domingo, 19 de julio de 2015

Capítulo 27: "Prisas, Pesares"

            —Sé que sigues pensando en lo mismo.

Monica y Phoebe me miran como si trataran de leer mis pensamientos.

La verdad es que no me encontraba pensando en ello en este preciso momento, pero el que ambas me estuvieran recordando el bendito compromiso de Ross y Emily cada cinco minutos, estaba comenzando a irritarme. De pronto sus miradas en mí parecen insostenibles, y aún sin poder fingir una sonrisa, no las abandono sólo a ellas, sino también a mi desayuno sin terminar.

            —¡Rach...!

Monica toma de mi brazo y me obliga a mirarle antes de lograr ingresar a mi habitación. Parece que mi tiempo de relajación iba a tener que esperar.

—No puedo esconderlo, ¿No, Monica? —consigo zafar mi brazo de su mano, y ella sólo continúa mirándome—. Tienes razón, no he dejado de pensar en ello. No lo he conseguido desde el instante en el que Ross y Emily han venido aquí tomados de la mano con la gran noticia.
—Pero, Rachel...
—Y si han querido saberlo, sí. Me molesta. ¿Por qué? No lo sé, no logro entenderlo. Pero me molesta aún más que mis dos mejores amigas no dejen de mencionarlo un solo momento.
—Pero...
—No, Rachel... —Phoebe se pone de pie y camina rápidamente hacia nosotras con una abrumadora expresión en su rostro—. Tienes razón, no debimos haberlo mencionado. Y tienes derecho a estar molesta por ello o incluso con nosotras, pero si lo hemos dicho, es nada más porque nos preocupas.
—¿Pero, qué? —río de incredulidad—. ¿Por qué habría de preocupar lo que yo...?
—Ha pasado un mes desde que Ross nos lo dijo—Monica vuelve a tomar mi mano, pero con un gesto más dulce que antes—. Y no has hablado nada al respecto. No sabemos qué es lo que piensas, qué te ha parecido...

Enmudezco. Ellas tienen razón, no me ha apetecido hablar del tema con nadie, pero tampoco es como que si lo hiciera, algo llegaría a cambiar. Sería completamente inútil.

—No eres la única que piensa que esto es completamente inesperado. Una terrible prisa, Rachel—Phoebe musita todavía mirándome.
—Bueno, pero aún con las prisas, ellos han decidido hacerlo—espeto.

En serio, ¿Qué más podría decir?

—Incluso Michael me dijo que ustedes no han tocado el tema—Monica susurra, pero su voz suena temerosa—. He hablado por teléfono con él hace unos días.
—Eso es cierto, no lo he hablado con él.
—Pero, ¿por qué, Rachel? —Monica frunce el ceño—. Él también quiere saber qué es lo que piensas sobre Ross, sobre todo esto.

Dejo brotar un suspiro largo y profundo. ¿Por qué seguíamos hablando de esto? Ya no sé si quiero encerrarme en mi habitación o salir corriendo del departamento.

—Porque no quiero que Michael crea que todo esto me importa de esa manera. No valdría la pena. ¿Para qué? —trato de callar un segundo, no sé en realidad cómo explicarme—. Monica, es sólo que... Michael y yo hemos estado tan bien, que aún no puedo creer que todo esto continúe sucediéndome a mí, a ambos. ¿Entienden? Le quiero tanto, incluso demasiado... y me da miedo arruinarlo por algo que no debería importarme.
—Pero sí te importa—Phoebe musita.
—Sí, bueno—siento una sonrisa aparecer—, tengo cosas mucho más importantes en mente. Hoy se cumplen dos meses desde que Michael y yo hemos comenzado a estar juntos, y es eso en lo que me apetece pensar ahora.

Me abro camino entre ambas y camino hacia el pequeño perchero junto a la entrada del departamento para tomar mi abrigo y mi bolso. Ya he decidido, me parece más conveniente salir de aquí y desaparecerme por un rato. Amo a mis amigas, las quiero con todo el corazón, pero no cuando no eran capaces de olvidar un tema de conversación tan desagradable para mí.

Y por si fuera poco, aún no comprendo por qué me llega siquiera a interesar.

—Pero, Rachel... —Phoebe me mira impasible desde el mismo sitio—. ¿Está todo bien? ¿No estás... enfadada?
—Por supuesto que no, Pheebs. No estoy enfadada—sonrío, la idea de salir de ahí me pone cada vez más ansiosa—. Y descuida, todo va a estar bien. Lo estará apenas me encuentre con Michael en el aeropuerto. Ahora, si me disculpan...
—Rach, aguarda—la voz de Monica me detiene apenas tomo la perilla de la puerta—. El vuelo de Michael no llega hasta dentro de dos horas, ¿Qué piensas hacer hasta entonces?
—No lo sé. Supongo que sólo esperaré ahí hasta que él llegue.

Abro la puerta y sin mirar al exterior dedico un par de sonrisas a Phoebe y a Monica que me miran desde el mismo sitio. Ellas parecen tratar de sonreír, pero sus sonrisas se esfuman cuando parecen ver lo que hay más allá de mí. Sigo su mirada y me encuentro con la persona que menos ansío ver en este preciso momento. Maldición, ¿Es que nunca iba a poder salir de ahí?

           —Ross...
—Oh, hola—él me sonríe vagamente, y sus mejillas se colorean casi al instante. Era claro que ninguno de los dos se lo esperaba—. Estaba por llamar a la puerta cuando la abriste. ¿Ibas de salida?
—Ah, sí, de hecho...—alcanzo a decir.
—Oh, no, no—Monica corre hacia nosotros y me toma de ambos hombros, le cuestiono con la mirada, pero ella se limita a dar a ambos una sonrisa forzada—. Rachel no se iba. De hecho, nos encontrábamos hablando de ti, Ross.

Ross me dirige una mirada confundida. Oh, no, maldición Monica. ¿Qué es lo que pretendes ahora?

           —¿Pero, qué...?
           —¿En serio? ¿De mí?
—Bueno—Phoebe llega con nosotros sin darme cuenta—, no sólo de ti, hablamos de varios temas, y entre ellos tu compromiso. Sólo que...
—Sólo que yo tengo que irme.

Lanzo una mirada amenazante a Monica y Phoebe antes de intentar salir de nuevo, para que comprendan que no estoy siguiendo su juego. O al menos, para suplicarles que se detuvieran.


—Muy bien, muy bien, de acuerdo—con la sonrisa tranquila que Monica me dirige, sé que ella ahora lo ha comprendido todo y lo agradecía en verdad—. ¿Pero, llevas tu pase de abordaje, Rachel?

Bien, al fin ella dice algo con más sentido que antes. Palpo ambos bolsillos de mis pantalones y aguardo a sentir el bendito pase que necesitaba, sin éxito. Al menos de algo habían servido las retenciones sin sentido de Monica. No quiero ni imaginar lo que hubiese pasado si lo olvido por aquí.

           —No—musito—. Debí dejarlo en mi habitación.
—¿Pase de abordaje?—Ross nos mira simultáneamente sin dejar de fruncir su ceño.
—Michael regresa hoy de California—Monica responde antes de que yo pueda hacerlo—. Él le dio ese pase para que pueda pasar a la sala de espera sin ningún problema.
           —Muy bien, ya veo...
—Ahora vuelvo—infiero mientras camino a grandes zancadas hacia mi alcoba.

Cierro la puerta de mi habitación justo luego de haber entrado. Apoyo mi espalda contra mi puerta y es entonces cuando me doy cuenta de cuánto necesito de un pequeño respiro a solas, un par de minutos para mí misma para procesar la situación tan bochornosa en la que mis mejores amigas se ocuparon de ponerme. Porque no he entendido nada de lo que ha sucedido en los últimos cinco minutos.

            —Monica, si ella quería irse, ¿Por qué has tratado de detenerla?

La voz de Ross parece haberse desvanecido un poco pero aún logro escucharlo a través de la puerta.

—Porque me molesta que hayan vuelto al mismo sitio en el que estaban antes, Ross. Ella y tú apenas y se dirigen la palabra.

Así que eso era, por eso Monica y Phoebe habían tratado de detenerme en cuanto Ross llegó al departamento. Entonces, no me sorprendería que ellas mismas lo hayan llamado antes. 

Monica musita algo incomprensible seguido de un gran suspiro.

            —Hablaré con ella de todo esto, lo prometo—Ross dice en voz baja.

Dios, ¿Ahora de quién habla? ¿De mí? ¿Emily?

