domingo, 30 de agosto de 2015

Capítulo 29: "Simple Impotencia"

Acaba de decir mi nombre. 

Quiero gritar, llorar, maldecir la mala suerte y desaparecer. ¡Y con un demonio! De ser posible, tomar a Michael entre mis brazos para poder largarnos juntos del lugar. Pero simplemente no logro moverme.

¿É-él... dijo...?—siento la mano de Michael entumecerse entre la mía. Tomándome con más fuerza que antes. Sé que está aterrado, pasmado por lo ocurrido, al igual que yo. 
—...No, no, no, no—le interrumpo. No puedo siquiera permitirle continuar, no quiero ni por poco escucharlo de nuevo—. No puede ser, no.

Miro a Ross a la lejanía. Sus palabras se tropiezan unas con otras, al punto de no lograr formular ninguna oración. Luego de varios intentos fallidos parece estudiar el lugar, asegurándose de que todas las personas que asisten se encuentran mirándole, aniquilándole con susurros, quejas y expresiones de desprecio. Emily le imita, abatida, y luego de cuestionarle en silencio ella comienza a estudiar a cada una de las personas del lugar. Y es a punto de atragantarme con mi propia respiración, que me percato de que su mirada frustrada y llena de decepción ha encontrado la mía, jurándome que esto jamás lo perdonaría.

Todo va de maravilla ahora, maldita sea.

—Nos vamos—trato de inquirir. Michael me estudia de pronto con la mirada perdida—. Michael, nos vamos, anda.
            —¿Qué?
            —Por favor. Me ha visto, sabe que estamos aquí.

Anticipando que Michael se pudiera negar, de un segundo a otro, tomo de su brazo y nos inmiscuyo fuera de aquél sitio, sin importarme que la magnitud de mis zancadas le hiciera tropezar. Sé que no hago lo correcto, y que mi acción podría empeorarlo todo, pero justo ahora me es insostenible continuar. Me es insoportable la manera en que Emily me amenaza con su mirada, y fiel a su deseo, estoy completamente segura de que es esto lo que ella desearía ahora más que nunca.

            —¿Pero qué es lo que ha sucedido?

De nuestros labios se escapa un suspiro ensordecedor apenas hemos tomado asiento en el automóvil, un suspiro que con el aire que despide, intenta llevarse toda esa angustia en mi interior, y que apenas me permite escuchar las palabras de Bill. Nos observa extrañado, y con sus cejas curveadas asegurando que no ha logrado comprender.

—Ross...—me inmuto por contestar, con los ojos de ambos plasmados sobre los míos, y al evocar la escena de nuevo a mi cabeza se me entrecorta la respiración—. Él... ha dicho mi nombre en el altar.
            —¿¡Dijo tu nombre!?

Como si de un acto reflejo se tratase, al momento en que Bill ha repetido aquello busco con urgencia la mirada de Michael, pareciéndome imposible, él tan sólo aparenta no estar presente, se encuentra distante, tenso además. Lo más terrible de todo esto es que Michael creyera que todo esto va por otra dirección. No, jamás se lo permitiría.

—No es lo que yo esperaba, Rachel—al fin sus ojos encuentran los míos y cumpliendo con mi mayor temor, de ellos sólo parece brotar un resquicio de debilidad—. Nunca creí que esto pasaría.
—Michael, te aseguro que ha sido un accidente. Estoy segura de ello—excuso, haría eso y más con tal de lograr verle sonreír—. Y para serte sincera, es Emily de quien me preocupo un poco más.
—Lo entiendo. Ella no tenía ni idea de que nos encontrábamos ahí—Michael suelta de pronto. Su voz resuena más aliviada que antes.
—Pues, tal parece que todo ha continuado bien—Bill admite en voz baja con su mirada perdida contra la ventanilla, señalando al exterior.
—¿Por qué?—Michael espeta, en un segundo ambos nos acercamos para poder observar—. ¿Qué es lo que miras?

Al acercarme lo suficiente no logro esconder mi consternación. El lugar estaba siendo abandonado por todas esas personas, todos esos invitados que nos rodeaban hace apenas minutos andan ahora con inmensas sonrisas dibujadas en sus rostros, parecen alegres, satisfechos con la situación. Cada persona inmersa en la compañía de la respectiva pareja, celebrando, como si todo estuviera bien, como si nada hubiera sucedido y el día jamás hubiera dejado de ser perfecto. Y aquello, para mí, significaría una y sólo una cosa, estando segura; Emily había decidido continuar.

            —Bien—Bill suspira—. ¿Ahora qué?

Maldición, me temía que esa pregunta saliera a relucir. Michael me interroga entre acechos, detrás de todo ese maquillaje, de esa pantalla, se encuentran sus ojos perforándome con la mirada, anclándome a sólo una oportunidad; rogar por una forma de solucionar lo que acaba de suceder.

           —Tú decides, pequeña.
—Sólo quiero asegurarme de que puedo ayudar de alguna forma—replico con voz queda—. Intentar lograr que algo se solucione.
            —Puedo aguantar este armatoste sobre mi rostro un par de horas más.

El rostro de Michael se ilumina en una sonrisa.


