sábado, 31 de enero de 2015

Capítulo 20: "Rostros que ya Conocía"

Los tres días siguientes no serían, en absoluto, diferente al primer día en que habíamos llegado a Neverland.

La diversión no se detenía, cada noche pensaba para mis adentros que jamás me había divertido tanto en mi vida, y al día siguiente despertaba sólo para comprobar todo lo contrario; que cada día las emociones, diversión, y sensaciones, eran mayores a las del día anterior, y estaba segura de que para mis amigos también.

Quienes no terminaban de impresionarme cada momento eran Michael y Rachel. No había instante en el que no se le encontraran juntos, hasta que la noche caía sobre nosotros y había que partir a nuestras respectivas habitaciones. Solía también carcajearme, sobre la mueca que Rachel dibujaba sobre su rostro, cuando Michael nos había comentado que en estos días él deseaba presentarnos a una persona muy especial para él. Era una amiga muy cercana, que vendría a conocernos, después de que Michael le había contado sobre todos nosotros.

Yo, a diferencia del reproche que Rachel manifestaba cada vez que Michael la mencionaba, sentía un desborde sin fin de ternura, al comprender que él le contaba sobre nosotros a sus amigos más cercanos.

Así habían transcurrido aquellos días, cada uno mucho mejor que el anterior. Y como era de temerse, de hecho nada había cambiado. Ni siquiera el clima en el que nos encontrábamos, desde el primer día.

Llovizna tras llovizna caía sobre nosotros, los cuatro primeros días que estuvimos ahí, y nosotros oíamos a Michael quejarse constantemente sobre aquello, pues no había transcurrido ningún día, en el que no pudiera mostrarnos su hogar en su totalidad.

Nada más que lluvia, hasta el quinto día de nuestra estadía en el hogar de Michael.

Recuerdo haber despertado esta mañana con los chillidos de Phoebe y Joey, que decían que el sol por fin había salido. Y que de hecho, ahora era hora de salir a disfrutar del día hermoso que nos esperaba.

Como pude apresurarme, me reuní con Chandler y Joey, para salir a recostarnos en uno de los jardines principales, mientras Michael y Rachel acordaron que nos alcanzarían luego, pues habían ido a pasear cerca de los juegos mecánicos. Y Phoebe, se había retrasado, al querer quedarse en la cocina, preparando bocadillos para nosotros.

            —Muy bien, de acuerdo…

Chandler me había sacado con la menor consideración posible de mis propios pensamientos. Había interrumpido los pocos segundos que yo necesitaba para mí misma, para revitalizarme de las tormentas que nos habían rodeado a todos en el lugar los días anteriores.

Creo que maldije, pero lo suficiente bajo como para que sólo yo pudiera escuchar. Odié a Chandler, sí, pero no quería hacerlo sentir mal. Le escuché al fin.

—…Estamos justo en medio de un holocausto nuclear—continuó—. Yo soy el último hombre vivo en la Tierra. ¿Entonces, saldrías conmigo?

Le miré por unos segundos, y me devolvió la mirada impaciente por una respuesta. Y entonces comencé a pensar en qué podría decirle. -O al menos aparentaba que estaba pensando en algo-, porque esto para mí no era más que otra más de sus infinitas bromas.

            —Eh…
            —Tendría comida, y provisiones, ¿sabes, Monica?

Él me dedicó la sonrisa más sincera que había conocido sobre su rostro y provocó que yo sonriera también, y que desviara mi vista a algún punto en el que no pudiera encontrar su mirada. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Me había sentido sonrojada por Chandler?

Imposible.

Al final quise recobrar un poco de orgullo volviendo a mirarle, y con todas las intenciones de contestarle con algún comentario sarcástico, pero alguien tenía intenciones de interrumpirnos a ambos.

            —¡Chicos, vean esto! ¡Vengan a ver este enorme panal!

