viernes, 8 de julio de 2016

Capítulo 56: "Una Salida"


          
           —...Es que no puedo creerlo.

Janet suelta de pronto, luego de sus muchos bufidos peculiares. Mirarla paseándose por mi habitación, de un extremo a otro, maldiciendo, incrédula, negando y resoplando cada que le recalcaba los hechos, estaba comenzando a alterarme. Igual, traté de calmarme, de parecer tranquilo ya que, aunque fuese uno debía tener el juicio ganado. Así estuviera aún ardiendo por dentro.

Suspiré.

—Pues créelo, demonios—espeto en seco. Claramente había fracasado en mi intensión de sonar relajado—. Te estoy diciendo la verdad.
—Es que, ¿Cómo es posible siquiera?—se encoge de hombros, iza ambas manos a los lados reluciendo una certera e insoportable incredulidad—. ¿Cómo pudo ser que se separara de Lisa se separara de ti en el aeropuerto? ¡No lo puedo creer!
            —¡Sucedió!

La dejé enmudecida. El bramido, las ansias consumidas, dejaron a mi hermana pequeña postrada a mitad de mi habitación con palabras que supe se habían trabado en sus pensamientos. No duré demasiado al soportar mirarla así, no lo quise creer, y no planeaba tener más problemas con otra persona. No con ella.

Un aire excedente brotó de mis labios, y vencido por un muro que yo mismo me construí, mi mirada se adhirió enteramente hacia el suelo.

—Lo siento...—dejé salir, mientras tomaba asiento al pie de mi cama, aún sin poder mirarla siquiera, pues mi mirada había pasado del suelo al espectáculo de mis dedos anudándose con ansias sobre mi regazo.

Y sin embargo ni dos segundos transcurrieron, entre aquél silencio, hasta que sentí cómo el colchón se hundía de forma delicada a mi lado.

            —No lo entiendo...

Se remueve sólo un poco a mi lado, y la escucho resoplar. La habitación de por sí se sentía tan vacía, tan carente de sonido, de vida, de murmullos, del par de ojos verdes que esperaba, que aquél sonido que brotó sin más de los labios de mi hermana había tomado presos todos mis sentidos. Comprendí que tendría algo más para decir.

            —¿Discutieron porque le dijiste que habías visto a Rachel? ¿O por...?
—...Lisa no sabe que vi a Rachel—le corté, encarándola ligeramente. Su mirada preocupada ya no derrochaba la indignación de antes, no se mostró tan seria como cuando le alcé la voz—. Ni siquiera Rachel lo sabe, yo... iba circulando por las calles cuando la miré caminando por la acera. Sólo alancé a mirar que caminaba con Chandler, pero al otro chico no le miré el rostro. No sé quién hubiese sido, lo único que sé es que platicaba muy bien con él.

Y la escena, al repetirla en mis pensamientos, sólo se volvía peor. Su mirada gris cargada de electricidad, su sonrisa yendo y viniendo conforme hablaba, su brillo, su cabello, el cigarrillo que miré en sus manos. Así la encontré. Había durado sólo un puñado de segundos, y sin embargo habían sido los suficientes para hacerme la sangre arder, para percatarme de que la avalancha y el desazón podían volver en menos de que pudiese imaginarlo. Lisa había llamado mi atención en ese instante, el coche viró, y cuando quise tener una última percepción, ya había sido demasiado tarde. Nada se pudo hacer.

Janet suspira, pero como si quisiese contenerlo por un momento y, entretanto, siento su delicada mano apoyándose de forma suave en pos de mi espalda erguida.

—...Te han dado celos—susurra. Tan simple como sonó, y tan pesado y real como resultó serlo.
            —Sí...
—Lo siento—me dice en voz baja aún, mientras que en el dorso de mis manos ya se reflejaban las marcas que mis pulgares habían dejado por la presión que les di—. Entonces supongo que lo del beso ha sido por...
—Es que eso ya no importa, Janet... ¿No lo entiendes?—le solté, interrumpiéndola. Mirándola de una sola vez—. No me tiene que interesar que ella comience a salir con otras personas, no me tiene que importar el hecho de que me es imposible poderla olvidar. Lo único que debe tenerme con cuidado es que va ya una semana desde que no he mirado a mi esposa y que... no tengo ni una maldita idea de dónde pueda estar.

