Dejo de
mirar más allá de la ventana en el instante en que Jordie pega un grito más con
su vista completamente clavada a la televisión. La sorpresa me obliga a ponerle
atención de nuevo, y miro la pantalla también; al parecer, por fin ha
conseguido superar su máxima puntuación en el videojuego. Se me escapa una
pequeña sonrisa en el acto.
Empeñado
en acompañarle en su pequeña celebración, me paro de la cama y tomo asiento
sobre la moqueta también, posicionándome a su lado.
—¡Vaya,
vaya!—bramo y asiento con aprobación. El chiquillo incluso me ha superado a mí.
¡Imposible!—. Lo lograste, ¿Cómo es que esto ha sucedido?
Él deja
salir algunas risas y encogiéndose de hombros inicia una nueva partida.
—Te he
dicho que podría hacerlo—me dice sereno, ambos continuamos observando la
pantalla de televisión—. ¿No creías que he estado practicando? ¡Tenía que
vencerte alguna vez!
—Pues, lo
has hecho en verdad—musito y meso con brusquedad su cabeza, dejando su cabello
desordenado—. Te felicito, Jordie.
—Gracias,
Michael...—dice con una voz baja, y más aún, cargada de decepción—. Al menos
estabas tú presente para mirarlo.
Instintivamente
pestañeo en torno a él. El tono de su voz me desconcierta de inmediato.
—¿Sueles
estar mucho tiempo sólo, Jordie?—inquiero. Él ni de broma deja de mirar la
televisión, está concentrado en el juego.
—Los
fines de semana más que otros días—contesta—. Sólo cuando tengo que visitar a
mi papá. Creo que no ha tenido buena racha con el consultorio dental y, pues,
tiene que trabajar algunas horas extras cuando le visito.
—¿Y qué
hay de Lily? ¿Ella no se queda contigo?
—Ella
prefiere quedarse con mamá la mayoría de las veces.
—...Ya
veo.
En el
mismo instante asiento para mí, aún repitiendo lo dicho. Me parece increíble
que Jordie maneje el estar cuentas de horas y horas sólo en casa. Y más aún,
tener el tipo de conocimiento que le deja saber si Evan gana o no gana bien en
su trabajo. Compartiendo el dato con tal naturalidad, como si un niño pequeño
tuviese que saber ese tipo de cosas para sobrellevar la realidad.
Asuntos
sobre el dinero, el divorcio y problemas con sus padres, y a cierto grado, la
soledad. Dolorosamente, Jordie tiene muchas cosas con las que tiene que lidiar
día con día, cosas de las que él ni por asomo se tendría que enterar. Y me
duele, me lastima saberle así. Entonces, me alegra que él pueda sentirme cerca.
Sus ojos
se vuelven hacia los míos por un segundo.
—Por eso me encanta que nos invites a Neverland—admite.
Se le ve tan vulnerable al hablar—. O bueno, como ahora que has venido tú a mi
casa. Me divierto mucho contigo.
—Yo
también—le digo sin dejar de sonreír. ¿Cómo podría, luego de lo que ha dicho? —.
Te aseguro que yo también me divierto mucho contigo.
Jordie me
devuelve el gesto con sus ojos cristalinos, y luego de un segundo vira hacia la
pantalla para continuar jugando y ponerse a ello de vuelta. Me apetece decirle
algo, jugarle alguna pequeña broma para distraerle y hacerle perder o incluso
me pasa por la cabeza arrebatarle el comando y hacerle enojar, pero advierto el
sonido de una puerta cediendo desde fuera de la habitación, y me olvido
completamente de ello, o de reaccionar en realidad.
Busco de
forma inmediata algún reloj por todo el lugar. ¿Qué hora es siquiera?
—Jordie—le miro, o al menos trato de hacerlo.
Él no despega su atención del videojuego—. ¿Tu padre suele llegar por estas
horas?
—Ah...—bisbisea
un segundo, y pone mirada de extrañez—. Es raro, pero sí, podría ser él.
Aunque, no te preocupes. Seguro tiene
llave con que entrar.
Oculto mi
sonrisa nerviosa con mis manos. No es precisamente eso lo que me preocupa.
Contrario a mis pensamientos me incorporo para ponerme de pie. Si yo soy el
único adulto que está acompañándole, debería asegurarme de quién acaba de
arribar. ¿No?
—Ahora vuelvo—le digo ya al
alejarme. Jordie apenas y me pone atención.
Con el
pomo de la puerta en mi mano, echo un último vistazo a la habitación antes de
salir. Realmente está desordenada; hay juguetes, comida y basura por todos
lados. A cada rincón que aprecio hay algo que no está en su lugar, está hecha
un desastre que ni cuenta me he dado de cómo ha tenido lugar. Si Evan llega a
verlo, no se llevará una bonita sorpresa al respecto, por seguro.
Meneo la
cabeza para despejarme un poco. En cuanto vuelva, me podría poner a ordenar un
poco y matar algo más de tiempo, y de paso podría olvidarme de la tensión que
siento dentro, de los terribles nervios que no me dejan ni pensar.
Cierro la
puerta, y al vislumbrar más allá me quedo petrificado. Es June, tendiendo su
abrigo sobre el perchero de la estancia.
—June—su nombre se me escapa de
forma involuntaria.
Se gira de
golpe, y pestañea de forma turbia al llevar ambas manos a su pecho. Está claro
que ella no esperaba verme.
Decido
acercarme un poco más.
—Michael...—bisbisea impasible. Puedo percibir
su incomodidad por la forma en que se cruza de brazos—. Hola... Durante el
trabajo he tratado de llamarte a tu casa por horas enteras y nadie ha podido
comunicarme contigo.
—Así es—señalo,
y trato de evitar su mirada turbia por un momento—. He estado fuera de Neverland
desde esta mañana.
Me sonríe
débil, como si apenas lo pudiera soportar.
Entonces,
las palabras de Rachel revolotean desembocadas por la totalidad de mis
pensamientos, una, otra, y otra vez. El cómo me lo confesaba todo acerca de
June, la forma en la que se le escapaban infinitas lágrimas al hablar, su miedo
y su completa desesperación convirtiéndose en sal turbia contra mi pecho. Todo
ese pesar.
Estaba
dicho, yo lo había creído más rápido de lo que un reflejo imita mis movimientos
y, eventualmente, lo había tenido que comprender. Estaba seguro de que como sé
que Rachel no me dice más que la verdad, June está implicada, y ella no confía
en mí en torno a Jordie, por más que busque pretender lo contrario.
No me
digno siquiera en devolverle el gesto.
—Sólo...—susurra, y yo le miro apenas de reojo—.
Me alegra haberte encontrado por aquí.
