domingo, 11 de octubre de 2015

Capítulo 32: "Un Juego"

La escena de Ross desapareciendo luego de ese portazo continúa proyectándose en mis pensamientos. No me sale la voz.

            —No podemos dejar que se marche así.

Phoebe musita con una mano adherida a sus labios.

            —Tenemos que hacer algo.
            —Lo sé—Chandler se pasea por la estancia del departamento—. Pero, ¿Qué?

Vuelvo a reaccionar. Con todo el ardor que soporto, dejo ir la pequeña mano de Rachel de entre la mía, y comienzo a andar. Sus miradas me atrapan al tomar el pomo de la puerta con mi mano.

—Alguien tiene que hablar con él—les observo desde el umbral. Me pierdo en la mirada de Monica, de Phoebe, Chandler y Joey antes de intentar salir. Pero no en la de Rachel. Sé que si me topo con sus ojos, en el primer instante ella me haría desistir—. Y... creo que tengo que ser yo quien lo haga.
—¿Te volviste loco?—Rachel niega andando a zancos hacia mí—. ¿Crees que te dejaré salir del departamento luego de lo que nos ha ocurrido antes?
—Linda...—suelto el picaporte por un momento para tomar su rostro con ambas manos, y que sus ojos no puedan escapar de los míos—. Tengo que hacer esto, ¿Está bien? Por favor...
—Déjame acompañarte.

Sus cejas me obsequian una fina línea de preocupación. Me inclino para besar su mejilla.

            —Te prometo que nada me ocurrirá. Sólo tengo que hacerlo.

Siento la fuerza de sus manos aferrando mis brazos desvanecerse.

—Maldita sea, Michael—vuelve a obsequiarme mi sonrisa preferida—. Más te vale tener cuidado allá afuera.
—...Gracias, pequeña.
—¿Estás seguro de esto?—Monica infiere mientras Rachel se ocupa de acercarse a ella. Su pregunta me hace estremecer.
—Terriblemente.

Y salgo de ahí sin más.

Agradezco que el clima en la ciudad aún con Marzo entrando sea frío, casi helado, y que por ningún motivo he dejado de utilizar la bufanda que llevaba conmigo al haber llegado al departamento. Ato mi cabello a la altura de mi cuello, desenfundo el cuello de mi abrigo, y con la bufanda cubriendo la mitad de mi rostro los pasillos del edificio y las personas circulando por la acera no me suponen un problema mayor. Dos manzanas y media de distancia, y cruzo el pórtico en el que se encuentra el departamento de Ross.

“Departamento 10, segundo piso” Ubico su nombre en las pequeñas urnas de correo que tienden de la pared de la recepción.

Trepo cada escalón apresurado, intentando averiguar qué demonios podría decir. E incluso pensando si él no me echará a la calle apenas tenga las intenciones de entrar, que después del apoyo que le he brindado los días pasados, bien lo tengo merecido.

Me detengo frente a su puerta, conteniendo más mi agitada respiración. Advierto que el cerrojo no está puesto, y me olvido de llamar a la puerta. Hala de la manija sin pensarlo.

—Si he tenido razón en algo, ha sido en que no podía ayudarte... —mi voz a duras penas aparece en el lugar—. Pero eso no justifica que te haya dado la espalda.

Me mira, e inmediatamente limpia lágrimas que se han esparcido debajo de sus ojos irritados. Echa un respingo y lucha por incorporarse sobre el sofá para tomar un pañuelo de la mesita de centro que está frente a él. No puedo evitar perturbarme.

            —Michael.

Con cuidado me acerco hacia él, y me atrevo a tomar asiento a su lado.

—Lo lamento… Lo lamento tanto, Ross—doy pequeñas palmadas a sus hombros caídos—. Todos lo sentimos... Nos dejaste tan rápido que no me diste ni un segundo para decirte que estamos todos contigo en esto.
—Gracias...—musita observando al vacío. Bajo mi tacto le siento estremecer—. A veces me pregunto cómo rayos es que los merezco, ¿sabes? Y cómo es que estuve a nada de perder a una de ellos por culpa de todo esto.

Asiento en silencio, tremendamente atemorizado por los segundos que desfilan sin que ninguno diga una sola palabra.

—Siento mucha tristeza en este momento, Michael—admite en voz baja. Vuelvo a tratar de encontrarme con su mirada, sin éxito—. Pero aún así, tengo otra sensación atorada en el cuello, que no me deja desahogarme, y que desde hace tiempo que no me deja dormir. No sé qué es, por qué ha surgido ni por qué continúa. No lo puedo entender.
—Impotencia—susurro de pronto.

Su mirada se entristece cientos de veces más, pero parece acordar con la idea.

—El problema no es sentirme decepcionado...—susurra cabizbajo—. Sino que, a pesar de la aceptación. Sé, estoy seguro de que nada volverá a ser igual.

Una sonrisa apenada escapa, como si estuviera a punto de develar uno de mis más grandes secretos, o incluso, como si no quisiera recordar que yo había pasado exactamente por aquello mismo. Ross y yo podíamos ser tan iguales a veces.

—Por desgracia, a todos nos han roto el corazón, Ross—digo, en voz más alta de lo que pretendo—. Pero eso no nos quita el derecho de volver a empezar de nuevo. De ilusionarse y sentir cómo nos tiembla el alma cuando alguien nos sonríe. De sentirnos plenos y completos, como si la persona que tuviésemos al lado sea ese aire que necesitamos siempre.

Pestañea turbado, pero he captado su atención.

—...Sucede así—continúo, sus ojos ahora se centran en los míos—; un día cualquiera conoces a una persona, y por una inexplicable razón, comienzas a sentir una conexión mucho más grande con ella de lo que alguna vez llegaste a sentir con alguien más. Te sientes más cerca de ella que de cualquiera de tus familiares más cercanos. Piensas quizá que esta persona lleva consigo un ángel escondido. Uno que es enviado a ti por un propósito más importante; para enseñarte una importante lección o para ayudarte a atravesar tiempos turbulentos.

