domingo, 25 de octubre de 2015

Capítulo 33: "Hayvenhurst"


Y creer que el escabullirnos por el aeropuerto se había convertido en algo rutinario, que ser escoltados por el mismo séquito entre el bullicio de las personas se había convertido lastimosamente en algo que ella ya había aceptado, y que trepar al mismo avión de siempre no tendría nada nuevo por conocer, o nada en especial. Pero parece que como siempre, me había equivocado.

Jamás la había visto tan nerviosa como ahora. Y nunca antes la había deseado tanto.

            —Oh, Dios.

Gruñe fastidiada mirando por la ventanilla a su costado. No resisto y pongo los ojos en blanco sin que ella se diese cuenta.

            —¿Está todo bien?
—Me gustaría que sí...—suspira y vuelve a mirarme—. Estamos a punto de llegar.
—...Lo sé—susurro  intuitivo inclinándome lo suficiente, alimentando su temor.

¡Por Dios! ¡Quiero comérmela a besos!

            —Sabes que todo va a estar perfecto, ¿no es así?
—Quizá...—admite con voz suave. Su mirada desciende hacia mi mano y se la ofrezco sin titubear—. Sólo tengo que tranquilizarme un poco, supongo. En fin, estaré mejor en cuento lleguemos a Neverland. Podré tomarme algún tiempo para calmarme y, estoy segura de que alistarme ayudará a relajarme también.

Mi gesto se queda petrificado. Dios mío, ¿Aún no se lo había dicho?

—Ah, cariño...—siseo. Miro a todos lados para evitar toparme con sus bonitos ojos esperanzados. Mi tono de voz delata la intención, y su sonrisa desaparece—. Diablos, olvidé decírtelo... No llegaremos a Neverland.

Siento tensión en su piel. Sé que ya se encuentra odiándome.

            —¿Q-qué...?
—Bueno, es sólo que... —trago saliva—. Se ha hecho tan tarde ya... He librado una batalla por sacarte de tu departamento que ya no... Ya no nos da el tiempo de llegar a Neverland. Llegaremos directo con mis padres, a... a Hayvenhurst. Lo siento tanto, pequeña.
¿Hayvenhurst?—inquiere con ojos turbios.
—Mi hogar antes de Neverland.

Asiento con cuidado. Ella recupera su mano y hace el mohín de desagrado más encantador que le había conocido. Dios mío, ¿Será mucho quitarle el gesto de enojo con un beso? ¿Uno pequeño?

—No puedo creer que no me hayas avisado—espeta cruzándose de brazos. Mi idea se marcha al abismo—. ¿En dónde voy a alistarme entonces, Michael?
—No necesitas hacerlo. Así justo luces maravillosa.
—Tienes que estar bromeando.

Se mira ella misma de pies a cabeza sobre nuestros asientos. La miro también, y no me encuentro con algo que no sea perfección. Perfección pura. ¿Cómo es que esto continúa provocándome?

—Llevo ropa deportiva y ni una gota de maquillaje. Mi cabello es un asco además. Has dicho que me pusiera cómoda para viajar y es lo que he hecho. No puedo dejar que tus hermanos me miren así. ¡Tus padres!
—¿Cuál es el problema?—pincho su mejilla con dulzura. Lo hago y su piel reacciona aumentando el enrojecimiento—. Te he mirado así miles de veces, te he visto en tus pijamas, te he mirado incluso usando algunas de mis camisas y jamás dejas de lucir perfecta.

Cuento la vigésima vez que muerdo mi labio desde que subimos al avión.

—Eso es diferente—su tono se vuelve tímido—. Somos novios. También te he mirado en todos tus atuendos posibles; el vestuario de tus conciertos, tan elegante como para asistir a un evento, pijamas... bata de baño. Aunque, a veces, me llegue a parecer que llevas demasiada ropa frente a mí.

Termina de musitar y me suelto el labio. Oh, no. Este tipo de insinuaciones son las que van a asesinarme. Disfruto un segundo del deseo sintiéndose en ambos volviendo a mirarle.

            —...Si voy a conocer a tu familia quiero lucir bien. Acorde a la situación.
—Está bien...—suspiro y me doy por vencido—. Puedes cambiarte en el vestidor, linda. La valija que Monica preparó está en el armario de siempre.

Sonríe sin más, y se aproxima para besarme. Luego del roce se aleja, pero le detengo en el acto. La paro y vuelvo a aferrar sus labios con mayor intensidad a los míos. Mientras nuestras bocas se funden siento su mano acunando mi cuello. El desenfreno es real, continúo y no me entero de todas esas mordidas que reciben mis labios, de cómo nuestras lenguas se encuentran y comienzan a bailar entre sí. Maldición... es algo nuevo, algo que desde hace tiempo, no puedo dejar de pensar.

Me estremezco con el viaje que dan mis pensamientos. Dolorosamente, el beso termina ahí.

            —...Ahora vuelvo.

Apenas respondo a la sonrisa perfecta que me obsequia, mientras se pone de pie, tan sólo me ocupo de recuperar el aliento. Se marcha y con cuidado anda hasta desaparecer luego de las puertas del pequeño vestidor. Suspiro, sin que nada me quede más que esperar. Esperar a que el viaje termine, a que todo saliera bien. Aniquilo unos segundos pensando en cómo luciría ella luego de salir. Perfecta, por supuesto. Como siempre lo es. Un vestido, una falda, pantalones, maquillaje o simplemente sus pestañas rizadas. Ella era mía y la disfrutaba en todas sus apariencias. Siempre.

De un suspiro, doy gracias porque mis hermanos ya tengan su vida hecha al lado de una mujer. No soportaría la idea de alguno de ellos acercándose a Rachel de aquella manera.

¿Cómo será cuando ellos se encuentren con ella? ¿Cuándo finalmente la miren, sonrían, y no puedan creer que alguien así esté a mi lado? Sonrío y ensueño pensando en las posibilidades. Mi madre la va a adorar, por supuesto. La mirará y tan sólo se ocupará del primer intercambio de palabras con ella para darse cuenta de todo, de lo sencilla que Rachel es, lo inteligente, lo fiel, lo sincera y hermosa que puede llegar a ser. Y podrá comprender por qué ha sido que me enamoré tan rápido. Pero claro, se trata de Kate, de mi madre. Y tal como yo, ella lo entenderá todo a la perfección.

Mis hermanos la devorarían con cada pregunta, claro. Cada duda o inquietud que pueda brotar de ellos. Porque sé que hay tanto que explicar aún, dar detalle de cómo es que ha sucedido todo, como las cosas se habían dado de esa forma entre nosotros. Y yo estaría dispuesto a hablarlo todo de una vez. Aunque también me muera por ver sus rostros al darse cuenta de que el pequeño Michael, de todos, por fin llevaría a una hermosa mujer a cenar con la familia. Creo que río para mí mismo; al menos, como siempre, tener a Janet y a Rebbie cerca sería un desahogo al que Rachel siempre podría escapar. Y si todavía me extraña la ausencia de LaToya, inclusive nada podría salir mal.

Aunque...

            —...Joseph—el susurro escapa.