—Pero, bueno—Phoebe reanuda la conversación—. ¿Han escogido una fecha ya?
           —No, Emily y yo aún estamos trabajando en ello.
           —Aún no puedo creer que estés comprometido—dice Phoebe.
           —Lo sé, Pheebs. Ni yo mismo puedo creerlo.

Bien, al menos no soy la única a la que le parece ridículamente increíble.

—Bien, quería decirles—Ross continúa—, Emily encontró el vestido que ella quiere en Londres, y...
           —¿Tan pronto?—Phoebe replica.
—Sí, pero no es de su talle. Por suerte hay una tienda aquí en la ciudad que tiene uno para ella, pero... Como soy el novio, yo no debería...
—No digas más—Monica contesta casi de inmediato—. Nosotras iremos por él.
           —Oh, muchas gracias, en verdad.
—No te preocupes—Monica susurra, en vano por supuesto, ya que consigo escucharla perfectamente—. De hecho, pienso que podríamos ir ahora mismo. Le aviso a Rachel y nos vamos.

Oh, no. Monica viene hacia acá y yo con un oído apoyado contra la puerta. Corro hacia mi tocador y aparento estar hurgando los diferentes cajones en busca de mi pase de abordaje. Prefiero ahorrarme la explicación y olvidar que he estado perdiendo el tiempo espiándoles a los tres.

—Rach, lo siento—Monica abre la puerta y me mira con una sonrisa desde el umbral de mi habitación—. Tengo algo que hacer fuera, Phoebe va a acompañarme, ¿Está bien?
—Oh—musito tratando de no asesinarla con la mirada—. ¿Qué es lo que tienes que hacer?

Reprimo mi sarcasmo y apuesto a que mi mejor amiga no será capaz de decirme la verdad.

           —Ha surgido algo del trabajo—sonríe—. Pero nos veremos más tarde.

Lo sabía. ¿De verdad cree que no los he escuchado?

           —De acuerdo, adiós.
           —Adiós, Rach.

Monica desaparece de mi habitación en menos de un segundo. Aguardo en silencio y escucho claramente a lo lejos la puerta del departamento abrirse y volverse a cerrar momentos después. 

Bien, parece que me he quedado sola por fin.

Tomo mi alhajero y de él saco por fin mi pase de abordaje. Es una fortuna que Monica no supiera que lo mantenía ahí guardado. De otra manera, no hubiera tenido sentido el que ella me viera esculcando cada uno de mis cajones por él. Lo guardo en uno de mis bolsillos y salgo rápidamente de mi habitación.

            —Hola.

Oh, no. Después de todo no me he quedado sola. ¿Qué seguía haciendo Ross aquí?

            —¿Lo encontraste?—musita.
            —Sí—replico en un tono un poco seco—. Todo listo, ahora tengo que irme.

Ross hace ademán de interponerse frente a mí mientras me acerco a la puerta. Le cuestiono con la mirada. ¿Ahora qué?

           —¿Podría hablarte de algo antes?
—Ross, no lo sé, yo...—miro mi reloj. Maldición apenas y tengo tiempo para encontrar a Michael—. Ya no tengo tiempo y...
—Sólo es un momento, prometo no quitarte tu tiempo. Sé que Michael está por llegar, no tardaré.

Me mira con un gesto de súplica en la mirada. Toda esta situación amenaza con recordarme a cuando Ross me retrasaba para la primer cita que tendría con Michael. Así que estaba bastante segura de mis opciones. Puedo quedarme algunos minutos más y hablar, o tratar de irme, discutir con él y perder más tiempo que ya no tenía.

           —Muy bien, dime.
—Oh, gracias—Ross sonríe tranquilamente y avanza un par de pasos hacia mí. Me estremezco, pero permanezco en el mismo lugar—. No sé cómo decirlo, pero, yo sé que no hemos tenido la oportunidad de hablar desde que Emily y yo hemos decidido casarnos. Y yo... sólo quería saber... cómo estabas.

¿Que cómo estaba? Ross, te suplico que estés bromeando.

 En realidad no tendría la más mínima idea de contestar a su pregunta. Y es que habían sido tantas las razones; partiendo desde que este compromiso me parecía un completo error hasta el hecho de que aún no había terminado de creerme la personalidad de Emily. He respetado hasta el cansancio que ambos estuvieran enamorados, pero es sólo que había algo de ella que no me cuadraba. Así que bien, era ello o la pequeña corazonada de que ambos lo han decidido por despecho hacia Michael y hacia mí.

Cualquiera que fuese la razón. Prefiero seguir callándola. En especial frente a él.

           —Ah, Ross, yo...
—La verdad es—suspira—, que si fueras tú quien estuviera a punto de casarse, yo me sentiría... destrozado. ¿Sabes?

Se me corta la respiración. 

—Uhm, Ross, por supuesto la noticia me ha tomado por sorpresa. Pero, bueno... Pierde cuidado que estoy bien. En verdad.

Ni yo puedo creer lo que acabo de decir. Tan sólo espero que mi mentira no haya sonado tan descarada como pienso que ha sonado.

            —¿De verdad, Rach?
            —Por supuesto que sí.

Ross fulmina la distancia restante, y abre sus brazos para tomarme con fuerza. No reprimo mis ganas de imitarle y de abrazarle de igual manera. En realidad él jamás deja de ser parte importante de mi día a día. Por más lejanos que nos llegue a sentir. Él siempre estaría cerca.

            —Sólo quería asegurarme—susurra.
            —No te preocupes, en verdad.

Sus brazos me toman con más fuerza que antes.

—Eres la mejor, Rachel—suspira contra mi cabello—. Y sé que algún día esto logrará sucederte a ti también. Tan sólo no te rindas, ¿de acuerdo?

Siento de pronto unas ganas tremendas de darle una bofetada en el rostro. ¿Que no me rinda? ¿Pero qué es lo que le pasa? 

—Ross...—como puedo, consigo dar final a nuestro abrazo—. ¿Qué se supone que eso significa?
            —Ah, no... No quería decir que...
—¿Has olvidado de repente a Michael?—resoplo de rabia—. ¿Qué crees que quieres insinuar con esto? ¿Que lo nuestro no es tan serio como lo tuyo con Emily?

Si hace un momento mi enojo se había esfumado, ahora había vuelto para quedarse.

—¡Dios mío, no!—él titubea mientras pequeñas risas salen de sus labios—. No he querido decir eso, Rachel... Yo estoy seguro, yo sé que tu relación es seria, ¡Lo juro! Y sé que existe también entre ustedes una conexión mental, emocional, y...
            —¿Y...?

Sus mejillas se enrojecen antes de continuar. Pierdo su mirada y no puedo evitar sentir mi enojo acumularse.

—Y bueno...—logra susurrar—. Imagino que conexión física también. ¿No es así?
            —¿Qué?
—No lo sé. Supongo que es porque he visto incontables veces a Michael salir de tu habitación por las mañanas tomando tu mano, que he creído que...
            —Ross, explícate. No estoy entendiendo nada de lo que estás diciendo.
—Quiero decir—musita con una voz casi inaudible—, lo tuyo con Michael ha de ser bastante serio si... si ustedes ya han... Ya sabes, si ya han... tenido relaciones.

Los ojos se me secan de lo amplio que los he mantenido abiertos. No sabía que Ross podía llegar a ser tan entrometido. ¿Pero, qué demonios le pasa? Un suspiro brota sin darme cuenta de mis labios, y aún no logro ser capaz de responder.

            —¿O ustedes... no han...?—musita.
—No miro por dónde tenga que interesarte lo que haga o no haga con Michael, Ross.

Miro la puerta detrás de él, alucinada. Quiero salir de aquí ahora mismo. ¡Ahora!

—Y si en realidad te mueres por saber...—le rodeo y camino hacia la puerta, acto seguido la abro y le contemplo desde el umbral—. No, Ross. Nada ha sucedido. Ahora, si me disculpas...

Salgo del departamento azotando la puerta sin terminar de hablarle, y sin darle la oportunidad de contestar. Ni los pasos bruscos que comienzo a dar ni los insultos que suelto me permiten concebir la actitud de Ross. Parece que en este día todos se han puesto de acuerdo para fastidiarme en todas las maneras posibles. 

Sufro impacientándome aún más mientras espero a que un taxi aparezca en la acera de mi edificio. Lo que más anhelo en este momento es ver a Michael y tenerle frente a mí. Catapultarme a sus brazos lo antes posible.

            —Oh, muchas gracias.

