viernes, 19 de junio de 2015

Capítulo 25: "Nuestra Destrucción" (Parte 2)

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Parte II
            —Linda, nos vamos. ¿No necesitas nada más?

La dulce y tranquilizada voz de Monica inunda mi habitación, y me observa en calma desde el umbral de mi puerta.

—No, tan sólo me falta terminar de arreglarme, e iré camino al restaurante para encontrarme con Michael, no te preocupes.
—Bien—me obsequia una sonrisa—, te veremos luego.

Se acerca a la puerta de nuevo e intenta salir. Me deja con la íntegra inquietud de lo mucho que le debía hasta ahora, y que jamás lograría agradecerle como debido.

—Monica—Apenas logro detenerla, y me mira de nuevo—, gracias... por todo. Por haber llamado a Karen, por permitir esto. No sé cómo podré agradecértelo.

Una bella sonrisa se dibuja en su rostro y sus ojos irradian completo orgullo al mirarme.

—¿Para qué entonces son las mejores amigas? —Su sonrisa contagia todo mi ser.
—Ojalá todas las mejores amigas fueran como tú.
—¡Lo sé!

Ambas nos perdemos en una risa más, y la miro tomando una vez más la perilla entre sus manos. Guiña un ojo hacia mí e intenta salir de nuevo.

            —Monica, necesito hablar con Rachel.

Alcanzo a mirar que Joey se detiene frente a ella, interrumpiendo en seco sus movimientos.

—Joey, no—Monica sentencia—. Ella apenas tiene tiempo y nosotros tenemos que irnos, ¿Dónde están Chandler, Phoebe y Ross además?
—Ya están fuera, esperando a que Richard llegue por nosotros, ¡Vamos, Monica! ¡Tan sólo quiero decirle algo!

Monica me consulta con la mirada, y Joey me mira con súplicas graciosas detrás de ella. Sonrío, y Monica refunfuña con enfado.

—Tienes un minuto, Joey—Monica se abre paso, se acerca a la salida del departamento y toma la perilla con su mano—. ¡Te quiero abajo en un minuto! —cierra la puerta, dejándonos solos a Joey y a mí.
—¿Qué ocurre, Joey? —Salgo de mi habitación para acercarme a él.

Él me mira de pies a cabeza sin decirme nada, una pequeña sonrisa brota de sus labios y una mirada pícara acompaña su increíble expresión facial.

—Michael es un suertudo—murmura con un hilo de voz—, te ves increíble, Rach.

Siento la sangre hervir en mi rostro, miro hacia el suelo, derrotada, e intento fulminarle con la mirada.

           —¡Vamos, Joey! ¿Qué es lo que querías decirme?
—Toma esto—deposita un videocasete sobre mis manos, observo la portada principal; “Los tres Chiflados”
           —¿Qué es esto?
           —Esto, es de Michael, Rach.
           —¿De Michael...?
—Ha sido en Neverland, de hecho—sonríe con sus palabras—. Michael nos ha sorprendido a Phoebe y a mí husmeando entre su colección de videos y bueno, ha insistido en prestarnos éste. Ayer no he tenido la oportunidad de devolvérselo, lo vi y sólo tuve tiempo de intentar agradecerle por cuánto me ha ayudado en mi trabajo y lo he olvidado por completo—sonrío escuchando a Joey, la idea de imaginar aquello me agrandaba el corazón.
—¿Quieres que yo se lo dé?
—¿Me harías el favor? —musita, tímido.
—Será un placer.
—Gracias—abre sus brazos y me hunde entre ellos en un segundo, haciéndome sentir reconfortada y plena de tenerle a él siempre presente—, diviértete mucho, por favor.
—Por supuesto que sí.

Joey me deja ir, me dedica un guiño fugaz y se dirige rápidamente hacia la salida del departamento, abre la puerta y me observa bajo el umbral.

            —Nos veremos pronto, Rach—sonríe.
            —Michael y yo volveremos antes de que se lo esperen.

Agranda su sonrisa, y desaparece de mi vista sin decir una palabra más. Me percato de la hora apenas tengo la oportunidad; las 7:20 de la noche. Maldición, aún no terminaba de arreglarme. Siento la presión del tiempo sobre mí, dejo el videocasete sobre la mesa del comedor y vuelvo a mi habitación con movimientos torpes y detenidos por los nervios que comenzaban a aumentar rápidamente.

Tomo los pendientes entre mis manos e incluso emprendo una batalla por colocarlos, no comprendo el por qué del nerviosismo, no ahora. Me dirijo a mi alhajero, lo abro cuidadosamente y tomo entre mis manos el prendedor que Michael me había obsequiado entre mis manos. Lo observo en silencio, me derrito al recordar todo cuánto me había logrado inspirar a sentir y lo posiciono cariñosamente a la altura de mi pecho.

Pincho mi dedo al penetrarme el sonido de alguien llamando a la puerta del departamento. Maldición, alguno de los chicos habría vuelto, y yo sin nada de tiempo siquiera para pensar. Decido ignorarlo, con el dolor de mi corazón decido hacerles pensar que ya me he marchado y que ya no hay nadie que pueda atender la puerta, pero el llamado se hace más insistente a cada momento.

            —Diablos...

A grandes zancadas, me acerco y opto por abrir la puerta del departamento frente a mí sin perder aún más tiempo en observar a través de la mirilla.

            —¿¡Michael!?

Mi vista estalla de lleno en el marrón brillante de sus ojos. Me siento helada, más nerviosa y activa que nunca. Sepulto mis sentidos en la delicadeza de sus rizos húmedos cayendo espléndidamente sobre sus hombros, sujetos en una media coleta que apenas alcanzo a notar. El aroma desprendiendo de su atuendo armado por un elegante saco gris y unos jeans negros sentándole a la perfección ahogan de lleno mi atención. Y me pierdo en su bendito rostro, Dios mío, su rostro. ¿Cuándo iba a dejar de sorprenderme? De pronto me parece descarado llamar a aquello una sonrisa simplemente, como si no fuera la cosa más hermosa que hubiera visto jamás.

