Arrojé mi
abrigo contra el sillón; no había nada ahí.
¿En la
mesita de noche de mi habitación? Nada. ¿Mi alhajero? Tampoco. ¿Mis cajones, mi
cartera? ¿No? ¿Nada?
—No es cierto...
Las
palabras se me escapan entre un resople entrecortado, un bufido por mi
desgracia, mientras me dignaba en rebuscar en mi habitación una vez más. Luego,
mis ojos se cerraron con derrota sin poder percatarme de ello. ¿Por qué no
podía encontrar más cigarrillos? ¿Monica los habrá escondido? No, no podía ser,
¿O sí?. Lo había aceptado, ella sabía que los guardaba por allí, en algún sitio
del departamento cuando se me solían terminar los que mantenía en la oficina.
Pero, ¿Por qué no los encuentro? Mierda.
Y el
reloj comenzaba a marcar ya las cinco y treinta de la tarde; tenía que volver
ya.
Tomé mi
abrigo del sofá en el que había aterrizado hace unos momentos, mi maletín, mi
cartera y mi bolso casi vacío. Soltando una que otra maldición silenciosa que
se intercala con cada una de mis acciones al tiempo en que me dirijo de nuevo a
salir por la puerta. Sonriente por burlarme de mí, pero vencida. Aunque,
atolondrada, y extrañamente ligera por toparme con Chandler justo saliendo
desde su departamento al mismo tiempo en que yo ya salía del mío.
Nos
miramos, y una sonrisa extraña apareció. No me esperaba.
—...Hola—le saludo, tratando de
ablandar un poco más mi expresión.
Pero él,
de cierto modo seguí ahí simplemente, petrificado. Avanzó hacia el pasillo pero
no cerró la puerta detrás de él.
—H-hola,
Rach...—cabecea confundido, con sus ojos entrecerrados y curiosos—. ¿Qué
estás...? ¿No deberías de estar en...?
—...Estoy
de descanso—le corté. Eso parece bastar; asiente ya un poco más relajado—. Tan
sólo he venido al departamento rápido porque estaba buscando mis...
Me detuve
entonces, con una luz que bien podría estar iluminando justo ante mis ojos.
Pero claro, él tendría cigarrillos, estaba segura de ello. Quizá, después de
todo, no tendré que comprar una cajetilla nueva aún.
—¿Qué...?—inquirió, extrañado.
—Tú... ¿Aún tienes cigarrillos?
—Ah,
Rachel, no... No creo que... —interpone sus brazos como si no supiera de otra
manera para defenderse, o excusarse.
—Oh, por
favor...—zanjé quejumbrosa, interrumpiéndole esas sonrisitas bobas que me
comenzó a dar—. Sólo te pido un par. Se
me han terminado los míos esta mañana y no planeaba comprar otra cajetilla
hasta esta noche, Vamos, siempre tienes algunos, ¿No? Puedes...
—Quisiera,
Rach—me corta con un aire amable, con una sonrisa más sincera que las de antes—.
Pero, ya va algunas semanas en que no cargo un solo cigarrillo conmigo.
Miré su
gesto, despectiva. Entrecerrando mis ojos como si tratara de llegar más allá de
su intento de mirada seria. Pero él sólo asentía, comprensivo, como si mi
desconfianza no le generara nada. Aquello me descolocó. No podía ser.
—No es cierto—sentencio.
—...Lo es
y, créeme, a mí también me cuesta creerlo—recargándose contra el muro detrás de
él, y cruzándose de brazos, suspiró—. Estoy... estoy tratando de dejarlo ahora.
—¿Por qué?
Su mirada
se adhirió a sus brazos cruzados por un segundo.
—Digamos
que... he recibido ciertas quejas al respecto. Quejas que, bueno... han llegado
a importarme mucho—murmura, con una voz más pesada y sin reproche, así, serena,
y no supe qué fue lo que me molestó más; su ruda sinceridad, o el hecho de que
aún no entendía nada.
—Ah, vaya, yo... Entiendo.
Le
sonreí, en medio de la incertidumbre. Él me devolvió el gesto con un brillo más
grande y aquello pareció bastar para que restara un poco de importancia al
atormentado asunto.
—Y créeme
que yo a veces trato de hacerlo también... —musita, incorporándose de pronto,
mientras un torrente de nueva preguntas que no aparecieron se generaron sin
más. Me perdí de la oportunidad cuando él viró en torno al umbral de la puerta
y miraba más allá de su apartamento—. ¡Ey,
Joe!
—¡Ahora
salgo...!—la voz juguetona de Joey se escuchó desde el interior del lugar.
Chandler
resopla y entorna los ojos, yo me le quedo mirando con un poco de confusión.
—...Lleva
media hora metido en nuestro baño—musita, virando hacia mí otra vez—, ¿Puedes
creerlo? ¡Media hora!
Escondo
algunas risitas llevando una mano abierta hacia mis labios.
—¿Irán a alguna parte?—inquiero.
—Ah, sí.
Pasaremos por un café a Central Perk antes de ir de compras para la casa—dice,
dándole una ojeada al reloj que prende de su muñeca. Quizá aquello me vendría
de luces, si van directo a la cafetería podría ir con ellos a comprar unos
cigarrillos también. Su semblante sin más se tornó serio, y mientras cavilaba
para mis adentros pude escuchar cómo un suspiro se le salía —. Eso y, bueno...
tengo que hablar de algunas cosillas con él también.
Por un
momento, sentí cierto peligro atestando mis pequeños y secretos planes.
—Oh, y
es...—titubeé, pretendiendo, rogando como podía sonar por más, desinteresada—.
¿Es muy importante?
—Podría decirse... ¿Por qué?
—Quizá
podría acompañarles—susurré, apretando un tanto los dientes por lo ocurrente
que pudiera sonar mi propuesta—. Hay una tienda justo frente a la cafetería en
la que podría comprar una cajetilla nueva. Pero, claro, si es muy importante lo
que tienen que hablar, chicos, entonces...
—...No, no—me interrumpió.
Y pareció
que estaría dispuesto a añadir algo más, pero se calló, ambos nos habíamos
distraído en el instante en que Joey salía por fin, cerrando ya la puerta y
obsequiándome una de sus más brillantes y radiantes sonrisas.
—...Hola, Rach—murmura con simpleza,
vistiendo su vieja cazadora de piel.
Una
sonrisa se me escapó sin esfuerzo alguno, le saludé con la mano, y su gesto se
iluminó.
—¿Vienes con nosotros?—inquiere, mirándonos a
Chandler y a mí, uno a la vez.
