sábado, 2 de julio de 2016

Capítulo 55: "Destruida"


Arrojé mi abrigo contra el sillón; no había nada ahí.

¿En la mesita de noche de mi habitación? Nada. ¿Mi alhajero? Tampoco. ¿Mis cajones, mi cartera? ¿No? ¿Nada?

            —No es cierto...

Las palabras se me escapan entre un resople entrecortado, un bufido por mi desgracia, mientras me dignaba en rebuscar en mi habitación una vez más. Luego, mis ojos se cerraron con derrota sin poder percatarme de ello. ¿Por qué no podía encontrar más cigarrillos? ¿Monica los habrá escondido? No, no podía ser, ¿O sí?. Lo había aceptado, ella sabía que los guardaba por allí, en algún sitio del departamento cuando se me solían terminar los que mantenía en la oficina. Pero, ¿Por qué no los encuentro? Mierda.

Y el reloj comenzaba a marcar ya las cinco y treinta de la tarde; tenía que volver ya.

Tomé mi abrigo del sofá en el que había aterrizado hace unos momentos, mi maletín, mi cartera y mi bolso casi vacío. Soltando una que otra maldición silenciosa que se intercala con cada una de mis acciones al tiempo en que me dirijo de nuevo a salir por la puerta. Sonriente por burlarme de mí, pero vencida. Aunque, atolondrada, y extrañamente ligera por toparme con Chandler justo saliendo desde su departamento al mismo tiempo en que yo ya salía del mío.

Nos miramos, y una sonrisa extraña apareció. No me esperaba.

            —...Hola—le saludo, tratando de ablandar un poco más mi expresión.

Pero él, de cierto modo seguí ahí simplemente, petrificado. Avanzó hacia el pasillo pero no cerró la puerta detrás de él.

—H-hola, Rach...—cabecea confundido, con sus ojos entrecerrados y curiosos—. ¿Qué estás...? ¿No deberías de estar en...?
—...Estoy de descanso—le corté. Eso parece bastar; asiente ya un poco más relajado—. Tan sólo he venido al departamento rápido porque estaba buscando mis...

Me detuve entonces, con una luz que bien podría estar iluminando justo ante mis ojos. Pero claro, él tendría cigarrillos, estaba segura de ello. Quizá, después de todo, no tendré que comprar una cajetilla nueva aún.

            —¿Qué...?—inquirió, extrañado.
            —Tú... ¿Aún tienes cigarrillos?
—Ah, Rachel, no... No creo que... —interpone sus brazos como si no supiera de otra manera para defenderse, o excusarse.
—Oh, por favor...—zanjé quejumbrosa, interrumpiéndole esas sonrisitas bobas que me comenzó a dar—.  Sólo te pido un par. Se me han terminado los míos esta mañana y no planeaba comprar otra cajetilla hasta esta noche, Vamos, siempre tienes algunos, ¿No? Puedes...
—Quisiera, Rach—me corta con un aire amable, con una sonrisa más sincera que las de antes—. Pero, ya va algunas semanas en que no cargo un solo cigarrillo conmigo.

Miré su gesto, despectiva. Entrecerrando mis ojos como si tratara de llegar más allá de su intento de mirada seria. Pero él sólo asentía, comprensivo, como si mi desconfianza no le generara nada. Aquello me descolocó. No podía ser.

            —No es cierto—sentencio.
—...Lo es y, créeme, a mí también me cuesta creerlo—recargándose contra el muro detrás de él, y cruzándose de brazos, suspiró—. Estoy... estoy tratando de dejarlo ahora.
            —¿Por qué?

Su mirada se adhirió a sus brazos cruzados por un segundo.

—Digamos que... he recibido ciertas quejas al respecto. Quejas que, bueno... han llegado a importarme mucho—murmura, con una voz más pesada y sin reproche, así, serena, y no supe qué fue lo que me molestó más; su ruda sinceridad, o el hecho de que aún no entendía nada.
            —Ah, vaya, yo... Entiendo.

Le sonreí, en medio de la incertidumbre. Él me devolvió el gesto con un brillo más grande y aquello pareció bastar para que restara un poco de importancia al atormentado asunto.

—Y créeme que yo a veces trato de hacerlo también... —musita, incorporándose de pronto, mientras un torrente de nueva preguntas que no aparecieron se generaron sin más. Me perdí de la oportunidad cuando él viró en torno al umbral de la puerta y miraba más allá de su apartamento—. ¡Ey, Joe!
¡Ahora salgo...!—la voz juguetona de Joey se escuchó desde el interior del lugar.

Chandler resopla y entorna los ojos, yo me le quedo mirando con un poco de confusión.

—...Lleva media hora metido en nuestro baño—musita, virando hacia mí otra vez—, ¿Puedes creerlo? ¡Media hora!

Escondo algunas risitas llevando una mano abierta hacia mis labios.

            —¿Irán a alguna parte?—inquiero.
—Ah, sí. Pasaremos por un café a Central Perk antes de ir de compras para la casa—dice, dándole una ojeada al reloj que prende de su muñeca. Quizá aquello me vendría de luces, si van directo a la cafetería podría ir con ellos a comprar unos cigarrillos también. Su semblante sin más se tornó serio, y mientras cavilaba para mis adentros pude escuchar cómo un suspiro se le salía —. Eso y, bueno... tengo que hablar de algunas cosillas con él también.

Por un momento, sentí cierto peligro atestando mis pequeños y secretos planes.

—Oh, y es...—titubeé, pretendiendo, rogando como podía sonar por más, desinteresada—. ¿Es muy importante?
            —Podría decirse... ¿Por qué?
—Quizá podría acompañarles—susurré, apretando un tanto los dientes por lo ocurrente que pudiera sonar mi propuesta—. Hay una tienda justo frente a la cafetería en la que podría comprar una cajetilla nueva. Pero, claro, si es muy importante lo que tienen que hablar, chicos, entonces...
            —...No, no—me interrumpió.

Y pareció que estaría dispuesto a añadir algo más, pero se calló, ambos nos habíamos distraído en el instante en que Joey salía por fin, cerrando ya la puerta y obsequiándome una de sus más brillantes y radiantes sonrisas.

            —...Hola, Rach—murmura con simpleza, vistiendo su vieja cazadora de piel.

Una sonrisa se me escapó sin esfuerzo alguno, le saludé con la mano, y su gesto se iluminó.

—¿Vienes con nosotros?—inquiere, mirándonos a Chandler y a mí, uno a la vez.

