miércoles, 12 de agosto de 2015

Capítulo 28: "Susurro Involuntario"

La cena esta noche termina impregnada de carcajadas, sonrisas y miradas abrazadoras, sin mencionar el deseo de que nunca llegara a su fin. Monica lanza un bostezo más al aire y es hasta entonces que nos percatamos de que el tiempo ya ronda alrededor de la madrugada. Luego de la habitual despedida, estoy lista para recibir de nuevo la tranquilidad en mi departamento, y lo hago plena de que esta vez no tendría que despedirme también de Michael, porque él no se marcharía, y que como él lo había prometido, ahora todo se trataría únicamente de nosotros, y nada más.

Caricias, sonrisas, besos y noches de insomnio junto a él son mis acompañantes habituales. Mis días favoritos serían los lunes, cuando el hostigamiento del trabajo no existía y mis horas del día se convertían en sólo suyas. Al pasar días enteros a su lado me enfrentaba a raciones enteras de películas, juegos de mesa, y de mantas rodeándonos en la terraza cuando simplemente nos apetecía salir a mirar las estrellas.

Pero aquello no le quitó lo especial al resto de la semana. Mirar a Michael unirse con los chicos, ensanchando de manera inimaginable toda esa amistad, era un deleite que no paré de disfrutar. Días en que Michael colapsó entre carcajadas gracias a Chandler y Joey, que disfrutó de tremendos maratones de películas en nuestro departamento que Monica y Phoebe proponían, o incluso momentos en que le miré tener serias conversaciones con Ross, duplicaban más de dos veces el tamaño de mi corazón. Pero es en especial, la noche en que Michael nos invitó la cena para que los chicos por fin conocieran el nuevo departamento, la que jamás olvidaría. Porque sería la noche en que los problemas no existieron, en que todas esas angustias que continuaron atormentándome desaparecieron sin más de mi cabeza. Y habría sido la primera noche que pasé en ese lugar. Y luego de muchas otras, regresaría ahí con una maleta repleta de ropa más grande que la anterior. De pronto, el armario de mi departamento pasó a ser de ambos, y dentro del suyo en el lujoso departamento comenzaron a habitar la mitad de mis cosas.

Todos los días, despierto esperando que toda esa paz termine, o al menos que esté al borde de consumirse para afrontar la realidad que se avecinaba desde antes. Y ésta fría mañana de Diciembre, acurrucada junto a él en la intimidad de mi habitación, no iba a ser, por nada, diferente a las demás.

            —¿Rachel?

Su voz es sólo un susurro entrecortado. Sus ojos continúan sellados, soñolientos. Parece que sigue durmiendo. Busco sus labios y sin resistirme rozo los míos contra ellos delicadamente. Mirar a Michael durmiendo se había convertido desde hace mucho en una necesaria adicción.

            —Estoy aquí... Estoy aquí, Michael.
—¿Qué hora es?—susurra. Sus párpados permanecen unidos—. ¿Es hora ya de levantarnos?
—No, aún no lo es. Además, quiero que duermas. Ayer dormimos bastante tarde.

Sonríe y sus ojos no ceden. Sigue adormilado.

            —Entonces duerme tú también—musita—. No quiero que te vayas.
            —Lo haré, en cuanto vuelva de la cocina. Necesito un trago de agua.

Michael parece volver a ser envuelto por la paz que le reinaba. Se ha vuelto a dormir. Acomodo un mechón de su cabello que se encuentra fuera de lugar y salgo sigilosamente de la cama. De camino a la cocina no aguanto la mirada pícara que Monica lanza en mi dirección, ni eso, ni la sensación de que mi lengua se ha convertido en una piedra en el centro de mi boca.

            —Buenos días.
—Buenos días, Monica—le obsequio una sonrisa mientras me ocupo de servirme un poco de agua—. ¿Cómo has dormido?
—No mejor que tú, al parecer—ella toma un sorbo de la taza humeante que sostiene entre sus manos—. ¿Michael sigue dormido?
—Sí... —respondo un tanto abochornada, eso me recuerda que tengo que volver—. ¿Richard no se ha quedado anoche?
—No, él ha estado un poco ocupado. Debe arreglar algunos asuntos en el consultorio antes de irnos a Londres.
—Ya veo—me burlo con indiferencia, ¿De verdad íbamos a hablar del tema ahora? —. Queremos que todo quede perfecto para Londres, ¿no?

Monica me sonríe de manera turbada por algunos segundos, no me doy cuenta de cuánto tiempo en realidad, y vuelve a beber un poco de café. De pronto caigo en la cuenta de que mi comentario no le ha fascinado del todo.

            —Lo siento, cielo—susurra antes de que pudiera darme cuenta.
            —Sí.

Suelto sin más, como si ella fuera quien tiene que disculparse.

—Prometiste que lo pensarías... —su mirada me estudia dubitativa—. ¿Vas a venir, verdad?

Sí, aquella es una excelente pregunta.

            —Monica yo no lo sé, yo...
—¿Sabes lo que sería realmente raro...? —me interrumpe, la miro sin contestar—. Que tú no vinieras...
—Lo sé.
—Entonces, dime que vas a pensarlo de verdad, Rachel. Aún tienes hasta mañana.
—Pero, mañana es cuando tendrán que irse. ¿Qué hay del vuelo?
—Mis padres me obsequiaron puntos de viajero para el aeropuerto, y Emily también. Puedes utilizarlos, si quieres.
—Oh, está bien... gracias.

Tomo el último sorbo de agua, y me determino a volver a mi habitación, los cansados ojos de Monica atrapan mi atención un último momento.

 —Voy a pensarlo, Mon. Te lo prometo.

Monica deja de mirarme por un instante, y sus ojos parecen mirar alegres a otra dirección más allá de donde yo me encuentro.

            —Buenos días, Michael—susurra con una enorme sonrisa.
           
¿Qué?
           
            —Buenos días, Monica.

Y curiosamente, al girarme me encuentro con él, bajo el umbral de mi puerta, completamente vestido y con una coleta improvisada sujetando sus rizos a la altura de su cuello, observándome con una sonrisa. Escucho pequeñas risitas de Monica a mis espaldas.

—No has vuelto a la cama—dice, acercándose más y más a mí. ¿Cómo es que consigue verse tan atractivo apenas al despertar?
—He tenido un par de cuestiones que atender con la señorita detrás de mí—confieso, quiero asesinar a Monica con la mirada, pero no puedo dejar de perderme en sus ojos—. Justo iba a encontrarme contigo. ¿Cómo es que te has vestido tan pronto?
—Luego de que me has despertado y abandonado en la cama, recordé que tenía que reunirme con algunas personas en el estudio, así que decidí alistarme de una vez por todas—su mirada desciende un momento para observar el reloj en su muñeca—. Voy algo tarde ya, de hecho.

Cabecea distraído, parece que las horas de sueño que faltaron aún le rondan encima. No puedo creerlo, ¿y es ahora que tiene que irse?



—Eso me recuerda—Monica alza su voz lo suficiente—. Bill ha llamado hace varios minutos diciendo que estaba por venir a buscarte, para este momento, imagino que...

Y sin más, sus palabras quedan inconclusas a causa del retumbe que ocasiona el timbre sonando en el departamento.

—Tiene que ser él—Michael murmura, decidido cruza el departamento hasta aproximarse a tomar el picaporte de la puerta. Acto seguido voy tras de él. Ya se encuentra tomando su abrigo que tiende del pequeño perchero tras la salida, todo con su mirada aún agotada—. No será algo tardado, ¿De acuerdo?

No contesto, prefiero limitarme a observarle mientras se ocupa de sonreírme. Un segundo después, es él quien no deja lugar a una palabra más y toma mis labios entre los suyos con una gran osadía. Me rindo ante el arrebato sin meditar, le beso para no extrañarle, jugueteo con los pliegues de su boca para estar segura de no volver a necesitarle tan rápido.