Lo ignoro o simplemente lo había querido olvidar. Y la mata de nervios sembrados en mi estómago se agranda. No debía salir algo mal por él, ¿no es así? ¿De verdad creería que mi padre ocasionaría algo? ¿Que por intención suya algo iba  a cambiar? No, por supuesto que no, ¿Cómo iba a ser? Él sólo tendría que limitarse a saludar, poner buena cara, contenerse... Y si algo de suerte sobra, me felicitaría por estar acompañado de alguien tan especial. Así debía de ser, tan sencillo como eso.

La puerta de la cabina se desliza a lo lejos, y Bill se acerca a zancadas a mi sitio.

—Estamos a nada de aterrizar—murmura serio—. Los quiero a ambos en sus asientos, tranquilos y cada uno con su cinturón de seguridad.

Casi río ante el tono de voz.

—Iré por ella.

Sin ponerle atención le doy la espalda dirigiéndome ya hacia el vestidor.

            —¿Linda...?—doy pequeños golpeteos a la puerta—. ¿Estás lista ya?
            —Casi. ¿Pasa algo?
—Bill...—me giro a mirar, Bill ya ha desaparecido de nuevo. Es veloz—. Nos quiere de vuelta. Estamos a punto de...

Termina por abrir la puerta. La miro, la devoro con la mirada de pies a cabeza. Huele a seda, a su suavizante favorito, al olor de su piel, mi olor favorito. Por Dios, ese atuendo, ese vestido gris corto, su cabello, sus ojos... ¿Cómo diablos era posible?

            —¿Qué...?—se exalta. Sus mejillas ya están ardiendo de más.

Tengo que tragar saliva de nuevo. No sé cómo contestar.

—¿Debería decírtelo?—tiendo una mano en su dirección. ¡Es que ella tenía que darse cuenta también! ¿Disfrutará del trance en el que me hace entrar?—. Quiero decir... tendré que... cuidarte de mis hermanos.

Una risita sale de sus labios. No puedo evitar derretirme.

—No tendrá que ser así. Por suerte, mis ojos pueden ver hacia una sola dirección—se vuelve sonriendo satisfecha, toma mi mano y hala con suavidad hasta posicionarnos en los mismos asientos. Abrochamos los cinturones y trato de tranquilizarme un poco más—. Tú tampoco luces tan mal.

La noche ya se adueña del cielo estrellado de California. Me pregunto si las estrellas brillarán así de intenso sobre Neverland también. Espero que todo esté perfecto por allá. La noche es fría, tal y como lo es la mitad del otoño, pero clara además. Y Encino no tarda en darnos la bienvenida al aterrizar.

Bill, junto con un grupo de personas ya aguardan al pie del ingreso de emergencia del pequeño aeropuerto. La mano de Rachel está prendida de la mía, no se mueve ni por error de su lugar, pero su mirada se pierde en todo y cuando nos rodea cuando avanzamos por la terminal. Es una de las cosas que no deja de fascinarme del pequeño aeropuerto que nos recibe al visitar a mis padres. Es reservado, por lejos poco concurrido y la seguridad no tenía que estar nunca a su máximo nivel. Ella puede mirar cuanto desee. Lo hace, y colapso de cómo esos insignificantes gestos pueden llegar a enamorarme todavía más.

El trámite de llegada no es largo, por suerte. Antes de comenzar a quejarme, Bill ya nos lleva directo al viejo automóvil que acostumbramos tomar. Rachel entra, y se desliza sobre el asiento trasero hasta que yo puedo hacerlo también. Una vez que Bill cierra la puerta detrás de mí, el silencio se impregna, y lo único que puedo escuchar con claridad es la agitación de su respirar.

            —¿Tienes frío, Rach?

Me muestra una sonrisa casi inmediatamente. Me sorprende lo determinante que es.

—No es el frío lo que me tiene así—ríe con timidez—. Nueva York, ¿recuerdas? Ahí debes tener piel de acero para sobrevivir las nevadas.
—Supongo que sí—musito. El coche ya comienza a andar—. ¿Entonces qué es?

Su mirada se enturbia. Se me corta la respiración.

            —Creo que estoy algo nerviosa.
            —No lo estés. No deberías estarlo.
—¿Cómo no lo estaría?—niega y frunce su ceño con preocupación—. La noticia me ha caído del cielo. Y no puedo creer cómo esto ha sido un plan malvado tuyo y de mi padre para comenzar.
—Tu padre es muy buen actor, ¿no es así?

Resopla echando la cabeza hacia atrás. Dejo de mirarla por un momento, intentando no romper en carcajadas.

            —Y tú también—espeta.

Me deslizo hasta acercarme más a su cuerpo entumecido, paso un brazo sobre sus hombros y trato de acunarla contra mi pecho. Su piel está bastante helada, ha mentido sobre lo de no tener frío. Suspiramos al mismo tiempo.

—¿Sabes? Si necesitas culpar a alguien, culpa a Janet—murmuro, y me cuestiona con la mirada—. Así es. Ella le ha contado a mi familia. Hasta hace poco sólo ella lo sabía, pero le ha soltado la información a todos y desde entonces mi teléfono no dejó de sonar. Una, otra, cientos, miles de veces.

Su vista vuelve hacia su regazo, se cruza de piernas repetidas veces sin decir nada más, y sus dedos no dejan de anudarse unos con otros. Continúa nerviosa.

            —Tu padre sólo ha sido un pequeño incentivo.
—¿Entonces todas esas bromas? ¿Todas esas groserías que te hizo han sido planeadas?
—Bueno, la verdad es que no—siento calor debajo de mis mejillas—. Aún tenemos que trabajar en congeniar mejor, pero la verdad es que él ya estaba de acuerdo en traerte hoy para acá.

Ella asiente, pero sus ojos serios y cautelosos no dejan de entrever nada más.

—Ey...—sostengo su mentón, ella cede sin problema y sus ojos grises vuelven a encontrar los míos. Las luces del exterior brillan en el centro de ellos—. Todos quieren conocerte.
—Me siento halagada.

Sus labios se extienden levemente y estudio su rostro entero. Sus ojos, la forma en la que por fin comienzan a brillar, su nariz, sus mejillas aterciopeladas y la ternura de toda su piel. Entonces me detengo un momento, y paso mi pulgar por su labio inferior. Ella continúa quieta, y yo no puedo parar de mirar. A pesar de sentir sus ojos aprisionando los míos, yo me ocupo de devorar sus meros labios con mi mirada. Ahí está de nuevo, la misma sensación, el mismo resquicio de deseo creciendo por hacer de todo con estos labios frente a mí.

Cuando la dejo ir el silencio prevalece durante el resto del recorrido. Finalmente, a través de la ventanilla mi vista se fija en el viejo portón negro que protege mi hogar. Se abre ante nosotros, y me pierdo en el jardín principal tendiéndose delante de nosotros. Todas esas luces centellando como las había recordado, la vegetación continuaba siendo la misma, la decoración, la vieja fuente, e incluso la campana oxidada que tendía de la puerta principal. ¿Cuánto hacía que había pisado este lugar? ¿Hace cuánto que me había mudado a Neverland? Simplemente no puedo creerlo. Continúo mirando, y sencillamente no consigo comprender. Un nudo de nostalgia aparece de pronto. He tenido mi hogar bastante abandonado.

—Oh, no...—la voz temblorosa de Rachel me devuelve a la realidad—. Oh, no, nos estamos deteniendo.
—Nos estamos deteniendo, pequeña—admito con ella. ¿Está nerviosa de nuevo?