Pero aunque quisiera, aquello aún no era mío para contestar. Junto con Joey, miré a Chandler también. Según recordaba, aún no había obtenido la respuesta que quería de su parte.

Él suspiró, mostrando una leve, pero bella sonrisa.

—Pero, claro que sí—soltó, acercándose. Puso seguro a la cerradura del apartamento, y Joey sólo se lanzó hacia mí a rodear mis hombros con uno de sus brazos para ya caminar escaleras abajo.

Un par de pisos más abajo, encontré la mirada de Chandler y le agradecí, aunque para mis adentros, no paró ese pequeño pesar por hacerle dejar de lado aquello de lo que tenía que hablar con Joey. Como sea, me despejé; no se tratará de nada tan serio como lo espero, mucho menos tratándose de ambos. Y tan pronto como nos acercábamos a Central Perk, comenzaba a alejarme de ellos de a poco para dirigirme a la pequeña tienda de frente y les lanzaba gestos para hacerles saber que luego les encontraría en la cafetería. Ambos sonrieron, y Joey se despidió de mí a la lejanía dándome su pulgar en alto antes de entrar.

Lo primero que ubiqué fueron los escaparates donde se solían encontrar las marcas de cigarrillos que más compraba. Me fijé en el precio, y en la cantidad, luego en mi bolso y un suspiro de alivio brotó al notar que de hecho, llevaba hasta dinero sobrado. En la estantería de frente había otros más, diferentes a los que frecuentaba. Un retortijo me punzó al mirar unos más que llamaron mi atención casi al final del mueble al recordar que le debía un par de cigarrillos a Tag desde la noche anterior. Dejé salir un chasquido.

Aunque, quizá comprar de sus favoritos no me haría daño, quizá hasta me llegan a gustar. Los mentolados jamás habían sido mi fuerte, pero sí que hacían que las quejas de Monica al llegar a casa disminuyeran drásticamente al menos. Decidí llevarme esos.

Al entrar a Central Perk, me encuentro inmediatamente con Joey y Chandler, varados justo frente a la barra de servicio mientras una bonita dependienta parece darles su cuenta a pagar. Eché un vistazo a mi alrededor, y como la chica tecleaba algunos números en la caja registradora, decidí encender el primer cigarrillo.

—Serán cuatro dólares con setenta y cinco, por favor—la chica se escuchó de pronto, reluciendo una leve sonrisa hacia los dos.
            —...Claro—Chandler hurgó entonces su billetera en uno de sus bolsillos.

Mirarle así me hizo sonreír. De sólo recordar los tiempos en los que solía trabajar en la cafetería, y que Chandler derrochaba orgullo y felicidad al no tener que desenfundar su cartera ni una sola vez mientras yo le atendiera.

Una risa se me escapó, pero las siguientes se quedaron congeladas al instante en que sentí una mano pesada buscando mi hombro, haciéndome desconcentrar.

            —...Lo siento—se escuchó—, pero no debe fumar aquí.

Y mientras una bocanada impregnada de humo blanco salía de mis labios, me giré, con todo y mi estremecimiento. Y sin embargo, todo se esfumó casi inmediatamente al percatarme de que había sido Gunther, mi viejo compañero de trabajo, quien había buscado llamar mi atención. Pensé en cómo me hubiera encantado sonreír, si tan sólo no me descolorara el notar su rostro enteramente perturbado.

—¿Rachel...?—inquirió, negando, meneando el rostro. Jurándome que lo que veía no tenía cabida para él. Pero no me interesó, pues había sido más la euforia de haberlo visto aquí, luego de tanto tiempo.
—¡Gunther, hola!—le di un pequeño abrazo ligero y con cuidado de no acercar mi cigarrillo demasiado hacia él—. ¿Cómo va todo? Hace tanto que no te miraba por aquí.
—Todo va...—comenzó, y sólo así, sus ojos se cerraron un poco, negaba de nuevo—. Rachel, ¿Desde cuándo fumas?

Miré, junto con él, el cigarrillo que sostenía en mi mano, el cómo una fina línea de humo blanco se desprendía de él, cómo se consumía, cómo se hacía más pequeño, y yo sólo le había dado a duras penas un par de caladas. Un deje de desesperación me punzó.

—Oh... Desde hace algunos meses—admití, fingiendo una ligera sonrisa—. Desde algún tiempo cerca de mi cumpleaños.
            —Vaya, es... extraño mirándote haciéndolo, en verdad.
—Sí, bueno... —me encogí de hombros, descendiendo mi mirada para evitar mirarle de más. ¿Era cierto? ¿Jamás me había mirado fumando?

Un gruñido que soltó me desconcentró. Icé de nuevo mi mirada hacia él y ya se encontraba obsequiándome una revitalizada sonrisa combinándose con un suspiro. Aunque, no lució con mayor tranquilidad.

—Lo... lamento, de verdad—musita, disculpándose sólo con su expresión—. Pero me matarían si te permito quedarte a fumar. ¿Crees que...?
—...Ya nos íbamos—Joey dijo firme, detrás de mí. Gunther entonces se perdió ya no en mi cigarrillo, sino en la mirada directa que él le lanzaba.

Giré y agradecí a Joey con una sonrisa. Chandler, dando un enorme sorbo de su café, se nos unió pronto y comenzamos a andar en torno a la salida. Miré mi cigarrillo un par de veces, pero no me apeteció dar una calada más, no al menos hasta no haber salido ya de la cafetería. De una forma u otra, la protesta de Gunther me había incomodado, y me había pesado más que así haya sido nuestro encuentro, luego de tanto tiempo en que no le había visitado ni por error. No podía dejar de pensar en su mirada perdida.

—Lo siento mucho, chicos—nos dijo a los tres, aunque sólo noté la forma en que a mí me ubicaba—. No he querido...
            —...No importa—le interrumpí entretanto, luchando por darle ya una sonrisa.

Y pareció funcionar, pues su gesto se había relajado. Chandler se bufó como si hubiera que recalcar algo obvio y justo antes de salir, viró hacia él.

—...Y solías molestarme con lo mismo a mí, Gunther—soltó, provocando que se nos salieran algunas risas que, para mi gloria, aligeraron el ambiente.

Al menos había logrado salir de ahí, mirando no su mirada empedernida, sino una leve sonrisa que me despreocupó.

