—Pero,
te vas a cuidar, ¿Verdad?
—Claro que me voy a cuidar, mamá—murmuro
cautelosa contra el auricular, más precavida aún por las muchas connotaciones
que ‘cuidar’ puede tener. A Joey se le salen un montón de risas a mis espaldas—.
Sería un crimen tener veintiocho años y no ser capaz de valerme por mí misma,
¿No crees?
Escucho
cómo deja escapar un suspiro largo.
—Supongo,
hija—musita—. Sólo quiero que todo
vaya bien.
—Lo está, y lo va a estar. Descuida.
—Bien.
Te dejo. Adiós, Rach. Te quiero.
—Te quiero, mamá—una sonrisa me traiciona—. Adiós.
Me quedo
viendo un puñado de segundos más el teléfono luego de que lo he devuelto a su
base. Mi madre a veces era capaz de preocuparse demasiado, y añadiéndole
‘Michael’ o ‘Moscú’ a una nueva noticia para ella el juego se vuelve cientos de
veces más complicado. Como quiera, tenía que admitir que yo esperaba una
reacción peor; lo ha manejado de maravilla.
Paso
ambas manos a través de mi cabello para despejarme, y me pongo de vuelta a
terminar de ordenar el equipaje, que los ojos de Monica ya me decían desde hace
rato que no le agrada nada el hecho de que todas mis cosas estuvieran regadas
por la sala de estar.
—Déjame ver si entendí bien.
Joey se
olvida de permanecer observándome desde el comedor, y se aproxima a la estancia
con una mirada dubitativa. Por detrás Monica le tuerce el gesto por no tenderle
sus platos sucios.
—Dime—continúo empacando. Coloco un par de
blusas y un pantalón más a la valija más grande. Casi no le pongo atención.
—Michael
te llamó hace unas semanas para asegurarse de que viajarían juntos a Tailandia,
¿Y le has dicho que no?
—Es correcto—asiento con él.
—Y estás empacando—apunta con su índice mis
valijas puestas sobre el sofá, cuando le encaro me doy cuenta de que está
contemplando toda mi ropa dispersada—. Para demasiados días, parece.
—Sí.
—¿Por qué?
Oh, Dios.
A tocar el tema de nuevo.
—Ya te lo
expliqué, Joey—me detengo a contemplar un par de blusas de rayón que tiendo
frente a mí. No sé si llevar la negra, o la verde. Termino por escoger ambas—.
Ése era mi plan desde un principio. Sí que iría con él, pero quería también
sorprenderle. Aparecer en dónde sea que él estuviera en cuanto me fuera
posible.
—No lo
sé, Rach—Monica musita al tiempo en que se gira para unirse a nosotros. Yo
trago saliva para prepararme hacia lo que tenga que decir—. No estoy del todo
convencida de que haya sido una gran idea. No lo entiendo, cuando le dijiste
que no, ¿No se molestó? ¿No se puso triste al menos?
La boca
se me seca en ese segundo, y me detengo. Es como si ella me hiciera caer en la
cuenta una y otra vez. Cuando le observo, percibo cómo se turbia su mirada.
—Ese es
el problema, Mon. No lo sé...—admito con voz queda, un poco débil—. Su voz
sonaba ansiosa por el teléfono esa vez, diferente, como si no fuera... en
realidad él.
Monica
chasquea su lengua y el desagrado se va a su rostro.
—¿Qué te dijo cuando le dijiste que
no irías con él?
—No me dijo nada.
—¿Nada?—se le frunce el ceño. Sus
ojos entrecerrados amenazan los míos.
En
respuesta a mi intención por lucir desinteresada, decido continuar organizando
todas mis cosas.
—No,
quiero decir... —repongo, sin mirarla—. Sé que iba a decirme algo, de eso estoy
segura. Pero, la llamada se interrumpió. No escuché nada más luego de un montón
de palabras entrecortadas.
—Y no has hablado con él desde entonces—me dice
cautelosa, y sólo la miro durante el medio segundo que me toma negar frente a
ella.
—Lo he
intentado, pero son Bill o Karen quienes toman mis llamadas. Michael ha estado
bastante ocupado.
Monica
asiente para ella, perdiendo su mirada en todo lo demás.
—Pero,
vamos. Eso mejora aún más mi plan, ¿No?—esta vez, me encargo de mirar a ambos
alternadamente—. Si no he hablado con él, mayor será la sorpresa.
—Sí, supongo...—ella dice cabizbaja, como si le
faltaran las palabras—. Espero que tengas razón.
—Claro que la tengo—espeto. No veo la razón de
su preocupación, había estado planeando esto por meses.
—¿Y por
qué esperar?—Joey se echa profundo al único sofá que no está inundado por toda
mi ropa, y me contempla con toda calma al llevar ambos brazos detrás de su
cabeza—. Hubieras podido irte junto con él desde un principio, ya tendrías
semanas allá.
—Porque
puedo permitirme pagar un pasaje de avión por mí misma, Joey—le pongo mala
cara. Incluso no puedo evitar sentirme un poco indignada—. Además de que justo
hasta hoy me han dado el bendito permiso en el trabajo.
Por fin
termino con la valija de mi ropa de diario. La cierro, cada uno de los cuatro
cierres que tiene, y me paso ahora a hurgar mi bolsillo de mano para revisar que
esté todo lo que puedo necesitar. Mi pasaporte, pase de abordar, el número de
teléfono que Bill me ha dado esta mañana, “Little
Women” para el vuelo, mi cartera, localizador, loción, gel para manos, y
tres paquetes de mi goma de mascar favorita, para la hora del despegue.
Sigo sin
dejar de buscar. Siento que aún me falta algo, pero no recuerdo qué.
—¿Estás de vacaciones?—Monica se cruza de
brazos y se apoya sobre el descansabrazos del sofá en el que Joey está tumbado.
—No—me
apuro a contestar, aún esculcando la pequeña valija. Un bolsillo y
compartimiento a la vez—. Me voy de viaje, junto con toneladas de trabajo que
mi querido jefe me ha encargado por hacer. ¿No es genial?
¡Maldición!
¿Qué es lo que me falta? Estoy desordenando mi equipaje y ni siquiera sé qué es
lo que estoy buscando.
—...Bien,
al menos ambos tendrán trabajo. Tampoco creo que Michael tenga mucho tiempo
libre fuera del escenario—aguarda, y luego se le escapan las risas más
atontadas que había escuchado brotar de ella. No me deja de otra que volverle a
mirar—. No podrás distraerlo fácilmente, si sabes lo que quiero decir.
“Distraerlo...” me repito de nuevo. Y es
cuando siento mis mejillas arder. Pero claro, se me olvidan los preservativos.
—Maldición...—mascullo
ya ocupándome de rebuscar la misma valija, al menos ahora ya sé lo que quiero
ver ahí. No... aún nada—. ¿Pero, dónde diablos...?
—¿Qué es lo que buscas?—Monica inquiere. Noto
sin alzar la vista que ambos ya están detrás de mí.
Su ayuda
me vendría de maravilla. Aunque, ¿Cómo decirles?
—Ah... es algo... personal—susurro, casi
imperceptible. Sintiéndome ya como si estuviera acorralada por ellos.
—¿Qué es?—Monica se abre paso para que ella
también pudiese buscar—. ¿Las compresas femeninas?
—No. No
estoy en mi periodo aún, Mon—replico—. Estoy buscando... otra cosa.
