Escrito por Katia G. y Julia M. González
El sobre amarillo que John se había dignado en mostrarme, contenía un manuscrito de once páginas de una trabajadora de Asistencia a la Niñez con una descripción acerca de cómo Evan y Michael se habían conocido. Comenzando por un desperfecto en el coche de Michael, en Mayo de 1992. Ese maldito día que me asegura que no habrá otro igual, no otro que desprecie tanto y del que me arrepienta tanto como lo hago ahora, de saber que si nos hubiéramos seguido de largo en la carretera, todo sería diferente ahora.
Seguido
de la manera en la que Jordie y Michael se hicieron amigos luego de eso, las
largas conversaciones a menudo referidas sobre videojuegos, las visitas
continuas, los viajes, regalos. Aquella ocasión en la que Jordie se había
quedado a mirar “El Exorcista” y cómo
esa había sido la primera ‘de varias’ veces en la que Jordie y él durmieron en
la misma habitación.
Innegablemente,
el archivo procedió, y la noticia se hizo pública a lo largo de las semanas siguientes.
Para la prensa, Michael era culpable, y la televisión no tardó en dar noticia
acerca de que él era sospechoso de haber obrado un crimen, provocando que en sólo
pocas horas, la historia hubiera alcanzado las primeras planas internacionales.
Cada día se
hacía más difícil, cada noche costaba más dormir. Y dolía, joder, dolía
demasiado saber que la única cosa que quedaba clara era que nada volvería a ser lo mismo para nosotros.
Pero aún
así, él decidía continuar con la gira.
A finales
de Septiembre, justo cuando Michael y yo nos trasladábamos de Rusia a Israel, fue
al parecer liberada una orden judicial que le permitió a la policía acceder a
Neverland. Las autoridades contrataron un cerrajero para obtener acceso a todas
las habitaciones de la propiedad, incluyendo los aposentos privados de Michael
en busca de evidencia. Según el reporte, encontraron varios artículos femeninos
de Michael dentro de su habitación. Cosas personales que me pertenecían a mí.
“La gente estaba corriendo por todas partes”
un empleado de Neverland nos había telefoneado desde el otro lado del mundo. “Se llevaron sábanas, almohadas, cubrecamas,
toallas y batas”. Me enteré luego de que incluso algunos de mis artículos
personales habían sido tomados y, de alguna maldita forma, le podían
incriminar. Pilas de revistas, regalos, fotos. Nuestras fotos. Alguien revisando su hogar, mientras estábamos a
miles de kilómetros de distancia. Policías pasando sus manos sucias sobre
nuestras cosas, sobre su diario íntimo, dándole vuelta a las páginas, mirando
pensamientos que Michael tenía sobre su madre, sobre mí, sobre nuestra vida.
Los días
pasan y se desvanecen. Nunca cambian, y seguimos confundidos, no entendíamos
para qué dirección ir. Con cada mañana una nueva lágrima aparecía en mi rostro
mientras miraba a Michael levantarse por la mañana y prepararse para dar un
nuevo espectáculo, cada vez con menos ganas de ello, pero es que él lo último
que haría es defraudar.
Mi
Michael se sentía cansado, y yo también. Harto de las mismas mentiras una y otra
vez, esperando por un cambio que nunca sabríamos si realmente llegaría.
Mirando al rededor, tantas caras aclamándole, gritando su nombre,
llorando por él, pero a la vez, tan pocos amigos, tan pocas personas
acercándose a él para conocer su estado de ánimo. Y yo lo intenté, por supuesto
que lo hice, buscaba seguir siendo esa persona que le hiciera sentir que todo
estaría bien. Que le abrace y le diga que todo estará bien para aliviarle.
Amarlo, como lo he hecho siempre.
Intenté
que, de ser su elección seguir con la gira, podría demostrarle que todo iría
bien. Y una sola sonrisa en su rostro bastaría para que el mundo entero creyera,
que supiera lo que él deseara que vean. Aunque en su interior él lo sabía.
Guardamos todo para no alarmar, callamos aunque gritamos en silencio. Lloró, y
lloré con él. Gritamos, tratamos de huir, corrimos, pero jamás se terminaba.
Giramos una y otra vez, perdidos, sin entender la realidad.
Mis
padres me llamaban insistentes, pidiéndome que no siguiera ahí, diciéndome que
le dejara y que nada de lo que estaba ocurriendo era bueno para mí. Que sólo me
hacía mal aunque yo no quisiera darme cuenta de ello. Que me diera mi prioridad.
Primero yo, después yo, y al final sólo yo. Yo y nadie más, antes que jugar mi
vida por Michael.
Pero las
llamadas de Monica y mis amigos recordándole a él a diario lo mucho que le
aman, le extrañan y harían todo a su alcance para apoyarle, hacían que uno que
otro día no amaneciera tan gris. El apoyo de su familia, conferencias de prensa
que organizaban sus hermanos para abogar por él, asegurando que Michael sólo
era la víctima de una terrible extorsión en la que había caído y se le había
escapado de las manos. John Branca, junto con Anthony Pellicano apoyando en el
caso, Bill, Liz Taylor, Monica, Phoebe, Chandler, Joey, y Ross, todos dándome
una razón para seguir.
No. Por
supuesto que no me iría. Nunca. Jamás
le podría dejar o alejarme de él. Porque Michael tiene algo mío, yo algo de él y
todo al final estará bien. Me necesita, necesitamos uno del otro. Quería ser
paciente y convencerme de que saldremos juntos de esto. Simplemente no me
quería rendir.
Aún no.
—Nada bueno puede salir de esto—murmuro hacia
el silencio que nos aprisiona a Bill y a mí. Negando para mí misma, y tirando
un puntapié al muro más pulcro que el Hotel Westwood Marquis puede tener fuera
de la sala de reuniones.
Estoy que
no soporto mis propios nervios, maldita sea. Me paseo de un extremo de la
habitación hacia otro y al mirar la moqueta cada vez me parece más horrible.
¿Cómo es acaso posible? Luego de todo cuanto hemos pasado, esta mañana me he
despertado creyendo que el día de hoy, para variar, sería diferente. Que
Michael y yo pasaríamos la tarde juntos, mirando películas, paseando,
disfrutando uno del otro. Pero parece que todo eso aún tenía que esperar, pues
el día pintaba más a ser perfecto para organizar una reunión entre ese Evan Chandler y Michael.
La
última, me repito para aliviarme. Será la última vez que Michael se tope con
esa persona.
—Pero él
tiene que ver a Jordie de alguna manera, Rachel. Debe de haber alguna forma de
conocer la fuente de la información que Evan alega tener.
Bill
farfulla detrás de mí, o apenas y lo escucho. Me siento en una silla a un lado
de él y me vuelvo a poner de pie. No puedo quedarme quieta.
—No hay
nada de qué preocuparnos—termina de decir, y es en ese momento que mi falta de
control me hace detenerme en seco y fulminarle con la mirada. ¿Cómo se atreve a
decir eso en estas circunstancias?—. Te lo he dicho; Pellicano ha entrevistado
a Jordie hace unas semanas... ‘No, no, no, no y no’ fueron las respuestas del
niño. No hay forma sobrehumana de culpar a Michael en esto.