Caminamos por algunos minutos en los que Chandler no dijo mucho más, por ocuparse en terminar de tomar su café con leche favorito. Joey por lo visto, sólo había ordenado un bagel  que terminó justo antes de que yo apareciera en el lugar, y no apeteció llevar una bebida consigo. Su andar serio, la forma en la que ni siquiera se inmutaba en evitar que el humo que desprendía de mi boca se estrellara contra su rostro, me desconcertó. Me hizo recordar que Chandler había querido salir con él no sólo para comprar algo en Central Perk, sino para charlar con él sobre algo.

¿Se lo habrá dicho ya? ¿Lo habrán hablado? Y entretanto, o lo que pudiese ser, ¿De qué le querría hablar Chandler a Joey que fuese tan privado? ¿Tan serio que tomase de una caminata para poder hablarlo? Los miro y lucen tranquilos, ambos, incluso ante semejante caos en el que está convertida la ciudad. Quizá ya hasta lo han acordado, tal vez esta tranquilidad jura que ya hablaron de ello. Chandler entonces, pareció sonreír, hundido en sus pensamientos. Me intrigó al instante.

—¿Todo está bien, Rach?—Joey inquirió andando a mi lado, regalándome no más que una mirada sumamente extrañada que me hizo olvidarme de observar a Chandler más allá.
—Sí, sí...—bisbiseé despejándome, y guardando en mi bolso la cajetilla de una vez. Esperar a fumar con Tag pareció de pronto como una mejor idea, no quería terminarme otro cigarro más de camino a mi trabajo—. Sólo miraba lo sonriente que Chandler está desde hace unos momentos.
—¿Te parece que he estado sonriente?—Chandler se le unió mirándome con ese mismo desconcierto a la par.
—No sólo sonriente—admití—. Más bien como relajado, contento simplemente.
—Oh, bueno...—asintió, volviendo a mirar al frente mientras andábamos. Y mientras, en mi interior celebraba una pequeña victoria porque sus preguntas no habían llegado a más. Joey se burló, por lo bajo.
            —...Eso es porque Chandler tiene nueva novia.
            —¿En serio...?—me detuve, sin avisar.

Un paso le tomó a Joey para detenerse conmigo y un par más a Chandler para mirarnos atónito a los dos.  Aunque, advertí que observaba de una manera más fulminante a Joey, aquello no me importó. De pronto me sentí un tanto excluida, sentí que comencé a desencajar, o que quizá era esto algo de lo querían hablar hace rato.

Pero Joey reaccionó de forma abrupta, tan pronto como Chandler lo miró. No comprendí nada.

—A-ah... bueno—Joey cambió su tono por uno más ligero sutilmente—. No me ha contado nada sobre ella, pero... Parece que pinta bastante bien.

Chandler entonces resopló, y advertí hasta la manera en que lanzaba una maldición silenciosa al aire. Continuamos caminando los tres y, ante el mutismo, o la palpable incomodidad, aún había algo que no cuadró ahí, algo que quizá quedaba por decirse.

—Si no te he comentado bien sobre ella, Joey—Chandler repuso, ni lo miró, estaba más concentrado en los pasos que daba—, es porque pienso que es un tema muy personal. No quiero que... todo se arruine.
—¿Qué es lo que pasa con los mejores amigos últimamente?—con voz directa le quise encarar pese a que la triste mueca de Joey me distraía. Me posicioné a su lado y sin detenerme no le dejé de mirar, mientras en mi mente se desembocaban toda serie de recuerdos e imágenes borrosas de semanas pasadas.
            —¿Qué quieres decir?—Chandler me preguntó, frunciendo el ceño.
—Quiero decir que, aquí estás tú, que le has dicho a Joey que tienes una nueva novia pero no le quieres decir más nada o no quieres tocar el tema siquiera. Y luego... está Monica, que hace un par de días me dice que aparentemente sale con alguien también pero no me habla una sola palabra del asunto. No... lo entiendo.

Joey se ríe de pronto a nuestro lado, indolente. Y le sonrío, celebrando con él la ocurrencia.

—Sí, Chandler... —espeta, dándole un codazo aunque yo me estuviese interponiendo entre ambos—. Yo tampoco lo entiendo.
—Quizá... nos gusta que algunos temas queden por... debajo de todo—dice, sobándose el brazo, fingiendo sentir dolor por el pequeño golpe de Joey. Estaba buscando salirse del tema, lo supe, por la forma en que torció el gesto, por la mueca que le conocí desde siempre. Me burlé; no le iba a resultar tan fácil.
—Claro, por debajo de todo—asiento, pretendiendo no lucir resignada, sino acorde con él. Estaba a punto de lanzar uno de mis mejores chistes que fingir seriedad me era casi imposible, irreal—. Y seguro también quedaron por debajo de todo esos celos abismales que sentías cada que Monica salía con alguien más, ¿No es así?

Y me reí, como quien celebra su propia gloria. Mis carcajadas acompañaron nuestros pasos por un par de segundos, y luego las sentí morir, al instante en que me percataba que dolorosamente ni uno me acompañaba. Ni siquiera Joey, que tanto había esperado se riese conmigo. Sólo una mirada llena de nervios le privó el rostro, y entonces, fue la seriedad plasmada en cada facción de Chandler la que me hizo reaccionar por fin.

Intentaba disculparme con la mirada, pensaba en cómo retractar la idea.

—Joey, al menos Chandler te lo habrá contado porque ha querido decírtelo en primer lugar—alcé la vista hacia ambos un tanto resignada, increíblemente apenada y derrotada. Me observaron, y el brillo volvió a los ojos de ambos con un suspiro que se me salió—. A mí, Monica me ha dicho una palabra apenas... ha estado algo... rara, en realidad.
            —¿Rara?—Chandler inquirió a mi lado.
—Sí, no lo sé...—resoplé, observaba sólo a mis pies andando en dirección recta entre los de ellos—. Probablemente sea yo quien exagera pero, desde mi cumpleaños... no la siento como... ella.

Me estremecí. No hubo una sola palabra más que apareciera de alguno, ni un comentario, ni un suspiro, no una pequeña burla siquiera. Nuestro mutismo se prolongó por el resto de la cuadra del centro en la que circulábamos y aún así no había silencio alguno. Había ruido, molestia, bullicio.

Me parecía imposible ya no percatarme de que conforme avanzábamos más la ciudad se volvía un verdadero circo por cada calle que pisábamos. El tráfico parecía estar multiplicado por diez, el claxon de cientos de automóviles sonaban a nuestras espaldas, personas nos cruzaban, otras nos rodeaban y nos adelantaban, y el clima ni se disfrutó, estaba siendo opacado por el humo negro que salió del escape de cada uno de los vehículos.