—¿Entonces?—Bill musita, en un segundo siento el vehículo tambaleando con el inicio del motor.

—A la recepción de la boda, Bill—Michael replica firme—. Rachel tiene la dirección escrita en la invitación.

Al momento en que Bill comienza a conducir, sobre el asiento percibo el calor de la mano de Michael tomando la mía deliciosamente, y con un gesto incitante, conduce mi mano al roce leve de sus labios.

            —Estoy orgulloso de ti.

El trayecto es por demás silencioso, pero agradezco que transcurra con serenidad. 

Cuando advierto que nos hemos aproximado más que suficiente, es la mano de Michael sobre la mía lo que actúa como un bálsamo revitalizador, uno que me brinda seguridad, y que hace un poco más estable el martilleo que mi corazón realza bajo mi pecho, incluso hasta tener de frente a la única mueca de preocupación que vislumbramos recibirnos a la entrada del recinto. Phoebe, su angustia y su sonrisa carente de alegría.

—Los hemos estado buscando por todas partes, Rachel. ¿Dónde rayos estaban?—se queja—. Se han desaparecido sin más de la ceremonia.

El tono ansioso de su voz me obliga a refugiarme en los ojos de Michael. Patético, pero suena incluso más patético serle sincera y decir que Michael y yo nos hemos largado porque Emily me ha intimidado. No era de admirar, pero tengo que mantener mi orgullo alto por un rato más al menos.

—Ha sido por mi culpa—Michael replica, entonces suplico que en mi mirada él logre notar mi agradecimiento—. Tenía que ir a retocar todo este maquillaje.
—¿Cómo está Ross, Phoebe?—trato de que el tono de mi voz no delate mi culpa.

Ella sólo se bufa, como recalcando lo obvio.

            —Vengan, por aquí.

Nos conduce en pleno bullicio a través de algunos corredores impecablemente decorados para la ocasión. Rosas blancas que con facilidad se adueñan de mis sentidos, listones de seda dorados resaltando la elegancia y distintivos hermosos que ni por un instante me hacen olvidar que nos encontramos ahora mismo varados en Inglaterra. No aún, al llegar a una pequeña estancia en la que inmediatamente ubico a Chandler charlando con Monica, y no muy lejos de ambos, Ross aprisionando su frente contra una puerta blanca cerrada que al menos parece no ceder. ¿Por que algo no dejaba de pintarme mal ahí?

—Alto ahí, Rachel—Monica a penas se da cuenta de mi presencia se dirige hacia mí imponiendo fin a mis pasos, su tono es seco. Chandler nos observa dubitativo, pero es Ross el que parece aún no caer en la cuenta de que Michael y yo acabamos de aparecer—. Lo siento... es Emily, dentro de esa puerta. Podría oírte.

¿Podría oírme? Perfecto, entonces, si tan terrible es que ella me oyera, o siquiera supiera de mi presencia, ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? 

—Bien—siento el bullir de mi orgullo a punto de colapsar dentro de mi cabeza, ofuscado, más contenido que antes—. Seguro es mejor que me vaya, ¿no? Entonces, trataré de esperar a que ustedes se tranquilicen un poco y luego volveré. Gracias, Monica.
—Rachel, no, no quise...—apenas aparece su voz, el tono altanero que antes tenía se ha esfumado de pronto.
—Linda, espera...—Michael acerca mi cuerpo al suyo, pero con un punzado de ardor en el pecho consigo zafarme de él.
—No. Lo sé, y no te preocupes, Michael—niego sin que él deje de observarme con esa bendita curva de preocupación que dibujan sus cejas—. Podré volver sola si es necesario. Así no te incomodaría y podrás deshacerte ya de todo ese maquillaje.

Me alejo del sitio sin chistar, sin un pelo de duda y con la sangre hirviendo bajo mi piel. Sabía que esto pasaría, lo sabía tanto como creer que podría ayudar, pero ¿cómo quedarme? Luego de asegurar que Emily no debía verme, que mi presencia sobra en este lugar. Siento esta urgencia de huir y también la siento desaparecer. Al cabo de algunas zancadas que sé que me han alejado lo suficiente es Michael quien me detiene al aferrar mi brazo, pegándome a su cuerpo con firmeza.

—Rach, sólo escúchame—musita ansioso, y tomando de mi mentón para asegurarse de que sólo a él le miraría—. Tú jamás podrías incomodarme, jamás de cualquier manera. ¿Aún no has entendido que no estoy para ti sólo cuando lo necesites?—sus pupilas arden, las advierto observándolas una luego de la otra, con su voz deslizándose segura por sus labios, dulce hasta lo indecible—. Estoy siempre, pequeña. Para ti, voy a estar siempre, donde sea, o en el tiempo que sea. Por favor, no vuelvas a insinuar que me incomoda hacer algo por ti.

Le miro pestañeando, y la presión de que mis ojos se han humedecido no tarda en aparecer. Pero Dios mío, por supuesto que era cierto. Él lo haría, me acompañaría ahora y siempre, y tal como mi mayor prioridad era mantenerle siempre a salvo, sabía que en él estaba protegerme, que sus brazos han estado siempre abiertos, aguardando por desaparecer todas mis penas.

            —Sé que lo harías.