—Pero me
preocupa, Bill—musito abatida hacia él—. Me da repulsión el sólo pensar que
Michael está en la misma habitación que ese hombre en este momento. No lo sé,
yo... Pude haber entrado con él, pude haber hecho más.
—Sabías
que no iba a ser posible. Evan exigió que sólo le acompañara quien conoce el
caso. El hombre ni siquiera sabe que eres la pareja de Michael, ¿Qué se supone
que serías si Evan te ve involucrada en todo esto?
No puedo
zafarme de rodarle los ojos en su cara. Quiera o no, él tenía razón. Si Evan
pregunta, ¿Quién sería yo? ¿Una prima? ¿Una amiga, por milésima vez? ¿Pariente
lejana? No, ridículo. Y ser su pareja sólo traería problemas. Le daría a Evan
mil y una ideas más para perjudicarle.
Por fin, tomo
asiento a su lado de nuevo.
—Ese hombre es un maldito mentiroso—me
cruzo de brazos al sentarme.
—Lo sé—Bill
repone—. Pero no podemos hacer demasiado hasta estar seguros de nuestra
información.
—¿Qué más seguro que lo que ha
ocurrido en cuanto ellos aparecieron, Bill?
Bill me
contempla taciturno, como si no terminara de comprender. Mientras yo me siento
bullendo por dentro. Y con un demonio, ¿Quería más pruebas? Si a la hora
señalada, Evan había entrado a la habitación con Michael adentro, seguido de
Jordie tras sus pasos. Un Jordie terriblemente ansioso, y que me obsequió una
horrible expresión de tristeza apenas cruzó miradas conmigo. Pero fue lo que
ocurrió luego todo cuanto jamás olvidaría, la forma en la que, tan pronto entró
y vio a Michael, había corrido hacia él para abrazarlo.
Siendo lo
último que he podido ver antes de que se cerraran las puertas ante mis ojos.
Siendo el pequeño, del que supuestamente Michael había abusado, corriendo hacia
él para tomarle con fuerza lo que me había quitado ahí el aliento.
—Jordie
prácticamente se lanzó a los brazos de Michael en cuanto pudo verle, Bill—trato
de mirar directamente a sus ojos, que mis palabras tengan la claridad que deseo
emplear—. Maldita sea, si eso no es prueba suficiente para asegurar la
inocencia de Michael, entonces no sé qué lo es. ¿Entiendes lo que te digo? Evan
quiere su dinero, está detrás de Michael por su fortuna. Si creyese que alguien
ha abusado de mi hijo y consiguiera estar tan cerca de él, en ese maldito momento,
esa persona estaría muerta.
Me da una
pequeña sonrisa compasiva.
—Hija,
todo mundo sabe que Michael está siendo víctima de una extorsión aquí—murmura,
incorporándose un poco sobre su asiento, se inclina más hacia mí para susurrar—.
El maldito tan sólo quiere financiar su vida por los próximos años y largarse
como si nada más hubiera ocurrido. ¿Qué se te ocurre? ¿Que pueda pagar los
estudios de Jordie? ¿Irse de vacaciones? ¿Comprarse una casa más grande?
—Lo que
sea que Evan quiera. Ese hombre no ha parado de lastimar a Michael. Ese maldito
hijo de puta no va a parar hasta verle destruido.
—...Rachel—me reprime de inmediato, y yo me
disculpo con la mirada también. Estoy cabreada, furiosa, sumergida en mi propia
rabia, pero sí, al menos él se merece mi respeto.
Un sonido
proviniendo de adentro nos hace saltar de nuestros asientos. Otro más toma
lugar, y otro más. Es como si ahí dentro alguien estuviera desplomando algo
contra una superficie. Miro a Bill a mi lado, sintiéndome ya paralizada de por
sí, y más aún, encontrándome con la misma confusión impregnada en sus ojos.
La misma
puerta que Michael había cruzado, igual que Evan junto con Jordie se abre de
par en par frente a mis ojos. Inconfundiblemente, escucho a Anthony Pellicano
gruñir luego del escándalo.
—¡Y
vete a la mierda, Evan!
El grito
me obliga a refugiarme lanzándome contra uno de los muros continuos en el
instante en que vislumbro a Evan apareciendo desde la habitación. Mi sangre
hierve de sólo mirarle, es el maldito deseo de romperle la cara lo que no me
deja mover. Darme cuenta de su expresión confiada, de lo engreído que luce, su
mano halando impasible de la de Jordie con él, de todo. No puedo soportarlo.
Desvío mi
mirada de la suya, presa de lo que estoy segura podría hacer. Entonces mis ojos
se posan en la figura de Michael apareciendo del interior de pronto. Él está en
trance, trato de que mis ojos le llamen la atención pero no formula movimiento
alguno. Como estando fuera de sí, o como si no fuera él, y yo me quedo pasmada.
No me puedo mover.
Antes de
que Evan puede sacar a Jordie del lugar, el pequeño se queda pasmado ante la
salida, fijando sus ojos en Michael, completamente abatido, como si
comprendiera que esa será la última vez que sus ojos se posarían sobre él.
Pretendo
acercarme de un solo paso, pero Evan me lo impide en el acto, volviéndose hacia
Michael e interponiéndose frente a mí.
—Oh, y
una cosa más...—el hombre le brama acercándose peligrosamente, me da la
espalda, pero puedo notar la manera en la que Michael tan sólo se limita a
mirarle notoriamente contrariado, contenido—. Voy a arruinarte. Te destruiré,
Michael. Es una promesa. ¿Me he expresado bien?
Ni un
segundo más me puedo contener, no frente a Evan Chandler.
—Lo has
hecho, idiota...—de donde tengo las fuerzas para hacerlo, me interpongo entre
Michael y él. Retándole, y sin más que mostrándole reluciente mi dedo medio a
unos centímetros de su maldito rostro—. Y
ésta soy yo expresándome también.
Evan me
responde con la mirada más rabiosa que sé que le puedo conocer. Silencio.
Sabría, de estar ebria incluso, que está a punto de contestarme, de azotarme,
de halar de mí si a caso le fuera posible. Bill ahí toma de su brazo,
impidiéndole mover, y no sin insistir a base de movimientos, hace que Evan lo
deje, y desaparece de nuestros ojos al salir. Dejándome con el deseo de no
cruzar miradas con él ni una sóla vez más, en toda mi vida. Sin fuerzas, o sólo
las necesarias para estamparme sin soportarme más hacia los brazos rígidos de
Michael.
—V-vámonos de aquí—el tono de su voz es
desgarrador, mientras habla pestañea serio sólo aferrando mi cuerpo hacia el
suyo. Siento mío el escozor de sus ojos, la forma en que se humedecen hacen que
un nudo dentro de mi garganta aparezca. Mierda, ¿Pero qué le habrá dicho Evan
allá adentro?—. Por favor, sólo... vámonos.
Una sola
seña de Bill hace falta para que del vestíbulo aparezcan un grupo de hombres
que nos ayudan a regresar a zancadas aceleradas al automóvil. En el coche ingresan
Bill al asiento del copiloto, y Michael junto conmigo en los asientos traseros.