Chandler se incorporó de inmediato y en un segundo ya se encontraba de pie, y tendiéndome una de sus manos para que yo pudiera hacer lo mismo. Entonces los dos corrimos hacia donde Joey se encontraba, justo bajo uno de los árboles que nos rodeaban, apuntando con su índice hacia una dirección.

            —Ése sí es un gran panal, Joey.

Cuando Chandler dijo eso, mi vista se fijó en un lugar del césped, justo debajo de ese enorme panal. Parecía que un pedazo de éste se había desprendido y había caído justo frente a mí.

Entonces vi la oportunidad perfecta para gastarle una broma a los dos. Tuve intenciones de tomar aquél pedazo y lanzárselos, haciéndoles creer que alguna abeja los picaría. Así que me incliné un poco y avancé dos pasos hacia el frente. Pero como en todo, el karma tenía que estar presente en cuanta acción yo realizara.

            —Hey, chicos—alcancé a decir—, miren este trozo de…

Un dolor punzante comenzó a apoderarse de mi pie izquierdo. Era un dolor tan inmediato, que ni siquiera tuve la oportunidad de verlo venir. No entendía nada. Sólo me ocupé de gritar lo más fuerte que mi garganta me permitió.

Tomé el brazo de Chandler con una fuerza impresionante, y entonces los dos se acercaron a mí sin hacer nada más que cuestionarme con la mirada. Llevé mi mano a mi pie para poder saber qué demonios estaba ocasionando mi sufrimiento y fue cuando todo se volvió más claro. Mi pie descalzo había aplastado a una abeja.

            —¡¿Qué?! ¡¿Qué?! ¡¿Qué te pasa?!—Chandler gritaba.
            —¡Una abeja! ¡Pisé una abeja! Me duele muchísimo, chicos, no sé qué…
            —¿Qué hacemos, Chandler?
            —Aquí no podremos hacer nada, tenemos que llevarla a la casa.

No puse atención a lo que Chandler decía. Mis sentidos sólo estaban concentrados en el dolor que ahora comenzaba a dormir mi pierna entera. Lo único que escuchaba eran los gritos de ambos.

 —Muy bien, está bien—Chandler decía—. Ambos alzaremos una de sus piernas.
            —…De acuerdo—Joey asintió.
            —Chicos, no lo soporto, no puedo…

Comenzaba a sentirme débil. Apenas fui capaz de sentir el cómo ellos armaban una especie de asiento con sus brazos y me alzaron en él con una velocidad enorme. Ellos comenzaron a correr y emprendimos camino de vuelta a la casa. Me sentía inmensamente agradecida con ellos. Pero el dolor cada vez más insoportable que me consumía no me permitía pronunciar ni un mísero “Gracias”.

Los segundos pasaban rápido y yo comenzaba a ver la casa a unos cuantos metros delante de nosotros. Y entonces miré de nuevo mi pie, que notablemente comenzaba a hincharse duplicando su tamaño.

            —Malditas abejas…

Alcancé a susurrar con los últimos restos de fuerza que comenzaba a recobrar en el momento que me di cuenta de que habíamos llegado a la cocina del lugar. Lo primero que observé –y que me tranquilizó bastante- fue que Phoebe se encontraba ahí.

            —¿Qué? ¿Qué ocurrió?—Oí musitar a Phoebe, preocupada.
            —A Monica la picó una abeja.

Chandler me depositó en una silla al momento que Phoebe se acercaba rápidamente a donde yo me encontraba. Con un rostro de inmensa preocupación. Dios mío, amaba a esos chicos. Dejé escapar una leve sonrisa.

—Escucha, Phoebe; Joey y yo iremos a buscar un poco de medicina. Tú busca un poco de hielo para calmar el dolor.
            —…Claro.
            —¿Phoebe, dónde están Michael y Rachel?—preguntó Chandler.
            —…Creí haberlos visto en el jardín principal, cerca de los juegos.
            —…Muy bien, gracias.

Chandler y Joey salieron corriendo del lugar, y Phoebe se encontraba ya al otro extremo de la cocina tratando de conseguir algunos hielos del congelador. Los envolvió en una especie de toalla pequeña y volvió a donde yo me encontraba. Presionó los hielos contra mi piel.