—Rachel, estás... —apenas murmura, y siento su mirada recorrer mi cuerpo entero—. No puedo creer lo preciosa que estás.
—Michael—Ahogo un suspiro, la sangre vibra bajo mi piel de inmediato y trato de reaccionar—, estarás bastante equivocado si crees que luzco mejor que tú.

Una pequeña risa suya hace presencia. Le cedo lugar para que pueda ingresar al departamento y cierro la puerta detrás de él.

—¿Qué estás haciendo aquí, Michael? —Titubeo un momento—. Creí que nos veríamos en el...
—Bueno, has dicho “cita” —me interrumpe, y acorta la distancia entre nosotros—, y desde que he tenido memoria, pequeña, me han enseñado que en una cita, el chico debe buscar a la chica. Además, has dicho que sería como la última vez, y la última vez también he venido por ti.

Paso una mano por mi cabello, nerviosa aún, teniendo cuidado de no arruinar demasiado mi recogido.

—¿Te he dicho lo mucho que me fascina verte jugar con tu cabello de esa manera? —susurra dulcemente, sin despegar su vista de mis ojos.

Sonrío de inmediato, Michael se encuentra coqueteando conmigo y yo disfruto cada momento de ello. Esta cita iba, en exceso, diferente a la última que habíamos tenido. ¿Qué demonios ocurría conmigo?

—Michael—me acerco incluso más a él—, ha sido una sorpresa el que hayas venido por mí... Pero se trata de tu cumpleaños, no tenías que...
—Oh, vamos, Rach, olvídate de eso—interrumpe, divertido—. Ésta es una cita de verdad. Sigamos el juego que así es más divertido, ¿Sí?

Michael avanza un puñado de pasos hacia la estancia, rodeándome. Pasea su vista por todos los rincones de mi hogar.

—Vaya, tienes un departamento bastante lindo—murmura, y yo lucho por controlar mis frenéticas ganas por reír de lo que ocurre—. Bonita cocina, estancia espaciada, ¿Y qué es esto? —su vista se detiene en el videocasete que olvidé sobre la mesa del comedor—. ¿Una copia de Los Tres Chiflados? ¡Eres mi clase de chica!

La sonrisa que me dedica contagia mis sentidos. Y al final, decido seguir el juego.

—Oh, sí. En verdad me fascina esa película—musito aún riendo—, pero, ésta no es mía. La verdad es que es de mi amigo Michael.
—¿Así que Michael? —frunce el ceño—. Me gustaría conocerle, suena a que es alguien increíble—su sonrisa se agranda miles de veces más.
—¡Pero claro que lo es! Él es increíble. Aunque deberás tener cuidado, él es muy protector cuando se trata de mí.
—Oh, apuesto a que lo es—desvanece levemente su sonrisa y su mirada se vuelve más dulce—. Y dime, ese amigo Michael del que hablas, ¿Es atractivo…?
—Vaya que lo es, por supuesto—murmuro, observándolo de nuevo de pies a cabeza.
—Entonces—sus mejillas toman un color ardiente, y se acerca más a mí—, debe ser bastante difícil abstenerte de lanzarte a sus brazos, ¿no?
—Lo es, en verdad—hago que sus ojos se abran amplios, pero confundidos, sé entonces que él no esperaba esta respuesta—. Pero hablando de él, si me disculpas—trato de rescatar mis palabras, así que pretendo mirar mi reloj—, tendré que retirarme, tengo que reunirme con él en nuestro restaurante favorito, como hemos quedado.

Hago énfasis en mis últimas palabras, y una fuerte carcajada sale disparada de sus labios, trato de contener mis risas mientras tomo mi abrigo y me dirijo a la salida.

—Oh, no, Rachel ¿Por qué tratas de arruinar el juego? —sigue deleitándome con el canto de su risa y cruza el umbral de la puerta junto a mí.
—No lo arruino, tan sólo comienzo uno mejor—me mira en silencio, enlazo mis dedos con su mano y el último punzado de nervios desaparece—. Anda, vamos.

Nos dirijo a la salida del edificio sin perder un instante más, donde claramente aguardaba por nosotros un ostentoso automóvil de color oscuro con cristales polarizados justo sobre la acera. Michael toma mi mano con más fuerza, y le noto apresurado al abrir una de las puertas traseras frente a mí.

—Gracias—Dejo ir su mano por un momento, entro al coche y me deslizo lo suficiente para que Michael entre justo luego de mí.
—Muy bien, podemos irnos—Llama al hombre trajeado que toma el volante y al segundo siento el andar del automóvil. Michael vuelve a darme su mirada y una sonrisa brota de él—. Veamos entonces qué tan increíble puede llegar a ser tu amigo Michael.
—Oh, sé que será increíble—le obsequio un guiño sin siquiera darme cuenta, y su sonrisa desvanece casi inmediatamente. No, no, no, le he puesto nervioso, maldición.

El recorrido continúa en silencio, mis nervios vuelven más intensos que nunca al observar a Michael callado y pensativo, inquieto sin despegar su vista de la ventana. Quiero decir tantas cosas, volver a nuestra pequeña atmósfera relajada, pero el recorrido es muy corto para siquiera intentarlo.

            —Nos he alquilado un comedor privado—murmuro.

Michael gira y me observa, su sonrisa de antes recobra presencia.

            —No se te ha escapado nada, ¿Cierto?
            —Bueno, es que se trata de ti, no quería descuidar de nada.
—Gracias, pequeña—susurra y siento mi piel arder—. Lamento que tenga que ser de esa manera.