Bill aparece abriendo la puerta a su lado. Cuando la intemperie comienza a reinar, sus ojos vuelven a refugiarse en mi mirada. Descendemos del vehículo y comenzamos a andar.

            —Esto es una venganza, ¿no?

Suelta con nuestro caminar. ¿Qué...?

            —...Una por lo que ha ocurrido con mi padre.
—Rachel, ¿Podrías dejar de temerle a mi familia? No van a comerte viva, si es lo que crees. Van a adorarte, ¿me oyes? Estoy seguro.
—No es sólo tu familia, Michael—se tensa, no evito notar el tono desdeñoso—. Es lo que han sido desde hace años, la fama que tienen, su presencia, ¡Todo!
—Yo también soy famoso, Rach—me bufo—. ¿Te ha dado miedo cuando recién me conociste?

¿Quería oír la respuesta?

            —Me sentí un poco intimidada con tu presencia, para serte sincera.
—Y yo, extasiado con la tuya—suspiro insistiendo en nuestro andar—. Anda, vamos ya.
—Sólo... No te alejes mucho, ¿Está bien?
—Ni que estuviera loco.

Nos detenemos antes del enorme pórtico. Vaya, luce diferente, lo han remodelado. Me quedo mirando cada detalle que no conocía mientras Rachel se haya hiperventilando de lado mío. Haciendo eso, y estrangulando mi mano entre las suyas. Me deshago de la espera, y no aguardo en llamar.

No aguardamos más de unos segundos hasta que unos murmullos suenan del otro lado. Alguien parece hablar, y algunos pasos resuenan aumentando el volumen. Me aseguro de que mi mano esté bien posicionada entre la de Rachel, y ahogo un suspiro con cuidado.

Bien, ya es tiempo.

            —Oh, por Dios... ¡Estás aquí!
            —Hola, Rebbie—replico con una sonrisa.

¡Gracias al cielo que ha sido ella!

            —¡Mírate nada más!

Lleva una mano a la altura de su pecho, mirándola a ella, estudiándola de pies a cabeza con una sonrisa que no deja de crecer. Luego, sus ojos se detienen en nuestras manos entrelazadas, se vuelve hacia Rachel echando un vistazo mucho más largo que el anterior. Bastante. Y finalmente, vuelve a mirarme a mí, y termina completamente ruborizada.

Arqueo una ceja, ¿De qué iba todo eso?

            —H-hola...

Increíblemente, Rachel rompe con el silencio y toda esa incomodidad.

—¡Lo lamento tanto! Quiero decir...—abre paso y con movimientos torpes nos permite ingresar—. J-janet nos había comentado que eras realmente linda, pero no hubiera creído que... En fin, Michael es... me refiero a...

Desvío la mirada alrededor. No quiero siquiera toparme con la confusión que puede estar atolondrado el rostro de Rachel. En la estancia no parece estar nadie más, los ruidos de antes han desaparecido además. ¿Dónde estaban todos?

—...Soy Rebbie—le tiende una mano, y más tranquilo, le vuelvo a contemplar—. Soy la hermana de Michael. Bienvenida, Rachel.
—Gracias...—de los labios de Rachel se manifiesta la más hermosa de las sonrisas. Me siento alucinado por el gesto—. Mucho gusto, Rebbie.

La mano de Rachel se relaja un poco.

 —Ha ido mejor que con Janet, al menos—musito.

Rachel formula una risita y Rebbie me interroga en silencio.

—Oh...—repongo. Cierto, sólo nosotros tres conocíamos la historia—. Cuando la conoció, Janet ha creído que se trataba de una persona que se había inmiscuido dentro de Neverland.
—Una “fanática” para ser más correctos—Rachel añade luego de mí. Le devuelvo el gesto divertido sin pensármelo un momento.

Rebbie niega para sí misma, riéndose a la par.

—No puedo creerlo—musita—. Ya sabemos con qué molestar a Janet por el resto de la cena, entonces. No, aguarda, ¡Espera a que mamá lo oiga!

Se excusa con señas repetitivas, y ansiosa comienza a andar de prisa en la dirección contraria. Le sigo con la mirada por un momento, hasta saberla perdida en los adentros de la casa. El silencio comienza a reinar otra vez. ¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido poner algo de música al menos?

            —No ha ido tan mal, ¿O sí?—Rachel me saca de mis pensamientos.
            —Por supuesto que no, pequeña. ¿Por qué tendría que serlo?
—No lo sé—suspira—. Quizá tenías razón. Quizá sólo estaba demasiado nerviosa.

Asiento, y mirando de reojo la dirección por la que Rebbie ha desaparecido, me inclino para besar su mejilla.

—Al principio no creí que me saldría la voz...—sonríe con las mejillas ya coloradas—. Y eso que ha sido sólo Rebbie.

Tiene razón. Ha sido sólo Rebbie. Y ni una sola pregunta que ha aparecido aún. Entonces, todavía queda mucho por sopesar. Y es muy pronto para cantar victoria. Me pregunto dónde estarán mis hermanos. Janet, mi madre...

¡Kate!

            —¿Mamá...?

Se me escapa una sonrisa de sólo mirar a Rebbie volviendo junto con ella. No aguanto más, y de la mano de Rachel nos aproximo a la estancia principal, a acortar la distancia, a terminar con los segundos y abalanzarme sobre ella con mis brazos abiertos. La mano de Rachel cede y entonces puedo tomarle con fuerza, como hacía meses que no lo había hecho, como si de verdad hubiera necesitado de ello para sobrellevar el resto de la velada con la fuerza correcta.

            —Michael...—musita aún abrazándome—. Hijo, hola...
            —...Hola, mamá.

Termino el abrazo con sutileza, con la idea de que hay alguien que ella tiene que conocer. Me giro, y a mis espaldas, los ojos de Rachel brillan inmensamente mirando a mi madre. Dios mío, esto es, por mucho, perfecto.

            —Kate... quiero que conozcas a alguien.

La voz me tiembla, y con mi mano apoyada sobre su espalda, me ocupo de que Rachel avance un par de pasos más cerca hacia ella. Hay una hermosa sonrisa congelada en los labios de ambas.

            —E-ella es Rachel—digo, esperanzado—. Mi novia.

En una última instancia, Rachel me observa con una dulzura indescriptible brotando de sus ojos. Mi urgencia crece; quiero abrazarla, besarla, ¡Tomarla ahora!

            —Es un verdadero placer. Tenía unas ganas inmensas de conocerla por fin.
—Hija...—mi madre lleva una mano a la altura de su pecho. Exhala, y niega con ternura—. Créeme, el placer es todo mío. Llámame Kate, por favor.

Creo que una risita sale de mí. Las mejillas coloradas de Rachel, la sonrisa de mi madre... ¡Son tan lindas!

Rachel asiente con cortesía.

—Por fin he conocido la única razón que ha hecho salir a Michael de Neverland por tanto tiempo... ¿no es así?—ella se detiene por unos segundos. Segundos en que no deja de estudiarla, y que parece no comprender que Rachel, a mi lado, y tomando mi mano con esa fuerza, fuese real—. La razón por la que parece que sus ojos no dejan de brillar, y que su sonrisa no parece terminar de agrandarse.
—Oh...—Rachel ríe con timidez, aferrándose a mi brazo entero, acercando su cuerpo hacia el mío con suavidad—. ¿Es verdad eso?