Suspiro aliviada en cuanto soy capaz de abordar el taxi que se ha detenido en la acera.

—Ni lo menciones—me dice el conductor con una sonrisa en sus labios—. ¿A dónde te llevo?
            —Al Aeropuerto JFK, por favor.
            —Por supuesto que sí.

Él acciona el taxímetro, y en cuestión de segundos tengo una vista mucho más lejana de mi edificio.

Ahora es un perfecto momento para intentar relajarme, me aguarda un largo camino hacia el Aeropuerto y tenía que ocuparme de eliminar hasta el último atisbo de enojo en mí. No quiero que Michael lo llegue a notar, o siquiera que imagine que he discutido con Ross otra vez. Deseo que me vea feliz de tenerle de nuevo, que sepa que lo único que he estado haciendo hasta este preciso momento no ha sido más que esperar por él, y que no he dejado de extrañarle desde que ha tenido que partir a California. Pero claro, él se ha ido por cuestiones de trabajo, y más me valía irme acostumbrando a todo esto. Sabía perfectamente en lo que me estaba metiendo, nuestra relación jamás sería como cualquier otra y estoy consciente de ello. Pero, por supuesto, quererle valía la pena todo esto.

Suspiro agotada de mis pensamientos hacia mi ventanilla. El conductor parece darse cuenta y me dirige una mirada cómplice por el retrovisor.

—No llevas equipaje, ¿no?—sonríe—.  ¿Irás a recoger a alguien al aeropuerto?
           —Ah, sí—contesto con una sonrisa enorme—, a mi novio.

¡Pero qué bien se siente llamar a Michael así!

           —Oh, vaya sorpresa que se va a llevar. ¿Él viene de muy lejos?
—De California—suspiro esperanzada—. Tengo ya bastantes ganas de verlo, en realidad. 
—Me imagino—se gira un segundo y me contempla con una sonrisa—. Se te nota muy emocionada.

Sonrío. Al menos el enfado ya se ha marchado de mi rostro.

Vuelvo a mirar hacia el exterior, a estas alturas debemos ir a más de la mitad del recorrido, y yo no podía sentirme más emocionada al respecto. Miro el reloj del estéreo que marca veinte minutos para las dos de la tarde. Bien, aún llevo buen tiempo, llevo el itinerario del vuelo de Michael, y en mi bolsillo llevo el pase de acceso a la sala de abordaje. Nada podía salir mal.

Y fiel a mis palabras, todo comienza a pintar incluso millones de veces mejor, cuando de pronto la atmósfera del vehículo se ve impregnada con un sonido que había atesorado en mi mente  desde el día de mi cumpleaños y para siempre; la melodía inicial de la canción Just Good Friends de Michael. Mi estómago se estremece en una exquisita sensación de amor y placer. 

¡Cuántos benditos recuerdos me traía esa canción!

           —¿Podría subir el volumen?—digo sintiendo mis mejillas arder.
—Por supuesto que sí—él replica, luego el volumen de la canción aumenta notablemente—. Así que Michael Jackson... ¿Eres muy fanática de él?

Una risa instantánea aparece, esto promete ser divertido.

—Podría decirse, teniendo en cuenta que mi mejor amiga es su fan número uno—trato de contener mis próximas risas—. Pero, no lo sé,  estoy segura de que a mí me gusta más que a ella.
—Mis hijas en casa lo adoran, no hay día en el que no escuchen una sola de sus canciones. Si le tuvieran de frente, estoy seguro de que no pararían de decirle cuánto le aman.

Mi corazón duplica su tamaño ante la simple idea y la enorme sonrisa que aparece involuntariamente en los labios del conductor. Quiero responder, pero me doy cuenta de que hemos llegado ya a la terminal del aeropuerto.

            —¿Te dejo por aquí?
            —Oh, sí. Muchas gracias.

Aparcamos frente a la puerta principal, salgo del auto y me aproximo a la ventanilla del conductor para pagar por el viaje.

—Gracias en verdad—deposito el dinero en su mano—. Y descuide, puede decirle a sus hijas que haré llegar su mensaje a Michael en el primer segundo que lo vea.

Le dedico un guiño, pero como me lo he esperado, la expresión en su rostro me dice que él no ha comprendido una sola palabra que ha salido de mi boca. Aún así, no puedo evitar esbozar una sonrisa de satisfacción, sabiendo que mi oferta era más que real.

Me dirijo sin perder más tiempo al interior y directamente me ocupo de ubicar el vuelo de Michael en los monitores de la sala principal que tienden sobre la recepción. Bien, él aún no ha llegado todavía, así que tengo aún un puñado de minutos para idear dónde podré encontrarme con él. Observo distraída todas y cada una de las terminales, algunas personas ingresan a diferentes salas de abordaje, y otras que van llegando. El resto del mar de gente, sólo se tendía a todo mi alrededor.

Maldición, no me había percatado de la cantidad de gente que había. A este paso era imposible la idea de ver a Michael por aquí. Bill jamás le permitiría cruzar a través de todas estas personas. Trato de abrirme paso entre la multitud, y me aproximo al módulo de orientación para ubicar la terminal por la que Michael llegaría.

—Disculpe—saco de mi bolsillo el pase de abordaje para mostrárselo a la mujer uniformada frente a mí—. ¿Podría decirme dónde está esta terminal? La buscaría yo misma, pero apenas tengo el tiempo y no sabía que habría tanta gente.
—Sí, por supuesto. Está en esta misma recepción de hecho. Tendrás que ir por...

Su dedo índice señala en una dirección, mi vista le sigue y antes que seguir escuchándole, vislumbro a Bill estudiando de manera cautelosa a todas las personas del lugar.

Es Bill, Dios mío. Michael está aquí. ¡Ya está aquí!

No me interesa nada más, y como me es posible, empujando y abriéndome el camino necesario, corro rápidamente hacia Bill. Algunas personas se molestan tras mi paso, pero la verdad es que no podría importarme menos.

            —¡Rachel...!

Bill me ubica y sin detenerme le doy un abrazo fugaz. Desbordo felicidad por cada poro de mi piel, que es increíble.

            —Bill, qué bueno que ya han llegado...—suspiro.
            —Anda ven, estaba tratando de encontrarte. Sígueme...

Su mano descansa en mi espalda y me dirige por una serie de pasillos en los que sorpresivamente no se encuentra ninguna persona vagando cerca. La espera se hace mucho más insostenible a cada segundo, ¡Maldita sea!

            —Adelante.

Bill susurra cediéndome el paso hacia una pequeña habitación de servicio. Camino al interior sin meditarlo siquiera y entre un puñado de personas en el lugar, entonces soy capaz de ubicarlo inmediatamente. Impecable, sus rizos descansando ligeramente sobre sus hombros como de costumbre. Y como esperaba, increíblemente guapo, vestido casualmente con una camisa de cuadros y pantalones vaqueros que le sientan a la perfección. Simplemente no soy capaz de dar el crédito necesario a lo que veo.

            —Michael—Bill susurra divertido—, ella está aquí.

Y tan pronto como mi mirada ha chocado con sus ojos, siento la presión de lágrimas rogando por aparecer. Miro sus ojos, que comienzan a humedecerse también. Michael de pronto hace caso omiso a las personas que le rodean para mirarme sólo a mí y me obsequia la sonrisa que más me había hecho falta en todo este tiempo.

            —Rachel... Dios mío...

Su cuerpo encuentra al mío y lo sepulta en un inmenso abrazo antes siquiera de que yo pudiera dar un paso más. Apoyo mi cabeza contra su pecho con todas las intenciones de recuperar su esencia y percibo mis lágrimas chocando contra la tela de su camisa. Michael ciñe mi cuerpo con más fuerza, casi lastimándome, mientras deja una serie de besos sobre mi cabello. Simplemente no puedo creer cuánto le había necesitado.

—Estas semanas no han sido más que un infierno para mí—le escucho decir—. Y no sabes cuánto me alegra de que por fin haya acabado.

Michael toma de mi mentón, haciendo que le mire directamente a los ojos.

            —Te he extrañado tanto, pequeña.
            —Y yo a ti... no tienes la remota idea.

Noto cómo su vista desciende hacia mis labios, y la forma en la que humedece los suyos con la punta de su lengua me hace querer rendirme hacia él, besarle. Quizá era cierto, quizá después de todo, él sí se ocupaba de hacer parecer sus labios aún más irresistibles de lo que ya eran. Y es que habían sido tantos y tantos los besos que compartimos hasta ahora, que ya ni siquiera recuerdo cómo era la forma de mis labios cuando no estaban pegados a los suyos.
                                                             
—Caballeros—Michael dice, sin despegar su vista de mí—, están a punto de ver una muestra de mi afecto hacia la más preciosa de las chicas.