Acuno su mano descansando sobre el asiento entre la mía, y me aseguro de abrazarle con mi mirada.

—Eso no me importa, Michael—contesto de forma automática—. Lo digo en serio.

El coche aparca, cómo no, en la parte trasera del restaurante. Michael abre de inmediato su puerta y clava su mirada en mis ojos.

            —¿Lista?

Asiento, y sin soltar mi mano, ambos bajamos del vehículo. Agradezco infinitamente el no mirar cerca a ningún tipo de cámara o reportero vagando por ahí. Somos escoltados por trabajadores del lugar, atravesando la cocina y sitios por los que sólo suele caminar el personal, andamos sin sentir por un segundo las miradas de todos despagadas de nosotros.

Nos dirigen a un pequeño reservado, el mismo que hemos utilizado la vez anterior. Suspiro emocionada, quiero compartir un par de miradas cómplice con Michael pero siento su atención más distante que nunca.

—Henos aquí—Una joven bien vestida tiende su mano hacia la pequeña mesa preparada para nosotros—. Los dejaré observar las cartas, y volveré en cuanto estén listos.
—Claro, muchas gracias—Intercambiamos un par de sonrisas con ella, nos agradece y sale por la puerta.

Apenas hemos tomado asiento uno frente al otro, Michael apoya sus codos sobre la mesa, toma la carta entre sus manos y la mira fijamente por un puñado de segundos. Pierdo la cuenta del tiempo que ha pasado desde la última vez que me había visto a los ojos. Me remuevo incómoda en mi asiento, con su mirada apartada de la mía. Siento mi corazón latir de prisa, pero no de la forma que yo desearía.

            —¿Michael?—Trato de sonar tranquila.
            —Dime, linda—contesta, aún sin mirarme.
            —¿Estás nervioso?

Clava sus ojos en los míos, al menos he conseguido que me mirara.

—No, no, no—titubea—. Por supuesto que no. Lamento si ha parecido que lo estoy—sonríe, pero no llega a convencerme.
—No te preocupes, Michael. Es sólo que...
—...Aunque pienso que ha sido tu mirada—se inclina hacia adelante.
—¿Mi mirada?
—La mirada que me diste antes, la forma en que guiñaste un ojo hacia mí... Me ha puesto a pensar.

Maldición, lo sabía. Sabía que ahí había comenzado todo esto.

—Tan sólo—continúa—, he pensado en la última vez que venimos a este lugar. Luego de cenar hemos vuelto a tu departamento y fue la última vez que me diste una mirada igual—se detiene, aclara su garganta y aparenta tratar de mantener mi mirada—. Y en un segundo, Ross había entrado por la puerta, y sabes lo que ha sucedido luego.

Asiento aterrada, helada por sus palabras. Michael recordaba el incidente a la perfección, y comprueba uno más de mis temores; era esto lo que continuaba ocasionando su nerviosismo, era esto mismo lo que no nos permitiría disfrutar de su propio cumpleaños si no lo detenía ahora mismo.

            —¿Lo recuerdas, Rachel?

Su voz tímida me saca de mi mente.

—Sí, Michael—busco su mirada, me pongo de pie y acerco más mi asiento al suyo—. Lo recuerdo bien. Pero estoy segura de que eso no ocurrirá esta noche. ¿Te apetece si lo olvidamos? Esta cita no es una cualquiera—me inclino hacia él—. Es tu cumpleaños y pretendo que lo disfrutes.

Veo una sonrisa sincera por fin, Michael busca mi mano y la toma entre las suyas.

—Te prometo que nada malo pasará esta noche. ¿Me oyes? Nada—Sentencio entre risas.

Le miro con intención de hablar, pero vuelve a aparecer nuestra camarera.

            —¿Listos para ordenar?

Oh, no. Yo no he siquiera mirado mi carta.

—De hecho sí—Michael comienza a decir. Le cuestiono con la mirada—. Serán dos raciones de la selección especial del chef, por favor. Y una botella de Sancerre—pierde de vista a la chica y me fulmina divertido con la mirada—. A ella le encantará.
—En seguida—ella dice antes de volver a desaparecer.
—Espero no te moleste haber ordenado por ti—Michael murmura dulcemente.
—La verdad es que te agradezco, no había mirado para nada el menú. Me encontraba más ocupada pensando en cómo hacerte sonreír.

Nuestra luz es tenue pero no impide que lo note ruborizar. Soy esclava de una más de sus sonrisas y disfruto de cada instante.

—Así que finalmente podré ver cómo es Michael Jackson en una cita—Lo miro riéndome—. ¿Tienes alguna jugada?
           —¿Qué? —Frunce el ceño, pero su sonrisa permanece.
—He dicho en el departamento que comenzaría un juego más divertido—él arquea sus cejas y continúa mirándome—. He jugado tu juego, ahora tú debes jugar el mío.
—Está bien—masculla.
—¿Está bien?
—Claro, aunque—continúa—, tú ya has estado en una cita conmigo y no creo que me hayas notado alguna artimaña.
—Pero aquella vez apenas nos conocíamos, sin mencionar lo nerviosos que nos encontrábamos—susurro y lo miro fijamente—. Quizás aquella vez te las has guardado todas.

Michael ríe, seguro piensa que lo estoy timando. La impecable señorita aparece de nuevo con una elegante botella de vino y tiende un par de copas en nuestra dirección. Nos sirve un sorbo a ambos, deposita la botella en un recipiente con hielos y desaparece sin decir nada más. Tomo un sorbo de vino sin dudarlo y me parece sumamente delicioso. Vaya, Michael sabía de vinos.