Niego entonces, con las palabras entumecidas. Mi ego, mi orgullo colapsándose mientras la sensación de vacío y penumbras ya me atestaban de nuevo. Me obligaban a estremecer, a sentir que aquella pesadilla que rogué jamás volvería a vivir, bien podría aparecer de la noche a la mañana, bien sería mi culpa nada más, como todas las veces.

—...Eso—mi voz renació, pero la debilidad era palpable en el tono—, y que no... No he podido dormir ni una sola noche... pensando en que quizá, ya todo lo arruiné... de nuevo.
—No, Michael, vamos...—entre quejidos, y cuerpo removiéndose sobre el colchón, quiso llamar mi atención—. No digas eso.

Me extrañaba, si había sido precisamente Janet quien jamás había sonreído ante la noticia de mi matrimonio. Quien no había recibido a Lisa de brazos abiertos, no se habían tratado demasiado hasta ahora, y en sus ojos, cada vez que mencionaba su nombre, un aire frígido y serio se manifestaba. Pero la aprecio ahora y su mirada derrocha sinceridad, una luz blanquecina que jura que quizá esto iba más allá de sus propios deseos personales.

Me estremecía, me partía, me quebraba pero, mentirle a ella, hacerme el fuerte ante ella cuando no se me da, sería el maldito infierno.

—Tengo miedo... —solté, casi en silencio, logrando que sus ojos se avivaran más, que su gesto abrazase más mi mirada.
            —...Lo sé.
            —...No lo tengas.

Su voz, esa voz grave brotó cerca de ambos. Y articulando apenas, respirando con dificultad, la seguí como un atolondrado sin remedio, enfermizo, como creí sería la alucinación de mirarla ahí, Lisa, de pie y sonriente debajo del umbral de mi puerta.

Mi piel se erizó con su sonrisa, mi nuca cosquilleó, mis labios temblaron hasta haber imitado su gesto. Rogaba porque mi aliento pronto volviera pues me juré, ya había perdido el juicio.

—Lisa...—susurré, sin darme cuenta de ello siquiera. Sin pensarlo. Mi pulso se desbocó y sentí la comisura de mis ojos ya humedeciéndose mientras me ponía de pie para alcanzarla y aprisionarla en mis brazos.

Ella ahí, dejó caer la pequeña valija que llevaba consigo, y pude sentir que sus brazos me aferraban con una fuerza exquisita hacia ella. La tomé con la urgencia de que nos encontrásemos solos, de que no hubiera nadie más, como si el reloj andando, la enfermedad, la soledad hubiesen desaparecido en cuanto ella puso un pie dentro del cuarto.

El miedo ya me había amenazado con que aquello no pudiese ser real. Pero lo era.

—Estás...—sabía que las lágrimas se me asomarían, sabía que sus mejillas ligeramente coloreadas, sus labios tintados de guinda, su cabello lustroso y sujeto delicadamente me harían desfallecer. Lucía como una princesa. Como una mujer que, tan suficiente y fuerte, aún podía sentir temor... pues éramos casi iguales—. Estás aquí... Pero...
—Lisa, hola—se escuchó a Janet a un lado de mí, tan pronto como yo me había puesto de pie ella me había imitado y yo lo había olvidado. Su voz apareció tímida, débil pero sin duda sincera, tierna, y agradecí hasta lo indecible porque se comportara así.
—Janet...—Lisa musita, disminuyendo la fuerza con la que tomaba mi cintura. Al mirarse, ambas se intercambiaron un brillo sincero en sus miradas.
—No me lo puedo creer—le dije, pescando sus manos en el aire, ansioso e, inevitablemente olvidando que mi hermana menor está varada a un metro de nosotros—. No dejaba de molestar a John con que contactara a tu madre, traté de localizarte en Tennessee, en Nueva York, estuve a punto de girar el mundo de cabeza por ti, yo...