Paseo mis nudillos por la línea de su mandíbula, por rincones en los que sé que su maquillaje no le impediría sentir mi tacto. Él simplemente se atiene a sonreír.

—Tenía miedo de decirlo antes, pero...—suspira desganado, su nueva expresión me desconcierta de inmediato—. Todo esto, todo lo que ha ocurrido... para mí es más difícil de lo que podrías llegar a pensar.

Su tono continúa y termino por enmudecer.

—¿Entiendes que Ross ha dicho tu nombre en el altar? No quiero ni imaginarme... que...
—Oh, no, no, no—le interrumpo sin importarme el qué. Él no podría estar pensando en ello. No caería en este juicio equivocado si puedo detenerlo—. Michael, Michael mírame. No se ha significado nada, ¿está bien?—titubeo turbada al caer en la cuenta de que debí esperarlo, debí creer que él llegaría a pensar todo esto y no he hecho nada para prevenirlo—. Estoy segura de ello, estoy segura de que lo ha dicho porque nos ha visto llegar, porque no se lo esperaba. Y te lo puedo asegurar...

Aguarda en silencio, en uno que a este punto podría significar cualquier cosa.

            —¿Crees eso... en verdad? 

Sonrío, y sin poder penar un momento más rodeo mis brazos en torno a su cuello y lo beso despacio, aliviada de que mis palabras han cumplido su cometido. Mi huella queda en su boca y mi deseo es saciado con sus labios cediendo ante el movimiento de los míos.

—Linda...—inquiere entre pequeñas risas agitadas, apoyando su frente contra la mía—. Podrían vernos, ¿qué pensarían si ven a alguien como tú besando a un hombre que parece doblarte la edad? 

Me hubiera encantado que eso sonase ridículo en realidad. Pero lamentablemente, él tiene razón.

Con ese maquillaje, y esa ropa puesta, había sido más de una persona la que le había saludado con una atención que vencía los límites de lo cordial. Pero aquello simplemente continúa teniéndome sin cuidado, nada importa con tal de poder besarle siempre que necesite hacerlo. Ni aunque todas las personas del lugar se enteraran de quién se encuentra debajo del disfraz.

—No me importa—suelto en voz alta, sin evitar bufarme de la situación en general—. Jamás he querido besar a alguien como siempre deseo besarte a ti. 

Michael toma mis caderas con elegancia, y me olvido de todo y cuanto nos rodea cuando arquea sus cejas en un atisbo seductor. Maldita sea, si no fuera porque estamos rodeados de desconocidos, arrancaría ya todo ese maquillaje de su rostro. 

            —Mirándolo así, entonces...
—...H-hola—Ross le interrumpe apareciendo a sus espaldas, con un rostro triste, jurando a gritos la desesperación que lo habitaba. Por Dios, ¿qué tanto habrá escuchado? De un respingo Michael se incorpora y le obsequia una sonrisa.
—Hola, Ross—puedo ver el tono de sus mejillas, y no quiero ni imaginar el que tendrán las mías—. Lamento que... las cosas no estén saliendo tan bien.

Ross parece titubear. Maldición, seguro ha estado cerca de nosotros por un tiempo y ni siquiera me he enterado.

—Oh, no, tranquilos...—ríe—. Sé que podría ir mejor, pero ya se arreglará, ¿cierto? 
—Por supuesto que sí—sin saber de dónde, tomo las fuerzas para afirmar—. Verás que todo irá mucho mejor en cuanto ella comprenda que lo que ocurrió antes no se ha... significado nada.

Tomo con más tensión la mano de Michael, estoy aventurándome en un tema delicado, pero quiero que escuche cada palabra de él. De reojo, quiero captar su mirada, pero él en cambio se ocupa de estudiar a Ross con sus ojos marrones serios sobre él.

—No, por supuesto que no se ha significado nada—Ross sentencia, y me mira como si hubiese descifrado mis intenciones—. Aunque... Puedo entender que Emily haya pensado que sí, tratándose de... de ti, Rach.

Asiento, pero Michael continúa sin decir una sola palabra. Ross a mi rescate parece caer en la cuenta y reacciona con dificultad.

—En fin, ella... —continúa, indignado—. No ha salido del baño, y ya no sé qué más intentar para arreglar lo que ha ocurrido. 

Me parte el alma mirarle así, saberle lastimado por algo en lo que puedo sentirme implicada. Al final, él no deja de ser mi amigo, y si antes quería una oportunidad de ayudar, quizá él me la está obsequiando ahora. 

—Esperaremos contigo, Ross—musito luego de consultar a Michael con la mirada—. Ambos lo haremos.
            —¿Están seguros?

Michael se limita a sonreír.

            —Claro que sí.

Por supuesto, Emily no se digna por aparecer ni luego de un puñado de horas.

La puerta que miré al haber llegado permanece cerrada, y si Ross siente pesadumbre, o incluso tristeza por ello, simplemente no lo demuestra. No al menos hasta el último momento en el que logra quedarse con nosotros, antes de tener que ausentarse junto con Monica para tranquilizar la ansiedad de la mayoría de los invitados. Aunque más que admisible; ésta es una boda en la que la novia dolorosamente no está presente.