Sonrío mientras enredo mis brazos alrededor de su cuello para así reclamar mi lugar y presionar mis labios contra los suyos. Le beso como hace mucho tiempo quiero hacerlo, con todo el deseo de mi ser. Abro mis labios un momento para tomarle con más fuerza y él me corresponde al instante, y no sé si han pasado cinco, diez o cuántos segundos hayan volado, pero antes de siquiera dejarle ir, involuntariamente tomo su labio inferior con mis dientes, y halo con suavidad.

Michael gime dulcemente, separándose un poco de mí.

            —¿Quién te enseñó a besar así?—susurra luchando por recuperar el aliento.
            —Tú fuiste... y las ganas que me diste.

Sonrío satisfecha ante el enrojecimiento de sus mejillas. Michael vuelve a tomarme entre sus brazos un momento más y siento su respiración relajarse.

—¿Bill? —Michael me suelta para tomar sólo mi mano, cuestiona a Bill con la mirada.
—Todo listo, podemos irnos—Bill asiente—. Saldremos por detrás, Michael, no te imaginas la cantidad de gente que hay en la entrada principal.
—Perfecto—Michael se gira de nuevo hacia mí—. ¿Nos vamos, pequeña?
—Andando.

Somos entonces conducidos entre un séquito de personas hacia la salida de emergencia del aeropuerto. La cantidad de cuerpos uniformados que nos rodean me hacen imposible mirar más allá de un metro de distancia, no sé siquiera si estamos siendo perseguidos, o si hay otras personas queriéndose acercar a Michael, es todo un poco abrumador. Pero la mano de Michael que no abandona la mía me hace sentir más segura de alguna manera.

Sin darme cuenta llegamos a donde se encuentra un vehículo aparcado, Michael abre la puerta trasera frente a mí y me cede el lugar para entrar, un segundo después el entra también, cerrando la puerta apenas ha tomado asiento. Bill ingresa junto con otro hombre uniformado a los asientos delanteros y emprendemos marcha sin perder más tiempo.

—¿Cómo ha estado California, Michael?
—Terrible—contesta inmediatamente—. El sólo despertar por las mañanas y saber que no iba a verte era suficiente para sentirme desanimado el resto del día.

Se me encoje el corazón cuando su mano aferra la mía con más fuerza. Es exactamente como yo me he sentido desde que él ha tenido que irse.   

—...Pero estoy feliz de que por fin todo haya terminado—continúa—. Todos esos asuntos que no me dejaban en paz están en el olvido ahora.
—Me da mucho gusto oírte decir eso. De verdad.
—Lo sé...

Un suspiro de alivio sale de sus labios.

—Pero dime, linda—su pulgar acaricia suavemente los nudillos de mi mano—. ¿Cómo está todo? ¿Están todos bien?
—Todos están muy bien. Ya sabes, esperándote.

Y a veces, esperando volverme loca.

—Los he extrañado tanto. Todos me han hecho falta mientras he estado fuera.
—Imagínate cómo hemos estado nosotros sin ti.

Michael sonríe tiernamente, haciéndome recordar cuánto me fascinaba ser la razón por la que las sonrisas volvían a sus labios. Me contempla en silencio un par de segundos, y siento como si su mirada tratara de descifrar mis pensamientos.

            —¿Y tú...?—su voz se torna tímida y débil—. ¿Cómo estás, pequeña?

El tono de su voz delata sus intenciones. Sé que quiere referirse a Ross, y saber cómo me he sentido al respecto de todo el tema del compromiso. Y yo le diría todo en un segundo, desahogaría todo mi coraje e incertidumbre sin pedir nada a cambio, porque así de grande era mi confianza hacia él. Pero simplemente no me sentía preparada, no aún.

—Todo ha estado bien—trato de sonreír—. Aunque, claro que es mucho mejor cuando tú estás conmigo.

Michael apenas y me sonríe. Se ha dado cuenta de que quiero evadirle.

            —¿De verdad?—dice serio, sin despegar su vista de mis ojos.
            —Por supuesto que sí.

Dirige su mirada a su ventanilla un segundo, con una terrible expresión exasperada en su rostro. Sé que le ha molestado mi excusa, pero es que no sé qué más pude haber hecho.

—¿Sabes?—digo, haciendo que Michael vuelva a mirarme—. Hoy me he topado con que las hijas del conductor que me ha llevado al aeropuerto son fanáticas tuyas.
            —Oh, ¿En serio?
—Así es. Él ha dicho que si te tuvieran de frente, no dejarían de decirte cuánto te adoran.

Sus cejas se enarcan en un gesto de conformidad que acompaña con una sonrisa radiante. 

—¿Qué podría decir?—imita un tono de voz arrogante—. Soy muy bueno en lo que hago.

Ambos rompemos en carcajadas por varios segundos. Michael finge limpiar algunas lágrimas de sus ojos cuando finalmente trata de recuperar la seriedad en su tono de voz.

            —Es muy dulce de tu parte que me lo hayas dicho. Gracias, Rachel.

Me limito a sonreír. Aún me encuentro alucinando por las risas que desató a nuestro alrededor.

—Ya estamos aquí, Michael—Bill dice de repente, mirándonos por el retrovisor.
           —Oh, perfecto. Gracias, Bill.

Michael suelta mi mano y luego de un guiño sale del vehículo junto con Bill sin decir una sola palabra. Instintivamente miro al exterior, pero no reconozco el sitio en el que nos hemos detenido. No comprendo qué hacemos aquí.

            —Señorita.

El conductor abre mi puerta sin darme aviso, y me tiende una mano ayudándome a salir del vehículo. De pie, intento buscar a Michael con mi mirada, pero en un sólo movimiento el mismo hombre me cede lugar hacia el asiento del copiloto, cerrando la puerta inmediatamente.

Vislumbro a Michael a lo lejos gracias a uno de los espejos laterales. Se encuentra charlando con un par de hombres que jamás había visto antes y parece como si entregaran algo en sus manos. Cuando terminan, Michael camina rápidamente hacia nuestro coche, e ingresa al asiento del conductor. Trato de fulminarle con la mirada, pero me es imposible con la enorme sonrisa que tiene en su rostro. 

—Michael, te lo suplico...—Bill se apoya desde fuera a la ventanilla de Michael—. Ten mucho cuidado. ¿Bien?
            —Tendré cuidado, Bill. Despreocúpate.
            —Muy bien. Entonces, nos veremos después. 

Bill se despide con una mirada y desaparece de nuestras vistas cuando ingresa a otro vehículo diferente aparcado cerca del nuestro. Miro a Michael, que sin razón alguna parece darme la más traviesa de las miradas. ¿Qué diablos...?

—Toma esto, linda—tiende unas gafas de sol en mi dirección—. Vas a necesitarlas. Estamos un poco de incógnito ahora.

Tomo las gafas de sus manos y en un segundo Michael comienza a usar otras iguales que toma de su bolsillo.

            —Anda, úsalas.
            —¿Qué es todo esto?—uso finalmente las gafas—. ¿Qué estamos...?
            —Es una sorpresa.
            —¿Una sorpresa? ¿Pero qué...?

Michael ríe satisfactoriamente, es claro que disfruta de mi incertidumbre. Toma el volante entre sus manos y con la llave inicia el motor del vehículo.

            —¿Bill no vendrá?—trato de buscar su mirada.
            —No. A donde vamos ahora sólo podemos ir tú y yo.
            —Espera, ¿tú vas a manejar?
            —Así es. ¿No es genial?
            —Creí que no manejabas. ¿No me dijiste que no tenías una licencia?
            —Oh, sí la tengo—sonríe—. Sólo que ya está expirada.
            —¿En serio? ¿Expirada desde cuándo?
            —Hace un puñado de años. No recuerdo bien.

Con la palanca, acciona la marcha y gira en la primer oportunidad. Comenzamos a andar por calles que nunca antes había recorrido, pero parece como si él las conociera desde siempre. Creo que unas risas nerviosas salen de mi boca. Genial, esto pintaba a ser bastante peligroso.