La dejo
frente a mis pertenencias, y lo primero que se me ocurre es intentar buscarlos
en la estantería del cuarto de baño. Tienen que estar ahí, no hay ningún otro
sitio seguro.
Monica se
ríe desde el exterior.
—Dime que bromeas—brama burlona—, ¿Estás
buscando preservativos?
Me quedo
helada, y aparezco frente a ambos derrotada, suspirando para no delatar mi
debilidad.
—Y-yo...
—¡Oh, no!
¡No! ¡No!—Joey zanja voraz. Me apunta con su índice y con sus ojos a punto de
desorbitarse, completamente atemorizado. Yo no puedo sino negar y estudiarle
pasmada—. El nuevo empaque... ¿E-era tuyo?
Su mirada
pusilánime me lo dice todo.
—¿Tú los tomaste?—la rabia en mi voz es
palpable. Tiene que estar jugando.
—¡Lo siento! ¡Lo siento!—exclama chillón juntando
las palmas de sus manos frente a mí. No espera más para precipitarse con
zancadas torpes hacia la puerta principal. ¡Los ha tomado él! ¡No puedo
creerlo!—. ¡Te conseguiré nuevos!
Abre la
puerta de una, e intercepta a la pobre Phoebe con brusquedad antes de
desaparecer de nuestra vista por completo. Ella le fulmina con una mirada
despectiva ya cerrando la puerta tras de sí, y yo, buscando refugiarme en la
mirada comprensiva de Monica me encuentro con su increíble lucha por aguantarse
la risa. Perfecto.
Y todo
aquello tenía que pasar, a sólo minutos de tener que irme.
—¿Pero qué ocurre con él?—Phoebe inquiere
extrañada, apuntando hacia sus espaldas con el pulgar.
—Joey robó a Rachel su protección—Monica se me
adelanta mezclando palabras con risas.
—Cierra
la boca—le contesto de una. En mi intento por olvidarme del asunto aunque fuese
por un par de minutos me acerco a Phoebe y le recibo de brazos abiertos y
esperanzada. Al menos, ella no se burlaba de mí—. Hola.
Termino
de abrazarla con más fuerza aún y antes de alejarme, ella se encarga de
contemplarme en paz, mostrándome una sonrisa despampanante.
—Quería
alcanzarte antes de que te fueras...—murmura. Juro por Dios, que si sus ojos
vidriosos no comienzan a hacerme llorar, será otro de los chicos quien logre
hacerlo—. No puedo creer que te vas por más de un mes.
—Lo sé...—susurro
sin dejar que la tranquilidad se apodere de mis facciones—. ¿Dónde están los
chicos? Quería verles también.
—Ross y
Chandler salieron a tomar algo. Seguro ya no tardan—se detiene un segundo para
contemplar el reloj de su muñeca—. ¿A qué hora sale tu avión?
—A media noche, tengo que estar en
el aeropuerto en una hora más o menos.
No dice
más, y me tenso ante la nueva sonrisa desbordante que me pone de frente. Ella
niega para mí, incrédula y vivaz, como si un millón de ideas se le hubieran
ocurrido de pronto y no encontrara la manera de hacérmelos saber.
El gesto
se me contagia, y ya siento mis ojos escocer.
—¿No estás emocionada?—susurra impaciente.
Niego con
movimientos entrecortados. Emocionada, aturdida, extasiada, drogada, intoxicada
por la idea de ver de nuevo a Michael se quedaría corto.
—Estoy... a punto de colapsar.
Entreabre
sus labios de nuevo y creo que va a decir algo más, pero no lo hace. De pronto,
la puerta principal se vuelve a abrir, y ambas fijamos la vista en quienes
acaban de llegar. Todo comienza a sentirse de maravilla de nuevo. En ese
momento, las prisas me dejan de importar, el nerviosismo, la inseguridad, todo.
Momentos como ese, en el que sé que puedo tenerles a todos juntos, son los que
me hacen embelesarme. Me hacen vibrar.
Chandler,
junto con Ross aparecen y es como que mis piernas me conducen a ellos sin darme
cuenta de nada.
—Más vale
que aguantes un par de minutos más sobre tus pies para poder abrazarte—Chandler
murmura con sus ojos azules atolondrados puestos sobre los míos.
Obedezco
como una tonta. Sin esperar, me dejo abrazar por él.
—Hasta creo que te voy a extrañar—musita en voz
baja. Me río, y puedo sentir sus brazos tomando fuerza detrás de mi espalda. No
es mi Chandler sin un poco de sarcasmo en su voz.
—Hasta creo que voy a extrañar tus
bromas que no comprendo.
Asiente
al dejarme ir, haciéndome sentir merecedora de la victoria ante mi respuesta. Al
final, deja un beso sobre mi mejilla, me cede el paso, y permanezco
contemplando a Ross más allá. Sus ojos hacen el nudo en mi garganta nacer.
Maldita
sea. No, no quiero llorar.
—...Ross.
Gimoteo
frente a él al tiempo en el que él se ocupa simplemente de tomarme en un roce
suave ambas manos.
—Va a ser
raro no tenerte por aquí un tiempo—murmura casi sin aliento. No puedo parar de
sonreír—. ¿Tienes todo lo que necesitas? ¿Sabes a dónde vas a llegar?
—Bill me
ha dado toda la información—asiento con ansias—. Con él ya me he puesto de
acuerdo.
Y me
contempla ahí, en nuestro propio silencio. Está tan tranquilo y en paz, que no
lo puedo creer.
—Te quiero, Green—susurra al dejar
un leve beso a la altura de mi frente.
—Y yo a ti, Geller—replico igual, y termino de
acercarme para abrazarle de una.
Le rodeo
de mis brazos como si mi estabilidad de ultraje emocional dependiera de ello.
Es tan reconfortante saber que todo está bien, que así ha estado la relación
desde hace ya tanto tiempo. Me ciega, me deja sin la más remota idea de que
todo, de alguna manera podría volver a salir mal. Porque es imposible, y
teniéndole a él, y a toda esa seguridad que me obsequia, simplemente no puede
ser.
Nos
dejamos ir, y Joey acapara mi completa atención paralizado en el umbral de la
puerta. Cómo no, con un envoltorio de farmacia en sus manos.
Mis
mejillas enardecen en el acto.
—Rach—musita
apenado. ¿Debería prepararme?—, tu taxi está allá abajo. Esperan por ti.
Parpadeo
aturdida, paseando mi vista con urgencia hacia todos los demás. Me siento
inundada por un sentimiento de urgencia apareciendo dentro.
—Oh... sí—mascullo volviéndome hacia
él—, yo...
—Y toma
esto—quita el envoltorio blanco del pequeño paquete de cartón. Son los
endemoniados preservativos, y no se le ha ocurrido otra cosa más que
devolvérmelos frente a Ross—. Y por favor, guárdalos muy bien.
Intento
que mi mirada le fulmine inmediatamente, arrebatándoselos de sus manos
entumecidas. Para cuando lo noto, Ross se encuentra mirándole con la misma
expresión.
—¿Es que esperan por mí para hacer
eso o...?—Ross suelta seco frente a él.
—Lo siento—replica Joey, echándose a
reír.
Involuntariamente
pongo los ojos en blanco. Vaya forma de sabotear el momento.
Chandler
ya se encuentra a mi lado sosteniendo la más grande de mis valijas en sus
brazos, Monica está detrás sosteniendo una más, y justo antes de que Ross puede
moverse, Joey ya se le adelanta para quitarle a ella la carga de encima y
ayudarle de inmediato. Yo mientras tanto, me apuro a tomar mi bolso de mano, y
guardar dentro la indecorosa entrega de Joey, que ya más de una vergüenza me
había hecho pasar.