           —Está delicioso.
—Sabía que te gustaría—Michael toma un pequeño sorbo, lo miro saborearlo y continúa mirándome—. Bien, contestando a tu pregunta.
—Muy bien, explícame tus jugadas.
—Verás, la verdad es que, normalmente, cuando tengo una cita, comienzo pidiendo que me envíen una botella de vino a mi mesa de parte de alguna admiradora—masculla, tratando de contener la risa.
—No me digas que eso llega a funcionar.
—Funciona si lo combino con: “Esto es tan vergonzoso, ¡Tan sólo quiero una vida normal!”

Él estalla en una risa inmensa, y casi inmediatamente le sigo, totalmente contagiada por su alegría. Siento un placer abrupto al mirarle de esa manera.

—Oh, el pobre famoso acosado—trato de recuperar el aliento. Tomo otro sorbo de vino.
—Sólo bromeo, ¡Es verdad que no tengo artimañas! Te lo he dicho, linda—aclara su garganta, su voz se apaga por un momento y arquea las cejas divertido—. Por un momento pensé que estabas creyendo lo que te decía.

Toma un sorbo más, alza su silla desde atrás y la acerca más a la mía. Me estremezco por lo cerca que le siento.

—Pero mira que si tú has propuesto el juego, me sorprende que no lo hayas iniciado tú.
—Tal vez tengas razón—le fulmino con la mirada.
—Muy bien, ahora cuéntame algunas de las tuyas—una sonrisa seductora inunda su rostro.
—De acuerdo, aquí voy—suspiro, Michael continúa retándome con la mirada y yo muero por sostener sus enormes ojos sobre mí—. ¿Dónde te criaste, Michael?

Resopla y me da una mueca de incredulidad.

            —¿Es sólo eso? —Se burla—. Lo bueno que eres muy bella.
            —¡Limítate a contestar la pregunta!
            —Bien, está bien—suspira exasperado—. En Gary, me crié en Indiana.
            —¿Eras muy unido a tus padres, Michael?
            —Sí, a mi madre sí—calla un par de segundos—. Pero a mi padre no tanto.
           —¿Por qué no?
—No sé. Siempre he sentido que entre mi padre y yo ha existido cierta distancia. Y sólo trato de pretender que tal cosa no existe.

Su mirada se torna seria, quizá tratando de detectar mis intenciones, pierdo sus ojos de vista y me inclino hacia él aún más. Tomo su mano entre la mía y dibujo siluetas invisibles sobre ella con mi dedo índice, Michael se estremece, pero sin poner atención a mis movimientos.

           —Oh... —susurro sin dejar de insistir en mis acciones—. Tiene que ser duro.
—Lo es, sí. A veces pienso que... ¡Dios!—Sus ojos amplios se clavan en nuestras manos unidas, se ruboriza inmediatamente—. ¿En qué momento tomaste mis manos? Debo decir; buena jugada, Rach.
—Te lo dije, y tú que planeabas burlarte.
           —Así que “¿Dónde te criaste?”. ¿La habías usado antes?—Sonríe.
           —No—susurro—, has sido el primero.

Vuelve nuestra camarera con el platillo principal. Michael desborda orgullo en su mirada.

—Ensalada Tandoori—ella murmura sonriente—. Disfruten—Se limita a servir los platillos y desaparece por la entrada.
—Espero que te guste, pequeña—Michael me mira intrigado.
—Si tienes el mismo gusto por la comida que por el vino, todo irá de maravilla.

La ensañada es en realidad deliciosa, me sabe aún mejor porque Michael y yo conservamos aquella cercanía y buen humor el resto de la cena. Nuestras conversaciones continúan su curso, íntimas y afectuosas, ruborizándonos el uno al otro a cada momento. Michael me obsequia anécdotas de su último viaje, de sus próximos proyectos. Sigo con atención todas y cada una de sus palabras, con mi mirada encendida de amor, y sus ojos parecen iluminarse cada vez que me miraba.

Pero no termino de entenderlo.

No entendí en qué momento de mi vida merecería cruzarme en su camino, en qué instante alguien tan normal, tan insignificante como yo, había logrado causar el menor efecto en él. Michael era un universo entero por descubrir, y en ningún momento sería merecedora de explorar sus caminos. Michael lo era todo, y yo no era nada. Y jamás comprenderé qué ha sido lo que me ha iluminado en su mismo camino. Así como jamás me perdonaré, por habernos construido falsas esperanzas, por no aceptar que la vida me lo ha puesto en frente por una razón, por hacerle esperar por algo que no llegaría. Y entonces llega a mi cabeza;

Mi merecido sería darme cuenta de que me enamoré de algo que jamás podría ser.

           —¿Ocurre algo, linda?—Michael murmura solícito.
—No—trato de sonreír—, es sólo que es un poco tarde ya—digo—, si no volvemos como lo he prometido, entonces Monica...
           —...No digas más—me interrumpe—, aunque, ¿Podría pedirte un favor?
           —Por supuesto, dime.
—Tengo un pequeño pendiente en el hotel. ¿Podríamos volver por unos minutos? Luego podremos ir a tu departamento.
—Oh, claro que sí. Está bien.
—Gracias.

Antes de que pueda responder, él se pone de pie y me tiende la mano. Poso la mía en ella y me tenso ante su dulce contacto. Me lleva por el pasillo por donde hemos entrado, donde el personal nos observa con detención hasta observar la puerta por la que hemos ingresado al edificio. Salimos y el automóvil de antes no se ha movido de lugar. Michael abre la puerta del coche frente a mí, entro en un momento, Michael se acomoda a mi lado con movimientos suaves y cierra la puerta.

Se detiene y me mira; su expresión es indescifrable.

            —No tardaremos más de 5 minutos—susurra—. Lo prometo.
            —No te preocupes—lucho por sonar lo más creíble posible.

Me paso nuestro recorrido inmersa en mis pensamientos anteriores. No me siento ni con las fuerzas de atravesar miradas con él, por más que me fascine mirarlo, por más que le desee con todas las fuerzas cuando lo miro sonreírme. Me burlo de mí misma, cuando pienso en que el viaje de ida la he pasado mal por el nerviosismo de Michael, y ahora en el de regreso no puedo soportarme a mí misma.