Y sin embargo me detengo ahí, con mis esperanzas, mis confesiones desastrosas en pos de un hilo. Los ojos de mi esposa continuaban donde los quería, sobre mí, para mí, siempre presentes pero, los de Janet, causaban ya cierto peso de incomodidad sobre mí. Y supe, por la timidez que Lisa emanó de sus ojos al mirar a mi hermana a mi lado que ella ya había sentido lo mismo.

            —Janet...—viré hacia ella con un deje de disculpa en mi cara—. ¿Quisieras?
—Oh, lo siento...—reaccionó, y meneando la cabeza, pequeñas sonrisitas nerviosas se le salían.

De a pasos apresurados salió, cerrando la puerta con cuidado. Observé alerta cada movimiento que ella planeó hasta que el sonido del cerrojo repiqueteando a nuestro lado hubiera nacido, y fue que todo el peso desapareció. Viré, y antes que encontrarme de vuelta con sus ojos verdes delicados, sus labios ya habían embestido los míos, ya me sentía... sanado de nuevo.

La manera en que nuestros labios se sintieron, la forma en que cada una de nuestras grietas se unió me había recordado entonces aquél momento de nuestro último beso sobre el escenario, y me volví a regañar, me odié por un instante. La había extrañado como el imbécil que fui, recordaba y aunaba cada faceta de mis errores para poder corregirlo todo y sólo terminaba haciéndome una falta mayor. Me castigó su ausencia, su lejanía y bien me habían enseñado la lección; no quería que se alejase de mí de nuevo.

—Estaba tan preocupado por ti...—mi aliento recobraba fuerza con el susurro escapándose, con nuestras frentes apoyadas una a la otra.
—Lo sé...—replicó, mientras revitalizaba sus labios coloreados con el paso de su lengua—. Yo también... estaba preocupada.

Entonces suspiró, se incorporó y sus ojos se clavaron en los míos de nuevo. Pero esta vez, no brillaron por el primer instante en que les vi. Se hundían, se sintieron lastimados por una nueva sombra de seriedad.

Buscó zafar con cuidado sus manos de entre las mías, y con simpleza, señalaba puesto sobre su dedo anular su anillo de bodas. Con desgane, me estremecí.

            —¿Sabes qué es esto?—inquirió.

Buscaba para mis adentros una respuesta, una idea retórica que me hiciera articular, pero nada aparecía. No fui capaz de nada más que de detenerla en el instante en que ya intentaba quitar el anillo de su dedo para mostrármelo mejor.

            —Por supuesto que lo sé...—susurré.
            —Y sabes que tú llevas puesto uno igual.

Aniquilado, de mirada baja, asentí. Tenía una pequeña idea de a donde iría con ello.

—Michael, sabes... ¿Sabes que para que un matrimonio funcione debe haber confianza? Amor, claro, ¿Pero nunca olvidar el compromiso que tiene alguien con su pareja?
            —Lo sé, linda.
—Sé que lo sabes—repone, dejándome saber que por su voz, se había tranquilizado un poco más—. Estoy segura de ello...

Sacudo mi cabeza sin poder quitarle los ojos de encima. Sabía que ella confiaba en mí hasta ahora, que si he sido la diferencia, si le he podido confirmar que sería diferente nada más la lastimaría mientras estuviese a mi lado, nada nos laceraría. Alcé una mano pasmado por su presencia y, sintiendo cómo la fuerza regresaba, me atreví a acariciar con cuidado su mejilla aterciopelada.

—Y lo que ocurrió en Nueva York—solté, sintiéndola, empedernido al instante en que su mano atrapaba la mía acunando su rostro—, lo... lo lamento tanto. Yo jamás he querido...
—...Lo que ocurrió en Nueva York ha sido un error—me cortó, con esa voz cuidadosa y perfecta que contrastaba la mía—. No me ha importado el público, las cámaras, los gritos, el bullicio. Sino lo que me has hecho sentir... en ese momento.

Ladeé el rostro, cohibiéndome inconscientemente. Un suspiro atascado de mi pecho brotó al tiempo en que su mano haló finalmente de la mía para tomarla sobre el aire con más fuerza. Lisa, era ella tan fuerte, tan lozana que se me fue a olvidar que no ella no era inmune. Que tan irreal, y bella como era, aún podía lastimarla.