—Gracias,
chicos—murmuro a prisa, mirándoles a los tres ya dirigiéndose escaleras abajo
con todas mis pertenencias encima.
Ross me
hace una seña amistosa al ser el último en salir. Entonces ahí, soy embestida
por mis chicas, que estrujan mi cuerpo entero sin siquiera haberme permitido
reaccionar de otro modo. Me aferro hacia ellas igual, cada una ceñida bajo mis
brazos. Así, cerca. Diciéndoles con mis ojos humedecidos, y no con palabras lo
mucho que les iba a extrañar.
—Por
favor...—Monica no reprime el cómo su voz se ha quebrado ya, al igual que la
mía—. Dile a Michael cuánto le queremos.
Se me
hiela la voz. El nudo en la garganta se vuelve en una sensación de que mi
corazón se hace más grande.
—Se lo recuerdo a diario, cielo.
Ambas me
sonríen, y me acompañan a salir. Por supuesto, no ando sola hacia el vestíbulo.
Ellas están ahí, y los chicos ya se han puesto a ordenar mis valijas en el
maletero de mi taxi designado. Me acerco a abrirme la puerta trasera con un
atisbo de temor, pero segura de que no podría despedirme ni una vez más de
todos ellos.
Un abrazo
más, y estaría derrumbada. No hay duda de ello.
—Al
Aeropuerto Newark, por favor—murmuro ubicando la mirada de mi conductor a
través del espejo retrovisor. En una última instancia hago un puñado más de
señas de despedida a mis amigos aún detenidos sobre la acera.
—Claro—me
dice gélidamente, y el motor arranca en el acto.
Y todos
ellos fuera, se hacen más pequeños a cada segundo, hasta no poderles ver.
Se me
sale un suspiro. Luego de tanto tiempo, es una ida al aeropuerto diferente, una
que no se me va a olvidar. Estoy sola, el automóvil es viejo y huele un poco
mal, la música que sale del estéreo no es de mis preferidas y Bill no está delante
de mí como para cambiar la canción. Nadie está tomando mi mano, y Nueva York
está al exterior, no Los Angeles. Michael no está a mi lado.
Estudio
los vehículos que rebasamos con atención. Las luces contrastando con la
oscuridad del cielo y el tráfico me hacen pensar, plantearme escenarios de qué
va a decir Michael, ¡Qué va a hacer! Cuando me vea ahí, apareciendo de pronto
en su habitación de hotel. Se va a molestar, eso es seguro. Primero por haberle
mentido deliberadamente, segundo porque ya se lo había prometido, y tercero,
por haberle hecho creer que una vez más iba a estar atravesando la gira por sí
mismo. Pero no duraría mucho tiempo su enojo, ¿No? Yo le haría embelesarse, le
atajaría cada queja con miles de besos, todos en diferentes partes de su piel,
cada uno más intenso que el de antes.
Me
sorprendo sonriendo, pegada a mi ventanilla. Ya quiero verle, maldita sea. Ya
quiero llegar.
Por
suerte, el silencioso transcurso no dura demasiado, considerando que mi
conductor ha maniobrado bien, y nos detenemos frente a la terminal de salidas
internacionales. Al salir él me ayuda a tomar mis valijas del maletero, y yo le
agradezco con una sonrisa amable luego de haber pagado por el viaje. Me
estremezco sin cesar. No puedo evitar darme cuenta de que a cada segundo mis
movimientos son más torpes, es cada vez más grande mi ansiedad.
Me dirijo
a mi andén a esperar en la cola, mientras mi valija más grande está siendo
inspeccionada por los agentes de seguridad. Miro alrededor cuando por fin
muestro mi pase de embarque al encargado; son más personas de las que pensaba,
y todas viajando a Moscú. Al menos me he elegido ventanilla.
—Aquí
tiene—musita con una sonrisa, devolviéndome el pasaje y todos mis documentos—.
Buen viaje.
—Gracias.
Le
devuelvo una sonrisa idéntica o mayor, pareciéndome ya de por sí perfecto. Hace
años que no trataba con un encargado de andén, o aguardaba en una sala de
espera que no fuese privada. Suspiro, y conforme el aire se me escapa siento
cómo la emoción brota de mí. Todo en conjunto, es más fácil de lo que esperé.
Es revivir viejas, pero cálidas experiencias.
Y ahora,
a esperar.
*****
Estoy
adormilada, con frío, y algo cansada.
Ha sido
un recorrido largo desde que he descendido del avión hasta cada ventanilla de
documentación que tengo que pisar. Por suerte cada persona con la que trato en
el trayecto hacia la cinta de equipajes es políglota, y no me paso por ninguna
vergüenza o no tengo que salir huyendo si alguien se dirige hacia mí con un
ruso perfecto. No sabría ni qué rayos hacer.
Luego de
recuperar un poco la seguridad en mi dirección me detengo en un pequeño quiosco
de autoservicio para comprar un tentempié. Me sale carísimo, utilizando la
tarjeta de crédito por la inmensa comisión que se lleva la pequeña tienda. Pero
claro, así es todo dentro de un aeropuerto. Sonriendo, e imaginándome el
pequeño infarto que le daría a Ross si se enterara del precio, salgo de la
tienda por fin, en busca de algún asiento en el que pueda sentarme a esperar.
¿Qué? No lo sé. Pero si tomo un taxi no sabría a dónde sería el destino.
Mi bolso
vibra tendiendo de mi hombro derecho, lo tomo con urgencia y me doy cuenta de
que mi localizador no deja de sonar. Es del mismo número que Bill me dio esa
misma mañana, o el día anterior. Mierda, ¿He perdido la noción del cambio de
horario? ¿Justo acabando de llegar?
Camino a
trastabillas torpes por el lugar, hasta toparme con una cabina telefónica que
se encuentra disponible. Espero que la llamada no me salga increíblemente cara
también.
—¿Rachel?—alguien me susurra sin haber
añadido nada más. Inmediatamente reconozco ese tono grave y protector.
Es como
si me sintiera más protegida de pronto.
—¿Bill?
Por Dios, ¿Eres tú?—ciño más el auricular a mi oído—. Apenas y puedo oírte.
—Las líneas tienen una calidad desastrosa,
más aún, cerca del aeropuerto—replica más tranquilo. Estoy segura de que se
trata de él—. No sabes lo aliviado que
estoy de poderte contactarte por fin. Tengo toda la tarde intentando.
—Lo siento. Mi vuelo se retrasó un
poco desde Nueva York. ¿Todo bien?
Contemplo
el teléfono de monedas sobre mí, y cuántos interruptores diferentes tiene. Bill
no me dice nada más. Aguardo y sólo escucho una serie de sonidos con él.
—S-sí,
Rachel—titubea—. Todo va... bien.
—¿Estás
seguro?—trato de enfatizar mi voz. Hay un algo en su respuesta de antes que no
me deja muy tranquila.
—Sólo descuida—me suelta, y niego a la
par. Me alarma el hecho de que no me ha dado un ‘sí’ o ‘no’—. Escucha, ¿Aún estás en el aeropuerto?
Meneo la
cabeza para tratar de despejarme de ideas equivocadas.
—Sí, justo tomé mi equipaje de la
banda de inspección. Sigo en la terminal.
—¿Y
has solicitado un taxi?
—No, aún no, yo...—vacilo de pronto.