Pero
aunque quisiera, aquello aún no era mío para contestar. Junto con Joey, miré a
Chandler también. Según recordaba, aún no había obtenido la respuesta que
quería de su parte.
Él
suspiró, mostrando una leve, pero bella sonrisa.
—Pero,
claro que sí—soltó, acercándose. Puso seguro a la cerradura del apartamento, y
Joey sólo se lanzó hacia mí a rodear mis hombros con uno de sus brazos para ya
caminar escaleras abajo.
Un par de
pisos más abajo, encontré la mirada de Chandler y le agradecí, aunque para mis
adentros, no paró ese pequeño pesar por hacerle dejar de lado aquello de lo que
tenía que hablar con Joey. Como sea, me despejé; no se tratará de nada tan
serio como lo espero, mucho menos tratándose de ambos. Y tan pronto como nos
acercábamos a Central Perk, comenzaba a alejarme de ellos de a poco para
dirigirme a la pequeña tienda de frente y les lanzaba gestos para hacerles
saber que luego les encontraría en la cafetería. Ambos sonrieron, y Joey se
despidió de mí a la lejanía dándome su pulgar en alto antes de entrar.
Lo
primero que ubiqué fueron los escaparates donde se solían encontrar las marcas
de cigarrillos que más compraba. Me fijé en el precio, y en la cantidad, luego
en mi bolso y un suspiro de alivio brotó al notar que de hecho, llevaba hasta
dinero sobrado. En la estantería de frente había otros más, diferentes a los
que frecuentaba. Un retortijo me punzó al mirar unos más que llamaron mi
atención casi al final del mueble al recordar que le debía un par de
cigarrillos a Tag desde la noche anterior. Dejé salir un chasquido.
Aunque,
quizá comprar de sus favoritos no me haría daño, quizá hasta me llegan a
gustar. Los mentolados jamás habían sido mi fuerte, pero sí que hacían que las
quejas de Monica al llegar a casa disminuyeran drásticamente al menos. Decidí
llevarme esos.
Al entrar
a Central Perk, me encuentro inmediatamente con Joey y Chandler, varados justo
frente a la barra de servicio mientras una bonita dependienta parece darles su
cuenta a pagar. Eché un vistazo a mi alrededor, y como la chica tecleaba
algunos números en la caja registradora, decidí encender el primer cigarrillo.
—Serán
cuatro dólares con setenta y cinco, por favor—la chica se escuchó de pronto,
reluciendo una leve sonrisa hacia los dos.
—...Claro—Chandler hurgó entonces su
billetera en uno de sus bolsillos.
Mirarle
así me hizo sonreír. De sólo recordar los tiempos en los que solía trabajar en
la cafetería, y que Chandler derrochaba orgullo y felicidad al no tener que
desenfundar su cartera ni una sola vez mientras yo le atendiera.
Una risa
se me escapó, pero las siguientes se quedaron congeladas al instante en que
sentí una mano pesada buscando mi hombro, haciéndome desconcentrar.
—...Lo siento—se escuchó—, pero no
debe fumar aquí.
Y
mientras una bocanada impregnada de humo blanco salía de mis labios, me giré,
con todo y mi estremecimiento. Y sin embargo, todo se esfumó casi inmediatamente
al percatarme de que había sido Gunther, mi viejo compañero de trabajo, quien
había buscado llamar mi atención. Pensé en cómo me hubiera encantado sonreír,
si tan sólo no me descolorara el notar su rostro enteramente perturbado.
—¿Rachel...?—inquirió,
negando, meneando el rostro. Jurándome que lo que veía no tenía cabida para él.
Pero no me interesó, pues había sido más la euforia de haberlo visto aquí,
luego de tanto tiempo.
—¡Gunther,
hola!—le di un pequeño abrazo ligero y con cuidado de no acercar mi cigarrillo
demasiado hacia él—. ¿Cómo va todo? Hace tanto que no te miraba por aquí.
—Todo
va...—comenzó, y sólo así, sus ojos se cerraron un poco, negaba de nuevo—.
Rachel, ¿Desde cuándo fumas?
Miré,
junto con él, el cigarrillo que sostenía en mi mano, el cómo una fina línea de
humo blanco se desprendía de él, cómo se consumía, cómo se hacía más pequeño, y
yo sólo le había dado a duras penas un par de caladas. Un deje de desesperación
me punzó.
—Oh...
Desde hace algunos meses—admití, fingiendo una ligera sonrisa—. Desde algún
tiempo cerca de mi cumpleaños.
—Vaya, es... extraño mirándote
haciéndolo, en verdad.
—Sí,
bueno... —me encogí de hombros, descendiendo mi mirada para evitar mirarle de
más. ¿Era cierto? ¿Jamás me había mirado fumando?
Un
gruñido que soltó me desconcentró. Icé de nuevo mi mirada hacia él y ya se
encontraba obsequiándome una revitalizada sonrisa combinándose con un suspiro.
Aunque, no lució con mayor tranquilidad.
—Lo...
lamento, de verdad—musita, disculpándose sólo con su expresión—. Pero me
matarían si te permito quedarte a fumar. ¿Crees que...?
—...Ya
nos íbamos—Joey dijo firme, detrás de mí. Gunther entonces se perdió ya no en
mi cigarrillo, sino en la mirada directa que él le lanzaba.
Giré y
agradecí a Joey con una sonrisa. Chandler, dando un enorme sorbo de su café, se
nos unió pronto y comenzamos a andar en torno a la salida. Miré mi cigarrillo
un par de veces, pero no me apeteció dar una calada más, no al menos hasta no
haber salido ya de la cafetería. De una forma u otra, la protesta de Gunther me
había incomodado, y me había pesado más que así haya sido nuestro encuentro,
luego de tanto tiempo en que no le había visitado ni por error. No podía dejar
de pensar en su mirada perdida.
—Lo
siento mucho, chicos—nos dijo a los tres, aunque sólo noté la forma en que a mí
me ubicaba—. No he querido...
—...No importa—le interrumpí
entretanto, luchando por darle ya una sonrisa.
Y pareció
funcionar, pues su gesto se había relajado. Chandler se bufó como si hubiera
que recalcar algo obvio y justo antes de salir, viró hacia él.
—...Y
solías molestarme con lo mismo a mí, Gunther—soltó, provocando que se nos
salieran algunas risas que, para mi gloria, aligeraron el ambiente.
Al menos
había logrado salir de ahí, mirando no su mirada empedernida, sino una leve
sonrisa que me despreocupó.