—...Porque, a veces pienso que sigues pensando en ella... —dejó salir, logrando así que un abismo certero punzara para mis adentros. No hablaría en serio, no lo pensaría. No...—. Pienso que... que nunca podré llenar el vacío que ella dejó en ti.
—No, no, no. Por supuesto que no...—la tomé de su mentón con ansias, con mis ojos escociendo, el líquido presionando—. Lisa, tú no... tú no tienes un vacío qué llenar.

Izó su mirada perdida hacia mí entonces, un poco confundida.

—...Porque ya me siento completo, por el simple hecho de que estás conmigo.
            —Michael...
—Me has ayudado tanto, hemos ya atravesado tanto que... No llenas sólo un hueco, sino todos los agujeros que por poco habían terminado conmigo—mis manos, nada temerosas ya tomaban de su rostro entero con avidez, ya me aseguraba de que mis palabras le atravesaran con fuerza, de que no se perdiera de nada de lo que tenía por decir—. Y siento tanto... lo que te he hecho pasar. Ha sido un error que no volverá a repetirse de nuevo.
—...Ha sido una equivocación haberme perdido esta semana—una sonrisa, casi imperceptible nació, y aún así había sido suficiente para cegarme y no percatarme de cómo sus brazos ya se alzaban y rodeaban en torno a mi cuello—. Yo también puedo cometer errores.

El temor desapareció y una sonrisa nació, la felicidad se me quería escapar por la garganta.

—Te extrañé tanto, Lisa—susurro, mientras mis manos se pasean lentas por el borde de sus caderas. Se acercó, tanto, que creí no faltaría mucho para que nuestros alientos pudiesen entremezclarse de nuevo.
            —Yo también.

Aprovechando la posición que mis manos mantenían la acerqué, hasta que ella, parpadeando y sin dejar de mirarme, me dejó palpar su labios entreabiertos una vez más, probarla con un leve deleite y movimientos carentes. Nuestras bocas no se movieron demasiado, no existió un frenesí de infinidad pero, como siempre, había sido todo cuando necesitaba.

Un pequeño gemido salió de sus labios, y chocó contra los míos. Una pequeña risa se me salió al tiempo en que sus manos, de estar aferrando mi cuello jugaron plenas con la tela de mi camisa.

—Cuando subía miré que Kai recién terminaba de preparar la cena—musita tranquila, la nueva sonrisa que me dio no la dejaba, no paraba de parecerme irreal lo bella que era.
            —Lo sé... —asentí—. Janet iba a... acompañarme esta tarde.
—Oh...—cabeceó, frunciendo el ceño y fingiendo una ligera expresión pensativa—. ¿Crees que haya un sitio para mí en la cena?
—Por supuesto que sí—solté, haciendo que ella brillase más con su mirada—. Es más bien el de Janet que queda ahora en duda.

Un par de risas le brotaron de pronto.

—No, vamos...—se quejó, recobrando un poco de su diplomática seriedad adorable—. Deja que se quede. Seguro está jugando con Ben y Riley justo ahora.
—¿Los pequeños?—sonreí. Supe entonces que mi mirada ya se iluminaba ante ella, que mi sonrisa multiplicó su tamaño a la par, que pensar en que, si los pequeños estaban aquí en Neverland, ella, indiscutiblemente se quedaría. Todo sería perfecto de nuevo.
—Así es...—rió, su sonrisa era más plena, más radiante que antes—. Están abajo... Ansiosos por verte.

Besé su frente entonces, deseoso; aquello fue una infinidad más de lo que podría suplicar.

Tal y como ella lo había mencionado, como lo pensé, no terminé ni de descender los escalones tomando de la mano de Lisa, pues la pequeña Riley, radiente, y con su alma viva abrillantando cada expresión, ya se adelantaba hacia mí de brazos abiertos buscando que la alzara entre mis brazos como tantas veces lo habíamos practicado. Vestía el pequeño atuendo que hace sólo unos días le había obsequiado y, al instante, un par de risas brotaron de los labios de Lisa al hacer notar que Janet, apareciendo de la estancia con el pequeño Ben en sus brazos, había hecho un recogido delicado a Riley en su cabello dorado.