Forzosamente me detengo por unos segundos. Un par de ojos grises comienzan a inundar mis pensamientos, un par de labios finos sonriéndome, y que me habían acostumbrado a recibir el más increíble beso cada mañana, mejillas que se mantienen coloradas la mayor parte del día. Toda ella se proyecta frente a mí.

Siento que mi voz está a punto de colapsar.

—...Y lo que tienes que hacer es simplemente confiar, y no deberías dejar que nada más te importase al respecto—repongo. Las comisuras de mis labios ya no logran extenderse más—. Pero sea como sea, la presencia de esta persona será clara a su debido tiempo, sin lugar a dudas, a reproches, a toda esa impotencia que podría llegar a existir.
—Rachel...—increíblemente, Ross me devuelve la sonrisa.

Asiento con las mejillas ardiendo, imaginando la terrible sonrisa que apresa mi rostro.

—Vi como abrazaste a Rachel el otro día—sus palabras me toman desprevenido, levanto la mirada para ponerle atención—. Como al salir de aquí, ella estaba llorando y tú estabas listo y justo para encontrarte con ella. No te importó que alguna persona pudiera reconocerte, o que estuviera lloviendo a cántaros... En fin, lamento... lamento haberla lastimado, Michael. Quería que lo supieses.
—Te has dado cuenta de todo a tiempo. Hace unos momentos, estabas por perderla definitivamente y en su lugar, la has defendido de Emily. Eso es lo que importa para mí ahora.

Su sonrisa desaparece un poco, y sé que recordarle la escena no había sido la mejor opción. Estudio mi alrededor, y hurgo el ambiente por un tema que pudiera hacerle olvidar lo que he comentado.

            —Creo que nunca antes había visitado tu departamento.

Hace un gesto al mirar por la habitación.

—Comencé a rentarlo a principios del año pasado, poco antes de haberte conocido—su expresión tiene un gesto de diversión, haciendo sonar aquello como increíble—. Aún tengo la botella de Tequila que los chicos me obsequiaron cuando comencé a vivir aquí. ¿Te gustaría probarlo?
—Claro.

Ross se pone de pie apenas respondo. Desde mi asiento le observo tomar una botella del gabinete que da frente a la pequeña sala de televisión, toma un par de vasos pequeños de cristal, y vuelve a tomar asiento a mi lado. Sirve ambos vasos hasta abarcar poco menos de la mitad y me ofrece uno deslizándolo sobre la mesa en mi dirección.

Él toma un sorbo y el gesto torcido que aparece después me hace estremecer. Le imito, y trato de relajar mi expresión; el sabor es bastante fuerte, pero acorde con la situación.

—Ella se está enamorando cada vez más de ti, Michael—murmura sin siquiera mirarme, vuelve a beber otro sorbo, pero esta vez su gesto no se descoloca en lo más mínimo—. Con cada palabra, beso o acción tuya. Ella dice que eres el mejor, que eres todo lo que había deseado. Sonríe pensándote, escucha tus canciones cuando tú tienes que marcharte para trabajar, le alegras el día y la vida. Y ella tiene razón; le haces bien.

Sin darme cuenta, ya me encuentro sonriéndole de nuevo. Llevo una mano a mi frente para procesar cada palabra, y la tremenda sensación de que mi corazón aumenta diez veces su tamaño. Mi cabeza arde por pensar a Rachel, por imaginar mis labios besando los suyos sin ningún reparo.

—Estoy seguro... Más de lo que te imaginas, Ross, de que encontrarás lo mismo. Lo verás tú mismo.

Ríe, y sus ojos brillan de la emoción.

—Y otra cosa sobre la que también tenías razón, Michael; has hecho un trabajo maravilloso cumpliendo nuestra promesa.
—Es el plan—le aseguro—. Y lo será siempre.
—Entonces... ¿Está todo bien?
—Perfecto.

Sus ojos se centran más allá de donde me encuentro, y su sonrisa está a punto de desbordarse. Escucho el rechinar de la puerta a mis espaldas, viro esperanzado y, antes de darme cuenta les tengo a todos ellos frente a mis ojos. Me invade una oleada de emoción que termina en esa serie de sonrisas tímidas observándonos a ambos. Los chicos habían llegado, y los ojos orgullosos de Rachel se topan con los míos.

Suspiro de placer.

            —Más que perfecto.

*****
Los meses se desvanecen con cada semana, con cada hoja que arranco del calendario, con cada serie de besos y sueños que comparto junto a él.

Alucino con el hecho de Michael absorbiendo mi tiempo en su totalidad. Y al tenerle a mi lado, ya nada tiene más importancia que mis espacios junto a él, que mis minutos, horas y días a su lado. Por primera vez en años, siento que todo es posible, que la felicidad quizá si está destinada para mí también, y que la puedo sentir incluso. Como si se pudiese viajar sin trasladarse, volar, estirar la mano y poder rozar las nubes, el aire... ver colores donde antes ni por mucho los había. Amor.

Mi lugar más confortable en el mundo es él y yo, mi cabeza sobre su pecho, sintiéndola subir y bajar al ritmo de los latidos de su corazón, sus brazos enredados en mi cintura, sosteniéndome siempre con fuerza. Aprendo y observo cada gesto suyo, cada mirada, cada sonrisa que brota de sus labios; aprendo de él cuando le recorro con caricias cada centímetro de su cuerpo, aprendo de él con cada beso que me regala, y me juro a mí misma, aprenderé de él a cada día que pase a su lado. Porque un solo día al lado de Michael, era una nueva experiencia cada vez, una bendición, una mejor que la anterior.

En un abrir y cerrar de ojos las hojas tendiendo de cada árbol comenzaron a perecer, el verano pasa desapercibido y los cumpleaños desfilan uno tras otro, cada uno con una diferente rutina, con un motivo particular, y todos disfrutamos de ellos por igual. Las fechas importantes se aproximan, y los aniversarios también; Monica habría cumplido un año entero al lado de Richard, y jamás la miré más feliz, tranquila con su relación. Ahora menos que nunca, me atrevería a reprimir esa emoción, junto con todos esos brinquitos que ella pegaba a cada mañana cuando el momento se acercaba cada vez más.

