero como si estuviese buscando sin más las palabras más acertadas.

           —De alguna forma u otra... Me he enterado de las acusaciones.

El aliento se me corta en la garganta, y mientras un retortijón terrible se propaga por todo mi pecho no evito quedarme helado, sintiendo la sangre abandonando mi rostro. Mierda, no... No esto ahora, no ella también, no.

Las acusaciones, los rumores, la prensa. Las mentiras, todas y cada una de ellas. No se me ocurre qué otra maldita calumnia habrá oído hablar sobre mí.

—No te preguntaré siquiera si es cierto todo, o cómo es que ha sucedido—ella susurra cauta. Noto de reojo, pese a lo insostenible que me resulta su mirada, cómo se acomodaba turbia un mechón rebelde de su cabello—. Sé que es asunto tuyo, ¿Sí? Además de que, sé que eres una buena persona. Lo puedo saber, sólo con mirarte. Sería endemoniadamente ridículo plantearte la maldita pregunta.

Cuando la vuelvo a mirar, así, de cerca, no puedo sino repetir una y otra vez cada una de las palabras expresas por ella. El rubor de sus mejillas me hace saber que está apenada, además de sincera. Sin más, sus ojos verdes pierden el contacto con los míos al descender hacia sus dedos anudados sobre la mesa y entonces siento el aire volviendo a emerger.

—Sólo quería decirte que... lo siento—susurra aún vacilante—. Me parece una terrible injusticia todo lo que has atravesado hasta ahora.

Y soy yo ahora el que se queda sin palabras.

—Gracias—le susurro como puedo. Recupero su mirada y yo sólo niego sin llegar siquiera a creer todo lo que terminó de decir—. En verdad... de verdad aprecio que me digas todo esto.
Ey—se aproxima con desgarbo para apoyarse más al frente, y me toma desprevenido al atrapar mi mano sobre la mesa que nos separa—. Estoy de tu lado.

La imagen de su mano posada sobre la mía me hace descolocar. Pestañeo repetidas veces y luego de un solo segundo tan sólo me limito a tragar saliva y a incorporarme abrumado seguido por ella cuando escuchamos las voces sofocantes de John y Brett farfullando de más volviendo a nosotros.

Espero a que mi corazón vuelva a su normal ritmo cardíaco.

—¿De qué van ustedes dos?—John infiere tomando asiento y Brett siguiéndole con una sonrisa insinuante por detrás. Le giro los ojos apenas me entero.
—Ah, pues yo...—vislumbro a Lisa con urgencia para buscar por una respuesta qué dar.
—No es nada—Lisa espeta encogiéndose de  hombros al darse cuenta de las endemoniadas sonrisas que ambos nos mandan—. Estaba pensando en plantearle la idea a Michael de quedar para cenar un día de éstos. Pero, no sé si a él le gustaría la idea.

Le frunzo el ceño instintivamente. Su expresión continúa serena, juguetona y odiosamente despreocupada. ¿Es en serio?

—¡Suena perfecto!—John dice con una sonrisa—. Así podrán seguir con el tema, ¿Te parece, Michael?
—Claro—mascullo por el gesto petrificado, aunque convencido de que también puedo seguirle el juego—, ¿Por qué no?

John toma de su portafolio una pequeña agenda para anotar.

—Yo mismo haré la reservación—pasea una mano a través de las páginas hasta detenerse en la última usada—, ¿Les parece mañana mismo?
           —Bien por mí—Lisa no tarda en decir.

Al parecer va en serio.

—Sí—me encojo de hombros, y John se apura a escribir algo en la pequeña libreta. Le observo en paz, consciente de que aquello realmente estaba pasando, hasta que un pensamiento voraz aterriza en mi mente y tengo que detenerle en el acto—. Ah, sólo... Que la reservación sea para tres.

Lisa me cuestiona con la mirada. Le sonrío irremediablemente a modo de disculpa.

           —Me gustaría presentarte a alguien especial—musito.

“A la mejor persona de mi universo”

No agrega más y sonríe, pero no como lo ha llegado a hacer antes. John en cambio me lanza una gélida mirada cómplice.