Caminamos
por algunos minutos en los que Chandler no dijo mucho más, por ocuparse en
terminar de tomar su café con leche favorito. Joey por lo visto, sólo había
ordenado un bagel que terminó justo antes de que yo apareciera
en el lugar, y no apeteció llevar una bebida consigo. Su andar serio, la forma
en la que ni siquiera se inmutaba en evitar que el humo que desprendía de mi
boca se estrellara contra su rostro, me desconcertó. Me hizo recordar que
Chandler había querido salir con él no sólo para comprar algo en Central Perk,
sino para charlar con él sobre algo.
¿Se lo
habrá dicho ya? ¿Lo habrán hablado? Y entretanto, o lo que pudiese ser, ¿De qué
le querría hablar Chandler a Joey que fuese tan privado? ¿Tan serio que tomase
de una caminata para poder hablarlo? Los miro y lucen tranquilos, ambos,
incluso ante semejante caos en el que está convertida la ciudad. Quizá ya hasta
lo han acordado, tal vez esta tranquilidad jura que ya hablaron de ello.
Chandler entonces, pareció sonreír, hundido en sus pensamientos. Me intrigó al
instante.
—¿Todo
está bien, Rach?—Joey inquirió andando a mi lado, regalándome no más que una
mirada sumamente extrañada que me hizo olvidarme de observar a Chandler más
allá.
—Sí,
sí...—bisbiseé despejándome, y guardando en mi bolso la cajetilla de una vez.
Esperar a fumar con Tag pareció de pronto como una mejor idea, no quería
terminarme otro cigarro más de camino a mi trabajo—. Sólo miraba lo sonriente
que Chandler está desde hace unos momentos.
—¿Te
parece que he estado sonriente?—Chandler se le unió mirándome con ese mismo
desconcierto a la par.
—No sólo sonriente—admití—. Más bien como
relajado, contento simplemente.
—Oh, bueno...—asintió,
volviendo a mirar al frente mientras andábamos. Y mientras, en mi interior
celebraba una pequeña victoria porque sus preguntas no habían llegado a más.
Joey se burló, por lo bajo.
—...Eso es porque Chandler tiene
nueva novia.
—¿En serio...?—me detuve, sin
avisar.
Un paso
le tomó a Joey para detenerse conmigo y un par más a Chandler para mirarnos
atónito a los dos. Aunque, advertí que
observaba de una manera más fulminante a Joey, aquello no me importó. De pronto
me sentí un tanto excluida, sentí que comencé a desencajar, o que quizá era
esto algo de lo querían hablar hace rato.
Pero Joey
reaccionó de forma abrupta, tan pronto como Chandler lo miró. No comprendí
nada.
—A-ah...
bueno—Joey cambió su tono por uno más ligero sutilmente—. No me ha contado nada
sobre ella, pero... Parece que pinta bastante bien.
Chandler
entonces resopló, y advertí hasta la manera en que lanzaba una maldición
silenciosa al aire. Continuamos caminando los tres y, ante el mutismo, o la
palpable incomodidad, aún había algo que no cuadró ahí, algo que quizá quedaba
por decirse.
—Si no te
he comentado bien sobre ella, Joey—Chandler repuso, ni lo miró, estaba más
concentrado en los pasos que daba—, es porque pienso que es un tema muy
personal. No quiero que... todo se arruine.
—¿Qué es
lo que pasa con los mejores amigos últimamente?—con voz directa le quise
encarar pese a que la triste mueca de Joey me distraía. Me posicioné a su lado
y sin detenerme no le dejé de mirar, mientras en mi mente se desembocaban toda serie
de recuerdos e imágenes borrosas de semanas pasadas.
—¿Qué quieres decir?—Chandler me
preguntó, frunciendo el ceño.
—Quiero
decir que, aquí estás tú, que le has dicho a Joey que tienes una nueva novia
pero no le quieres decir más nada o no quieres tocar el tema siquiera. Y
luego... está Monica, que hace un par de días me dice que aparentemente sale
con alguien también pero no me habla una sola palabra del asunto. No... lo
entiendo.
Joey se
ríe de pronto a nuestro lado, indolente. Y le sonrío, celebrando con él la
ocurrencia.
—Sí,
Chandler... —espeta, dándole un codazo aunque yo me estuviese interponiendo
entre ambos—. Yo tampoco lo entiendo.
—Quizá...
nos gusta que algunos temas queden por... debajo de todo—dice, sobándose el
brazo, fingiendo sentir dolor por el pequeño golpe de Joey. Estaba buscando
salirse del tema, lo supe, por la forma en que torció el gesto, por la mueca
que le conocí desde siempre. Me burlé; no le iba a resultar tan fácil.
—Claro,
por debajo de todo—asiento, pretendiendo no lucir resignada, sino acorde con
él. Estaba a punto de lanzar uno de mis mejores chistes que fingir seriedad me
era casi imposible, irreal—. Y seguro también quedaron por debajo de todo esos
celos abismales que sentías cada que Monica salía con alguien más, ¿No es así?
Y me reí,
como quien celebra su propia gloria. Mis carcajadas acompañaron nuestros pasos
por un par de segundos, y luego las sentí morir, al instante en que me
percataba que dolorosamente ni uno me acompañaba. Ni siquiera Joey, que tanto
había esperado se riese conmigo. Sólo una mirada llena de nervios le privó el
rostro, y entonces, fue la seriedad plasmada en cada facción de Chandler la que
me hizo reaccionar por fin.
Intentaba
disculparme con la mirada, pensaba en cómo retractar la idea.
—Joey, al
menos Chandler te lo habrá contado porque ha querido decírtelo en primer lugar—alcé
la vista hacia ambos un tanto resignada, increíblemente apenada y derrotada. Me
observaron, y el brillo volvió a los ojos de ambos con un suspiro que se me
salió—. A mí, Monica me ha dicho una palabra apenas... ha estado algo... rara,
en realidad.
—¿Rara?—Chandler inquirió a mi lado.
—Sí, no
lo sé...—resoplé, observaba sólo a mis pies andando en dirección recta entre
los de ellos—. Probablemente sea yo quien exagera pero, desde mi cumpleaños...
no la siento como... ella.
Me
estremecí. No hubo una sola palabra más que apareciera de alguno, ni un
comentario, ni un suspiro, no una pequeña burla siquiera. Nuestro mutismo se
prolongó por el resto de la cuadra del centro en la que circulábamos y aún así
no había silencio alguno. Había ruido, molestia, bullicio.
Me
parecía imposible ya no percatarme de que conforme avanzábamos más la ciudad se
volvía un verdadero circo por cada calle que pisábamos. El tráfico parecía
estar multiplicado por diez, el claxon de cientos de automóviles sonaban a
nuestras espaldas, personas nos cruzaban, otras nos rodeaban y nos adelantaban,
y el clima ni se disfrutó, estaba siendo opacado por el humo negro que salió
del escape de cada uno de los vehículos.