Una cena fue planeada para la noche en especial, y como en toda noche de aniversario se esperase, ella volvería bastante tarde si todo marchaba a la perfección. Michael y yo pasaríamos la noche en mi departamento, así que naturalmente invito a Phoebe para cenar, dado lo ansiosa que estaba por escuchar los detalles de Monica en cuanto volviera, aunque sería una tarea suicida aguardar por su regreso.

Aún sentada con ellos en el comedor, giro en un movimiento involuntario, y mi sonrisa se desvanece, en el instante en el que miro a Monica llegar, sin el mínimo atisbo de entusiasmo con el que se había marchado esta tarde, seria, y mirando sus dedos anudados. Michael y Phoebe reaccionan y se giran a observar.

            —Oh, no—me olvido de dar un sorbo más a mi taza de té—. ¿Qué hora es?
            —Es cuarto para las diez—Michael afirma mirando el reloj de su muñeca.

¡No eran siquiera las diez de la noche!

—Hola—Monica saluda a secas, articulando una sonrisa que no me llega a convencer.

Observo el bonito vestuario por encima de mi hombro, y recuerdo el tiempo que ha invertido antes en elegirlo, luego de haber rechazado faldas, vestidos y camisas de seda que no irían tan a tono con la ocasión. Nos miro a Michael y a mí y casi me lamento por el contraste que hacemos ya en la comodidad de nuestras pijamas.

—Aguarda un momento—Phoebe se apoya sobre la mesa, sus ojos avellana brillan con la sonrisa preocupada que le dedica a Monica—, ¿Qué haces volviendo tan temprano a casa en la noche de tu aniversario con Richard?
—Salimos a cenar, pero... Él tenía cosas que hacer por la mañana. No me apetecía desvelarlo.

Monica cierra la puerta detrás de ella, y deja su chaqueta en el pequeño perchero que tiende detrás. Aún puedo notar su batalla por soportar nuestras miradas.

—¿Todo ha salido bien? —Phoebe resalta el tono preocupado de su voz—. Hoy no has aparecido con esa misma sonrisa de siempre, como recordándonos a todos lo encantador que es tu novio y preguntándote cómo sería su boda.

Oculto una sonrisa llevando mi mano a la altura de mi boca.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué boda?—Monica inquiere frunciendo el ceño.
—Vamos, como si no se lo hubieses planteado todavía—la mirada de Phoebe se torna pícara. Miro a Michael de reojo, y nos siento incluso más ajenos a la conversación.
—No en realidad—Monica se apoya sobre el respaldo de mi asiento—. Es decir, estamos viviendo el presente nada más, y resulta agradable no pensar por primera vez en todo ese asunto de '¿Hacia dónde va esta relación?'

Phoebe asiente pensativa junto conmigo. Quizá era cierto, quizá para variar la relación de Monica con Richard no se basaría en eso. No ahora al menos. Me tranquilizo y me siento bien por ella, al saber que su expresión apagada con la que ha vuelto no es tan seria luego de todo. Michael la asesina con la mirada, entrecierra sus ojos y no tiene el más pequeño atisbo de aprobación.

—No te creo nada—él musita. Phoebe y yo nos giramos a mirarle inmediatamente.
            —¿Qué?

Me quedo mirando los ojos atolondrados de Monica.

—Esa sonrisa nerviosa, no dejas de pasar una mano por tu cabello y has entrado al departamento con las mejillas coloradas. ¡Se lo preguntaste!—Michael termina carcajeándose y Monica abre la boca de asombro.
            —¿Lo hiciste, Monica?—Phoebe lanza de pronto.

No sale un solo sonido de su boca, Monica nos estudia a los tres, tranquila, pero parece que su mirada se vuelve a oscurecer. Trato de continuar mirándola pero pierdo su rostro de vista cuando ella se dirige a tomar asiento al pequeño sofá de la estancia. Le sigo inmediatamente, y me topo con sus manos cubriendo completamente la superficie de su rostro.

            —¿Ocurrió algo malo? ¿Qué fue lo que le dijiste?—susurro.

Llevo una mano a su hombro, para cuando ella ha vuelto a mirarme, Michael tomó asiento a su lado y Phoebe sobre la mesita de centro, justo frente a ella.

—Ha salido a flote el tema del futuro, y... tuve que hacerlo, sentí que era el momento de decirlo—sus mejillas se colorean más con cada palabra que sale de su boca—. Así que... le pregunté si... si él me miraba en su futuro.
            —Oh, no—Phoebe murmura diligente.
—No, aguarda, eso no es malo—Michael niega ansioso con un tono abrazador—. ¿Qué ocurrió luego?
            —Me ha dicho que sí; él me ve en su futuro.

Suspiro de alivio entonces, y dirijo una mirada cómplice a Michael y a Phoebe frente a mí. Eso tenía que ser bueno, ¿no?

—Dijo que ha pensado cientos de veces en vender su consulta—Monica continúa luego de una pausa, aún mirando al vacío—, y dedicarse completamente a una vida futura conmigo. Entonces... he tenido que hacerlo... Si no le preguntaba, hubiera colapsado ahí mismo.
            —¿El qué?—Michael pregunta.

Llega a mi mente como un balde de agua fría, como si la obviedad no fuese necesaria en recordarlo; la primer cosa que diría sin duda si alguien llegara a pedirme que describiera a mi mejor amiga. Su deseo más grande, y una de las metas más importantes en toda su vida; ser mamá. Un respingo aparece en mi cuerpo, y mi mano se vuelve a disparar hacia mis labios de nuevo. Phoebe y Michael me interrogan en silencio, pero sé por más que Monica está al tanto de todo.

            —Bebés—intervengo con la voz temblando.

Monica asiente y vuelve a esconder su rostro.

            —¿Y qué te dijo?—Phoebe se inclina hacia ella.
—...Que le encantaba la idea, que adora a los niños... Pero, que él no querría tener setenta años cuando nuestros hijos tuvieran la edad suficiente para marcharse a la universidad y comenzar a vivir su vida conmigo...

Aguardamos en silencio de nuevo. Phoebe desciende su mirada pensativa, y Michael se aventura a tomar la mano de Monica sobre su regazo. No puedo evitar sonreír al mirar, al pensar lo mucho que él puede llegar a preocuparse por ella.