—Oh, perfecto entonces—finjo una expresión relajada en mi voz—. Así que si nos detienen sólo estaré yo para cuidarte. Suena bastante bien.
—A ti te confiaría hasta mi vida—dice, con un tono de voz un tanto seductor, que combinado con esa sonrisa y sus cejas arqueadas asomándose por encima de las gafas, son la perfecta combinación para sentirme indefensa. No puedo creer lo atractivo que puede llegar a ser—. Además, sería una divertida historia para contar a los demás, ¿No lo crees?
—No lo sé, Michael. La verdad es que tratándose de ti, yo incluso podría aparecer en el próximo noticiero matutino de la ciudad.
            —Oh, por favor... ¿Así de poco confías en mí?

Me asesina la forma en que su tono de voz entristece drásticamente. Michael desciende la velocidad y me aseguro de que estamos en una parada de alto. Me acerco a él lo suficiente, tomo su rostro con ambas manos y beso sus labios de una forma fugaz, pero necesaria.

—Oh, sí...—susurra con el rostro completamente colorado—. Seguro que por este tipo de cosas no nos detendrían.

Alucino sin dejar de mirarlo. Él tiene razón, pero eso no quita que si por mí fuera, en este preciso momento lo besaría hasta el cansancio. 

—Sólo trataba de probarte lo equivocado que estás si crees que confío poco en ti. La verdad es que pienso callarte con un beso cada que digas algo erróneo.

Michael me mira seductor por encima de sus gafas de sol.

—En ese caso, linda, prepárate para escuchar bastantes tonterías saliendo de mi boca.

La luz verde del semáforo vuelve a aparecer, y retomamos el recorrido.

—Muy bien—digo mirando al frente—. Entonces, tendrás que decirme cómo te gustan los besos, para estar preparada.
            —No lo sé, pero con que sean de tus labios me basta.

Me regala una sonrisa satisfecha, que correspondo rozando levemente mis nudillos contra su mejilla. Vuelvo a mirar de reojo hacia el exterior, un tanto agotada. No puedo evitar pensar en que el recorrido que nos espera será bastante largo, a sabiendas de que no se me viene a la mente ninguna de las calles por las que vamos serpenteando. Miro a Michael, que se nota bastante concentrado observando el recorrido, así que arrojo a la basura la idea de que quizá estábamos perdidos. Él vuelve a girar decidido por una de las calles y me toma menos de un segundo para recordar los alrededores.

            —Espera—musito—, creo que ya reconozco dónde estamos.

Una sonrisa deslumbrante brilla en su rostro.

            —¿Lo sabes?
—Sí, pero no lo entiendo. Estamos por llegar a los estudios de grabación, ¿no? 
            —Así es.
            —¿Por qué iremos ahí, Michael?
            —Oh, no. No vamos a los estudios. Pero es bastante cerca de ahí.

Michael pierde entonces la salida que dirige a los Estudios, y siento mi emoción aumentando conforme nos alejamos del lugar. Pero todo termina en cuanto ingresamos a una especie de estacionamiento privado a un costado de una construcción que sobrepasa los límites de lo elegante.

            —Muy bien, perfecto.

Musita justo antes de aparcar el vehículo, desata su cinturón de seguridad y antes de tener oportunidad de reaccionar toma mi rostro con ambas manos y me planta un enorme beso en los labios.

            —¿Por qué ha sido eso?—susurro tratando de contener la risa.
—Porque me fascina besarte. Y porque agradezco que hayamos logrado llegar sin que se me apague el motor una sola vez—aún sin dejar de mirarme desata mi cinturón de seguridad, guarda las gafas que lleva puestas en uno de sus bolsillos para luego tomar las mías y guardarlas también. La mirada que me dirige arde de deseo, haciéndome estremecer ante la poca distancia entre nuestros labios—. ¿Vamos entonces?
            —Vamos.

Bajo del vehículo y en un segundo el brazo de Michael encuentra mi cintura, guiándonos a ambos a través de un pequeño corredor. Al llegar al final, tonos claros predominan mi visión, y la presencia de un par de gigantes ventanales enmarcando una puerta central obsequian un toque bastante moderno a aquél sitio. Miro el rostro de Michael que derrocha alegría, como si ese lugar significara algo mucho más grande de lo que yo pudiera imaginar. Me siento contagiada por su gran sonrisa cuando admito para mis adentros que la primer impresión había hecho su trabajo excelentemente. Pero la duda perpetua de saber qué es este lugar y por qué se trataba de una sorpresa, no dejaba de supurar en mi cabeza.

            —¿Lista?

Michael susurra, introduciendo una llave pequeña dentro de la cerradura de esa lujosa puerta. Asiento esperanzada, antes de mirar sus manos que amenazan con girar el cerrojo. Esa llave, me pregunto si ha sido ese el objeto que alguien le entregaba en las manos antes de venir. 

            —...Dios mío.

Mi mirada es deslumbrada por un recibidor enteramente blanco. Los muebles que se esparcen alrededor desbordan antigüedad con elegancia, sofás enormes que encaran el centro de la habitación, rodeándose de muros repletos de cuadros y de pequeñas mesas cafeteras, cada una con su respectivo arreglo floral. La inmensa habitación que se tiende frente a nosotros me recuerda vívidamente a la estancia principal de Neverland, asegurándome el nombre de la persona que se ha encargado de esta decoración.

            —¿Te gusta, verdad?

Michael musita, rodeando mi cintura por detrás con sus brazos. Sin darme cuenta, apoya su barbilla en uno de mis hombros luego de rozar sus labios levemente contra mi mejilla. 

—Me fascina, Michael—me giro aún entre sus brazos para mirarle de frente. Él no deja de sostenerme firmemente y yo no dejo de estremecerme cada vez que me acerca más a él—. Pero, no logro entender. ¿Qué es este sitio? ¿Por qué hemos venido?

La mirada traviesa que me dirige embriaga cada uno de mis sentidos.

            —Hemos venido, pequeña, porque este es mi nuevo departamento.
            —¿Tu nuevo qué...?

Michael asesina el silencio con una estruendosa carcajada, libera mis caderas y toma mi mano en menos de un segundo, halando de mí hacia el interior.

—Mi departamento—dice, aún conteniendo las risas—. Ven, que te muestro el resto.

Andamos hacia el segundo nivel guiados por sus zancadas ansiosas y veloces. Pero de no ser porque su mano sostiene firme la mía, yo me encontraría ya colapsando el suelo bajo mis rodillas temblorosas. Él continúa guiándome y mis pasos le siguen inconscientemente sin prestar atención suficiente a las habitaciones que me muestra; una segunda estancia, bellísima, un ventanal enorme que guía a un balcón y una pequeña, pero lujosa oficina pasan desapercibidas frente a mis ojos. Pestañeo completamente confundida ¿Un nuevo departamento? ¡No puedo creerlo! Mi mente me juega diversas pasadas y frente a mí se disipan todas las posibilidades. 

Michael viviendo en Nueva York, le tendría aquí, cerca de mí. ¿Qué más podría pedir? Verle sin medidas, sin impedimentos, tan fácil como salir a la calle a llamar un taxi y venir corriendo tras él. Es esto lo que he estado deseando desde siempre, ¿No? Que no existiera nuestra distancia, que el hecho de que yo viviera aquí y él en California no fuera más un problema para ambos. Éste incluso podría ser el sitio perfecto para refugiarme cuando mis amigos se ocupen de querer hacerme discutir. 

Pero simplemente, Michael tenía que estar de broma. 

No puedo, no quiero imaginarle efectuando todos estos cambios, sólo por mí. No soy merecedora de todo esto. Se me corta la respiración de sólo pensarle haciéndolo. Abandonando el que ha sido su hogar desde que era pequeño, su familia, su trabajo, y sobre todo, Neverland. ¿Qué clase de adefesio sería si le permito cambiar en esta magnitud, sólo por mí? Le quiero tanto, demasiado, y por supuesto que le necesito aquí, cerca mío, repitiéndole una y otra vez que él ahora es lo más importante sin discusión. Pero el problema real, era que yo no lo era todo en la vida de Michael.

Parpadeo aturdida por mis pensamientos. Sé cuánto voy a despreciarme por esto.

            —Luego, ésta es la habitación de huéspedes.
            —Michael...
            —No, aguarda. Aún falta lo mejor.

Michael me guía con elegancia hacia la última puerta del corredor, como última oportunidad, quiero prestarle mi atención esta vez. Abre la puerta frente a mí y me cede lugar para ingresar a la habitación. Presiona insistente mi mano mientras examino cada rincón del lugar. La pared del fondo, conformada por un ventanal inmenso que llevaba a una terraza con una vista excepcional de Nueva York, una cama amplia, con una imponente cabecera en forma de media luneta que la adornaba con elegancia. Frente, una chimenea de ladrillos que da sin duda un toque cálido y rústico a la habitación entera. Sencillamente hermosa, perfecta.