Nuestra
tarde otoñal de Septiembre se tornaba perdida; a cada momento que pasaba,
disfrutaba menos del panorama. Me molestaba más.
—¡Oh,
cierto!—Joey bramó luego de todo, de tanto, mientras apuntaba con sus dedos un
espectacular que no logré mirar, pues nuestros pasos no se habían detenido ni
de broma.
Le miré
confundida, intentando descifrar su intención.
—...Lo
había olvidado completamente—añadió, y me dio entonces una pequeña palmada en
la espalda—. Rach... Esta noche será la premiación de MTV, ¿No es así? Recuerdo a Monica diciendo y bramando al respecto.
Asentí,
creí recordarlo. Entonces, mi vista se pasó una sola vez más por las calles que
pasamos. Quizá por eso era todo el alboroto, no era común que Nueva York
estuviese todos los días así. Aunque, ¿Cómo estar segura? Infinidad de cosas
podrían transcurrir a mi alrededor y yo no me daría cuenta de ello a tiempo, o
hasta me obligaría a sólo no mirar, a no involucrarme en pequeños detalles
abismales, ya pequeños infiernos que, aunque distantes, me quebrarían de
inmediato.
De sólo
saber, de sólo imaginar o recordar más algo, me arrojaría a la oscuridad, a una
maldita habitación abandonada y sin salida. Sólo llena de vértigo, de rencor.
—Quizá
puedas encontrar a Monica de buen humor cuando salgas de trabajar—añadió con
una leve sonrisa. En un segundo miré a Chandler buscando no otra cosa que
refugiarme en él, pero todo se destruyó al instante en que supe su semblante ya
cambiado. Comprendí que él estaba seguro de cómo esto podría terminar—. Seguro
podrán hablar con tranquilidad luego de que termine el programa.
Inevitablemente
me sentí lastimada. Un hueco se anidó de pronto al centro de mi pecho.
—Joey... S-sabes que yo no... yo ya
no miro esos programas.
Joey
asintió, y sólo así su mirada completamente arrepentida me descolocó. Por mi
mente se pasearon cientos de maneras de remediar el comentario, de hacerle
saber que todo estaba bien, pero aún no me salía palabra alguna al respecto.
El qué
decir me abandonó cuando no supe cómo sostener su mirada, cómo no supe
continuar, luego de tanto tiempo en que me había dedicado a secar recuerdos y
afectos que sentía conmigo, meses en que los fui barriendo, que los fui
quemando, que me los fumé en cientos de atardeceres de la ciudad, con caminos
diferentes en mi mente y los pies en la luna, café en los labios, y olor a
tabaco en mis dedos.
Ya no
sentía nada, o eso quise creer.
—...Lo
siento—habló por fin, palpando la incomodidad que a los tres nos envolvía.
—No... Vamos, está bien—le miré.
Caminamos
un poco más, antes de que me pasara por la mente añadir algo. Icé mi mirada
hacia el frente y pude advertir que nos acercábamos ya al edificio de mi
oficina; había personas circulando, algunas más saliendo que las que estaban
entrando del lugar. Ya era tarde, quizá la mayoría de los empleados habrán
terminado.
Joey
resopló.
—Entonces
acompáñanos a nosotros esta noche, para variar—murmura a mi lado. Su gesto
mostró apuración por estar pendiente a cómo nos acercábamos al edificio—.
¡Vamos! Compraremos cerveza, Ross va a llevar su nuevo juego de tiro al blanco
y Chandler y yo prepararemos algunos bocadillos. Será divertido, ¿Qué me dices?
Chandler
entonces se le unió gesticulando una pequeña sonrisa, asintiendo luego de
mirarme otra vez. Hurgué de forma inconsciente mi bolso para verificar que
llevara todo antes de entrar mientras lo cavilaba en mi mente por unos
segundos. Sí, quizá distraerme esta noche sería lo mejor hasta ahora, y
mantenerme lejos de Monica, lejos de ese programa, sería la perfección. Hace
tanto que no paso una noche sólo con los chicos y la idea de desconectarme de
la típica rutina nocturna de preguntas y respuestas sobre mi día no sonó nada
mal.
Alejarme
de lo que ocurra en casa y... Quizá, llevarme una parte del trabajo conmigo al
final del día. ¿Le gustaría ir a Tag también?
—Supongo...—vacilé,
asintiendo a penas—. Quizá podría decirle también a Tag. ¿Crees que...?
—¿A Tag?—Chandler
me preguntó, luciendo extrañado—. ¿Tag, tu compañero del trabajo, Tag?
—Sí, él...
En respuesta
me encogí de hombros y sonreí. ¿Cuántas veces ya les había hablado de Tag a
ellos, y cuántas veces lo habían conocido? Ninguna. Y no lo podía creer.
—Entonces...
¿Cuál es el trato con Tag, Rach?—Joey rebuzna torciendo el gesto de la más
perfecta manera de mostrar interés—. Quiero decir... ¿Son novios? ¿Ya ha...
ocurrido algo?
La turbia
sensación de nervios me partió el interior, un estremecimiento letal se
extendía por todo mi cuerpo, y sin embargo cabeceé sólo despreocupada, decidida
a no demostrarles nada aún.
—Hemos...
salido, algunas veces. Eso es todo—admití, y ambos asintieron pensativos al
mismo tiempo. ¿Era todo? ¡Monica ya estaría haciéndome cientos de preguntas
más! ¡Esto era perfecto!—. Parece que él ha querido llegar a algo más, pero...
no lo sé, yo... aún no puedo.
Los
labios de Joey se abrieron de pronto luego de un par de segundos de mutismo
pero todo pareció olvidarse cuando la entrada de mi edificio nos sorprendió.
Resopló, y miró la enorme puerta de cristal con despecho.
Rebusqué
entre los bolsillos de mi abrigo mi tarjeta de acceso y la deslicé a través del
pequeño sensor.
—¿Te
veremos esta noche, entonces?—Chandler enfundó ambas manos dentro de los
bolsillos de su enorme abrigo mientras soltaba un suspiro.
—Claro
que sí—sonreí, dándoles un pequeño beso en la mejilla a ambos. Joey me sostenía
ya la puerta abierta para entrar—. Procuraré no salir tarde del trabajo, ¿De
acuerdo?
—Te
veremos en casa—Joey musitó, devolviéndome el gesto con mayor dulzura—. Suerte.
—...Adiós.