            —¿Estás bien, Mon?—susurro acercándome más hacia ella.
—Claro—ella replica un poco más calmada. Nos sonríe a los tres, estruja la mano de Michael un segundo más y se pone de pie para dirigirse a la cocina y servirse un poco de agua—. En fin, me he dado cuenta de que no hace falta que toquemos el tema ahora. Total, estamos hablando de un futuro muy lejano todavía, y ahora lo único en lo que puedo pensar es en ir a dormir—abandona el vaso sobre el vertedero luego del último sorbo, y nos obsequia una sonrisa más sincera—. ¿Te quedas a dormir, Phoebe?

Phoebe sonríe intuitiva, dando a delatar una respuesta positiva.

—Quizá deberíamos ir a dormir también—miro a Michael aún sentado sobre el sofá, y me aproximo lo suficiente a él—. Me concedieron el primer turno en Central Perk y tengo que madrugar. Si queremos llegar pronto a la cena mañana, tendremos que darnos prisa.

Michael se queja en un mohín. Trato de fulminarle con la mirada, pero no me es posible reprenderle incluso más. Me deshago de su encanto aturdidor besando su mejilla.

            —¿Por qué? ¿Qué cena tienen mañana?—Monica se ríe por detrás.
—Cenaremos con mi padre mañana por la noche, y al parecer, a Michael eso le viene bastante bien—tuerzo el gesto hacia Michael. Él me replica sacándome la lengua.
—Me viene perfecto, de hecho—se incorpora para observar a Monica y a Phoebe mejor—. Sólo que he tenido que cancelar mejores planes, como tirarme del Empire State y aterrizar sobre una bicicleta sin asiento. Así que...

Phoebe y Monica se miran atónitas.

—Michael, no le desagradas a mi padre—resoplo, llevando una mano a mi frente.
—Quizá no Michael Jackson, pero sí que odia a todos quienes osan salir con alguna de sus hijas.

Monica vuelve a reír y entornando mis ojos, le agradezco a Phoebe por la ayuda que ha dado su comentario.

—Rachel le llamó por teléfono para dar la noticia sobre nuestra relación y él ni por poco le creyó—Michael musita, y sin permiso recupera mi mano—, entonces tuve que intervenir. Así que de hecho, le conocí por primera vez en el teléfono... En fin, no me vi capaz de terminar la llamada sin que me pusiera un apodo; me llamó ‘cabeza mojada’.
—Pero, cariño, ¡A todo el mundo le pone un apodo! Escucha, tan sólo es una cena, una noche nada más—me retuerzo sobre el asiento hasta lograr tenerle más cerca y poder tomar su rostro con ambas manos. Sus ojos encuentran los míos, y todo atisbo de queja o burla se marcha de su mirada—. Vamos, hazlo por mí. Sólo pretendo que te aprecie de una buena vez... ¿Por favor?

Michael aparenta meditarlo unos segundos, luego una pequeña sonrisa aparece, y da un rápido roce a la punta de mi nariz con su dedo índice. Poco más y me derrito frente a las chicas.

—Sabes que haría cualquier cosa por ti—sonrío por sus palabras. Él toma mi mano y ambos nos ponemos de pie—. Anda, vamos a dormir.

Michael le dedica un último guiño a Phoebe y a Monica antes de comenzar a halar de mi brazo y dirigirnos a ambos hacia mi habitación. Ambas me arrojan una mirada pícara, y reprimo su entusiasmo intuitivo al despedirme de ellas agitando mi mano libre en silencio. Escucho un último par de risitas traviesas que se combinan con el sonido de Michael cerrando la puerta detrás de mí.

Luego de abandonar mi bata en mi armario, miro las mejillas de Michael enrojecer. Me impresiona tener en cuenta la cantidad de veces que hemos dormido juntos antes, cuantas veces me había observado en esta pijama veraniega, e incluso utilizando nada más que ropa interior con una de sus camisas holgadas. Y aún así, sus mejillas siempre dieron la impresión de que estaban a punto de explotar.

Le guiño el ojo antes de apagar la luz, y casi al mismo tiempo nos metemos dentro de las sábanas de mi cama. Me giro sobre el colchón para poder mirarle de frente.

—Además... Me pondré el conjunto negro que tanto te gusta.

Susurro con un hilo de voz. La oscuridad no me hace posible mirarle con exactitud, pero casi puedo imaginarle sonriéndome. Siento su mano anudándose firme entre la mía, y no demoro más de un puñado de minutos en sentirme tranquila, apegándome a su aliento, a la armonía que irradia su respiración, hasta que el sueño remite, y se apodera de mí.

El colchón se mece a mi lado. Con todo el esfuerzo que necesito, logro abrir los ojos, y me encuentro con él; sonriéndome, naturalmente aseado, cambiado y embriagándome con la manera en que sus rizos húmedos reposan sobre sus hombros. Es la mañana siguiente.

—Dormilona—Michael se inclina hacia mí y mis ojos vuelven a cerrarse por la pesadez. Lo único que soy capaz de sentir luego de eso son sus labios rozando los míos—. ¿Cuál es el plan para hoy?
            —Aparentemente, quedarme todo el día en la cama contigo no lo es.

Me quejo por unos segundos antes de poder abrir mis ojos de nuevo. Michael ríe.

—Tengo que ducharme, ir a trabajar y volver a alistarme para esta noche. ¿Qué hay de ti?
—Sesión de grabación, pruebas de audio. Bill ya aguarda por mí en la entrada—le brillan los ojos, cada que Michael se refería a sus nuevos proyectos incluso podía sentir toda esa emoción que irradiaba en su habla, se le nota bastante entusiasmado, y la curiosidad en mí no deja de aparecer, aunque jamás le pregunte nada al respecto. Prefiero que cualquier pieza maestra que se encuentre creando, sea una sorpresa—. ¿Vuelvo por ti temprano y nos vamos con tu papá?

Asiento, y él se inclina de lleno hacia mí para susurrar:

—Te extrañaré esta tarde—se pone de pie, no sin antes hacer rozar la punta de nuestras narices. Y lo miro salir de la habitación.