¿Tenía que pedir uno?
—Ah, perfecto—me corta amable—. Porque hace horas envié un coche a recogerte
ahí mismo, hija. Sabes que ni una persona más puede enterarse de dónde está
Michael hospedado. Y es más, estoy casi seguro de que la persona que envié ya
ha de estar por ahí.
—Por
supuesto—un suspiro de alivio brota en unísono con mi respuesta. Pero, antes de
imaginarme todo en orden, aún me tengo que asegurar de algo—. Gracias. Y,
¿Bill?
—Dime.
Escucho
ruido excesivo del otro lado de la línea. En un segundo me alejo el auricular
para asegurarme por mí misma de que el problema no lo tengo yo.
—Mi llegada...—musito—. Él no sabe
nada de esto, ¿Verdad?
—Michael
no tiene ni la más mínima idea. Quédate tranquila.
—Perfecto—las razones por las que
tengo que sonreír comienzan a aparecer.
—Estoy completamente seguro de que el verte
le caerá como en gloria—añade con un tono vivo—. Ya me lo imagino.
Quiero
contestar, pero la sonrisa petrificando cada facción de mi rostro me lo impide.
Es increíble que mi plan ha tenido éxito, al menos hasta ahora. Paseo mi vista
por el lugar entero para tratar de reponerme de la increíble idea, consciente
de que Bill aún aguarda a que le vuelva a hablar. Pero en el mismo instante, un
hombre de edad, serio, y con un traje de vestir lustroso me quita toda la
atención puesta en Bill. Quiero desear
que es sólo mi imaginación el parecerme que se dirige hacia mí, pero, ¿Cómo?
Cuando le contemplo que lleva un rótulo blanco con “Rachel Green” escrito en
él.
Me
reprendo a mí misma. No me sorprendería que por el cansancio, me he pasado de
él.
—Ah,
Bill...—mi voz se turbia, hablo aún sin dejar de mirar a la persona acercarse—.
¿La persona que has enviado por mí es un hombre robusto, cabello claro y rostro
serio? Como de cincuenta años.
—De hecho pienso que lo has descrito a la
perfección—Bill se echa a reír por lo bajo—, ¿Por qué?
—Lo acabo de ver, tiene mi nombre
escrito con él.
—Ahí lo tienes, entonces—me contesta, al
tiempo en que ya me encuentro con el teléfono sostenido entre mi hombro y mi
cuello para reunir todo mi equipaje del suelo otra vez—. Será mejor que salgas de ahí ya. Yo te veré mañana seguramente.
—No sé cómo agradecerte, en verdad.
—Ni lo
menciones...—se apresura a replicar—. Aunque
sí, hazme un pequeño favor.
—Dime—miro
por detrás de mí antes de concentrarme en su voz. Cuando el hombre en cuestión
se me acerca lo suficiente le dedico la mejor mirada de disculpa que se me
puede ocurrir. De inmediato se le cambia el rostro por uno más dulce.
—Procura no cansar mucho a Michael esta
noche. Mañana tiene un espectáculo que dar.
Mis
mejillas se entumecen en el acto. ¿Es lo que piensa? ¡Dios!
—Adiós, Bill.
—Ya—termina
de reírse y replica—. Te veo, linda.
Cuelgo,
entonces sonrío con timidez al volverme hacia él. Ya está varado a mi lado.
—¿Rachel
Green?—entrecierra sus ojos hacia mí con cierto deje de recelo. Seguro no me
conoce. Yo no le había visto antes tampoco.
—Sí—le
aseguro sosteniendo su mirada.
—Mi
nombre es Yannick Allain—el hombre se arregla su bonita corbata al hablar. Vaya
nombre—. Lo lamento, pero tengo que hacerle una pregunta antes de irnos. Es por
seguridad, simplemente.
—Claro—replico
de inmediato. Y mi mente ya se encuentra cavilando entre todas las posibles
preguntas que me podría hacer. Ya lo sabría todo de cualquier modo,
seguramente. ¿No?
Tuerce el
gesto por un momento más, como si aún se lo estuviera pensando. En el mismo
momento, ya se encuentra tomando mi equipaje de entre mis brazos.
—Un
hombre me ha enviado aquí por usted—aunque su rostro es serio, su voz se
tambalea un poco—. ¿Cuál es el nombre de esa persona?
—Bill
Bray.
Y sólo
una sonrisa más basta para ambos.
—Acompáñeme,
por favor—termina de cogerme el equipaje, y comienza a encaminarnos a ambos
hacia el aparcamiento.
—Gracias.
Tengo que
usar mi abrigo apenas salimos al exterior. Si creía estar acostumbrada al clima
frío de Nueva York, entonces pisar Moscú, especialmente en pleno otoño no es
para nada igual. Una manta amplia y gruesa de nubes grises cubre el cielo, y
por la hora, no hay ningún rayo de sol que me pueda calentar. Hasta el aire que
respiro ya me dice que estoy bastante lejos de casa. Encontrándome al fin en el
asiento trasero del automóvil de Yannick es cuando tomo la iniciativa de
tranquilizarme por fin. Siento el vibrar del motor, y me digno a disfrutar de
la vista.
Al mirar
al exterior recuerdo el cómo Michael me había dicho una vez “Rusia es un acertijo envuelto en un misterio
dentro de un enigma”.
Y lo es,
Moscú es a sobremanera, hermoso.
El camino
que tomamos está rodeado por colinas que circundan antes de llegar al centro de
la ciudad. Estoy paralizada mirándolo todo, encantada. Conforme adentramos me
encuentro monumentos exquisitos, parques, y zonas residenciales con preciosos
jardines. Está un inmenso río también, rodeándolo todo. ¿Cómo se llamaba? Estoy
segura de que Michael lo había mencionado alguna vez; ¿El Río Moscova? Creo que
es así. Es todo tan hermoso, y perfecto a la vez. La ciudad se encuentra
salpicada por muchos otros canales y ríos, que me sería imposible recordar el
nombre de todos. Tenía que pedirle a Michael que me los recalcara de nuevo.
Vislumbro
el majestuoso Kremlin más lejos, no
me puedo creer posible que estoy justo aquí, sobre toda esta belleza innata del
paisaje de Rusia y más aún, sabiendo que Michael, mi Michael también se encuentra cerca. Que al parecer, está
hospedado cerca del centro histórico de la ciudad. El “Metropol Hotel” se tiende frente a nosotros, y no contengo más las
ganas de salir disparada del auto.
Cuando
entro a la habitación—cómo no, ubicada en el último piso—, apenas parezco capaz
de respirar.
Todo está
oscuro en el interior, y dejo caer mi equipaje en el suelo para tentar la pared
en busca del interruptor. Contando con que Yannick me ha asegurado de que
Michael aún no ha regresado de sus ensayos aún, no se me ocurre tener mayor
cuidado al entrometerme más allá, y cuando por fin puedo encender una pequeña
lámpara de la estancia, lo primero que mis ojos vislumbran cerca es la enorme
cama posicionada frente a mí, con un solo lado deshecho. El derecho, me sonrío,
es su lado de siempre.
Percatarme
de la ostentosa decoración me hace quedarme helada en medio de un suspiro.
Los muros
de la habitación están revestidos por tonalidades cálidas y doradas, en algunos
rincones incluso se encuentran ciertos toques de roble que enmarcan más el
lugar. Cuadros y retratos intensamente preciosos pintados al óleo que tienden a
cada dirección que volteo acompañando los costados de cada inmenso ventanal. Más allá está Moscú, como nos lo habíamos
prometido. Me aproximo a la cama para apreciarla incluso mejor; está al
puro estilo de Michael. No puedo evitar que mi mente evoque aquella mañana fría
en Nueva York, en la que me he escabullido a su habitación de hotel mientras él
aún estaba dormido.