           —…Gracias, Phoebe.
           —Ni lo digas. ¿Qué fue lo que ocurrió, Monica?
—…Una broma que salió mal. Pisé por accidente una abeja y mi pie debió tocar el aguijón.
           —Dios, da gracias que no eres alérgica a estas cosas.
           —…Lo sé.

Ella me sonrió y yo volví a agradecerle. Ahora me sentía mucho mejor. La sensación de mareo, o de que en cualquier momento me desmayaría había comenzado a desaparecer. Me sentía realmente reconfortada. Pero luego el sonido de alguien desde fuera tocando la puerta de la cocina que conectaba con el jardín nos había distraído. No teníamos idea de quién podría ser. Phoebe me miró por un segundo y luego se alejó de mí para poder abrir la puerta.

           —Oh, Dios…—musitó Phoebe.
—Lamento tener que entrar por aquí. La puerta principal estaba obstruida por el momento. ¿Se encuentra Michael? Soy su oftalmólogo.

Esa sonrisa, esos ojos, ese bigote, ese rostro. A esa persona la conocía de algún otro lado, pero no podía recordar de dónde.

Observé cómo Phoebe se quedaba con sus bonitas facciones paralizadas al contemplar el encanto que ese hombre desprendía, y fue entonces cuando supuse que yo me encontraba con la exacta misma expresión en mi rostro.

Sin darme cuenta, él se encontraba mirándome, y en un segundo capturó mi mirada provocando severas emociones en mí. Nunca antes había sentido la sangre con tanta intensidad circular por mis mejillas, pero aquella vez sobrevolaron los límites.

            —¿Doctor Burke…?
***

            —…Hasta que se hizo la luz ¿no?—la oí decir.
            —¡Al fin…!—exclamé.

Y reí apenas reaccioné.

Me encontraba paseando por aquél mismo camino que me sacaba de todo cuanto tuviera que ver con el estrés y la desesperación. Aquél que de noche se veía iluminado debajo de mis pies, por las pequeñas luces blancas incrustadas en él. Aquél camino que, rodeado por flores y más flores, resaltaba de manera perfecta con la belleza de la chica que se encontraba tomando mi mano, mientras juntos caminábamos a través de él.

Ella acababa de despertar, y aún así se veía sumamente hermosa. Con una coleta improvisada detenida en su nuca, dejando sueltos algunos cabellos que no alcanzaban a tocar el lazo que amarraba su cabello, Rachel me hacía sonrojar, cada momento en que la comisura de sus labios me amenazaban con una sonrisa.

—No tenía ni idea de cuánto nos estábamos perdiendo, Michael—musitó—. No sabes cuánto agradezco que haya dejado de llover.
—Lo sé… Tenía tantas ganas de pasar el tiempo con ustedes, fuera de la casa. No podían terminar los días sin que les mostrara todo.

Le dediqué una sonrisa, pero ella no parecía haberme correspondido. Tuve un sentimiento fugaz de preocupación, cuando sentí que la manera en que tomaba mi mano se tensaba, y su mirada se perdía en el vacío. Fue entonces cuando me ocupé de volver a ganar su mirada de nuevo.

—¿Puedo verme con el atrevimiento de confesar que me encanta estar contigo?—dije al fin.

Ella volvió a mirarme, y volviéndome a recordar la razón por la que me fascinaba mirarla, volvió a sonreírme. Entonces detuvo sus pasos a mi lado y quedó frente a mí, observándome.

            —…Me temo que a mí también me fascina—murmuró.
            —¿Te ‘temes’?

La miré, confundido.

La sensación de su mano tomando la mía volvió a ser la misma de antes, y retomamos nuestro paso a través del pequeño camino, y me di cuenta de que Rachel nos dirigía a una pequeña banca de madera que se encontraba a unos metros de nosotros.

            —Respóndeme algo, Michael.
            —…Lo que sea.

