domingo, 13 de septiembre de 2015

Capítulo 30: "Su Mundo"

Lo que quedó de la semana fue una hazaña por olvidarlo todo.

Tan irreal, que en el primer instante en que he puesto un pie en Neverland, la fría imagen del aeropuerto se había marchado sin problemas de mis pensamientos. Jamás vi lágrimas en los ojos de Emily cuando ella nos ha sorprendido en el aeropuerto, Ross nunca fue tras ella luego de haber salido corriendo del lugar entre sollozos, y yo jamás corrí a estamparme a los brazos de Michael con el único deseo de ser consolada. Como si de pronto, la escena simplemente no hubiese existido. Aunque todo aquello, tan real como sé que era, jamás dejaría de preocuparme.

Esta mañana, luego de un espléndido desayuno y de haber perdido a Michael por cuestiones de trabajo durante algunas horas, me digno a tratar de comunicarme con mis amigos con la esperanza de que esta vez, aunque fuese una sola vez luego de casi una semana, logre comunicarme con ellos.

Un suspiro brota de mi boca al entrar a la habitación de Michael. Tengo mi fe entera en que esta vez lograré hablar con alguno de ellos.

—Por favor... —el tono de espera resuena por el auricular—. Por favor, por favor, por favor. Contesten...

Un tono, dos tonos, y antes de entrar el tercero, la frecuencia se hace más corta y repetitiva al continuar. Maldita sea, se ha cortado.

—¿Pero qué diablos pasa?—mi voz es increíblemente baja, como si aún encontrándome sola en la habitación fuese motivo para que alguien más me escuchara maldecir. De la mesita de noche tomo el papel en el que Michael me ha anotado la lada para llamar a Manhattan. La había marcado bien, ¿no? —. ¡Por favor!

Esta vez, ni un solo tono de espera brota del auricular.

—Muy bien, aquí voy—marco cada número detenidamente para asegurar que no me equivoco en alguno de los dígitos—. Contesten, maldita sea, debo hablar con ustedes...

Los tonos suenan, uno tras otro. Parece que ha entrado la llamada. Por un segundo, escuchar esos endemoniados tonos me hace sonreír, aunque la desesperación me siga comiendo viva. Y por otro, me parece oír la voz de alguien vociferando fuera de la habitación, más y más cerca a cada paso.

¿Michael...?—parece la voz de una mujer, sus pasos resuenan uno más potente que el anterior. Decido ignorarlo, mientras mantengo el auricular adherido a mi oído—. Al parecer tu línea estaba ocupada, así que me han dejado pasar sin avisar...

La llamada parece continuar en línea, decido aguardar lo más que me es posible, pero la voz de esa mujer comienza a erizar mi piel, cada vez más cercana. ¿Viene hacia acá? Me giro sobre mí misma para asegurar mi torpeza; la puerta de la habitación, la he dejado abierta.

—...Esta mañana he visitado a la familia, y me apeteció... —su voz, con esas últimas palabras resonando dentro de la habitación, se detiene en seco—. A ti no te conozco.

Casi me quedo sin respiración.

Inmediatamente cuelgo el teléfono, importándome menos si alguien me ha contestado del otro lado. Me giro al ponerme de pie, y pestañeando me encuentro con una mujer evidentemente atractiva, va bien vestida, arrojando al caño los jeans rotos y la playera blanca que llevo puesta. Por Dios, yo hecha un desastre y ella tan elegante, y con ese par de inmensos ojos marrones amenazando los míos. Esos ojos, por Dios, como si se trataran de los del mismo Michael.

—¿Quién eres?—me mira desafiante, no me puedo creer lo parecida que es a él. Apostaría a que se trata de una de sus hermanas. Pero, ¿Cómo estar segura?
—Am, y-yo... yo soy... —¿Qué se supone que debía decirle? ¿Podría decirle la verdad a ella? Maldición, Michael, ¡aparécete ya!
—¿Mi hermano sabe que estás aquí?—sus pasos la acercan considerablemente a mí, me estremezco, pero al menos ella me ha asegurado algo. ¿Pero de cuál hermana se trata? Debería saberlo.
—Tranquila... —lanzo al aire. Mi voz suena, por mucho, insegura—. No me conoces. Yo soy...
—¿¡Janet!?

Ambas nos giramos para encontrar a Michael bajo el umbral de la puerta. Pestañea repetidamente al observarnos a ambas. Sin chistar un segundo, se acerca a mí y al momento en que su mano aferra firme la mía, vuelvo a sentir mi ritmo cardiaco volviendo a la normalidad. Con la mirada desconcertada, ella estudia nuestras manos unidas.

—Por Dios, Janet—Michael titubea en un hilo de voz—, desearía que hubieras avisado que venías.


Ella parece no reaccionar.


—Pero, si justo trataba de explicar que…—vuelve a mirarnos a uno luego del otro—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién es ella?


Michael se gira hacia mí con las mejillas ardiendo y entumecidas en una sonrisa nerviosa.


—Quise decírselo antes de que aparecieras—admito para él. ¿Por qué me siento tan apenada?
—Escucha—Michael suspira, aún de mi mano nos conduce a ambas fuera de la habitación con pasos sigilosos. Sigo sin poder mantener la mirada de ella mientras comenzamos a andar—. Salgamos de aquí. Hablemos en la estancia.


Mi cara permanece adherida al suelo hasta que sé que hemos llegado a la pequeña salita de estar. Michael toma asiento a mi lado, y sus dedos entrelazando los míos se sienten incluso más firmes. Janet toma asiento frente a nosotros. Se cruza de brazos y sus cejas se arquean desafiantes.


—Bien, soy toda oídos.
—Janet, ella es...—susurra tímido. Por su tono, él mismo me lo asegura. Dios, está por decírselo—. Y por favor, no te alteres tanto, ¿de acuerdo?


Río con el momento. Hace unos momentos estaba por decirlo yo misma, ¿es en verdad tan difícil para él?


—Oh, sólo dilo, Michael...—ella le riñe.
—Tendrás que prometer no bombardearla a ella o a mí con tus tontas preguntas luego de esto, pero...—su voz se esfuma por un momento, su mano coge la mía más ansiosa—. Ella, es mi pareja. Somos... novios, Janet.


Una sonrisa se congela en mi rostro. No puedo creer la fuerza con la que estoy tomando su mano. Quizá lo lastimo, pero ¿de qué otra forma aguardaría por una reacción luego de esto?


—Oh, Dios mío...


Ella inhala con una fuerza impresionante y su mandíbula entonces cae al suelo. Sus ojos, parecen desorbitarse al clavarse con los míos, y teniendo en cuenta esa sorpresa que derrocha su mirada, jamás me siento tan segura; si yo se lo hubiera dicho antes de que Michael llegara, ni de broma me hubiera creído.


—¿Y por qué diablos no me lo habías dicho?—exclama de pronto. Oh, no. ¿Está molesta?—. ¡He estado a punto de soltarle un sermón cuando la vi en tu habitación!


Inmediatamente evoco nuestra vergonzosa escena dentro de la habitación. Ella detenida detrás de mí, aún al oírle llamarme no detengo mi llamada telefónica y cuando por fin la encaro sé que ganas le sobran de llamar a seguridad. ¡Pero qué vergüenza!


—¿Qué? ¿Por qué?—Michael se remueve sobre el sofá, estudiándonos a ambas.
—No ha sido nada—le tranquilizo a ambos, aún mirándola pestañear trato de que mis palabras se dirijan hacia ella—. No sabías quién soy, puedo entenderlo. Descuida.
—Por Dios, tienes que disculparme…—lentamente tiende su mano en mi dirección. Oh, no. ¿Ni mi nombre le he dicho?
—...Rachel—musito.
—Rachel, linda, no he querido hablarte así hace un momento...—de un movimiento zafa mi mano de entre la de Michael para tomarla ella. Un segundo más y sé que voy a partirme de risa por la confusión que sale de los ojos de Michael—. Te lo juro, cuando te miré he creído incluso que se trataba de alguna chica que se había escabullido hasta acá. Y teniendo en cuenta que eres la primer mujer que encuentro en la habitación de mi hermano, he tenido que...
—Janet...—Michael le reprime.

Janet da un respingo y sus mejillas centellan en un tono de calidez.


—Lo siento...—suspira—. Rachel, lamento que hayas presenciado mi agresión antes. Juro que si lo hubiera sabido antes, entonces yo no...
—No, no—le interrumpo, y llevando una mano a la altura de mi pecho le quiero asegurar—. Por favor, te lo prometo, no ha sido nada.


Michael deja escapar un par de risitas. Siento su mirada arrastrando la mía hacia él.

—¿No es la persona más linda que hayas conocido jamás?—miro a Michael, ruborizada, y sólo para toparme con un perfecto guiño que me envía con afán seductor.

—Lo es, y también es muy linda—Janet se ríe—. Eres muy linda, Rachel. Pero, ¿Cómo es que sucedió? ¿Desde cuándo es que ustedes...?
            —Janet, ¿Qué he dicho sobre las preguntas antes?
—Lo sé, sé que lo has dicho—Janet resopla entornando los ojos—. Pero, perdona, tengo que saber al menos. Si ya he cometido un error por no saberlo antes, al menos me gustaría prevenirme.


Michael arroja un suspiro agotado al aire.


—Bien—él se incorpora y me lanza un atisbo de diversión en su mirada—, en la versión corta, Janet, cuando la conocí le he parecido tan encantador que no dejó ni por un momento de pensarme, hasta el día en que por fin ha querido besarme y comenzamos a estar juntos.


Janet lo mira confundida. Por ese rostro, sé que Michael aguarda a que yo haga lo mismo, en vano. Yo también puedo jugar.


—Y en la versión larga—replico rogando sonar lo más seria posible—, rompo con él, por contarle a la gente la versión corta.


Tan pronto como quiero retar a Michael con mi respuesta, él ya se ocupa de adelantarse y estamparme un beso fugaz en los labios.


—Mmm, ¿Podrás?—se burla. Su jueguito de sus cejas subiendo y bajando sobre sus ojos me obliga a querer olvidarme de que Janet se encuentra con nosotros. ¡Dios!

—Me lo pensaría, con lo increíble que eres—susurro, más cerca de él.

Michael simplemente se echa a reír.


—Hemos estado juntos desde el día de mi cumpleaños, Janet—admite con un poco más de seriedad, y algo de dulzura en su tono—. Para resumirlo, no me la he podido sacar de la cabeza desde que la he conocido. Ella y yo luego hemos sido buenos amigos durante un tiempo... Hasta que las cosas entre ambos, para mi gloria, tuvieron que suceder—sin haber terminado de pronunciar aquello, se incorpora poniéndose de pie frente a nosotras—. Lo demás lo sabrás luego, supongo. Mac acaba de llegar.

De pronto, él se aleja del lugar apresurado, ¿Mac acaba de llegar? ¿Cómo es que se enteró de que alguien venía? Janet me dirige un par de miradas extrañadas y justo cuando le he querido contestar, Michael reaparece acompañado de un niño pequeño que no deja de sonreír mientras ambos se vuelven a acercar. Inmediatamente lo ubico, ¡Es el pequeño Macaulay Culkin!


           —Hola, Janet—Mac se acerca a Janet acentuando una cálida sonrisa.
           —Hola, pequeño—ella replica con esa misma calidez.
—Rach, es esta la sorpresa que te mencionaba durante el desayuno. No me refería a mi hermana y sus preguntas abrumadas—en un mohín Michael le saca la lengua a su hermana, quiero estudiar a Janet con ternura pero ella se limita a fulminarle con la mirada—. Mac, ella es Rachel. Me fascina que por fin puedas conocerla.


Con ese gesto dulce que no se borra de su rostro, Mac tiende una mano en mi dirección. La estrecho sin pensármelo.

—Oh, Michael no se callaba cuando hablaba de ti—dice mientras aún se encuentra agitando mi mano—. Eres muy bonita.
—Gracias, Mac—musito. Siento mis mejillas ardiendo ante esa sonrisa—. Es un enorme gusto conocerte, eres un niño muy lindo.
—¿Has oído eso, Michael? Creo que tienes competencia ahora—Mac le da un codazo amistoso a Michael, y por poco se me escapan un par de risas frente a todos.
—¿Ah, sí? Ya veremos eso luego—Michael toma el mismo asiento de antes y apenas lo hace, vuelve a entrelazar sus dedos entre los míos. Mac le imita y toma asiento a un costado de Janet—. Mac ha venido a pasar la tarde con nosotros aquí en Neverland.
—¿De verdad?—le obsequio uno de mis mejores rostros al pequeño—. ¿Y qué te gustaría hacer, Mac?
—No lo sé...—se encoge de hombros, perdiendo su vista hacia el ventanal que muestra los inmensos jardines tendiéndose al exterior.


Los ojos de Michael se tornan divertidos.


           —Hace un día muy lindo como para quedarnos aquí adentro, ¿no lo crees?


Mac sonríe pícaro.


           —Tan lindo como para dar un paseo por los jardines, y nada más, ¿no?


Janet vocifera ansiosa y su tono de preocupación despierta mi curiosidad.

—O tan lindo como para tener una guerra de globos de agua—Mac se gira hacia nosotros y da pequeños saltitos aún sentado en el sofá.

Parece que Michael se lo piensa por unos segundos, sus labios se transforman en una fina línea de meditación y sus ojos luego se topan con los míos.

—Sólo si Rachel quiere.
            —Claro que sí—afirmo—. ¿Por qué no querría?

¿De qué otra forma podría terminar de romper el hielo con Janet y el pequeño Mac? Además, promete ser divertido, me vendría de luces un poco de relajación. Michael irrumpe mis pensamientos con un pequeño beso que deja sobre mis labios.

—Aunque probablemente, Janet no quiera jugar—Michael se bufa frente a nosotros—. No querría terminar con toda esa linda ropa empapada, ¿o sí?
            —¿Y qué te hace creer que terminaré empapada?
            —De todas esas veces que hemos jugado, ¿alguna vez has terminado seca?

Los labios de Janet se abren amplios como buscando responder a la burla de Michael. Mac mientras tanto los mira alternadamente y sé que está al borde de dejar escapar una carcajada. Mirarles a los tres de aquella manera me hace sentir ajena a la situación, pero deleitada hasta lo indecible. Es este el mundo real de Michael. Fuera de todo ese ojo público, él existía igual fuera del escenario, y tener la oportunidad de mirar a primera instancia su mundo personal, al lado de su familia y amigos, agrandaba mi corazón diez veces su tamaño. No había mayor sinceridad o inocencia que aquella que jamás deja de emanar su sonrisa. Todo es mejor cuando está él, y es increíble asegurarme de que no soy la única en la que su presencia tiene este tipo de efecto.

—¡Vayamos, entonces!—Mac se incorpora poniéndose de pie y mirándonos impaciente, aplaude sus manos un puñado de veces.

Janet asiente vencida, sin perder un segundo más nos dirigimos juntos a la planta baja y salimos hacia el jardín. El día es increíblemente cálido para tratarse del último día del año. Sonrío con la brisa fresca que siento chocar con mi rostro.

—Sabrás qué se siente estar en un equipo ganador, pequeña—Michael coge mi mano y usa su sombrero negro de fieltro habitual. No deja de sentarle perfecto, me fascina verle utilizarlo.

Janet le aparta rápidamente y busca tomar mi brazo con sutileza.

—Ah, no, no, no. Nada de eso—espeta—. Rachel será conmigo. Los chicos contra las chicas.

Miro a Janet con complicidad. Ni una hora de conocerla y no deja de caerme bien.

—Por mí, suena perfecto—sonrío.
—Así que las chicas se han vuelto de pronto cómplices, ¿no? Perfecto—en sólo un perfecto movimiento Michael acerca sus labios lo suficiente al nivel de mis oídos. Por Dios, mi piel se eriza incluso antes de que comience a susurrar—. Trataré de no empaparte demasiado.

Se aparta sin más, dejándome la sensación de que sus labios han rozado mi mejilla.

Con manos a la obra, juntamos un total de cincuenta globos repletos de agua. Los apilamos en cubos de plástico diferentes y los transportamos hasta el centro del jardín principal en un carrito de golf que Michael ha dejado que Mac conduzca para variar. Janet atraviesa una serie de mini infartos cuando Mac aparenta perder el control durante el trayecto y es precisamente ése el momento en el que yo disfruto de las impecables carcajadas de Michael resonando a través de todo ese bendito y decorado exterior que aguarda por todos nosotros.

—De acuerdo, las reglas son estas—Michael afirma al posicionar los dos cubos repletos de globos de agua justo al centro del jardín—. Los globos del cubo azul serán para Mac y para mí. Para ustedes, señoritas, serán los del cubo rojo. Y ya lo saben, los límites serán el pequeño pórtico cerca de la casa, y aquellos robles que dan comienzo a la piscina.

Mac y Janet asienten entre un par de miradas serias. Michael frota lentamente sus manos y obsequia una sonrisa determinante a ambos. A sobra de sentido común, sé quién pretende ser el ganador de esta batalla. Maldición, estos chicos son expertos en guerras de agua, ¿Qué se supone que haré en cuanto esto comience?

No perder la calma, para empezar.

De acuerdo, Janet y yo constamos de veinticinco globos en nuestro cubo. Quizá con un poco de destreza logre tomar un puñado de ellos entre mis brazos y escabullirme hacia los arbustos cerca del pequeño pórtico para refugiarme. De Mac no me preocupo demasiado. Michael me desafía con un guiño que desprende su mirada, luce bastante convencido, y con una arrogancia que lo hace lucir encantador, pero no iba a darle tan fácil aquella satisfacción. Es mi primer guerra de globos de agua y había que tener que lucirme si no quería ser el hazmerreír de todos por el resto de la tarde.

            —Bien, hagámoslo—Mac ajusta las agujetas de sus zapatos.
—El juego termina cuando los globos de algún cubo se hayan terminado—Michael continúa—. Un equipo gana, sólo si en el contrario las dos personas han quedado empapadas. ¿Está bien?
—¡Sí! —Mac replica. Janet asiente a la par.
—¿Lista, pequeña?—Michael musita cerca, ajustando su sombrero entre sus rizos ya despeinados.
—Por supuesto que no, Michael—paso una mano por mi cabello para acomodar algunos mechones que vuelan con el viento sin despegar mi mirada del par de cubos frente a nosotros. Él se carcajea al instante.
—Bien, entonces, al contar hasta tres—vocifera orgulloso—. Uno... dos... ¡Tres...!

No termino ni de escuchar la estruendosa voz de Michael disipándose alrededor y me abalanzo contra nuestro cubo, decidida a tomar al menos tres globos cargados de agua entre mis brazos. No me entero de nada más. En plena carrera por llegar a los arbustos que me servirían de escondite, Janet ya se habría desaparecido. Miro entre zancadas a mis espaldas y al igual que ella, Michael y Mac no dejan rastro alguno luego de darme cuenta de que han tomado casi la mitad de los globos de agua que ellos tenían. ¿A dónde fueron todos?

—Dios... —ahogo un suspiro por recuperar el aliento. Agradezco que los globos entre mis brazos hayan permanecido intactos luego de que los he estrujado como una demente.

¿Qué se supone que haga ahora? Miro los globos que aún sostengo y no tengo ni idea de cómo seguir, o a dónde dirigirme ahora que sé que todos han desaparecido. Entonces, un puñado de movimientos algunos metros alejados de mí llaman mi atención. Aquellas señas se delatan por sí mismas.

            —¿Janet...?

Me sonríe detrás de todo ese plantío. Trata de articular algo con el movimiento de sus labios pero no logro advertirlo. Cuando ella trata de acercarse un poco más, es Mac detrás de ella quien ahora roba mi entera atención, sosteniendo un gran globo de agua listo para lanzarlo contra ella. ¡Oh, no, maldición!

—¡No, Mac, no...! —consigo gritar en el instante en que Janet es empapada frente a mis ojos.

Ella mira a su alrededor desesperada, y en mi intento de ubicar a Mac de nuevo entre los arbustos, siento todo un chorro de agua esparcirse por cada parte de mi cuerpo. Toso a pleno pulmón, pestañeo confundida y lucho por despojar el agua que ha caído dentro de mis ojos. Toma sólo un par de labios que de pronto se prenden con fuerza de los míos para estar segura del nombre del responsable.

—¡Lo lamento, pequeña, pero tengo que ganar!—Michael, que ya se encuentra huyendo a lo lejos, toma otro par de globos del centro del jardín. Desesperada, le lanzo los globos que sostenía. Por supuesto, ninguno logra tocarlo.

Entonces mis carcajadas opacan las de los demás, en el remoto momento en que Janet logra estampar un par de globos al cuerpo de Mac.

—¡Pagarás por ello, Janet!—Michael vocifera a la lejanía. Odiosamente, ni una sola gota de agua ha tocado su cuerpo.

El campo se proyecta completamente vacío frente a mí. ¡Es mi oportunidad! Esta guerra no podía terminar sin que yo misma me encargue de mojar a Michael una sola vez al menos. Me apresuro con más fuerza de la que poseo al centro del jardín para tomar más globos de agua de nuestro cubo. Detrás de mí revolotean algunos pasos, y conociendo esos pasos innegablemente, me giro para comprobarlo yo misma.

—Oh, Dios, no, no…

En sólo un segundo sus brazos aferran sorpresivos mi cintura, haciéndonos tropezar a ambos sobre el césped remojado. Por un segundo sé que mi plan ha fallado deliberadamente, pero por otro, quiero ser yo quien le empape, a como diera lugar.

—¡Agh, mi pie!—gruño con él encima de mí. La mentira suena tan patética como lo había imaginado.
—Dios mío, linda. ¿Estás bien?—él busca incorporarse de inmediato, ayudándome a poner de nuevo los pies sobre la tierra—. ¿Te he lastimado?
—Creo que sí... —miento—. Es el tobillo, supongo.
—No, no. Ven aquí—me toma entre sus brazos con fuerza, me abraza con dulzura un momento importándole menos si puedo empaparle con mi propia ropa adherida a su cuerpo. Maldición, voy a odiarme luego de esto.

Janet, apareciendo por detrás de él, tiende un globo de agua a mis manos. Lo tomo con suma cautela antes de que ella desaparezca y lo elevo hasta a la altura de su cabeza. Michael no tiene una sola idea de lo que viene.

            —¡Michael, corre! —la voz de Mac resuena en el jardín entero.

Inmediatamente, Michael se evapora de entre mis brazos. El globo cae de lleno contra el suelo y casi puedo escuchar todas esas quejas que Janet lanza al aire lejos de nosotros.

—Me lo cobraré con intereses, Rachel—Michael espeta con sus enormes ojos seductores apoderándose de mí—. Ya verás.

Nuestras risas se ocupan de llenar todo ese campo vacío. Janet y yo nos ocupamos de lanzar bombazos de agua a discreción, mientras Michael y Mac parecen estar jugando al tiro al blanco con nosotras, atinando a casi la totalidad de los ataques que ellos provocaban. No recordé la última vez que me divertía tanto, la única vez que sentí que todo estaba bien. Deteniéndome un momento, mirando alrededor y sorprendiéndome en toda esa diversión e inocencia que Michael emanaba en cada sonrisa. Me encuentro empapada completamente, incómoda entre mis ropas, pero con seguridad, más viva que nunca. Lo miro, y vuelvo a alucinar. Sabiéndole tan vivo, tan, digamos, tan tierno, que me da infinito gusto quererle.

Treinta y tres globos lanzados después, nuestras municiones se agotan, y escriben ya la victoria.

—Te encuentras algo seco, para mi gusto—Janet refunfuña, observando a Michael de brazos cruzados.

Michael se carcajea echando su cabeza hacia atrás.

—Estás molesta porque Mac y yo ganamos—repone, la sonrisa de Mac se acentúa—. No has salido ni un solo segundo de estos árboles, Janet. Mac, Rachel y yo hemos sido los únicos que hemos salido. Y mírate, empapada hasta los calcetines.
—Ajá... —los ojos de Janet se entornan aparentemente molestos—. ¿Y cómo ha sido que ni una sola gota te ha tocado? No me sorprendería que Mac y tú hayan hecho alguna de sus trampas.
—Nada de trampas. No me he mojado porque sé jugar, hermanita—pierde su vista alrededor, luego una sonrisa radiante aparece en su rostro al señalar la piscina a un par de metros de distancia—. Permanecería seco incluso si camino al borde de la piscina con los ojos vendados. ¡Incluso si subo al trampolín y bailo encima!
            —¿Quieres apostar?

Michael se bufa obsequiándome un perfecto arqueo de cejas justo antes de alejarse y comenzar a trepar por la escalerilla que llevaba al trampolín de la piscina. No sé cuánto más podré contener la risa. ¿Era en serio?

            —Oh, sólo míralo...—Janet me mira satisfecha.
            —No puedo creerlo—susurro.

Unas risitas brotan de Mac y lleva ambas manos a sus labios para ocultarlas. Ubico a Michael varios metros por encima de todos nosotros. Apoyado firme cerca del borde del trampolín ajusta su sombrero e idealiza una serie de pasos de baile impecables. Zapatea, salta y se gira un par de veces como si nada importara, como si ignorara el hecho de que sólo toma un paso en falso para que él caiga de bruces contra el agua.

Una idea llega a mi cabeza.

—Mac... —atraigo su atención. Mac se gira de inmediato y sus ojos me estudian expectantes—. Michael se mira bastante presumido allá arriba, ¿no lo crees?

No basta más para estar segura de que él lo ha entendido a la perfección.

—¿Qué va a hacer?—Janet me cuestiona, sin despegar su mirada del pequeño Mac escalando a pasos cuidadosos la escalerilla de la piscina.
—Oh, sólo aguarda—me burlo.

Mac llega hasta el último escalón, y entre toda esa arrogancia, Michael no parece estar enterado ni mucho menos. Un solo empujón basta, uno con la fuerza correcta, que ni con toda esa lucha que emprende por recuperar el equilibrio, evita que Michael se desplome profundo hacia la piscina. Janet y yo colapsamos entre risas inmediatamente.

—¡¡Mac...!!—Michael vocifera apenas ha tenido la oportunidad de incorporarse dentro del agua y despegar algunos mechones de pelo que se han adherido a su rostro—. ¡Voy a matarte...! ¡¡Voy a matarte, Mac!!

Aún con la tripa ardiendo de tanto reír, corro a uno de los armarios cerca de la piscina y tomo una toalla seca para Michael. Regreso a zancadas inmensas, y lo miro ya aproximándose dentro hacia el borde. Me inclino de cuclillas para mirarle mejor.

—Lo siento, pequeño. Pero tenía que mojarte—le guiño un ojo, y trato de evocar el mismo tono arrogante y encantador que él ha utilizado la primera vez que me empapó con un globo de agua.

Sus ojos se abren amplios y mi orgullo se dispara hacia los cielos. Me inclino más incluso, y poso mis labios contra los suyos, recordando que él ha cerrado el trato antes de la misma manera. Entonces sus brazos se tienden de mi cuello, y eliminan el soporte que mis piernas mantenían. Inevitablemente, caigo de lleno contra el agua, y me aferro abatida hacia los brazos de Michael, alarmada de la profundidad, de que mis pies ni por muy lejos tocan el fondo.

Él mutila mi tímpano con sus carcajadas limpias.

—Te he dicho que me lo cobraría, princesa—susurra aún adherido a mis propios labios. Jadeando ante toda esa falta de aliento.

Ciño mi cuerpo contra el suyo, y sus brazos ceden inmediatamente tomándome con mayor fuerza, restregándome contra él. No lo pienso más, y enredando mis brazos alrededor de su cuello vuelvo a prenderme de sus labios, volvemos a devorar la carnosidad del otro ignorando el acelerar de nuestras respiraciones, fulminando todo ese aliento suyo que ahora me pertenece. La mano de Michael aprisiona mi nuca, y sus labios presionan los míos con más devoción. Los tomo sin contenerme, su labio inferior se hace mío y halo de él sin el mínimo reparo. Maldición, los besos así, besarle, era celestial.

—¡Dan asco!—Janet suelta con bullicio. Me giro hacia ella con toda la intención de fulminarle con la mirada.
—¡Ya quisieras, Damita!—Michael vocifera sin soltarme. ¿”Damita”?
—¡Ew...!—ella replica, irritada—. ¡Sabes que no me gusta que me llamen así! ¡Joe!

Mis ojos se vuelven a los de él con un atisbo de diversión.

            —¿Así que eres ‘Joey’ también? —me río.
—Michael, Joe, Joey, tuyo…—asiente tímido—. Como prefieras llamarme, linda.
—Me gusta más Michael... pero de cualquier forma eres tú, y así me encantas.

Las comisuras de sus labios se extienden ligeramente, y vuelve a inclinarse hacia mí. Le imito sin chistar, pero le siento detener justo antes de sentir su tacto.

—Por Dios, tus labios están completamente morados—mira mis ojos y mis labios uno a la vez—. Comienza a hacer frío. Volvamos, que no quiero que te resfríes por mi culpa.

Asiento sin resistirme. La verdad es que el frío había comenzado a presentarse en mi interior desde que él me ha empapado primero, pero las claras circunstancias me habían hecho olvidarme de cualquier molestia posible, y sus besos ofuscaban mi mente de todo lo demás.

La fuerte brisa de la tarde desapareciendo nos golpea apenas logramos salir. Por suerte, Janet ya aguardaba con un par de toallas secas para nosotros, y mi cuerpo no tambalea chorreando de agua por mucho tiempo más. Nos apresuramos de vuelta al interior de la casa, entre los pasos torpes que el frío en mis extremidades me obliga a articular, y a sabiendas de que los padres de Mac ya aguardaban por él a la entrada del recinto.

El pequeño Mac me obsequia una mirada sumamente tierna al estrechar mi mano una última vez.

—Ha sido muy divertido—musita orgulloso—. Voy a tener que pensar en un buen premio por haber ganado.
—Seguro que sí—Michael asiente agitándole los mechones rubios que caían sobre su frente—. Adiós, Mac. Y feliz fin de año.
—¡Feliz fin de año!

El pequeño replica alejándose en dirección a la entrada principal, sin dejar de agitar su mano hacia nosotros en todo momento. No dudo, y le obsequio una enorme sonrisa a la par.

—¿Y qué me dices de ti, hermano?—Janet se remueve sobre su asiento en el pequeño sofá de la estancia—. ¿Cuál será tu premio?

La mirada de Michael pasa de inocente a insosteniblemente seductora.

—No lo sé—musita dubitativo y besa con tranquilidad mi mejilla congelada—. La verdad es que ese beso en la piscina me ha dejado pensando.

Mi corazón martillea y sonrío con la ocurrencia. Busco sus ojos para confirmar que he escuchado bien. ¿En serio lo ha dicho?

—¿Duermen en la misma habitación?
—Por supuesto que dormimos en la misma habitación, Janet—Michael admite—. ¿Creías que la recluiría en alguna habitación de huéspedes?
—No, no... Por supuesto que no.

Su mirada parece perderse por unos instantes, titubea un poco y se encoge de hombros.

            —Y chicos... —susurra—. ¿Se están... ya saben... cuidando?

Resuenan risas dentro de mi cabeza, y casi conocen el exterior con el cuerpo de Michael estremeciéndose a mi lado. No imagino lo que él podría...

—...Por supuesto que sí—Michael espeta con seriedad—. Claro que nos cuidamos.

Se me corta la respiración. ¿Qué?

            —Sólo buscaba asegurarme. Me alegra que sí.

Janet me dirige una sonrisa que me es imposible corresponder. Estudio a Michael para comprobar que ha estado seguro de su respuesta, pero no logro recuperar su mirada. Como si él estuviera consciente de lo que ha ocurrido, y estuviera seguro de que yo también me he dado cuenta de su mentira.

—Creo que... que será mejor que suba ya—me incorporo para ponerme de pie. Llevo una mano a mi cabeza—. Parece que el cloro comienza a hacer efecto en mi cabello y lo tengo que lavar.

Y necesito tiempo a solas para pensar.

—Oh, claro que sí—Janet me imita y se aproxima sonriente—. Ha sido un placer inmenso conocerte, Rachel. Y sobre hace rato...
—Por favor, olvídalo—le aseguro y tomo una de sus manos—. El placer ha sido todo mío, Janet. Y estoy segura de que pronto nos volveremos a encontrar.

Su sonrisa se agranda con mis palabras. En un segundo me inclino y la estrujo dulcemente entre mis brazos, con cuidado de no empaparla un poco más. Siendo obvio que no es con ella con quien me encuentro molesta, precisamente.

            —Adiós... —musito. Su rostro reluce en un gesto de sinceridad.
—Te alcanzo en un momento, Rach—Michael titubea, y cómo no, continúa evitando mi mirada. Increíble en verdad, cómo las cosas pueden cambiar de un segundo a otro.

No puedo más sino sonreír, antes de apresurarme escaleras arriba.

Al entrar a la habitación, busco entre mis valijas la ropa que usaré luego de ducharme. Por un momento, se me ocurre llevar mi ropa hacia otra de las habitaciones para tomar una ducha en algún otro lugar. Desecho la idea de inmediato. No es como que yo tenga la necesidad de sentirme culpable por algo de lo que muy a mi desilusión, tendría que hablar con Michael después.

Elijo al final una falda de lino blanco y una blusa desmangada con botones a juego. Un par de pasos firmes me detienen en seco antes de dirigirme al cuarto de baño.

—¿Está todo bien?—su voz resuena temerosa por la habitación. Me giro despacio para contemplarle, y palidezco ante su expresión destruida.

No, no puedo resistirme.

—Le mentiste a tu hermana—me encojo de hombros conteniendo el nudo en mi garganta que amenaza por dentro. Su mirada descendiendo acusa su remordimiento—. Y sobre un tema que sabes que es importante para mí. Para nosotros.
—Pequeña... —intenta aproximarse pero se detiene un par de pasos después—. He tenido que hacerlo. De haberle dicho la verdad, ella nos habría molestado con todas esas preguntas tontas sobre el tema... La conozco de toda mi vida, estoy seguro de...
—¿Preguntas tontas?—le corto—. Así que eso son para ti las preguntas que yo te he hecho sobre lo mismo, ¿no?... Sólo preguntas tontas.
—¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no, Rachel! Dios mío, soy un idiota, no he querido... E-es diferente para ti... tú y yo estamos juntos. No es un tema que...
—¿Qué es entonces, Michael?—niego conforme las palabras vuelven a brotar—. Sólo un tema del que he querido hablar contigo hasta el cansancio y tú no haces más que evitarlo.

Mi voz se rompe entonces, pero ni una sola lágrima logra escapar. Michael pasea una mano por su cabello con ansias.

—Estás... equivocándote—replica en un hilo de voz—. Yo jamás he tratado de evitar todo esto.

Sus ojos inexpresivos arden dentro de mí. Se convierten de pronto en un par de pilares imposibles de sostener con mi propia mirada. No quiero continuar con esto, no quiero que los benditos momentos que antes acudían dejen de rondar, no, no quiero que me vea llorar. No ahora. No lo vale, y él no es merecedor. Y con este asfixiante deseo por desaparecer de su vista, trato de sonreír. Intento poner final a esto con todo mi fuero interno en ello.

—Tienes razón—susurro con la mirada perdida—. Quizá es mejor así. Mejor seguir de esta forma, y no hablar más de esto.
—Rach, no, espera... No puedo dejar que te molestes. No quiero que...
—Tranquilo. No estoy molesta. Tan sólo quiero dejarlo ya, y evitarnos todo esto...—sin tener las fuerzas, le miro y trato de sonreír—. Tengo que ducharme.

Su rostro no es capaz de esconder su desilusión.

            —Está... está bien.

Aguardo en silencio, hasta mirarle dar la media vuelta y salir de la habitación. Ni un momento más perdido, y me encierro en la ducha junto con todo ese pesar tendiendo de mi espalda, con un nudo dentro de mí que no ha parecido sanar. Descubro mi cuerpo con un inevitable atisbo de pena brotando de adentro, incomprensible, inevitable también. Entonces dejo el agua caer.

Pensar que esto pudo haber terminado terriblemente mal. Que ahora es inmensamente más el querer tragarme mis palabras que el deseo de comprender todas esas inquietudes que sé que él tiene sobre esto, sobre nosotros dando el siguiente paso. Como si dependiera únicamente de mí, como si no interesara lo que él sintiera, o esperar por el momento en el que él estaría listo por ello. No, no lo podía creer. Esa persona que tanto ha querido reclamarle no podía tratarse de mí. Sé que quien ha buscado discutir con él hace unos momentos no era yo, sino ese terrible miedo que no ha terminado de sofocarme al pensar que no seré lo suficientemente buena para él. Que seré nada en todo lo que él es, que sus expectativas serán más de lo que yo alguna vez podría afrontar.

Se me olvidó recordarle que comprendía la espera, y que aceptaría cada una de esas inquietudes sin importar lo demás. Porque todo es nada cuando trataba de explicar lo que siento por él.

El frío se acentúa al salir. Consciente del tiempo que me he llevado en la ducha, me apresuro para vestirme y de paso, tomar un suéter que seguramente necesitaré. Cepillo mi cabello y trato de amoldarlo un poco con fijador. En un último vistazo a mi reflejo, decido utilizar un poco de mascara de pestañas, colorete, y un labial de un tono discreto para variar.

Desciendo al piso principal. Lo miro sereno al pie del comedor, y mi corazón martillea en mi pecho al acercarme cada vez más.

            —Hola.

Su voz es débil, pero no más que su sonrisa.

           —Hola...
—Luces... preciosa—titubea con su mirada estudiándome de pies a cabeza. Con mis mejillas a punto de explotar—. Lo siento, tenía que decirlo.
           —Gracias.
           —¿Sigues... enfadada conmigo?
—No estoy enfadada contigo, Michael...—termino de aproximarme a él, tan cerca como para sentir mío el calor de su cuerpo—. Estoy enfadada conmigo, de hecho, por haber construido una tormenta en un vaso de agua... De verdad lo siento.

Me inclino y beso lentamente sus labios, con simpleza, con un solo movimiento que sellaría mis palabras.

—También yo—repone, y con esa misma dulzura me vuelve a besar. Tan sencillo como eso, el roce de sus labios podía lograr eso y mucho más—. Nos han preparado la cena.

Tiende su mano hacia el comedor y con cautela me ayuda a tomar asiento, rodea la mesa elegante y toma asiento frente a mí, tomando una gran botella de vino rosado y sonriente sirve a medio nivel el par de copas delgadas frente a nosotros. Miro mi platillo, y luego el de él sin terminar de confundirme. La cena tiene pinta de pavo envinado y ensalada.

            —¿Pavo?—le miro ofuscada. Sus dientes relucen en una sonrisa.
—No es carne de verdad. Es soya, por supuesto. Ya sabes... No como nada que haya tenido rostro antes.
            —Por Dios, eso ha sonado tan Phoebe.

Una hermosa risa aparece de sus labios.
           
            —Espero que te guste, linda.

Miro mi plato un momento más. Jamás había comido antes soya, pero bueno, no lo sabría si no lo probaba primero, ¿no?

Sorpresivamente, engullo la cena con total naturalidad. De no haber escuchado que era una cena vegetariana, habría sentido perfectamente que se trataba de no más que una pieza de pavo convencional. Con toda la razón que él había tenido, la devoro antes de darme cuenta de que no dejé de llevarle ventaja. Quizá recae en toda la energía que gasté durante la tarde, o en todas esas risas y conversaciones íntimas que él hace aparecer de la nada, pero cuando quiero tomar un bocado más de mi plato, dolorosamente me percato de que me he comido ya hasta la última migaja.

—Ha estado delicioso—me excuso con la piel de mi rostro ardiendo. Tomo el último sorbo de vino de mi copa.

Michael me observa en silencio, y sé que está al borde de colapsar en sus risas.

—¿Llegaste a creer que la próxima vez que vendrías a Neverland estaríamos en esta situación, pequeña?—limpia el borde de sus labios con su servilleta. Acentuamos nuestras sonrisas a la par.
            —¿Juntos?—musito—. ¿Y con la capacidad de besarte cada que me plazca?

Él asiente en paz.

—Por supuesto que no—admito con el cuidado que requieren mis palabras. Observo el semblante de Michael tornarse serio en silencio—. Pero la idea de no llegar a estarlo no dejaba de aterrarme.

Y como si del secreto mayor revelado se tratase, su rostro se vuelve a iluminar.

—Y está a punto de ponerse mejor—dice con entusiasmo. Se incorpora para ponerse de pie y echar un vistazo fugaz al reloj de su muñeca—. Dios, tenemos que irnos ya.
—¿Qué? ¿Irnos a dónde?
—Ahora lo verás.

Se ríe por infinitos segundos, entonces sin darme tiempo de reaccionar toma mi mano y nos conduce en dirección al jardín principal en el que se hallan todas las atracciones. La noche es fría, aún cuando el cielo se encuentra despejado y deslumbrado por el brillo impecable de la luna en medio de todo lo demás. Andamos a trancos tales por el asfalto entre las otras atracciones, que casi tengo que correr para mantener su ritmo.

Comienzan a resonar las campanadas del reloj posicionado al centro del jardín. Campanadas que anuncian que la mitad de la noche está por llegar. Por Dios, ahora lo comprendo.

—¡Tengo esto perfectamente calculado!—Michael logra articular entre zancadas, y en unos segundos la inmensa Rueda de la Fortuna se haya frente a nosotros.

Seguimos andando y Michael hace una seña con sus manos al hombre que accionaría el control.

            —¡Michael, no vamos a lograrlo!

Tomamos asiento al fin y nos aseguramos en la pequeña cabina. La Rueda comienza a moverse quieta y despacio, con las mismas campanas apareciendo detrás.

—Esto va a ser increíble. Te lo prometo.
—Estás loco, Michael—replico con mi voz ya perdida entre risas. No sé cómo las he podido pronunciar.
—No sabes cuánto—y él vuelve a reír—. Aquí viene.

Nos detenemos entre toda esa armoniosa tranquilidad. Tendiendo del punto más alto, advierto la velocidad desvanecer. Michael pierde su vista expectante en el cielo estrellado, y vocifera la cuenta regresiva conforme hacen presencia las últimas campanadas que quedan por resonar. Los últimos tres segundos, y palidezco con su mirada perforando la mía. Segundos eternos, momentos infinitos que sé que se encontrarían por siempre en mi ser.

La cuenta llega a su fin. De los altavoces esparcidos por el lugar brota una impecable melodía clásica, y es entonces, que fuegos artificiales se encienden justo frente a nosotros, palpitando, centellando y con nosotros presenciándolo a primera fila, de la mano de la única persona con la que sé que lo disfrutaría con lágrimas de alegría supurando veloces por todo mi rostro. Obsequiándonos un espectáculo increíblemente brillante, maravilloso hasta lo indecible.

Michael me contempla cuando la serie de luces parece cesar. Con su dedo índice sobre mi rostro atrapa una de mis lágrimas.

—Esto es, porque sé que no será el último año nuevo que presenciaremos juntos...—susurra al apoyar su frente contra la mía. Cierro los ojos en paz, saciándome de sentir su cuerpo tan cerca del mío—. Porque esto es poco, en comparación con lo que significas para mí.

No puedo evitarlo, no puedo luchar por ello, y más lágrimas vuelven a aparecer, con un nudo que desgarra entera mi garganta, y que impide que el corazón se me escape por los labios.

—N-no podrás creer... jamás sabrás en verdad cuánto te quiero...—mi voz rota choca contra sus labios. Y los míos vuelven a arder con el único deseo de poder apoderarme de ellos.

Con mi vista turbada en sus labios, le miro sonreír, y lo hace antes de perderse por fin en mi boca. Me besa despacio, me besa firme y no quiero que pare. Su lengua se mueve exquisita y se encuentra con la mía, fundiendo nuestros alientos en uno mismo. Aprisiona mi labio inferior entre los suyos, y sintiendo su mano aprisionando mi cuello me aferro más a todo ese deseo. Sus labios me aseguran que jamás podría pasar un solo segundo de sentirlos ajenos, de que no existirán otros labios diferentes que quiera besar. Soy suya, ahora y hasta tener la última posibilidad. Y cada beso sería como si fuera el último que podríamos compartir.

Su respiración agitada me devuelve al presente. A nuestra inmensa realidad.

—Sé que ha sido un día largo para ambos, que estamos cansados... pero tenía que traerte aquí un momento...—él jadea con su frente apoyada contra la mía, sus manos aún ciñen mi cuerpo hacia él—. Luego, podríamos ir a la cama.

No evito bufarme en frente de él, y ruego porque no haya resonado demasiado. Me incorporo e intento estudiar su semblante mejor.

A la cama...—repito exasperada—. Mirar una película, o platicar en nuestras sábanas hasta quedarnos dormidos, ¿no?

Oh, no. Lo he dicho. Lo he soltado así sin más. Por un segundo pierdo su mirada, un terrible segundo.

—Va a llegar el momento, Rachel—susurra con las comisuras de sus labios ligeramente extendidas. Por poco me olvido de respirar.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto que sí—vuelve a mirarme—. Estoy seguro de ello.
—¿Cuándo entonces, Michael?
—Necesito un poco de tiempo. Es lo único que me atrevo a pedir a cambio.

Desciendo mi mirada hacia mi regazo, sin darme cuenta de que mis dedos se encuentran completamente anudados. No quiero creerlo, no puedo concebir que él llegara a sentir presión de mi parte. Ni mucho menos sobre esto. ¿Pero qué diablos pasa conmigo?

—Jamás te pediría que hicieras algo que no desearas—hago el intento por confesar, con todo el temor incrustado en la punta de mi lengua.

Michael reluce un par de risas que logran escapar.

            ­—¿En realidad piensas que no lo deseo?
            —¿Me... equivoco? —titubeo, lo hago sin poder mirarlo.
—Rachel, mírame, y escúchame muy bien—toma de mi mentón con sutileza para lograr que vuelva a observarle, a él únicamente—; mi adicción por ti comenzó desde el primer instante en que me sonreíste. Desde que te he conocido.

¡Desde que me ha conocido! Mis mejillas zumban, y jadeo con sus ojos perforando los míos, sé que mi rostro entero se mira ruborizado y por más que me es preciso, no puedo dejar de mirarlo, de desearlo.

 —Jamás he dejado de desearte, pequeña.

Susurra, y su mirada desciende a mis labios. Michael podía tenerme a sus pies de un momento a otro, y era odiosamente perfecto que él estuviera seguro de ello también. Una risita aparece, una que no ha sonado tan inocente como todas las demás.

—Espero que... que los demás estén... disfrutando de este momento tanto como yo—sólo con fuerza logro titubear. Maldición, mi respiración no deja de esfumarse a cada instante que Michael se comportaba de esta manera.

Él articula mi sonrisa favorita.

—Seguro que sí—admite—. Aunque dudo que lo hagan tan bien como nosotros.

Él entonces vuelve a donde no me canso de desearle, se acerca y sus labios vuelven a embriagarme de él, y un segundo antes de volver a desconectarme del mundo, no dejo de querer que nuestra suposición sea verdad.

Debí prever que me equivocaba.

2 comentarios:

  1. Dios mio, no se si llorar o gritar.
    Esto es tan hermoso, simplemente maravilloso, no tengo palabras, esta historia en su totalidad tiene una esencia tan única y hermosa. Creo que Racha, ama y desea tanto a Micha el que simplemente ya no se puede contener (y quien no) pero debería de ser un poco mas comprensiva. Kat, me dejaste sin palabras, otra vez, y como siempre es mucho mas de lo que esperaba, eres simplemente increíble!

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