Todo transcurre de forma borrosa, rápida, y silenciosa, hasta que el rugir del
motor nos toma por sorpresa, y tomamos marcha para alejarnos del recinto.
Conforme
nos alejamos veo, en la mirada de Michael, un atisbo de temor, de cruda lástima
y desprecio. No me dice nada, no respira fuerte, no se mueve, salvo para
deshacerse pronto de una lágrima traicionera que se escapa de sus ojos. Y que no
me deja de asesinar.
Me
arriesgo a tomar su mano con sutileza entre la mía, haciéndole reaccionar.
—Bill, alza
la ventanilla oscura—Michael espeta serio al sentir de mi piel contra la suya—.
Quiero hablar con Rachel a solas.
Y Bill le
obedece como debido. La ventanilla que separa nuestros asientos de los suyos
asciende, y ahora sólo le tengo para mí. El silencio pasa a ser sólo de
nosotros.
Al negar,
se escapa toda esa oscuridad de su mirada.
—J-jamás me sentí tan vacío en toda
mi vida...
Su voz.
Su garganta se rasga débil, vacía, afligida, herida al hablar, y no puedo sino
aguardar con mi mano congelada en torno a la suya. No puedo hacer nada más,
salvo mirarle, y esperar a no llorar a su lado.
Gira con
dificultad su rostro hacia mí, y sin dejar de clavar sus ojos cansados sobre
los míos tiende un trozo de papel en mis manos.
—Esto fue
el principal motivo—musita suave—. Es por esto que él ha pedido verme.
No pierdo
ni un segundo más en leer;
Se trata
del análisis de la situación psiquiátrica de Jordie: “El menor está en peligro,
ya sea que la relación continúe o finalice. El impacto que podría causar en el
resto de los miembros de la familia del menor también debería ser considerado.
Estas circunstancias crean la posibilidad de que exista negligencia hacia el
menor, incluso hasta el extremo de la prostitución.” [...] “El hecho de que
un hombre de treinta y cinco años haya
dormido con un niño de trece, cuando hay otras camas o habitaciones disponibles,
constituye una conducta perversa y
obscena.”
Firmado
por el Doctor Mathis Abrams.
¿Mathis
Abrams? ¿Y, quién diablos es él?
—Evan
está convencido, Rachel—Michael me distrae mientras aún pongo atención al
documento—. Afirma seguro que yo le he... Que yo he tenido...
—...Evan
está mal, Michael—me apuro a atajar su habla. Cuando Michael hablaba así,
cuando la simple idea amenazaba con plantársele en la mente, yo no tenía otra
salida—. Nosotros ni conocemos a este doctor, ¿Cómo estamos seguros de que es
un maldito psiquiatra siquiera?
—No, no
lo conocemos—el deje despreciable de su voz me hace desconcentrar, y
levanto mi vista hacia él—. Ni John, ni
Anthony Pellicano, ni nadie. Y por lo que sé, la persona ni siquiera se ha
reunido con Jordie en persona. No lo ha conocido siquiera.
Pero
claro que esa persona ni se conoce con Jordie, pienso para mí. Ese Evan tiene
error tras error en su maldito plan. Apostaría incluso, a que ni su mismo hijo
conoce las verdaderas intenciones que pretende hacia Michael.
—Observé cómo te abrazaba, apenas te miró—le
digo con expresión cauta, consciente de que el mero recuerdo podría empeorar
las cosas.
Michael
persiste en un silencio abrumador por un par de segundos. Su vista se pierde en
el vacío, y sólo por un instante, las comisuras de sus labios se extienden
levemente frente a mí. Cuando sonríe, luce bellísimo.
—Lo ha
hecho... Pero ese no era el Jordie que yo conocía—en su par de lagunas marrones
brilla una expresión despectiva que pone fin a su pequeña sonrisa. Me concentro
en él, estudio cada una de las facetas que toma su expresión al hablar—. Al
principio, él no dejó de mirarme, Rachel. Estuve seguro de que sólo con su
mirada puesta sobre la mía luchaba por disculparse, trataba de darme un mensaje
secreto.
Por
supuesto. Pero claro que sí.
Asiento
para mí al perder su mirada.
—El no está de acuerdo con todo esto—susurro
al vacío.
—Pues yo... ya no sé qué más pensar.
Le
observo de vuelta ahí, turbada de encontrarme con toda esa decepción de nuevo.
—Para
cuando Evan nos había mostrado el documento—añade—, volví a tratar de
encontrarme con Jordie. Necesitaba observar su rostro una vez más mientras Evan
nos leía el texto acentuando cada maldita palabra contenida en él, pero... Jordie
se rehusaba a mirarme... Simplemente no le importó más.
—Entonces que sea lo que él quiere—le
digo efusiva sin más.
Michael
aumenta la intensidad con la que sus ojos acunan los míos y una sonrisa amenaza
ahí con lacerar mi rostro. Siendo Jordie el único implicado, el único
‘afectado’ en el asunto. Entonces, teníamos las de ganar. Él jamás testificaría
en contra de Michael. Por Dios, es absurdo de sólo pensarlo. Y más, si todo
esto es un asunto de desquiciados celos patéticos. Nada más.
Evan no tendría
ninguna maldita posibilidad.
—¿Qué?—niega abatido, mirándome con
ojos turbios.
—Evan
quiere llegar a la corte, ¿No es así?—fulmino sus ojos al musitar. Él asiente
débil frente a mí y sus ojos se oscurecen cuando continúo—. Vayamos. Si es que
no teme hacer el ridículo y quedar como un idiota ante los medios luego de que
comprueben tu inocencia, pues hagámoslo... Yo podría testificar en tu nombre,
Michael, incluso hasta podría...
—...No.
De ninguna manera—me zanja voraz—. No soportaría la idea de que estuvieras
involucrada en este desastre.
Y me
pierdo en mis pensamientos, junto con el peso que toma su voz. Cavilo entre
tantas y tantas posibles respuestas que darle, y ruego por que no me deje
indefensa antes de intentar.
—Saben
que una mujer ha estado viviendo en Neverland, Michael—susurro insegura,
dándome seguridad cerrando ambos puños con fuerza y desafiando su mirada. Tiene
que haber alguna forma, sé que en algo puedo ayudar—. Ellos encontraron mis
cosas ahí. Yo sé que podría ayudarte, si tan sólo...
—No es
algo que puedas decidir tú, Rachel—su voz se torna amenazante, despectiva. Ni
siquiera puedo creer la velocidad con la que ha cambiado—. Demonios, el que tú
formes parte de esto no es una posibilidad siquiera. ¿Está claro?
Me le
quedo mirando, atónita y derrotada. Con el corazón en la garganta. Jamás me
había hablado así.
Michael
pestañea terriblemente ofuscado en el acto y busca mis dos manos con urgencia
para acunarlas entre las suyas. Resopla impasible, su expresión ahora es
tierna, sincera.
—L-lo siento, pequeña...