Siempre a mi lado, Michael no deja de hacerme compañía, de continuar alentándome, pero comprendo que ha sido la hora de marcharnos cuando me encuentro más de una vez con sus ojos irritados, asegurándome del cansancio que acarrea con él junto con el sueño que despide al lanzar su décimo bostezo. Y por supuesto, a sabiendas de que Michael se negaría a desaparecer sin más por segunda vez, dejo dicho a Chandler que los encontraríamos luego, aunque no fuera preciso el significado que ‘luego’ podría tener en ese momento. Siendo tan probable como ‘luego en algunas horas’, o ‘luego de vuelta en Nueva York’.

Al llegar al hotel, no perdemos más tiempo en dirigirnos a la habitación. Ingresamos en silencio, y más que agradecer por la tranquilidad que ahora reina entre nosotros, es el increíble desorden lo primero que amenaza con captar mi atención. Todo se encuentra tal y como lo dejamos antes de salir por la mañana, y me parece extraordinario que nadie se haya aparecido por aquí para hacer el aseo, hablándose de Michael y el trato que la mayoría de los hoteles tenían hacia él.

—¿No es extraño que nadie haya venido a asear aquí?—musito aún mirando alrededor.
—Lo sé—su voz se ilumina con un par de risas—. Pero en ocasiones Bill no permite que hagan el aseo en las habitaciones que utilizo. Sólo por seguridad.
            —Oh, claro. Entiendo—asiento.

Michael se queja al restregar sus manos contra su rostro, y en un intento por alzar un trozo de todo ese material de látex de su piel, noto que se encuentra irritado. Por Dios, ha aguantado tanto tiempo, y no ha sido por él precisamente.

            —No, no—titubeo—. Ven, que te ayudo.

Nos dirijo con cuidado hacia el cuarto de baño y prosigo a ayudar a Michael a despojarse de una vez de todo ese maquillaje. Siguiendo las claras instrucciones que Karen nos ha dado cuando ella lo ha maquillado esta mañana, nos toma sin duda cerca de una hora, utilizando removedores, agua tibia y un poco de jabón hasta que el rostro de Michael vuelve a ser el mismo de antes, salvo por un poco de enrojecimiento que ha quedado sobre su piel. Pero sé que la labor lo ha valido completamente, cuando Michael esboza una hermosa sonrisa de alivio apenas terminamos.

            —Ahora sí—de pronto acoge mi rostro entre sus brazos—. Déjame besarte.

Se inclina y lo último que siento son sus labios atacando los míos. Me besa lentamente, dándole la oportunidad a mi boca de prenderse de su labio inferior, de que la humedad de su lengua se encuentre bailando con la mía para saborearlo en su total plenitud. Ahora, al sentir la verdadera carnosidad de sus labios, sin todo ese maquillaje, es como logro capturar su esencia hasta mis mismas células, y Dios, sin duda que es celestial.

            —Tienes razón—jadeo por el ardor, por todo ese desenfreno—. Así es mejor.
—¿No te lo dije?—sonríe levemente antes de volver a besarme. Tomo su rostro con mis manos para asegurar su roce pero de sus labios brota un leve quejido que nos impide continuar.
—¿Qué es? —con la mirada examino su rostro.
—Creo que es mi cara—musita encogiéndose de hombros—, me está molestando un poco.
—¿Puedo traerte algo? ¿Algo que necesites?
—Me vendrían bien unos cubos de hielo, algo para refrescar mi piel.

Asiento e inmediatamente comienzo a alejarme de él.

—No digas más—me vuelvo y dejo un beso fugaz sobre su frente—. Yo los traeré, seguro hay máquinas expendedoras en el pasillo.
—Gracias, pequeña.

Tomo un recipiente vacío antes de salir. En efecto, apenas a algunos metros de nuestra habitación se encuentra un contenedor de cubos de hielo. Suspiro en lo que el recipiente tarda en llenarse en su totalidad, y perdiendo mi mirada a mis alrededores, vislumbro a Ross al final del corredor, en un trance afligido y con una suma expresión de urgencia derrochando por todo su cuerpo, dándome razones para perder el razonamiento, pareciéndome que todo de pronto transcurre en cámara lenta.

—¿¡Rachel!? —me quita las palabras del pensamiento al segundo en que me ubica su mirada. No se mira nada bien.
—¿Ross? ¿Qué estás...?
—No tenía ni idea de que se hospedarían en nuestro mismo hotel—Se acerca a mí, aún perplejo y sin perder mi mirada por un momento.
—No lo sabrías—murmuro con la voz tambaleante—. Justo hemos llegado esta mañana. Al parecer, es uno de los preferidos de Bill.

Apenas y sonríe. Sé que algo anda mal.

—Pero, ¿qué haces aquí en el hotel? ¿Cómo ha ido todo? —tomo el recipiente ahora lleno de cubos de hielo. El parece no prestar atención, y suspira exasperado.
—Es Emily... ella...

Guarda silencio cuando una persona sale de una de las habitaciones vecinas. Y me alegra que lo hiciera, de ser imposible continuar aquí la conversación. Tomo a Ross del brazo y nos guío a nuestra habitación. Cierro la puerta al entrar.

            —¿Qué sucedió entonces?