Me
obsequian una mirada abrazadora justo al final, cuando ya les miro retomar su
camino, desde mi vista lejana, volviendo a lo que parece ser un tema de
conversación diferente al que manteníamos. Chandler lucía de pronto como si le
reprendiera, Joey como se disculpara. Entonces viraron en la primera esquina, y
había sido lo último que recepté.
En el
vestíbulo de la planta ya se siente el abandono del personal; personas que me
dan una última seña de despedida se marchan, otras apenas checan su horario de
salida, otras más hablan con el vigilante antes de salir y un puñado diferente
que se detiene a fumar un último cigarrillo antes de irse. Todos, personas que
conozco, personas de mi área y de otras, incluso mi jefe, que me topa apenas se
abren las puertas del elevador que he llamado.
—...Rachel.
El señor
Zelner me sonrió aliviado. Llevaba ya sus pertenencias y su maletín tendido de
un brazo, un aire relajado y un suspiro que se le escapó mientras trataba de
tener las agallas de mirar el reloj de mi muñeca. Será bastante tarde,
terriblemente tarde ya, maldición. ¿Estaba en problemas?
—Señor, yo...—titubeé—. Justo
regresaba de mi descanso. Quería...
—...No te
preocupes—meneó su mano desocupado como si buscara restar importancia—. Trataba
de encontrarte antes y estoy tranquilo de que lo acabo de hacer.
—¿Ocurre algo?
—Esta
noche habrá conteo de inventario en el área de Producción y Compras. Ya sabes,
es importante que dejes todos los pendientes listos antes de salir.
—Lo sé—asentí,
mirando por encima de mi hombro a todas esas personas que aún se iban. Quizá
por eso el alboroto. ¿Es que si no hubiera ido de descanso, hubiese salido
temprano también?—. Así será, no tenga cuidado.
—Perfecto—musitó,
acomodándose su saco oscuro y largo—. Escucha, hay un sobre justo en mi
escritorio que también tiene que ser enviado a más tardar esta noche. Es el
cierre del inventario interior. ¿Podrías...?
—...Por supuesto.
—Gracias...—dicho
aquello, comenzó a andar. Rodeándome con elegancia al primer segundo y
deteniéndose como si le fallasen los movimientos al siguiente. Se reprimió a sí
mismo por lo bajo y me volvió a señalar, mientras yo sostenía la puerta del
elevador para que no se cerraran de nuevo—. Oh, y Rachel...
—¿Sí?
Contesté,
pero ya me había aventurado a ingresar al ascensor. No me apetecía perderlo de
nuevo por el tiempo que ya había perdido y, bueno, quizá eso él lo estaría
apreciando más tarde también. Sonrió con sigilo, como si lo próximo que me
fuera a decir pudiese causar el mismo efecto en mí. O uno peor.
Las
puertas entonces, comenzaban a cerrarse de nuevo, lentamente.
—...Tag se ha ofrecido a ayudarte.
Y se
esfumó. Me percaté sin más de que la oscuridad que me atestó no había sido
producto de aquellas puertas cerrándose frente a mí, sino por haber cerrado mis
ojos con tal fuerza, y sin haberme dado cuenta de ello. Un resople de desgane,
quizá un arrepentimiento más por haber decidido tomarme un par de horas para
haber descansado. Una pequeña idea de cómo podía ser el resto de mi tarde, con
Tag a mi lado.
Al
arribas a mi piso, había sido la primera persona que noté. Tag, a lo lejos, se
paseaba enfundado en ese mismo saco gris de gabardina, con pantalones a tono y sus
zapatos tipo Oxford que tanto me
gustaba mirarle puestos. Era un atuendo bastante profesional, uno que ni
siquiera había recordado desde esta misma mañana en que ya lo había mirado
antes. Viéndose formal hasta lo indecible, decente, propio, caballeroso y hasta
libre con su cabello ondulado peinado hacia atrás. ¿Habrá estado adelantando el
trabajo que el señor Zelner encargó para los dos? ¿Se habrá molestado porque me
he tardado tanto? Seguro que sí, o igual no. Pero sí que sabía que, con los
cigarrillos que decidí comprar esta vez, todo estaría arreglado.
Las horas
se desvanecían lentas con cada pendiente que terminábamos, con otro que había
por empezar, y sin embargo, se convertían en agua deslizándose por nuestras
manos con cada cigarrillo que tomábamos de la cajetilla nueva. Se hacían leves,
inexistentes, blancas, como cada bocanada de humo que soltábamos casi al mismo
instante.
Para el
quinto cigarrillo, Tag me obligó a engullir algo de la máquina de golosinas que
está en la cafetería, quizá de mirarme tan desganada, o muy seguramente luego
de que se me escapó decirle que, en lugar de unirme a los chicos a ir por un
café, me he desviado para comprar otra cosita en la acera de enfrente. Después
de todo, sus insistencias fueron dulces y cedí, aceptando por supuesto como premio
otro par de sus cigarrillos
favoritos.
Fumar con
él, sin prohibiciones, sin ataduras, era una forma de escapar, de eliminar el
peso certero que fulminaba mi espalda día con día y, aquello que me remordía
por haber vuelto al vicio, aquél motivo que me obligó a retomarlo, ya no
estaba. Pues disfrutaba, y quería sólo fumar. Fumar mi vida entera y exhalar ya
los malos momentos. Un cigarro por cada recuerdo, un cigarro por cada risa que
Tag me sacó.
El olor a
ceniza y a fuego impregnado en mi garganta y en toda mi ropa se había
convertido en ése bálsamo que había estado buscando y que, ahora, cada que algo
me recuerda, o que lo mencionan a... él, algo
dentro mío ya no se quebraba, ya no sentía que no se repondría jamás, así
supiese que fumar es malo de por sí, pero la razón por la que lo hacía era
mucho, mucho peor.
Quería
olvidar esa maldita noticia que me partió. Ése matrimonio.
Fumo, y
no pienso parar. No dejo de pensar que él odiaría saberme haciéndolo, y me
encanta. Porque aquella noche... él se fue. Me rompí. Traté de olvidarle, de
cumplir mi promesa, pero lo recordé. Fallé. Fumé. Lloré. Sufrí. Le extrañé.
Volví a llorar. Intenté ser fuerte, me obligué a ser fuerte. Fui fuerte.
Gracias a Tag había aprendido a vivir sin él, aprendí a que dejara de dolerme,
a dejar de llorar a su ausencia. Dejé de extrañarle.
Le
recordaba, y gracias a Tag, ya no me rompía de nuevo. No demasiado.
—Vamos,
dime...—Tag musitó al aire, y sin haberme mirado siquiera. Lucía bastante
ocupado mientras rebuscaba las últimas hojas de registro que teníamos que
verificar entre su desordenado y pequeño escritorio—. Tu tipo de cita favorita.