Aguardo
un poco por si a caso tiene algo más para decir, al tiempo en que apoyo mi
cuerpo en el descansabrazos del pequeño sofá. June por su parte, evade mis
intenciones al dirigir su vista hacia la habitación de Jordie. Sus ojos tienen
cierto aire de temor. Advierto desesperación creciéndome dentro.
—Jordie
está en su habitación—espeto al encogerme de hombros, sulfurando cada una de
sus preguntas. Me vuelve a mirar—. Está bastante concentrado jugando
videojuegos, así que... aquí me tienes.
—¿Qué?
Resoplo
de forma obvia. A ver qué tipo de pretensión tomará ahora.
—Vamos—le digo—, has dicho que me has estado
buscando durante la tarde. Supongo que hay algo que querías decirme.
“O algo
más de lo que me tengas que reclamar.” Pienso para mí.
June se
cruza de brazos y evita mi mirada por un momento antes de verle con ánimos de
hablar.
—¿Qué estás haciendo aquí, Michael?
—¿Disculpa?—le encaro frunciendo el ceño al
mismo tiempo que me pongo de pie.
—Michael...—de
pronto adopta una actitud tranquila y comprensiva. No le entiendo, sinceramente—.
Sé que Evan está por aparecer. Seguro no tarda ya y... me pone nerviosa el
hecho de que...
—...No te
preocupes, June, de verdad—le interrumpo en paz para tratar de tranquilizarla—.
El mismo Evan me ha invitado a pasar la noche en su casa. Está interesado en
conocerme mejor, ¿No es así? Además, la primera vez que le he conocido, en
Neverland, hemos congeniado bien. ¿Entonces por qué estás tan preocupada?
Evoca un
par de risas vacías. Me le quedo mirando sin comprender.
—Es que no tienes por qué tomar todo lo que te
dice en serio—murmura, sonriendo de forma vaga, como si estuviera recordando
algún momento triste del pasado. Quizá tendría que otorgarle ésta. Después de
todo, ella es la ex esposa de Evan—. Créeme, lo he sabido a lo largo de los
años.
Luego de
un chasquido, continúa:
—Además, Neverland está a más de dos
horas de aquí, no tenías qué...
—...No ha sido problema—le corto—. Justo vengo
del centro. Hace unas horas he llevado a Rachel al aeropuerto y bueno, el lugar
me quedaba de paso.
Entonces
niego conforme voy explicándome, y un silencio tremendo aparece entre los dos.
Si ella no planea añadir nada más, yo sí.
—Supongo que la intención de Evan es llegar a
agrandar su confianza en mí respecto a mi relación con Jordie—es el momento
exacto en el que ella me vuelve a mirar—. Que al menos uno de los dos confíe.
Detecto
indignación en ella, su mirada se hace sombría y abre la comisura de sus labios
como si estuviera a punto de decirme algo, pero parece olvidarse de ello en el
instante en que unas luces salen dispersadas a través de la totalidad de la
habitación. Como si fuese un reflejo, ella se dirige a la ventana detrás de
ella a mirar, y sin siquiera acercarme advierto un par de maldiciones escapando
de sus labios.
Escucho
la puerta de un auto cerrándose fuera, y luego, alguien aproximándose. June me
dedica una última mirada de compasión.
—Sólo... espero que sepas lo que
estás haciendo.
Se me
seca la boca de sólo apreciar su expresión de temor. June se aparta un poco y
no transcurren más de diez segundos para que Evan termine por atravesar la
puerta y entrar, trayendo consigo un maletín formal y un par de bolsas de
plástico blancas. Ella le sonríe, o al menos lo intenta, y yo, me quedo ahí,
esperando por una reacción de su parte.
—Michael...—Evan dice hacia mí. Evidentemente
ha pasado a June por alto—. Diablos, has venido. Apareciste de verdad.
Nos
aproximamos el uno al otro, y me da un vigoroso apretón de manos. Me tambaleo
un poco por la fuerza, pero simulo seguridad. Dios, no puede dejar de parecerme
obvio el parecido que tiene con Jordie.
—Ni que
lo digas—contesto, mientras él me devuelve mi mano—. No ha sido nada.
—Quizá no
para ti, pero para Jordie lo sería todo, ¿No?
Me limito
a sonreír. No sé cómo tomarme el comentario. Finalmente se le acerca a June
también, y le obsequia otro apretón de manos igual de seco que el mío, aunque
un poco más suave también. Ella gesticula una sonrisa débil.
—June...—Evan murmura con seriedad—.
Hola.
—Hola, Evan—luego de contestar, June vuelve a
cruzarse de brazos. Su indiferencia es palpable, es incómodo de presenciar
hasta cierto punto.
Me tomo
las manos y me pierdo mirando mis dedos anudados.
—Y bien, ¿Dónde está el niño?—él le dice, y
frente a June sostiene alto las bolsas de plástico que lleva para que ella
pudiera tomarlas—. He traído la cena.
—Oh...—esta
vez, yo decido contestar—. Jordie está en su habitación, yo...
Evidentemente
deja de escucharme cuando tiene la oportunidad, y sin añadir más nada Evan
comienza a andar en torno a la habitación de Jordie. Maldición, verá la
habitación hecha un asco. Inmediatamente me incorporo, y quiero dirigirme tras
él. Le dedico un último vistazo amable a June y comienzo a andar.
Cuando le
alcanzo al pie de la puerta, lo primero que visualizo es a Evan dándole un gran
abrazo a su hijo. Le toma con fuerza, e incluso me replanteo seriamente la idea
de regresar a la estancia y desaparecer de la habitación, pero hay algo más que
no puedo dejar de mirar; al abrazarle, Jordie se muestra totalmente rígido y
serio, como si le fuera indiferente que su padre justo acaba de llegar.
—Jordie,
pero mira todo esto—Evan musita luego de dejarle ir, su vista se pasea
atolondrada por toda la habitación—. ¿De dónde has sacado todo esto? ¿Quién te
dio todos estos juguetes?
Jordie me
mira divertido. Siento un retortijón en el estómago de pronto.
—Me los
ha obsequiado Michael—Jordie suena orgulloso. Se acerca a la pantalla y apunta
con su índice hacia el suelo, apenas manteniendo esa inmensa sonrisa—. ¿Viste
ya mi consola de videojuegos? Él me la dio también. ¡Es estupenda!
En ese
momento Evan se vuelve hacia mí, y sus ojos me muestran cierto deje sombrío. Si
una de las razones por las que había accedido a aparecer era mostrarle a él que
yo no trataba de tomar su lugar en la vida de Jordie, me estaba saliendo un
poco mal. Jordie está saboteándome el plan involuntariamente.
Le sonrío
igual, poniendo indiferencia al asunto.
—Me
gustaría saber lo estupenda que es a mí también—añado, apoyándome contra el
umbral y cruzándome de brazos—. Con eso de que ni de broma me ha tocado jugar
con ella.