—Muy bien...—asiente conmigo y de inmediato corrige lo que ya se hallaba escrito. Se detiene dubitativo, y señala a Lisa con su bolígrafo—. ¿Qué me dices, Lisa? ¿Llevas a alguien especial también?
           —...No—se pone seria—. Sólo seré yo, supongo.
—Perfecto—John devuelve la pequeña agenda ostentosa a su sitio y pasa su vista por su reloj—. Llegamos a casa y me pongo a ello, si es que aún alcanzo la recepción de algún restaurante disponible.
—¿Por qué?—me pongo de pie para acercarme turbado a él. El exterior, la luz, el día se está terminando—. ¿Qué hora es?
—Son cerca de las diez de la noche, Michael—es Brett quien me responde—. ¿Por qué?
—Porque creo que tengo que hacer una llamada telefónica—contesto volviéndome hacia él, pareciéndome ya que todo a mi alrededor se vuelve lejano—. ¿Me prestas tu teléfono?
           —Es todo tuyo.

Lisa lanza un chasquido y entrecierra sus ojos con recelo.

           —¿Está todo bien?—dice.
—Perfecto, sólo...—comienzo a andar a trastabillas y usando el pulgar señalo con calma a mis espaldas—. Tengo que reportarme a casa.

Le sonrío, o me obligo a hacerlo. Entonces no me lo pienso más y sin percatarme de si me ha devuelto el gesto me dirijo hacia la estancia principal para tomar el teléfono más alejado de ellos que puedo encontrarme. Marco el número con rapidez, y tan sólo aguardo por escuchar su voz del otro lado, ruego porque aún ella no se encuentre dormida.

           —¿Hola...?

Sólo me toma escucharla... tan sólo eso, para que cada uno de mis músculos pueda relajarse de nuevo. La seguridad, el alivio, el amor, todo vuelve a mí.

—Ah...—le suelto un suspiro al momento—. Gracias al cielo que aún estás despierta, linda.
¿Michael?—inquiere con un tono de voz más vivaz. Es ella, es mi Rachel—. ¡Oh! ¡Hola, cariño!
           —Hola... ¿Cómo va todo por allá?
Va... muy bien—la escucho aclarando su garganta con delicadeza al tiempo en que me acomodo contra el descansabrazo del sofá—. Sí, de hecho, me he mantenido ocupada con algo. Encontré algunas cajas en nuestra habitación repletas de fotografías de todos nosotros. Con Monica me he comprado un álbum y comenzamos a llenarlo.
—¿De verdad?—sonrío para mí mismo—. Al menos con algo podremos asegurar que nadie más se lleve nuestras fotografías. Es una idea brillante, pequeña.
           —Lo sé...

Ambos reímos al mismo tiempo y tan pronto como la oigo recuperando el aliento un silencio tremendo se propaga entre nosotros. Está todo demasiado callado.

—Pero, aguarda, ¿Qué hay de Monica? Ahora que la mencionas. Todo se escucha muy tranquilo por allá.
Agh—se queja divertida—, Monica se ha rendido completamente. Cayó dormida a la media hora de comenzar.

Asiento con una sonrisa. Bueno, al menos la compañía de Monica le ha durado a lo largo de la tarde.

Dios, pero dime—Rachel inspira aire con fuerza y me saca de mis pensamientos—. ¿Cómo van las cosas contigo? ¿Va todo bien?
—Están...—en el mismo instante me giro hacia el comedor para estar seguro; John ya se encuentra despidiéndose de ambos y, por alguna extraña razón me apetece también ubicar a Lisa de nuevo pero no logro acercarme pese al cable del auricular—. Están perfectas. Lisa es una mujer muy amable, de hecho... De hecho hemos planeado una cena para mañana en la noche. Iremos los tres, linda. Podrás conocerla en persona, ¿Qué te parece?
           —¿De verdad...? ¡Dios! ¡No puedo creerlo!
—Podrían llegar a llevarse de lujo. Será interesante—se me escapan algunas risas entre cada palabra. Tan sólo quiero imaginármela llevando sus manos hacia sus labios como suele hacerlo a cada momento.
           —Tendré que ir mirando mis mejores atuendos, entonces. ¿No?—se ríe.
           —Con lo que sea tú siempre luces perfecta, ya lo sabes.

Y mi sonrisa no da para más. John ha llegado de pronto a posar su mano pesada a la altura de mis hombros.