Luce una tremenda sonrisa de satisfacción. Puedo sentir cómo está disfrutando del comentario.

—Lo es—le aseguro a ambas. ¿Cómo no iba a hacerlo? Observo a mi madre y ya puedo sentir las mejillas entumecidas—. Es la persona que ha atrapado por fin a tu bebé, Kate.

Un bufido suena detrás de nosotros, y a la par nos giramos a observar.

            —Tendrás que disculparme, Mike. Pero aquí, el bebé de mamá soy yo.

Randy acentúa su sonrisa, y tan espontáneo como es, todos mis hermanos se encuentran formando una media luneta al lado de él. Oh, no. Todos se han aproximado de pronto, y ni cuenta me he llegado a dar.

Ahora lo inevitable.

—...Randy—espeto. Tengo que suspirar para no sonar tan ansioso—. Hola... hola, chicos.
—Mike...
—¡Hola, pequeño! ¿Cómo estás?—terminan de decir.

Es una ironía el hecho de que ahora yo sea el ‘pequeño’ aquí.

—¿Tus hermanos?—para mi sorpresa, Rachel les estudia a cada uno con una sonrisa relajada.
—Así es—asiento igual, mirándolos. ¡Son demasiados! ¿Por qué han tenido que aparecer al mismo tiempo? Aunque, mejor ahora, todos de una, a tener que perseguirlos por la casa entera luego—. De izquierda a derecha, están Jermaine, Tito, Jackie, Randy y... Marlon.

Los voy señalando, y luego de cada nombre pronunciado, estrechan la mano de Rachel con igual o más emoción que antes.

—Ella es Rachel, mi novia—musito, advierto que mi sonrisa vuelve a aparecer.

‘Novia’... me fascina, me encanta llamarla así.

—Es un placer—Rachel añade con voz queda, y por suerte, su sonrisa se ha acentuado aún más—. Había oído hablar de ustedes antes, es genial conocerlos a todos por fin...

Claro, si no he sido yo, Monica la ha llenado de información antes seguramente. Al menos, memorizar los nombres ya estaba previsto. Inmediatamente me siento aliviado.

—Oh, ¿bromeas...?—Jermaine murmura alegre—. Cuando Janet nos ha dado la noticia, hemos sido nosotros quienes no aguantaban las ganas de conocerte. De sólo saber que alguien ha pescado por fin a nuestro hermanito... créeme, no lo podíamos creer.

¿Qué rayos ha querido decir? Frunzo el ceño, cuestionándole con la mirada. La sonrisa de Rachel se vuelve turbada.

            —Y, ¿En dónde está Janet a todo esto?—intervengo en seco.
—Detrás de ti—la vocecilla aparece de pronto, y tambaleando se abre camino entre mis hermanos—. Y debo decir además, Randy, que aquí la bebé soy yo.
—¡Janet...!

Rachel deja ir mi mano, y todos la miramos abalanzándose sobre de ella. La imagen es increíblemente acogedora. Al fin ha aparecido, al fin alguien que Rachel ya conocía. ¡Por fin!

—¡Rach!—brama luego de haberla abrazado—. ¡No puedo creer que estés aquí! ¡No puedo creer que estés en nuestra casa!
—¿Te he dicho o no que nos veríamos pronto?
—Sé que sí... Me fascina que haya sido verdad. Demonios, tengo tanto que contarte, ¡Tanto que mostrarte aquí! ¿Mamá...?—infiere, mirando por el costado de Rachel. Ambas se giran y los ojos de Janet comienzan a brillar—. ¿Crees que podríamos mostrarle la casa?

Mamá parece meditarlo por unos instantes, pero el silencio termina con su rostro iluminado.

            —Por supuesto que sí, ¿Por qué no? Así esperaremos a que la cena esté lista.

La sonrisa de las chicas se agranda con la respuesta. Rachel y Janet se miran cómplices, como si fuesen las más grandes amigas. Definitivamente, su llegada había aligerado el ambiente.

—De acuerdo—musito, acercándome a tomar la mano de Rachel—. Vayamos.
—Ah, no.

Mi madre se interpone en el camino con una mirada divertida.

—Ella está contigo todo el tiempo, Michael—se excusa, antes de que yo pudiera protestar—. Deseo conocerla, saber de ella sin que estés tú presente para supervisar lo que ella tenga para decir.

Observo a Rachel, que se encuentra mordiendo su labio inferior con una mueca de preocupación. Oh, no. Lo primero que ella me ha pedido, su deseo de no alejarme y lo primero que me han pedido hacer. No puedo creerlo...

Asiento, derrotado. Aunque más indignado que molesto.

            —De acuerdo... Sólo... no la alejen demasiado, ¿Está bien?
            —¡Jesús! ¿Es que no soportas ni unos minutos sin ella?

No, en realidad no.

—Conocerá la casa, Michael. Eso es todo—Rebbie admite al final, como sus palabras fueran la última necesidad para dar final a toda esa conversación—. Quédate tranquilo.

Y me aniquilo mirando a mi madre comenzando a andar, a Rebbie luego de ella y a Janet halando a Rachel de la mano persiguiéndolas a ambas. De la mano que se supone, yo iba a mantener tomada durante el tiempo que me fuese posible. Rachel tan sólo me manda una última mirada, una última sonrisa y sus labios amoldando en silencio las palabras “Te quiero” antes de ceder con ella.

Suspiro, y ellas ya han desaparecido de nuestro alcance.

—...Andando—Tito murmura, con su mano apoyada sobre mi hombro. Antes de darme cuenta, mis hermanos y yo nos dirigimos a tomar asiento abarcando cada sofá.

Pensar que el tiempo sin Rachel a mi lado se me pasa volando.

Simplemente, charlando con mis hermanos. Con una copa de vino rosado en mi mano y el único propósito de ponernos al día con lo que cada uno ha hecho de su vida hasta este momento. Charlamos de sus nuevos proyectos, y esperanzado, comento sin dar un atisbo tan grande acerca del nuevo material en el que estoy trabajando. -Eso me recuerda, mañana tendré que atender algunos asuntos al respecto en los estudios de Westlake-. Sé en qué se han estado ocupando últimamente, dónde han estado viviendo, cómo están sus familias, mis sobrinos, sus esposas, sus hogares en general. Y de pronto, me entero de que la razón por la que ninguna de ellas ha aparecido, es por pura y firme petición de nuestra pequeña hermana Janet, alegando que quería privacidad con todo este asunto de conocer a Rachel. Pensándolo bien, tengo que agradecerle por ello. Conocer a la familia completa ya era un gran paso para ella, no quiero ni imaginarme cómo sería con la familia política incluida de por medio.

Una duda existencial aterriza en mi cabeza, pero aguardo a que Jackie termine de hablar.

            —¿Alguno de ustedes sabe dónde está Joseph? ¿No está aquí?
—Por supuesto que está. ¿Crees que se perdería de esto?—Marlon parece burlarse.
—Sólo que él no ha bajado aún—Jackie añade—. Aparecerá cuando estemos a punto de cenar, supongo.

Asiento, desganado. Creo que debí hacerme a la idea.