Jordie deja
un par de risas despistadas salir.
—Sí,
quizá yo juegue una partida con Michael después—Evan murmura, y luego de
bufarse, la seriedad regresa a su rostro—. Quiero que recojas todo esto,
Jordie. Es un desastre. Y date prisa, que tu mamá está sirviendo la cena.
Entonces
él sale de la habitación luego de hablar, dejando a Jordie con una mirada vaga
persiguiéndole. ¿Así es de voluble siempre?
—Sí, así es siempre—Jordie susurra con cautela
hacia mí, respondiendo a una pregunta que yo ni siquiera había formulado en voz
alta.
Lo único
que se me ocurre es sonreír.
—Ya lo oíste—le animo simulando un golpecillo
en su cabeza—. Hay que recoger, te ayudo.
Entre
Jordie y yo hacemos de la habitación un sitio verdaderamente irreconocible. Le
ayudo a levantar la basura mientras él devuelve sus cosas a su respectivo
lugar, apilamos alguna ropa que había lanzado por los suelos y al final le
tengo que convencer de que deje la consola de videojuego para más tarde y le
apresuro para salir. June y Evan ya esperan por nosotros en el comedor, y la
cena ya estaba puesta en los sitios de cada cual.
La cena
por suerte se me pasa relativamente rápido. Relativamente, si más que
concentrarme en terminar la comida de mi plato, me concentro en ponerle más
atención a las palabras y risas de Jordie, que a las miradas despectivas y con
recelo que se envían de un momento a otro Evan y June. No puedo evitar
preguntarme si de verdad June suele frecuentar a Evan mientras Jordie le
visita, o es algo que está haciendo por el simple hecho de que yo me encuentre
presente. Luego de tanto tiempo, June lamentablemente se había convertido en
una persona indescifrable para mí, sin remedio. Mi visión había cambiado en
torno a ella.
Permanecemos
conversando por el tiempo que nos es posible, escuchando algunas de las
anécdotas que Evan se empeña tanto en interpretar respecto a su trabajo. Al
parecer es un dentista, y por lo que comprendo, Jordie tenía razón; no le
estaba yendo tan bien últimamente y, una vez más, me sorprendió el cómo saca el
tema a relucir sin ningún tipo de sutileza. Prefiero evitar mirar el rostro
preocupado de Jordie cuando su conversación toca el tema.
Yo le
hago preguntas a él, y él a mí. Sé que ambos tratamos de llegar a conocer más
uno del otro y lucho hasta lo indecible por cooperar y no dejar que todo se
vaya al demonio. Pero, es que, a veces sus preguntas podían llegar a ser tan
fuera de lugar, tan personales, que me estaba quedando sin mentirillas piadosas
disponibles para contestar.
“Seguridad”
me recuerdo, de nuevo. “Seguridad ante todo.”
—Así que
en el lugar en el que vives... Neverland—Evan masculla al llevar un bocado a su
boca. Pronuncia el nombre como si fuera motivo de burla. Le miro con seriedad—.
¿Sueles estar tú sólo? ¿Siempre?
—Oh, no—se
me escapan unas risas. Menuda idea ha de tener de mí—. Neverland suele estar
lleno de gente. Desde los jardines hasta las oficinas, en la cocina, estudio o
en alguna que otra habitación. Además de que suelo visitar mucho a mis padres
en la ciudad, o mi familia también visita mi hogar. Yo no podría sostener un
lugar así por mi mera cuenta.
Él, junto
con June se me quedan mirando comprensivos.
—Tienes
razón—añade un poco más relajado—, ahora que lo he visto, suena imposible. No
imagino la cantidad de dinero que se tendría que invertir.
Opto por
no contestar. ¿Qué ha querido decir?
—Pero Michael puede hacerlo sin problema—Jordie
dice a nuestro lado con una voz preñada de inocencia—. Él tiene mucho dinero.
—Jordie...—June susurra seria, a tono de
reprobación. Esta vez le doy la razón a ella. No me apetece tocar ese tipo de
tema.
—¿Qué?
¡Es cierto!—Jordie replica indignado y azotando los cubiertos contra la
superficie de la mesa—. El otro día mientras jugábamos me dijo que planeaba
comprarse un avión porque odia tomar los vuelos normales. ¿Y recuerdas cuando
fuimos a Disneyland? En el aeropuerto la gente no dejaba de acercarse a
nosotros. Era espantoso.
Siento mi
aliento entrecortarse. Quiero reprimirle el habla a Jordie pero no se me ocurre
cómo podría. Evan se gira y me mira despectivo. Maldición.
—¿Han ido a Disneyland?—inquiere—.
¿Cuándo ocurrió eso?
—S-sí, bueno...—titubeo al limpiar mis labios
con una servilleta. ¡Dios! ¿Qué le digo?
—En mi cumpleaños—Jordie repone, disfrutando de
la conversación. No tiene idea de nada—. Ha sido uno de los mejores días de mi
vida.
Irremediablemente,
Evan encara sombrío a June. Espero que nada vaya mal.
—¿Cómo es que yo no sabía de esto, June?—le
pregunta, en un tono más bajo.
—Ha sido
una sorpresa, Evan—ella susurra igual—. Michael lo decidió y bueno, no he
podido decirle que no. Ni a él, ni a los niños. Olvidé comentártelo, eso es
todo.
Un
tremendo silencio nos encuentra cuando June termina de hablar. Evan no formula
palabra o gesticula alguna expresión. Está ido. Me le quedo mirando pero no
percibo nada más, salvo el terrible miedo de que quizá se encontraba pensando
ideas completamente equivocadas.
Aclaro mi
garganta en medio de ello, y decido continuar:
—...De
cualquier forma, en cuanto tengo tiempo libre, vuelo a Nueva York y me quedo
ahí por un tiempo.
—¿Nueva York? ¿Tienes otra casa allá?—me
pregunta Evan, y retoma su comida. Creo que un pequeño suspiro brota de mis
labios.
—Un
pequeño departamento—contesto hacia él, encogiéndome de hombros—. Prefiero
tener un lugar propio al que pueda llegar a tener que registrarme en un hotel
cada vez.
—Entonces eso quiere decir que vas
seguido.
—Sí—musito, aunque cuidadoso. ¿Por qué no dejo
de pensar que quiere guiar mi conversación por otro lado?
Jordie
inspira y todos nos giramos hacia él.
—Rachel vive en Nueva York, ¿No?
Oh,
maldición. No, Rachel no puede salir a flote. No ahora.
June me
mira con preocupación.
—¿Rachel? Es la chica que estaba contigo la
primera vez que fui a Neverland, ¿No?—Evan se incorpora sobre la silla para
ponerme atención—. ¿Quién es ella?