Agradecí a mi hermana entretanto, en un pequeño instante en que no me habían ganado las risas. Ella asintió acorde, y mientras ponía entre los brazos de Lisa al pequeño Ben con una tierna sonrisa, nos dirigimos juntos al comedor.  Por suerte Kai ya había puesto la mesa, y como Janet tomaba asiento junto frente a Lisa, comprendí que quizá, aquellas miradas recelosas  y serias ya habrían terminado. Que tal vez ya no había nada de lo que me preocuparía. Nos limitaríamos a disfrutar de la cena, del vino favorito de mi esposa para acompañar, de las risas que soltaban los niños cada vez que yo les bromeaba, de cada bendita sonrisa que Lisa, a mi lado, me obsequió a base de brillo, ternura y esperanza, y que... eran más de lo que podía esperar. Mirándola, anhelándola, suspirando al lado de ella, supe que era más de lo que merecería.

Mi hermana y Lisa charlaban de cualquier tema en general, noticias, películas, otro poco de algunos rumores que se propagaban cerca y que, a Lisa le desgraciaban el gesto sólo un poco. Gracias a ello, ambas conocieron eventualmente mucho más una de la otra, Lisa se soltaba más, charlaba más, y ni un tema que no deseábamos se abría paso, pero mi hermana pareció sólo iluminar su mirada cuando de sólo dirigir su palabra hacia mí se trataba. No podía evitar seguir sintiéndola un poco cohibida. Y aunque las risas no faltaron, aunque el silencio jamás reinó en medio de sus miradas serias, de su semblante formal, no paré de preocuparme por ello.

Una vez más, tendríamos que hablar, pensé. Tal vez no ahora, no hoy, pero iba a tener que hacerlo. Aquello no podía continuar así. Si las cosas han cambiado y, tanto ella como yo, comprendíamos que no llegaríamos a un punto con retorno, lo tendría que aceptar. No sería de otra forma.

—Mamá...—la pequeña Riley se removía ansiosa sobre su asiento al hablar. Indiferente y con un tono ligero, con una sonrisita nada pretenciosa.

Lisa sonrió, y nuestra conversación se detuvo al instante en que ella se aproximaba a la pequeña para limpiar de la comisura de sus pequeños labios el helado de chocolate que apenas y comenzaba a engullir. Riley frunció el ceño y yo le dediqué una expresión compasiva, se notaba ansiosa porque su madre no le permitía hablar.

—Dime—Lisa le dice, pasando su índice de forma fugaz sobre la punta de la nariz de Riley.
            —¿Nos quedaremos otra vez con la abuela esta noche?

Me atraganto por poco con el bocado que me había llevado a la boca. Me giro, y con las mejillas entumecidas, con el aire faltándome observé la expresión inocente de la pequeña y los ojos paralizados de Lisa, una a la vez. No existió de pronto nada más y, comprendiendo el sentido de su reacción, comencé a sentirme como un tonto. Comencé a burlarme de mí, a disfrutar de la mirada medrosa de mi esposa a mi lado, y confirmándomelo todo sin decir nada más, una sonrisa tomó mi gesto sin siquiera haberme percatado de ello. Una corriente certera de oraciones ansiosas ya se deslizaban desde mis pensamientos hasta la punta de mi lengua.

—Habían...—titubeo, al aclarar mi garganta con un sorbo de vino más. El sonido de mis cubiertos chocando contra la vajilla había alarmado a Ben por un pequeño momento—. ¿Habían estado ahí, todo el tiempo...? ¿Aquí en Los Angeles?

Lisa permanecía con los ojos clavados de lleno en su hija. Aún no descifré bien su expresión pero bien, la sangre me ardió por un instante de sólo pensarlo, de sólo planteármelo. ¡Dios mío! ¡Todo este tiempo creyendo una sarta de pesadillas sobre su paradero!

Un resople exasperante brotó, y con ello, la mirada de Riley se había apagado un poco.

—...Y se suponía, Riley, que ese sería un secreto—Lisa espeta, negando por lo bajo, mirándose tan increíblemente hermosa por la expresión tímida que me dio al volverme a mirar. Así, lucía preciosa, me hacía sonreír, sin poder evitarlo.