—Michael—murmura, ridículamente serio. Al mirarle no oculto el desconcierto—, ¿Nos vamos?
—C-claro—replico leve, obstruyendo el micrófono por un momento y luego de que él se aparta un par de pasos me pongo a la llamada de nuevo—. Linda, te dejo. Estamos por salir ahora. ¿Te veo en un par de horas?
Te espero despierta, cariño—su voz no deja de dedicarme la misma tranquilidad. Sonrío en el acto—. Adiós.
           —...Adiós.

Devuelvo el aparato a su base y sin pensarlo camino con intenciones de volver al comedor para despedirme también, pero John me detiene dejándome perplejo y ya con las mejillas encendidas de nuevo. Su cara... ¿Algo iba mal?

Instintivamente quiero ubicar a Lisa con la mirada.

—Lisa me pidió que te despidiera de ella—espeta entrecortado, como si se hubiese ocupado de leer mis pensamientos—. Ha tenido que hacer una llamada también.
           —Oh...—trato de asentir—. De acuerdo.

Brett aparece campante por detrás de nosotros.

—Michael—musita sonriente y con otro trago recién servido en su mano—, ha sido un gustazo verte.
           —Lo mismo digo, Brett. Espero verte pronto de nuevo.

Sólo me sonríe y tiende su mano señalando la salida.

           —Los acompaño—murmura.
—Oh, no, no—John le zanja, interponiéndose en la misma dirección—. Vamos, tú acompaña a Lisa. Michael y yo sabemos el camino.
—Bien...—sacude la cabeza de pronto riendo, y yo trato de omitir algunas risillas. Había olvidado el cómo la bebida podía ponerle así de cambiante—. Adiós.

Ambos le estrechamos la mano una última vez, y sin decir o añadir más nada salimos por la puerta de en frente. Pero... ¿La de en frente?

—¿Saldremos por el frente?—viro hacia John que parece quedarse absorto por los pastizales mientras cruzamos el ostentoso jardín delantero.
—Brett me ha dicho que los malditos reporteros ya se conocen las hazañas de salir por detrás—me dice. Bien, quizá por eso lo vi tan serio hace rato—. Además de que nos hemos dejado el coche por delante, mientras más rápido, será mejor.

Al abrir el tremendo portón un disparo de luz impregnándose  contra mis pupilas es lo único de lo que me doy cuenta. Otro más, bullicio, gritos... el infierno total. Nos habían encontrado.

—¡Ah...!—John brama crudo interponiendo un brazo hacia su rostro y uno más hacia mí para cubrir mi rostro—.  ¡Mierda, no...!
—¿¡Qué es esto, John!?—mi voz apenas y toma presencia por todas esas voces impregnándose alrededor. No podemos avanzar, a cada maldito paso que pretendo dar John se retrae abatido por la cercanía de las personas.
           —Debieron seguirnos. ¡Ven...!

Le sigo con la cabeza gacha y con ambas manos puestas a la altura de mis oídos. Tan sólo son voces sin sentido, son luces que ciegan y jaloneos, groserías. Entretanto, escucho de pronto las primeras preguntas que puedo receptar.

¿Es verdad que Servicios Infantiles ya ha ideado una sentencia de ser verídicas las acusaciones del menor?
¿Irás a la cárcel luego de esto, Michael?
¿Continuarás saliendo con niños después de todo lo que ha pasado?
Se te ha visto con una joven, ¿Está implicada también?

—No contestes, Michael. ¡No abras la boca...!—un par de manos decididas nos detienen a ambos en el acto, John se zafa, y me pretende ayudar, pero alguien más me ha tomado de la cintura y no puedo moverme—. ¡A un lado, maldición!

No doy más, es como si mi cuerpo no fuera el de siempre. Y mientras aquellas malditas preguntas están cobrando fuerza tras mis oídos, una persona de espaldas intercepta su cuerpo hacia mí haciéndome perder el equilibrio. Decenas de rostros más agresivos, y un sujeto más con micrófono en mano me suelta una bofetada con el filo de la cámara de video que logra tumbarme justo al borde de la acera. Caigo golpeándome primero las caderas para luego sentir más puntapiés distraídos por la totalidad de mi cuerpo.

—¡Mierda, Michael...! —John me mira lleno de ira desde lo alto, con la mirada desorbitada.