—Oh, ella es...—June dice echándose
a reír despistada.
—...Rachel es una de mis mejores amigas—le
corto con amabilidad y actuando indiferente. Deseando poner ya fin al asunto—.
Somos muy unidos.
Jordie me
lanza una mirada diligente y recelosa. Sabe que he mentido. Entonces, clavo mi
vista hacia mi plato a medio terminar. Ya no puedo comer ni un trozo más, de
pronto se me borra el apetito.
—Es un
poco tarde ya—la voz de June me distrae. Me incorporo para mirarle y la
encuentro ya de pie para dirigirse con su plato a la cocina—. Lily y Dave me
esperan, creo que debería irme.
—Bien—Evan asiente indiferente. Sus ojos
encuentran los míos y me pinta una sonrisa vaga—. ¿Pasas la noche, Michael?
—Ah, sí—asiento.
—Correcto—me responde, y se pone de pie también
para llevar su plato a la loza—. Jordie, despídete de tu madre.
Eso
dicho, decido seguirle también. Jordie ya se ocupa de acercarse a June para
despedirse y me he quedado sólo en la mesa.
Al
atravesar el comedor, miro más allá mis pertenencias puestas sobre el sofá de
la estancia. Un atisbo de preocupación aparece. Ni siquiera hemos acordado
dónde dormiré. Me dispongo a acercarme a Evan para consultarlo.
—Justo
estaba por decirte que por mí no habría ningún problema, Evan—le digo al tiempo
que dejo mi plato junto con el de él—. Podría quedarme en un sofá de la estancia
o...
—¿Qué?—se sonríe hacia mí con desconcierto—. De
eso nada, ¿Cómo iba a permitir que durmieras sólo en el sofá?
—De
acuerdo...—le pierdo de vista por un momento, mientras trato de cavilar por
alguna opción diferente. El gesto se le endurece un poco a él—. Jordie me ha
dicho que tienen una habitación de huéspedes. Si quieres...
—Imposible—me interrumpe—. La tengo repleta de
cosas y equipo del consultorio.
—¿De verdad...?—June brama detrás,
incrédula.
Evan y yo
viramos hacia ella. Me aseguro de que Jordie ya no está ahí antes de devolverle
la misma incertidumbre. No tenía ni idea de que ella nos estaba escuchando.
—Sí, June—Evan espeta con prontitud. Puedo
darme cuenta de la seriedad con la que le mira.
—De acuerdo—June se encoge de hombros, toma su
abrigo del mismo perchero para ya usarlo y toma el pomo de la puerta para salir—,
les dejo. Adiós.
No nos da
oportunidad de responderle más. Evan lanza un quejido al aire cuando ella
cierra la puerta y se devuelve al lavaloza de nuevo. June se había ido, sí,
pero la incomodidad sigue en cada partícula de aire en el lugar. Está claro que
nunca me sentiré del todo acogido.
—¿Entonces?—le sigo inmediatamente.
Él frunce
el ceño por un instante, luego asiente y retomamos el tema.
—Jordie
tiene una cama disponible en su habitación—musita, y comienza con la limpieza
de la vajilla luego de dejar caer un poco de agua—. Te quedarás con él, si te
parece.
—¿Cómo?—me le quedo viendo. ¿Qué ese no había
sido el conflicto en un principio?
Me
encara, con un mohín.
—¿Tienes problema?—me dice.
—No... es sólo...
Trastabillan
mis palabras, pero no puedo hablar. Sus ojos son realmente sombríos, o al menos
así lo aparentan cada que se encontraban sobre mí. Este hombre no tiene ni un
pelo de gracia. No sé si algún día todo esto podrá funcionar entre él y yo
pero, lamentablemente, estoy comenzando a desear no tener que involucrarme
tanto con él en un futuro como lo tenía previsto. Es el tipo de personas que
prefiero alejadas de mí.
—Bien—musito en voz baja.
—Adelante
entonces—sonríe—. Estás en tu casa. Termino con esto y yo también me voy a
dormir.
—Claro.
Él vuelve
a lo suyo, y yo, luego de tomar mis pertenencias del sofá, cruzo el largo
pasillo camino al cuarto de baño dispuesto a alistarme para dormir. Al andar
cerca de la puerta de Jordie me doy cuenta de que sólo se ha regresado a su
habitación para continuar con los videojuegos. Creo que me río en el acto; va a
pasar mucho tiempo antes de que se canse de ello.
Me pongo
el pijama y cepillo los dientes en menos tiempo del que deseo. Termino, y
pretendo despejarme un poco echándome puñados de agua fría contra el rostro.
Está claro que va a ser una noche larga, cansada e incómoda también. ¿Por qué
la insistencia de Evan en que me quede a dormir en la habitación de Jordie? Es
irónico, o quiero pensar que son sólo ideas mías pensar que hay una intensión
detrás de sus palabras. Suponiendo que, según lo que me había dicho Rachel, él
sonaba molesto como el demonio cuando June le mencionó acerca de la otra noche
por teléfono. No tiene ningún sentido.
Seco mi
rostro presionando la toalla contra mi piel por un momento, y un suspiro
agotador se me sale ahí. No, tengo que equivocarme. Todo está bien. Evan verá
que no hay nada de qué preocuparse y todo va a arreglarse.
Cuando
salgo, me percato de que Evan ya no se encuentra en la cocina. Todo está a
oscuras en la estancia y el comedor salvo por una luz escapándose de la
habitación de Jordie y de otra puerta cerrada más encontrándose a la izquierda.
Me acerco un poco, y puedo escuchar el sonido de la televisión encendida; un
noticiero nocturno para ser exacto. Evan tiene que estar ahí.
Me giro,
y al final del pasillo está una puerta cerrada más. Como Jordie me había dicho,
la última habitación era la de huéspedes. Entonces, tomo el atrevimiento de
aproximarme a observar, y al abrir la puerta y mirar al interior, no puedo
evitar ocultar mi desilusión.
En la
habitación no hay nada de lo que Evan mencionó durante la cena.
*****
El
automóvil ya espera por mí luego de haber desayunado.
—Pero, vas a regresar, ¿Verdad?
Me embebo
de la dulce expresión esperanzada que Jordie me lanza al acompañarme a salir.
Creo que sonrío en el mismo instante.
Evan sale
por la puerta también, y aguarda pasible con su cuerpo apoyado contra el
umbral.
—Por
supuesto que lo haré, Jordie—me apresuro a decir. Su sonrisa se desborda
todavía más—. De cualquier forma, sabes que tú siempre serás bienvenido en mi
hogar. Siempre podrás ir a Neverland.
—Oh...—Evan chasquea su lengua y Jordie vira
hacia él—. No estoy seguro de ello, Jordie.