Nuestra tarde otoñal de Septiembre se tornaba perdida; a cada momento que pasaba, disfrutaba menos del panorama. Me molestaba más.

—¡Oh, cierto!—Joey bramó luego de todo, de tanto, mientras apuntaba con sus dedos un espectacular que no logré mirar, pues nuestros pasos no se habían detenido ni de broma.

Le miré confundida, intentando descifrar su intención.

—...Lo había olvidado completamente—añadió, y me dio entonces una pequeña palmada en la espalda—. Rach... Esta noche será la premiación de MTV, ¿No es así? Recuerdo a Monica diciendo y bramando al respecto.

Asentí, creí recordarlo. Entonces, mi vista se pasó una sola vez más por las calles que pasamos. Quizá por eso era todo el alboroto, no era común que Nueva York estuviese todos los días así. Aunque, ¿Cómo estar segura? Infinidad de cosas podrían transcurrir a mi alrededor y yo no me daría cuenta de ello a tiempo, o hasta me obligaría a sólo no mirar, a no involucrarme en pequeños detalles abismales, ya pequeños infiernos que, aunque distantes, me quebrarían de inmediato.

De sólo saber, de sólo imaginar o recordar más algo, me arrojaría a la oscuridad, a una maldita habitación abandonada y sin salida. Sólo llena de vértigo, de rencor.

—Quizá puedas encontrar a Monica de buen humor cuando salgas de trabajar—añadió con una leve sonrisa. En un segundo miré a Chandler buscando no otra cosa que refugiarme en él, pero todo se destruyó al instante en que supe su semblante ya cambiado. Comprendí que él estaba seguro de cómo esto podría terminar—. Seguro podrán hablar con tranquilidad luego de que termine el programa.

Inevitablemente me sentí lastimada. Un hueco se anidó de pronto al centro de mi pecho.

            —Joey... S-sabes que yo no... yo ya no miro esos programas.

Joey asintió, y sólo así su mirada completamente arrepentida me descolocó. Por mi mente se pasearon cientos de maneras de remediar el comentario, de hacerle saber que todo estaba bien, pero aún no me salía palabra alguna al respecto.

El qué decir me abandonó cuando no supe cómo sostener su mirada, cómo no supe continuar, luego de tanto tiempo en que me había dedicado a secar recuerdos y afectos que sentía conmigo, meses en que los fui barriendo, que los fui quemando, que me los fumé en cientos de atardeceres de la ciudad, con caminos diferentes en mi mente y los pies en la luna, café en los labios, y olor a tabaco en mis dedos.

Ya no sentía nada, o eso quise creer.

—...Lo siento—habló por fin, palpando la incomodidad que a los tres nos envolvía.
            —No... Vamos, está bien—le miré.

Caminamos un poco más, antes de que me pasara por la mente añadir algo. Icé mi mirada hacia el frente y pude advertir que nos acercábamos ya al edificio de mi oficina; había personas circulando, algunas más saliendo que las que estaban entrando del lugar. Ya era tarde, quizá la mayoría de los empleados habrán terminado.

Joey resopló.

—Entonces acompáñanos a nosotros esta noche, para variar—murmura a mi lado. Su gesto mostró apuración por estar pendiente a cómo nos acercábamos al edificio—. ¡Vamos! Compraremos cerveza, Ross va a llevar su nuevo juego de tiro al blanco y Chandler y yo prepararemos algunos bocadillos. Será divertido, ¿Qué me dices?

Chandler entonces se le unió gesticulando una pequeña sonrisa, asintiendo luego de mirarme otra vez. Hurgué de forma inconsciente mi bolso para verificar que llevara todo antes de entrar mientras lo cavilaba en mi mente por unos segundos. Sí, quizá distraerme esta noche sería lo mejor hasta ahora, y mantenerme lejos de Monica, lejos de ese programa, sería la perfección. Hace tanto que no paso una noche sólo con los chicos y la idea de desconectarme de la típica rutina nocturna de preguntas y respuestas sobre mi día no sonó nada mal.

Alejarme de lo que ocurra en casa y... Quizá, llevarme una parte del trabajo conmigo al final del día. ¿Le gustaría ir a Tag también?

—Supongo...—vacilé, asintiendo a penas—. Quizá podría decirle también a Tag. ¿Crees que...?
—¿A Tag?—Chandler me preguntó, luciendo extrañado—. ¿Tag, tu compañero del trabajo, Tag?
            —Sí, él...

En respuesta me encogí de hombros y sonreí. ¿Cuántas veces ya les había hablado de Tag a ellos, y cuántas veces lo habían conocido? Ninguna. Y no lo podía creer.

—Entonces... ¿Cuál es el trato con Tag, Rach?—Joey rebuzna torciendo el gesto de la más perfecta manera de mostrar interés—. Quiero decir... ¿Son novios? ¿Ya ha... ocurrido algo?

La turbia sensación de nervios me partió el interior, un estremecimiento letal se extendía por todo mi cuerpo, y sin embargo cabeceé sólo despreocupada, decidida a no demostrarles nada aún.

—Hemos... salido, algunas veces. Eso es todo—admití, y ambos asintieron pensativos al mismo tiempo. ¿Era todo? ¡Monica ya estaría haciéndome cientos de preguntas más! ¡Esto era perfecto!—. Parece que él ha querido llegar a algo más, pero... no lo sé, yo... aún no puedo.

Los labios de Joey se abrieron de pronto luego de un par de segundos de mutismo pero todo pareció olvidarse cuando la entrada de mi edificio nos sorprendió. Resopló, y miró la enorme puerta de cristal con despecho.

Rebusqué entre los bolsillos de mi abrigo mi tarjeta de acceso y la deslicé a través del pequeño sensor.

—¿Te veremos esta noche, entonces?—Chandler enfundó ambas manos dentro de los bolsillos de su enorme abrigo mientras soltaba un suspiro.
—Claro que sí—sonreí, dándoles un pequeño beso en la mejilla a ambos. Joey me sostenía ya la puerta abierta para entrar—. Procuraré no salir tarde del trabajo, ¿De acuerdo?
—Te veremos en casa—Joey musitó, devolviéndome el gesto con mayor dulzura—. Suerte.
            —...Adiós.