—¿Sales hasta tarde hoy?—gimotea recobrando su respiración habitual, aún con su frente apoyada contra la mía.

—No en realidad—consigo formular—. ¿Por qué?
—Quizá esta noche podríamos ir a mi departamento. Te cocinaré la cena.
—Suena bastante convincente. No sé si podré esperar.
—Entonces perfecto, te veré en unas horas, pequeña—musita. Abre la puerta al fin y dirige una mirada tímida a Monica que reposa a unos metros de nosotros. Vaya, el espectáculo que le habremos dado—. Nos veremos luego, Mon, suerte hoy.
—Adiós, Michael—los ojos de ella derrochan cariño que termina en la enorme sonrisa que planta en sus labios—. Cuídate.

Le miro desaparecer, aún perdida en mis labios punzando por los suyos. Sin ser capaz de mirar a mi amiga aún luego de que ha presenciado a primera fila nuestra demostración de amor, vuelvo a mi habitación. Es buena hora ya de tener mi pequeña dosis de realidad, y pensar en todo lo que todavía aguardaba en el día para mí.

Luego de una ducha diligente y media hora más, que para mi desencanto, tomo en elegir el atuendo que usaré y la forma en que recogería mi cabello, opto por abandonar ya el departamento. Mientras más temprano sea mi turno en Central Perk, más temprano podría liberarme de la jornada del día, además de que aún tenía méritos que cumplir, si quería lograr ser la próxima en tener las vacaciones reglamentarias. La simple idea me retuerce el nervio de alegría. 


—Ah, no, no—es la tenacidad en la voz de Monica la que me obliga a detenerme, con mi mano ya prendida del picaporte para salir—. No irás a ningún lado así. No sales al trabajo sin desayunar, Rachel.


Resoplo con los ojos puestos en blanco. Siento más grande la urgencia de salir que el hambre que pueda sentir ahora.

—Mon, quédate tranquila—con despiste, halo de la cerradura, intentando atravesar el umbral—. Puedo desayunar allá si quiero. Después de todo, trabajo en una cafetería, ¿no?

Doy una ojeada a la expresión exasperante en el rostro de Monica y le dejo sin darle el tiempo para contestar. Ahí me encuentro entonces, andando de prisa hacia mi agotamiento físico, a mi liberación mental.

Aunque en Central Perk jamás carecía el trabajo, las horas pasan a un excesivo paso alentado. Tomo una taza pequeña de café negro acompañado de una rosquilla cuando tengo la oportunidad de desayunar, y mis pensamientos parecen al menos relajarse considerablemente luego de ello. Pero, lo peor de todo es que ni la cantidad de órdenes que llevo cumplidas, ni las tazas de café que me ocupo de rellenar hacen pasar desapercibida la promesa que le he dado a Monica. Se supone que tendría que estar pensando en ello, hacerme a la idea de ir o no ir a la boda de Ross y Emily, pensar qué tan extraño o necesario sería que la ex-novia asistiera a esa boda como si no significase nada en realidad, como si jamás hubiera existido nada entre Ross y yo en el pasado y nuestra historia se hubiera simplemente evaporado en el aire que a Emily tanto le encantaba respirar.

Ahí se encuentra el problema, y parece no ceder a mi favor.

Si decido ir, me veo en la necesidad de enfrentarme sólo a Emily. A ella y a sus equivocados ideales sobre una plena relación sentimental. Y viéndolo desde otra perspectiva, si me determino a ausentarme en la ceremonia, me condenaría voluntariamente a encararme con todos mis amigos, incluido Michael, por supuesto. Pero, ¿Cómo podría confesarles que he decidido no ir? Luego de que las últimas semanas ha sido lo único de lo que ellos me han hablado con inmensa devoción. Ross, de primera mano me arroja a hacerme sentir como la peor persona del mundo si no asistía, o los ojos tristes de mis amigos al volverme a preguntar. Y todos esos debates que tengo con Michael hasta altas horas de la madrugada, cuando le suplico que me auxilie a decidirme de una y por todas. Pero, aún así no habría respuesta todavía. O quizá la había, pero simplemente no encontraba una manera de no seguir ocultándola ante todos los demás.

En cuanto tengo la oportunidad de marcharme, enteramente consumida, me dirijo en un taxi al departamento de Michael. Al mirar por la ventanilla voy retorciendo mis dedos sobre mi regazo, un tanto exasperada. Es cierto que estaba exhausta como los mil demonios, pero el simple hecho de ver a Michael de nuevo revitalizaba mi cuerpo y alma en su totalidad. 

Momentos después tengo frente a mí el espléndido pórtico del departamento de Michael, giro la llave dentro de la cerradura y entro sin titubeos. El silencio reina en el lugar mientras asciendo a la segunda planta, salvo por el leve movimiento de algunos papeles resonando de entre nuestra habitación. Es él, que se encuentra rebuscando entre puñados de papel, al borde de la inmensa cama. Le miro y sé que está hundido en sus pensamientos, tan sencillo, meditando para sí mismo, jugueteando con un pequeño rizo de cabello que sobresale de su frente y curveando sus labios de una forma irresistible cuando se concentra en lo que hace. Pero, Dios, ¿No era prohibido ser tan guapo?

—Creí haberte escuchado decir que no sería algo tardado.

Tiene un pequeño respingo luego de haberme escuchado. Al acercarse a mí, me prendo de su cuello aferrando su cuerpo al mío con fuerza, pensando en toda la falta que logró ocasionarme a lo largo del día, en toda esa necesidad.

—Ahora que llegaste, ya lo he olvidado por completo.
—Michael...—siseo casi al nivel de sus labios. La forma en que sus nudillos se pasean por la línea de mi cuello me hace entumecer—. ¿Seguro que no es importante?

Bufa tranquilo, como resaltando algo obvio.

—Al lado de ti nada es más importante. ¿Cómo ha ido el trabajo?
—Perfecto. Más que bien, incluso—siento las comisuras de mis labios extenderse por la forma en que me cuestiona su mirada—. Me dieron las vacaciones. 
—¿De verdad...?—su mirada se achispa de emoción, y lo único que soy capaz de sentir es que besa dulcemente mi cabello.
—Sí. De mañana, y una semana más, podré olvidarme de Central Perk, ¿puedes creerlo?
—¿Ocho días contando mañana?
—Así es.
—Vaya—sus manos empiezan a juguetear con las mías en el aire—, parece que todo se ha puesto a tu disposición, ¿no? Eso quiere decir que estarás libre para el día de la boda.

Pestañeo entonces, turbada. Maldición, la boda, mi decisión, ¡Es mañana! Y con el tiempo, este día se me iba escapando de las manos. Michael me mira dubitativo al haber prolongado mi silencio ante su ocurrencia.

—...Ayúdame a decidir.

Le miro con ojos de súplica, de ruego por un aliento.

—¿Qué...?
—Aún no sé si asistir o no—confieso—. Monica me ha suplicado que lo piense, tienes que ayudarme, tienes que decirme qué hacer.
—No, no, espera. ¿Que te diga qué hacer?
—Sí, Michael. Haré lo que tú me digas. Pídeme que me quede y lo hago. Dime que tengo que ir... e iré.

Su mirada delata el nivel de su confusión. Siendo más que admisible que se sintiera de esa forma, ya que rara vez tocaba el tema precisamente con él. Con un suave roce, de la mano nos conduce a ambos a tomar asiento al pie de la cama. Su expresión es abrazadora, excepcionalmente serena.