Ella tomó asiento en la pequeña banca frente a mí. Y recorriendo su cuerpo algunos centímetros sobre esta, con su otra mano dio pequeñas palmadas a ésta, haciéndome señas para que tomara asiento a su lado.

            —¿Qué va a pasar cuando yo tenga que volver a Nueva York?
            —¿Que, qué va a pasar?
—…Sí. Quiero decir, no pienso que vuelvas allá, no pronto, al menos. Tu gente puede tornarse molesta por hacer tantos viajes, o por dejar tu trabajo de lado…

Reí, nervioso.

—Linda, nadie puede molestarse si acaso llegara a viajar hasta diez veces por semana.

La miré, en busca de haberla hecho sonreír. Sin éxito.

            —…Sabes a lo que me refiero—dijo.
            —…Muy bien, de acuerdo.

Evadí el mirarla sólo por unos segundos, para tratar de ordenar mis pensamientos por un momento, pero el sentir que ella no paraba de mirarme, hizo que volviera a observarla también. Creo que traté de sonreír, intentando reconfortarla.

            —El asunto es el siguiente—murmuré.
            —…Dime.
—Desde el último show que presenté en Nueva York, me recomendaron tomarme un mes de vacaciones, sólo uno, para no perder más tiempo y luego poder retomar el tour, por algunas ciudades de Europa. Lo que ocurre es que…
            —…Ha pasado ya más de un mes desde ese show—me interrumpió.

Asentí.

—…Lamento que hayamos interrumpido tu trabajo. No sabes cómo lo siento—murmuró, casi inaudible.
—No lo menciones, por favor… Ustedes no han interrumpido nada. De cualquier forma, suelo alargar mis vacaciones, siempre termino haciéndolo. No te preocupes.

La observé fijamente, y ella también a mí. Entonces supe que ella lo había entendido todo, y que no hacía falta ni una palabra más por decir, para que quedara claro el hecho de que, en efecto, me iba a ser imposible poder verla, por los meses siguientes.

Lo único que llegó a hacer falta, fue el abrazo en el que comenzamos a hundirnos los dos, cuando advertí que una lágrima amenazaba con brotar de sus ojos. Sus brazos alrededor de mí me reconfortaron de manera fantástica, en armonía perfecta con las palabras que le oí murmurar;

            —…No sabes lo mucho que te voy a extrañar.
            —…Yo también—mi voz casi se esfumó—. Los extrañaré a todos.

Dejé de acunarla entre mis brazos para poder observarla de frente, y tomé sus dos manos entre las mías, seguido de acomodar un mechón de su cabello que había cambiado de lugar por la corriente del viento que nos envolvía.

            —…Te escribiré. Lo voy a hacer cada semana—le dije.

Ella sonrió al oírme decir aquello.

—…No habrá semana en que no sepas de mí. Sabrás todo y cuanto haga, todos los días.

Pude haberme perdido en la mirada que comenzó a dedicarme por horas enteras, hundido de lleno en sus ojos grises que me hipnotizaban con una frecuencia gigante. Agradecí para mis adentros el que yo haya logrado que ella cambiara la expresión de su rostro.

Pude haber quedado pasmado ahí, frente a ella, sin dejar ir su mano de la mía, haciéndole saber con ese roce, que yo iba a estar para ella, siempre.

Pero como también ya me había acostumbrado, a veces ese ‘siempre’ tenía que ser interrumpido.

Ella dejó de mirarme y observó a otro punto a un lado de mí, como si observara algo que se encontraba detrás de mí, o a alguien. Entonces, seguí su mirada y me di cuenta de que Joey había llegado, con Chandler a unos metros más detrás de él.

            —Rach, Michael, lo lamento…
            —¿Ocurre algo? —Rachel preguntó.
            —Es Monica, lastimó su pierna…

***

Traté de ponerme de pie con una sola pierna, para poder acercarme a donde se encontraban Phoebe y aquél hombre. Y los ojos de Phoebe mirándome confusa captaron mi atención.