Una risa
se me escapó, instintivamente. Y mientras me aventuraba a dar una ojeada al
reloj de la pared para asegurarme de que aún teníamos tiempo de sobra,
agradecía que Tag me distrajera un poco de nuestras labores. Tener el trabajo y
pendientes en mis pensamientos cada segundo del día no iba conmigo simplemente,
y estaba segura, él lo sabía.
—No lo sé—susurré,
dejando caer mi rostro sobre mis manos y mis codos apoyados sobre la pequeña
mesa—. Me conformo con una salida a un restaurante lindo de la ciudad. Adoro
degustar algún vino siempre que salgo con alguien...
No
reaccionó, no asintió, no contestó. Soltó todo cuanto tenía en las manos y sólo
se acercó. Se aproximó, como si la sonrisita traviesa que llevaba en su rostro
manipulara su rostro entero, como si disfrutara la forma en que me ha hecho
poner de pie y andar hacia atrás y a trastabillas.
No tenía
ni idea de cómo lo hacía pero, a pesar de que anduve hacia atrás, a pesar de
que no lo creía, me intrigaba. Quería saber un poco más.
—¿Y qué
me dices de la excelente, brillante, genial noche que tú y yo hemos tenido el
otro día?—soltó en tono pretencioso. Sus brazos ya buscaban toparse con acecho
hacia mi cuerpo.
Entonces
sólo fui capaz de reír, de hacerme la torpe. Incluso, hubo cabida de maldecir
el muro que de pronto chocó contra mi espalda, y se interpuso entre mis pasos
entrecortados. Pero si me apenaba, si me hacía mirar a otros lados salvo él, no
se lo obsequiaría tan fácil. Me obligaría a encararle así me doliese, si fuera
necesario.
Rogué por
tranquilizarme.
—Hemos ido por un café... Tag—espeté.
Con
recelo, él resopló, y terminó alejándose entre risas para retomar lo que hacía
con el papeleo de su escritorio. Solía ser así siempre, y como a veces me
molestaba, otras no tanto. Tag podía detenerse a centímetros de mi rostro y
pasar un dedo por mi mejilla y el mundo no se paraba, sino que sólo perdía el
sentido, iba en una contraria dirección.
Entreabrió
sus labios, y pude girar que evitaba mirarme no por poner atención a lo que
hacía, sino porque lo había hecho sentir inseguro.
—...Eso, porque no me has dado la
oportunidad de algo más.
—Lo siento...—susurré, acercándome a él un poco
para ayudarle en lo que hacía. Y rogué entonces porque mi interior de ya
zafarme del tema no me delatara de un segundo a otro.
Pero
quizá pedía demasiado.
El
silencio llegó por unos segundos, se quedó ahí, nos petrificamos, y tan sólo
con su mirada, sólo con su seriedad, me fue a recordar también que, así como él
podía hacerme sonreír, así como podía dejarme ir con él, como podía dejarme
fluir, de alguna forma, también me contraía como si fuese inevitable. Le daba
excusas para apartarme, le hería por la espera, me replegaba y hacía que ya lo
que habíamos vivido, valiese para nada más.
A veces,
se me iba a olvidar que es por él que me siento más segura de mí, que gracias a
él es que me siento... menos insignificante.
—¿Y qué hay de la música?
Me
distrajo de pronto. Comenzaba ya a archivar los últimos encargos que le había
mencionado el señor Zelner en uno de los estantes principales del despacho. Ni
me percaté del segundo en que se había despegado del escritorio. Ni de eso, ni
de su pregunta en realidad.
—¿Qué con ello?—inquirí.
—¿Tienes
algún tipo de música favorita? Me parece que por aquellos días en que recién te
conocí solía escuchar algo de pop
cada vez que encendías la radio en el descanso.
—Lo sé,
pero... ya no me gusta—le solté, certera y fulminante. Tener que ocultar una
pequeña verdad ya sería una hazaña. Recordar razones, prohibiciones, sería un
martirio tremendo—. Me he distanciado un poco de la música, de hecho... No
es... lo mismo que antes.
—¿No escuchas música?—se giró hacia
mí, extrañado.
—No.
—¿Nada?
—Casi nada, creo.
—No te puedo creer, ¿Quién podría
hacer eso, quién podría vivir sin música?
Me bufé.
Si supiese que esta no sería una pregunta de una sola respuesta, sino un
argumento de días enteros, dolorosos y lacerantes. Pedazos de mi vida a ciegas.
—Pues
créeme, no ha sido fácil—admití, encogiéndome de hombros—. Pero, así... ha
ocurrido para mí.
Enmudeció
y sólo me obsequió una leve mirada de empatía. Tal cual tratase de descifrar lo
que mi silencio y mi corta respuesta quisieron esconder.
—Ah,
maldición—espetó de golpe. Sin más su rostro se endureció, su mirada se
ensombreció y se alejaba de mí con pasos estrepitosos que le conducían a la
salida de la oficina.
Anduve
detrás de él tan pronto como pude reaccionar. Contrariada, extrañada hasta lo
indecible. ¿Ahora qué?
—¿Qué
ocurre?—le pregunté a unos metros detrás de él y andando, pero mi voz no lo
hico alentarse siquiera.
—El sobre
de Zelner—apenas y logra decir, por lo agitada que se ha vuelto su respiración—,
¿Te ha dicho sobre ello?
Me
estremecí, deteniéndome en seco. Busqué un reloj con urgencia y sólo advertí
que él ya se había inmiscuido en la oficina de nuestro jefe mientras buscaba
una y miles de razones por creer que el reloj aún no marcaba las nueve de la
noche. No, no, no podía ser. ¡Maldición!
Cajones,
estanterías, repisas, archiveros, inclusive el armario privado de Zelner,
removimos papeles, movimos documentos de su sitio, de pronto el lugar se vuelve
un completo caos, no estaba. ¡No estaba! ¡Y con un demonio! Si ha sido tan
importante, ¿Cómo se le ocurre esconderlo de nosotros? ¿Cómo pensaba que lo
íbamos a encontrar a tiempo?
—Maldición,
no...—me perdí de vista entre el desorden que armamos, mi fuerza decayó, la
ansiedad sólo lo atropellaba todo y mis manos temblaban con cada maldita hoja de
papel que quería mover de lugar—. Él ha dicho que estaría aquí, que estaba
sobre su escritorio. ¿Por qué no...?
Nada,
aún. Salvo el reloj avanzando, titiritando a cada segundo. El tiempo, sus
maldiciones, mi desesperación.