            —Ésta es mi habitación. Nuestra habitación.

Siento el corazón a punto de salir por mi boca cuando me animo a caminar más allá del umbral para observar cada detalle más de cerca. No puedo creerlo. Nuestra habitación. Él ha dicho... ‘nuestra’.

            —¿Un nuevo departamento...? —mi voz suena débil y entrecortada.
            —Un nuevo departamento—repite conmigo—. ¿No es perfecto?

Me mira expectante, y yo no puedo concebir lo que estoy por hacer.

            —Es una locura...
—¿Qué? No, yo he... —su sonrisa se esfuma dolorosamente—. Rach, creí que te había gustado. Yo...
—Te he dicho la verdad. Me ha encantado, como no te imaginas. Y la idea suena como a un sueño para mí, Michael. El sólo creer que te tendré cerca es...
            —¿Entonces qué es? ¿Qué pasa?

Pasa que todo esto es más de lo que siempre merecería.

—Haz cambiado tanto por mí... California es tu hogar. ¿Qué pasará con Neverland?

Michael esboza un suspiro de alivio, seguido de una sonrisa preocupada. Se acerca inmediatamente hasta donde he llegado y abraza mis dos manos entre las suyas.

—¿Es eso lo que te está preocupando?—suena dolido, pero más que nada, su voz reluce de amor—. Pequeña, Neverland es mi hogar, y es el tuyo también. Jamás dejará de serlo. No podría, ¿Me entiendes?

Niego con la cabeza evitando mirarle por un instante. Si ya he comenzado a hablar, es mejor que termine de una buena vez.

            —Es que, no merezco... todo esto.

Toma mi rostro con ambas manos, obligándome a mirarle de lleno. Sus ojos obscuros me abrazan de una manera que me hace desear no dejar de mirarle nunca, haciendo latir mi corazón muy deprisa.

—Mereces esto y más, Rachel—susurra—. Mereces todos los cambios del mundo. He pasado los peores días en California, ha sido terrible. Y no porque no me guste el lugar, sino porque sabía que no estarías ahí conmigo. No sabía lo sólo que me encontraba hasta la primer noche que pasé sin ti en casa.
            —Pero, Michael, un departamento es...
—Está hecho, pequeña—me interrumpe—. Estaba harto de recluirme en las habitaciones de un hotel, de tener que escabullirte rodeada de diez hombres para que pudieras visitarme. Además, éste edificio está pensado para los trabajadores del estudio, por eso es que está tan cerca. Puedo trabajar aquí, te lo prometo.
—Sabes que no sólo está el estudio, están también tus viajes y negocios, Michael. Y yo no puedo...
—No, no más viajes, Rachel. No más giras, no más asuntos, no más negocios, incluso no más trabajo por ahora. Sólo tú.

Sólo yo. Sólo nosotros. Aquello suena terriblemente tentador. Michael me contempla paciente con la mirada apagada, con la ilusión que por poco termino de destruir.

—¿Vas a decirme que no me has extrañado tanto como yo he pensado?—susurra.
—Te he extrañado demasiado, maldita sea—miro alternadamente sus ojos, me apodero de la voluntad de su rostro tomándolo entre mis manos—. Demasiado, Michael, ¿Me entiendes?

Le aparecen intenciones de hablar, pero me deshago de ellas posando mis labios suavemente contra los suyos. En ese beso sus labios se sienten diferentes, enfermizamente suaves, y dispuestos ante mis movimientos. No dudo y atrapo su carnosidad con mis labios y su respiración se agita al instante. Abro mis párpados levemente cuando Michael emite un gemido de sorpresa, y yo no puedo sino sonreír, complacida de que mis palabras le han convencido por completo.

—Te dije que te callaría con un beso cada que dijeras algo equivocado—siento obvia la expresión lujuriosa que pinto en mi rostro.
—Oh...—aspira, enarcando perfectamente sus cejas—. ¿Y qué si te dijera que ahora te quiero más de lo que tú me quieres a mí?
—Entonces estaría equivocado de nuevo, señor Jackson... ¿Es que quieres que te bese hasta el cansancio?—miro cómo escucha mis palabras con una picardía inescrutable ¡No puedo creerlo!—. Porque déjame decirte, Michael, tenemos una habitación vacía, sólo para nosotros...

Dios mío, ¿De verdad acabo de decir eso? Michael agrava mi incertidumbre con una risita bastante seductora, inclinándose aún más hacia mí. ¿Qué se supone que eso significa? ¿Un sí? ¿un no?

—Linda...—con un susurro su voz se torna relajada, su aliento choca contra mi piel—. Quiero que tú puedas entrar aquí cuando sea que lo necesites, incluso si no estoy cerca—sonríe como un niño emocionado y me entrega una llave brillante que saca de uno de sus bolsillos—. Te la entrego... por estos dos meses que hemos estado juntos.


Aferro la pequeña llave a mis manos. Bien, Michael ha aclarado mi duda sin siquiera haber contestado directamente. Aquél no era el momento, no aún al menos.


            —Eres increíble, Michael—digo exasperada.

Su mirada me abraza con inocencia, sé que ha entendido todo.

—Lo sé—sonríe—. Pero ven, podrás decirme cuán increíble soy en el camino.


Sigo sin chistar sus pasos apresurados cuando de mi mano me conduce de nuevo a la salida del departamento. Con prisa, asegura la cerradura y al acercarnos lo suficiente al vehículo de antes, adelanta su caminar abriendo la puerta del copiloto frente a mí. Entro sin decir una palabra, sin terminar de entender qué está sucediendo ahora. 


En un segundo Michael toma asiento a mi lado, asegura mi cinturón antes de abrochar el suyo y toma ansioso el volante entre sus manos.

            —¿A dónde vamos ahora?—murmuro dubitativa.
—Rach, por fin luego de tantos años, tengo un coche a mi única disposición. No hay que desperdiciar la oportunidad. Desde siempre que quiero llevarte a pasear. Luego iremos a saludar a los chicos.
            —Un paseo no me vendría nada mal. ¿A dónde te gustaría ir?
—Conozco el camino a los muelles. La verdad es que en Nueva York sólo conozco cerca de aquí, tu departamento, y cómo llegar a la costa, ¿te apetece?—sus mejillas se iluminan de rubor.

Ah, lo sabía. Era imposible que Michael conociera más mi propia ciudad que yo misma.


—Los muelles suena perfecto.


Enciende el motor con una sonrisa a punto de desorbitarse de sus labios y salimos a la fría tarde de Nueva York. La costa queda lo suficientemente lejos de donde nos encontramos ahora, pero aquello no suena, ni por lejos, a un problema para Michael. La forma en que atravesamos la ciudad con seguridad me dice que él sabía lo que hacía, a dónde iba y qué rutas tomar. Me pregunto si se ha ocupado de estudiar los alrededores de Manhattan desde antes o después de habernos conocido.


El sol se desplaza por encima de nosotros y comienza a reflejarse en sus ojos. No deja de inspirarme ternura. Está entusiasmado, estoy segura. Michael realmente adora conducir, no imagino por qué no lo había visto haciéndolo antes. Y la sonrisa que emana mirándome a cada minuto me hace desear que no tenga que pasar demasiado tiempo antes de volver a verle de nuevo frente al volante. Algunas personas logran mirarnos un par de segundos mientras aguardamos debido al tráfico, abro el compartimento de la guantera frente a mí y miro tumbadas los dos pares de gafas que hemos usado antes. Por un momento pienso en entregarle un par, ya que sería una verdadera tragedia que alguien le reconociera sin su séquito de seguridad, pero él parece estar tan inmerso y relajado que prefiero ahorrarle la molestia, además de que comenzamos ya a tener la costa tendida frente a nosotros.



—No sabes cuánto me fascina este lugar. Es increíble.


Michael mira alucinado al exterior. Disfruta del paisaje, aunque hemos llegado un par de minutos tarde para poder observar el atardecer. Yo en cambio, no quiero mirar otra cosa que no sea él. El exterior, la música que sale del estéreo y todo lo demás es omitido por mis pensamientos. ¿Cómo iba a evitarlo?

—¿Podremos aparcar por algún lado?—murmuro.

Ojalá que sí. Ya he aguantado demasiado las ganas de besarle de nuevo.

—Sí, a un par de semáforos más hay un lugar.