Una
sonrisa que esbozo yo misma me traiciona ahí.
En la
estancia en la que he dejado esparcidas mis cosas, los sofás se encuentran
agrupados de forma elegante, todos cercando una mesita de centro hecha de
cristal, bastante hermosa también. Ahí mismo se encuentra un sobre amarillo
tamaño oficio. Me aproximo a tomarlo y mirar; está sellado. Pero tiene el
nombre completo de Michael en él.
Asuntos
de la gira, me digo de prisa. No puede ser nada más.
Lo dejo
en el mismo sitio y me lanzo hacia el cuarto de baño deseando ya sentir el agua
fría estampándose contra mi rostro áspero. Me miro en el espejo entrecerrando
la puerta tras mi paso, y se me nubla la vista de la horrible sorpresa. Las
horas de viaje me dejaron un aspecto terrible en mi cara completa, luzco más
pálida de alguna forma. El agua del lavabo sale a presión, aguardo a que
entibie, y me empapo todo el rostro.
El
repiqueteo de unos pasos nacen de la estancia. Es un sonido bastante familiar,
ritmo, suavidad y armonía conocidos. Son los mismos mocasines que aparecen
hasta en mis sueños más gélidos. Michael... ¿Él está aquí? Mi corazón martillea
de forma tal, hasta el borde del colapso.
La bocina
del teléfono inunda el lugar entero, y con ella un suspiro quejoso le acompaña.
—¿Sí?
…John.
Estoy más
que segura. Es su voz, su tonalidad deliciosa. No me puedo mover.
—Ahora
mismo estoy exhausto—continúa con el mismo tono de desgane. ¿Está exhausto? Y
mientras tanto, por mi mente ya se encuentran brotando cientos de ideas de cómo
le podría sorprender—. No puedes aguardar a una respuesta, ¿no?
Permanece
en silencio por un par de segundos. Yo me aseguro de no estar al alcance de su
vista. Estoy que no soporto la emoción en mí misma, mierda.
—En casa
de Brett, ¿Dices? Bien—musita un poco más amable. ¿De qué hablará con John?—.
Claro. Luego de año nuevo... ¿Estás segura de que Lisa también ha accedido a
esto?
¿Lisa?
Articulo con mis labios. Michael se echa a reír más allá.
—¿Tenía
opción?—repone al final, sus palabras aún son seguidas por las mismas risitas.
No, no.
Eso no importa ahora, Rachel. Vamos, concéntrate.
Aprecio
mi reflejo en el espejo en una última instancia cargada de impaciencia. ¿Mi
cabello está muy desaliñado? No, ya lo he arreglado. ¿Mi atuendo? ¿Mi máscara
de pestañas? Bien, diligente, pero al menos alcanza a disimular un poco las
bolsas debajo de mis ojos. Mierda, ya quiero verle, ya quiero tenerle para mí.
Tomo el pomo de la puerta entrecerrada, y me detengo ahí, en necesidad de un
suspiro de desahogo más. Que sea lo que tenga que ser.
Pisoteo
cabizbaja, pero con rapidez. Y mi cuerpo colisiona con otro justo ahí,
haciéndome atontar.
—¿¡Mi amor...!?
Esa voz me hace reaccionar.
Izo la vista hacia arriba. Es él, es Michael
maldita sea, estando varado debajo del umbral, hermoso hasta lo increíble, sus
mejillas se tiñen de un perfecto color rojo y su cabello está atado con una
media coleta improvisada. Pálido, frágil, y sin apartar sus ojos oscuros de mí,
sin dejar de escrudiñar mi mirada como tanto lo he disfrutado. Me tambalean las
rodillas sólo por un segundo, sé que estoy a punto de colapsar. Él está
simplemente... perfecto.
Las últimas semanas sin él ahí mismo
desaparecieron, en el instante en el que me lanzo sobre él.
—¡Michael!—gimoteo
al colisionar de brazos abiertos contra su cuerpo. Choco contra él con tal
ímpetu que la fuerza de nuestro impacto le hace retroceder un puñado de pasos
más atrás.
El
golpetazo me deja completamente sin aliento, y con la cabeza vencida contra la
superficie de su pecho paralizado. Puedo volver a sentirme yo misma, a
sentirnos a nosotros. Mi corazón se desemboca en los latidos más potentes que
había sentido, y la sangre me circula caliente y turbia en el interior de mis
venas. Inspiro con urgencia, mientras me aferro con una fuerza sobre natural
contra él para inspirar su aroma embriagador. No es como ninguno otro, no hay
otro exquisito olor que se le pueda comparar. Entonces, antes de que pudiera
obligarme a formular la mínima palabra, él me arrastra con movimientos
desencajados hacia él, pasmado, sintiendo tambaleante cada parte de mi espalda.
—Pero, ¿Qué
haces aquí?—hay una fulminante sensación de alivio en su voz rota, y no me doy
cuenta en el que sus jadeos se convierten en roces deliciosos, perfectos besos
que él va depositando por cada parte de mi rostro. Urgentes, imperiosos y
ávidos. Es el paraíso. Sus labios limpian las lágrimas que resbalan por mi
piel. Quiero hablar pero el nudo en la garganta continúa obstruyéndome el habla—.
Yo he creído que...
—...Era una sorpresa, maldición—zanjo con
tierna necesidad, cargada de toda esa bruma que surge en mi voz cada que le
siento así de cerca. Cuando mi vista se impregna de sus ojos, puedo notar que
él lagrimea también—. E-era... sólo una sorpresa.
Tomo del
cuello de su camisa para hundir mis labios en los suyos con demencia. Su
carnosidad cede, y recibe mi roce para asegurarme de que él me había necesitado
también. Siento su mano aprisionando mi nuca y dándome una sensación de
necesidad que tanto extrañé, que me hacía tocar el cielo.
—Tomé un
avión y lo decidí—no puedo reprimir el anhelo jadeante que sale de mi voz—.
Como lo has dicho; tenía que tenerte conmigo, con Moscú más allá de nuestra
ventana.
Él niega
exasperado, como si no hubiera terminado de comprender. Mirándome sólo a mí, y
con una sonrisa congelada que se apodera de su expresión entera.
—Ni
siquiera me he percatado de que tus cosas estaban aquí—titubea con su voz
tropezando, y pasea sus ojos ardientes por nuestro alrededor—. He estado tan
distraído últimamente... No puedo creerlo.
—Cariño—entre
mis sollozos, me echo a reír tratando de recalcar lo obvio—, moví incluso
algunas cosas de su lugar. La cama, mi equipaje, incluso el sobre que estaba
sobre la mesilla lo he...
—¿El
sobre?—me mira desorientado. En ese mismo momento dirige su mirada hacia el
centro de la estancia. Le sigo para asegurarme de que de hecho, he dejado el
sobre en el mismo lugar—. No lo has abierto, ¿Verdad? ¿Lo viste, linda?
—N-no—replico, frunciendo el ceño—.
Pero, ¿Ocurre algo?
Menea la
cabeza con sus ojos anegándose de lágrimas aún más. Vuelve a incrustar su
mirada en la mía y el sólo contemplarle así me hace carraspear mi garganta en
sollozos más profundos.