—Rachel, ¿Por qué sientes que yo también debo decidirlo?—musita, sus manos toman con más fuerza las mías. Mis dedos entrelazados con los suyos se sienten en casa—. Pienso que la palabra es la tuya aquí, cielo. Me ha sorprendido de hecho que yo también haya sido invitado a la ceremonia.
—Michael, es completamente normal—mi mano consigue zafarse sutilmente de las suyas para llevarla a sentir la piel tersa de su rostro—. De hecho, me sorprendería que no hayas sido invitado, por lo cercanos que se han vuelto tú y Ross los últimos días.

Sonrío inconsciente al evocar la idea. Él lo entiende de inmediato.

—¿Deseas ir, Rachel?

Suelta de pronto, y en el mismo segundo me estremezco.

—Yo no...—titubeo al hablar—. Yo no lo sé todavía.
—Quizá... deberías.

Mis ojos se abren de forma aturdida. ¿Qué...?

—Seguro es muy importante que alguien como tú asista a la boda—continúa, su voz se desliza a mis oídos temerosa—. Ya sabes... luego de lo que significas para él... Aunque por otro lado, estará de más decir que te extrañaría bastante si al final te decides por ir a Londres, pero lo comprendería. No hay duda de ello.
—¿Qué? No lo entiendo, Michael—mis manos y mi cabeza niegan al mismo tiempo frente a él. Al borde del colapso. ¿Me extrañaría si me decido ir? ¿Entonces él no...?—. ¿Quieres decir que no vendrías conmigo?
—Sólo imagínatelo, linda—se bufa para él mismo—. Imagínate a Emily ahí, vestida de blanco, y todos mirándola a ella. De pronto Michael Jackson entra por la puerta a acaparar toda la atención. ¿Será eso un placer para ella?

Asiento sin decir nada más. Por supuesto, él tiene razón. Y como él me lo ha pedido, comienzo a planteármelo todo de nuevo, evoco la imagen de Ross al lado de ella, con las manos unidas y al pie del altar, a punto de consumar el pacto, anhelando jurarse el amor eterno. Todos mis amigos están presentes, desbordando sonrisas y lágrimas fugaces. Pero al fondo del lugar, tan lejos como a ella le apetecería, me encuentro yo. Sin poder concebir lo que ven mis ojos, sin dar crédito, sin descifrar sus intenciones, y para dar cierre a mi miseria, sin Michael acompañándome, tomando mi mano y cesando mi dolor. ¿En qué momento se me ocurrió pensar que lo soportaría?

En ninguno, no sin Michael conmigo. Lastimosamente lo había decidido.

La mirada de Michael descansa sobre la mía, devolviéndome al presente. Su expresión que derrocha amor desaparece de mi vista, cuando se inclina hacia mí y dibuja diminutos besos desde mi cuello y ascendiendo hasta mi mandíbula. Cada poro de mi piel se eriza con su contacto, y tan simple como es, él entra en mis pensamientos sin pedir permiso. 

Él, y nada más.

—¿Lo entiendes...?—musita con los labios adheridos a mi piel. Siento una descarga de escalofríos y placer recorriendo todo mi cuerpo cada que su aliento se estrella contra mí.
—Sí...—susurro cerrando mis ojos intensamente, presa del deseo que maravillosamente Michael agrava en mi ser, necesitándole. Ahora mismo—. Pero ya no quiero pensar en ello...

Sus labios alcanzan la lejanía de mis hombros, y me estremezco más, si acaso era posible.

—¿No?—jadea—. ¿En qué entonces?
—En ti, nada más.

Con una sola movida derrumbo a Michael de espaldas contra el colchón, me sitúo encima de él y aprisiono sus brazos extendidos en la cama debajo de mis manos impidiendo que logre articular movimiento. Él me mira expectante, aguardando por mí, quemándome con esos ojos que desbordan lujuria, al igual que los míos. Está a mi merced, y no puedo creerlo.

Siento mi cerebro desconectándose de mi propio cuerpo, al deleitar mi necesidad de besarle de nuevo. De forma intensa, abriendo mis labios a cada oportunidad y sin reparos, invadiéndolo y ahogándome del disfrute que sé que él está conteniendo. Mi mano entonces se pierde detrás de su nuca, sepultando y paseando mis dedos entre sus rizos con aprehensión y con enorme determinación a no dejarle ir. Sus manos se enredan al rededor de mi cintura, sujetándome firme y acercando mi cuerpo más al suyo con un deseo ahora más asfixiante, abominable.

Con mis dientes, tomo su labio inferior, y de entre nuestros propios jadeos logra escapar un gemido de su boca, que aturde mi deseo de continuar. Sus manos se han desplazado hasta mi cuello, y nuestros alientos continúan fundiéndose uno con el otro, haciéndose uno. Su lengua, sin más, ingresa a mi cavidad, tomándome por sorpresa, pues es ésta la primera vez que él lo haría de esa manera. Se mueve tierna, exquisita, sin invadir, sólo haciéndose presente. Y yo sólo pienso en acunarla con la mía, recibirla y tenerla igual.

Me adentro con tal magnitud a su boca que mis manos comienzan actuando por sí mismas, y se pasean impacientes sobre su pecho terminando hasta el cuello de su camisa. Con cautela halo uno de los ojales y sus botones se desprenden uno a uno, hasta tener visible la parte superior de su pecho, pero al tiempo que él se arquea, me impide continuar.

—N-no... Rachel...

Jadea con desenfreno, y haciendo caso omiso a sus palabras, me ocupo de besar el trazo de su cuello terminando al nivel de su clavícula. El continúa jadeando, sintiendo mi cuerpo entero entre sus manos, disfrutándome. Siento la tremenda urgencia de gritar y por Dios que lo hago en el interior. Este es el momento por fin, está a punto de ocurrir. Ahora. Y apostaría mi anhelo miles de veces por ello, de no ser porque un sonido brota de pronto del interior de mi estómago, y es seguido por una leve risa de su parte.

—Ignóralo...—apenas logro susurrar—. Por favor...
—Rach, no...—murmura en un gemido, con la respiración agitada aún ardiendo en su tono de voz—. Estás cansada. Debes estar muriendo de hambre.
—Pero prefiero seguir haciendo esto—confieso antes de volver a apoderarme de sus labios—. Mi estómago puede esperar un poco.

Michael vuelve a besarme con el mismo vigor que antes me había embriagado. ¿Iba a ser ahora entonces? ¿Puedo continuar? Sus labios aún apresados a los míos me guían a pensarlo, a querer extraviarme en el deseo y a llegar junto con él hasta el final. Pero su cuerpo, y la tensión que percibo en sus movimientos no paran de decirme lo contrario.

—...De eso nada, Rach—con cautela él logra incorporar su cuerpo sobre el colchón, imponiendo el final de mis movimientos y obligándome a imitarle al momento—. Te dije antes que te cocinaría la cena, ¿no? Vamos a cenar entonces.

Un segundo después él ya se aprisa el camino hacia la planta baja, no sin antes arrojarme la mirada más lasciva que jamás le conocí. Él lo sabía, sabía que en mí habita la más grande y momentánea desilusión. Y lo más excitante de todo esto es que también él lo estaba disfrutando. Pero jamás podría reprocharle por eso. Él es quien impondrá el mejor momento para esto, y yo jamás le obligaría a hacer nada que él no quisiera. No aún.

Cenamos y cerramos la noche entre una más de nuestras conversaciones nocturnas. Para mi beneficio, ninguno de los dos menciona el tema de la boda, ni tampoco hablamos una sola vez sobre el arrebato que ha tenido lugar antes. 

De vuelta en la habitación, y ya con las mantas sobre nosotros alcanzando casi nuestras mejillas, nos acurrucamos uno con el otro, sepulto mi cabeza contra su pecho y sus manos alcanzan a pasearse por mi espalda, nuestras piernas entrelazadas y el deseo de permanecer así el mayor tiempo posible más vivo que nunca. Pudiéndome quedar despierta toda la noche si era necesario con el café oscuro de sus ojos, y él haciendo que lo que quede de la noche sea un verdadero sueño, así ninguno de los dos estuviera durmiendo.