Parece no prestarme la mínima atención por mirar alrededor de la habitación.

            —...Linda habitación.
            —Oh, vamos, Ross. ¿Qué ibas a decirme?

Aún inmerso, con su índice señala en un mohín de ruborizo hacia algunas prendas de ropa de Michael y mías que tienden sobre el suelo. Que no sea lo que estoy pensando, por favor.

            —No es lo que crees—musito con mis mejillas ardiendo—. Créeme.

Y por más que lo deseo, no es verdad.

—¿Ross?—Michael aparece del cuarto de baño, me relajo al observar que el tono rojo de su piel ha disminuido. Me pregunto ahora qué tan roja estaré yo ante la ocurrencia de Ross. Inmediatamente me acerco a él y le entrego los hielos.
—Lo he encontrado vagando por el pasillo—musito. Michael toma un puñado de cubos envueltos en una toalla para pasearlos por la piel de su rostro.
—Necesitaba eso—suspira—. Gracias, linda.

Le abrazo con mi mirada, y me vuelvo hacia Ross.

            —¿Y bien? —interrogo. Quizá mi voz suena un poco más seca que antes.

Ross se pasea cabizbajo por la habitación hasta haber tomado asiento en un pequeño sofá en la estancia de la habitación.

            —Es Emily... ella no... aparece.

Oh, no.

—¿Qué quieres decir? —musito desde el mismo sitio—. ¿Es que nadie la ha visto salir de ahí?
—Ese es el problema, todo este tiempo creímos que ella estaba ahí dentro, pero... —su voz se esfuma por un momento. Doy una ojeada a Michael que me mira con el mismo rostro de preocupación—. Y ahora me entero de que ella ha estado buscándome, pero no da conmigo porque no he parado de moverme. Es por eso que he vuelto al hotel, y ahora... —lleva ambas manos a su cabeza, y turbado se inclina hacia adelante, cerrando los ojos con fuerza.

El sonido del teléfono invadiendo el espacio nos desconcierta a los tres. Ross pega un sobresalto y yo decidida me acerco a contestar, pero Michael me detiene interponiéndose en el acto.

            —Yo contesto—murmura.
—¿Estás loco?—protesto de mala gana, debe estar de broma—. No puedo dejar que contestes. ¡Si alguien escucha tu voz podría...!
—Sólo hazme caso, confía en mí—toma mi mano antes de que logre proseguir—. Anda, ve con él.

Michael sonríe, y en un solo movimiento toma el teléfono y atiende la llamada. Con el corazón en un puño me aproximo a Ross, que continúa en aquél trance. Tomo asiento a su lado y trato de tranquilizarle frotando sus hombros con mis manos. Me pregunto si Emily tendrá una idea de todo por lo que le ha hecho pasar.

—Todo va a estar bien, Ross—murmuro, pero no consigo encontrar su mirada—. No puedes dejar vencerte por algo que tiene solución.
—Es sólo que...—susurra y finalmente asciende su mirada—. No comprendo cómo he podido ser tan estúpido.

El punzado de nervios en mi estómago se vuelve mayor. Ahora no, no puedo hacerlo. No me puedo permitir no sentirme implicada en todo esto, y no sentirme la razón por la que Ross ha cometido ese error. Seguro las cosas hubieran pintado diferente al haberme ausentado. De no ser por mí, él ahora estaría celebrando su boda, tomando champán y escuchando los brindis rodeado de todas esas personas, y no aquí, hundido y deshecho, conmigo haciendo el mínimo intento por consolarle. 

Haría lo necesario, haría lo que fuese si tan sólo pudiese evitarlo. Sus palabras regresan martilleando cerca de mis pensamientos: "Te tomo a ti, Rachel"

—El que yo haya venido—susurro con voz débil, luchando por ocultar mi emoción—. ¿Ha sido un... error?

Ross pestañea turbado, parece totalmente desconcertado.

—Por supuesto que no, Rachel—sentencia, su voz es firme y cuidadosa—. Cuando los miré llegar a ambos, jamás creí que podía sentir tanta felicidad. El que Michael y tú hayan llegado ha sido la mejor sorpresa de todas... Por mucho. Y lo último que deseo es que sientas culpa por un error que sólo yo he cometido. ¿Está bien?

En un movimiento lento, asiento. Acaba de librarme de un terrible peso de encima. 

—Rach—Michael se dirige con prisa hacia nosotros, inmediatamente Ross y yo nos giramos hacia él—, es Monica y Chandler. Vienen con los padres de Emily, al parecer han buscado a Ross por todos lados, y les he dicho que vengan para acá.
—¿Qué...?—me pongo de pie ofuscada, inmediatamente miro a Ross y sé que la noticia lo ha conmocionado.

Antes de que alguno de nosotros tuviera el mínimo intento de reaccionar, el sonido de alguien llamando a la puerta invade la habitación. Para cuando me percato de que Ross se ha aproximado veloz hacia el umbral, la única idea que aterriza en mi cabeza es ocultar a Michael en el cuarto de baño. Él accede sin chistar, para mi sorpresa.

            —¿Emily...?—Ross balbucea un momento antes de abrir—. ¿Estás...?
            —...No.