No se me ocurre ni responder. Él sin perder tiempo desciende hacia mí y me levanta con cuidado no sin antes empujar con brusquedad a personas que nos rodean para hacernos espacio. Yo deseaba gritar, y por Dios que lo hacía en mi interior. El dolor no me deja mirar más allá, no me deja articular palabra, es asfixiante, abominable. Pero sigo sin sentir más nada.

Cuando puede darse cuenta, John logra acercarnos lo suficiente al coche, y me tira dentro del asiento del copiloto apenas tiene la oportunidad. El motor ruge y avanzamos con velocidad. Una mano está congelada a la altura de mi rostro para acatar el dolor supurante mientras John está bramando hacia mí preguntas que no alcanzo a comprender. Mierda, no, duele demasiado.

Y todo a causa de lo mismo, otra vez... Me siento al borde del colapso, encerrado en un agujero con rejas y doble candado del que simplemente no logro salir, si la cerradura es invisible, la oscuridad me impide verla, o porque ni siquiera sabía si existía. Sensaciones así me hacían pensar que mi alma rota, vencida sentía que ya no iba a lograr jamás curarme, levantarme y pelear. Todo cuanto pasó desde esas malditas acusaciones, todo alrededor me consumía, me hablaba y me recordaba a cada momento lo patética que se había vuelto mi vida, lo poco que valía para algunas personas, lo sólo que estaba. Lo cabreado que estaba con mi mera suerte.

—Rachel, es Michael—John anuncia sosteniéndome de un brazo mientras ingresamos a la estancia principal. Hemos llegado a casa y no me siento mejor, en absoluto. Mi sangre bulle, mi piel palpita y derrocha dolor, sensaciones insoportables.
—¿Qué?—su voz débil toma presencia, no la miro, pero sé que está ahí—. ¿Pero qué diablos pasó? ¿Estás bien?

Apenas puedo percatarme, Rachel me ha tomado del brazo y después de escuchar el primer sollozo escapándose me dejo caer con su ayuda contra el sofá apretando los dientes y puños con rabia e impotencia. Sintiendo el maldito miedo atropellarlo todo. Ni la razón, ni la objetividad entran a mi mente, sólo el mero hecho de no soportar su voz, mi respiración, y que estaba jodidamente molesto con todo.

—Un grupo de paparazzis nos ha sorprendido al salir—John dice, alzo la vista en un intento y le observo tendiéndole a Rachel un botiquín.
—Tu ojo... cariño—Rachel me señala turbada y con movimientos acelerados comienza a hurgar el pequeño maletín—.Permíteme... por favor.
—Una videocámara le hizo eso...—añade John, Rachel parece pasarle por alto más contenida y aterrada que antes—. Maldita sea, en cuanto sepa de dónde les han mandado, la van a pagar. Yo me encargo de eso.

La voz de John, los quejidos de Rachel... no puedo tomarlo más.
           
—John... por favor—mi voz le petrifica a él y a ella por igual—. Déjanos solos.
           —Pero, Michael... —niega, trémulo.

Con un demonio, ¿Lo tengo que repetir?

           —...Ahora.

Comienza a alejarse sin decir nada más, y el aire no vuelve a circular por mis pulmones sino hasta que escucho la puerta principal cediendo con él a lo lejos. Mi mirada desciende, y Rachel entonces cura mis raspones, que eran bastantes, además de encontrar otro golpe más a mi costado que no deja de palpar hasta asegurarse de que no se tratara de una fractura.

Y si tan sólo las miles de preguntas más que me lanza no fueran tan insistentes...

           —Maldita sea...

Rachel se estremece al escucharme, quitando ya sus manos de mi cintura.
           
           —A-amor...—la escucho, pero no pretendo contestar.

No la miro ella, sino al desorden de fotos y arreglos que abarcan la mesa de centro y caen por toda la estancia. No, no, todo está mal, mierda.

—Michael...—se aproxima y veo su mano tratando de alcanzar la mía. Pretendo ahora encararla pero no puedo evitar sentirla tan lejana, así la tuviera a un lado de mí—. ¿No me vas a...?

Alejo mi brazo de ella en el acto, siendo capaz de nada salvo exhalar rabioso.