Algo me hace girar, y ver más allá de nosotros. Y a lo lejos vuelvo a mirarle; cerca del comedor, casi por salir al pequeño sendero en el jardín, están mi madre, Rebbie, Janet y Rachel aún siguiéndoles. El resto charla, parecen no dejar de murmurar cosas, pero ella deja de ponerles todo resquicio de atención cuando nuestras miradas se encuentran. Me lanza una sonrisa, una hermosa. Mi sonrisa predilecta. La abrazo con mi mirada y me limito a guiñarle un ojo, con el deseo de que sólo ella me hubiese observado. No puedo esperar a estar de nuevo con ella, maldita sea.

Un chiflido de insinuación hace presencia, y me hace falta sólo una mirada para asegurarme de que Jermaine ha sido el responsable. Inmediatamente me percato de que mis hermanos, se encuentran mirando a Rachel también. Aunque quizá demasiado.

            —Vaya que es linda, Michael.
            —Muchas gracias... supongo.

¿De verdad estoy sintiéndome celoso? ¿De ellos?

Me topo con Randy, y con sus ojos atolondrados aún perdidos de lleno en ella. Maldita sea, ¿Por qué no podía dejar de pensar lo peor?

—¿Estás bien por allá, Randy?—ruego por que la cuestión no haya sonado tan desesperada.
—S-sí, sí...

Parece reaccionar. Pero, Dios ¿Por qué sigue viéndola?

—¿Cuánto tiempo dices que llevan juntos?—Tito me distrae. Al menos, Randy para de mirarla.
—Estamos por cumplir un año ya.
—Vaya... —Jermaine replica—. Toda una vida.

Sonrío, con mi mirada volviéndole a ubicar. Miro a lo lejos a Rachel charlando con mis hermanas, y parece acordar  con mi madre en alguna cuestión. Mientras tanto, el resto de mis hermanos asiente conmigo. ¿Se me borrará esta tonta sonrisa en algún momento?

            —Y... ¿Cómo es ella, Michael?
            —Explícate—le miro frunciendo el ceño.

¿Que cómo es ella? 

—Sí... Ya sabes—sus ojos se vuelven atolondrados. Advierto a Tito y a Jackie riendo por lo bajo y lanzándose montones de miradas insinuando—. ¿Es buena en la habitación?
            —¿Qué...?

Que no sea lo que pienso.

            —Por Dios, Mike—Tito resopla exasperado—. ¿Es o no buena en la cama?

¿¡Pero qué diablos!? ¡No puedo creerme que haya soltado la pregunta así nada más! ¿Qué esperan? ¿Detalles? ¿Noticias? ¿Que pida consejos? ¡Por favor! Reprimo mi enfado, el terrible ardor que me supura la sangre, y toda esa necesidad de abandonarles ahí. Maldición, no sé cómo se han atrevido.

—Me perdí de la parte en la que el tema es de su incumbencia—casi bramo, quizá el tono de mi voz se endurece también. Lucho por acentuar la seriedad de mi rostro y espero que la respuesta haya sido más que suficiente.
—Ey, tranquilo—finalmente, Marlon interviene—. Es un tema normal, es una simple pregunta, Michael. ¿Por qué tienes que alterarte?

Sus miradas preocupadas me taladran una por una, y uno de mis suspiros no tarda en aparecer. Bien. Son mis hermanos, con un demonio, y tenía que asimilarlo sí o sí. Y preferible ahora, a tener que ganarme un pleito con Rachel luego como el que ha ocurrido con Janet. A veces aborrezco lo curiosa que mi propia familia podía llegar a ser.

—E-ella y yo...—¡No puedo dejar de titubear!—. Ella y yo aún no hemos... tenido relaciones. 
—¿¡Qué!?—Jermaine lanza una sonrisa de incredulidad—. ¿Y qué rayos estás esperando?
            —Aguarda un minuto, ¿No han tenido relaciones?

Esa voz. Seguimos el resuene y nos encontramos con una Janet enteramente petrificada al pie de la estancia. Se acerca a zancos y sé que no será la única pregunta que va a hacer. Maldición, ¿Cuánto habrá estado escuchando?

—¿Por qué me has dicho que sí antes, en Neverland?—se detiene hasta tomar asiento a un costado de Tito.

Me quedo mirando más allá, hacia el comedor, para asegurarme de que Rachel continúa rondando por allá.

—Mentí—admito—. De hecho, me ocasioné un pleito con ella por haberlo hecho.
—No puedo creerlo...—hay confusión en su mirada—. Cuando los he conocido, estaban tan juntos... Quiero decir, no se despegaba uno del otro. Podría decir que han habido días en los que no salían de la habitación.
 —Han habido días en los que no salimos de la habitación—le corto. Y el resto tan sólo aguarda por mí en silencio. No puedo creer que esta conversación vaya en serio—. Sí, la habitación sirve para más que sólo para intimar, Janet. Por más fantástico que parezca. 

Janet simplemente se queda callada. Lo ha entendido.

—Estás metiéndote en un embrollo aquí, hermano—Jermaine repone junto a mí—. ¿Qué es lo que sucede con ustedes dos? ¿Ella no ha querido...? 
—No es eso. Ella lo quiere—musito—. Quiere hacerlo y estoy seguro de que yo también. Es sólo que... 

La maldita lista se hace interminable dentro de mi cabeza. Lo mismo de siempre, lo que no he podido terminar de contener. 

Porque es el hecho de no ser lo que ella espera, de no poder satisfacerla de la manera  en la que planeo hacerlo, el no parar de ser víctima de toda esta timidez y cohibición que me apresan cada vez que he pensado en hacerlo, en por fin consumar esta relación. El que ella me vea desnudo, y que... todas esas manchas que se dispersan por todo mi cuerpo sean no otra cosa más que un terrible problema. Uno que aún, no me he dado el tremendo lujo de compartirle. Pero, por Dios... la deseo, la deseo demasiado. Deseo explorarla, hacer de todo con su cuerpo, su piel, sus labios. Besarla hasta el cansancio, hacerla mía, pertenecerle de la misma forma, saborear su alma y cada delicioso rincón, todo ese deseo que ha estado guardando por ambos ahí dentro. Que espera por mí.

Y todos esos ojos preocupados en frente mío, taladrándome, imponiéndose, interrogándome hasta lo indecible, me aseguran una, otra, y otra vez de lo mismo; no puedo creer todo el tiempo que he dejado pasar.

—¿Y a qué esperas?—Jermaine recupera el habla, me libera del terrible trance—. ¿A que se canse de buscarlo? ¿A que se dé por vencida y no lo vuelva a pretender? 
            —Por supuesto que no—sentencio.
—¿Entonces qué es, Michael? Deberían intentarlo y, ahora sí, no podrán despegarse uno del otro—su mirada se vuelve pícara—. Verás que el sexo es lo mejor que...
—...Es que no quiero tener sexo—le tengo que interrumpir. Quizá tomo el comentario como una especie de insulto—. No sólo eso. 

Mantienen el silencio andando, esperando a que mis palabras terminen de aparecer. Me quedo inmerso en mis pensamientos, sin mirar sus ojos, sino concentrado en lo que estoy por confesar.

            —...Me gustaría hacerle el amor. Y que me quiera y acepte por todo lo que tengo.

Por todo lo que le he tenido que callar.