Me obsequian una mirada abrazadora justo al final, cuando ya les miro retomar su camino, desde mi vista lejana, volviendo a lo que parece ser un tema de conversación diferente al que manteníamos. Chandler lucía de pronto como si le reprendiera, Joey como se disculpara. Entonces viraron en la primera esquina, y había sido lo último que recepté.

En el vestíbulo de la planta ya se siente el abandono del personal; personas que me dan una última seña de despedida se marchan, otras apenas checan su horario de salida, otras más hablan con el vigilante antes de salir y un puñado diferente que se detiene a fumar un último cigarrillo antes de irse. Todos, personas que conozco, personas de mi área y de otras, incluso mi jefe, que me topa apenas se abren las puertas del elevador que he llamado.

            —...Rachel.

El señor Zelner me sonrió aliviado. Llevaba ya sus pertenencias y su maletín tendido de un brazo, un aire relajado y un suspiro que se le escapó mientras trataba de tener las agallas de mirar el reloj de mi muñeca. Será bastante tarde, terriblemente tarde ya, maldición. ¿Estaba en problemas?

            —Señor, yo...—titubeé—. Justo regresaba de mi descanso. Quería...
—...No te preocupes—meneó su mano desocupado como si buscara restar importancia—. Trataba de encontrarte antes y estoy tranquilo de que lo acabo de hacer.
            —¿Ocurre algo?
—Esta noche habrá conteo de inventario en el área de Producción y Compras. Ya sabes, es importante que dejes todos los pendientes listos antes de salir.
—Lo sé—asentí, mirando por encima de mi hombro a todas esas personas que aún se iban. Quizá por eso el alboroto. ¿Es que si no hubiera ido de descanso, hubiese salido temprano también?—. Así será, no tenga cuidado.
—Perfecto—musitó, acomodándose su saco oscuro y largo—. Escucha, hay un sobre justo en mi escritorio que también tiene que ser enviado a más tardar esta noche. Es el cierre del inventario interior. ¿Podrías...?
            —...Por supuesto.
—Gracias...—dicho aquello, comenzó a andar. Rodeándome con elegancia al primer segundo y deteniéndose como si le fallasen los movimientos al siguiente. Se reprimió a sí mismo por lo bajo y me volvió a señalar, mientras yo sostenía la puerta del elevador para que no se cerraran de nuevo—. Oh, y Rachel...
            —¿Sí?

Contesté, pero ya me había aventurado a ingresar al ascensor. No me apetecía perderlo de nuevo por el tiempo que ya había perdido y, bueno, quizá eso él lo estaría apreciando más tarde también. Sonrió con sigilo, como si lo próximo que me fuera a decir pudiese causar el mismo efecto en mí. O uno peor.

Las puertas entonces, comenzaban a cerrarse de nuevo, lentamente.

            —...Tag se ha ofrecido a ayudarte.

Y se esfumó. Me percaté sin más de que la oscuridad que me atestó no había sido producto de aquellas puertas cerrándose frente a mí, sino por haber cerrado mis ojos con tal fuerza, y sin haberme dado cuenta de ello. Un resople de desgane, quizá un arrepentimiento más por haber decidido tomarme un par de horas para haber descansado. Una pequeña idea de cómo podía ser el resto de mi tarde, con Tag a mi lado.

Al arribas a mi piso, había sido la primera persona que noté. Tag, a lo lejos, se paseaba enfundado en ese mismo saco gris de gabardina, con pantalones a tono y sus zapatos tipo Oxford que tanto me gustaba mirarle puestos. Era un atuendo bastante profesional, uno que ni siquiera había recordado desde esta misma mañana en que ya lo había mirado antes. Viéndose formal hasta lo indecible, decente, propio, caballeroso y hasta libre con su cabello ondulado peinado hacia atrás. ¿Habrá estado adelantando el trabajo que el señor Zelner encargó para los dos? ¿Se habrá molestado porque me he tardado tanto? Seguro que sí, o igual no. Pero sí que sabía que, con los cigarrillos que decidí comprar esta vez, todo estaría arreglado.

Las horas se desvanecían lentas con cada pendiente que terminábamos, con otro que había por empezar, y sin embargo, se convertían en agua deslizándose por nuestras manos con cada cigarrillo que tomábamos de la cajetilla nueva. Se hacían leves, inexistentes, blancas, como cada bocanada de humo que soltábamos casi al mismo instante.

Para el quinto cigarrillo, Tag me obligó a engullir algo de la máquina de golosinas que está en la cafetería, quizá de mirarme tan desganada, o muy seguramente luego de que se me escapó decirle que, en lugar de unirme a los chicos a ir por un café, me he desviado para comprar otra cosita en la acera de enfrente. Después de todo, sus insistencias fueron dulces y cedí, aceptando por supuesto como premio otro par de sus cigarrillos favoritos.

Fumar con él, sin prohibiciones, sin ataduras, era una forma de escapar, de eliminar el peso certero que fulminaba mi espalda día con día y, aquello que me remordía por haber vuelto al vicio, aquél motivo que me obligó a retomarlo, ya no estaba. Pues disfrutaba, y quería sólo fumar. Fumar mi vida entera y exhalar ya los malos momentos. Un cigarro por cada recuerdo, un cigarro por cada risa que Tag me sacó.

El olor a ceniza y a fuego impregnado en mi garganta y en toda mi ropa se había convertido en ése bálsamo que había estado buscando y que, ahora, cada que algo me recuerda, o que lo mencionan a... él, algo dentro mío ya no se quebraba, ya no sentía que no se repondría jamás, así supiese que fumar es malo de por sí, pero la razón por la que lo hacía era mucho, mucho peor.

Quería olvidar esa maldita noticia que me partió. Ése matrimonio.

Fumo, y no pienso parar. No dejo de pensar que él odiaría saberme haciéndolo, y me encanta. Porque aquella noche... él se fue. Me rompí. Traté de olvidarle, de cumplir mi promesa, pero lo recordé. Fallé. Fumé. Lloré. Sufrí. Le extrañé. Volví a llorar. Intenté ser fuerte, me obligué a ser fuerte. Fui fuerte. Gracias a Tag había aprendido a vivir sin él, aprendí a que dejara de dolerme, a dejar de llorar a su ausencia. Dejé de extrañarle.

Le recordaba, y gracias a Tag, ya no me rompía de nuevo. No demasiado.

—Vamos, dime...—Tag musitó al aire, y sin haberme mirado siquiera. Lucía bastante ocupado mientras rebuscaba las últimas hojas de registro que teníamos que verificar entre su desordenado y pequeño escritorio—. Tu tipo de cita favorita.