Pero es angustiada por volver a mi hogar, e incluso molesta, que me recibe la mañana siguiente.

Mi departamento y todos en el interior se han convertido en un verdadero caos sin darme cuenta. Hoy era el día, mis amigos se hallan cruzando el departamento cientos de veces puliendo los últimos detalles antes de tener que partir, alterados, apurados y a toda prisa apilando valijas y organizando los documentos del viaje que les aguarda. Es el momento en que mis amigos tenían que marcharse, y también lo era el de revelar por fin lo que he decidido.

—Sé que no soy la mejor aceptando derrotas...—le miro desde el salón, el bullicio desaparece momentáneamente de mis pensamientos, al instante en que Monica me dirige una mirada abrazadora desde nuestro comedor—. Pero cuando se trata de ti, puedo llegar a ser bastante comprensiva, ¿no es así?
—Puedes llegar a ser la mejor amiga, inclusive. Eso te lo puedo asegurar—como puedo me pongo de pie y le sigo a donde ella se encuentra, dejando a Michael detrás de mí. Él no ha dicho una sola palabra sobre esto desde que hemos llegado, quizá porque de mí ha aprendido a reprimir algunas desilusiones. Cada paso que me acerca más a Monica, me hace ver el cómo su mirada va oscureciendo—. Lo lamento tanto.
—Oh, no—sonríe, o al menos trata—. No es conmigo con quien te tienes que disculpar.

Otros ojos me miran más allá de ella. Ross con su semblante sereno y alegría por encima de todo lo demás. Detrás de él aparecen Chandler, Joey y Phoebe, que sin chistar se acercan a Michael y lo recetan con miles de abrazos y despedidas, yo mientras tanto, continúo mirando a esos ojos frente a mí, ignorando todo lo demás.

—Mon, Richard espera por nosotros afuera—musita mirándola a ella. Monica asiente con una sonrisa y ahora ella cruza de prisa el departamento con turno para envolver a Michael entre sus brazos ahora—. En fin... nos vamos, Rach.
—Ojalá se diviertan mucho, Ross.

Su sonrisa se agranda, pero de ella no brota más alegría.

—No puedo creer que no vayas a acompañarnos—musita. Ahora que él lo ha dicho, suena simplemente increíble.
—Lo sé, yo tampoco.
—Entonces, ven...—toma mis manos en el acto, su voz aparece con tono de ruego, de un suplicio que me duele más a mí oír de lo que a él le duele decirlo—. ¿Por qué no vienes?
—¿Qué...?
—A Londres... Ven a Londres, por favor. Significa mucho que lo hagas.
—Ross, te lo he dicho antes. No puedo, tengo que... trabajar—espeto segura, como si eso fuera la mejor mentira de todas.
—¿Pero, es que no puedes tomarte un par de días libres?
—No, Ross, no puedo. Lo lamento, pero en verdad no puedo hacerlo.

Entonces él deja ir mis manos con sequedad. 

—Se trata de mi boda, Rachel.

Sus ojos no dejan de observarme ni un sólo momento pero con ellos me llevo un martilleo profundo en el corazón cuando saca a relucir su nuevo desprecio hacia mí. Asfixiante, agotador, recordándome que, en efecto, yo era la peor amiga que él pudo haber tenido jamás. Y a nada de tirar la toalla y romperme a llorar, entonces le siento a mis espaldas. Giro y miro a Michael cerca de mí, busco su mirada pero comprendo que él se encuentra mirando a Ross exactamente de la misma manera. Y como un simple instinto, él se limita a tomar mi mano y aferrarla a su cuerpo con fuerza.

—De acuerdo, chicos, ¡Llegaremos tarde!—Monica vocifera detrás sacándonos de ese trance—. ¡Vamos, vamos, vamos!

La mirada de Ross se derrumba y se torna triste al reaccionar.

—Muy bien, entonces... supongo que ustedes dos ya la verán cuando traigamos la cinta.

Quiero responder, aunque no tenga las fuerzas para hacerlo, pero Monica y los chicos llegan decididos hacia mí con sus brazos abiertos y se despiden de mí. Miro más allá de sus abrazos y sonrisas, y me topo con la imagen de Ross envolviendo a Michael entre sus brazos, palpando sinceridad, haciendo mi corazón duplicar su tamaño.

—Nos veremos pronto, Rach—les escucho vociferar en unísonos.
—Adiós...

Ross ya ha dejado ir a Michael, y en ese mismo momento él vuelve a acercarse a mí, y rodea mi cintura con su brazo inspirándome seguridad, tan sólo la necesaria para mirar a mis amigos por fin cruzando el umbral y cerrando la puerta tras su paso.

Ya encontrándome a solas con Michael, él me dedica una simple sonrisa, y ciñe mi cuerpo hacia el suyo con una fuerza casi insoportable, pero necesaria hasta el cansancio. De todos los abrazos que compartí con él, aquél en verdad me transmite vida. No tengo noción del tiempo pasando entre nosotros, con Michael haciendo nada sino consolarme, y tratando de arrancarme una pequeña sonrisa a la primer oportunidad. Cuando pienso que ya me he sentido un poco mejor, él propone mirar una película, que termina con un atardecer atravesando las enormes ventanas y acabando de lleno en mi vista. El día transcurre así, con él como sabía que lo necesitaría, y mereciéndome la miseria debida luego de enfrentar la decisión que había tomado. Hasta que el cielo se hizo oscuro sin habernos levantado una sola vez del sofá y nos hicimos a la idea de ello.

—No soporto mirarte así, pequeña.

Más que su voz, es el pequeño beso que deja en mis labios el que me saca de mi mente. Pero aún así no me siento dispuesta a contestar.

—Quería preguntarte algo—murmura, y consigue que vuelva a mirarle—. ¿Qué me habías mencionado que hicieron Ross y Emily el primer fin de semana que tuvieron solos?
—Ellos pasaron un fin de semana en Vermont, Michael—replico, pero no puedo evitar interrogarlo con la mirada.

Una sonrisa comienza a brillar en sus labios.

—Entonces, vayámonos nosotros también.
—¿Qué...?—me remuevo turbada sobre mi asiento y trato de mirarle mejor—. ¿A Vermont?

Él niega, parece divertido.

A Neverland.
—¡¿Qué...?!—pestañeo en un frenesí de incredulidad. No podía ser cierto—. ¿Ahora?
—¿Por qué no?—se burla—. No te sientes bien estando aquí, linda. Eso está claro. Tienes tiempo libre de sobra, Monica te ha hecho una maleta a tu disposición y puedo permitírmelo, ¿Qué nos detiene?
—Michael, ¿tienes idea de lo que pasaría si los chicos se enteraran de ello? ¿Lo malo que sería?
—¿Y quién va a decírselos?—Michael desaparece de mi vista un segundo al dirigirse a mi habitación. Segundos luego regresa a donde yo me encuentro con una de mis valijas entre sus manos, y una sonrisa cada vez más radiante a medio rostro—. ¿Vas a decirme que no extrañas volver a Neverland?
—Michael, cariño, me encantaría volver a Neverland, ¡Más que nada en estos momentos! Lo que ocurre es que...
—No ocurre nada, Rach...—su mano se prende de la mía sin darme oportunidad de resistirme, y tan pronto como es posible ya nos encontramos serpenteando los callados pasillos de mi edificio—. Has dicho que te encantaría, no se diga nada más.
—Michael, aguarda ¿Cómo se te ocurre irte ahora? ¿Lo que paso la última vez que salimos solos a la calle se te viene a la mente?