Un hombre trajeado le corta el habla, acompañado de una mujer bien vestida y Chandler y Monica detrás. Por esos rostros familiares, inmediatamente sé que se trata de los padres de Emily. Advierto los ojos serios de ese hombre estudiándome con la mirada. Madre mía, es una bendita suerte que ellos no supieran quién soy yo, o quién demonios es Rachel. Sé, de cualquier manera, que abrir una puerta y encontrarse al futuro yerno conmigo, debe dar más de un motivo para que puedan molestarse. Debo tener cuidado.

Maldición, cómo deseo que el suelo se abra a mis pies y me trague viva, o mejor aún, poder refugiarme ahí dentro con Michael. ¡Le necesito ahora! 

—Olvídate de ella—reprime la mujer con tono amenazador, se abren paso rodeándole e ingresan. Monica cierra la puerta tras su paso, al menos algo menos de qué preocuparse—, no está con nosotros. 
—Pasábamos por sus cosas, pero tu hermana ha insistido en que habláramos contigo antes de volver—el padre de Emily replica.
            —¿Y Emily en dónde está?—Ross titubea mirándolos a ambos.
—Se ha escondido—afirma con la misma voz seria de antes—. Se siente humillada y simplemente no quiere verte. Lo lamento.
—Adiós, Geller—ella admite, antes de dirigirse de vuelta al umbral de la puerta.

Oh, no. Pensar que he creído que esto traería algo bueno. No puedo creerlo.

—No, un momento, ¡Un momento!—Ross les detiene al último segundo—. Su hija y yo teníamos que marcharnos esta noche de Luna de Miel. Así que dígale que estaré en el aeropuerto y que espero que ella también se encuentre ahí—su voz es sorprendentemente fría y directa, pero si lo que ha querido es captar su total atención, lo ha conseguido bien—. Sí, he pronunciado el nombre de Rachel, pero no se ha significado nada. Sólo es una amiga, ¡nada más!

Ross extiende su brazo en mi dirección. Mis rodillas tiemblan, al borde del colapso. Oh, no. Ahora lo saben. Saben que se ha tratado siempre de mí.

—Así que, por favor—continúa—, dígale a Emily que la quiero y que no me veo pasando la vida al lado de otra persona... Por favor, prométame que se lo dirá. 

Y no me lo pienso más. Sin ser lo verdaderamente capaz de soportar escuchar todo aquello un segundo más, me doy el placer de desaparecer de ahí. Me inmiscuyo al cuarto de baño importándome un demonio todo lo demás, que todos me miraban y que probablemente, para la familia de Emily ahora yo era la culpable de todo esto. 

Caigo profunda contra los brazos de Michael, él me acuna sin decir nada, sin titubear, y ocultando mi rostro contra su pecho siento toda esa tensión desvanecer. Por la forma en que él me aprisiona, juraría que él lo ha estado escuchando todo.

            —Rachel...—susurra contra mi piel—. Dime qué puedo hacer... por favor. 

Si tan sólo él nos hiciera desaparecer. Partir juntos, e intentar siquiera olvidarme de todo cuanto ha sucedido.

            —¿Lo que sea...? 

Siento sus labios rozando repetidas veces mi frente.

            —Lo que sea.

Quiero irme de aquí, de eso no hay duda. Sólo espero que volver al único lugar que sé que me sanaría no suene demasiado imposible ahora.

—Me fascinaría ir a Neverland, ahora sí—susurro en un hilo de voz, expresando lo verdadera que es la necesidad.

Escucho pequeñas risitas brotando de sus labios.

            —Igual que a mí, pequeña.

El silencio se disipa luego de varios minutos, pero no me atrevo a poner un pie fuera del baño hasta asegurarme de que al menos los padres de Emily se han marchado. Con un ojeo que doy con sigilo observo que, en efecto, se han marchado, y en la habitación aguardan Monica y Chandler. Phoebe y Joey han aparecido también.

Luego de salir acompañada de Michael, Monica embiste mis pasos cuando sus brazos decididos me toman con fuerza.

—Lo lamento—susurra, sin pensarlo la estrujo también—. Por lo de hace rato, por todo.
            —No, no—busco reencontrar su mirada—. No importa ya, lo prometo.

Sonrío. No podría durar más de un día enfadada con ella.

            —¿A dónde ha ido Ross?
—Se ha marchado a su habitación, probablemente a empacar—replica indiferente.
—Quizá nosotros deberíamos hacer lo mismo—Michael lanza al aire mirándome con sus ojos más alegres que antes—. Tienen que venir con nosotros, chicos.

Nos miran en silencio, se nota su confusión.

—Iremos a Neverland—siento la mano de Michael reposando en mi hombro al soltar las palabras.

Monica se gira hacia los demás. Se lanzan diferentes miradas cómplices unos a otros por varios segundos, pero no del tipo que asegura una respuesta positiva.

—Seguro nos fascinaría a todos, ¡estoy segura!—murmura—, pero son ustedes quienes se merecen un suspiro a solas. Escapen de todo esto por un rato, seguro es necesario ahora.

Los demás asienten, aparentemente convencidos. ¿Es en serio?