Una risa se me escapó, instintivamente. Y mientras me aventuraba a dar una ojeada al reloj de la pared para asegurarme de que aún teníamos tiempo de sobra, agradecía que Tag me distrajera un poco de nuestras labores. Tener el trabajo y pendientes en mis pensamientos cada segundo del día no iba conmigo simplemente, y estaba segura, él lo sabía.

—No lo sé—susurré, dejando caer mi rostro sobre mis manos y mis codos apoyados sobre la pequeña mesa—. Me conformo con una salida a un restaurante lindo de la ciudad. Adoro degustar algún vino siempre que salgo con alguien...

No reaccionó, no asintió, no contestó. Soltó todo cuanto tenía en las manos y sólo se acercó. Se aproximó, como si la sonrisita traviesa que llevaba en su rostro manipulara su rostro entero, como si disfrutara la forma en que me ha hecho poner de pie y andar hacia atrás y a trastabillas.

No tenía ni idea de cómo lo hacía pero, a pesar de que anduve hacia atrás, a pesar de que no lo creía, me intrigaba. Quería saber un poco más.

—¿Y qué me dices de la excelente, brillante, genial noche que tú y yo hemos tenido el otro día?—soltó en tono pretencioso. Sus brazos ya buscaban toparse con acecho hacia mi cuerpo.

Entonces sólo fui capaz de reír, de hacerme la torpe. Incluso, hubo cabida de maldecir el muro que de pronto chocó contra mi espalda, y se interpuso entre mis pasos entrecortados. Pero si me apenaba, si me hacía mirar a otros lados salvo él, no se lo obsequiaría tan fácil. Me obligaría a encararle así me doliese, si fuera necesario.

Rogué por tranquilizarme.

            —Hemos ido por un café... Tag—espeté.

Con recelo, él resopló, y terminó alejándose entre risas para retomar lo que hacía con el papeleo de su escritorio. Solía ser así siempre, y como a veces me molestaba, otras no tanto. Tag podía detenerse a centímetros de mi rostro y pasar un dedo por mi mejilla y el mundo no se paraba, sino que sólo perdía el sentido, iba en una contraria dirección.

Entreabrió sus labios, y pude girar que evitaba mirarme no por poner atención a lo que hacía, sino porque lo había hecho sentir inseguro.

         —...Eso, porque no me has dado la oportunidad de algo más.
—Lo siento...—susurré, acercándome a él un poco para ayudarle en lo que hacía. Y rogué entonces porque mi interior de ya zafarme del tema no me delatara de un segundo a otro.

Pero quizá pedía demasiado.

El silencio llegó por unos segundos, se quedó ahí, nos petrificamos, y tan sólo con su mirada, sólo con su seriedad, me fue a recordar también que, así como él podía hacerme sonreír, así como podía dejarme ir con él, como podía dejarme fluir, de alguna forma, también me contraía como si fuese inevitable. Le daba excusas para apartarme, le hería por la espera, me replegaba y hacía que ya lo que habíamos vivido, valiese para nada más.

A veces, se me iba a olvidar que es por él que me siento más segura de mí, que gracias a él es que me siento... menos insignificante.

            —¿Y qué hay de la música?

Me distrajo de pronto. Comenzaba ya a archivar los últimos encargos que le había mencionado el señor Zelner en uno de los estantes principales del despacho. Ni me percaté del segundo en que se había despegado del escritorio. Ni de eso, ni de su pregunta en realidad.

            —¿Qué con ello?—inquirí.
—¿Tienes algún tipo de música favorita? Me parece que por aquellos días en que recién te conocí solía escuchar algo de pop cada vez que encendías la radio en el descanso.
—Lo sé, pero... ya no me gusta—le solté, certera y fulminante. Tener que ocultar una pequeña verdad ya sería una hazaña. Recordar razones, prohibiciones, sería un martirio tremendo—. Me he distanciado un poco de la música, de hecho... No es... lo mismo que antes.
            —¿No escuchas música?—se giró hacia mí, extrañado.
            —No.
            —¿Nada?
            —Casi nada, creo.
            —No te puedo creer, ¿Quién podría hacer eso, quién podría vivir sin música?

Me bufé. Si supiese que esta no sería una pregunta de una sola respuesta, sino un argumento de días enteros, dolorosos y lacerantes. Pedazos de mi vida a ciegas.

—Pues créeme, no ha sido fácil—admití, encogiéndome de hombros—. Pero, así... ha ocurrido para mí.

Enmudeció y sólo me obsequió una leve mirada de empatía. Tal cual tratase de descifrar lo que mi silencio y mi corta respuesta quisieron esconder.

—Ah, maldición—espetó de golpe. Sin más su rostro se endureció, su mirada se ensombreció y se alejaba de mí con pasos estrepitosos que le conducían a la salida de la oficina.

Anduve detrás de él tan pronto como pude reaccionar. Contrariada, extrañada hasta lo indecible. ¿Ahora qué?

—¿Qué ocurre?—le pregunté a unos metros detrás de él y andando, pero mi voz no lo hico alentarse siquiera.
—El sobre de Zelner—apenas y logra decir, por lo agitada que se ha vuelto su respiración—, ¿Te ha dicho sobre ello?

Me estremecí, deteniéndome en seco. Busqué un reloj con urgencia y sólo advertí que él ya se había inmiscuido en la oficina de nuestro jefe mientras buscaba una y miles de razones por creer que el reloj aún no marcaba las nueve de la noche. No, no, no podía ser. ¡Maldición!

Cajones, estanterías, repisas, archiveros, inclusive el armario privado de Zelner, removimos papeles, movimos documentos de su sitio, de pronto el lugar se vuelve un completo caos, no estaba. ¡No estaba! ¡Y con un demonio! Si ha sido tan importante, ¿Cómo se le ocurre esconderlo de nosotros? ¿Cómo pensaba que lo íbamos a encontrar a tiempo?

—Maldición, no...—me perdí de vista entre el desorden que armamos, mi fuerza decayó, la ansiedad sólo lo atropellaba todo y mis manos temblaban con cada maldita hoja de papel que quería mover de lugar—. Él ha dicho que estaría aquí, que estaba sobre su escritorio. ¿Por qué no...?

Nada, aún. Salvo el reloj avanzando, titiritando a cada segundo. El tiempo, sus maldiciones, mi desesperación.