            —¿Lo conoces, Monica?
            —…¿Monica? Eres… ¿eres tú?

Él me miraba con asombro y yo a él con una gran sonrisa. Ambos recordábamos quiénes éramos. Phoebe no dejaba de mirarnos a los dos, aún sin entender nada de lo que estaba ocurriendo ahí.

—Dios mío, Monica, antes eras tan… Quiero decir, debiste haber perdido al menos—titubeó unos segundos—estás estupenda.
            —…Gracias. Ella es mi amiga, Phoebe.
            —Oh, hola Phoebe, es un placer…

Phoebe estrechó su mano y por la sonrisa que mantenía hacia aquél hombre, pude notar que se sonrojó un poco, pero no tanto como yo me encontraba en ese instante.

           —…¿Qué hacen aquí? ¿Ustedes conocen a Michael?
—Sí, de hecho, somos… somos amigas de él. Es increíble que usted sea su oftalmólogo. Simplemente increíble—musité.
—Dímelo a mí… No creí que volvería a encontrarte, Monica. O al menos, no aquí. ¿Cómo va todo? Quiero decir, no te he visto por lo menos en seis años, ¿Vives aquí ahora?
—No, no. Sigo viviendo en Nueva York, estaremos aquí sólo por unos días. ¿Cómo van las cosas con usted?

Los tres comenzamos a desplazarnos a donde se encontraban los asientos del comedor, para encontrar un sitio más cómodo en el que pudiéramos conversar. Pero para mi suerte, había olvidado la herida que tenía, así que al primer paso que intenté avanzar no pude evitar lanzar un notable grito de dolor.

           —Oh, Monica, cierto ¿te lastimaste? —Phoebe preguntó alarmada.
           —No, no Phoebe. No te preocupes.
           —¿Qué? ¿Qué ocurre?—él frunció el ceño, penetrándome con la mirada.
—Monica sufrió una picadura de abeja en su pie, retiré el aguijón hace un minuto, y puse un poco de hielos, pero creo que aún está lastimada.
            —Ya veo… ¿Hay bicarbonato en este lugar?
            —Sí, creo que sí.
            —Permíteme untarle un poco con agua.
            —…Dr. Burke, no tiene que…

Intenté hacer que se detuviera, pero fue inútil cuando ya lo tenía frente a mí mezclando un poco de bicarbonato con agua, y masajeando mi pie con la mezcla. Un sentimiento de placer rodeó mi cuerpo entero, y uno de sonrojo también.

            —…Gracias, pero no tenía que hacerlo.
            —Oh, por favor, no ha sido nada.

Tuve intenciones de adentrarme en cada una de sus facciones, de lo que hacía, de sus manos, mientras él me regalaba miles de sonrisas en un segundo, pero la mirada amenazante de Phoebe me prohibió seguir. Y traté de compensar la tensión continuando la conversación.

           —¿Me estaba diciendo como iba todo con usted…?
—Bueno, como sabrás, Barbara y yo acabamos de divorciarnos. Ha sido un tiempo sin duda difícil pero tengo mi trabajo, y eso hace todo un poco más llevadero.
            —Oh… lo lamento.
            —…No lo hagas.

Me perdí en sus ojos claros por un momento, y comprobé que él también me miraba a mí, cuando guardó silencio por severos segundos.

—Pero bueno, he venido a una consulta rutinaria con Michael, sólo que he venido sin aviso, y no estaba seguro si él estaría en casa. ¿Está él por aquí? —comenzó a decir, nervioso.
—Sí, él está… de hecho unos amigos fueron a buscarlo. Pero, no lo sé, ya van algo tardados. Iré a ver qué pasa—contestó Phoebe.
           —Muy bien, Phoebe, gracias.

Phoebe avanzó algunos pasos hacia el umbral de la puerta, dejándonos a él y a mí solos, y comencé a percatarme del peso de la dulce sonrisa que me dedicaba, sumado con el silencio que comenzó a amenazarnos.