            —Listo, vayamos—dice, abriendo la puerta del automóvil.

Vuelvo a aferrar su mano con la mía y le sigo tambaleando por los largos pasillos y ascensores del infinito hotel. Observar los pasillos por los que me he escabullido esta misma mañana me hace sonrojar ligeramente, Michael lo nota y desborda una sonrisa de placer. A toda prisa, ingresamos por fin a su habitación.

—Te pediría que perdones el desorden—susurra—, pero ya lo has visto todo esta mañana.

Michael enciende una pequeña lámpara que apenas amenaza con iluminarnos, noto entonces el color ardiente en sus mejillas. Su sonrisa continúa más viva que nunca sobre mí pero el rumbo que no ha abandonado mi mente aún me impide corresponderle. Su mirada se vuelve seria e intrigada.

—¿Está todo bien, Rachel? No he dejado de notarte rara desde que volvimos—le miro preocupado. Me toma por la cintura y siento que el mundo se borra al contacto de su piel.

No, la verdad es que nada está bien.

            —Estoy bien—respondo, pero ambos sabemos que estoy mintiendo.
            —¿Estás segura?

Comienzo a sentir cada uno de mis sentimientos avecinar por cada poro de mi piel, mis pensamientos se avecinan, y siento la presión de mis ojos al volverse cristalinos. Por favor, dilo ya. Dilo de una vez.

—¿Por qué yo, Michael?—alcanzo a murmurar antes de que mi voz se quiebre por completo.

Michael parece entenderlo todo de inmediato. Al final, logro sentir que ha comprendido el dolor e incertidumbre que traté de ingerir desde hace muchísimo tiempo. Analiza mi rostro un puñado de segundos y las comisuras de sus labios se extienden dulcemente, y mi corazón se agranda al acunarme en su mirada.
           
            —Jamás tendrías que preguntarme...
            —Por favor—le interrumpo—, sólo dímelo.

Michael ahoga un suspiro de dolor. Toma mi rostro entre sus manos y mira alternadamente mis ojos. No puedo ver nada más que a él, pero agradezco que sea de esa manera.

            —Porque te he encontrado sin buscarte.

Su voz profunda estremece enteramente mi ser.

—Porque un día cualquiera—continúa—, he conocido a alguien que sin darme cuenta, sin quererle, me ha hecho sonreír. Alguien que ha llegado a comprenderme mejor que cualquier persona cercana—calla unos segundos, sin dejar de penetrarme con su mirada—. Siento conocerte de toda la vida, aunque nunca te haya visto, como si fueses un motivo que me haya perseguido al mismo tiempo en el que he estado huyendo, tratando de encontrar una razón por la cual valiera la pena luchar.

Sus manos abandonan mi rostro, y envuelve mis dos manos con las suyas, dirigiéndolas a la altura de su pecho, se inclina lo suficiente hacia mí.

—Lo he encontrado, Rachel. Estaba en un lugar sin esperanza, un lugar inhabitable—advierto tristeza en su tono de voz—. Pequeña, abarcas la mayor parte de mi tiempo y de mis pensamientos. Ahora un vacío dentro de mí está lleno de vida. ¿No logras entender? Entonces me preguntas; ¿Cómo una persona que he conocido por casualidad pudo convertirse en la persona que más había buscado? Es ahí, en ese preciso momento, cuando he comenzado a creer en que tenía esperanza.

Espero a que las lágrimas desciendan por mi rostro, y el nudo en mi garganta volverse insostenible. Pero increíblemente, sus palabras se han encargado de ocasionar lo contrario. Me encuentro luego de mucho tiempo, sonriendo plenamente. Él me había ayudado a comprenderlo, que no se trataba de lo insignificante que yo fuera, o de lo que él podría significar para mí. Sino de que ambos vivíamos la más hermosa de las coincidencias, y no había nada en qué dudar.

            —¿He respondido a tu pregunta?—murmura con un hilo de voz.

Me estremezco de forma ardiente al sentir su aliento chocar contra mi piel. Tenemos las narices a tan poca distancia que pensé que con un leve movimiento podríamos rozarlas. Michael muerde su labio dulcemente, y ya no encuentro las fuerzas para continuar.

            —Esta ha sido la mejor cita de todas—apenas puedo pronunciar.
            —Lo sé.
            —Y espero que sepas, en lo más mínimo, lo que tú significas para mí.

Cierra sus ojos lentamente, para luego apoyar su frente contra la mía. No podía dejar de comprender cuánto le necesitaba cerca, cuánto me había hecho perder los estribos. Sé que está imaginándolo, que está pensando en cuánto le quería, en lo importante que se ha vuelto para mí. Y es un deleite para mí pensar el que él lo sepa todo.

          —También lo sé...—susurra —. Ahora dime—traga saliva aún en la misma posición—, dime tus artimañas al final de una noche.

Sin evitarlo, asesino el silencio cuando hago aparecer una risa instantánea. Michael lleva su cabeza hacia atrás de nuevo y noto que al igual que yo, se encuentra conteniendo la risa.

—Está bien—musito—, pero tú tendrás que ir primero.
—¿En serio?
—Sí, anda, dímelas.
—Bien—aclara su garganta, y su mirada sigue impregnada de alegría—. Si quiero conseguir que una chica me bese, intento conseguir que mis labios parezcan irresistibles.
—¿Cómo haces eso?—murmuro, aterrada de que quizás ya haya ocurrido eso conmigo.
—Utilizo brillo labial—dice enarcando sus cejas.

Abro mis ojos como platos, observo a Michael en silencio pero él aparenta no tener cuidado.