—¿Qué? ¿Por qué?—Jordie pregunta. La forma en
la que se le borra la sonrisa me hace tensar.
Miro de
reojo a Evan, siendo que a mí también me gustaría oír su respuesta. Él se
encuentra con los labios entreabiertos como si fuera a contestar, pero desiste
al observar más allá de donde me encuentro de pronto. Le sigo, y me doy cuenta
de que Bill ha bajado del coche para ayudarme con la valija que estoy
sosteniendo. Se la entrego y le agradezco con la mirada. Más allá, él se vuelve
hacia el coche para dejarla dentro del maletero y aguarda fuera para esperarme.
—Quiero
decir, tienes muchos asuntos pendientes—Evan repone un tanto abrumado—. La
escuela está por terminar, y tienes la ceremonia de graduación. ¿Lo olvidabas?
—¡La
fiesta! ¡Por supuesto! ¡Lo he olvidado por completo!—Jordie brama en medio de
ambos. En ese momento, su expresión vuelve a ser la de antes, salvo por su mera
sonrisa que se ha multiplicado por diez. Él se gira a mirarme y pega algunos
saltitos de emoción—. Oh, Michael... tienes que venir conmigo. Había estado
planeando cómo decírtelo pero lo había olvidado. Vendrás, ¿verdad? ¡Oh, por
favor! ¡Tienes que estar ahí!
Tengo la
sensación de que se me agranda el corazón. Siempre tan sonriente, tan inocente
como cualquier pequeño tiene que ser. Le devuelvo el gesto en el momento, y no
puede importarme menos lo que Evan pueda llegar a decir.
—Me
encantaría, Jordie... Lo prometo. ¿Por qué no iba a querer acompañarte?—musito
imitando su tono bobalicón, aunque luego de un instante, tenga que devolverle
la misma mirada turbia a Evan—. El problema es que, durante los próximos días
estaré un poco ocupado. Ya sabes, estoy a punto de continuar con la gira y...
—Oh, vamos, Michael—Evan me
interrumpe vivaz—. Ve con el niño.
—¿Perdón?
—Sí, la
ceremonia es en un par de semanas—añade un poco más relajado y avanzando hacia
mí—. No será muy tardado, estoy seguro de que te puedes tomar un par de horas
para descansar de todo ese trabajo que tienes.
Jordie
tuerce el gesto hacia su padre y entrecierra los ojos como si estuviera
repitiéndose esas palabras. ¿Le habrá parecido lo que dijo Evan tan sorpresivo
como a mí? Evan arquea ambas cejas derrochando todo el orgullo.
—Apuesto
a que Jordie ya le ha dicho incluso a todos sus amigos de ello.
Cavilo en
mi mente mientras estudio a Jordie con la misma expresión. Claro, sí, podría
hacerlo por él. Seguro. Últimamente las distracciones son más que bienvenidas a
mi rutina diaria. Podría ser divertido.
—¿Michael?—Bill me ocasiona un pequeño respingo
al hablar—. ¿Nos vamos?
—Ah, sí...
Evan
levanta los ojos para mirarle atónito. Yo me giro y le encuentro para
tranquilizarle con la mirada, aunque por el semblante que encuentro sé que no
le ha importado. Sin decir nada más, Bill lanza una pequeña sonrisa a Jordie y
camina de regreso al coche.
Cuando
vuelvo a fijarme en Jordie, él ya tiene una cara impregnada en seriedad.
—Voy a tratar de asistir, ¿De acuerdo?—le
sonrío, tan aliviado como puedo aparentar—. Te lo prometo.
—Gracias, Michael.
Sus
brazos expectantes se abren y yo me inclino inmediatamente para poder
recibirle. Evan y su patética sensación de que puedo llegar a quitar su lugar
dejan de importarme por un instante y quiero poder ser capaz de obsequiarle a
Jordie cuanta tranquilidad pueda irradiar, que sepa una vez más que no me voy
para no volver a aparecerme por un buen rato. Hacerle saber que estoy ahí para
él, que yo le ayudaría en la primer circunstancia que se llegara a presentar, y
que los problemas no tienen que ser algo con lo que él va a lidiar sólo. Porque
tengo tanto que agradecer, por tantas sonrisas que me ha sacado cuando más lo
había necesitado.
Meneo su
cabello con brusquedad para hacerle quejarse, y un par de carcajadas se me
escapan frente a él.
—Adiós, chiquillo—musito sólo para él, y en
ello Evan termina de acercarse para tender su mano rígida en mi dirección.
Batallo para poder volver a mirarle.
—Michael...—me dice al estrecharme la mano. Su
tono de voz se vuelve seco y desinteresado, como si lo hubiera dicho sólo
porque Jordie se encuentra presente—. Que estés bien.
—Claro. Gracias, Evan.
Le sonrío
en mi intento por despreocupar a Jordie, y me dirijo al automóvil sin perder un
momento más.
—¿Y bien?—Bill me mira con una
sonrisa—. ¿Cómo ha ido todo?
—Bien, supongo...—suspiro y ajusto
mi cinturón de seguridad—. Sólo que...
Por
alguna razón, me llevo una extraña sorpresa cuando me percato de que Bill no se
encuentra sólo en el interior, John Branca viene acompañándole en el asiento de
copiloto. Ajusta el espejo retrovisor para mirarme a través de él, y sé que mi
sorpresa le saca una tremenda sonrisa.
Bill
enciende el motor y emprendemos marcha.
—John...—musito esperanzado—. ¿Qué
haces...?
—¿Un abogado no puede visitar a su cliente
favorito?—me corta divertido, jactándose de que me ha jugado una de sus tontas
bromas.
Se me
salen algunas risas. Vaya cumplido.
—Sé que se supone que te vería hasta este
viernes, pero así podremos agilizar el tema de la gira—se gira sobre su asiento
para mirarme—. Es sólo que estaba cerca. Me encontraba en la ciudad trabajando
con otro cliente, y le he dicho a Bill que pase por mí.
—¿Me
engañas con otra persona?—finjo un tono de voz indignado. Él entiende la broma
y se ríe para volver a incorporarse.
Clavo mi
vista hacia el exterior, celebrando la pequeña broma conmigo mismo. Al menos he
aligerado el ambiente.
—Adivina con quién me encontraba,
Michael—John espeta desde su asiento.
—Dios...—aparento inquietud—. Déjame
adivinar... ¿Barry Gibb?
—Ni cerca.
—Ah...
—Vamos, Michael—Bill dice de pronto—.
Piensa mejor.
Trato de
ubicar alguna idea conforme miro cómo avanzamos por la carretera. ¿Con qué
otras personas había trabajado John antes?
—¿Elton John?—inquiero.
—No.
—Oh, vamos—trato de buscar su mirada—.