Se detiene en una luz roja y me atrevo a mirar por la ventanilla. Recorriendo el exterior con mi mirada, me detengo observando al montón de coches que se detienen al rededor de nosotros. ¿Por qué me parecían tan familiares? ¿Los he visto hace poco? Me giro hacia Michael pensando en aclarar mi duda pero la expresión que plasma en su rostro hace mi corazón martillear de terror.

—Oh, no, no, no. No ahora, ¡no!—gruñe. De la guantera frente a mí toma un sombrero negro de fieltro y lo usa inmediatamente. Toma las gafas también y se las pone con inapreciable velocidad—. Rachel, usa las tuyas, ahora.

Le obedezco aturdida. ¿Ahora qué?

            —¿Qué? ¿Qué es lo que pasa?
            —Mira detrás—brama.

Me giro sobre mi asiento para mirar. Por el parabrisas trasero observo la inmensa fila de coches detenidos, y de cada uno, un puñado de personas saliendo apresuradas al exterior sin dejar de mirarnos. Oh, Dios, no. Le reconocieron, ¡saben que es él, maldita sea!

            —Tenemos que salir de aquí. 

Como ha sido posible, Michael nos saca de la fila de coches aparcados. Su mirada está perdida, desilusionada. Pisa el acelerador y toma el volante con movimientos entrecortados. Está terriblemente nervioso, a este paso podríamos tener un accidente, no puedo dejarle seguir así. No me lo perdonaría.

            —Bill me asesinará por esto.
—Michael, tienes que detenerte—me acerco para apoyar mi mano sobre su hombro, él continúa mirando al frente. El motor gruñe frente a nosotros al aumentar la velocidad—, no puedes conducir así. Podríamos...
—No, no puedo tenerte aquí—me interrumpe, su voz se agita—. No si estamos los dos solos.

Nos alejamos considerablemente de la costa. La mirada turbada de Michael admite que no se detendrá. Y la idea de no poder convencerle continúa martirizándome. Tengo que hacer algo, tengo que protegerle, como sea.

—Michael, escúchame, gira en esta...—continuamos en línea recta por unos segundos más. Vamos acercándonos a un callejón diferente doblando la esquina. Es mi última oportunidad. Al menos de perdernos de la vista de las personas y conseguir tranquilizarle después de todo—. ¡Ahora!

Michael me obedece sin vacilar. Gira en el momento y lugar indicados sólo para alimentar aún más mi tragedia. Mi brillante decisión nos ha dejado varados en un callejón privado, sin salida. 

Mierda, todo va de maravilla ahora.

Le miro de reojo, esperando encontrarme con la mayor reprensión posible, pero en su lugar él desabrocha ambos cinturones de seguridad y sale del coche sin decir nada, camina hacia mi lado y abre mi puerta. Su expresión es inescrutable.

—Nos vamos—toma mi mano para ayudarme a salir del vehículo—. Nos vamos de aquí ahora.
            —Espera, ¡no! ¿Qué hay del coche?
—¡No importa ya!—se asegura de que esté mirando nada más que sus ojos tomando de mi rostro con firmeza—. ¡Tenemos que irnos!

Cuando toma mi mano para apresurarnos a la calle por la que andábamos antes, siento la tristeza y la culpa manifestándose en mi garganta, asfixiante, abominable. ¡Michael está a punto de abandonar su propio coche por mi culpa! Dios mío, Bill va a reprenderle, y le quedarán aún ganas de aniquilarme. ¿Pero cómo he podido ser tan idiota? Es la última vez que me confiarán la compañía de Michael. Por no haberlo visto venir, eso y más es lo que merezco.

Puedo seguir escuchando el bullicio de la gente aún a lo lejos. Michael nos ha alejado lo suficiente de la multitud, gracias al cielo. Él observa inquieto a nuestro alrededor, y yo, rebozando de alegría al vislumbrar un taxi que se acercaba hacia nosotros.

            —¡Taxi...!—vocifero—. ¡Por favor!

Hago el esfuerzo por sonreír. El vehículo se detiene justo frente a nosotros, Michael trata de cederme lugar antes que él pero yo le tomo del brazo y lo obligo a entrar en primer lugar sin que pudiera reprimirme por ello. Yo entro luego de él, y cierro la puerta a la primer oportunidad.

            —Iremos al número 90, de la Calle Bedford, por favor.
            —Claro.

Busco la mirada del conductor usando el retrovisor. Le veo, pero no parece estar observándome, ¿Por qué no me mira? Giro para ver a Michael, que ya se ha encargado de despojarse de sus gafas de sol, mirando inmerso por la ventana.

—No puedo creérmelo, él es idéntico a...—el conductor balbucea mirando a Michael. Inmediatamente tomo mis gafas y hago que Michael las use sin preguntar. Si le descubre, estaremos perdidos.
—¿Michael Jackson...?—le interrumpo. Michael me mira completamente paralizado—. Sí, se lo dicen todo el tiempo, es extraordinario.

El hombre parece no dar crédito a lo que le he dicho, continúa invadiendo a Michael con la mirada.

            —90, en la Calle Bedford—le insisto nuevamente.

¡Muévase, maldita sea! ¡Ya!

            —S-sí, sí... Lo lamento, claro.

El tráfico no es el mismo que antes, así que no tardamos en acercarnos lo suficiente al centro de la ciudad, con una calma cada vez más pronunciada rodeándonos al exterior. El conductor gira cuando es debido y al detenerse tenemos a unos pasos la entrada principal de mi edificio. Pago por el viaje en silencio, Michael me mira tranquilo pero como lleva puestas las gafas no puedo descifrar su expresión. 

Salimos del coche con la respiración entrecortada, quiero asegurarme de que no haya personas cerca. La verdad es que son ambos un martirio y un alivio que nuestro silencio se propague frágil por los largos pasillos de mi edificio. Y tenía que decir, que luego del escándalo del que hemos escapado vivos, entrar por la puerta de mi departamento y percatarme de que no hay nadie más ahí, me sabía indiscutiblemente a gloria. 

Me dejo caer en el sofá sin decir una sola palabra. Apoyo rendida mis codos sobre mis muslos y me inclino hasta acunar mi rostro entre mis manos. Entonces cavilo en mi cabeza por unos momentos, pensando en las diferentes maneras en que he arruinado mi tarde con Michael. 

—Rachel...—él susurra con voz queda. Alzo la vista para ver que ya le tengo sentado de cuclillas frente a mí—. ¿Qué ocurre?

Le miro, sólo para asegurarme. No puedo creer que la pregunta vaya en serio.

            —¿Tienes idea de lo que acaba de suceder?
            —¿Qué...?
—¡Acabas de perder tu automóvil!... por mi culpa, Michael—alzo mi voz, perdiéndome en sus ojos atolondrados, uno a la vez—. Ha sido por mí que quedamos varados en ese callejón privado, ¿Sabes lo que te acabo de costar? Si no hubiera aceptado el paseo, entonces...
—Ah, entonces dime—me interrumpe—, ¿También es tu culpa el que yo haya querido sacarte a pasear?

Sus ojos cargados de angustia me cuestionan.

—He visto las gafas...—mi voz aparece muy despacio—. Si te hubiera dicho que las usaras a tiempo, quizá nada de esto hubiera ocurrido. ¿No lo ves? ¿No ves lo que ocasioné?
            —No, no lo veo, Rachel.

Continúa contemplándome así, cerca de mí. No me he dado cuenta del momento en el que ha tomado mis manos y las ha llevado a la altura de su pecho. Se incorpora de su posición para tomar asiento en el sofá a mi lado.

—No tienes idea de cuánto lo deseo...—musita—. Quisiera poder tomarte de la mano, andar contigo por las calles sin importar lo que la gente diga de nosotros. Todos los días me lamento por ello, pequeña. Yo me he tenido que acostumbrar a circunstancias como las de hoy, no puedo evitarlas—su voz se detiene un instante—. Y me parte el alma pensar que tú no las mereces y te pongo frente a ellas, que no puedo obsequiarte una relación normal, una que tú merezcas...

Mis labios se abren de asombro por sus palabras... Oh, no.

            —¿Por qué no ves que eso no me interesa, Michael?
            —¿En verdad?—sus ojos se abren amplios.
—Cariño...—tomo dulcemente de su mentón y me inclino mucho más a él. Casi puedo sentir su propio aliento chocando contra mi piel—. Es el sólo tocarte lo que me importa; el sólo despertar y saber que te veré más tarde, el despertar a tu lado, sentirte cerca, quererte, besarte...