—Nada
malo, mi vida—Michael se aproxima a dejar un pequeño beso sobre mi frente.
Cierro los ojos ante la bendita sensación—. Ocurre que has llegado cuando más
te he necesitado. Tenerte aquí, conmigo... Saberte cerca, es... Puedo estar
rodeado de gente. Miles, millones. Pero estando sin ti, es algo que no...
—...Pero
estoy aquí—no le dejo continuar—. Es junto a ti donde siempre quiero estar,
Michael. Te extraño, te amo tanto... me haces falta a cada maldito día en que
sé que no estarás ahí para verte, tocarte, besarte…
De golpe,
Michael termina sus palabras con sus labios adheridos a mi boca. Me reclama,
siento cómo es que nuestros alientos terminan fundiéndose y nuestras propias
lágrimas mezclándose sobre nuestra piel al momento en el que él ya me tiene
bien aferrada de la cintura. Yo rodeo su cuello entre mis brazos, enredo mis
dedos entre sus rulos perfectos y me quedo a su merced. Permito que haga de mi
boca su mejor pasatiempo, entonces me muerde, entrelaza sus labios con los míos
con premiación mientras su lengua encuentra la mía sin más.
No puedo
evitar jadear dentro de su boca. El ardor, todo ese exquisito desenfreno me
hace ver que la sensación de excitación está brotándome dentro, en mi
entrepierna, en mi piel, en mis labios deshaciéndose con los suyos. No le
quiero sólo en mi boca, le quiero en mi cuello, en todos lados. Que me bese
despacio, pasar mi lengua por toda su piel, sin reservas, sin apuros, sin pensármelo
más. Sólo besarle y disfrutar cada centímetro de su boca. Le deseo simplemente.
Su mano
logra tocar la piel de mi espalda sin darme cuenta. La ropa me empieza a
estorbar.
—C-creí,
o deseo no haberte escuchado decirlo...—mi aliento se disipa en su cavidad.
Miro cómo le centellan sus ojos embelesados, y la forma en que lo he dejado
respirando entrecortadamente. Por un momento casi me lamento el no haber podido
cumplir con el favor de Bill—. ¿Es verdad que estás exhausto ahora?
Termina
por sonreírme con ojos deslumbrantes y ardientes.
—Nadie ha
dicho que lo estoy—susurra contra mi piel, sus labios se adhieren lenta y
seductoramente a los míos de nuevo. No sé cuánto más podré soportarlo.
—Es que tu
amor me ha hecho tanta falta en casa.
—Rachel...—se
ríe frente a mí. Está tan increíblemente perfecto, no lo concibo—. Conmigo no
te va a faltar amor... y si te falta, lo hacemos.
Me aparta
el pelo que cae cubriendo mi cuello, y se inclina para besar la línea que va de
mi mandíbula hasta mi garganta mientras me va arrastrando con frenesí hacia la
enorme cama. Caigo profunda contra el colchón, y yo me estremezco de placer,
tambaleo por todo el calor que llevo dentro.
Mis ojos
se cierran instintivamente, aún sintiendo su boca meciéndose contra mi cuello y
mi piel. Aferro su cuerpo con más cercanía al mío mientras la cúspide de mis
muslos se abre haciéndole espacio para posicionarse mejor encima de mí, para
permitir que continúe devorándome como sólo él sabe dar placer. Entonces gimo,
tomando de su cabello, increíblemente excitada.
—Por
favor...—gimo entre todo el desenfreno e irremediablemente, ya me encuentro
amenazando con comenzar a desprender cada uno de los ojales de su camisa oscura—.
Por favor, Michael... Q-quiero hacerlo.
Quiero
que esté dentro de mí, en mi corazón o haciéndome el amor, no importa.
Sus ojos
me miran cargados de lujuria.
—Dilo...—susurra,
y advierto un último beso que desciende por mi piel. Le frunzo el ceño como
puedo obtener las fuerzas para hacerlo—. Di que eres mía, Rachel.
—Soy
tuya...—exhalo suavemente cerca de su rostro volviéndose hacia el mío—. Lo he
sido desde que te conocí. Te amo. Lo haré para siempre, Michael.
—Te amo,
pequeña...
Me las
arreglo para girarme sobre él mismo, no aguardo más y le comienzo a besar. Mi
lengua se pasea por la comisura de sus labios y sus manos buscan nada tediosas
la forma de sacarme la blusa de encima. Mis manos hurgan la tela de su camisa,
y la hacen ceder hasta dejar que la prenda caiga en el suelo mientras nuestras
lenguas aún están deshaciéndose una con la otra, ahora yo le hago gemir. Me
deja embelesada por su perfección, su piel es más hermosa de lo que me había
atrevido a evocar, todo él es precioso, y es mío. Le miro extasiada, es
delicioso tenerle a mi merced. Estoy encima de él devorando su boca, y el deseo
se encarga de hacer que mis bragas se humedezcan al mecer su cuerpo con fuerza en
torno al mío.
—Hermosa...—masculla.
Jadea
cuando empiezo a besar cada centímetro de su pecho, cuando mis manos le
acarician cada parte sublime de su piel. Le tomo con decisión, él se asegura de
sacarme los vaqueros también, sin prisas, con fervor. Hago su cinturón
desaparecer y bajo la cremallera de sus pantalones. Al final me deshago de
ellos al tiempo en el que él se incorpora para despojarme del sujetador. Me
ciñe hacia él, y siento cómo su excitación se abre paso y también se hace mía.
Le aprieto un poco, lo acaricio. Siento todo el poder que sé que puedo tener en
él.
Desperdigamos
besos, susurros, y el aliento por cada rincón. Me aseguro de memorizar este
momento por siempre, pasando las palmas de mis manos por toda esa piel cremosa
que me hace vibrar, arder por dentro, que me hace sentirme de nuevo yo.
—Estuve
bastante mal sin ti...—su mano derecha está posada en mis pechos, y con la otra
se asegura de mantener mi rostro a milímetros del suyo mientras nos hace girar
quedando él ahora encima de mí.
Sonrío al
tiempo que tomo de su mentón, irguiéndome contra su cuerpo con decadentes
movimientos que me posicionan al final de su abdomen, al borde de mi locura.
Está a punto de hacerme suya.
—Tú eres quien me salva a mí—admito
con un hilo de voz.
Me sonríe
lánguido, complacido además. Le deseo tanto.
—Bésame... por favor.
Obedezco,
y entonces, se hunde dentro de mí, con un ritmo lento y celestial.
Nuestro
ritmo se aviva con locura, y me va haciendo suya conforme sus manos cobran vida
pegadas a mi piel. Me toca y roza entre gemidos, y su sexo me embiste entre
besos, con cada delicioso vaivén. Fantaseo con su piel y su olor, me invade un
frenesí de calor. Sólo me erotizo, me excito y me muerdo los labios. Aquél
aroma exquisito de su torso pegado al mío y la cálida humedad que alberga su
anatomía posterior. Inspiro por él, me aferro a su cuerpo con deseo de volver a
besarle, ansiarle, que se adentre en mi interior y por fin hacerme etérea junto
a él, mi amor, como los eternos amantes que somos.
En mi
interior le siento dejarse llevar, y ahí el mundo colapsa para ambos.
Saberle
en mis brazos, hacerme gritar, exigir y rogar acelerar un ritmo que hace que
mis piernas tambaleen y se tensen debajo de él, innegablemente gracias al
orgasmo que los dos compartimos. Michael besa mi frente en paz, y mis pulmones
vuelven a sentir el aire fluyendo.