¿Es hombre siquiera?
—Si te lo digo, vas a saberlo de
inmediato. Así no es divertido.
—Pero mira... Ya con eso me lo aseguras—ubico por
fin su mirada en el espejo—. Courtney Love.
—Casi...—sisea
Bill. John le reprime con una mirada asesina—. Un poco más para atrás.
—Oh...—pero claro. De pronto llega
la respuesta—. Priscilla Presley.
John, en
eso, formula un gemido de satisfacción. Entonces se gira sólo por un instante
para arrojarme la mirada más insinuadora de todas.
—La misma—musita.
—Vaya...—devuelvo mi vista al exterior. Mirar
el camino desvanecerse tras nuestro paso me hace despejar un poco mi mente—.
¿Qué le ocurre ahora?
—Ya
sabes...—John dice despreocupado—. Problemillas aquí y allá. El tema de los
derechos de una nueva producción en la que quiere colaborar, el catálogo de
Elvis, asuntos con su pareja...
—Creo que no había oído hablar de ella desde
que ha asistido a tu boda, John—replico, procurando que mi rostro continúe
inexpresivo—. Suena a que tiene mucho en qué pensar, y mucho de qué preocuparse
entonces.
—Créeme, que quien tiene más cosas
en qué pensar es su hija... Lisa Marie.
Me vuelvo
instintivamente hacia él, sorprendido. Ahí me doy cuenta de la risa de John y
de la forma en que Bill le da una mirada despectiva.
¿Lisa...?
—Al
parecer ella está muy interesada por el negocio últimamente—John prosigue,
ignorando por completo a Bill—. Según me dijo, trata de encontrar una manera de
expresar lo mucho que tiene que decir acerca de su inusual vida a través de las
letras y la música.
—¿Según te dijo?—inquiero,
totalmente inmóvil—. ¿La has visto?
John se
ríe burlón y ninguna pizca de carcajada se me contagia. No entiendo qué puede
ser tan gracioso.
—La he visto, sí—asiente, aún mirando al frente—.
Está muy cambiada desde la última vez.
Asiento,
pensativo. No puedo evitar que mi mente evoque la última vez que había mirado
una fotografía de ella. ¿Hace cuánto había sido? Tiene que haber sido hace años
ya. Demasiados, si John se atreve a sonar tan seguro para sentenciar lo
cambiada que se encuentra ahora.
Cabeceo
hacia él y por alguna razón, quiero continuar escuchando.
—Claro que cuando le he dicho que
quizá podrías apoyarle, ella...
—...Espera, ¿Qué?—bramo para él, intentando
ignorar el retortijón que me sube desde el estómago hasta el rostro.
—Pues...
está claro—se encoge de hombros, solamente—. Ella necesita el asesoramiento de
alguien. Obviamente alguien con experiencia.
—¿Y le dijiste que yo le ayudaría?
¿Le hablaste de mí?
—Ella
misma me lo ha preguntado. Claro, luego de haber sacado tu nombre a relucir.
—¿Qué fue lo que te dijo
exactamente?
—Creo que sus palabras han sido;
¿Realmente crees que él podría ayudarme?
Meneo la
cabeza con inquietud. Me resulta incluso imposible imaginarla formulando
aquella pregunta.
Trago
saliva y sólo siento cómo se incrementa mi ansiedad.
—Cielos,
tendría que pensarlo—musito, y me vuelvo a incorporar correctamente sobre mi
asiento—. Estaré ocupado por los próximos meses, y luego de la gira planeaba
tomarme un par de meses de vacaciones en Nueva York. Hace mucho que no he
visitado a los chicos allá.
—Comprendo, sí—John asiente,
relajado.
Su voz
desaparece por algunos segundos, demasiados en realidad. Veo de reojo a Bill, y
su expresión continúa siendo la misma desde que la conversación ha comenzado.
¿Eso es
todo? ¿El tema ahí termina?
—¿Recuerdas cómo ella solía gustarte?—John
vuelve a hablar, echándose a reír en medio de todo el silencio—. No dejabas de
preguntarme por ella.
—¿Qué...?—mascullo.
El mismo retortijón se convierte en la sensación de que mis mejillas comienzan
a arder.
Bill
lanza un enorme quejido al aire.
—¡Por
Dios! John, por eso no quería que se lo dijeras. ¿Le has dicho todo sólo para
molestarlo con eso?
—Oh, vamos—John brama sonriente y alza su brazo
para pasarlo por el hombro de Bill—. Déjame molestarlo un poco solamente.
—De
cualquier forma no va a funcionar—Bill espeta acorde. No sé cuánto más en
realidad podré seguirles el hilo del tema—. Le insinúes lo que le insinúes él
no va a pensar más nada porque Michael no busca una mujer ahora. Parece que se
te olvida que lleva cerca de cinco años al lado de Rachel. ¿Rachel? La
recuerdas, ¿Verdad?
John se
tuerce para poder mirarme de nuevo, y me obsequia una perfecta mirada de
confusión.
—¿Es cierto eso, Michael?—murmura—.
¿Tanto ya?
Ahora soy
yo quien no puede dejar de sonreír. Creo que un suspiro se me escapa en el
acto.
—Así es, John.
John se
incorpora, y mirando al frente se pone a susurrar un par de frases que me son imposibles
de descifrar. Bill niega hacia él de nueva gana a modo de reprobación y al
final a ambos se les escapa un par de risillas.
Luego de
ello, puedo incluso pensar que la propuesta que John me ha dado antes ha sido
hasta falsa. No lo dudaría ni por un minuto, conociéndolo.
—Además—Bill
repone serio y con su vista centrada al frente—, si has dado problema con que
Michael le saca siete años a Rachel, no quiero ni imaginarme con Lisa, que le
diferencia con diez. Ella sólo tiene veinticinco años.
—Tendrá veinticinco, pero ya está casada—John
le responde voraz—. Tiene dos hijos incluso.
Bill
resopla, y al darme una mirada breve de disculpa le vuelve a reprimir.
—¿Sabes qué? Cierra la boca, John.
El camino
se me pasa lento y tranquilo luego de las discusiones de Bill y John. Son más
de tres horas en las que me pierdo profundo vislumbrando el camino y vegetación
que llevan a Santa Barbara, y que me sirven de sobra para meditar la última
petición de Jordie, respecto a su ceremonia de graduación. Siendo que no es él
en el único que tendría que pensar, sino acerca de Evan, y sus ojos que juré me
pedían que me negara en el momento. Tengo que pensármelo bien.
Cuando
arribamos, me digno únicamente en dispararme escaleras arriba y dirigirme a mi
habitación. Luce de cierto modo más grande, dolorosamente vacía, pues las
pertenencias de Rachel ya no estaban ahí. Me tiro exhausto sobre la cama, y
sobre el almohadón que ella suele utilizar me encuentro con un escueto trozo de
papel plegado.