La intensidad de su mirada inocente me corta la respiración.

—...Sé que ambos hemos decidido mantenerme fuera del ojo público—continúo—, y no he cambiado de idea. Porque no es quién seas o lo que tengas, sino que son ese tipo de cosas, Michael, las que valen la pena para mí. Por nosotros. ¿Lo entiendes? Nada más importa... nada. ¿No ves que comencé a vivir cuando te conocí?

Aparece de pronto una sonrisa en sus labios, y yo no puedo terminar de sentirme más aliviada.

            —“Cariño”—murmura—. No me habías llamado así antes. Me gusta.
            —A mí me gustas tú.

Abre sus brazos y me hunde contra su pecho inmediatamente. Apenas he podido ver sus mejillas sonrojarse, pero el abrazo carnal que ahora me da es algo que jamás dejaría de necesitar.

—Tienes que olvidar lo que acaba de pasar—susurra contra mi cabello—. Ese tipo de automóviles siempre están bajo seguro, así que podremos recuperarlo antes de que te hayas dado cuenta. ¿De acuerdo?

Oh, de acuerdo. No me había enterado de eso. ¡Es un automóvil asegurado! ¿Por qué no lo había pensado antes? 

            —Aún así lo lamento.

Michael continúa abrazándome en silencio. Pensando en una manera de contestarme, quizá. Pero sé que todo se ha ido por la borda cuando miro a Phoebe junto con Monica prensada de la mano de Richard, claro, entrando sin más por la puerta. 

Voy a extrañarte, intimidad. 

—¿Michael...?—Monica brama, y como si de un acto reflejo se tratara, tanto ella como Phoebe se lanzan a los brazos de Michael para saludarle. Él no se detiene por supuesto, y las toma con igual o más emoción—. ¡Te extrañamos tanto!
            —Igual que yo, chicas—Michael replica con tono abrazador.

Richard se acerca luego de ellas, intercambiando un firme apretón de manos con Michael. Mientras ambos se saludan, Monica me dirige una mirada cómplice que no puedo responder. No logro evitar sentir resentimiento hacia ella o hacia Phoebe, por lo que ha ocurrido esta mañana.

            —Hola, Rachel—Richard me obsequia una sonrisa.
            —Hola.

Creo que mi contestación deja bastante qué desear.

            —¿Pasa algo, Rachel?—Monica tensa sus labios.

Bien, al menos lo ha notado.

            —No—replico con tono seco—, ¿por qué habría de pasar algo?
—Aguarda—ella, junto con todos los presentes me cuestionan con la mirada ¿de verdad he sido bastante obvia?—. Sigues molesta, ¿No? Por lo mismo.

Inconscientemente me giro para observar a Michael. De sus ojos tienden millones de preguntas que aún no soy de contestar.

            —¿Por lo mismo?—Richard murmura de repente—. ¿De qué se trata?

Taladro a Monica con mi mirada, y me doy cuenta de que ella hasta este instante lo ha comprendido todo. Mantengo la esperanza de que mi silencio evite el tema que he tratado de evitar de esta mañana, pero no sé si podía seguir engañándome.

—Monica, por favor—Michael espeta, el tono dulce de su voz se ha esfumado completamente—. ¿De qué están hablando?

Monica no dice nada, continúa mirándome. Esta vez, su mirada parece consultar mi aprobación, como suplicando por mi permiso. Ahogo un suspiro ensordecedor, y su mirada me deja para observar compasiva a Michael.

—Es sobre... sobre el compromiso de Ross y Emily—su voz es débil. Michael en lugar de mirarle, pone su vista sobre mí—. Esta mañana hemos hablado de eso y, bueno... Rachel ha dicho que...
—...Lo sabía—Michael le interrumpe. El que haya dejado de mirarme jamás me había dolido tanto—. Todo eso te preocupa. Sabía que se trataría de ello.
            —No es nada, Michael.

Replico, inmediatamente recupero su mirada. No puedo permitir que la simple idea de que eso me interesa de esa manera tome lugar en su cabeza.

—...He dejado de preocuparme por ello desde el primer instante, ¿De acuerdo?—murmuro buscando no perderme demasiado en sus ojos preocupados. ¿Cómo he dejado que esto pasara? ¿Por qué no se lo comenté cuándo él me dio la oportunidad? Tengo que arreglarlo, es preciso. Así tenga que mentir al respecto—. Además, la boda parece bastante increíble para mi gusto.
            —¿Qué quieres decir?—Monica pregunta.
—Quiero decir, Monica, que es ridículo. Es tan precipitado que es más factible que estaremos bailando en la boda de Chandler antes que en la de Ross y Emily.

Intento soltar una pequeña risa para aligerar el ambiente. Michael parece más relajado, pero las muecas de seriedad que Monica y Phoebe tienen en sus rostros me impiden cantar victoria.

—Rach, la boda... va a suceder—Monica desciende la mirada y retuerce sus delgados dedos sobre su regazo—. Justo estábamos con Ross. Él y Emily acaban de asegurarlo... La boda será en menos de seis semanas.

Se me paraliza la respiración. ¿Qué...?

            —No, no puedo creerte.
            —Lo siento, pero es la verdad.

Monica apoya su mano sobre mi hombro, y me hace perder todo atisbo de tranquilidad. Aquello tenía que ser imposible, ¿Cómo es que será tan rápido? Ross no puede casarse tan pronto, no lo haría. 

—Al parecer, Emily quiere casarse en el mismo sitio en que lo han hecho sus padres, en Londres. Ella se ha enterado de que va a ser demolido pronto... por eso lo han decidido.

No comprendía por qué esto no terminaba de afectarme tanto. Mis sentimientos por Ross no habían sido los mismos de antes desde el instante en que he conocido a Michael, de eso no cabía duda. Ninguna. Sin embargo, la sensación de tener presente que él está a punto de contraer matrimonio con otra persona no cesaba su tormento, y lo incrementaba con las palabras que el mismo Ross me había dicho esta mañana.

“...Si fueras tú quien estuviera a punto de casarse, yo me sentiría destrozado.”

Es extraño el llegar a creer que algo ha dejado de dañarme, y que por más que trate de convencerme de lo contrario, no puedo evitar seguir pensándolo, o como él lo dijo, que continúe destrozándome. Incluso si sé que ahora a mi lado está quien debería estar, la persona correcta, sin equivocación alguna. Y más a mi desgracia, que me encuentro lastimándole por no ser capaz de poner mis pensamientos en el sitio correcto. 

            —Es que, es imposible...

El rostro de Michael destella de severidad. Parece agotado, y palidezco de sólo pensar que se ha enfadado conmigo. Se pone de pie de pronto y se dirige con paso tranquilo hacia nuestro comedor sin dejar de sepultarme con aquella mirada.

—Bueno...—reniega, no concibo la dura expresión en su rostro—. Supongo que a veces las cosas no resultan como lo has planeado, ¿No, Rachel?

Le sigo el paso ignorando la presencia de los demás, hasta tenerle de frente y lo suficientemente cerca. Él tiene razón, nada de esto había ido de acuerdo al plan. Jamás me habría imaginado que vararía hasta la vida que tengo ahora, al lado de mis amigos, junto a él. Pero no por no pretenderlo, sino porque jamás sería merecedora de todo esto.

Él me contempla en silencio, estudiándome. Me encoge el corazón la manera obvia de su temor. Sus ojos emanan inseguridad, tristeza sobre todo. No es posible que yo haya sido partidaria de esto. Pero yo puedo hacerlo, aliviarle, tomar todo atisbo de vulnerabilidad en su cabeza y hacerle saber la verdad de una vez por todas.

—No, tienes razón, Michael...—musito atreviéndome a rodear mis brazos alrededor de su cuello—. Pero para mí las cosas han salido mucho mejor.

Sonríe, se inclina para besarme. Vuelvo a tenerle conmigo.

2 comentarios:

  1. Divino, fueron demasiadas emociones explotando para un solo capitulo. No te imaginas lo feliz que me pone leer un nuevo capitulo de la historia, sigue escribiendo asi linda.

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  2. Dios mioooooooooo! Pense que Mike y Rach se matarían en un accidente! Jaja.lo del departamento esta simplemente hermosoooo, estoy tan ansiosa de saber todo lo que ha de pasar en ese lugar! Me resulta tan magicoooo! Estoy tan emocionadaaaa! Siempre espero con ansias la nueva publicación y siempre vale muchísimo mas que la pena, gracias Kat, eres fantástica!

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