Ben y Riley rieron a su lado, cómplices. Y sólo así, la pequeña ya retomaba su helado como si nada hubiese sucedido en realidad. Las mejillas Lisa ya se coloreaban, su ceño ya se fruncía en esa exquisita expresión de preocupación y timidez.

—Amor, creí...—bisbisea, instándome. Mis ojos se paralizan y aprecian cada parte de su rostro liso, el borde perfecto que ella dibujaba con ese lápiz labial—. He creído que ese sería el primer sitio en el que me comenzarías a buscar...

Mierda, ¿Y por qué no lo hice? ¿Por qué sólo me limité a utilizar el teléfono, a esperar a que volviese a mí?

—Es increíble, yo... he pensado que estarías lejos—admito, y sin tener conciencia de ello ya me encontraba buscando sus manos—. Creí todo este tiempo en que estabas del otro lado del país y siempre estuviste aquí... a un par de horas de mí. Pero he llamado a tu madre. Entre John y yo la llamamos tantas veces, pero... no hubo respuesta.
—He tenido un poco de problemas estando con ella. Cuando llegué, mi madre ya se había enterado de lo que ocurrió, y...

Y mi semblante se destruyó, como si una nube de desazón se hubiese anidado ahí, obstruyéndome la deliciosa vista que tenía de ella. Sus ojos verdes se cambiaron por aquél momento sobre el escenario, sus labios por los gritos que vinieron después, la discusión, y su rostro, esa timidez deliciosa que estaba disfrutando se iba y retornaba una realidad que tanto me ocupo de sólo ignorar.

Priscilla...

—Yo... yo no...—mis palabras carraspearon en el interior de mi garganta, se me dificulta el dejarlas salir. ¿Cómo decirle? ¿Cómo no sonar miserable de nuevo?— No le agrado a tu madre, ¿Verdad?

Me mira, pero jamás contestó. Viró en cambio a encontrarse con los dos pequeños de nuevo y, notando que Riley casi terminaba con su helado, y que los ojos de Ben estaban bien puestos y fijos sobre su madre, llamó la atención de ambos con delicadeza.

—Linda, ¿Quieres adelantarte?—Lisa inquiere hacia la pequeña, alejando un poco los platillos de su lugar para que Riley pudiese incorporarse con ella—. Puedes jugar en la estancia con tu hermano un momento. Falta poco para ir a dormir...

Riley sólo se quejó por un momento, pero su pequeño gesto torcido cesó a sólo el momento en que lamía por última vez la cuchara que había quedado manchada de chocolate. Aún así, no lucía confundida.

—Pediré que te den más helado, si quieres—Lisa murmuró, y aquello, supuso ser suficiente.

Una simple sonrisa brotó de los labios de la pequeña y tomando a su pequeño hermano de la mano, con ayuda de Lisa lo ayudaron a bajar de la pequeña periquera a un lado, y juntos ya comenzaron a andar alejándose de nosotros.

Una pequeña sonrisa se me escapó, el pequeño apenas cumplía poco más de los dos años, aún se le dificultaba el seguir el ritmo y la rapidez con la que su hermana mayor andaba a su lado.

Lisa suspiró; Janet, al mismo instante se irguió a mi lado.

—...Eso no me importa en absoluto—Lisa repone hacia mí, encogiéndose de hombros, al asegurarse de que los dos niños ya se habían alejado lo suficiente del comedor. Fruncía el ceño indignada, como si recordara algo que de pronto la había irritado bastante—. Me importa el hecho de que no se interponga en mis asuntos. El hecho de que eres mi esposo, no el de ella.

Y sin embargo su semblante no me pudo destruir más. Comprendí que sus palabras me habían dado el cielo, una sonrisa me tomó, y entre las comisuras de sus labios abriéndose, suspiró para añadir algo más aún.

No supe si le pondría atención, si me importaría lo que dijera; sus labios, su rostro relajado ya comenzaba a atraerme de nuevo hacia sí. Me ceñía sin darme cuenta de que yo me estaba acercando, sin saber que mi hermana está aún aquí. Quería besarla, quería agradecerle como ella lo hacía conmigo. Quería sentirme unido con ella.

Lo sé, lo sabemos. Ella se aproxima igual y sé que está a punto de suceder.