—¡Agh...! —gruñí al cabo de unos
segundos, provocando que él se alarmara, que me mirara impávido desde el otro
extremo de la oficina—. No puedo pensar con ese reloj sonándome cerca. No me
puedo concentrar... Por favor, Tag. Pon algo de ruido, ¿Sí? Me estoy volviendo
loca.
—¿Ruido?—soltó
sin aguardar cada documento y sobre que llevaba en las manos—. ¿Quieres que...?
¿Quieres que ponga música?
—No, no,
sólo...—aguardé. En mi búsqueda urgente por una salida más rápida que ello
ubiqué la televisión de Zelner puesta sobre un soporte metálico por encima de
nuestras cabezas—. Enciende la televisión.
—Bien.
Sólo
asintió, y de un lado de la computadora, tomó el control remoto para encender
la pantalla y concentrarse en rebuscar por la programación. Me reí por lo bajo,
girándome entonces y volviendo a lo que me mantenía ocupada; era una maldita
ironía que aquello que tanto buscábamos no aparecía por nada, pero el control
remoto de la televisión, estaba ahí, justo frente a nuestras narices.
El cambio
de sintonía pareció cesar más allá, se oía ruido. Más como bullicio que un
ruido irregular, y combinándose con música que, gloriosamente no conocía de
antes. Era sólo melodía en realidad. Ubiqué, mientras supe a Tag inmerso a
metros de mí, el teclado de la computadora justo a un lado de donde él había
tomado el mando de la televisión. Justo
frente a nuestras narices, era la respuesta. Suspiré, inspiré y gemí de
asombro, de regaño inminente hacia mí. ¡Mierda! ¡Ahí estaba, justo debajo del
teclado!
—¡Ey,
Rach, mira esto...!
Le oí
bramar a mis espaldas. No obstante antes que replicar, que girarme hacia él y
encontrarle, mi mente divagaba entre mi lista de cientos de comentarios
sarcásticos y burlones que se me podrían salir por la situación. Finalmente,
caminé hacia él con el lujoso sobre de Zelner entre las manos, mirándolo con
recelo e ignorando el ruido disipándose, como si no fuese real que ya lo he
encontrado.
—He encontrado el maldito sobre,
Tag, ya podremos...
—...No tenía ni idea de que el
programa salía al aire hoy.
Le miré
contrariada, luego de que me interrumpió. Su mirada perdida, sus ojos brillando
y clavados en pos de la pantalla me intrigaron a mirar, y sin más... a hundirme
en un caos sofocante y abismal naciendo en un agujero al centro de mi pecho
cuando miré la imagen de un lujoso escenario adornado con cortinas carmines e
infinitas, cantidad interminable de gente, de gritos, de personas que
reconocería de cualquier sitio aplaudiendo también. Era el maldito programa...
la premiación.
Tag subió
el volumen, sonriente y ante mis ojos impávidos, carentes de sentido, de
brillo.
—...Den por favor, una inmensa bienvenida a
Michael Jackson, y su mujer, Lisa Marie Presley-Jackson.
Mi pecho
ardió, mis ojos se tensaron, mi respiración desapareció. El mundo se
desmoronaba y él ya salía caminando
hacia el escenario, el agujero en mi pecho se agrandó y ubiqué su mano tomando
la de ella con un ahínco infernal, me rompí, me destruí mirando cómo se
sonreían, cómo ella se aproximaba hacia él, cómo se miraban así de perfectos...
juntos.
No...
—...Bienvenidos a los MTV Video Music Awards.
Le oí
hablar, le estudié sonriendo hacia todas direcciones sin ser capaz de despegar
mis ojos de la pantalla, descifré dolorosamente su semblante así fuera a través
de esas gafas oscuras de aviador. Me rompí, me dolía, me laceraba su voz, el
sólo imaginarlo, el simple hecho de pensar que se encontraba aquí, cerca. La
debilidad y el aturdimiento no me ponían alerta, sólo trozaban más mi dignidad.
—Ese
Michael...—Tag murmuró a mi lado, indolente, vacilando, casi irreal y, sin
haberse percatado de mi semblante colapsando a su lado—. No creí que aún
siguiera con ella.
Le miré
entonces, incrédula. Mis ojos ardieron y mi nariz se congestionó a base de un
ardor que se disipó desde mi pecho y hasta mis brazos paralizados. Mis piernas
mientras tanto temblaron, el suelo ya no tenía sentido bajo mis pies.
—Estoy
bastante feliz de estar aquí...
Él... Michael
continuaba, sonreía, brillaba, abrazaba a Lisa con su sólo mirar y alzando una
de sus cejas ubicaba por fin la cámara que se encontraba enfocándole.
Entonces
se quedó quieto.
Mirarlo
así, saberlo así, con Lisa, con alguien así de hermosa, con una mujer que sin
duda sería de su talle, me asesinó. Deseé llorar, gritar, imaginar inclusive
que sería capaz de arrancarla de su lado, deseaba que todo ya terminara, que no
fuera real, que él no existiese, que no me envenenara como lo hizo la última
vez. ¿No había comprendido ya que yo nunca fui lo suficiente para su mundo? ¿No
me había clavado en la mente que yo no era nadie en comparación con ella, mucho
menos alguien merecedora de todo cuanto su vida obsequiaba?
Impensable,
insoportable, sofocante. No, no, no...
—Y sólo piensen... Nadie ha creído, que esto podría
durar.
Bramidos
del público, su mano tomando la de ella con una fuera mayor, un par de sonrisas
nerviosas, el cómo se quitó así las gafas de sol, la manera en que una risa
vaga a Tag se le salía, el infierno brotando de una única y ahogada lágrima que
se me escapó.
...En
medio de ese beso.
Estaba
ahogada por llanto que no salía mientras lo miraba besándola como aquella
primera vez, de todas las formas más parecidas a cómo él solía hacerlo conmigo.
Las lágrimas se anidan en mi garganta y asesinan entonces impotentes gritos que
en medio de mi silencio ya estaban muriendo.
No quiero
llorar... no quiero llorar... No aunque mis ojos quemen, que mi mente se
ahogue, que mi corazón destroce mi pecho. Cierro mis puños con fuerza y aún así
siento el dolor, la impotencia. Me siento débil. Sentí, ahí, con mi pesadilla
más oscura manifestándose frente a mis ojos, un atisbo nuevo de rabia nacer.
Un grito
en mis entrañas, que quería salir.
Grito,
lloro por dentro. Me desgarro y me sumo en un infierno de impotencia que abraza
de angustia, penas y suspiros que mueren por no besar más aire que aliento del
nudo infinito que hay en mi garganta, en mis ojos deshechos y avergonzados, en
el mundo que, otra vez, Michael me lanzó, de agonía y ausencia. De... despecho.