Una de sus más estruendosas carcajadas se hace presente conforme avanzamos. Si quería que pasáramos infraganti, no estaba funcionando en absoluto.

—Por supuesto que lo he pensado, Rach. Es por eso que llamé a Bill hace unas horas, cuando has dormitado con la película que veíamos. Él ya está fuera, seguramente.
—¿Qué?

Tal y como él lo predice, un coche ya aguarda por nosotros al pie de mi edificio. Bill sale en un segundo y me saluda con una sonrisa, Michael mientras se ocupa de meter mi valija en la cajuela del automóvil. Bill vuelve al vehículo, y seguido de él Michael y yo tomamos asientos sin titubear. Emprendemos marcha inmediatamente.

¿Pero qué demonios estoy haciendo? ¿Iremos a Neverland, de verdad? A punto de salir de aquí, escapar con Michael, cuando le he perjurado a Ross que no podría salir de la ciudad y que no sería posible acompañarle en el día de su boda. Pero, Dios mío, volver a Neverland, de pronto suena preciso en este instante. Como algo que ambos necesitamos, como algo indispensable y el único remedio posible a esta angustia que sé que no pararía en mi interior. Y a mi pesar, sin encontrar una mísera forma de negarme, con esa sonrisa que Michael no deja de obsequiarme durante el trayecto al aeropuerto.

Ingresamos por la parte trasera del lugar. No recuerdo la última vez que me he percatado de la hora pero la increíble carencia de personas me supone lo tarde que es. Con la ayuda del mismo séquito de personas de siempre, somos escoltados a la sala de espera para abordar, Bill se separa unos minutos de nosotros y documenta nuestros accesos y todo sucede de prisa desde ese momento, sin fallos, pero supongo que eso recae al tratarse de Michael. Tanto, que para cuando ya he tenido la urgencia de conocer la hora que es, ya puedo mirarla desde el interior del pequeño pero lujoso avión, ese mismo que nos había llevado a mis amigos y a mí a Neverland la última vez. ¡Cuánto había pasado desde entonces!

El vuelo, resultándome largo y cansado, con una considerable porción de culpa además y junto con el pesar del tiempo sobre mí, multiplica mi cansancio, y me hace caer profunda contra los brazos de Michael. Entonces lo último que me es posible percibir son sus brazos acunándome y sus labios presionados contra mi frente antes de por fin dejarme ir.

No tengo noción del tiempo que permanezco de esa manera, pueden ser sólo minutos, o algunas horas si era factible. Michael continúa dormido a mi lado, aún enredándome entre sus brazos. Busco un reloj con la mirada y el conocer la hora me corta completamente la respiración. ¿De verdad ha pasado tanto tiempo?

—¿Michael...?—trato de mecer su cuerpo con sutileza, aunque me duela tener que despertarle.
—¿Qué? ¿Qué ocurre?—susurra, con sus párpados luchando por abrirse.
—Hemos dormido las últimas cuatro horas, casi cinco. ¿Cómo es que aún no hemos llegado?
—Ya no debe faltar casi nada, descuida...—lleva sus brazos encima de su cabeza para estirarse, luego de un bostezo parece estar un poco más alerta—. ¿Cómo estás?

¿Cómo estoy? Angustiada, preocupada, resignada y más que nada, estoy que no me creo esa pregunta.

—Perfecta—miento, como si aquello pudiera llegar a sonar convincente—. No puedo esperar a volver a Neverland.

Michael se queda ahí, observándome en silencio. Oh, no.

—No te creo nada—suelta de pronto—. ¿Por qué siempre tratas de evitarlo? Te conozco perfectamente, y las cien últimas veces que me has dicho que estás perfecta, no lo estás en realidad.

Por razones diversas, me es imposible responder. Michael ahora podría conocerme y ver a través de mí más de lo que yo misma podría lograr. Era aterrador, pero es la verdad y si él estaba conmigo no habría otra manera. 

—Yo también he visto su mirada, Rachel—musita con un tono de voz más serio—. Ya sabes... La mirada que él te dio antes de que tuvieran que irse.

Sus palabras me hieren una por una. No sé si agradecer o maldecir que Michael haya traído a Ross a mi cabeza. De nuevo.

—Parecía... bastante molesto conmigo—mi mirada desciende cuando comienzo a hablar—. Como si me prometiera que jamás me perdonaría por no haber asistido a su boda.
—Él es uno de tus amigos más cercanos, quizá era importante para él que estuvieras allí.
—Quizá, Michael, no lo sé.

Él se remueve sobre su asiento para incorporarse un poco y poder mirarme mejor, de un segundo a otro su expresión parece otra, pero no logro descifrarla.

—¿Irías, Rachel?
—¿Qué?
—Si tuvieras la oportunidad de ir, en este momento... ¿irías?

Su mirada continúa estudiándome expectante, es tan amenazante que me obliga a mirar mis dedos hechos nudos sobre mi regazo.

—Yo no... No lo sé, Michael...—titubeo con mi voz hecha un hilo, un desastre de vergüenza—. Supongo, sí... iría.
—Entonces no sabes el alivio que me da.

Siento mi semblante palidecer. 

—¿Cómo...? ¿Por qué?—mascullo.
—Mira por la ventana.

En un segundo me despojo de mi cinturón de seguridad y me acerco a mirar por una de las ventanillas. Está bastante oscuro, miro la luna propagándose y su reflejo brillando, debajo de nosotros, en un inmenso océano extendiéndose más allá de lo que logro vislumbrar. ¿Pero un océano? ¿Desde cuándo había océanos inmensos en medio del país? Algo comienza a no cuadrar aquí.

—Espera... los océanos...—me giro hacia él de nuevo, su expresión seria ha desaparecido para dejarme ver una sonrisa—. Este no es el rumbo que tomamos la última vez para ir a California. ¿Qué está...?
—Tienes toda la razón, linda...—me interrumpe—. No hay océanos en dirección a  California.

Sus ojos me lo dicen todo, y al mismo tiempo, no me aseguran nada. ¿Pero entonces? ¿Qué...?

...Pero sí en dirección a Londres.
******

Ella estaría alistándose en estos momentos.

Debatiendo junto con Phoebe y Monica qué vestido utilizar, de entre los veinte que ellas le hubieran ofrecido. Estaría tratando de recoger su cabello corto para la ocasión, o eligiendo su maquillaje que, aunque en realidad no lo necesitara, la haría lucir increíblemente espectacular. Estaría escribiendo un magnífico brindis que sé que me robaría más de una lágrima, eligiendo algo azul para obsequiarme, acompañado de algo viejo y algo nuevo para satisfacer sus curiosas supersticiones sobre las ceremonias matrimoniales. Ella estaría evitando caer en un ataque de nervios por lo que se avecina, repitiendo una y otra vez que todo estaría bien, y que me espera lo mejor que me ha ocurrido en la vida, pero más preciso, más claro que todo lo anterior, estaría procurando que esa sonrisa que no debió haberse borrado de mi rostro desde hace dos días, siguiera aquí, reflejándose en el espejo que me enfrenta en este momento. Y no como ahora, con crudeza y una seriedad asfixiante, intentando encontrar una manera de fingir la más pequeña sonrisa, a pesar de ser el día más importante de mi vida.

El día de mi boda, y Rachel no estaba aquí.

"No la necesitas," pretendo prometerme, "ella no te hará falta esta vez." y me vuelvo a repetir. Pero, ¿a quién estaba engañando? Porque aunque me he prometido a mí mismo que esto no me afectaría, y le he perjurado a Emily que la asistencia de Rachel no sería de gran importancia, no existe razón que no me haga creer lo contrario. Porque sí que es cierto, la necesito. 