Identifico
inmediatamente el manuscrito.
"Aún y con la
distancia, a veces siento que los latidos de mi corazón están en unísono con
los tuyos. Por favor, no te olvides de lo perfecto que eres. Te amo."
Por fin
se me escapa una sonrisa sincera, siento el corazón palpitándome de nuevo.
*****
En cuanto
una nueva mañana comienza nos ponemos a ello.
Al cabo de
los próximos días me paso de la oficina al estudio, al comedor a engullir lo
que me quite menos tiempo, de vuelta a la oficina y luego de que la noche se
pone, voy a dormir. O al menos a intentarlo. Son días bastantes asfixiantes. Mi
firma se pasea de una línea punteada a otra con la misma prontitud con la que
me pongo a perfeccionar uno que otro paso de baile en el salón. Junto con John
estrechamos la mano de otros ejecutivos para cerrar tratos, llegar a acuerdos y
administrar las fechas del calendario. Según lo acordado, comenzaría en
Bangkok, Tailandia, el veinticuatro de Agosto, y terminando a principios de
Noviembre en Sudamérica. Siento la sangre abandonando mi rostro con cada
cláusula que leo más de una vez, pero al mismo tiempo ese atisbo de deseo por
volver al escenario se hace más que presente. Y sé también que esta segunda
etapa será mejor. Tiene que serlo, porque ahora Rachel viene conmigo.
Cada día
un nuevo tema qué tratar.
Los días
se hacen semanas sin darme cuenta. John pone su mente de lleno a ello y Bill
supervisa que todo el protocolo llegue a satisfacerse como se está planeado,
pues mientras más cuentas saldemos, menos asuntos pendientes habrán, y lo
próximo que estaré haciendo será asistir a la ceremonia de Jordie, y estar para
él sin pensarme más acerca de lo que Evan pueda o no pensar al respecto. Se ha
construido una realidad torcida en su cabeza en la que yo trato de acatar su
lugar, su sitio en la vida de su hijo, y si de alguna u otra forma él no
aceptaba lo contrario, no había nada más que yo pudiera hacer por él,
lamentablemente. Como sea, la idea de que luego de que todo termine tomaré un
avión, de la mano de Rachel, con destino a Asia, me planta una inmensa sonrisa
en el rostro. Me hace creer que aún así todo puede caer en su lugar.
—Creí
que estarías muy ocupado. No quería molestarte.
Jordie
habla en un tono un poco abatido. Por un momento no me parece que sea en
realidad él. La voz de Bill recordándome todas esas veces que el pequeño me
había intentado contactar se me viene a la cabeza. Y yo siempre me había
encontrado ocupado con una cosa u otra.
Niego
serio, reprendiéndome a mí mismo.
—Bueno... sí—intento que mi voz le brinde
tranquilidad, y tomo asiento al pie de mi cama—. He estado algo ocupado,
Jordie. Pero vamos, sabes que siempre me puedes llamar. Me haría un tiempo
libre para hablar contigo.
—¿En
serio?
—Claro, bobo—siento que mi táctica de
distracción ha funcionado bien—. ¿Sabes? He estado checando mis citas
pendientes y, tal parece que sí podré asistir a tu ceremonia de graduación. ¿No
es eso grandioso?
Percibo
un leve suspiro desde el auricular, y nada más. Jordie no responde. Una punzada
de temor aparece y decido continuar.
—Podré conocer a tus amigos—musito,
pretendiendo que me echo a reír—, y hasta podríamos jugarles algunas bromas a
uno que otro chico que no te agrade tanto.
—Sí,
eso... Eso suena bien, Mike—él murmura esta vez con una tonalidad más
relajada, aunque a creces presiento que algo no anda normal del todo—. Suena divertido.
No me contengo
más.
—Jordie, te noto raro—conforme hablo, no puedo
evitar seguir sintiéndome alerta por dentro, sabiendo que si no soy lo
suficientemente directo, no conseguiría nada de él—. ¿Está sucediendo algo
contigo? ¿Tu papá volvió a dejarte sólo?
—No, es
sólo que...—admite con debilidad—. Pienso
que ya no iré a la ceremonia, Michael. Ya no quiero ir.
—¿Qué?
¿Por qué? He creído que...
—...Es sólo que hay chicos que me molestan. Y en
realidad no los quiero ver—me interrumpe, y yo niego a la par. Nada de ello
tiene algún sentido—. El único amigo que
tengo ahora eres tú... Por eso te invité. Lo he pensado, ¡De verdad! Pero, lo
decidí. No quiero asistir.
—¿Estás
seguro, Jordie?
—Sí.
Miles de
ideas hirientes se pasan por mis pensamientos sin dejar de luchar, arrasan con
todo a su paso. Trato de aceptar y adaptarme a lo que Jordie me ha dicho pero
no dejo de sentir que hay algo más detrás de ello. Algo mucho más importante
qué considerar.
—¿Qué ha dicho tu padre sobre esto?
—Nada—susurra
bajo—. Aún no he sabido cómo decírselo.
Me quedo
mirando la moqueta de la habitación para cavilar en su respuesta. Entonces, si
Evan se llegara a enterar de que me lo ha dicho a mí primero que a él, seguro
ambos estaríamos en problemas.
Una idea
brota fresca en mi cabeza.
—Te diré algo—espeto, con una alegría falsa que
ni a mí me llega a convencer—. No soportaría saber que estás triste o sólo en
tu casa, mientras los demás están divirtiéndose en la ceremonia, pero tampoco
te convencería de asistir. Así que te llevaré a donde tú me pidas durante todo
el día para que te diviertas. Puede ser a donde quieras. ¿Qué te parece?
—¿Harías eso?—balbucea—. ¿De verdad?
—Por
supuesto que sí—un par de risitas sinceras se me escapan.
—Sólo que... no quiero que venga mi papá con
nosotros, o que se entere.
—Pero,
¿Por qué?
Frunzo el
ceño, incrédulo y burlándome de mí. Justo cuando ya me estaba planteando unas
cientos de formas en las que se lo podría decir a Evan.
—En
cuanto te fuiste, el otro día, comenzó a cambiar—Jordie me dice con su voz
tambaleante. Un escalofrío de angustia vuelve a manifestarse. ¿Hasta cuándo él
iba a dejar de darme motivos para preocuparme?—. Me ha dicho que no quería que me acompañaras a la ceremonia, que no
quería que yo estuviera tanto tiempo cerca de ti... Luego, el otro día me ha
preguntado todas estas cosas raras que... Creo que ha estado fingiendo contigo.
Jordie
enmudece, una vez más. Meneo la cabeza con fiereza, y en el mismo segundo
percibo la sangre abandonando mi rostro.