—…Jamás me hubiera imaginado que usted era oftalmólogo de Michael—dije.
—…Jamás hubiera imaginado que lo conocías en persona… Trato de ser lo más serio con casos así, no puedo ir por todos lados diciendo que he tratado con gente importante.
           —¿Trata a más gente así?
—Lo he hecho, lo hago de vez en vez. Es por eso que he dejado de vivir completamente en Nueva York, vengo muy seguido a California ahora.
           —…Quizá es por eso que ha perdido contacto con mi familia.
           —Lo sé… Pero siempre he de volver a casa.

Me sentí totalmente contagiada por la sonrisa que me dio, y por el tono de voz que utilizó para decir aquello, haciendo que comenzara a sonrojarme, de nuevo.

—¿Sabe? He tenido últimamente molestia en mis ojos, quizá pueda ir a visitar su consultorio, cuando tenga usted la oportunidad de volver a la ciudad—dije.

Sonreí.

—Me parece una excelente idea, me parece que estaré en casa para el viernes de la siguiente semana.

Dijo, mientras se ocupaba de guiñar un ojo hacia mí.

El sonido de la puerta hacia el jardín abriéndose de golpe tras ese hombre parado frente a mí, me había sacado bruscamente de mis pensamientos, para después percatarme de que Phoebe había regresado, y no lo había hecho sola. Joey y Chandler venían con ella, al igual que Michael y Rachel.

            —…Lamento haber tardado tanto.

Oí que Michael decía mientras cruzaba aquella puerta, e inmediatamente comenzó a acercarse a mí, seguido por Rachel.

            —¿Te has lastimado feo? —murmuró, mientras tocaba mi pie.
            —…Lo hice, pero Phoebe y alguien más ayudaron a calmar el dolor.

Michael me miró confundido, y girando sobre sus talones, volteó a mirar al hombre que había dado lugar para que todos entrasen a la cocina, encontrándose detrás de todos.

            —¡Richard! —dijo, asombrado—. ¿Cómo estás? Un gusto verte de nuevo.

Michael tomó su mano para estrecharla, y Richard le dedicó una dulce sonrisa. Pude darme cuenta de que estaba apenado.

           —…Richard, ella es…—Michael comenzó a decir.
—…Monica Geller—Richard le interrumpió, mientras volvía a perderse en mi mirada, sin dejar de sonreír.
           —¿Ya se conocían?—oí que Chandler decía.

Asentí, con una gran sonrisa en mi rostro.

            —¿Doctor Burke?—le oí decir a Rachel, detrás de Michael.
            —¿Rachel? ¡Hola!—Richard contestó.
            —¿Ya lo conocías, Rachel?

Michael miraba a Rachel con el ceño fruncido mientras le había hecho aquella pregunta, y pude notar que tanto Michael, como Joey y Chandler, se miraban más que confundidos.

—…Solíamos ser vecinos cuando yo era pequeña, pero quienes lo conocen mejor es la familia de Monica, porque creo que sigue teniendo contacto con su padre.
           —Así es, de hecho—dije.

Michael sonrió, mientras nos miraba alternadamente a todos los ahí presentes.

—…Es realmente asombroso que ya se conozcan, nunca lo hubiera imaginado.

Sonreí de ternura, al notar que Michael había tenido la misma expresión en mi rostro, cuando yo también me había enterado de que Richard era un amigo que tendríamos Rachel y yo, en común con él.

Todo parecía estar perfecto hasta aquél punto, y al parecer el dolor de mi pierna había ya desaparecido en su totalidad. Relajé la expresión de mi rostro para vislumbrar a los ojos que me rodeaban, observándome. Pero una mirada en especial, me había atrapado. Una mirada de ojos azules que más que de alegría, estaba cargada con reproche, y un poco de decepción.

Era la mirada de Chandler.

—…¿Habías dicho que venías por una consulta para Michael?—dije a Richard, nerviosa.
           —Oh, sí—él miró a Michael—. ¿Estás ocupado ahora, Michael?
           —…No realmente, puede ser ahora—Michael respondió.
           —Muy bien, andando.