Sería una endemoniada tontería, pero me encuentro necesitando escuchar lo que significo para ella. Porque este nivel de estrés que ahora me corroe, me hacía llorar en lugar de sólo molestarme. Y que cuando al saber que ella no vendría, hasta respirar me rompía el corazón. Mientras Emily trató de convencerme de lo contrario, de que al final lo que cuenta es quien se queda sanando las incertidumbres, y haciéndome más fuerte, como lo han hecho hasta ahora mis propios amigos, a pesar de lo ajeno que ellos simularon estar conforme a la situación.

Y porque nada de eso cambiaba mis pensamientos. Ni siquiera ante el hecho de ya encontrarme en una de las pequeñas habitaciones dentro de la capilla en la que me casaría, aguardando por mucho que sea, sólo unos minutos antes de tener que encontrarme a Emily frente al altar. Y quizá me he tenido que convertir en un demonio por pensarla, por creer que cuando más la necesitaba, más lejos la llegué a sentir, pero simplemente no soy capaz de evitarlo.

Sea como sea, no me queda ahora más que intentarlo, pues como todo demonio, me devolvieron a mis infiernos. Chandler irrumpe de pronto en la habitación, acompañado de Joey y su magnífica manía de tratar de hacerme sonreír.

Pero claro. Sin ellos, yo estaría condenado.

—Vamos, campeón—Chandler da una palmada en mi hombro con la fuerza suficiente, con una sonrisa brotando de su boca—. No querrás llegar tarde a la cita más importante de tu vida.

Una risa se hace prófuga. Adoro a estos chicos, maldita sea.

—¿Cómo están, chicos?—musito y lucho de una vez por todas dar final a mis pensamientos—. ¿Cómo van todos allá afuera?
—Pues—Chandler retuerce el gesto al dirigir su mirada a Joey—, Joey ya extraña Nueva York, y Monica y Phoebe no han parado de ayudar a Emily a prepararse.
            —...Y a ayudarla a no colapsar en otra crisis nerviosa—Joey suelta al final.
            —¿Crisis nerviosa?—pestañeo frente a ambos.
—Sí, ya sabes...—su mirada vaga por la habitación como buscando por las palabras acertadas—. Sus padres son...

Sus padres, por supuesto.

            —Siguen dando problemas, ¿no?—musito.

Chandler emana intenciones de contestar, pero es Phoebe al entrar sin aviso quien le despoja de todo deseo de hacerlo. Y sin darme lugar a molestarme, es la manera en la que me sonríe la que me obliga a agradecer que de pronto haya aparecido.

—Hola, Pheebs—digo al momento en que ella se ha acercado lo suficiente para rodear mi cuerpo entre sus brazos.
—No puedo creer que sea finalmente hoy—susurra cerca de mi oído—. El día de tu boda.

Al segundo saluda con el mismo deseo a Chandler y Joey, sin dejar de esbozar la misma emoción en su mirada.

            —Emily está casi lista.
            —Oh, perfecto.

Así que Emily lista, y esperando a reunirse conmigo. Fabuloso. Mientras yo, aquí, siendo devorado vivo por mis propios pensamientos, maldita sea. Esto iba de lujo, y más aún, al no lograr siquiera que estos malditos nervios me permitieran colocarme la bendita corbata alrededor de mi cuello. Miles de veces lo había hecho antes, ¿por qué de pronto no soy capaz de hacerlo?

—¡Ey, tranquilo! Dame eso, Ross—Sin chistar, ella se aproxima lo suficiente, y termina de armar el nudo de la manera correcta—. ¿Estás nervioso o algo parecido?

Nervioso, aterrado, decepcionado es poco. Y por la forma en que todos me miran, que me lo vuelven a recordar.

            —Chicos, no pienso mentirles. La verdad es que sí, un poco, de hecho.
—Pues, no lo estés, hombre—Chandler se ocupa de responder—. ¿De acuerdo?

Su mirada me abraza y me hace sonreír. Claro, debo intentar tranquilizarme. Por ahora no se me presentaba ninguna otra alternativa.

—Y bueno—Joey se burla—, es mejor estar nervioso a estar molesto al menos.
            —¿Molesto?—le miro.

Chandler entonces nos prueba a todos en la habitación, que si las miradas asesinaran, Joey ya estaría agonizando en el piso. ¿Ahora qué?

—S-sí, bueno...—murmura Joey entre titubeos—. Antes de irnos de Nueva York, estabas...
            —Joey...—Chandler replica en tono reprobador.

Pero claro, sé a qué se refiere.

—¿Lo dices por Rachel?—creo que palidezco al replicar, e incluso más ante las insostenibles miradas silenciosas con las que me bombardean los tres al mismo tiempo. Pero era afrontarlo ahora que puedo, frente a ellos, o dejar que siga afectándome luego—. No estaba molesta con ella, chicos. Ni tampoco con Michael... Estaba molesto conmigo, por no haber comprendido las razones que ella tenía para no venir. Y en cambio, la he juzgado, sin entender.

Y en verdad que había sido mi castigo comprenderlo hasta ahora. Pues, tal y como yo se lo he dicho a ella antes, si fuese ella quien estuviera a punto de casarse, yo no sería, ni por poco, capaz de observar el evento.

            —Lo siento. Siento habértelo recordado, Ross. No quise...
            —No, no. Vamos, Joey, estoy bien. Tengo que estarlo, ¿no?

Son Chandler y Joey quienes parecen dubitativos ahora, al contrario de Phoebe, que asiente y me mira como recordando mis palabras.

—Además de que tienes que estar como Emily—musita—, aliviado por todo este asunto de Rachel.

¿Qué? ¿Como Emily...?

            —¿Cómo dices, Phoebe?

No me contesta, nadie lo hace. Pero parece que en esta cuestión Chandler se encuentra en mi misma posición, a juzgar por la mueca de curiosidad que le corroe al igual que a mí. Phoebe y Joey se limitan a mirarse el uno al otro, pareciendo arrepentidos de lo que acaban de decir.

—Pues, ya sabes...—Phoebe titubea—. Has hablado con ella sobre esto, Ross, y ella nos dijo que...
            —Pheebs, no. No he hablado con ella sobre Rachel. ¿De qué estás hablando?
            —De acuerdo—Chandler interviene—. ¿Y qué fue lo que les dijo?

¿Por qué ellos continúan sólo mirándose? ¿Por qué no dicen nada?

            —Ey, chicos, soy yo—insisto—. Pueden decirme lo que sea.

Joey ahoga un suspiro frente a mí. Como si estuviera listo para decirlo todo.

—Nos ha dicho que lo prefería de este modo, Ross—dice, sin siquiera mirarme—. Que Rachel no estuviera aquí, porque traería mala suerte el hecho que una de tus ex-novias estuviera presente.

Cierro los ojos ofuscado, mucho más contenido que antes. Simplemente no concibo en mi mente lo que él acaba de decir. Phoebe tan sólo me observa en silencio, esperando por mi respuesta, o por una reacción de mi parte que sé que jamás llegaría.

—Lo he dicho de esta forma porque creí que lo sabías, Ross—ella susurra antes que nada—. Ella nos dijo que ustedes dos lo han hablado antes.

Emily, Dios mío, ¿Por qué diría eso?

—No, no, no. Espera, ¿Ella dijo eso?—lucho por articular, al instante en que trato de abrirme paso entre ellos y alcanzar a cruzar la habitación. Buscaría respuestas, las necesito en este momento, y más que las explicaciones que ellos acaban de darme, sólo Emily podría aclarar mi cabeza ahora—. No puede ser. Tengo que hablar con ella.
            —¿Qué?—Chandler se aproxima lo suficiente—. ¿Ahora...?
            —Sí.
—¡No, Ross...!—sin haberle escuchado siquiera, el brazo de Phoebe toma del mío con fuerza, deteniéndome a un paso de cruzar el umbral. No me da escapatoria, nada por hacer salvo mirarle a los ojos—. Me oíste cuando dije que Emily está lista. No puedes mirarla ahora. Así que, sea lo que sea, sé que puede esperar.