Observo hacia
el exterior de la ventanilla, imposibilitada para contestar siquiera. El nudo
en mi garganta no me deja de atormentar como para articular palabra, o sus
ojos, sus inmensos ojos me dejan sin defensas cuando es que trato de llamarle.
Me siento débil.
Siento la
manera sutil en la que Michael ciñe más su cuerpo hacia mí.
—¿Por qué no me dejas involucrarme?—le susurro,
con todo el terror que conlleva el encontrar su mirada de nuevo, pareciéndome
aún más lejana que antes.
Michael
se queja lastimosamente mientras me mira, como si le doliera el hablar.
—Porque
no quiero que comiencen a atacarte a ti también. No quiero lanzarte frente al
mundo entero en medio de esto.
—Sabes
que lo haría por ti—musito—. Haría hasta lo imposible por ayudarte a salir de
esto.
Sus
labios forman una fina línea de preocupación, los sella y no habla más. Yo le
miro sin poder creer que no me ha llegado a considerar en todo esto, en que mi
ayuda podría serle útil de alguna forma. Me siento impotente, sin importancia,
vacía, con... ganas de llorar.
—N-nos
han llegado a tomar fotografías juntos...—dejo que mis palabras vuelvan
despacio, cuidando que mi voz no se quiebre por la forma en que la tristeza obstruye
mi garganta—. Cuando salimos o arribamos a algún lugar. Ya me han visto contigo
y no ha habido problema.
—No
todavía—espeta—. Ante las cámaras que nos han captado eres sólo una buena amiga
mía, y hemos evadido problemas por ello.
Asiento
incrédula, con la boca seca.
—Y así será... ¿Hasta cuándo,
Michael?
—Así será por ahora—me murmura
pasivo. Horrorosamente seguro de sí.
Busco
evitar su mirada, y para empezar, yo no puedo creer que le he hecho esa
estúpida pregunta.
Es un
recorrido a Neverland muy diferente a ninguno otro. Uno en el que se me escapan
un par de lágrimas de las que no permito que Michael se dé cuenta. Uno en el
que el tiempo avanza, y yo no puedo dejar de sentir mi pecho oprimido, escaso
de aire. Rogando que el problema no fuera en realidad tan grave, buscando pese
a las palabras de Michael alguna solución, que todo no fuera tan monstruoso
como mi cabeza lo ideaba. Con los nervios destrozados, y aterrorizada por lo
que Michael aún tendría que llegar a sufrir si esto no se terminaba pronto.
Cuando
llegamos, me ocupo de salir disparada hacia nuestra habitación. Michael y yo no
hemos cruzado ni una sola palabra más durante el camino, y simplemente ahora no
me apetece intentarlo más y quedarme a charlar. Trato, pero no puedo evitar
sentirme resentida con él.
Me detengo
un momento en pleno pasillo, a visualizar la que solía ser mi habitación, el
mismo espacio que solía ser sólo mío antes de que Michael y yo comenzáramos lo
nuestro, en la que Monica o Phoebe entraban para tener conversaciones
interminables cuando veníamos todos juntos de visita, cuando todo era tan fácil
y se reducía a un “Vayamos todos juntos a Neverland” antes de que la magia y
las risas comenzaran. Nadie más se ha quedado aquí después de mí. Ni los
chicos, ni June, ni Jordie o algún familiar de Michael. Nadie. Mis antiguos
regalos y posesiones personales aún descansan en el mismo sitio. O al menos, lo
que queda de ello.
No
concibo lo desordenada que está, lo vacía que se siente. Sé que Michael ha
tratado de que no se sienta el hecho de que veinte personas se han entrometido
antes para buscar todo y nada. Pero inevitablemente, se siente arruinada.
Profanada. Mis fragancias y lociones ya no están al pie del tocador, mis
retratos no están en la mesita de noche, collares, brazaletes, ni una cosa más.
Una punzada de terror aparece.
Mierda,
mi camafeo. El camafeo que Michael me obsequió en mi cumpleaños.
No, no,
no. Por favor, eso no.
Como el
miedo y estremecimiento me lo permiten, me echo a escrudiñar al único lugar en
el que podía tenerlo resguardado. Husmeo detrás de la enorme cabecera de caoba,
debajo de la cama, la mesita de noche, la fundilla de la almohada. No, no, no.
¡No! ¡Maldita sea! ¡No eso también!
Entonces
lo ubico ahí, entre el colchón y la base, y lo aprisiono con fuerza con ambas
manos para asegurarme de que no se trata de alguna ilusión. Dejo caer mi peso
sobre mis rodillas sintiendo cómo el aire puro vuelve a circular por mis
pulmones. Todo el alivio. No imagino qué hubiera hecho si también ellos se
hubieran llevado esto.
—Estás molesta conmigo.
Esa voz. El
tono suave y frágil de la voz de Michael me hace reaccionar. Me incorporo, no
sin asegurarme de regresar el camafeo a su sitio para luego tomar asiento sobre
la cama. Trato de sopesar las últimas palabras que me ha dedicado.
—No...—balbuceo, tratando de ocultar
el ajetreo—. No lo estoy.
Su mirada
me es insostenible de repente, capto su incertidumbre, su recelo es palpable.
No me ha creído nada.
—Sabes
que últimamente...—anda a pasos cautos hasta haber tomado asiento a mi lado—. Me
he vuelto más ágil para detectar cuando alguien está mintiéndome en la cara.
En cuanto
le siento cerca ambos nos acunamos hacia el otro, y permanecemos con nuestras
espaldas recargadas contra la cabecera. No me zafo de sonreír al sentirle de
nuevo tan cerca. Él me abraza con lentitud, y tan sólo me dejo querer,
dejándome sentirle contra mi cuerpo. No recuerdo la última vez que ambos
habíamos estado sobre esta cama.
Sus
labios presionan de forma deseosa mi mejilla.
—¿Entiendes
que la única razón por la que te quiero fuera de esto es porque me preocupo por
ti?
Sí, y eso
mismo me lo prueba. Me asegura de que la única que se ha armado un lío por nada
antes he sido yo. Tan sólo hablaba, y no lo quise entender.
Levanto
la vista hacia sus ojos abrazadores, él ya me mira con aprensión.
—Estoy
haciendo lo mejor que puedo, cariño—el musitar de mis palabras me hace sentir
perdida, más asustada que antes—. Pretendo entenderte... Pero es que estoy tan
triste... Me asesina el sólo pensar cómo una persona ha podido lastimarte tanto
y, tan sólo trato de encontrar una forma de ayudarte a escapar.
—Pero ya
lo haces... Lo haces sólo con estar a mi lado, Rachel.
Mi mirada
desciende luego del temor que percibo en su voz, y mis brazos buscan aferrar
más su cuerpo con la misma urgencia. Estoy sumergida en una desesperación
tremenda. Si tan sólo él pudiera comprender cómo la tristeza sólo se agolpa en
mi corazón, que no hay una salida, nada, solo está allí ahogándome, lo mucho que puede llegar a
preocuparme el hecho de que alguien atente contra su frágil corazón, porque yo
lo sé por seguro, daría hasta el último aliento por no dejar que nada más le
ocurriese.