Me estiro y vuelvo a suspirar aún tirada en la cama. De entre todo ese silencio escucho la puerta principal cerrándose con cuidado, y un momento más, me dirijo a preparar todo para el día de hoy.

Por el retraso, no me espero a que el agua caliente salga en la ducha, así que antes de que mis huesos se rompan por el invierno que he creado, recupero mi temperatura habitual vistiéndome luego del baño en tiempo récord. El espejo no se ha empañado, y me es más fácil el recogerme el cabello ahí mismo. Mascara de pestañas, colorete, brillo labial, y un sándwich que preparo y termino de engullir ya saliendo del departamento, y me encamino a Central Perk.

Por suerte, las horas en el trabajo transcurren sin incidentes mayores. Sin hablar de los quejidos, y suspiros exasperantes que lanzo con cada orden que tengo que satisfacer, con cada cliente avaro o nada amable con el que me tocaba toparme. No recordé desde cuando me pesaba tanto acudir al trabajo, o cómo es que había aprendido a sonreírle a completos extraños con tal de ahorrarme miles de llamadas de reprensión por parte de mis superiores. Si el trabajo en Central Perk era un tremendo martirio antes de siquiera haber conocido a Michael, ahora que él se adueña de mis pensamientos las veinticuatro horas del día, venir a trabajar se había convertido en un tormento que parecía no acabar.

Al menos, la cuenta regresiva de mis días trabajando en Central Perk estaba puesta, y las órdenes, tazas de café, clientes y sonrisas falsas estaban llegando a su fin. No puedo evitar sonreír, pensando en el momento en que le daré a Michael la sorpresa. Le va a fascinar.

Vuelvo a mi departamento sin un solo ruido de más, Monica quizá sigue trabajando. Miro mi reloj aterrada, calculando todo el tiempo que había desperdiciado en volver, y a trancos me dirijo a mi cuarto sin más. Cojo del armario el conjunto negro que usé en la boda de Ross, y una carcajada brota pensando en cómo Michael, luciendo como un hombre que me doblaba la edad con aquél maquillaje, me elogiaba en frente de todas esas personas. Me visto con más velocidad, y comienzo a alisar mi cabello. En una última instancia decido retocar mi maquillaje, escuchando a lo lejos que llamaban a la puerta principal.

Me apresuro a atender, y sin darme cuenta, soy interceptada por uno de sus besos apresurados. Me observa con un rostro que refleja una disculpa, pero más que nada me percato de que Michael ya estaba usando un traje diferente al de esta mañana. Intento no perder los estribos ante lo apuesto que luce. Justo me he hecho el maquillaje, y no querría tener que arruinarlo en él. No aún, y mucho menos no, cuando estoy por encontrarme con mi padre.

—Lo siento, me demoré más de lo que...—cierro la puerta detrás de él. Le cuestiono en silencio por cómo sus palabras se detienen, pero su mirada analizándome de arriba abajo me da la respuesta—. Dios mío... Mantengo lo dicho... luces...

Mis mejillas ardiendo me incitan a acercarme, a callarle, y le vuelvo a besar. Escucho un leve gemido apareciendo, y me cuesta una enorme batalla comprender que para variar, ése no ha salido de mis labios.

—¿Tu padre es muy devoto de la puntualidad?—su mirada reluce insinuación.

Río frente a él, y halo de su mano para salir del departamento. Lo escucho quejarse un par de veces más hasta que ingresamos al coche que espera por nosotros aparcado en la acera, aguardando por un camino que no es ni por error silencioso, sino uno en que, con todos los métodos que me es posible, lucho por tranquilizar su ansiedad, o el vago intento de desaparecer por un instante los nervios que le supuran por encontrarse con mi padre.

Aparcamos en la parte trasera del restaurante antes de darme cuenta.

—Debería ser pan comido, ¿no?—sus ojos atolondrados se incrustan en los míos un segundo antes de salir.
—Lo será—repongo, deseando que la tranquilidad en mi sonrisa luzca genuina.

Una mesa dentro de un reservado cerca de la cocina aguarda por nosotros. Miro a los alrededores apenas al entrar, y no puedo evitar pensar que lo habrían acondicionado de esa manera hace algunos minutos, sólo por tratarse de Michael. Me estremezco por dentro, esta será una nueva experiencia para papá.

Un joven uniformado hace presencia, y nos cede el espacio para tomar asiento por fin. Michael toma una silla, y el camarero hala de la mía para que le pudiera imitar. Sin musitar una sola palabra, él vierte vino blanco hasta la mitad de nuestras copas de cristal, y desaparece antes de poder notarlo. Le sigo sigilosa con la mirada, y en el momento en que ha desaparecido, Michael toma su silla y la posiciona mucho más cerca de la mía. Suspiro con la respiración entrecortada por mirarle así, por pensar que aún se encontraba terriblemente nervioso. Quiero decir algo, pero me detengo al notar cómo de un solo sorbo, el líquido en su copa ha desaparecido casi por completo. Me río y Michael se limita a sonreír con las mejillas enteramente enrojecidas. No puedo reprenderle. Luego de todo, cada segundo que duraban sus sonrisas era uno menos que nos acercaba a la llegada de mi padre, y eso, lo quiera o no, no deja de ponerme los pelos de punta.

Tengo que hacer el último intento por calmarle.

—...Es para relajarme un poco—se excusa. Algo me dice que espera a que le reclame por ello.

Tomo su copa sin permiso, y me ocupo de desaparecer el último trago.

—Ahora estamos igual—le guiño un ojo, al menos hago que su sonrisa vuelva a aparecer—. Verás que todo sale perfecto.

Miro la forma en que se relajan sus hombros, y me siento más tranquila por ello. Pero cuando el mismo chico de antes vuelve a aparecer detrás de él, mi gesto desaparece inmediatamente; el camarero cede paso luego del umbral, y mi padre aparece detrás. Luciendo una perfecta mueca de soberbia en el rostro, andando sin titubeos hacia nosotros. Es claro que congelarme y gritar por dentro ante la primer ocasión en que he tenido a Michael cerca, no la he heredado de él. Se acerca, y como si fuese un instinto que no me permite articular otro movimiento diferente, me pongo de pie y me encuentro con él un segundo antes de que llegase a su asiento. Escucho a mi lado la silla de Michael cediendo también, y ya le tengo a mi lado en el mismo momento.