Sin dejar de sostenerme, ella continúa observándome en silencio. De una manera u otra comprendo sus intenciones de detenerme, de evitar que ambos lográramos un escándalo en este instante, de comprobarme que ella era mi amiga ahora y siempre, y que jamás me dejaría caer ante mis actos. Con un roce un poco más débil, deja ir mi brazo por fin, celebrando su victoria, estoy seguro de ello.

—Así que mala suerte, ¿no?—susurro al tiempo que de sus labios se asoma una linda sonrisa—. Espero que ella sepa que ya hemos tenido toda la mala suerte que pudimos tener.

Entre un ambiente renacido y más ligero que el de hace unos momentos, salimos todos juntos de la habitación. Y lo hacemos a través de unos pasillos más largos que otros para encontrarnos de lleno con el lugar que a mí junto con Emily nos aguardaba. 

Las paredes adornadas entre una tenue iluminación que logra esparcir un ambiente de intimidad, de amor y confianza, son lo primero que captan mi entera atención. Los asientos que tomarían todos nuestros invitados se hallan listos y esperando por todos, cada fila de ellos acompañada de inmensos arreglos florales conformados por las flores favoritas de Emily, y elegantes lazos de lino de tonos claros y dorados, tal y como ella lo había decidido. Y al igual, como ella lo había intencionado, con cada arreglo incluso más hermoso que el anterior, que incita mi vista a mirar más allá del pasillo por el que ella caminaría hasta encontrarse conmigo, y me topo entonces con el altar. Ese bendito altar que ahora más que nunca siento que no puede esperar un segundo más por nosotros. Aquél sitio en el que uniría mi vida a la de otra persona con sólo el decir de un par de palabras se encuentra ahora a mis pies, y simplemente no puedo contenerlo.

—Es una maravilla, ¿no lo crees?—al oír la voz de mi hermana por detrás de los demás, me giro para encontrar mis ojos con los de ella. Y sin dudarlo, librándome de todo ese estremecimiento en mi interior, avanzo hasta asegurarme de tomarla fuerte entre mis brazos, mientras el resto de mis amigos nos contemplan relajados y con una inmensa sonrisa—. Ojalá mi boda luciera así de hermosa.

Sin deseo de contestar, decido simplemente besar su frente, agradecerle en silencio.

            —¿Cómo está Emily, Mon?
            —Esperando—admite con voz queda—. Y lista para encontrarse contigo.

Perdemos más segundos en esa posición, no me doy cuenta de cuántos han sido en realidad, pero así, con ella contemplándome con esa expresión dulce y tierna hasta lo indecible, no hace falta por ningún motivo.

—Ross...—Chandler aparece y justo luego de haber susurrado mi nombre, pasa una mano por mi espalda y con una palmada, no puede ocultar la emoción—. Ya es la hora.

Ya la hora, Dios mío. Aquellas palabras suenan seguro del tipo de las que normalmente me harían palidecer, arrojarme al piso y olvidarme de todo mientras me retuerzo en posición fetal y sin aprensiones. Pero con igual o mayor fuerza, también estas personas que ahora me estudian de frente, todas estas caras sonrientes y abrazadoras, son sin duda del tipo de las que me aseguran que todo estaría bien a partir de ahora, y que sin lugar a pensarlo, debía estar seguro de ello.

Si tan sólo ellos me ayudaran a olvidar lo obvio, maldita sea. Sólo entonces sería perfecto.

Que me hicieran olvidarme enteramente de la ausencia de una persona más, y que me incitaran a creer que aún sin ella, podría seguir adelante con todo esto. Poder casarme, ansiar por el siguiente paso junto a Emily. Sonreír. Todo aquello, si acaso no era demasiado pedir. Y es precisamente la serenidad en Monica, quien me vuelve a la realidad, recordándomelo, y que me demuestra que al igual que yo, ella también cae en la cuenta de la ausencia de esa otra persona.

—Ross...—acuna mi mano entre las suyas, por única vez en mucho tiempo, es palpable la sinceridad de su tacto, el sentimiento que lleva en su tono de voz—. También me fascinaría que ella estuviera aquí.

Asiento en calma, deseando agradecer el mutuo sentimiento, sin siquiera poseer las benditas ganas de formular una sola palabra. Aunque, ¿de verdad hace falta responder?

            —...Y a mí.

El corazón martillea desgarrando mi pecho al resonar lejano de esa dulce voz . Esa voz. El juicio me abandona, la misma razón desaparece. Busco con la mirada enardecida a la responsable apenas creo reaccionar, ansiado y muriendo porque mis esperanzas sigan adheridas al suelo, pues ni con un demonio podría ser. ¡Imposible!

            —¡¿Rach...?! ¡No puede ser!

Joey vocifera sin aprensión, y más de uno de los invitados gira sorprendido hacia nosotros. Ni a él, sin embargo, ni a ninguno de los chicos parece interesarles lo más mínimo y la envuelven a ella, estrujándola con urgencia, como si el momento simplemente  dependiera de ello. Y es mientras que ella los toma a cada uno con igual o mucha más emoción, que batallo por encontrarme en sintonía con mis propios movimientos, con el habla, con mi mente. Rachel... No estoy lo suficientemente cuerdo para siquiera creerlo. Ella está aquí. Aparece sin más hecha la serenidad personificada, hermosa, relajada, mirándome. No, no es creíble. No lo es. Ni mucho menos, la forma en que no puedo dejar de observar a ese hombre de tez morena, en sus cuarentas y aspecto desfavorable que ha llegado al lado de ella, bastante cerca, y demasiado para mi gusto.

—Dios mío, Rachel...—no logro simular mi ilusión al decir su nombre. Ella me observa luego de oírme, y sus ojos me ayudan a volver a conectar con mis capacidades cognitivas—. E-estás... aquí. No puedo creerlo.

Se acerca hacia mí, tranquila, con un inmenso gesto que da un brillo cristalino y de humedad a sus ojos. Dios mío, así con ella frente a mí ahora, con ese silencio que dice más de lo que calla, me haría romper a llorar. Puedo asegurarlo. Y sin embargo, satisfago mis ansias al atraer su cuerpo hacia el mío, acunándola contra mi pecho, sintiendo sus manos al nivel de mi espalda con fuerza. De pronto todo parece esfumarse a nuestro alrededor.

            —Ni yo...—parece musitar.
—Pero—espeto alejándola un poco y así mirarla mejor—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que estás aquí...?

Su sonrisa multiplica miles de veces su tamaño.

            —Michael...—su voz es un fino titubeo—. Michael me ha traído.
            —¿¡Michael...!?

Monica alza la voz y estudia el lugar entero con la mirada. Y yo, suspirando de alegría, cuando creí que no sería capaz de obtener un mejor concepto de él en mi cabeza, llega y me prueba equivocado. Le agradecería con creces en el momento de tenerlo de frente, me lo juro sin problema.

—¿Y dónde está él?—intento recuperar la atención de Rachel luego del bullicio de Monica—. ¿Qué ocurre?

Vuelve a mirarme, y de sus labios se escapan varias risitas nerviosas. Sin decir nada más se aleja con cautela y se aproxima cada vez más al mismo hombre de antes, el mismo que la mira ahora inspirando alegría. Rachel, sin avisar, me obliga a comprenderlo todo cuando toma la mano de ese hombre, y lo mira derrochando dulzura de sus ojos grises. Era él... Todo este tiempo, a quien me ocupé de despreciar con mi mirada antes. No es verdad. ¿Pero cómo diablos...?