*****
Una botella de champagne Moët es capaz de cambiarlo todo, el viejo e inmenso comedor de roble rodeado de once asientos, aunque en el momento sólo diez estén siendo ocupados, una cena en la que mamá se luce infinitamente, música de Debussy sonando en la nueva atmósfera relajada; “Reverie”, no tardo en identificar la tonada, una de mis favoritas sin duda. La tenuidad de la luz del candelabro tendiendo sobre todos nosotros, y la esbelta mano de Rachel volviendo a anudarse con la mía mientras todos aguardamos para comenzar a probar del festín. Todo cae en su lugar. Con ella tomando asiento a mi lado, con mi madre en frente de nosotros, Janet a un lado, Rebbie y mis hermanos en fila bromeando y aniquilando cada atisbo de incomodidad que pudiese avecinarse de pronto.

Pero sobre todo, alucino con lo relajada que Rachel ha vuelto desde que se ha paseado por los alrededores de mi hogar. Su sonrisa, más grande que antes, sus risas más desatadas, y todo ese nerviosismo que parece ya no amenazar. Fuese lo que fuese, estar rodeada de las chicas le había venido de maravilla.

            —¿Ese platillo no se va a enfriar?

Inmediatamente miro la dirección a la que apunta el índice de Rachel a mi lado, y no puedo sino guardar silencio, mirando el platillo servido justo frente a nosotros, sin nadie que respondiera por él. No había lugar a la duda, pues sabía perfectamente a quién terminaría por pertenecer ese lugar.

—Oh, no...—replico con aire distraído—. No te preocupes, linda. Ya llegará.

Ella me observa como si no hubiese comprendido aún.

            —...Mi padre—digo antes de que ella tuviese que preguntármelo.

Asiente hacia mí con una sonrisa y vuelve a tomar los cubiertos de su plato para continuar comiendo. Echo un vistazo al resto de la mesa, con todos inmersos en alguna que otra plática, simplemente charlando o compartiendo bromas. Riendo. Y yo, que no puedo dejar de preocuparme del hecho de que han dejado que Joseph tome asiento justo frente a Rachel y yo.

—Así que, ¿De dónde eres, Rachel?—Jackie le sonríe desde el extremo opuesto.

Tomo un sorbo más de mi copa, dirigiéndole una mirada cómplice acompañada de un guiño, mientras todos aguardamos por su respuesta. Ella sonríe incluso más, más de lo que sabría podía hacerlo, y entonces su mirada se destruye, y su gesto se torna nervioso, petrificado, sombrío sin más. Frenético busco la razón, me giro y no escondo él desconcierto.

Joseph había llegado, y ni un ‘Hola’, un saludo, ni una sola expresión vienen consigo.

            —...Buenas noches.

La voz de Rachel nace nerviosa, de entre todo ese silencio que nos ocupamos de engendrar. Y yo hubiese hecho lo mismo, sé que todos ahí lo hubiésemos hecho. Saludarlo también, de no ser porque él se ocupa de tomar su asiento, lanzar una vaga sonrisa, y nada más.

Desde el primer segundo me parece una maldita grosería.

—¿Decías, linda?—murmuro hacia Rachel. Es millones de veces mejor retomar el tema, que ocuparnos de cosas que ni importancia debían tener.

Su pequeña, pero radiante sonrisa vuelve a brillar.

—Soy de Long Island, Jackie—siento alivio por volver a escuchar su voz—. Aunque, llevo más de cinco años viviendo en Manhattan. Trabajo en una pequeña cafetería que me permite pagar los gastos, y la renta la divido con mi mejor amiga. Vivimos juntas en un pequeño apartamento cerca de Central Park.
            —Oh, ¿Cafetería?—Randy añade con una sonrisa—. ¿Entonces eres mesera?
—Así es—Rachel asiente un poco más nerviosa—. Hace unos años que he terminado la carrera, pero...
—...Aguarda—Randy le corta. ¿Ahora qué querrá?—. ¿Hace poco has terminado de estudiar? ¿Qué edad tienes?

Oh, perfecto. Esa pregunta otra vez.

            —...Tengo veinticuatro años.

Espero por una reacción por parte del resto, lo que fuese en lo que Rachel ahora parecía refugiarse en mi mirada. Es la mirada de Joseph, atorada sobre ella lo que me desconcierta de más.

            —Es un poco joven para ser tu pareja, ¿No es así?

Vaya, luego de todo, sí habla.

—Quizá...—le contesto con sequedad—. Pero no veo por qué eso tenga que interesar, Joseph.

No intento siquiera evitarlo, e instintivamente, busco con urgencia la mano de Rachel por debajo del comedor. Le tomo con fuerza, al menos hasta que Joseph deja de mirarnos a ambos, o hasta que el silencio amenazador se comience a disipar.

—Como tú sabrás...—se dirige a Rachel esta vez, volviendo a retomar su comida—. La relación no será como cualquier otra.

Todos le imitan, y vuelven a engullir. Aunque percibo un nuevo tono de alerta en cada una de sus miradas. ¿Preparándose para lo que fuese que pudiera ocurrir? Ruego que no sea nada. No ahora.

—Yo... lo entiendo—Rachel responde sin ningún problema. Bajo la mesa su tacto se dulcifica, y dibuja siluetas con su dedo sobre el dorso de mi mano.
—Entonces, podré estar seguro de que también entenderás que la familia debe ser muy cautelosa con este tipo de asuntos—Joseph se deja de titubeos. ¿A dónde quiere ir a parar con todo esto? —. Michael es una persona famosa, afrontémoslo o no. Una celebridad. Mis hijos aquí lo son. ¿Cómo sabemos que tus intenciones con él no son...?
...Joe—Kate le reprime.

Siento que mi sangre arde por dentro, simplemente no lo puedo creer.

—Oh, no, no. Todo... todo está bien—Rachel deja ir mi mano, y las tiende ambas frente a ella con ademán tranquilizador. Todo sin dejar de mirar a Joseph ni un solo segundo—. Puedo entenderlo, puedo hacerlo a la perfección. Y, s-señor, no pretendo faltarle al respeto... Pero, no es ese mi caso.

Las comisuras de sus labios se extienden a penas, pero continúa nerviosa. El resto le observa en silencio, se limitan a escuchar.

—...Comprendo la magnitud de su fama, o incluso lo que esta familia entera representa para el país... Pero no es por ello que estoy con Michael—su voz se esfuma por un instante para volver a observarme. En cuanto sus ojos grises se aventuran en los míos me siento inevitablemente más ligero, con mayor tranquilidad. Y con esa nueva sonrisa que me obsequia, sé que todo, aún podría salir bien—. Supe en cuanto le conocí que había algo en él que yo necesitaba. Y, resulta que no es algo que tuviera, o quién es ante el mundo, sino simplemente él.

Sonrío perdiéndome en su mirada. Las palabras han sido dirigidas a Joseph, pero ni una sílaba ha hecho que su mirada deje de estar perdida en la mía. Jamás terminaría de pensar en lo enamorado que estoy de ella.

            —Muy bien... ¿Entonces, qué es?—Joseph brama con inquietud.

¿Debería sentirme halagado por la maldita pregunta? ¿Por la intervención? Vaya manera de recordarme la carencia de aspectos por los que ella podría gustar de mí.

Rachel niega encogiéndose de hombros, con una risita dulce apareciendo de su boca.

—Estoy enamorada de él—me mira fija, gélidamente. Como si de pronto sólo existiésemos ella y yo. Dios mío, de ser así, la besaría hasta el cansancio. Aquí, ahora mismo, sin importar nada—. Me enamoré de todo eso que nadie conoce de él. Me enamoré de la persona que nadie más sabe que es. Y sólo así, Michael me ha dejado sin ganas de llegar a enamorarme de otra persona.