—¡Hola, papá!—tiendo una mano hacia él, pero se ocupa de interceptarme con un fuerte abrazo en su lugar. Le tomo, pero no sin sentirme desprevenida.
—Hola, cariño—besa mi mejilla en un movimiento fugaz, y en cuanto se incorpora, su rostro se torna quejoso cuando echa un vistazo al lugar—. ¿Aquí nos han puesto? ¿Qué, no había ninguna mesa disponible dentro de la cocina?

Intento sopesar el comentario de mi padre tendiendo una mano en dirección a Michael, que ya se encontraba torciendo el gesto de desagrado. Trago saliva.

—Papá...—musito—. Podría estar segura de que ya conoces a...

Michael alza su mano en dirección a mi padre, pero él en cambio, ni por poco le corresponde. Oh, no.

—¡Por supuesto que le conozco!—papá echa la cabeza hacia atrás y le inspecciona con la mirada—. Es un placer.
—Encantado de por fin verle, Doctor Green—Michael sonríe turbado.

Él asiente en silencio, y sin aguardar más, volvemos a aproximarnos a los asientos. Miro que mi padre ocupa sin permiso el lugar que Michael tenía a mi lado. ¡Mierda! ¿Cómo diablos iba a ser esto sin Michael a mi lado? En un resquicio de urgencia miro mi copa de vino aún llena. Me pregunto qué tan grande sería el lío por alcanzarla y dar fondo al licor. Iba a ser una noche larga.

—Y bueno...—esta vez, sus palabras se dirigen a Michael, que ya ha tomado asiento frente a mí... Terriblemente lejos—. ¿Qué tal va el programa de televisión?
            —Ah...—Michael luce extrañado—. ¿El... el nuevo álbum quiere decir?
            —¿Por qué? ¿Qué pasó con el programa?
—Pues, nunca hubo uno... Es decir, sí he estado en uno de niño pero ahora me he enfocado más a mi música.

Miro de reojo a Michael, y a su tormentosa mirada llena de confusión. ¡Dios mío! Quiero abrazarlo, tomarlo y no dejarlo ir. Me siento indefensa sin sentir su mano sobre la mía.

—De acuerdo—el tono de mi padre se vuelve indiferente, y sin añadir nada más, pierde su vista al tomar el menú entre sus manos—. ¿Saben qué hacen delicioso aquí? El filete mignon.

Siento su mirada sobre mí, y yo replico con un respingo de entusiasmo bastante fingido.

            —¿Qué les parece?—para variar, sonríe—. ¿Ordeno tres para comenzar?
—Sólo si es que tiene tanta hambre—Michael rompe en una pequeña carcajada, y mientras yo oculto las mías aferrando mis manos a la altura de mis labios. A mi papá ni por poco le hace gracia, y Michael sin tardar, vuelve a reaccionar—. S-sólo ha sido... una pequeña broma.
—Sí, y de hecho, papá...—hago que él deje de dar esa mirada fría a Michael—. Michael no puede comerlo, él es vegetariano.

Michael asiente con una sonrisa tímida.

—¿Qué clase de persona es vegetariana hoy en día? Supongo muchas personas que trabajan en la televisión.
            —Oh, es sólo que no...
—...Lo sé, Michael, no es la televisión. ¡Es la música! ¿Es que tú eres el único que puede hacer bromas? La diferencia es que la mía ha sido divertida—el camarero ha vuelto a hacer presencia de pronto, y más que prestarle atención, me pierdo en la seriedad que han adoptado los ojos de Michael. Mi padre le detiene antes de que vuelva a desaparecer—. Por favor, queremos dos filetes mignon... y una carta se quedará más tiempo... para la estrella.

Se me tensan los músculos, y tras la mueca de burla que formula él, Michael apenas y articula una vaga sonrisa. No dura demasiado, niega en silencio para él mismo y lanza su servilleta hacia la mesa antes de ponerse de pie.

            —Debo usar el tocador, ahora vuelvo.

¡Oh, no! ¡Michael se aleja! Aguardo un par de segundos más mientras papá continúa charlando con la persona que nos atiende. Me estremezco, no puedo dejarle que se marche así nada más.

—Ah... —musito—. Papá, olvidé que tenía que darle a Michael su...

No me pone la mínima atención, y sin tenerle cuidado, abandono el lugar. Y con un demonio, tenía que pedirle disculpas a Michael, compensarlo de ser necesario, pero esto no podía continuar así.

Dentro del cuarto de baño lo encuentro apoyado sobre el lavamanos, está frente al espejo pero por ningún motivo se encuentra mirando su reflejo, tiene la mirada perdida en algún otro punto frente a él. Me le quedo mirando y no soporto la grieta en mi pecho abriéndose cada vez más, la urgencia de tenerle es insostenible, es abismal. Es el sólo el creer que he tenido que ver con esto lo que más me destruye en ese preciso momento. ¿Puedo hacerle que regrese a la mesa? ¿Debería siquiera intentarlo?

            —Michael...

Se sobre salta al darse cuenta de que he aparecido en el lugar. Me acerco a él inmediatamente.

—Lo estoy intentando, linda...—su voz aparece débil y tímida, me destroza aún más por dentro—. En verdad que sí. Pero no deja salirme todo mal en frente de él...
—Sé que mi padre es difícil, Michael. Pero por ello es que tú tienes que ser aún más fuerte que él. Sé que puedes hacerlo, estoy segura.

Se acerca más a mí, apretando sus sienes. Quizá hay algo que aún no soy capaz de comprender.