—Al parecer, él ha podido engañar a su propia madre con estos disfraces—Rachel musita divertida.
            —¿¡Eres...!?—mascullo aturdido de mi propia voz.

Inmediatamente Rachel lleva el índice a sus labios, indicándome guardar silencio. Pero, por supuesto. No podría mencionar su nombre, no ahora. Al contrario, a mi hermana junto con Phoebe parece importarles poco y se abalanzan de lleno contra él, ocasionando que los tres emitan bellas risas al unísono. Esa risa, esa risa era por lejos inconfundible.

            —...Ross.

Michael al incorporarse vuelve a mirarme, y sin siquiera una demora lo tomo con fuerza entre mis brazos, tratando de que este abrazo emane la sinceridad y agradecimiento que pretendo obsequiar, haciéndole claro que, con seguridad, esto no lo olvidaría en mucho, mucho tiempo.

            —Gracias...—susurro aún sin soltarlo—. Michael, gracias por traerla.
—Tenía que hacerlo, ¿no?—su voz es clara y relajada, a sólo centímetros de mi oído—. Ella tiene que estar aquí.

Creo que sonrío. El que él piense de esa manera, es más de lo que podría soportar. Y no puedo olvidar que si ahora me siento así, si he dejado de lamentarme por que ella no se encontraba acompañándome, ha sido todo gracias a él. Se lo recordaría en cualquier oportunidad.

            —...Y tú con ella, Michael—susurro.

Cuando se aleja un poco, estudio su expresión desbordando cantidad de sentimientos. Percibo a Rachel detenida detrás de él, y antes de que ninguno de los dos pudiera responder, ella toma mis manos en el aire. Y sus ojos, por Dios, sus ojos mirándome con la sonrisa que ahora necesita mi alma.

            —Ross... Felicidades.

Sé que me encuentro listo ahora, y tengo conmigo las fuerzas de continuar.

Los asientos han sido ocupados en su totalidad por todos los invitados, incluidos Michael y Rachel, que ocupan un par de asientos discretos casi al borde de la última de las filas de butacas esparcidas estratégicamente por el lugar. Mis amigos me cuidan, me estudian y me hacen guardia desde el sitio que se les ha asignado antes, a mi lado, ayudándome a que esta fortaleza que Michael y Rachel han traído consigo no me abandone en lo mínimo, no ahora, mientras me hallo de frente al altar, y aguardando por mi futura esposa.

Una célebre tonada inunda nuestro alrededor, de pronto, todas esas personas, todas esas miradas perdidas y sonrisas absurdas dejan de estudiarme y con desdén ubican a un par de personas más que se avecinan a andar por la marcha nupcial. Emily, prendida del brazo de su padre, avanzan y se adentran cada vez más al núcleo de la ceremonia, a cada paso más ansiosa, más hermosa se está aproximando hacia mí.

Su blanca imagen se proyecta en mis pensamientos, arrasando con la sangre que circula por mis venas, y siento mi rostro palidecer, entumirse ante sus ojos chocando con los míos. No concibo esa belleza, lo hermosa que luce vestida de blanco cada vez más cerca de mí, asumiendo armonía en mi plena existencia a sabiendas de que ambos estamos, a sólo unos minutos, de ser marido y mujer.

Pierde el contacto de su padre al posicionarse sólo frente a mí, dándome el paraíso por unos instantes, impidiéndome escuchar las palabras a las que ha comenzado a dar discurso la persona que se encarga de oficiar la ceremonia. Los instantes que hasta ahora había vivido al lado de ella se plasman como un paisaje ante mis ojos, llenos de magia, de grandiosidad, me hacen olvidar en dónde es que me encuentro con ella, y me obligan a ignorar todo lo demás.

Todo, menos un par de ojos. Un par de lagunas grises que, sin dejar de desearlo, no se esfuman de mi mente.

—Y es así entonces... Amigos, familiares, estamos hoy aquí reunidos para celebrar la unión de Ross y Emily—el sacerdote frente a nosotros infiere ante todos en el lugar, derrochando serenidad, dando por sentado que más que nada, la perfección habita en el instante, y que nada malo cabría dentro de una posibilidad, ¿Pero, qué diablos estaba ocurriendo conmigo?—. Y que la felicidad que compartimos hoy con ellos les acompañe hoy, y para siempre. 

Emily lo vislumbra a él ansiosa, expectante por dar el siguiente paso. Y yo... yo no dejo, no logro renunciar a buscar ése otro par de ojos que no se dignan a desaparecer. No lo comprendo, o no quiero siquiera entender, el por qué de mi anhelo por estar mirando a otros ojos en este momento.

            —...Emily—el sacerdote opta por continuar—, repite conmigo: Yo Emily...
            —Yo, Emily...—repite sus palabras ante mí.
            —...Te tomo a ti, Ross...
            —Te tomo a ti, Ross...
—...Como legitimo esposo en la salud y en la enfermedad, y así hasta que la muerte nos separe.

Sus ojos avellana descansan sobre mí antes de proseguir, con un brillo en su sonrisa que me brinda sensaciones hermosas, que hace estática la realidad. Y en un suplicio le ruego a mi subconsciente que se adentre hacia ello, que la mire a ella y que no desee mirar a nadie más. ¿En qué he estado fallando hasta ahora? ¿Por qué no puedo concentrarme lo suficiente en ella? Por mi vida que mi intención es intentarlo. Por mi amor a ella es que no pueden caber dudas al continuar. 


Estoy perdido. Hundido por mucho.



...Como mi legitimo esposo en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.


La sonrisa y mirada penetrante del sacerdote me incitan a mirarle.


—Y ahora, Ross—murmura—, repite conmigo: Yo Ross...

            —Yo, Ross...

Repito, con un agujero en mis pensamientos, con el corazón a punto de escaparse de mis labios, sintiendo las miradas de todas y cada una de las miradas presentes sobre mí. Me juraría a mí mismo, si me aventuro a mirar a Rachel, así sea por una fracción de segundo, estaría perdido.

            —...Te tomo a ti, Emily...

Él vocifera con orgullo, incitándome. Y el amor que Emily derrama de su mirada duele de pronto, y lo hace como los mil demonios.

Un nudo en mi garganta crece en mi interior. Pero no de tristeza, sino de emoción. Emoción por ella, por la situación. Como si mi alma quisiera escapar de mi cuerpo por no seguir conteniendo este ardor que supura por dentro, y mi garganta se cierra para no dejarlo salir. Como si el próximo paso dependiera de ello, como si dejarlo salir fuera la peor condena de todas. Pero entonces, se hace incontenible, asfixiante, y trata de buscar otras salidas convirtiéndose en habla por brotar de mis labios. Algo que no puedo evitar.

Un susurro... un susurro que está por volverse en prófugo de mi voluntad.


...Te tomo a ti, Rachel.

3 comentarios:

  1. Diooooooooooooooooooooos! Este capitulo es mas de lo que mi corazón puede soportaaaaar! Me encanta la manera en que Michael y Rach se miran, se hablan, se aman... es simplemente hermosooo!
    Rooss... no entiendo que diablos sucedió en que momento el se perdió como lo acaba de hacer, yo se que el sigue amando a Rach, aunque aveces demuestre lo contrario, creo que es bastante obvio!! Kat, te juro que contaba los días para leer este capitulo, estaba que me moría esperando por el! Pero como siempre imagino mal y me encanta y me emociono mucho mas de lo que llegué a imaginar! Muchísimas gracias por esta historia, linda. Eres increíble! Esperare con ansias el próximo capitulo! Besos <3

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  2. OOOOOHHHH DIOS OH NO NO NO NO...esto es demasiado...no puedo...solo...buen capítulo...

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  3. Sin palabras...
    Sencillamente glorioso.
    PD: Pobre, pobre Ross.

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