—...Se ha puesto... agresivo.
No,
mierda.
—Jordie...—le suelto lento, quiero que por sus
oídos cada una de mis palabras puedan significar algo—. ¿Te ha golpeado?
—N-no, es... Aguarda.
Advierto
un nuevo alboroto a través del auricular. Una puerta abriéndose, algo más
cayendo hacia el suelo y una nueva voz, una más grave apareciendo en medio de
todo ello. No lo puedo luchar y presiento todo ello con la respiración
entrecortada.
—...Ya viene.
—¿Qué...? Pero...
Un tono
largo me quita el habla. Espero, y nuevos tonos cortos y rápidos aparecen. La
llamada se ha cortado, y mi ansiedad comienza a inundar cada atisbo de mi piel.
No lo
medito ni un segundo. A trastabillas me escabullo fuera de casa y tomo
cualquier vehículo disponible, lo que sea que me quite menos tiempo del que tengo.
No puedo despejarme, y tengo la sensación de que en breve comenzaré a escupir
bilis ácida por los labios. Intento asimilar a fondo lo que acaba de pasar y mi
mente se impregna de escenarios abominables que me aseguran de cosas que yo no
había querido creer: Evan no confía en mí, y nunca lo hizo. Y si es él la razón
por la que Jordie terminó esa llamada, él estaba en problemas, y yo no lo iba a
permitir.
Aferro el
volante con ambas manos al sentir el mismo miedo atenazándome dentro, mientras
el camino al frente se hace infinito, el aturdimiento volviéndose severo y las
horas más lentas, y a cada momento aún más. Me juro en ese mismo momento que
aclararía cuentas con Evan frente, lo haría entrar en razón sin importarme un
demonio lo que sea que su mente le haya hecho suponer sobre mí y acabaría con
todo. Será la última vez que cruce diálogos con él.
La puerta
se abre frente a mí, y le cruzo como si nada más importara un demonio.
—¿Dónde está Jordie, Evan?
El miedo,
la ansiedad, el cólera desesperante me obligan a dirigirme dentro, con el único
propósito de precipitarme hacia la habitación de Jordie y ubicarle ahí. Miro
detrás de la puerta, debajo de la cama, y dentro del closet. Cada lugar que
esculco y nadie aparece. No hay nada más.
—No está—Evan dice detrás de mí, y con una
endemoniada tranquilidad se vuelve hacia la estancia, lento, cruzado de brazos,
y convencido de que yo estoy caminando justo detrás de él—. Lo he llevado a
casa de June en cuanto llegué. No podrás verle. Ya no.
Le encaro
con la mirada escociendo, sintiendo que en cualquier segundo podría romper a
gritar.
—¿Qué le has hecho, Evan?—bramo, tomando mano
de toda mi contención—. ¿Cuál es tu problema conmigo?
—Oh, no
es que tenga un problema contigo, Michael—suelta el aire mofándose de sí. Si es
que tenía algo importante para decirme, más le valía decirlo ya—. Ahora mismo,
es que tú eres mi problema, y el hecho de que no sé qué pretendes sacar de mi
familia también.
—Por
Dios...—llevo ambas manos a la cabeza como rogar sentir que no le he escuchado,
me siento agotado, amordazado por la situación.
Su mirada
se ensombrece en silencio frente a mí. Evan me mira con odio esculpido en cada
facción sin siquiera despistarlo.
—¿Estás teniendo algo con mi hijo?
—¿¡Qué!? ¡¿Pero qué diablos insinúas?!—voceo en
el acto, adolorido, con el alma y mi voz consumiéndose ahí, sintiendo cómo el
hielo congela mi sangre al escucharle—. ¡Por supuesto que no, Evan! Maldita
sea, no puedo creer que me lo hayas preguntado.
No veo en
su mirada ni el mínimo resquicio de arrepentimiento, algo que pueda hacerme
calmar. Tan sólo niega, y su mirada turbia me aprisiona severa.
—La cuestión es que Jordie está por cumplir
trece, y tú tienes treinta y cuatro—sentencia con su índice dirigido hacia mí,
sin siquiera parecer que le ha dado importancia a la maldita pregunta que me
hizo antes—. Si me parece ya imposible que sean tan unidos, entonces...
—...Evan,
por favor, no...—le zanjo negando, lo tengo que intentar una última vez—. No
digas tonterías.
Entrecierra
sus ojos con indignación.
—¿Qué ocurrirá si en el futuro ya no eres amigo
de Jordie?—inquiere—. Él saldría muy lastimado.
—Puedo asegurarte que eso no va a pasar—mi voz
aparece pese al nuevo nudo de mi garganta—. Te lo digo, Evan; no pienso
apartarme de Jordie.
—Ahí es
donde te equivocas.
Evan me
da la espalda para dirigirse a la barra del comedor, dejándome con la sensación
de que estoy a punto de colapsar por todo el desprecio. Mi corazón martillea
como loco. Lo miro, simplemente le sigo con la mirada y no lo puedo creer.
Vuelve, y
con la misma mirada inexpresiva tiende un documento hacia mí. Estudio la
cuartilla con movimientos paralizados.
“Departamento de
Servicios Infantiles del Condado de Los Angeles”
Mi vista
se clava en el encabezado, y con toda esa impotencia comienzo a leer;
Solicita
modificar el acuerdo de la custodia de Jordie. En el documento, Evan clama que
June debe poseer sólo el mismo derecho que él sobre el pequeño. Que se
prohibiera a Jordie acercarse a mí o visitarme en cualquiera de mis viviendas,
o cualquier otro lugar, y que se exija que él reciba atención psiquiátrica para
determinar el alcance de la influencia que tengo sobre él, la cual, Evan
considera “malsana”. Y acusa a June,
de alimentar la amistad, y de terminar obteniendo ‘obsequios lujosos’ de mi
parte. Viajes, y dinero en efectivo también.
“El menor no podrá
salir del área de Los Angeles sin supervisión de su padre, sin ninguna
excepción”
Tenía que
ser una maldita broma.
—Quizá deberías prepararte para
terminar la amistad, Michael.
Levanto
mi vista para mirarle, con todo mi empeño en permanecer conteniendo el cólera
enardecedor. Él espera en silencio, sonriendo enigmáticamente hacia mí como si
estuviera disfrutando hasta lo indecible de cada endemoniado momento en que se
me escapaba el aliento. Pero yo no planeo obsequiársela tan fácil.
Al diablo
con él, con June, y con todo lo demás.
¿Iba yo a
salir de la vida de Jordie sólo porque sus padres no confiaban en mí? ¿Porque
no pueden tolerar que si, ellos no están, yo sí estoy para él?
Se me
escapa una sonrisa en medio de todo lo demás.
—Por supuesto que no.
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