—Ey, amor, escúchame...—me hace
contemplarle al tomar de mi mentón. No, no quiero hablar. No quiero que se
percate de que mi voz se ha destruido—. Entiendo la gravedad del asunto, ¿Está
bien? Pero es que tú me has hecho resistir tan bien, tan seguro de que tú me
das el apoyo que me ayuda a seguir.
—No digo
que no puedas hacer esto sólo—murmuro, asegurándome de que mi voz no vaya más
allá de sus propios oídos. Negando ante tal belleza manifestada frente a mí,
presa de sus ojos—. Porque sé que eres inteligente, maduro... pero a la vez muy sensible. Por eso este mundo frío y
cruel te es incomprensible.
Michael me
sonríe sin más. Es una sonrisa hermosa, como hacía tiempo no lo veía sonreír.
—Es que
no quiero que te dañen aún más, mi amor...—las primeras lágrimas aparecen, y me
obligan a hundir mi rostro hacia su pecho restregándome más hacia él. Es como si
quisiera que mi mundo comenzara y terminara dentro de la extensión de sus más
deliciosos abrazos. Su forma de mirarme, de tocarme.
—Nadie va
a hacerlo, pequeña—sus labios presionan mi frente con necesidad—. Sabes que el
mundo entero puede odiarme, pero si tú me quieres, todo va a estar bien.
—...Te
amo—le corrijo con una dulzura que raya lo imposible—. Más de lo que te
imaginas.
Su
fragancia no hace más que embriagarme, sus brazos son mi refugio, su pecho mi
paraíso personal, y no tardo en sentir penetrante la pesadez inmensa
apoderándose de mis párpados. Que junto con su mano acariciando mi cabello,
sintiéndome, no hace más que obligarme a dejarme ir. Todo se torna oscuro en el
mismo momento.
—Y yo a
ti, pequeña—su voz se dispersa como un susurro lejano—. Mucho, muchísimo más.
*****
No es el
sonido abrumado de alguien llamando a la puerta lo que me despierta en
realidad, sino los labios de Michael dejando en el acto su huella dulce contra
los míos.
Meneo la
cabeza con desdén para despejarme al tiempo que siento a Michael incorporándose
sobre el colchón para aproximarse a abrir. Cuando me deja, busco con urgencia
el reloj sobre la mesita de noche. ¿Qué hora es ya? Un chasquido se me sale al
recordar que el mismo reloj lo hemos llevado a la habitación de Michael. Me
rindo ahí, y a duras penas noto que John Branca ha aparecido de pronto.
—John—Michael
frota su rostro con sus manos al recibirle. No tenía ni idea de que también él
se había quedado dormido—. ¿Qué ocurre?
—Lo
lamento tanto, Michael—John le dice en tono abrazador, quedándose debajo del
umbral. Parece que ubicarme tirada en la cama le obliga a olvidarse de entrar—.
¿Tienes tiempo?
Asiente
cuidadoso, dándome la espalda, y comienzan a conversar. Apenas y les escucho,
son un montón de susurros imperceptibles que intercambian entre ambos pero el
mensaje para mí es más que claro. Tengo que acercarme a ellos si quiero entender
qué es lo que sucede ahora.
Decido
posicionarme a un lado de Michael, encarando a John. Aunque por un momento
percibo como si Michael me pidiera sólo con la mirada alejarme de ahí en cuanto
antes. John detiene su habla para vislumbrarle a él, como consultando permiso
para continuar luego de que he aparecido ahí.
Michael
suspira, derrotado.
—Me temo que hay problemas—John dice
de pronto.
¿Problemas?
Me estremezco.
—¿Qué?
¿Qué quieres...?—Michael pasa una mano a través de su cabello, con evidente
frustración.
Está
poniéndome los nervios de punta, ambos lo hacen.
Siento un
horrible retortijón naciendo en mi pecho y disipándose hasta el centro de mi
vientre. Como si el estómago se me hubiese revuelto sin más. Es una sensación
de náuseas, de debilidad, de todo ese temor que emana de mí al comprender que
el peligro puede acechar a Michael.
Llevo una
mano a mi abdomen, y fijo mi mirada ahí. Tengo que tranquilizarme.
—Evan
Chandler ya ha encontrado un fiscal, Michael—John espeta tenso—. Uno que en
verdad le apoyará en tu contra.
No...
—Es
imposible—Michael me mira de reojo con aires de preocupación. Sé que de cierto
modo le alarma que yo permanezca tan cerca—, apenas lo he visto hace unas
horas, y él jamás ha mencionado que...
—Lo es.
Es posible... —John zanja—. Y lo ha hecho ya. Su nombre es Tom Sneddon.
—Tom
Sneddon—Michael repite el nombre atolondrado, sólo mirando al vacío.
John
suspira desganado, y tiende un documento hacia nosotros.
—Esto estaba en la oficina cuando
llegué, Michael.
Michael
lo toma y lo lee con prontitud. No me interesa inspeccionar el contenido, sino
percatarme de cómo su mirada se pasea ardida por cada línea del papel, el
terror plasmado en sus ojos es erizante, aplastante. Es como si a cada segundo
se viera más aterrorizado.
No lo
aguanto más.
—¿Qué es eso, John?—espeto cruda.
Ansiosa hasta lo indecible.
Dentro de
mi estómago nace otra sensación de asco.
—Una, otra orden judicial—se corrige a sí mismo.
Michael continúa leyendo el documento, inmerso en sí mismo—. Al parecer, Jordie
ha relatado anécdotas describiendo detalladamente el cuerpo de Michael.
—Y una mierda—suelto ahí,
inevitable.
John entreabre
sus labios como si fuera a decir algo más. Por la mirada de reprensión que me
dirige sé que pretende hacerme retractar por mis palabras, pero algo le
detiene. Fija su vista al frente, en el segundo en que Michael deja escapar un
crudo quejido de sus labios paralizados.
Nos
giramos hacia él a la par.
—N-no... Es imposible.
Busco la
mirada de Michael en el instante, pero no logro obtenerla.
—...Quieren
comprobarlo—John musita débil, sólo observándole a él—. Quieren asegurarse de
que lo que Jordie ha declarado no es en absoluto cierto.
—Maldita
sea—Michael brama—, ¿Y tomándome fotografías es como podrán asegurarse, John?
—¿¡Qué!?—suelto antes de que alguien
más pueda contestar.
¿Fotografías?
¿Qué clase de fotografías? ¡Mierda!
La mirada
vacía de John me asegura la terrible realidad. No hacen falta palabras, no hace
falta ni una sola vocal más. Sé ya lo que tienen planeado, lo que pretenden
hacer con Michael sin que haya musitado una palabra. ¿Pero cómo eso es siquiera
posible? ¿Cómo pueden ser tan... inhumanos? ¡No!
—No, no
hay cabida—el pánico en mi voz es palpable, es como aquél mismo que punzaba mis
adentros cuando me enteré de que todo esto pasaba—. De ninguna manera permitiré
que le tomen fotografías a Michael. No lo entiendo, ¿Pero qué diablos les
ocurre?