Jamás me
cansaría de hacerle feliz, de hacernos uno sólo cuando su deseo me asegura lo
mucho que me ama. No existe nada más.
*****
Cuando me
despierto lo primero que siento es un frío infernal. Mis ojos luchan por
abrirse debajo de toda esa luz otoñal que inunda la habitación, y lo primero
que se me ocurre es cubrir bien mi cuerpo bajo las cobijas. Estiro mis piernas
por debajo del edredón, y mis brazos le buscan también, tratan de ubicar esa
exquisita fuente de calor que él podría darme en cualquier momento que le
necesitara, pero no lo logro encontrar. Me incorporo sobre el colchón; no veo a
Michael por ningún lado.
Me siento
en la cama para contemplar mejor la habitación. Mi equipaje, continúa en donde
lo he dejado, mi ropa descansa en el respaldo de uno de los sofás, y tras el
ventanal se disipa el mismo manto espeso de nubosidad en el cielo. Las
construcciones se ven más hermosas con la luz del día sobre ellas, aunque el
sol no esté presente de por sí. Un segundero llama mi atención, y vislumbro el
reloj que descansa sobre la mesita de noche; son casi las dos de la tarde.
Maldición, ¿De verdad he dormido tanto? No puede ser posible.
Arrastro
mi cuerpo fuera del colchón llevando conmigo la sábana envolviendo mi cuerpo.
Hace demasiado frío. En el salón, justo donde había notado que descansaba antes
el gran sobre amarillo de Michael, está un pequeño recado manuscrito por él. No
hay nada más, el sobre ha desaparecido.
“He tenido que irme
antes, me espera un día bastante interesante que atravesar. Te amo, y quiero
ser capaz de recordártelo siempre, sin importar lo que tengamos que enfrentar.
Tuyo siempre, Michael.
Pd: No te muevas de ahí, por la tarde un coche se encargará de
recogerte y llevarte al auditorio. No puedo esperar a encontrarme contigo.”
—Yo
también te amo...—el susurro se me escapa de forma involuntaria, aún
sosteniendo la nota que ha dejado para mí.
Son
instrucciones claras. Con suerte, el día no se me pasaría tan lento y en menos
de poder asimilarlo podré encontrarme con él. Luego de tanto tiempo, podrá
asistir a uno más de sus conciertos.
Luego de
una diligente ducha, decido usar los pantalones de cintura alta más cómodos que
me he elegido desde casa, uso zapatillas deportivas y un suéter corto color
beige que me reconforta del frío crudo del lugar. Me tomo el atrevimiento de
ordenarme la comida a la habitación también, decido pedirme algo no muy
tradicional por miedo a no gustar de ello y terminar dejándolo. Estudio cada
atisbo de la habitación con mayor detenimiento que la noche anterior; no deja
de asombrarme lo hermosa que es. Apuesto a que el mismo Michael tiene que ver
con la decoración de las habitaciones en las que se hospeda. El closet está
vacío, todas sus pertenencias yacen aún dentro de sus valijas. Los cajones de
la cómoda, el estante del baño y las cómodas también. Todo excepto la estancia,
que es donde se esparcen distintas cintas del video junto a la televisión.
“The Pride of The Yankees” tomo una cinta
de tantas. Me parece haberla visto en casa antes, la reconozco por lo agrietada
que está la caratula, ¿Esta cinta no es de Joey?
Como eso
de las seis y treinta de la tarde, como tenía previsto, un automóvil me busca
en el hotel. Se me pone una tímida sonrisa en el rostro cuando ubico el rostro
del conductor por el espejo retrovisor al entrar al asiento trasero; es Yannick
de nuevo. Le saludo, me devuelve el cálido gesto y emprendemos marcha en
dirección hacia el auditorio en el que Michael daría el Show.
El
trayecto hacia el Estadio Olímpico Luzhnikí no es tan largo como esperaba, pero
sí diferente a la primera experiencia que tuve al arribar al Madison Square
Garden años atrás. De alguna razón me toca toparme con el bullicio o las
interminables colas de gente que se dirigían al estadio, el recorrido que
tomamos nos lleva de forma más directa y tranquila además. Aunque claro, aquella
vez iba como espectadora, ahora voy con un agente de seguridad, y directo a
encontrarme tras bambalinas con Michael. Dentro de mi estómago me fulmina una
punzada de ansiedad. Esto será perfecto.
Al
llegar, Yannick me coloca una insignia de “Visitante VIP” sobre el pecho para
conducirme dentro. Atravesamos infinitud de corredores largos, sucios y oscuros
que nos permiten acercarnos. Es un ambiente raro para mí. No sé cómo los
trabajadores no se pierden aquí dentro. En mi intento por ubicar a Michael, algunas
personas se me quedan mirando de forma extraña, otras más me abrazan con la
mirada, y una a sóla, más allá, se le iluminan los bonitos ojos por verme.
Karen me lanza montones de señas y besos por el aire al percatarse de que me
encuentro ahí. Me quiero acercar, urgente por abrazarla, pero noto que está
trabajando en el maquillaje de alguien más. Decido dejarlo para después.
Conforme
nos acercamos, puedo darme cuenta de que en efecto, el bullicioso griterío se
va volviendo más insoportable a cada segundo, insostenible hasta volverse
terriblemente real.
—¡Rachel!
Me giro
con brusquedad en el mismo instante en el que creo escuchar que alguien
menciona mi nombre. Bill me mira con una pequeña sonrisa en su rostro.
—¿Bill...?—le
sonrío instintivamente, y me acerco para dedicarle un pequeño abrazo. Hacía
tiempo que no le veía.
—Me da
mucho gusto verte—murmura con volumen alto. Todo el ruido disipándose casi no me deja comprenderle. Por detrás de él
se acerca a nosotros un hombre bien vestido y de aspecto familiar que me recibe
con la misma sonrisa—. John Branca, ¿Lo recuerdas? Es el abogado de Michael.
—Hola...—John me dice, adulzando su
expresión.
Por
supuesto, se trata de John.
—Claro,
John. Hola...—por un momento aparento tranquilidad al estrecharle la mano un
poco, luego, me giro hacia Bill y parece que el hechizo ahí termina—. Bill, ¿En
dónde está Michael? He tratado de ubicarlo pero no ha aparecido por ningún
lado.
Ambos
enmudecen, y se miran alternadamente con cierto aire de preocupación. Si estaba
buscando una manera más obvia de aumentar mi ansiedad ellos me la estaban
dando.
Se
mantienen ese par de miradas serias por unos segundos antes de fulminarme con
esos mismos ojos angustiados.
—Me temo
que no podrás verle por ahora, Rachel...—Bill se aproxima a mi oído a susurrar,
consciente de que no le escucharía con facilidad.
—¿Qué?—inquiero y le frunzo el ceño—.
Yo he creído que...
—...Es
que hay algo de lo que tenemos que hablar—John me interrumpe con voz queda, en
eso me olvido de dirigirme sólo a Bill—. Algo que decirte.
Bill
asiente con él. Y ambos sólo me conducen hacia otro sitio cercano mientras voy
caminando de forma vaga por el lugar, frunciendo los labios con fuerza, e
imaginándome que lo que sea que me tengan que decir no podría tener mayor
problema. Terminamos en una habitación tipo estudio en el que al entrar y
cerrar la puerta, el bullicio aparenta haberse desvanecido casi en su
totalidad. Dentro no hay mucho más que una pequeña grabadora descansando sobre
una mesa posicionada al centro. Me le quedo mirando a Bill, terriblemente
confundida.