—Michael, comprendo que estés molesto—susurra con cuidado, y al mismo momento observo cómo lleva ambas manos a la altura de su vientre luego de lo que pareció un malestar. Pero se siente tan vacía, tan ajena, que no parece siquiera que la estoy escuchando—. Aquellas personas no tenían ni el mínimo derecho de agredirte así, pero... pienso que esto pudo haber resultado mucho peor... —se vuelve a acercar, a poner sus brazos alrededor de mi espalda. Es insoportable—. Tan sólo agradezco que estés bien...
¡¿...Bien?!—zanjo al ponerme ya de pie, dejándola perpleja, ahí, sentada con los labios entreabiertos sobre el sofá—. ¿Te parece que estoy bien?

Tras inspirar aire, sé que no dirá nada más.

—Pues te tengo noticias, Rachel—me escucho decir con tono amargo, sintiendo ácido en la garganta. ¿Por qué está pasando esto conmigo? ¿Por qué no paro de verla con... aberración, con rencor? —. No estoy bien. No estoy bien con el hecho de que creas que todo está bien. No estoy bien con la maldita presión que vivo ahora día con día. No estoy bien con la prensa rodeándome a cada lugar que voy. ¡No estoy bien con lo mediocre que se ha vuelto mi vida!

Receto un golpe directo hacia el estuche que contenía las fotos, haciéndolo estrellarse sin más. Ya sintiendo cómo mi mente se hace ajena a mi cuerpo. Entonces la quiero mirar.

Las lágrimas salen de sus ojos, más no es llanto. Y simplemente me quedo manteniendo su expresión impávida.

—Entonces... ¿Eso es lo que crees que tienes conmigo?—se limpia cada mejilla con un pestañeo de desprecio hacia mí mientras se agacha ansiosa a recoger cuantas fotografías les es posible—. ¿Una vida mediocre?
           —...No—niego ansioso—. No hagas esto sobre ti ahora. Por favor.
—¿¡Sobre mí!? ¿Y cómo diablos podría hacer esto sobre mí? ¡Es sobre ti! ¡Todo cuanto ha ocurrido en los últimos meses es acerca de ti! ¡Y yo simplemente quedo en el olvido, soy como un fantasma andando a tus espaldas!

Mierda, me río por la simpleza del comentario y aún no termino de comprender.

—¡Pues, gracias!—extiendo mis brazos con orgullo. No articulo, no existe otra cosa más que toda esa rabia dentro de mí—. ¿Sabes? Me gustaría tener el peor momento de mi vida acompañado de un poco de culpa, por favor.

En ese momento ella vuelve a azotar todo cuanto había recogido directo contra la moqueta, se aleja veloz de mí en dirección a las escaleras pero se detiene de una al cabo del primero de los escalones para mirarme otra vez. Hay más lágrimas saliendo de sus ojos.

—Y será mejor que vayas haciendo tu reservación para dos personas, solamente—sentencia con la voz ya destruida—. Porque no pienso acompañarte a tu cenita.

Me bufo harto, recalcando la maldita broma.

            —Créeme, será un placer.

Me mira de refilón, ahora muerta de rabia, y tras llevar cinco segundos de haber desaparecido de mi vista, entra a la habitación dando un portazo. A mí habitación.

Permanezco ahí, de pie, sintiendo aún cada uno de los raspones que el percance me había dejado, eso sin contar el dolor agudo de uno de mis costados aniquilándome como los mil demonios. Pero aún así no era nada peor que saberme derrotado ante todo ese enojo, ante ella, ante la situación, y cómo aquello nos consumía. Miro el sofá de reojo justo frente a mí y me obligo a comprenderlo en el mismo segundo.


Y maldita sea... Tendrá que ser sí o sí un buen lugar para pasar la noche.

1 comentario:

  1. Perdon que estos ultimos capitulos no haya comentado Kat, pero eso no significa que me perdi! Aca estoy!
    Siempre agradecida por rl maravilloso trabajo que haces! Me encantaaaaaaaaa!
    Honestamente amo a Lisa, por rso mismo me fascina el papel tan real que le has dado en tu historia, es simplemente genial!!! Me muero de la emocion por saver que pasaaaaaaaaa
    Puedes publicar capitulo mañana? Jaja.

    Besos.

    ResponderEliminar

Just Good Friends (Novela inspirada en Michael Jackson) © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.