—Ha sido
aprobado, Rachel. Es una orden—John murmura al señalar con su índice el maldito
documento aún suspendido en las manos de Michael—. Es de un fiscal de lo que
hablamos aquí, ¿De acuerdo? Estas personas utilizarían cualquier oposición o
resistencia de Michael para perjudicarle. Lo tomarían como una forma de
encubrir su culpabilidad.
Michael
lleva ambas manos a la cabeza, dejando caer el trozo de papel frente a él, y se
pasea aturdido por la habitación, dejándome con el alma a punto de escaparse de
mis labios. En el mismo instante, John camina hacia adelante determinado a
encontrarse con él. Lo logra, y cuando le es posible detenerle en medio de
todo, es cuando soy capaz de percibir el cómo los ojos de Michael se han vuelto
vidriosos.
Estoy
temblando, mi garganta impregna un dolor insoportable que destruye mi voz, me
pone a punto de colapsar. Duele hasta lo indecible ver sus ojos dañados por las
lágrimas y comprender que no se compara en nada al daño que hay en su interior.
—Nos
defenderemos, Michael—John le susurra gélido. Pero él, Michael parece pasarlo
por alto al tiempo en que su mirada se pasea absorta por los techos—. Y tenemos
muchas chances de ganar.
John le
abraza ahí. El llanto ya sulfura mi garganta pero batallo como los mil demonios
por que aún ninguno de los dos se percate de ello. Casi no entra el aire a mis
pulmones, cada molécula duele aún más.
—Tú nunca
pierdes—deja de tomarlo entre sus brazos por un momento para tomarlo firme de
los hombros y poder apreciarle mejor—. Mira tu vida, Michael. Mira quién eres. No vas a comenzar a
perder ahora.
—He
trabajado tan duro...—su voz... La voz de Michael ya se ha destruido por
completo—. Durante toda mi vida he trabajado tan duro. No puedo perderlo todo
ahora, John. No puedo perderlo todo.
—No lo harás. Te prometo que no lo
harás.
Michael permanece
con la mirada baja, incluso luego de que John le deja ir para volverse hacia la
salida de la habitación. Quiero acercarme, hundirme en él, tomarle. Sé que
podría, pero ¿Cómo? ¿Cómo siquiera podría llegar a intentar en lo más mínimo
reconfortarle? Sintiéndome tan débil, tan... inútil, impotente. Mierda.
Más
lágrimas caen de mi rostro. Solamente sirvo para destruirme a mí misma.
John entonces
se detiene bajo el umbral, a punto de salir.
—Sneddon
y su séquito llegarán a Neverland en una hora más o menos—dice en un volumen
mínimo, como si hasta a él le doliera hablar—. Más vale que estés listo a
tiempo, Michael.
Michael
no le responde. No en ese segundo. John se dispone a dar un paso para
finalmente salir, pero al final, su
voz se ocupa de detenerlo.
—Yo
estaré listo...—la tristeza de su voz tan sólo me hunde aún más en el abismo.
John le
mira compasivo.
—...Pero
quiero que hagas lo que sea necesario—añade—, quiero que te encargues de que
permitan que Rachel esté ahí conmigo—alzo mi mirada hasta la de él y me topo
con sus ojos vislumbrándome llenos de terror, de angustia, miedo. No lo puedo
creer. Michael me quiere ahí... con él. Mientras todo pasa—. No me importa si
buscan dinero, o lo que quieran. Sólo hazlo posible.
Me acerco
involuntariamente hacia él, con mi tristeza tendiendo de un pequeño hilo. Sus
ojos no abandonan los míos.
—...Ella tiene que estar ahí.
John a
sólo asiente, y nos deja solos en silencio, cerrando la puerta tras su paso.
Irremediablemente,
Michael comienza a alistarse. La calma
ya nos ha abandonado para no volver, y yo me quedo temblorosa mirándole su
rostro pálido, descompuesto, andando de un extremo de la habitación a otro, sin
hacerme mucho caso, sin sentirme cerca en realidad. Sólo actúa, pero no está
presente. Está completamente fuera de sí. Le toma varios minutos, pero no mucho
más, en lo que se encierra en el cuarto de baño, y aparece luego portando nada
más que una bata de dormir.
—Hermosa...—solloza
sin llorar, tendiendo su mano hacia mi cuerpo varado cerca del umbral de la
puerta—. V-vamos...
Una
lágrima se desliza por mis mejillas entumecidas sin poder contenerlo más,
mientras camino de forma vaga hacia él para entrelazar sus dedos entre los míos
con una fuerza ya sobrehumana.
Sus ojos
descansan sobre los míos por unos segundos, justo antes de salir.
Terminamos
de descender por las escaleras, sabiendo que de no ser porque su brazo sostiene
firme mi equilibrio, me hubiese desplomado ahí, por toda esa debilidad. La
estancia jamás me pareció más horrible de mirar, aunque no puedo parar de
observar nuestro alrededor, más que nostálgica.
El
ambiente denso, el olor a infelicidad, a vacío. Y no puedo creer, que Michael
está a punto de pasar justo ahí los peores minutos de nuestra existencia, las
horas.
Alrededor
de toda la estancia están John, Anthony Pellicano, y Bill inspecciona serio la
forma en la que algunas personas malencaradas están montando lo que parece un
equipo de iluminación. Me siento repulsiva, asqueada, y no puedo evitar sentir
desprecio hacia cada par de ojos con los que llego a toparme en toda la
habitación.
Una
lágrima se me sale al percatarme de las cámaras.
Michael
estaba a punto de estar desprovisto de ropa frente a todas estas personas en
sólo un momento, y yo estaría ahí, presenciándolo todo, sin poder hacer nada al
respecto. El temor me hace buscar con ansiedad sus ojos de nuevo para
refugiarme ahí, y tan sólo me encuentro con la misma reacción que Michael no
puede esconder, inhalando con fuerza, irguiéndose. Porque no es que lo que
sabemos va a ocurrir no sólo será atroz, sino que para ambos, para mí, sería un
desquicio. Una maldita tortura.
Algo, o
alguien me distrae. Más al fondo está un sujeto calvo y de aspecto indeseable,
apreciando a Michael a mi lado. Sus ojos son de un gris bastante claro,
bastante posesivos.
Maldad.
Maldad es lo que desprende de su mirada.
—Estamos
listos—apenas y me percato de que alguien de rostro desconocido murmura cerca
de nosotros.
Bill,
junto con John apenas y asiente. En el mismo segundo, Anthony se acerca al
hombre que había fijado antes al fondo de la habitación para murmurarle algo al
oído.
—Sneddon...—Michael
susurra con una voz rota, y sin dejar de mirar a la persona, apretando con más
fuerza mi mano con la suya.
Ese
hombre es Tom Sneddon.
Me giro
hacia Michael para tratar de descifrar algo más, antes que interesarme más por
volver a ubicar a Sneddon a lo lejos, pero Bill me lo hace imposible cuando se
acerca con un aire alarmante hacia nosotros.
—Deberían soltar sus manos aquí—espeta en tono
bajo—. Por ahora, al menos.