Sentí de
pronto dentro de mí la forma en que escocía la mezcla entre lo bueno y lo malo,
dando lugar irremediablemente a un sentimiento de impotencia con todo, como si
quisiera explotar en violencia y llantos con una sed de venganza y destrucción
sin sentido alguno.
—T-tag...
Susurré,
o me quise imaginar haciéndolo en el centro de aquél alboroto, de la forma en
que la pantalla me mostró cómo ellos sólo se aferraban al cuerpo del otro y
devoraron sus labios por tres infinitos y ácidos segundos de dolor.
¿No creía
él que yo también puedo jugar a matar?
¿Arraigarme
a una venganza tan dulce, tan leve, y así dejarle de amar?
Me
tentaba, me quemaba... me obligó.
Y quizá
así, de esta manera yo podría sentir eso que él sintió aquella primera vez que
había besado a Lisa, esta vez que, estaba segura, lo había hecho a costa de mí,
seguro de que yo lo vería, de que mis adentros se desangrarían y que él ganaría
otra vez. Quizá ahora podría sentirme bien, pasar delante de quien una vez fue
mi propia tumba, y poder sentirme en el Cielo. Mi ser, despojado de dolor y
hierro. Buscando otros caminos, ansiando la primer salida.
Que bien,
quien fue destruido, sabe como destruir.
Tag, en
silencio viró. Y yo no tardé en besarlo.
*****
La
oscuridad todo lo permeó.
De un
segundo a otro, me impregnó la diferencia entre el estar sobre el escenario y
detrás de él; la mano de Lisa me dejó, ella se adelantó y no percibí ni una
maldita razón por la que sus pasos atrabancados no me dejaban avanzar más a su
lado. El bullicio de fuera me confundía, el caos, el temor. Bien pudo estar
derrumbándose todo mi mundo, y sólo yo lo sabía. O quizás ella también.
Tragué
saliva, la valentía me abandonó mientras ella se aproximaba estrepitosa a
nuestro camerino.
—¡Lisa,
aguarda, por favor...!—bramé, pero no se detenía. Cerré la puerta detrás de mí
y traté de aferrar nuevamente su brazo con mis latidos a todo babor, pero no
lograba nada—. ¿Pero qué es lo que...?
—...Sólo
guarda silencio...—susurra, llevando ambas manos a su rostro, a su cabeza, a
sus labios con una inmensa ansiedad—. Guarda silencio, por favor...
Se quitó
los pendientes con una rudeza tal que creí se lastimaría, mientras advertí el
cómo sus ojos verdes comenzaban a escocer.
Evitaba
mirarme y, con una mierda, no me animaba a acercarme más, no me atreví a tomar
de sus muñecas para obligarle a dejar de obstruir su mirada hacia la mía. No
era capaz de mirar a mi esposa a los ojos pero sí de sentirme inútil, idiota.
Frustración e impotencia se potencian en una especie de bronca inmensa y se
acumula como anudándome la garganta, sin dejar que las palabras salgan, sin
querer nada más que gritar y desaparecer de la realidad sucia que se ha
disipado entre nosotros.
—¿Pero,
de qué me hablas?—le rogué, destruí el nudo que se me vino en el pecho y rogué
por sonar coherente—. ¿Qué es lo que ocurrió? Tan sólo...
—¿Que qué es lo que ocurrió?—me cortó,
como si mi pregunta hubiese sido el insulto más bajo y lascivo de todos.
Me dejó
ahí, petrificado. No podía sentir nada que no fuera esa inundable e innegable
tristeza con la que no creí volver a cargar desde hace un tiempo. ¿La había
lastimado? Ella... El beso... ¿De eso se trataba esto?
—...Te he
pedido que no lo hicieras...—la rabia, la impotencia, la decepción supuró por
cada palabra, por cada brillo que no existió en sus ojos, por esa maldita
lágrima que le brotó—. Y no te importó... Lo hiciste de cualquier forma.
Tomó
entonces su bolso, y en medio de mi infierno, rodeándome nada más, intentó
alcanzar la salida de la habitación sin haberme mirado siquiera, sin enterarse
de que la angustia mental que me corroe hace que el dolor de espalda que sufro
hace tanto comience a aparecer.
No...
¡No! ¡No podía irse, no!
—Lisa,
linda, yo...—me interpuse en pos de sus pasos, de sus susurros destrozados. Me
acerqué pero ella sólo me evitó, continuó avanzando haciéndose a un lado
forcejeando un poco más.
—...Y lo hiciste... sólo... para que
ella lo viera, ¿No es así?
Me quedé
con la boca seca, carente de palabras por salir. Sentí en mis ojos sal pujando
por salir, pues sabía que estaba a nada de perder mis propios estribos. Lisa,
tan fuerte como la sé, tan imperiosa, tan brillante, hermosa, y la destrocé,
sólo así, simplemente. Nos llevé al limbo, y aún así antes que entregarme y
hablar, confesar mis verdaderas razones, pensaba más en seguir callando y
llorar por dentro por la impotencia que me generó estar aguantando una
situación tan denigrante como la que trato de justificar tan estúpidamente.
—Dímelo...—añadió. Su voz grave
colgaba de un casi desvanecido hilo.
Traté de
negarlo y no lo quise entender, me lo dijo, me lo pidió, lo hablamos y no la
quise escuchar, la abandoné, la defraudé y ahora no podía sentir nada más que a
mí mismo chocando contra la pared más grande que levanté en mi contra.
Era
cierto... y no lo pude decir. No hice más que observarla rodeándome y alcanzar
ya esa maldita puerta.
Y bramé,
maldije, la intenté alcanzar sólo medio segundo de que ella ya había
desaparecido de mi visión cuando ese nudo en la garganta y esas ganas de llorar
en medio de la impotencia de algo que no podía cambiar me atestaron. No quería
ver todo mi progreso derrumbarse ante mis ojos. No quería que todo cuanto hemos
construido juntos hasta ahora se lacerara así, y todo por un estúpido error. No
quería convencerme, una vez más, de que todo terminaba siendo mi culpa...
siempre.
Pero
Karen se postró entre mí el umbral. Había dejado que Lisa nos abandonara y yo
no tuve más camino que encontrarme con esa mirada oscura y decepcionada,
impregnada de temor en cada gesticulación.
Sus
labios se entreabrieron, temblando.
—¿Es... cierto eso?—inquirió.
Me vi,
con la única posibilidad de descender mi mirada. Y una inspiración de defraude
apareció.
—T-te desconozco, Michael...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar