lunes, 28 de septiembre de 2015

Capítulo 31: "No Sin Ella"

            —No, no puedo creerlo.

Michael musita sin despegar su mirada de mí. Me jura que está más que molesto.

Tantas veces había visitado su departamento antes. Todas, para cenar, olvidarme del tiempo junto con mis amigos, mirar una película, jugar videojuegos, o simplemente charlar. Cada oportunidad que tenía de charlar con Michael a solas era única, diferente y mejor a la anterior. Era algo que adoraba hacer. Ahora, he venido de nuevo a ello; a charlar. La única diferencia era, que ni una sola sonrisa ha brotado de los labios de ambos. Y cómo no, con lo que me he animado a soltar.

—Y-yo... tampoco, Michael—bisbiseo, o al menos lo intento—. Y te juro, no sé qué podría...
—No—me corta, entonces me olvido de continuar—. Lo que no puedo creer, es que siquiera lo estés considerando.
            —¿Qué? Es de mi matrimonio de lo que estamos hablando, Michael. 
—Así es. Y es de Rachel de quien hablamos también. No puedes sacarla de tu vida como si no significara nada, Ross. Como si sólo bastara con que Emily te condicionara por ello para venir a Nueva York, o que lo deseara para hacerlo realidad. ¿Es que no tienes idea de cuánto daño le harías?

Suspiro una vez más.

Lamentándome, evoco la llamada telefónica que todo lo marcaría. Esa vez que Emily me había contactado desde Londres y me había hecho creer que todo estaría bien de nuevo, en orden. Y más, cuando lo creía todo más que perdido, y yo me hallaba al fondo del vacío.

“Pero, Ross... aún hay una cosa que no deja de asustarme”

Pensé que ahí vendría todo, luego de haber intentado explicarle y excusarme hasta el cansancio, ella sacaría por fin todo.

“Sí, dime” Mi voz se quebró, aguardando.
“Tienes que entender lo humillante que fue para mí lo que ha sucedido en el altar... Delante de mi familia y amigos...”
“Lo sé,” me animé a contestar. “Y lo lamento en verdad”
“Y luego, cuando he decidido perdonarte, te he visto a punto de coger un avión al lado de ella...”

Aunque no hubiera sido sólo Rachel y yo en el aeropuerto, aunque Michael también se encontrara ahí, o aunque había tomado la decisión de viajar a Neverland como último deseo de encontrar una especie de bálsamo para toda esa ansiedad que me consumió durante el viaje a Londres, sí. Aquella escena, no dejaba de lucir cada vez peor.

Suspiré.

“De nuevo... Lo siento mucho”
“En fin, no puedo estar en la misma habitación que ella...” Sentenció. “Me enloquece sólo pensar que podrías encontrarte en la misma habitación que ella en cualquier instante”

Yo sentí que estaba a punto de colapsar. Sentí que los ojos me escocían de una nueva impotencia, y que estaba siendo víctima del peso de mis estupideces otra vez.

“Emily, no hay nada entre Rachel y yo. ¿Está bien?” Susurré. “Yo te quiero a ti”.
“...Está bien,” ella me dijo con un hilo de voz, y yo había luchado por mantener firme el auricular adherido a mi oído. “iré a Nueva York, Ross. Intentaremos resolver esto juntos.”

Mis ojos humedecieron instantáneamente. No me lo podía creer.

“Siempre que prometas no volver a ver a Rachel, nunca más.”

Y todo se volvió a derrumbar.

—Michael... Sí que lo sé—mis palabras no pueden sonar más seguras de lo que sé que son—.  Pero han pasado dos meses desde el día de mi boda. Y ni un sólo día he estado con mi esposa... por favor, entiéndeme, es ella mi mayor prioridad en este momento.
—Y Rachel ha sido tu amiga por años—se inclina sobre su asiento hacia mí, apuntándome con su dedo índice él marca y enfatiza cada una de sus crudas palabras—. Es la misma que evitó tener algo conmigo por miedo a herirte, Ross. La misma chica que no hizo más que apoyarte cuando te has comprometido con Emily, como si ello no hubiera sido una decisión que tú has tomado por despecho hacia nosotros... Rachel, quien no paró de estar a tu lado cuando todo parecía derrumbarse el día de tu boda.

Su voz se esfuma por unos momentos, pero sus ojos  no renuncian y continúan fulminándome.

            —...No puedo creer que pretendas sacarla de tu vida con tal facilidad.
—Michael... N-no puedo... permitir que este matrimonio se derrumbe. No por esto.

Más contenido que antes, presiona entre sus dedos el puente de su nariz por varios segundos. La agonía de esperar por sus palabras me corta la respiración, y la sensación de que no me ha comprendido me obliga a gritar en el interior.

            —¿A qué has venido Ross?—dice en tono reprobador—. ¿Qué necesitas?
—He venido porque creí que a diferencia de los chicos, tú entenderías... Porque en verdad creí que me...
            —¿Que te ayudaría?—me interrumpe—. ¿A qué? ¿A decírselo a ella?

Enmudezco sin más. Su gesto es increíblemente inescrutable, y él lo ha hecho sonar mucho peor de lo que yo pretendía pintarlo. Más doloroso de lo que quería creer.

—Discúlpame—continúa en un gesto de indignación—, pero aún estoy en medio de cumplir la primera promesa que te he hecho. ¿Recuerdas? ¿Algo sobre jamás lastimarla?
—¿Qué me estás diciendo, entonces? ¿Que debo olvidarme de Emily? ¿Así como así?
—Te estoy diciendo que ella está siendo bastante irracional. Que abras tus ojos...—su habla aguarda un instante en el que advierto el vago sonido de unos pasos resonando en la planta principal, esa clase de pasos delicados que yo conocía de tiempo atrás. Ruego para mis adentros que me esté equivocando, que no sea ella quien se aproxima. Por supuesto, la leve sonrisa que aparece en los labios de Michael me condenan, obligándome a palidecer—. Y que no quiero tener nada que ver en esto.

Se gira a sus espaldas, y vislumbra un momento la puerta abierta de la habitación. Los pasos de ella aumentan su volumen y ritmo.

            —¿Michael...?—ella exclama tranquila. Mi corazón martillea al oírle cerca.
            —¡Ah, sí!—Michael replica, aún sentado frente a mí—. ¡Estamos arriba!
            —¿'Estamos'...?

Ella aparece en la habitación de repente. Fresca y con una sonrisa que reluce en su rostro apenas se percata de que por “Estamos” Michael se ha referido a mí. Portando una falda de mezclilla y una camisa blanca desmangada, algunos cabellos alborotados descansando sobre su frente y una mirada que me incita a olvidarme de todo lo demás, y de que estaba al borde de hacer algo que jamás creí tener la obligación de concretar. ¿Cómo diablos iba a seguir adelante con todo esto?

Miro de reojo a Michael, y sé que al igual que yo, su mirada se ha extraviado súbitamente en ella desde que ha puesto un pie dentro de la habitación.

—¿Ross? Hola...—su cejas pintan una fina línea de sorpresa, entonces se aproxima lo suficiente para depositar un beso en mi mejilla. No puedo evitar dar un pequeño respingo como respuesta—. Hacía tiempo que no venías para acá—musita sin borrar su sonrisa. Inmediatamente, se gira y se dirige ansiosa hacia Michael—. Hola, cariño.

Al sentarse sobre el descansabrazo del sofá en el que él se encuentra, se inclina y presiona sus labios contra los de él. Instintivamente mi mirada se dispara hacia el suelo bajo mis pies.

            —Hola—él susurra sin dejar de mirarla.
            —¿De qué hablaban?

Ella abraza la mirada de ambos sin dejar de sonreír. Me refugio entonces en los ojos atolondrados de Michael y siento mi ritmo cardiaco abandonarme. En un suplicio me animo a rogar que no me abandone, que por esta única vez no me dé su espalda, a sabiendas de que tenía tanto el derecho de ayudarme, o de olvidarse de mí, y que no podría reprimirle por ello.

Lucho por tragar saliva.

—Ah...—su voz trastabilla—. Ross justo me decía que quería invitarnos a mirar una película a su departamento. Estábamos tratando de averiguar qué película elegir, eso es todo.

Ahogo un suspiro ensordecedor.

            —¿Oh, en verdad?—ella se gira hacia mí.
            —S-sí... De hecho... Michael terminó de decir que quizá tú deberías elegirla.
— De acuerdo, tendré que pensarlo un momento entonces—aparenta meditarlo, y con la mirada perdida se incorpora para soltar su coleta alborotada, sus manos se pasean tranquilas entre su cabello. No lo evito y me acorralo a preguntarme si así era de encantadora siempre—. Aguarden un segundo, voy a mojar un poco mi cabello que tengo infestado el olor a café del trabajo. Luego, elegimos una película.

Acto seguido la observo desaparecer detrás de la puerta del cuarto de baño. La mirada de Michael la sigue con una enorme sonrisa, una que no dura más de tres segundos, y que tiene su fin luego de una enorme y audible exhalación.

—Michael... muchas gracias—susurro, llevando mis manos a sopesar la angustia que dibuja mi rostro.
—No me agradezcas—dice con seriedad—. No te he ayudado. En su lugar, piensa que te he dado otra oportunidad, para ver si es cierto que tú puedes decírselo. A solas.

Su gesto me desconcentra de inmediato, y sé que mi voz está a punto de quebrarse. Tal vez había llegado la hora de desaparecer, de huir junto con mi miseria y no dejar que ella sepa del asunto por ahora. Dejarlos disfrutarse el uno al otro por un rato. Sé que mi presencia comienza a sobrar.

—Quizá... debería irme ya—susurro con cuidado de que Rachel no pudiera oírme. Me incorporo para ponerme de pie, y me dirijo con las piernas aún entumidas hacia el umbral—. Estoy de descanso, y debo pasarme por el trabajo a revisar algunas cosas aún. No quiero terminarlo tarde.
—Está bien—un atisbo de dulzura brota de su voz—. Le diré que has tenido que irte. 
            —Gracias.
—...Y, Ross—me detengo en seco antes de esfumarme, busco su mirada luego de volverme hacia él—. Lo siento.

Me marcho replicando con una simple sonrisa. Entonces sé, que de cualquier manera, él había hecho más llevadero mi propio pesar.

Mi trabajo aguarda bastante cerca, así que opto por caminar. Menos de quince minutos luego, ya me encontraba cruzando la puerta. Si antes mi trabajo era mi entera liberación, ahora no se trata más que de un tremendo martirio, al tener incrustada en la cabeza la idea de que más tarde tendría que enfrentarme a todo de nuevo, que de una vez por todas tendría que jugar el papel de valiente, por más grande que me quedara, y tendría que hablarle a Rachel con la verdad. La obligación me destrozaba por dentro, y la inseguridad que sabía emanaría cada palabra que dijera me hacía palidecer.

Más allá del deseo de Emily, más allá de que ella no soportara la idea de Rachel rondando mis alrededores, e incluso más allá de mi idea vaga de aún sentir posible el poner todo de mí para salvar esta relación, sabía por seguro que Rachel me odiaría irremediablemente luego de que todo pasara, y Michael junto con ella. Y por más que me desgarrara el interior, no habría nada que pudiera hacer, nada al respecto, nada para tener el incentivo de sanar.

Estaba acorralado.

Las horas restantes del horario del trabajo se desvanecen borrosas. Respondo con las sonrisas más sinceras que me es posible manifestar a cada una de las personas que se aventuran a felicitarme por mi matrimonio, a cada compañero que me pregunta sobre cómo me estaba tratando la vida de casado, y todos esos comentarios sobre lo mucho que debía fascinarme tener a alguien compartiendo su vida conmigo. Y junto con el peso de las actividades pendientes, trabajo, papeleo, reportes semanales qué entregar y estudios que tenía que emplear, nada pareció diferente; todo ese mismo tormento que no paró de perseguirme seguía ahí, más grande que nunca desde el día de mi boda.

Marco mi horario de salida más aliviado que antes, y sin perderme en la realidad un momento más, salgo disparado hacia mi departamento.

Al llegar, cuelgo mi abrigo en el perchero próximo a mi puerta, y me tiro pleno sobre el sofá. Miro de suerte la pantalla de mi contestador y no puedo esconder mi desagrado. Tres llamadas perdidas con el código de país extranjero, más específico, de Londres. Emily había estado llamando.

Suspiro desanimado, y trato de procesar mis pensamientos frotando mi frente con fuerza. ¿Debería llamarle? ¿Se habrá molestado porque no he podido contestar? Era cierto que a estas alturas Emily había llegado a sonarme más como una desconocida que como alguien con quien debía estar disfrutando de la plenitud, pero sé también que aquello jamás fue solamente su culpa. Desecho la idea de devolver alguna llamada; Michael y Rachel podrían estar a punto de aparecer. Y más seguro aún, me he demorado más de lo pensado en el trabajo. Aguardaré simplemente a que ella llame de nuevo.

El sonido tranquilo de alguien llamando a mi puerta me toma por sorpresa.

            —Hola.

Me mira expectante. Ella se aproxima y no dudo en cederle paso al interior.

—¿Rachel...? ¿Qué haces...? ¿Qué haces aquí?—murmuro al reaccionar, y me acerco lo necesario al umbral para mirar más allá de mi puerta—. ¿Michael no viene contigo?

Ella niega relajada.

—Le han surgido algunos imprevistos en el estudio. Algunas cosas que revisar—deja caer su bolso contra mi sofá—. Como sea, hemos decidido que debería adelantarme, así que tomé un taxi hacia acá.

Era cierto, entonces. Michael había enviado a Rachel conmigo para que hablásemos a solas. Un respingo de tormento se manifiesta en mi interior.

—Escucha, he estado pensando y podríamos elegir entre dos películas que traigo por aquí—toma asiento y con sus manos hurga entre la bonita cartera hasta tomar un par de videocasetes—. Son de los favoritos de Michael.

Una sonrisa de su parte me toma desprevenido. Intento, pero no logro corresponder.

—Claro...—asiento con todo el tacto que puede brotar de mí en estos momentos—. ¿Te importaría dejarlo para más tarde? Espero una llamada de Emily.
            —Oh... De acuerdo. 

Se pone de pie y rodea paciente los alrededores de la pequeña estancia, sin detenerse hasta haber tomado asiento en una de las sillas de mi comedor. Sus ojos grises no dejan de abrazar mi mirada un solo instante, y me hace derretir. En calma, y derrochando felicidad. Ella es en verdad la serenidad andando y no podía creerme que sería yo quien osaría destruir todo aquello, quien estaba por tomar la responsabilidad. Visualizo esos ojos alegres derramando lágrimas de pronto, esos labios despreocupados extendidos en asombro, y su voz no diciendo otra cosa que no sea el recordarme el error que estoy a punto de cometer.

¿Cómo podría comenzar siquiera?

—Ey, Michael justo me dijo que has convencido a Emily de venir a Nueva York—me mira desde su asiento con una sonrisa que estoy seguro ha multiplicado su tamaño—. Me alegra bastante que no tengas que irte tú a Londres.
—No es tan sencillo—admito en voz baja—. Aún quedan... algunas cosillas que atender.
            —¿Cómo qué?
            —Asuntos. Condiciones que Emily me exige.
            —Pues háblame de ello, Ross. Quizá yo pueda ayudarte.
—No. No puedo. Supón que... tengo que decidir este asunto sin tu ayuda, Rachel.

Mi tono de voz aparece con sequedad.

—Ya... veo—titubea—. Pero, vaya, si necesitas alguien para hablar, o lo que sea... Hola.

Miro sus ojos recuperando ese mismo brillo de antes. Su gesto dulce me vuelve a salvar.

            —Gracias.
—Ross...—se inclina sobre su asiento para enfatizar el tono de su voz, que ahora se ha vuelto más serio que antes. Me aproximo algunos pasos hacia ella—. Cualquier cosa que sea que deseé Emily. Sólo dáselo. Digo, si sirve para arreglar la situación... hazlo posible, ¿está bien? Lo importante es que la quieres.

El teléfono descansando sobre la mesa comienza a resonar. Rachel y yo lo observamos con la misma rapidez, y en movimientos cortos, ella lo toma y camina sigilosa hacia mí.

—...De otra forma, te arrepentirías si no lo haces.

Susurra despacio, y tiende el aparato en mi dirección. Lo tomo, sin estar seguro de querer hacerlo.

—¿Hola?—aclaro mi garganta, suplicando que mi voz no delate la situación, que en verdad dé la sensación de que no hay nadie más acompañándome.
            —Ross, hola.

Me estremezco en el interior, y por la expresión que dibuja de pronto el rostro de Rachel, sé que ella está al tanto de todo.

            —Hola, cariño—termino de decir.
            —¿Cómo...? ¿Cómo estás?
            —Bien, linda. Gracias por preguntar.

Y con esa mentira, trato de engañar a más de una persona.

—Escucha—asevero por fin—, he estado pensando en aquello que querías que hiciera. De lo que habíamos hablado antes... Y, bueno... Podré... podré hacerlo.

Rachel me aprecia de cerca, y satisfecha tiende su mano con el pulgar en alto en mi dirección.

            —Así que, ¿Vendrás a Nueva York, Emily?

Advierto el sonido de un sollozo placentero del otro lado. Esa reacción, esa felicidad inmediata que percibo de ella en este momento, con dificultad y me arrebata una sonrisa dolosa. Causándome diversidad de sensaciones, el alivio de Emily al saber que estaba por renunciar a alguien a costa de ella, me da todo menos felicidad.

            —Oh, Ross... Dios mío, por supuesto... por supuesto que sí.

Un vago suspiro logra escapar, y sin manifestar mucho más, calmo la ansiedad de Rachel con el mismo gesto de aprobación que ella me ha dado antes. La sonrisa más increíble hace aparición en su rostro, y llena todo ese vacío en mi interior. Entonces toda la asfixia desaparece y el deseo de gritar se evapora con el abrazo que aparece entre nosotros sin retención. No puedo tentarme, no quiero resistir, y tomo a Rachel con más fuerza entre mis brazos, olvidándome de esa llamada, olvidándome de Emily, y de todo lo demás.

La abrazo y mis pensamientos me vuelven a amenazar con la idea de que quizá esa iba a ser la última vez que podría tomarla de aquella manera. Cierro mis ojos contenidos, con toda la brusquedad que existe en mí; ella jamás tendría que verme llorar. Beso su cabello y duele, el sentimiento y sus brazos paseándose por mi espalda me queman con toda esa culpa que cargo conmigo, con todo ese martirio emanando en mi interior al saber que estaba por sacar a esta persona de mi vida, sin seguridad alguna, sin el deseo de hacerlo, con todo el peso de cada consecuencia, y ella ciñéndome contra su cuerpo, sin tener la mínima idea.

—Ahí lo tienes—ella susurra aún sin dejarme ir—. Me siento muy feliz por ti.
            —Gracias.

Me aventuro a observar ese par de lagunas grises al instante en que ella se incorpora desde el mismo lugar. Las miro, y sé que es hasta aquí que he podido continuar.

—Rachel, hay algo más—el nudo dentro de mi garganta se incrementa—. Algo más que pretendo decirte desde hace algunos días.
            —Oh, de acuerdo. ¿Qué es?

La voz se me quiebra inmediatamente.

—Justo me lo dijiste. Tú misma. Me dijiste que hiciese lo que Emily quisiera para salvar nuestra relación.
—Así es—deja salir una pequeña risa de incredulidad—, te he dicho que le dieras a Emily lo que deseara.
            —Y por eso, precisamente... tienes que estar al tanto de lo que ella quiere. 
            —¿Sí?
—Ya no podré... Ella quiere...—contemplo sus ojos serios uno a la vez antes de continuar. Sé que en este instante me es imposible contener mi desilusión—. Quiere... que no te vuelva a ver, Rachel. Jamás.

Siento un resquicio de debilidad propagándose en mi cuerpo.

—Pero, Ross... Es una locura, por supuesto que no puedes hacer eso. ¿Qué vas a...? Oh, Dios mío... —su voz se esfuma abruptamente. Su voz, su sonrisa y toda esa tranquilidad. Una inhalación desgarradora, y sus manos cubriendo sus labios me dice que lo ha comprendido todo—. Acabas de aceptar. ¿No es cierto? Acabas de...
—Es terrible, Rachel—hago el intento por eludir, mi voz ya ha aparecido enteramente destruida—. Jamás me había sentido más fatal, es... Tú lo entiendes, ¿no es así? Entiendes que tengo que hacer esto si quiero que funcione mi matrimonio. Y la quiero... Tengo que conseguir que esto funcione, tengo que hacerlo.

Me arriesgo a aproximarme, a sentir el tacto de su mano junto a la mía una vez más, pero ella guarda ambas manos detrás de su espalda antes de lograr consumar el movimiento. La miro a los ojos y no lo puedo creer.

—No sabes cuánto me ha afectado esta pesadilla—susurro con mi vista ahora adherida a mis pies—. Esto me está... resultando imposiblemente difícil, Rachel. 
—¿Lo es?—ella brama efusiva. Evadiendo mi paso, se acerca veloz al sofá y toma su bolso entre sus manos, volviéndose hacia el umbral de mi puerta apenas tiene la oportunidad—. Entonces, pon atención, que estoy por hacértelo más fácil.

Ella hala de la manija, evitando mi mirada.

            —¿Qué haces?—realizo el último intento por acercarme.
            —Me largo de aquí.
            —Pero... Rach, apenas llegaste. No...
            —¡Y que te des cuenta de lo furiosa que estoy!

Y luego de un portazo, ella desaparece. El retumbe azota con toda esa fuerza cargada de furia en la totalidad de mi departamento, y entonces me pareció que todo aquello había sucedido en cámara lenta. Así hubiese durado apenas un puñado de segundos.

Hubo silencio después.

La escena se proyecta una y otra vez ante mis ojos, y sé que no podía dejarla marcharse así. Si había una manera, si tan sólo existía la remota forma de poder explicárselo todo de nuevo sin que ella resultara dañada, lo haría sin meditar. No me importa las veces que yo iba a salir lastimado luego de esto, no me detengo a pensarlo un solo momento y salgo tras ella sin aguardar. Los pasillos vacíos devoran mis ansias, y luego de un vago vistazo a un ventanal me aseguro de que había aún una mínima oportunidad de lograr alcanzarla en el vestíbulo al menos; estaba lloviendo.

Alcanzo a vislumbrarla un instante antes de salir por el pórtico de la recepción. Muy a mi pesar, no estaba en sus ideas detenerse, ni por la lluvia, ni por mí. Un vehículo aguarda por ella en la acera.

Me abalanzo en la misma dirección, y las gotas dejan caer su peso sobre mi cuerpo entero. Todo alrededor desaparece de pronto, o lo ignoro muy bien, cuando miro a Michael saliendo de ese mismo vehículo, y a ella cayendo profunda contra sus brazos abiertos, mandando al demonio todo lo demás; la lluvia no existe, no cabe nada más, yo no pertenezco ahí.

—Ross...—Michael alza su vista apenas unos segundos luego, y sus ojos encuentran los míos súbitamente.

Al sonar de su voz, ella gira a sus espaldas, y de la misma manera se encuentra conmigo.

—¿A qué diablos has venido?—Rachel brama furiosa, y antes de siquiera intentar responder, sus ojos supurando lágrimas me cortan el habla, la respiración. No puedo creer que he ocasionado esto—. ¿Acaso estar conmigo no es romper sus malditas reglas?
—Soy yo...—espeto, de donde he tenido las fuerzas por hacerlo—. Soy sólo yo el que está provocando todos estos cambios. El que tomó esa decisión. ¿Estarías mejor si... si fuera yo el que me alejara de todos? ¿¡De todo esto!?
—...Por supuesto que no—musita con más serenidad, y más lágrimas brotan de sus ojos irritados—. Porque aún así no podría verte a ti...

Quiero acercarme, quiero caminar y poder abrazarla nada más. Imposible.

—...No quiero hablar de esto ahora—ella termina de pronunciar, y sin decir nada más, Michael le cede el espacio suficiente y desaparece de mi vista para ingresar al automóvil.
            —Pero, Rach...
—...Lo siento—Michael me dirige sus ojos con el último atisbo de compasión. Ingresa, y cierra la puerta luego de sí.

El vehículo se disipa entonces, dejándome detrás. Y observándoles desvanecer, llega como una amenaza a mi cabeza; hacer lo “correcto” jamás me había lastimado tanto.

Transcurren un par de segundos en los que no me puedo mover, luego, con un inmenso suspiro que estalla contra el asfalto mojado bajo mis pies, camino de regreso a mi departamento y dejo mi cuerpo colapsar contra el colchón, aún empapado en mis ropas, derrotado, abatido, luchando por no romper a llorar. No dormiría, por supuesto, y me pruebo correcto incluso hasta el momento en que el color gris de la nueva mañana se manifiesta a través de mis cortinas. Y era tan sólo el comienzo de todo.

El resto de la semana se esfuma como una maldita pesadilla. Donde todo se reduce a nada, y no queda más que tratar de olvidar.

Trabajando horas extras sin tener las intenciones de cobrar por ellas, un día de descanso asignado en el que de cualquier manera me apetece asistir al lugar. Trato de encontrar el más mínimo de los escapes en cada una de mis rutinas, algo, lo que fuese que me hiciera no revivir la escena en mi departamento. Salgo a trabajar por las mañanas, hago ejercicio por las tardes, y por las noches, tan sólo intento tener las fuerzas de dejarme caer contra mi colchón, esperando el día siguiente. Con el deseo de no tener ni un solo segundo libre para pensar en lo demás, para que los nombres de Rachel o Michael no lleguen siquiera a posarse en mi cabeza. Sabía que me estaba recluyendo a mí mismo, que me estaba haciendo mal, pero al menos, a ellos no los estaba lastimando. O eso me parecía creer.

Así que así sería; mis días con Rachel fuera de mi vida.

Esta tarde, marco mi salida del horario laboral con una sonrisa diferente a las otras carentes de alegría que había tenido hasta ahora. Monica me había dejado un mensaje; tendría planeado cocinar mi cena favorita esta noche, y con sus palabras finales “Más te vale asistir”, todo quedaba más que claro.

Las enormes sonrisas de mis amigos son las que me reciben apenas entro, y me siento contagiado por ellas en ese mismo instante. Busco con la mirada a Rachel, rindiéndome un par de segundos después, aliviado. E inmediatamente evoco la primer buena charla que he tenido con Michael en este mismo lugar, donde nos hemos confesado mutuamente lo nerviosos que estábamos antes de encontrarnos. No puedo creer que me ha pasado lo mismo pensando que ellos podrían estar aquí.

Un poco de vino se escapa de mi nariz cuando Chandler me hace carcajear ante una de sus ocurrencias, Monica me fulmina con la mirada inmediatamente, y entonces sus ojos dirigen mi mirada al cuarto de baño. A punto de querer ignorarle para aumentar su enojo y mi ego, miro que la cena está casi lista, y decido obedecerle al final. Refunfuño, Chandler y Joey se burlan de mí y me envuelvo en el silencio del tocador.

Contemplo mi reflejo en el espejo mientras dejo caer el agua tibia sobre mis manos.

            —¡Oh, hola!

Creo escuchar la voz de mi hermana eufórica desde el exterior, y junto con el sonido de la puerta abriéndose me percato de que alguien más acaba de llegar.

            —Hola, Mon.
            —Pero mírense nada más, ¿De dónde vienen?
            —Hemos pasado a comer un poco de pizza.

Las voces conceden un tono más familiar y sulfuran cada duda emergida. Me estremezco al poder jurar que sé de quiénes se trata.

            —¿Cómo es que eso ha pasado?—Monica se burla.
—Pues—Michael replica y se ríe al mismo tiempo—, por una vez, he decidido que no importaba si nos veían juntos en la vía pública.
—Sí, eso y que Bill ha tenido que pedir que cerraran el lugar por media hora.

Unas risas en unísono aparecen de pronto, y mi deseo de refugiarme aquí junto con mi vergüenza incrementa su tamaño, pero ya había sido suficiente. No podía seguir escondiéndome más, no de ellos dos. Tomo de la perilla con resignación.

—Pues, espero que aún tengan hambre—Monica continúa con la misma calidez—. La cena está casi lista.

Me detengo en la estancia y los miro inmersos a ambos. Maldigo en mi interior cuando, de todas las miradas, los ojos de Rachel chocan feroces contra los míos, haciendo que su semblante se destruya a la par, que su sonrisa se borre y su mirada sea disparada hacia la moqueta. Es más de lo que creí soportar.

—Ah, claro...—ella musita torpe, volviéndose despacio hacia su habitación. Michael la observa y pestañea aturdido, sin articular algún movimiento—. Pero, creo que prefiero marcharme a mi habitación por un rato.
—Rachel, no...—Michael advierte, y sus ojos se posan serios en los míos.
—No, Rach... ¿Por qué...?

La voz de los chicos la detiene justo antes de ingresar.

—Vamos, chicos, escuchen—su mirada se pasea por la estancia, observando a los demás—, si Emily se enterara de que me encuentro aquí cenando en la misma habitación que Ross, ella se pondría furiosa, y lo saben.

Asiento sin abatir. Ella teniendo razón, y yo deseando que fuera algo equivocado.

—Es... igual—ella repone con una leve sonrisa—, en realidad, no me importa.
—Perfecto—Michael espeta, aproximándose hacia ella—. Entonces yo iré contigo.
—No, aguarden, chicos... por favor—me dirijo a ellos sin chistar, con la respiración entrecortada por la ansiedad que me aniquila—. Me gustaría que se quedasen. Por favor... significaría demasiado.
—Ross, yo...—ella musita con sus ojos aún evadiendo los míos.
—Pequeña—Michael acuna su mano luego de un segundo—. Por favor.

Rachel lo contempla a él por un puñado de segundos, y las comisuras de los labios de ambos advierten una sonrisa discreta. El silencio prevalece en el lugar, junto con la mirada de todos los demás dejando su peso sobre nosotros. Rachel me vuelve a mirar, y sus ojos me juran que esta cena, será como todas las demás.

Monica se ocupa, y con ayuda de Phoebe y Rachel, ponen la mesa entre nuestra atmósfera habitual. Recuperamos todas esas conversaciones, no paramos de estrujarnos el uno al otro y las risas tienen su lugar. Luego de unos minutos de revitalización, tomamos asiento juntos alrededor del comedor.

Chandler alza su copa frente a él, y como si de un reflejo se tratase, todos le imitamos.

—Por esta noche en especial—él musita con orgullo. Ruego para mis adentros que no se trate más que de un comentario sarcástico—. Porque me siento seguro al decir que es magnífico estar rodeado por cada uno de ustedes.

Le dedico un guiño carnal, y acompaño a los demás al tomar un sorbo de vino.

—Vaya, esto es bastante extraño—Phoebe añade con seriedad—. Podría ser la última vez que podremos reunirnos todos juntos.

Asiento cerrando mis ojos. Era quizá por esto que la situación habría sido perfecta hasta este momento. Porque todos somos conscientes de lo que se viene, porque no hay nada más que resignar. Me parte el alma, pero no deja de ser verdad. Hago el vago intento por reponerme y sonreír, acto seguido, arrojo la toalla al escuchar el teléfono retumbar detrás de mí.

Yo iré.

Monica murmura poniéndose de pie sin titubear, y sigo sus movimientos con mi mirada.

—¿Diga?—atiende la llamada—. Hola, Emily... Él está aquí ahora... ya te comunico.

Michael suspira y observo la expresión de Rachel palidecer. Me dirijo a tomar la llamada sin estar seguro de conocer la totalidad de mis opciones.

            —Hola, Em...—susurro al aparato—. Justo estábamos a punto de cenar.
Oh, ¿En verdad?—ella inquiere del otro lado—. Me gustaría saludarlos a todos. ¿Monica tiene altavoz?

No puedo evitar sentirme como un niño pequeño que quiere ocultar alguna travesura. Por un segundo me olvido de respirar.

—Ah... sí, claro, espera...—deposito el aparato electrónico en su base luego de mascullar, en un movimiento me giro hacia los chicos—. Ella quiere saludarlos, chicos.

Acciono el manos libres y me alejo de la base, todos a la par se aproximan lo suficiente para vociferar. Todos, a excepción de Michael y Rachel por supuesto.

            —¡Hola, Emily!
¡Oh, hola a todos!—su voz resuena alrededor—. ¿A quién estoy saludando?

Maldición, no.

—Pues, nos encontramos todos aquí...—Joey se adelanta con un bisbiseo, me sonríe convencido de que ha terminado de salvar la situación—. Todos aquí... menos... menos Rachel, claro.

Pongo los ojos en blanco al instante. ¿Cómo se le ha ocurrido decir eso?

Bueno, espero que no...—Emily replica entusiasmada—. Ross ya sabe que eso no puede ser.

Unos pasos llaman la atención, y todos se giran en el mismo momento. Rachel niega en silencio frente a todos nosotros andando a trancos de nuevo hacia su habitación. Miro a Michael con urgencia, que ya se encuentra con desdén de lanzarse a perseguirle. La expresión destruida en los rostros de ambos me consume, y me impide continuar.

Con toda esa intención palpitando dentro, me inclino al contestador.

—¿Sabes qué, Emily?—bramo ardiendo por dentro, sin ser capaz de tolerarlo un segundo más—. Rachel está aquí.

Ambos, Michael y Rachel se detienen en seco para observar.

¿Lo está?
—Así es—suelto seguro.
—¡Oh, sí! ¡Ahí viene llegando!—Chandler añade con inseguridad. Le sonrío al comprender sus intenciones.
Ross... Corta el manos libres.

Obedezco sin chistar. Vuelvo a tomar el auricular personal y lo acerco a mi oído.

—Aquí estoy—retomo la llamada personal andando veloz por la sala hasta haber salido al balcón.
¿Cómo has podido hacerme esto? Creí haberte expresado lo que siento respecto a Rachel perfectamente claro.

Paso saliva al escuchar la furia de su voz.

—Emily, comprende—infiero—. Sólo estoy teniendo cena con mis amigos, ¿Está bien?
Es eso, o es que no puedes alejarte de ella.
—Emily, eso es ridículo—trato de contenerme al observar la vista nocturna que me obsequia la pequeña terraza—. Escúchame, estoy cambiando por ti. Estoy sacando a personas de mi vida sólo por ti. Por favor... sólo toma un avión y ven a Nueva York, ¿De acuerdo? Y entonces lo verás... ¡Vas a ver que eres la única persona con quien quiero estar!

Un suspiro se prolonga del otro lado.

Me sentiré mejor cuando esté ahí y sepa en dónde te encuentras a cada momento.

Intento repetir aquella última frase hasta que tenga el mínimo sentido. Me burlo en mi fuero interno.

—Lo que ocurre es que no... no podrás saber en dónde estoy a cada momento—creo que una risa vacía se escapa incrustada en cada palabra—. Sabes que este matrimonio no funcionará si no confías en mí, Emily.
—...Tienes razón.

El suelo pierde firmeza bajo mis pies.

—Así que... ¿Podrás... confiar en mí?

Un silencio toma presencia, y de repente, la calma comienza a abandonarme. Es la sensación de que aún sin las palabras, puedo confirmar que todo está a punto de perderse en el abismo, de que por realizar la diferencia, aquella iba a ser la última llamada telefónica que tendría con ella, y que en un atisbo de comprensión, comenzaría a valorarme y quererme acercándome al menos a lo que yo merecía.

Como si ella estuviera al tanto de que lo nuestro se había secado, que lo íbamos barriendo, y que lo fuimos quemando. Ya no existía la mirada hacia atrás.

Y ni por poco me interesa, así no termine de entenderlo.

            —No.

Ella sentencia, y sintiendo más impotencia que ganas de romperme a llorar, termino la llamada sin ninguna otra respuesta. Ingreso de nuevo con la mirada perdida frente a mí. No siento nada, nada más ocurriendo alrededor.

            —Supongo que ya está...

Susurro, y no me importa si alguien me ha llegado a escuchar.

            —¿Qué...? ¿Qué es, Ross?
 —¿Qué ocurrió?
            —¿Pasó algo?

Las manos de mi hermana me conducen tomando con firmeza el borde de mis hombros. Cedo y tomo asiento en el sofá central de la estancia. Todas esas miradas pendientes por mí, esas muecas de preocupación, la fina línea en la que se han convertido los labios de todos, los ojos humedecidos de Rachel que no me dejan de abrazar.


            —Mi matrimonio... se terminó.

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