            —¿Están seguros?—murmuro.
—No me preguntes de nuevo, Rach—Monica se acerca y en un gesto divertido toma de mis manos—. Porque puede que me arrepienta luego.

Su expresión se vuelve cálida, dulce y extraordinaria, al igual que la de los demás.

—No puedo creerlo—Joey rompe el silencio, señalando hacia al exterior a través del ventanal—. Aún no ha parado de nevar.

Inmediatamente nos aproximamos a observar, y al tratarse del último piso del Marriott, es esperada una mínima idea de aquella visión. Es un panorama perfecto, la ciudad, bajo todo ese cielo negro tendiéndose amplia debajo de nosotros, y bajo un protuberante manto blanco que aviva cada detalle del rededor. Era sencillamente precioso, y nada más que desear ser testigo de ello, acompañada de mis amigos, junto con Michael tomando mi mano.

—Oh, es exactamente media noche, chicos—Chandler exclama para todos—. Vaya forma de recibir Navidad, ¿eh?

¡Dios! ¡Lo había olvidado!

            —Estamos todos juntos, Chandler—Monica espeta—. Es lo que importa.
            —A miles y miles de kilómetros de nuestro hogar.
—Pero juntos—Phoebe interviene, rodeando el cuello de ambos Joey y Chandler con sus brazos.
—Muy bien, de acuerdo, feliz Navidad—Chandler admite, en un segundo ya ha tomado al resto entre sus brazos abiertos.

Los abrazos sobran en el lugar en sólo un par de segundos, y cuando siento los labios de Michael una vez más deslizándose sobre los míos, Me convenzo de que al menos podría saciarme de unos minutos más, sólo algunos, para olvidarnos enteramente de todo este problema. 

Que bien, Michael y mis amigos lo merecían.

*****
            —¿Es la última?


Michael asiente tranquilo, entonces Bill sale de la habitación con la última valija que hemos empacado. Al salir detrás de él, nos encontramos rodeados de todas esas personas que se encargarían de la seguridad de Michael. Todo ese séquito de cuerpos trajeados de negro que no me permiten echar los últimos vistazos al hotel.


Nuestros pasos por ese pasillo nos guían a la que sería la habitación, la Suite de Luna de Miel, irónicamente. Advierto la puerta entreabierta y no puedo resistirme, sé que necesito fisgonear.

            —¿Crees que siga ahí?—Michael me mira cómplice.
            —No lo sé—susurro—. ¿Podremos acercarnos?

Michael asiente y con una sola seña, Bill sabe que tenemos que detenernos. Maldición, la organización de estos hombres es impresionante.

Nos aproximamos lo suficiente para mirar. Observo a Ross, sentado al borde de la inmensa cama, con un pilar de valijas a un costado de él. Se encuentra sólo. No puedo creer que Emily aún no se haya aparecido.

            —Vamos...

Michael murmura incitándome a ingresar. Con pasos torpes lo hago, y en un segundo tenemos los grandes ojos tristes de Ross sobre nosotros. 

—H-hola...—trato de que mis palabras no resuenen. Michael cierra la puerta luego de entrar.
            —Chicos—pestañea agitado—, ¿qué están haciendo aquí?
            —Michael y yo... nos vamos a casa.

Ross asiente en silencio, indiferente.

            —¿Sin rastro de ella?—Michael inquiere.
            —No aún.
—¿A qué hora tienes que irte, Ross?—siento una angustia sopesando mi mente. Esto está mal. Él lo está.

Ross echa un vistazo al reloj de su muñeca.

            —Bastante pronto, supongo.

Trata de sonreír. Hace la mísera lucha por hacerlo. Pero de su rostro no se asoma ni el más pequeño resquicio de felicidad. Y me aseguro al tomar su mano, por la forma en que le siento estremecer ante mi tacto.

            —Ross—susurro, Michael me observa consternado—. Lo sentimos mucho.
            —Gracias. Gracias en verdad, Rach. A ambos.

 En silencio, me vuelvo hacia Michael. Por toparme con sus ojos ensombrecidos sé que él se siente de la misma manera, y estando segura de que él ve a través de mí con una habilidad impresionante, puede comprender como un si viera a un simple reflejo lo que siento por Ross ahora. Con suplicio en mis ojos, le ruego por una respuesta, un derroche de luz que me indique lo que tengo que hacer, o la mínima explicación a la increíble sonrisa que amenazan las comisuras de sus labios en medio de todo esto.

¿Qué planea?

            —¿Por qué no vienes con nosotros, Ross?

Mis ojos casi se desbordan de sus órbitas. ¿Qué?

            —¿Qué?—Ross le interroga.
            —Iremos a Neverland—Michael prosigue—. Quizá te vendrá perfecto venir.

 Veo sus ojos uno a la vez. Ese par de lagunas marrones emanan sinceridad, promesa de que sus palabras han sido verdad, y yo le apoyaría sin meditarlo un sólo momento.

            —¿Vendrías?—apenas aparece mi voz.

Ross medita, parece en verdad pensarlo por un momento. Pero pronto termina, cuando niega firme con ambas manos frente a él.

—Oh, no, no—titubea, con la consternación aún de lleno en su rostro—. No podría, Michael. Te lo agradezco... A ambos, bastante, y la verdad es que han sido un inmenso apoyo para mí hasta este momento pero... Es sólo que... No quiero saber que esto podría empeorar incluso más.