—¿Qué es esto?—pierdo el aire seguro de mi voz—.
¿Qué es lo que ocurre, Bill?
A Bill se
le escapa un tremendo suspiro.
—Me temo
que hay problemas, Rachel—susurra sin siquiera mirarme—. Problemas serios.
Me
estremezco por dentro, y estudio cómo Bill le tiende una mano a John como
indicando que él tiene que continuar. John asiente, y sobre la mesa lanza de
forma brusca un envoltorio amarillo. Es el mismo sobre que se encontraba dentro
del hotel, sólo que esta vez, ya está completamente trozado. Ni me había
percatado de que lo traía consigo.
Niego
turbada frente a ambos. Aún no entiendo nada.
—Dentro
de esta grabadora, hay una grabación que ha llegado a nuestras manos desde una
fuente anónima, Rachel—escucho la voz de John mientras mis ojos aún se
encuentran detenidos en el viejo aparato.
—Michael,
y nosotros también...—Bill repone—. Creemos importante que estés enterada de
esto.
Sus
rostros no pintan más que sólo preocupación. Se me seca la boca.
—Bill, me
estás asustando—trago saliva en busca de que mis palabras no tropiecen unas con
otras—. Por favor, explícame ya...
Se
asienten mutuamente, y John echa un suspiro filoso al aire. Sin más, da play a la casetera.
—...No conseguirás nada por ese camino.
Una voz
se remeda entre todo nuestro silencio. Se escucha tan perfecto que me
estremezco por el aire familiar que le encuentro de pronto. Pero, no estoy
segura. ¿Ése es Dave? ¿Dave Schwartz?
—Escúchame, grandísimo idiota...—alguien
diferente replica ahí, enfurecido. Una punzada de dolor se desliza por mi pecho
cuando comprendo de quién se trata—.
Jackson es un hombre cruel. Es peor que eso, y poseo la evidencia para
probarlo.
Pero no
puede ser. Es Evan.
—Evan, no, escúchame...—el primer hombre
continúa, como si buscara tranquilizarle. Sí, ahora estoy segura de que es él.
—Me he conseguido al mejor abogado que pude
encontrar. Una sola llamada telefónica bastaría para que este sujeto destruya a
todo el que yo quiera de la manera más astuta, desagradable y cruel que sea
posible. Le he otorgado la total autoridad para hacerlo.
Dave sólo
suspira más allá.
—Obtendré todo lo que quiera, Dave. Ese
idiota será destruido para siempre... June perderá, y la carrera de Michael
habrá finalizado.
—Entonces dime cómo es que tu plan va a
apoyar a Jordie—es palpable la nueva tensión que ha adoptado su voz. Yo
niego a la par, con los ojos perdidos—. Porque
yo no lo puedo ver.
—Eso es irrelevante para mí...—Evan
contesta de forma enigmática, y por mi cabeza se pasan una ráfaga de
pensamientos desgarradores que me dificultan respirar, que me originan un nudo
en medio de la garganta. Pero, ¿Cómo puede decir algo así? Mierda, ¿Es que
ninguno de los padres de ese pequeño eran personas cuerdas?—. Lo único que sé es que mi hijo ha sido dañado,
irremediablemente. Y será una masacre si no obtengo lo que quiero. El asunto
estallará y destrozará todo a su paso. Este hombre será humillado hasta lo
indecible.
No...
¿Pero, de qué diablos hablan? ¿Qué es lo que planea hacer? Busco refugio en los
ojos entrecerrados de Bill y John frente a mí. Ambos niegan, y John sólo se
encuentra balanceándose sobre sus talones de forma azorada. Ni uno se inmuta en
devolverme la mirada. Parece que cada uno está inmerso en un trance diferente.
La
desesperación que me inunda es sofocante, siento ahí cómo las lágrimas
comienzan a brotar.
—...Será peor que en sus más posibles pesadillas.
Llevo una
mano a mis labios, y cuando lo escucho, siento que hasta respirar me rompe el
corazón.
La grabación
termina ahí. La humedad que deja la primera lágrima que cae sobre mi mejilla
hace que el frío de la habitación me golpee la cara con crudeza.
—Y-yo...
no lo entiendo...—envuelvo mi propio cuerpo con mis brazos. Mi voz aparece
destruida—. Michael... Él... ¿Ya sabe de esto?
—É-el se
acaba de enterar...—John musita de forma ausente—. Justo antes de que tú
llegaras.
Me quedo
helada. Sacudo la cabeza de un lado a otro con energía.
—¿Y por
qué diablos no han hecho nada?—les digo a ambos, defensiva—. ¿Le han permitido
seguir con el show así nada más?
—Rachel,
Michael ha insistido...—Bill me explica sobrecogido—. Recibimos llamadas de
June y Dave, por montones. Pero Michael jamás le quiso atender. Está por demás
enfurecido con ella. ¿Has visto un teléfono en la habitación del hotel? No,
porque él se ha deshecho de todos. Simplemente no quiere saber más nada de
ello.
—N-no...
no puede ser, no. Yo... —siento cómo la sangre huye de mi rostro y se me hace
un agujero en el estómago. ¡June, maldita sea! ¡Toda esta mierda ha comenzado
por ella!
—...Evan
procedió—Bill me corta, tomando con sus manos temblorosas el sobre que John
lanzó antes. Eso era... Por eso Michael preguntó si lo había abierto—. Inició
con una orden de restricción para mantenerle alejado de Jordie... Michel, por
supuesto no lo aceptó y...
—¿Y qué, Bill? ¡Dime!—percibo que me
empiezo a hiperventilar.
—Ha tirado un golpe más fuerte—John
añade al final.
Ambos me
fulminan con la misma desgarradora mirada, mientras yo intento limpiarme las
lágrimas que han caído por mi rostro con las yemas de mis dedos, tratando de
concentrarme en respirar.
Bill da
un paso más hacia mí.
—El bastardo acusó a Michael de
abuso sexual.
Es como
si le hubiera escuchado dentro de una alucinación.
Más
lágrimas caen, y lo próximo que se prolonga en el cuarto es el tremendo azotón
que doy a la puerta al haber salido de ahí. Mis oídos estallan cuando
intercepto el viejo sonido del bullicio avivándose, y camino con zancadas
atontadas a pesar del escozor de mis lágrimas a través de los cuerpos de los
trabajadores y técnicos, ubicándome en dirección al escenario. Pero un
estruendo inhumano me detiene el aliento, y el griterío de las personas
multiplica la terrible intensidad.
No,
Michael aún no ha salido. Me repito una, y otra vez. No, por favor, no.
Deseo
verle, salir de ahí y encontrarlo. Si lo hago, ¿Para qué? No lo sé, pero sólo
tenía que hacerlo. Él me tiene que ver una vez más.
Entretanto,
le observo allá afuera por fin, al tiempo en el que mi llanto se agrava. Me
encuentro tan cerca, pero no me puedo mover. Su cuerpo está detenido justo al
centro del escenario y una manta brillante de pirotecnia se desvanece detrás de
él. Ahogo un quejido de dolor.
Michael
se deshace de sus anteojos oscuros, y le veo; noto que una lágrima se está
escapando de sus ojos.
Katiaaaa! Ya no sé ni cómo decirte lo mucho que me gusta lo que haces. Este capítulo es... wow. Lo tiene todo, amor, pasión, intriga, tensión. Ya no puedo esperar al siguiente (jeje). Te quiero!
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