—Cielo, yo podría ser más fuerte sin problema, podría ser el hombre más fuerte del mundo, podría ser fuerte y alto como un gigante y aún así nada cambiaría, salvo coger a tu padre con mis manos y decirle ‘¡Quiéreme! ¡Quiéreme, diminuto doctor!”—termina con unos segundos de silencio, pero su expresión torturada continúa conmocionándome más. Me estudia, y parece darse cuenta de ello—. Lo... lamento tanto, pequeña, pero... me temo que esta cena no podrá solucionar nada. Tendremos que aceptarlo, supongo. Él y yo no nos llevaremos bien.

Para el segundo en el que me detengo a mirarle, siento la pesadez de un nudo acumulándose en mi garganta.

—Pues, Michael, tendrán que llevarse bien, ¿De acuerdo?—espeto con mi voz al borde de colapsar ¿Cómo puedo expresarme de la forma correcta? No quiero comenzar a desbordar lágrimas frente a él ahora—. Porque ya tengo un padre y una madre que no pueden estar en la misma habitación ¡Y no quiero tener otra aparte para ti también!

Me abraza sin permiso con una fuerza que no espero venir, y mis últimas palabras terminan de sonar chocando contra la tela de su camisa. Me aferro a su cuerpo con aún más fuerza, con más tensión de la que sé que nuestros cuerpos pueden soportar. Por primera vez en toda la noche, comienzo a sentir tranquilidad. Mi lugar favorito.

—Está bien, está bien, está bien...—acaricia levemente mi cabello. Siento su voz chocar contra mi cuello—. ¿Sobre qué le podría hablar? ¿Alguna pista?
—Botes pesqueros—me incorporo frente a él para mirarle mejor—. Me parece que aún tiene uno... Los adora.

Un beso luego, uno dulce, tierno y largo, y mi Michael vuelve a aparecer.

—Está bien—murmura con una sonrisa mientras toma de mi mano—. Salgamos de aquí.

Mi padre luce más tranquilo al regresar, un par de filetes ya están servidos en una vajilla más lujosa que la que había visto la última vez sobre la mesa y, para mi sorpresa, en el asiento de Michael se encuentra una ensalada gourmet. ¿Era cierto? ¿Mi padre había ordenado la cena para Michael? ¡No podía ser! Inspiro y al mirar a Michael instintivamente, le sorprendo sonriendo. Tomamos asiento.

            —Gracias, por haber ordenado por mí—Michael murmura tímido.

No puedo reprimir el tamaño de mi sonrisa, Michael lanza un guiño encantador hacia mí.

            —Ni lo menciones, muchacho—papá infiere. Ahora respiro en paz.

El resto de la cena transcurre muy, muy rápido. Como si a alguien le hubiera apetecido cumplirme ése único ruego. Quizá porque no existe ningún otro malentendido, ningún problema o intento de pleito. Quizá es que el vino no falta en la mesa, quizá mi papá se ha puesto a la idea de ser amable o quizá haya sido sólo el hecho de que de todos los lugares, se ha encontrado con un viejo amigo en el mismo restaurante. Dos, tres, cuatro veces se ha desaparecido de la mesa para ir a conversar, y Michael y yo tenemos esa especie de nuestros propios suspiros de intimidad. Por fin se acerca el final. Me retuerzo en mi asiento sólo de la emoción.

—Por cierto, Doctor Green—Michael añade luego de mí—, ¿Qué tal el viejo barco?

De pronto el corazón está a punto de colapsar de ternura pura. Lo ha recordado.

—Le encontraron óxido—me sorprende el tono frío en que mi padre replica—. ¿Sabes lo que el óxido le hace a un barco?
            —¿Le da un toque distinguido de antigüedad?

Mi padre se le queda mirando, serio. ¿Ahora qué?

            —El óxido es el cáncer de los barcos, Michael.
—Vaya...—Michael parece ignorar el gesto bastante bien—. Lo siento. Cuando yo era pequeño, perdí una bicicleta por lo mismo.

La risa casi me hace atragantarme con el trago de agua que llevo a mi boca.

—¿Me disculparían un momento?—mi padre murmura tras firmar el recibo por la cuenta de la cena, hace un nuevo ademán por abandonarnos en el lugar, y se marcha luego con más indiferencia de la que me gustaría—. Quiero despedirme de los Levine antes de irnos. 
            —Está bien, papá.
           
Cuando mi padre desaparece, Michael toma el cuchillo que descansa sobre su plato, y simula apuñalarse el corazón. Es un gesto de angustia, pero sé que al final, lo que pretende es hacerme reír de nuevo. Lo logra, sin duda.

—¡Cariño, para!—me inclino sobre la mesa para arrebatarle el cuchillo—. Tampoco es tan horrible. 
—Sí, supongo que durante la cena ha ido...—se detiene, con los ojos perdidos en el recibo que ha dejado antes papá. Lo toma y frunce el ceño sin mirarme—. Oh... Creo que tu padre ha calculado mal, linda. Sólo ha dejado una propina como del cuatro por ciento. 

Me estremezco debajo de la mesa. Ya me lo esperaba, supongo.

            —Sí. Así es papá—no puedo mirarle al responder.
            —¿“Así es papá”? ¿Y no te molesta? Tú eres camarera. 
—Sí. Claro que me molesta, Michael. Pero yo se lo he recordado millones de veces... no va a cambiar. 

Mi padre aparece sin avisar, y los labios de Michael se sellan antes de lograr contestarme. Su semblante se torna serio.

            —Muy bien, chicos, ¿Listos? 

Michael y yo nos ponemos de pie al mismo tiempo.

—Gracias de nuevo, Dr. Green—ni por un instante me creo la sonrisa de Michael.
            —No hay de qué. 

En la cara de Michael aparece una emoción que me incomoda cuando mi papá se encamina un poco dejándonos detrás. Me obsequia un guiño y un dedo índice adherido a sus labios, bajo la vista y le sorprendo colocando un billete de cincuenta dólares debajo de la carpetilla que llevaba el recibo de la cena. Le habría reprochado, o al menos detenido, pero no me parece necesario. Al fin, lo que hacía era algo bueno. ¿No?

            —Oh, espera, espera... creo que me he dejado el recibo.

Papá se vuelve frunciendo el ceño y explorando los bolsillos de su chaqueta. Mi pecho se entumece por verle, y la mano de Michael, me delata que le sucede lo mismo.