Nuestros dedos continúan bailando y enredándose debajo de la mesa. Me encuentro sonriendo, con una mueca de orgullo que no abandona mi rostro. Por Dios, la quiero tanto. La necesito más de lo que podría llegar a comprender. Sus pupilas se cristalizan sin darme cuenta, hay promesa en su mirada. Tan sólo promesa. Una de esas hermosas miradas de las que jamás deseo olvidar.

Joseph suspira agotado, pero siendo lo que se merece, lo ignoro sin pensar.

—...Estoy tan enamorada de ti y tan feliz de haberte encontrado, que si no lo hubiera hecho, probablemente seguiría buscándote.

No dudo más, y me inclino hacia ella para dejar un pequeño beso entre sus labios. Tan sólo uno pequeño, que revele todo ese deseo que ella continúa emanando en mí. Cierro el trato susurrando las palabras “Te quiero” bastante cerca de sus oídos.

—De acuerdo, aprovechando que nos encontramos todos juntos... Deberían platicar cómo es que se conocieron. La primera vez que lo pregunté apenas y lo respondieron.

Rachel y yo seguimos esa dulce voz a la par. Al final de la mesa Janet se encuentra fulminándonos a ambos con su tremenda pero insinuante mirada.

—Bien, Janet. Tienes toda la razón—Rachel admite antes de que yo pudiese hacerlo. Me echa un pequeño vistazo, y con mi mano aún acunando la de ella le doy todo incentivo de continuar—. Ha sido en el Madison. Mis amigos y yo tuvimos la oportunidad de ir al último concierto de Michael en Nueva York y, bueno, hasta donde nos fue posible, pudimos disfrutarlo.
—¿Hasta donde les fue posible?—Rebbie inquiere. De inmediato Janet asiente con ella con esa misma cara de confusión.
—...Bueno, es sólo que antes de que el espectáculo terminara, un incidente ocurrió—repongo, todos comienzan a observarme a mí—. Y eventualmente, Rachel había tenido que terminar tras bambalinas luego de que todo pasara.

Joseph casi se atraganta con el último bocado que lleva a su boca.

—¿Tras bambalinas, dices?—Joseph la contempla frunciendo el ceño. Rachel asiente con una expresión de temor—. Así que es eso, ¿No? ¿Eres una especie de groupie?
—¡Joseph,! ¿¡Qué...!?

Siento la presión sanguínea abandonarme al ponerme de pie, frente a él. Me tiemblan las rodillas pero, ¡Con un demonio! ¿Cómo se ha atrevido?

            —...J-joe, por favor—Kate le suplica.

Me mantengo firme, pese a la sequedad de mi boca. Trato de contenerme, por el bien de todo lo demás, aunque la descarga de adrenalina continúe ardiendo por dentro.

—N-no, por supuesto que no... yo no... —a Rachel ya se le ha enturbiado la expresión, simplemente ha palidecido.
—¿Pero qué diablos te pasa?—la interrumpo para dirigirme a Joseph. Ella no tenía que dar ni una maldita explicación.
—¡De joven pretendías a Diana Ross, Michael!—él arquea una ceja, luciendo indignado pero amenazador—. ¡Tatum, Brooke! ¡Mujeres de tu nivel! Así que... o es eso, o es que tus estándares han descendido drásticamente.
            —¡Ya basta, maldita sea!

Janet camina hacia ella con zancadas inmensas, veloces, y en una serie de movimientos sutiles, simplemente saca a Rachel de aquí. Les sigo con la mirada, lastimándome con el gesto inexpresivo y vacío de Rachel. Me juro, si tan sólo una maldita lágrima salía de sus ojos... Si Joseph la hacía llorar, esto sería todo.

Yo tengo unas ganas de llorar, de gritar, de maldecir, esta cosa que no puedo impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesito estar más tranquilo para decir lo que pienso.

—Ya ha sido suficiente. ¿Me escuchas?—murmuro en voz baja, consciente de que Rachel no debía escucharme. Aunque la bilis continuara ascendiendo por mi garganta—. Lo único que ha hecho Rachel hasta haber llegado a California fue buscar una manera de caerles bien, de que lograran respetarla. Puede que sea diferente a ti, Joseph. Que no sea una ‘celebridad’ o como sea que me llames, pero eso no es asunto tuyo. No es de ninguno de ustedes.

Me topo con los ojos del resto frente a mí. Mis hermanos, Rebbie, mi madre y Joseph me miran atónitos.

—¿Y saben qué...? No tiene por qué gustarles, sólo respetar el hecho de que me guste a mí.
—¿Qué no lo ves?—Joseph infiere defensivo, con sus ojos avellana brillando amenazadores contra mí, como si tuviera una maldita razón para excusarse a sí mismo—. ¿Qué no te das cuenta de quién rayos eres y que lo que tú mereces es...?
—...Sí. Todos dicen que merezco lo mejor—le corto—. Pero si lo mejor no es ella, entonces no lo quiero.

Contengo mi respiración por algunos segundos. ¿Era tan difícil de entender? ¿Es que todos se han llevado la impresión de que estaría sólo siempre? ¡Qué estupidez!

—Y ahora—mascullo, con los dientes apretados—. Si no pueden ser civilizados con la mujer que yo amo, entonces...
            —¿¡...La mujer que tú qué!?—Joseph brama horrorizado.

Dios santo... Lo he dicho.

—L-la mujer que yo amo.

Mi piel se eriza en su totalidad, mi tacto se entumece y mi labio inferior no para de temblar, de arder. Y más que eso, más que el desprecio en los ojos de mi padre, en la atolondrara esperanza en la sonrisa de mi madre o el gesto dubitativo del resto de mis hermanos... Más que eso, su alma me hace despertar. ¡Por Dios! ¡La amo!

—...La amo. La amo de verdad—vuelvo a musitar—. Y quizá no debería decirlo por primera vez en frente de todos ustedes. Sino, simplemente a ella. Nada más. Y voy a hacerlo ahora.
            —¿Qué... Michael?

Kate se sobresalta cuando hago ademán de alejarme del comedor.

—Me largo. Ella y yo... nos vamos de aquí—continúo andando, lento, pero ansioso—. Y gracias, gracias por abrirme los ojos y... por haber arruinado la cena, Joseph.

Al alejarme, la encuentro tomando asiento sobre el descansabrazos de uno de los sofás, vacilante, cabizbaja y soltando un horroroso suspiro infestado de frustración. Lleva su índice a la altura de sus ojos, y limpia con cuidado una lágrima traicionera. Mierda, había estado llorando.

No, entonces no podía hacérselo saber. No ahora.

—¿Linda?—la llamo y deja de hacer lo que hace.

Me aproximo veloz, y junto con todo y sus pasos apresurados, ambos nos impactamos con los brazos abiertos. Su rostro impregnado de tristeza, como buscando refugio dentro de mí me conmueve hasta lo indecible. La tomo con fuerza y no lo consigo concebir. El cómo la ha tenido que pasar, por lo que la he atravesado, la maldita incomprensión de mi familia, la arrogancia y el hecho de que Joseph, ni por poco ha sido capaz de comportarse con paz. La he dejado sola, y más aún cuando ha sido lo primero que ella me pidió con creces que no dejara de cumplir.