           —¿De verdad?
—¡Por supuesto que no!—vuelven sus infinitas risas, vuelve mi felicidad—. ¿Cómo es que crees todas mis bromas?
—¿Piensas que me creo las cosas fácilmente?—le asesino con la mirada—.  Tu castigo será no conocer mis artimañas finales.
—¡Ha sido sólo una broma!—espeta—. Vamos, dime.
—No lo sé, Michael, no.
—¿Por qué no?
—Porque me da un poco de vergüenza.
—¿Mas vergüenza que el brillo labial?

Michael continúa burlándose de su propio chiste. Quiero reprocharle, pero me es simplemente imposible. ¿En qué instante iba a permitirme dejar de alucinar?

—Bien, está bien—digo, derrotada—. Ven, acércate.

Michael me interroga con la mirada un instante, tiendo mis manos frente mí y él las toma sin dudarlo. Halo de ellas suavemente y las llevo alrededor de mis caderas. Le siento estremecer, suelto sus manos que continúan envolviendo mi cuerpo para llevar las mías a la altura de sus hombros. Nuestras miradas se cruzan fervientemente.

—...Cuando nos encontramos al final de la noche—digo—, rozo suavemente su mejilla con mis labios. Después, acerco mi cuerpo al suyo de esta manera.

Presiono mi cuerpo contra el suyo, noto el acelerar de nuestras respiraciones. Sin darme cuenta nos he llevado a un punto sin retorno en el que mis movimientos ya no se manifestaban ante mis órdenes.

            —P-para... luego decir...—titubeo inevitablemente.

Analizo el rostro de Michael por un momento, cada milímetro de él. Sus ojos marrones ahogando los míos en una infinita obsesión, la línea preocupada que dibujan sus cejas, el fruncir de su ceño hacia mí. La increíble tranquilidad que destilaba de su piel, absorbiendo su esencia hasta mi mismo ser. Me atrevo a perderme en las comisuras de sus labios, las que me drogaban cada vez que dibujaban una sonrisa frente a mí, vislumbro la fina línea en la que termina su piel y comienza la carnosidad de sus labios.

Sus benditos labios. Veo los labios que me habían drogado sin siquiera haberlos probado, miro todas y cada una de esas grietas carnosas que yo jamás podría tocar.

Pero no puedo. Deseo conocer absolutamente todo sobre él, deseo que termine esta tortura, deseo eliminar esta agonía de verle y no tenerle. Y más que nada, deseo sentir sus labios en los míos.

            —¿...Para luego decir qué... Rachel?

Michael revitaliza sus labios, humedeciéndolos con el paso de su lengua. Y tan pronto como nuestra espera se ha vuelto insoportable, como lo he podido soportar, reclamo sus labios entre los míos con una urgencia hambrienta de él.

Deseo que Michael se aleje de mí, que me retire y me reprima por lo que he hecho, que alce la voz diciendo que he cometido el peor error de nuestras vidas. Pero me arrebata todo atisbo de cordura cuando restriega mi cuerpo hacia el suyo y me hace morir de placer. El calor de su boca haciendo el amor con la mía envía una corriente de perdición a través de mi cuerpo entero cuando él entrelaza una vez más sus labios con los míos de una manera exquisita, devorando mi labio inferior, frotándolo, sintiéndolo, conociéndolo al fin, en una perfecta armonía. Siento por primera vez aquella carnosidad bendita de sus labios, y mi cuerpo se extasía de placer sintiendo nuestro deseo volviéndose uno sólo.

Todo el placer. Pero una culpa incontenible que me atraviesa de repente. Michael y yo nos estábamos besando. Y nos besamos sin saber que el fruto de ese beso sería nuestra destrucción.

Gimo de un terrible dolor que asesina nuestro silencio. Me lastima la manera en que Michael deja ir mis labios de inmediato en el sentir de una de mis propias lágrimas alcanzando su mejilla.

            —Rachel... —susurra, y escucho su corazón estrellándose contra el suelo.
            —No puedo hacer esto...
            —¿Qué?

Mis ojos inundan mi rostro en lágrimas, y mi voz se transforma en llantos desgarradores. Me aparto de Michael como he tenido la fuerza de hacerlo y sin tener el ánimo de volver a perderme en sus ojos, me dirijo hacia la puerta.

—Lo lamento—gimo en tristeza y tomo la perilla de la puerta entre mis dedos—, lo lamento tanto.
—Rachel, escúchame por favor—su voz se ha destruido al igual que la mía. Michael avanza y toma mi brazo entre sus manos—, por favor, no quiero que te vayas.

Instintivamente retrocedo y consigo zafarme de él. Michael se queda en su lugar y casi puedo tocar la angustia dibujada en su expresión. No termino de creer lo que he ocasionado.

            —No puedo seguir con esto—gimoteo—, lo siento...

Apenas logro cruzar el umbral, cierro la puerta a mis espaldas. Me escabullo entre corredores, ascensores y vestíbulos hasta poner un pie por fin en el asfalto. Doy grandes zancadas hasta la línea de taxis en espera e ingreso a uno sin pensármelo un solo instante.

Comienzo a mirar el Four Seasons a la lejanía a través de mi ventanilla, mientras la calumnia de lo que he terminado de hacer se desploma sobre mí.

Mierda, he dejado a Michael.

Estoy decidiendo apartarme de él sobre un sentimiento de ridícula devoción hacia Ross. Un sentimiento que era más fuerte que yo misma, y que me causaba un dolor desgarrador del que jamás dejaría de arrepentirme al sentirlo. Las lágrimas continúan brotando rotundamente por mi rostro, y lucho frenéticamente por secarlas con las yemas de mis dedos.

Deseo que mi departamento se encuentre sólo, oscuro y que nadie tenga que mirarme en mi terrible agonía, pero todo se va a la borda cuando las miradas de todos se posan sobre mí, apenas he ingresado y me he desplomado contra la moqueta.

            —¿¡Pero qué demonios pasó!?