¡Agh...! —gruñí al cabo de unos segundos, provocando que él se alarmara, que me mirara impávido desde el otro extremo de la oficina—. No puedo pensar con ese reloj sonándome cerca. No me puedo concentrar... Por favor, Tag. Pon algo de ruido, ¿Sí? Me estoy volviendo loca.
—¿Ruido?—soltó sin aguardar cada documento y sobre que llevaba en las manos—. ¿Quieres que...? ¿Quieres que ponga música?
—No, no, sólo...—aguardé. En mi búsqueda urgente por una salida más rápida que ello ubiqué la televisión de Zelner puesta sobre un soporte metálico por encima de nuestras cabezas—. Enciende la televisión.
            —Bien.

Sólo asintió, y de un lado de la computadora, tomó el control remoto para encender la pantalla y concentrarse en rebuscar por la programación. Me reí por lo bajo, girándome entonces y volviendo a lo que me mantenía ocupada; era una maldita ironía que aquello que tanto buscábamos no aparecía por nada, pero el control remoto de la televisión, estaba ahí, justo frente a nuestras narices.

El cambio de sintonía pareció cesar más allá, se oía ruido. Más como bullicio que un ruido irregular, y combinándose con música que, gloriosamente no conocía de antes. Era sólo melodía en realidad. Ubiqué, mientras supe a Tag inmerso a metros de mí, el teclado de la computadora justo a un lado de donde él había tomado el mando de la televisión. Justo frente a nuestras narices, era la respuesta. Suspiré, inspiré y gemí de asombro, de regaño inminente hacia mí. ¡Mierda! ¡Ahí estaba, justo debajo del teclado!

            —¡Ey, Rach, mira esto...!

Le oí bramar a mis espaldas. No obstante antes que replicar, que girarme hacia él y encontrarle, mi mente divagaba entre mi lista de cientos de comentarios sarcásticos y burlones que se me podrían salir por la situación. Finalmente, caminé hacia él con el lujoso sobre de Zelner entre las manos, mirándolo con recelo e ignorando el ruido disipándose, como si no fuese real que ya lo he encontrado.

            —He encontrado el maldito sobre, Tag, ya podremos...
            —...No tenía ni idea de que el programa salía al aire hoy.

Le miré contrariada, luego de que me interrumpió. Su mirada perdida, sus ojos brillando y clavados en pos de la pantalla me intrigaron a mirar, y sin más... a hundirme en un caos sofocante y abismal naciendo en un agujero al centro de mi pecho cuando miré la imagen de un lujoso escenario adornado con cortinas carmines e infinitas, cantidad interminable de gente, de gritos, de personas que reconocería de cualquier sitio aplaudiendo también. Era el maldito programa... la premiación.

Tag subió el volumen, sonriente y ante mis ojos impávidos, carentes de sentido, de brillo.

—...Den por favor, una inmensa bienvenida a Michael Jackson, y su mujer, Lisa Marie Presley-Jackson.

Mi pecho ardió, mis ojos se tensaron, mi respiración desapareció. El mundo se desmoronaba y él ya salía caminando hacia el escenario, el agujero en mi pecho se agrandó y ubiqué su mano tomando la de ella con un ahínco infernal, me rompí, me destruí mirando cómo se sonreían, cómo ella se aproximaba hacia él, cómo se miraban así de perfectos... juntos.

No...

            —...Bienvenidos a los MTV Video Music Awards.

Le oí hablar, le estudié sonriendo hacia todas direcciones sin ser capaz de despegar mis ojos de la pantalla, descifré dolorosamente su semblante así fuera a través de esas gafas oscuras de aviador. Me rompí, me dolía, me laceraba su voz, el sólo imaginarlo, el simple hecho de pensar que se encontraba aquí, cerca. La debilidad y el aturdimiento no me ponían alerta, sólo trozaban más mi dignidad.

—Ese Michael...—Tag murmuró a mi lado, indolente, vacilando, casi irreal y, sin haberse percatado de mi semblante colapsando a su lado—. No creí que aún siguiera con ella.

Le miré entonces, incrédula. Mis ojos ardieron y mi nariz se congestionó a base de un ardor que se disipó desde mi pecho y hasta mis brazos paralizados. Mis piernas mientras tanto temblaron, el suelo ya no tenía sentido bajo mis pies.

            —Estoy bastante feliz de estar aquí...

Él... Michael continuaba, sonreía, brillaba, abrazaba a Lisa con su sólo mirar y alzando una de sus cejas ubicaba por fin la cámara que se encontraba enfocándole.

Entonces se quedó quieto.

Mirarlo así, saberlo así, con Lisa, con alguien así de hermosa, con una mujer que sin duda sería de su talle, me asesinó. Deseé llorar, gritar, imaginar inclusive que sería capaz de arrancarla de su lado, deseaba que todo ya terminara, que no fuera real, que él no existiese, que no me envenenara como lo hizo la última vez. ¿No había comprendido ya que yo nunca fui lo suficiente para su mundo? ¿No me había clavado en la mente que yo no era nadie en comparación con ella, mucho menos alguien merecedora de todo cuanto su vida obsequiaba?

Impensable, insoportable, sofocante. No, no, no...

Y sólo piensen... Nadie ha creído, que esto podría  durar.

Bramidos del público, su mano tomando la de ella con una fuera mayor, un par de sonrisas nerviosas, el cómo se quitó así las gafas de sol, la manera en que una risa vaga a Tag se le salía, el infierno brotando de una única y ahogada lágrima que se me escapó.

...En medio de ese beso.

Estaba ahogada por llanto que no salía mientras lo miraba besándola como aquella primera vez, de todas las formas más parecidas a cómo él solía hacerlo conmigo. Las lágrimas se anidan en mi garganta y asesinan entonces impotentes gritos que en medio de mi silencio ya estaban muriendo.

No quiero llorar... no quiero llorar... No aunque mis ojos quemen, que mi mente se ahogue, que mi corazón destroce mi pecho. Cierro mis puños con fuerza y aún así siento el dolor, la impotencia. Me siento débil. Sentí, ahí, con mi pesadilla más oscura manifestándose frente a mis ojos, un atisbo nuevo de rabia nacer.

Un grito en mis entrañas, que quería salir.

Grito, lloro por dentro. Me desgarro y me sumo en un infierno de impotencia que abraza de angustia, penas y suspiros que mueren por no besar más aire que aliento del nudo infinito que hay en mi garganta, en mis ojos deshechos y avergonzados, en el mundo que, otra vez, Michael me lanzó, de agonía y ausencia. De... despecho.