Michael asiente con sus ojos adheridos al suelo.

—Entiendo, Ross—dice en un susurro—. Pero al menos, déjanos llevarte al aeropuerto. Se te hará tarde, y quizá ella te encuentre allá. Tienes que asegurarte. 
            —¿Harían eso? 
—Por supuesto que sí—entorno mis ojos entre risas. Tomo una valija, Michael me imita tomando con sus manos otro par—. Anda, vamos. 

Ross nos sigue a ambos hacia el exterior. Y por primera vez, por una en mucho tiempo, siento que las circunstancias ya no nos darán la espalda, en su nueva dirección cuesta arriba.

En el trayecto al aeropuerto Michael trata repetidamente de animar a Ross, y parece que esa angustia que cargaba se esfumó de pronto de su rostro. Hemos logrado entrar a la terminal de vuelos internacionales por la parte trasera, luego de tener que llegar a un acuerdo con los agentes de seguridad del aeropuerto. Asunto que no deja de sorprenderme, siendo que Michael había visitado la ciudad hace algunos meses atrás. Pero al final, las dificultades han quedado de lado e ingresamos como se ha ensayado. Aunque para Ross todo esto implique una nueva experiencia, y que más de una vez tuve que aguantarme la risa, por todas esas caras de sorpresa que ponía.

—Debería acompañarlo—vislumbro a Ross, que con la mirada analiza el lugar entero al encontrarnos a punto de ingresar a la terminal.

El rostro de Michael se ilumina en una sonrisa, y besa fugazmente mis labios.

            —Estaré en la sala privada, Rach.

Luego de asentir, salgo del círculo de hombres que con cuidado nos protegen, y tomo asiento en el área de espera en la que Ross aguarda aparentemente paciente. Personas van y vienen, al igual que varios minutos pesando sobre mi cabeza acompañados de miles de suspiros que aparecen de sus labios, pero ni rastro de Emily. Nada.

—No puedo creerme que haya hecho esto—murmura con la mirada perdida frente a él—. ¿Es que fui un completo idiota por creer que ella aparecería?
—No, Ross—replico inmediatamente—. No eres un idiota. Eres sólo un chico, que está bastante enamorado.
—Viene a ser lo mismo—se burla.

Para cuando él intenta continuar, a través del altavoz resuena el último llamado al vuelo de Ross.

—Bueno—admite con voz entristecida, retorciendo sus dedos sobre su regazo—, supongo que eso ha sido todo, ¿no?

¡Con un demonio! ¡Cómo me duele verle así! Y más aún, espero que Emily tenga la mísera idea de lo que le está haciendo pasar. Si tenía una idea más baja de alguien en este momento, era de ella precisamente. No comprendo cómo es que Ross continúa poniendo su confianza en ella.

—No. No lo creo—espeto, más contenida que antes. Ross me analiza con sus ojos confundidos—. Creo que deberías venir con nosotros.
—Rachel...
—...No. En verdad lo creo—le interrumpo. No concibo lo molesta que estoy—. Deberías venir, aclarar tus ideas, y poner tu distancia con todo esto. Ya has oído a Michael, él desea que nos acompañes, y estoy de acuerdo con él. Esto te sentaría de maravilla.

Ross pierde su vista en toda esa multitud circulando frente a él una vez más.

            —Supongo que... —balbucea—. Supongo que podría hacerlo.
            —Por supuesto que puedes.
—Sí, creo que sí. Puedo hacerlo—sus labios advierten una sonrisa—. Voy a hacerlo, iré con ustedes.
—¡Claro! —me pongo de pie y comienzo a tomar algunas de sus valijas—. Va a fascinarte Neverland, Ross. Eres el único que falta por conocerlo.
—Ya lo creo que sí, Rach.

Me aproximo a ayudarle al ver que ha tomado algunas valijas también, y comenzamos a andar de una vez hacia la sala en la que Michael aguarda por nosotros, hasta el momento en el que siento el cuerpo entero de Ross tensarse detrás del mío.

            —Oh, aguarda—exclama—. Me he dejado la chaqueta.

Deja ir mi mano y vuelve al sitio de antes para tomar la chaqueta que mecía del respaldo del asiento. Y es al instante en que lo advierto regresar, que él se detiene en seco, tropezando sobre sí mismo y con los ojos abiertos y a punto de desorbitarse. Sus ojos se pierden en los de otra persona, un par de ojos avellana bastantes familiares, de los que ahora sólo veo lágrimas supurar.

Ella me mira, mira mi mano sosteniendo valijas de Ross y con esa oscura expresión sé que ha comprendido nuestras intenciones. Trato de ponerme en su sitio, y para mi desgracia, por todos los ángulos posibles por donde lo mire, aquello no deja de mirarse terriblemente mal.

Palidece, la sangre se hiela bajo su piel.


            —Emily...

3 comentarios:

  1. Estubo increíble Katty eres fantastica gracias por compartir esta hermosa novelaa solo hermosaaaaaaa...... besos ...........cuando es el próximo capii me estoymuriendo ........Sigue así lo haces muy bien

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