Monica se acerca inmediatamente hacia mí. Hago el esfuerzo por alzar mi mirada y me encuentro con el fulminante rostro de Ross a unos metros de mí. El dolor de mirarle ahora es indescriptible, lo siento por todo mi ser y me satura hasta la médula. Pero era un sufrimiento que me había provocado yo misma.

—Ross... Lo lamento tanto, ¡Lo siento tanto!—sollozo, y como puedo, me pongo de pie y estallo contra sus brazos abiertos—. ¡Lo he arruinado todo, maldita sea!
—¿Qué es? —su voz se destroza con la mía—¿¡Qué es lo que pasa!?
—¿Pasó algo con Michael, Rachel?—advierto a Monica acercándose a nosotros.

Sepulto mi rostro contra su pecho, y un silencio asesino nos envuelve por completo.

—Lo besé...

Mis palabras chocan contra la superficie del pecho de Ross, y con la misma fuerza que tomo de él, siento el terrible acelerar de sus latidos golpeteando contra mi frente.

           —¿Qué?—Ross toma de mi mentón y me obliga a mirarle.
—Lo he besado, Ross—alzo mis brazos para tomar su rostro entre mis manos, soy increíblemente incapaz de sostener su mirada ahora, pero me obligo a hacerlo, y en el instante las lágrimas descendiendo de mi rostro toman fuerza y corren más rápido que antes—. Besé a Michael. Lo besé...

Ross aguarda en silencio contemplándome en una horrible expresión indescifrable. Él continúa sin decir nada, ni él ni nadie más en el departamento. Los rostros de terrible preocupación en mis amigos comienzan a asesinarme, todos menos el de Monica, quien contempla a Ross con un interminable desprecio escrito en sus ojos.

            —¿¡Es que no piensas hacer nada!? ¡Mírala!

Monica se dirige hacia Ross a grandes zancadas. Y tiemblo entre llantos cuando me doy cuenta de la mirada que lleva en su rostro.

—Chicos—Ross comienza a murmurar—, necesito que me dejen sólo con ella. Por favor.

Le contemplo rotundamente confundida. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Por qué necesitaba que todos se marcharan? Quiero rogar con mi mirada que me explique lo que estaba ocurriendo con él, pero no consigo siquiera que pose su vista en la mía. No hasta que advierto de pronto que los demás se han marchado del departamento en menos de un instante.

            —Debo decirte algo.

Su voz es desgarradoramente triste. Deja de envolverme en sus brazos y nos dirige a ambos a tomar asiento en la estancia. Ross toma asiento frente a mí y no deja ni un instante de mirarme.

—Ross, juro que esto ha sido todo—el nudo en mi garganta apenas me permite hablar, y cada palabra que pronuncio destroza mi garganta y mi corazón—. En verdad lo ha...
           —...Tienes que dejar de hacer esto—me interrumpe—. De hacerte esto.

Le observo en silencio, y continúo llorando sin poder comprenderle aún.

—¿De qué me hablas?—espeto entre llanto—. ¿Es que no comprendes lo que he...?
           —...Hay algo que debes saber.

Su mirada desciende inmediatamente.

—Es sobre mí... —susurra, y me atormenta de pronto la idea de escuchar mi nombre a continuación. De que quizá él hablaría de ‘nosotros’ de nuevo—...Y Emily.
           —¿Qué?
           —Es que ella... ella no—titubea—... Ella no es quien tú crees que es.

Puedo oír el terrible acelerar de su respiración.

—Dios mío—sus ojos se humedecen, y no logro creer lo que estoy mirando—. Me odiarás tanto luego de esto.
           —Ross, estás asustándome.
—No se trata de nuestra familia—murmura—, ella no es nuestra prima, como lo has llegado a creer—Ross se inclina ligeramente hacia adelante y toma mis dos manos entre las suyas—. Debes comprender, linda, que si te han dicho esto ha sido tan sólo para...

Siento la desesperación ahogándome más que mi tristeza. Mi incertidumbre me lleva a zafar mis manos de entre las suyas.

           —Ross, dime de qué estás hablándome de una vez—sentencio.

Suspira agresivamente, y parece aún permanecer sin soportar mi mirada.

—Ella es mi pareja—su voz se rompe en el instante.

Su pareja.

No comprendí si acaso estaba bromeando, o creyendo que era un buen momento para burlarse de mí. Simplemente no lo entendí, o no deseaba entenderlo. Siento punzante la sensación de nuevas lágrimas amenazando con aparecer.

—...Ella, Rachel—continúa—, ha sido el motivo por el que tú y yo hemos terminado.

Sus palabras taladran mis oídos como hacía mucho tiempo algo había tenido tal impacto sobre mí. Es que no termino de comprenderlo, maldita sea. No logro entender cómo es que esto ha llegado a tomar lugar. Cómo es que ni él se proponía a explicármelo todo de la manera correcta. Ross toma mi rostro entre sus manos, y se inclina hacia adelante, su mirada es más penetrante que nunca.

—...Y nunca ha sido Michael el que ha desatado el caos entre nosotros, Rachel—una lágrima se asoma de uno de sus ojos—. Jamás se ha tratado de él. ¿Lo entiendes?

No entiendo la razón por la que la confesión de Ross no me desgarra el corazón. Sus ojos me embriagan y penetran mientras lágrimas abundaban por nuestros rostros enteros, y yo tan sólo siento la necesidad de sonreír.

Todo este tiempo creyendo que yo sostenía su felicidad en mis manos, y que él aún sostenía la mía, completamente frágil en las suyas. Me alejé tantas veces de Michael, y me drogué a tal nivel con mis sentimientos por él, que jamás tendría la más remota idea de que Ross estaría viviendo plenitud entera al lado de alguien más. Me había ocupado de ver por él, que olvidé ver por mí misma. Sentía mi devoción hacia Ross tan real y perpetua que jamás me ocupé de sentir que entre Michael y yo podría ocurrirlo todo. Y sólo por miedo, jamás había ocurrido nada.