Richard sonrió hacia mí, y comenzó a andar. Michael hizo ademán de seguirlo pero se detuvo por un segundo más, se acercó a mí y tomó mi mano dulcemente.

            —¿Te encuentras mejor, Monica?—musitó.
            —Sí, Michael. Muchas gracias.

Le contesté, manifestando la sonrisa más especial que podía dedicarle en ese momento. Michael correspondió mi sonrisa, soltó mi mano, y salió de la cocina siguiendo a Richard, luego de dedicar una última sonrisa fugaz a Rachel.

Advertí que Chandler se acercaba a mí, con todas las intenciones de poder decirme algo, y yo me propuse a mi misma escuchar todo cuanto él tuviera para decirme, lo haría en verdad. Pero en el segundo paso que él había avanzado para caminar hacia a mí, un ruido lo había interrumpido.

            —Creo que está sonando tu localizador, Chandler…—Joey dijo.

Chandler se detuvo, y sacó de su bolsillo el pequeño aparato, luego comenzó a observarlo. Todos lo miramos por unos segundos.

            —¿Y? ¿Quién es?—Phoebe dijo.
            —No sé, en verdad. No es de aquí, tampoco de Nueva York.
            —Pues, llamemos, veamos quién es.

Chandler se dirigió hacia el teléfono instalado en la pared de la cocina, y comenzó a marcar los números que aparecían en la pantalla del localizador. Aguardó un instante, y en sólo un segundo, sus ojos se pusieron en blanco.

            —¡Es Ross, chicos!

Todos comenzamos a alarmarnos, y con toda la razón del mundo. La verdad es que por juego de las tormentas, me había sido imposible contactarme con mi hermano, desde el día en que habíamos llegado a California.

Observé a Rachel como en un acto reflejo, y comprobé lo que ya tenía pensado; ella se tornó nerviosa, y tenía la mirada perdida en un punto no aparente. Intenté ponerme de pie, para poder llegar hasta donde Chandler, y poder ser capaz de hablar personalmente con mi hermano, pero mientras me acercaba, Chandler se ocupó de acercar el auricular a su oído de nuevo, para poder seguir hablando.

            —Ross, ¿Qué ocurre? ¿Cómo estás?

Nuestro alboroto continuó por unos segundos más. Y más evidente era el mío, por luchar para que Chandler me dejara a mí usar el teléfono. Pero, llegamos a un punto en que el ruido que hacíamos llegó a ser demasiado.

—¡Chicos, por favor! —Chandler alzó la voz—. Espera, ¿Qué? —dijo, hacia el teléfono de nuevo.
           —¿Qué es lo que dice? —exclamé.

Pasaron algunos segundos, antes de que Chandler volviera a hablar.

            —Dice que no está en casa. No está en Nueva York—Chandler dijo al fin.
            —¿Qué?

Entonces volvió a escuchar, y luego de un momento, continuó para nosotros.

—Monica, él está en una pensión en Vermont. Dice que ha salido de viaje con Emily.

Miré a Rachel apenas me había dado cuenta, y esperé lo inevitable.

            —¿Qué? ¿Quién es Emily, Monica?

2 comentarios:

  1. Katy! Este capitulo estuvo simplemente maravilloso! Como siempre la espera vale la pena! Tengo ganas de saber que pasara luego! Pude imaginarme a Rach abrazando a Michael, fue un momento muy emotivo! Siempre es mucho mejor de lo que espero e imagino Kat, muchísimas gracias. :3

    ResponderEliminar
  2. lo adoro Jackie,te pido visites mi blog de Michael,y si puedes se lo recomiendes a Kati,adoraría realmente que lo visiten mis escritoras favoritas,te dejo el link:michaeljacksonmoonwalkersandme.blogspot.com

    ResponderEliminar

Just Good Friends (Novela inspirada en Michael Jackson) © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.