Michael le
observa firme, negando con recelo. Pero una mirada mía basta para hacerle
ceder. Por más que me duele, que nos lastima, el hecho de que una ‘novia’
apareciera de la nada no traería nada bueno, por seguro. Finalmente ambos
obedecemos, y Bill se posiciona en medio de ambos.
—Muy
bien, todos a sus posiciones, por favor—el mismo hombre que antes hemos
vislumbrado llama la atención del resto. Tom Sneddon hace un par de señas que
finalizan al señalar con su mano derecha hacia una dirección—. El señor Jackson
deberá permanecer sobre aquella tarima hasta que hayamos terminado con esto—mis
ojos inevitablemente ubican la pequeña superficie montada al centro de la sala.
Me pesa respirar, me duele hasta pasar saliva sólo de pensarlo—. Mientras
tanto, todos aguarden afuera.
Sin más,
todas aquellas personas ajenas a la presencia de Michael en el lugar comienzan
a andar, todas dirigiéndose hacia la salida principal, obviamente ya
resguardada por miembros de la policía.
Me pierdo
estudiando todas esas miradas de odio, la clara rivalidad animal reflejada en
cada gesticulación, en cada susurro desdeñoso que lanzan. Noto en ese instante
que Michael está conteniendo un suspiro con sus manos sellando sus labios, luciendo...
aterrorizado.
El pavor me
atenaza y un sentimiento de rabia vertiginosa que se mezcla con furia, me carcome
a mí, al darme cuenta de que los ojos manipulativos de Tom Sneddon se han
puesto sobre los míos.
Jamás
sentí más odio por alguien en toda mi vida.
—¿Y ella
quién es?—Tom inquiere hacia todos en general, pero señalándome—. ¿Ha venido
con nosotros?
Un sujeto
más que permanece a su lado niega incrédulo al observarme también. En ello,
John se le acerca titubeante. Me limito a respirar hondo. No sé cuánto más
podré mantenerme de pie por mí sola.
—Te lo he
dicho, Sneddon—John le suelta directo—. La señorita nos acompañará. Estará
presente a petición del señor Jackson, como ya lo habíamos convenido.
—No,
imposible—Sneddon no se detiene en titubeos. Arrebata ahí mismo un tomo de
documentos que sostiene el hombre que le acompaña.
Me tenso
en ese mismo instante. Más, si acaso es posible, escondiéndome detrás del
hombro derecho de Bill y sintiendo a Michael más allá del otro lado. Tan
imposiblemente cerca, tan arrebatadoramente lejos, sin siquiera poder tocarle.
Él clava sus ojos despabilados en mí, atemorizado también.
John se
demora un poco en responder. Suspira con los nervios destrozados, y está
exasperado, como si rogara que nada de lo que está ocurriendo fuera real.
—¿Pero,
qué quieres decir?—John le dice—. Creí que teníamos un trato, habías dicho que...
—Sí, lo
dije. Pero había pensado que el nombre estaría escrito en el registro de
personas que tienen que estar presentes, Branca. Y, ¿Cuál es su nombre a todo
esto?
Un
resople sin remedio más, y John me mira con los ojos bajos.
—Su nombre es Karen Faye—murmura,
volviéndose hacia Sneddon.
Por Dios,
ha mentido.
—Pues no
podrá estar—hurga, y estudia el documento que ahora sostiene—. Aquí no aparece
su nombre. Bill Bray, Pellicano, y tú serán los únicos.
John me
mira, y luego a él un poco más, y alternadamente. La sangre bulle dentro de mí,
la desesperación es abominable, asfixiante.
—N-no. Imposible—susurro casi sin
notarlo.
—¿Disculpa?—el
hombre me mira indignado, sus ojos me dicen a ascuas que no concibe el que yo
he abierto la boca en primer lugar.
Sintiendo
todo y sintiendo nada, decido acercarme hacia él, serena, sin importarme si
Michael se ha movido o no detrás de mí. Escondiendo mi miedo, mi ira y todos
esos sentimientos para solo mostrarle seguridad, todo cuanto estaba dispuesta a
hacer por quedarme. Mantengo su mirada seca conforme me acerco, midiendo su
reacción. Es como si él estuviera a punto de lanzarme un insulto en cualquier
momento.
—Yo voy a
estar—murmuro pese a lo seca que está mi boca—. No pienso moverme de aquí,
mientras proceden. Michael me ha pedido que le acompañe y lo haré. No hay forma
de que esto se lleve a cabo sin mi presencia.
Sneddon
me mira amedrentado, con la mirada desorbitada. Se rasca frente a mí su frente,
ya pareciendo ansioso, cabreado. Pero eso de nada serviría, no me dejaría
intimidar. Me quedaré al lado de Michael, eso está claro y seguro. No me
despegaré de su lado y... evidentemente no me alejaría de él.
—De
acuerdo—él anuncia, fuerte, y sin dejar de mirarme. ¿Es verdad? ¿Me permitirá
quedarme? —. Que recojan todo entonces. Saquen ya el equipo de aquí.
—¿Qué...?—una punzada de terror me
agolpa el pecho.
Una sola
maldita seña basta de su parte, para que su séquito vuelva a ingresar, y se
pongan a desmontar todo el equipo. Desconectan, quitan, recogen todo. Absortos
cada uno en sus acciones. Michael formula una inspiración de terror a mis
espaldas, haciéndome sentir vencida ahí, sabiendo que me podría desplomar tan
fácil.
—Y que
quede nota de la falta de cooperación del señor Jackson en el reporte judicial—añade,
sacándome de mis más oscuros pensamientos. La persona a su lado toma nota al
instante, asintiendo—. Que esperen a su respectiva sanción luego de esto.
Sneddon,
en medio de todo, se vuelve hacia la salida también. Llevándose mi alma
destrozada entre sus manos.
—John, por favor... —Michael ruega
con voz críptica, contenida.
—Michael, yo...—John niega como respuesta.
Su rostro
lacerado en lágrimas, su temor me lastimaba hasta la piel.
—¡No, maldita sea!—más lágrimas aparecen
escociendo mis ojos—. ¡Espere!
Sneddon
se congela tras el sonar de mi voz, tan sólo para vislumbrarme ya a lo lejos.
Sus ojos
claros, invadiendo los míos. Michael sollozando a mi lado y con la respuesta en
mis manos. Millones de aguijonazos de hielo quebrando todo mi ser. Si podía
hacer lo que fuese para, más que ayudar, no perjudicar más a Michael... esto
sería.
Mi llanto
toma posesión de mi voz.
—M-me iré de aquí...
—No...—Michael
se aproxima acelerado hacia mí. Me toma del brazo para mecer mi cuerpo
entumecido y yo no me animo a mirarle siquiera. Ser testigo de toda esa sal
saliendo de sus ojos era ya bastante tortura para mí—. Rachel, no puedes irte.
No puedes dejarme así.
—Y-yo...—susurro
entre llantos. Cierro mis ojos con fuerza para no dejar salir toda esa
debilidad, para no toparme con el dolor que aprisiona a la persona que sostiene
mi vida. Y las lágrimas no cesan, el dolor no para.
—Sería la única forma—Sneddon espeta
detrás de nosotros.