Entonces lo recuerdo;

—¿Dónde está Janet?—la incorporo frente a mí. Sus ojos se dulcifican de pronto.
—Ella... mencionó tener que subir a buscar algo que necesitaba.
—No importa ya... —espeto, tomando su pequeña mano de nuevo—. Nos vamos.

Caminamos por la misma dirección por la que hemos llegado horas antes. Por el mismo camino que tomamos cuando pensé que esta cena, para variar, iba a poder librar, y terminar bien.

            —¿Qué? ¿Nos vamos?
            —Sí. No quiero estar aquí. No quiero que estemos aquí.

El frío nos infesta al salir. Camino de prisa junto a ella a través del jardín, e incluso puedo sentir chocar contra mi rostro la briza que la vieja fuente desprende con la velocidad del viento. Quizá ella lo esté sintiendo también. Luego de todo, ella no usaba un suéter desde que ha mentido sobre no tener frío. Como fuese, estaríamos mil veces mejor una vez que saliésemos de aquí.

Su mano se tensa, e inevitablemente, me impide continuar.

            —¿Es cierto lo que has dicho?

Sus ojos iluminados me hacen perder el juicio. Caigo inmediatamente en la cuenta.

—¿H-habías...?—titubeo. El frío no ayuda, y sus cejas distorsionadas en una fina línea de preocupación no me dejan concentrar—. ¿Habías estado... escuchando, pequeña?

Tomo su rostro con ambas manos, con toda esa urgencia que empieza a corroer. Ella asiente lentamente, y es entonces, cuando toda la opresión se desvanece dentro de mí, me abandona. Mis ojos se humedecen contemplándola.

—Sabes que también te amo, ¿Verdad?—susurra sin vacilar. Determinante.

Sus manos acarician mi cuello, terminando el recorrido detrás de mi nuca, ocasionando que se me erice la piel. Madre mía, no puedo reprimir el júbilo.

—Lo hago en verdad, Michael. Te amo...—calla unos instantes, quiero hablar, reír, llorar, pero no puedo siquiera reaccionar—. Dios mío, ¡Te amo!

Ni siquiera le puedo contestar, no puedo agrandar mi sonrisa sin que ella ya adelantara sus movimientos y comience a besarme con dulzura. Me aseguro de aferrar su cuerpo con más devoción, de que mis labios cedan ante el movimiento de los suyos, de saborearla, de intentar siquiera pedirle perdón. La devoro, nuestros alientos se funden en uno sólo hasta no poder más. Hasta que se sequen nuestros labios, que nuestras lenguas se sacien y que sus dientes no me dejen de tomar.

Una lágrima que sé que no es mía toca mi mejilla. Como hace casi un año, como aquella vez en Nueva York, en la que había sido la primera vez que ambos nos habíamos atrevido a probar la esencia del otro.

—Será mejor que... volvamos a Neverland—jadeo, no puede ser de otra forma—. Antes de que sea aún más tarde.

Ella me vuelve a besar.

            —Pero... Bill. Él no está...
            —Nos iremos en taxi si es necesario.

Sonríe junto a mí. Lo único que deseo ahora es sacarla del lugar, como fuese.

—...No es necesario—Janet nos intercepta a ambos con su voz relajada. Rachel y yo giramos para encontrarla tratando de recuperar el aliento—. Llamé a Bill en cuanto tuve la oportunidad.

No respondo. Aunque no lo planeo, no puedo evitar sentirme un poco resentido con ella. La verdad es que lo estaba con toda mi familia en general.

—No sabes cuánto lo lamento—musita—. Lamento que las cosas hayan terminado así...
—No importa ya—replico. En realidad, ella no era el más grande de todos los males—. Está hecho. Y ahora nos tenemos que ir.

Halo de la mano de Rachel de nuevo sin importarme nada más. Pero no por mucho. Una mano tomando de mi hombro me vuelve a detener.

—...Espera, no puedo permitir que se marchen molestos. No conmigo, al menos—sonríe con timidez. Luce abatida, casi o tanto como yo me encuentro.
—Janet, tú no...—Rachel murmura hacia ella con un gesto cargado de desilusión.
—Mañana es su aniversario, ¿No es así?—le interrumpe.

Asiento como último recurso. No tenía ni idea de que Janet lo iba a recordar. Hurga en uno de sus bolsillos, y no se detiene hasta sacar un pequeño trozo de papel.

            —¿Qué es eso?—pregunto.
—Les he hecho una reservación...—susurra. Puedo notar lo cohibida que se encuentra—. Es un nuevo restaurante en la ciudad, Sorrentino’s. Se supone que es bastante exclusivo, y algunos amigos incluso me han hablado maravillas de él.

Rachel pestañea ofuscada. Yo estudio a mi hermana, sin entender de qué va la broma.

            —Janet...—repongo—. No tienes qué...
            —...Por favor, tómalo—insiste. Tendiendo el talón de papel frente a nosotros.

Es Rachel quien finalmente lo toma. Janet agranda su sonrisa, y ambas se lanzan un puñado de miradas cómplices. De los labios de Rachel observo la palabra “Gracias” florecer.

            —Gracias, Jan...—me doy por vencido.

Caigo en la cuenta de que no puedo durar más de diez minutos enfadado con ella, y me aproximo lo suficiente para dejar un beso a la altura de su frente.

Un momento después, los faros de un automóvil centellan por detrás. Bill aparece en el momento oportuno. Me percato de que tomo con determinación la pequeña mano con Rachel y sin lugar a una palabra más; ni un ‘adiós’, un ‘hasta luego’ o un ‘lo lamento’ más, ambos terminamos de andar hasta el interior del coche. Bill no nos mira por el retrovisor, sino que se ha limitado a saludarnos con una mirada diligente y nada más. Pero aún así, su mirada lució espléndidamente honesta. Seguro Janet ya le habría dado toda la información.

Me giro para observar a Rachel a mi costado. Luciendo agotada, pero sin duda, hermosa. Más que nunca antes.

            —Lo lamento.

Me devuelve la mirada. Frunce ligeramente el ceño y siento una pequeña punzada de culpa en el interior.

            —Siento tanto todo lo que ocurrió, todo por lo que te he hecho pasar, Rachel.
—No me interesa, Michael. Ni por error—se ciñe contra mí, hasta apoyar su cabeza contra mi hombro. Yo sin duda la acuno contra mí—. Me importa que tú estés bien, que juntos estemos bien.

Advierto una sonrisa que dejo salir. Hace mucho que no sonreía así. ¿Cómo podía significar todo para mí con tanta facilidad?

—Lo va a estar, amor. Y quiero que estés segura de algo; no dejaré que nada nos arruine el día de mañana.

Tiene la respiración acelerada, y sus labios se encuentran entreabiertos. Justo aguardando mientras yo me dedico a besarla una vez más.


            —Te amo, pequeña.

2 comentarios:

  1. Dios miooooo, voy a llorar de puro amoooooor <3
    Es simplemente hermoso este capitulo, no tengo palabras para expresar lo hermoso que fue, la espera valiooo completamente la pena, siempre me quedó incluso con ganas de mas. Michael me enamora, es simplemente tan hermosooooo, el es el alma de esta historia <3

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  2. Son tan tiernos! ojalá yo tuviera a alguien así conmigo.Pero mejor sola que mal acompañada.

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