Sentí de pronto dentro de mí la forma en que escocía la mezcla entre lo bueno y lo malo, dando lugar irremediablemente a un sentimiento de impotencia con todo, como si quisiera explotar en violencia y llantos con una sed de venganza y destrucción sin sentido alguno.

            —T-tag...

Susurré, o me quise imaginar haciéndolo en el centro de aquél alboroto, de la forma en que la pantalla me mostró cómo ellos sólo se aferraban al cuerpo del otro y devoraron sus labios por tres infinitos y ácidos segundos de dolor.

¿No creía él que yo también puedo jugar a matar?
¿Arraigarme a una venganza tan dulce, tan leve, y así dejarle de amar?
Me tentaba, me quemaba... me obligó.

Y quizá así, de esta manera yo podría sentir eso que él sintió aquella primera vez que había besado a Lisa, esta vez que, estaba segura, lo había hecho a costa de mí, seguro de que yo lo vería, de que mis adentros se desangrarían y que él ganaría otra vez. Quizá ahora podría sentirme bien, pasar delante de quien una vez fue mi propia tumba, y poder sentirme en el Cielo. Mi ser, despojado de dolor y hierro. Buscando otros caminos, ansiando la primer salida.

Que bien, quien fue destruido, sabe como destruir.

Tag, en silencio viró. Y yo no tardé en besarlo.

*****

La oscuridad todo lo permeó.

De un segundo a otro, me impregnó la diferencia entre el estar sobre el escenario y detrás de él; la mano de Lisa me dejó, ella se adelantó y no percibí ni una maldita razón por la que sus pasos atrabancados no me dejaban avanzar más a su lado. El bullicio de fuera me confundía, el caos, el temor. Bien pudo estar derrumbándose todo mi mundo, y sólo yo lo sabía. O quizás ella también.

Tragué saliva, la valentía me abandonó mientras ella se aproximaba estrepitosa a nuestro camerino.

—¡Lisa, aguarda, por favor...!—bramé, pero no se detenía. Cerré la puerta detrás de mí y traté de aferrar nuevamente su brazo con mis latidos a todo babor, pero no lograba nada—. ¿Pero qué es lo que...?
—...Sólo guarda silencio...—susurra, llevando ambas manos a su rostro, a su cabeza, a sus labios con una inmensa ansiedad—. Guarda silencio, por favor...

Se quitó los pendientes con una rudeza tal que creí se lastimaría, mientras advertí el cómo sus ojos verdes comenzaban a escocer.

Evitaba mirarme y, con una mierda, no me animaba a acercarme más, no me atreví a tomar de sus muñecas para obligarle a dejar de obstruir su mirada hacia la mía. No era capaz de mirar a mi esposa a los ojos pero sí de sentirme inútil, idiota. Frustración e impotencia se potencian en una especie de bronca inmensa y se acumula como anudándome la garganta, sin dejar que las palabras salgan, sin querer nada más que gritar y desaparecer de la realidad sucia que se ha disipado entre nosotros.

—¿Pero, de qué me hablas?—le rogué, destruí el nudo que se me vino en el pecho y rogué por sonar coherente—. ¿Qué es lo que ocurrió? Tan sólo...
¿Que qué es lo que ocurrió?—me cortó, como si mi pregunta hubiese sido el insulto más bajo y lascivo de todos.

Me dejó ahí, petrificado. No podía sentir nada que no fuera esa inundable e innegable tristeza con la que no creí volver a cargar desde hace un tiempo. ¿La había lastimado? Ella... El beso... ¿De eso se trataba esto?

—...Te he pedido que no lo hicieras...—la rabia, la impotencia, la decepción supuró por cada palabra, por cada brillo que no existió en sus ojos, por esa maldita lágrima que le brotó—. Y no te importó... Lo hiciste de cualquier forma.

Tomó entonces su bolso, y en medio de mi infierno, rodeándome nada más, intentó alcanzar la salida de la habitación sin haberme mirado siquiera, sin enterarse de que la angustia mental que me corroe hace que el dolor de espalda que sufro hace tanto comience a aparecer.

No... ¡No! ¡No podía irse, no!

—Lisa, linda, yo...—me interpuse en pos de sus pasos, de sus susurros destrozados. Me acerqué pero ella sólo me evitó, continuó avanzando haciéndose a un lado forcejeando un poco más.
            —...Y lo hiciste... sólo... para que ella lo viera, ¿No es así?

Me quedé con la boca seca, carente de palabras por salir. Sentí en mis ojos sal pujando por salir, pues sabía que estaba a nada de perder mis propios estribos. Lisa, tan fuerte como la sé, tan imperiosa, tan brillante, hermosa, y la destrocé, sólo así, simplemente. Nos llevé al limbo, y aún así antes que entregarme y hablar, confesar mis verdaderas razones, pensaba más en seguir callando y llorar por dentro por la impotencia que me generó estar aguantando una situación tan denigrante como la que trato de justificar tan estúpidamente.

            —Dímelo...—añadió. Su voz grave colgaba de un casi desvanecido hilo.

Traté de negarlo y no lo quise entender, me lo dijo, me lo pidió, lo hablamos y no la quise escuchar, la abandoné, la defraudé y ahora no podía sentir nada más que a mí mismo chocando contra la pared más grande que levanté en mi contra.

Era cierto... y no lo pude decir. No hice más que observarla rodeándome y alcanzar ya esa maldita puerta.

Y bramé, maldije, la intenté alcanzar sólo medio segundo de que ella ya había desaparecido de mi visión cuando ese nudo en la garganta y esas ganas de llorar en medio de la impotencia de algo que no podía cambiar me atestaron. No quería ver todo mi progreso derrumbarse ante mis ojos. No quería que todo cuanto hemos construido juntos hasta ahora se lacerara así, y todo por un estúpido error. No quería convencerme, una vez más, de que todo terminaba siendo mi culpa... siempre.

Pero Karen se postró entre mí el umbral. Había dejado que Lisa nos abandonara y yo no tuve más camino que encontrarme con esa mirada oscura y decepcionada, impregnada de temor en cada gesticulación.

Sus labios se entreabrieron, temblando.

            —¿Es... cierto eso?—inquirió.

Me vi, con la única posibilidad de descender mi mirada. Y una inspiración de defraude apareció.

            —T-te desconozco, Michael...

1 comentario:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar

Just Good Friends (Novela inspirada en Michael Jackson) © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.