—B-bueno...—Michael titubea deteniéndole antes de acercarse a la mesa—.  No lo necesita. 
            —¿Por qué no?

¡Oh, no!

—La copia es un asco. La tinta suele... quedarse adherida a los dedos todo el día. No es algo que a usted le gustaría llevar por...

Mi padre se abre paso hacia el recibo ignorando todo lo demás. Michael me mira consternado, y yo no puedo ni hablar.

—¿Qué es esto?—toma de en medio el billete que Michael ha puesto—. ¿Quién ha dejado cincuenta dólares aquí?
—Oh... ah, s-sí...—Michael ríe y masculla con dificultad. ¡Maldición! ¡Tan cerca que estábamos de largarnos de aquí!—. H-he sido yo... um, tengo un problema, suelo dejar demasiada propina. De hecho...
—...Sí, es cierto, es cierto—intervengo como último recurso—. Tenemos que hacer algo para remediarlo, cielo. 
            —Lo sé. 

Su gesto resalta lo obvio, y el mayor temor; mi papá no se ha creído ni un pelo de lo que hemos dicho.

            —¿Crees que soy un tacaño?—suelta con tono soberbio.

Michael enmudece junto conmigo.

            —No, papá, no ha querido decir nada con eso, de verdad que no. 
—Suelo hacer tonterías como esa, señor—al final, Michael le encara, y no muestra ni una pizca de debilidad—. En serio. 
—...Muy bonito—espeta, mordaz. Y mi vista se estrelló contra el suelo—. Yo pago doscientos dólares por la cena y tu dejas un billete de cincuenta para sentirte como un Pez Gordo. ¿La estrella quiere sentirse como un Pez Gordo? Está bien. Hagamos una cosa, paga tú la cuenta, Pez Gordo. ¿De acuerdo? Que sé que no será un gran gasto para los millones que tienes.

Miro a hurtadillas pequeños pedazos de papel siendo lanzados al cuerpo de Michael, alzo mi rostro y no puedo terminar de creer lo que veo mejor. Mi padre rasgando la cuenta y arrojando cada trozo de papel, cada mohín y cada maldición silenciosa a donde sea que pudieran aterrizar. El nudo en mi garganta se vuelve insoportable, y sin siquiera tener el deseo de reaccionar, vuelvo en sí mirando a mi padre desaparecer del lugar.

De pronto no sé cómo hablar. Cómo continuar.

—Aguarda aquí, pequeña—deja un par de billetes más antes de intentar dejarme atrás. Le miro perpleja.
—¿Qué es lo que haces?

No puedo hacer más que advertirle en el último paso antes de salir por la misma dirección por la que hemos llegado.

            —Arreglar esto—y abandona el lugar.

No sé cuánto tiempo transcurre hasta que me determino a seguirle a trancos por el lugar. ¿Segundos? ¿Minutos enteros? Cuando el miedo deja de evocar mis movimientos salgo disparada de ahí, el grupo de personas que antes nos acompañaba intenta rodearme antes de lograr salir, pero ignoro el protocolo y me abro paso entre el grupo. Se me seca la boca apenas logro salir. Mi padre... Michael... parecen estar charlando y nada más. Quizá no me han notado ahí, o no se dan cuenta de que fuese lo que fuese, estaba segura de que era algo que no podían hablar en medio de la calle con tal indiferencia. Me giro y miro más allá; cómo no, Bill se encuentra supervisándoles a ambos, como si de un animal ansioso se tratara.

Ambos dicen adiós. Mi padre me mira de reojo con una expresión que no logro descifrar y Michael corre hacia mí cubriéndose medio rostro con sus manos frente a él. Mi corazón vuelve a su ritmo habitual.

            —Rachel...—la voz de Bill aparece a mis espaldas.

Sin sentir nada más, me conduce a los asientos traseros del automóvil. Entro ansiosa, avispada. Me deslizo hacia el otro extremo y la puerta no se cierra hasta que Michael ha ingresado también. Siento los asientos zumbando debajo y el coche comienza a andar. Le miro y la imagen de él a mi lado perdiendo su mirada en la ventanilla supura de nuevo toda esa penetrante ansiedad. ¿Por qué no dice nada? ¿Tenía que hacerlo yo? Un suspiro que prefiero ocultar se escapa de mis labios.

Por supuesto que sí. Tengo que disculparme.

            —Cariño, yo...
—...Mañana, Rach—suelta mirándome de pronto. Pero formula una sonrisa que me desconcierta inmediatamente—. ¿Mañana te toca descansar en Central Perk?
—S-sí—batallo por replicar.

No es que en realidad interese. No a estas alturas, al menos. Fantaseo con que las cosas quizá podrían estar pintando bien.

—De hecho, mañana, y pasado también—añado. ¿Qué más daba? Podría tomarme estos dos días para compensarle, diez días, cincuenta, cien. Todos los momentos que fuesen necesarios para volver a verle bien.
            —...Es perfecto.

Su sonrisa se acentúa miles de veces más. No puedo entenderlo simplemente.

            —Michael, ¿Está todo bien?—le suelto—. La verdad es que...
            —...Por supuesto que lo está.

Se inclina para tomar mi mano. La aferra con dulzura, siento su piel cálida y su tacto haciendo derretir mi deseo.

—No me había asegurado hasta ahora—continúa—. Creí que no podría ser pero... ya está. Está más que listo de hecho.

Le miro ofuscada. ¿Cómo...?

            —Pero, ¿Qué es lo que...?
            —Charlé con tu papá... está todo listo.

Su expresión es incontenible. Por esa sonrisa sé que está a punto de colapsar.


            —...Mañana tú conoces a mi familia.

2 comentarios:

  1. Me encantaaaaaaaa, me fascina el hecho que estés publicando seguido kat!!! Es fantástico, nos vas a matar de un infarto, sobretodo por todas las cosas que están ocurriendo en la historiaaaa, no me lo vas a creer pero incluso he soñado con lo que podría pasar,así de mal me tienes y no sabes cuantooo me encantaaaaaa esta historias a, gracias, gracias, graciaaa!! <3

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  2. Wow.Es muy genial todo esto,de verdad.

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