Y Ross mismo me había dado la razón de abrir mis propios ojos. Entonces todo lo demás dejó de importarme en lo absoluto. Las mentiras de todos, Ross, Emily, todo.

—Dios mío—siento las comisuras de mis labios extenderse por sí solas, y me inclino para tomar a Ross entre mis brazos inmediatamente.
—No puede ser, Rachel...

Él solloza, y siento su cuerpo relajarse, juntándose al mío con mayor fuerza, casi lastimándonos. Pero tan sólo hasta ahora, necesitaba que él me lastimara de esta manera.

           —Te amo tanto, Rachel... —susurra contra mi cuello.

Sus palabras me hacen querer incorporarme para observarle mejor. Miro su rostro lleno de lágrimas, llorando conmigo, y me aseguro de que lo último que ha dicho, lo ha pronunciado con toda la devoción que él había tenido siempre hacia mí.

—...Y es por eso que debo pedirte que regreses... regresa con él.

Michael, mi amor. Tenía que volver con Michael. Y Ross me había llevado al cielo al ser él el que me lo haya solicitado. Ahora todo comenzaba a encajar en mi cabeza, todo sería lo que habría tenido que ser.

—...Pero tendrás que prometerme, cariño—continúa—, que esta ha sido la última vez que pones tu propia felicidad en manos de otra persona... No soporto mirarte así. Simplemente no puedo hacerlo.

No digo nada, no encuentro sitio para una respuesta más entre nosotros. Tomo su rostro entre mis manos y con desesperación rozo su mejilla con mis labios. Siento desesperación de salir de este lugar, infinita ansiedad de por fin volver con Michael y terminar ese beso que no he sido capaz de concluir.

Salgo por la puerta sin decir nada más, pues sabía que Ross ya lo había comprendido todo. Me encuentro corriendo por los corredores de mi edificio y me abro camino hacia la calle de nuevo. Tomo el primer taxi que se me atraviesa en el recorrido y comienzo el transcurso totalmente desesperada.

Me dirijo a encontrarme con el único hombre del que me había enamorado con tal magnitud. El único desde siempre que jamás había dejado de maravillarme en ningún instante. Quien se había merecido mi corazón y no había sido capaz de entregárselo cuando tuve la oportunidad. Me dirijo sin poder más, sin soportar más no ser nada. Estar atados a sólo una amistad. Esto se termina aquí, me lo prometo, nos lo prometo.

Michael, cómo le quiero. Dios mío, no sé cómo he aguantado tanto.

Ingreso de nuevo al Four Seasons, corro por los pasillos oscuros sin agotarme, sin pararme a meditar. Corro con las piernas temblando y mi corazón a punto de salir por mis labios. Millones de pasos me habían conducido una y otra vez a Michael de nuevo, y he atravesado infiernos enteros por lograr estar cerca de él un instante en su vida, pero aún así, jamás cambiaría un momento de ello, por la oportunidad de decirle cuánto estaba enamorada de él.

Me aproximo por fin a su puerta y llamo a ella insistente. Jamás había visto aquél ‘3364’ de metal frente a mí con una sonrisa más grande.

           —Pequeña...

Sus ojos cristalinos e irritados reflejan la tristeza por la que le he hecho pasar. Y me desgarro por dentro al cargar mi propia culpa. Pero ya no logro soportarlo más.

—Michael—musito, y una risa acompañada de lágrimas descarriadas brota de mis labios—, te quiero tanto...

Tomo aire y me abalanzo contra sus labios de nuevo. Antes de que ninguno dijera nada más, antes de que el tiempo sin ser suya continuara devorándome viva.

Enredo mis brazos alrededor de su cuello y lo beso con pasión. Poso mis labios en los suyos, exploro cada milímetro de su boca de modo que nuestras respiraciones se entremezclan una con otra y las lágrimas de nuestros ojos se convierten en sal sobre la piel del otro. Y me aseguro a mi misma de que la verdad ahora no nos haría daño. Él ahora es parte de mí y yo de él y mi deseo por él se sintió más vivo que nunca, perpetuo.

Él lo es todo. Michael es mi destrucción, y yo estoy dispuesta a destruirme.
***

Sé que ambos tenemos miedo.
Los dos hemos cometido el mismo error.
Un corazón abierto es una herida abierta para ti.
En el viento de una decisión inmensa, el amor tiene una voz callada.
Tranquiliza tu mente, pues ahora soy sólo tuya para decidir.
Christina Perri (The Words)

4 comentarios:

  1. Este capitulo sin duda ha sido el mejor de todooooos! Sentí toda la emoción en mi cuerpo Dios mio katy, como eres capaz de hacerme sentir tanto con esa tu hermosa manera de regalarnos esta historia. Sabes? Me faltan las palabras para decirte lo que este capitulo significa, me limitare a decirte, Gracias. Eres fantástica!
    Sucedió! Sucedió lo que todas henos estado esperando desde hace tanto tiempo y sabes? Como tu lo dijiste, ha valido completamente la pena.
    Eres simplemente increíble.

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  2. Whoooo escalofríos leyendo esto,oyendo Demi Lovato de fondo lo hace hasta mas potente,me encanta! Diosito mío...por fin un beso!!!

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  3. Quedo asombrada cada vez que leo tu historia, me encanta tu forma de escribir tan autentica y detallada, tienes una increíble capacidad de redacción, buena ortografía y una maravillosa inventiva que hace parecer como si todo eso fuera real; te felicito, a tu obra no la llamo fan-fic la llamo NOVELA.

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  4. Por cierto, estoy super ansiosa por saber que sigue.
    ¿Cuando publicaras nuevo capitulo?

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