Bill
asiente al acercarse sólo a Michael, lastimado, con los ojos sombríos y
ausentes.
—Michael—susurra—, por favor...
Pero Michael
continúa sólo mirándome a mí. Seguro intentando refugiarse en las pesadillas
que tomaban posesión de mi mente.
—Estaré
arriba...— llevo una sola mano a su mejilla con lentitud, antes de que Bill
pudiera lograr alejarle. Sus ojos, su expresión no cambian. No está mejor, sólo
está callado pero más lastimado que nunca—. A-ahí voy a estar esperándote.
No me
importa una mierda más, y dejo un beso frívolo sobre los labios de Michael. Uno
que a pesar de su escasa duración me deja sentir la forma en la que nuestras
lágrimas se entremezclan en la piel del otro. Un beso que duele, que quema,
pero que sé me dará seguridad, más de la que necesito.
Sneddon
ahoga un quejido de repulsión. Nos ha visto, lo sé.
Suelto a
Michael en seco, y salgo disparada de ahí. Corro escaleras arriba con mayor
ahínco, como si mi mero bienestar y la vida de Michael dependieran de que yo llegase
a nuestra habitación en sólo milésimas de segundo. Entonces, la sangre se me
detiene al percatarme de lo que estaría por ocurrir en sólo unos minutos con
Michael ahí, frágil, sólo, lastimado. Mío, y sin poder estar.
La imagen
es escalofriante, dolorosamente hiriente.
La puerta
se cierra tras de mí y yo apoyo mi espalda contra la fría madera. El silencio
resuena ensordecedor en mis oídos y por un momento me siento como atrapada en
uno de aquellos sueños en donde uno sabe que está soñando pero no puede
despertar; desesperada, impotente y terriblemente sola.
Me
aventuro unos cuantos pasos hacia el centro de la habitación; el eco de mis
pasos rebotaba contra los muros como reflejando mi desesperación. Mis ojos se
posan sobre la cama aún deshecha y por un momento me siento incapaz de romper
el nudo que me apresa la garganta. Retiro la vista inmediatamente por miedo a
echarme a llorar, porque aquél es sólo un camino sin salida.
Tengo que
ser fuerte por él, por nosotros. Pero, ¿Cómo ser fuerte si parecía que su dolor
se colaba por cada resquicio de aquella habitación, si parecía que me llamaba
con el pensamiento e impregnaba el aire de desesperanza? ¿Cómo ser fuerte si
sentía cómo le quebraban el alma de golpe con cada segundo que pasa?
El odio,
la rabia y la impotencia que me consumen brotan de mi alma en forma de un
sollozo que desgarra el silencio. Cierro los ojos para no ver el recuerdo de
sus ojos deshechos mirándome segundos antes de cerrar la puerta. Me llevo las
manos a los oídos para acallar el torbellino de ideas que amenazan con hacer
estragos en mi cordura.
Él,
expuesto, vulnerable, sólo.
Me siento
vacía, derrotada, rota. Sentada justo en el medio del colchón, mirando cómo
todo a mi alrededor gira en cámara lenta, percibo cada segundo volviéndose aire
por separado, cada minuto volviéndose en hora, cada sonido desde la planta baja
disparándose hacia su mero ser. Siento su presencia gritar mi nombre desde el
fondo de su dolor, y le respondo en silencio con la poca esperanza que me
queda.
—R-rachel...—su voz desvanecida
inunda la habitación entera.
Apresa mi
pecho, cada lágrima que sale de los ojos de ambos, cada atisbo de dolor que veo
en su mirar.
Ya estoy
soñando, estoy segura. No quiero seguir, no puedo. Mi alma se quema como si de
un trozo de papel le prendiera fuego. El sentido de todo se pierde y no logro
encontrar una razón por la que su figura ahí, varada bajo el umbral me parece
tan extraordinaria.
—Mi
amor...—abro mis brazos, y él se precipita hacia mí. El colchón ahora nos
resguarda a ambos y yo sólo muero por protegerle entre mis brazos.
Odio a
todo aquél que le desea ver así, mierda. Le odio, y no comprendo cómo es
posible que las cosas hayan tenido que resultar así. Que un ser tan inocente,
tan maravilloso y lleno de maravillosas intensiones, pudiese atravesar estos
momentos. Sufrir de esta forma.
—Está
bien, mi vida; déjalas salir...—lo intento, pero las lágrimas no paran, cada
vez caen más rápido. El dolor generado por la impotencia de no poder haber
hecho nada por alguien que es vital en mi vida, es lo peor—. Sé que has sido
lastimado, y que estas enojado y confundido. Así que adelante, y déjalas salir.
Te hará bien amor... lo sé.
Él
asiente tembloroso. Beso su cabello absorbiendo su aroma, comprendiendo que mi
Michael estaba ya bastante lejos de aquí. Intento separarle un poco para
ceñirnos de forma más reconfortante hacia el colchón, tratando de
revitalizarle, así me esté muriendo despacio en mi interior al mirarle de esa
mísera forma.
Entender
que daría mi existencia a cambio de que él no hubiese pasado por algo
semejante, que nunca nadie le hubiese siquiera lastimado. Ansiando y a la vez
temiendo por el momento en que algo parecido ocurriese de nuevo, pues a fin de
ellos, de todas aquellas personas asquerosas que le quieren herir, su deseo ya
estaba hecho. Nos han lastimado, y más aún, estaba segura de que a partir de
entonces ni Michael ni yo volveríamos a ser los mismos.
Nadie nos
dijo que fingir ser fuertes dolería el doble.
*****
“Fue una pesadilla,
una horrible pesadilla. Pero si tengo que pasar por esto para probar mi
inocencia, mi completa inocencia, lo haré. Durante toda mi vida, solo he
intentado ayudar a miles y miles de niños para tener una vida más feliz. Se me
llenan los ojos de lágrimas cuando veo a un niño sufrir. No soy culpable de
esas alegaciones. Pero si soy culpable de algo, es de dar todo lo que tengo
para ayudar a los niños de todo el mundo. Amo a todos los niños de todas las
edades y razas, es mi mayor satisfacción ver a los niños mantener su inocencia
y su sonrisa. Me divierto estando con ellos, disfruto que ellos tengan una
infancia que yo no he tenido.
Si soy culpable de
algo es solo de creer en las palabras de Dios: ‘Dejad que los niños se acerquen
a mí, porque de ellos es el reino de los cielos’. De ninguna manera pienso que
yo soy Dios, pero sí intento que mi corazón sea como Él... Soy totalmente
inocente de cualquier mal hecho. Sé que probaré que todas esas acusaciones son
falsas. De nuevo, a mis amigos y fans, muchas gracias por vuestro apoyo. Juntos
veremos el final de todo esto. Que Dios los bendiga. Los quiero, Adiós”
Katia!! Acabo de tener tiempo de ponerme al corriente (lamento muchísimo no haberlo hecho antes). Sólo quería decirte que, como siempre, me encantaron los capítulos. Eres increíble.
ResponderEliminarPd: No sabes lo increíblemente agradecida que me siento porque sigas confiando en mí y me dejes seguir ayudándote. Muchas gracias, amiga.