—...Me tiene sin cuidado... lo que ella crea o no sobre nosotros—terminó, guiñándome un ojo como cerrando un trato de la manera más seductora posible.
—Linda...

No pude contenerlo más.

Sus labios tocan finalmente los míos, la beso con suavidad, degusto ese par de turrones sabor licor de uvas que me habían generado desde la primera vez, y hasta ahora ese placer que deseaba tanto, ya indescriptible. Cuando sus labios me devolvieron el roce, cuando sentí que su labio inferior se hundía entre los míos, que su mano de forma fugaz se aferraba a mi cuello de nuevo, no pude olvidarme de la misma sensación de necesidad que extrañé.

Me besa, me tienta con una delicada elegancia y no premié creíble que el deseo podía ser recuperable para todo el mundo, fue impensable que la tempestad, que la inseguridad que carraspeaban mi mente se habían esfumado sólo gracias ella. Sabía, me aseguraba de que tenía intenciones ciertas de tocar el cielo, de que ella lo buscaba también, y de que como este beso pudo convertirse en algo más, se había desplomado casi en la cima, luego de que ella jadeó, tan sólo un segundo luego de que mi hermana, a nuestro lado, invadiendo nuestro silencio, dejaba salir un resople austero pero seguro, sin más.

Y no supe si me lastimaba más aquello, su indiferencia palpable, el error intencionado que elaboró, o la forma en la que había provocado que los labios de Lisa se despegasen irremediablemente de los míos, para obligarme a encararle a mis espaldas.

La miré ofuscada, contenida, tirando su servilleta con la que se limpió a un lado y apartando sus platillos a la par, entonces me di cuenta de que cada equivocación, cada acción impensable, era de familia. Estuve seguro de ello.

¿Pero qué diablos...?

—Disculpen—no se inmutó en virar, en sostener mi mirada. Un ruido crudo apareció cuando se incorporaba de su asiento y sin esperar más nada lograba ya pararse.

Lisa, petrificada la estudió, hasta que Janet había desaparecido sin más detrás del muro de la cocina. Mientras, un torrente de rabia ácida se propagaba por mi pecho entero, por mis pensamientos.

Tenía que ser una maldita broma.

—Aguarda aquí—espeté hacia Lisa, rogando tener cuidado de mi tono de voz. Mi interior ya se había encendido y no quería, en absoluto, descargar mi furia con ella.

Sabia que la estaba abandonando con el torrente de preguntas ansiosas ya naciendo en su cabeza, con los labios entreabiertos, aún punzando por nuestro beso. Supe que miedo, pena fue lo que sobró en sus adentros y sin embargo aquello no me importó. Al encontrarme con mi hermana todo se había desvanecido, se había intercambiado por temor, ansiedad, una sed santa de explicaciones que, aunque ella lo rogara, sabía no las tendría.

            —¿Janet, qué demonios ha sido eso?
—Lo siento, lo siento, no he querido...—negó, suspiraba agotada a tal grado que creí se le dificultaba el hablar, estaba molesta, incrédula. Y ni mirarla cubriendo su rostro entero con ansias, ni mirar su expresión de pena, me hace titubear. Nada es comparación con lo cabreado que estoy.
—¿Sabes cómo has incomodado a Lisa ahí dentro?—susurré con crudeza, en una instancia me giré para comprobar que no estuviésemos tan cerca como para que mi voz no se hubiese escuchado en el comedor—. ¿Sabes lo que has hecho con tu pequeña molestia?
            —Es... sólo que...

Y sus ojos se sellaron, ya no con fuerza sino como si no existiese de pronto una nueva reacción. Se quedó cabizbaja un par de segundos en los que supe, la respuesta ya se originaba en su mente. El silencio pesó, mi ansiedad creció pero, decidí esperar a que hablara.

Suspiró.

—Ha sido... tanto el tiempo, infinitas las veces en que te he mirado... besando a Rachel que... mirar esto me ha sido...

Resoplé, atajando de golpe sus palabras. ¿De eso se trataría? Luego de todo, ¿Me echaría en cara todo ello otra vez?

—...Sí, pues Rachel no está más aquí, ¿O sí?—sentencié abruptamente, sin conocer la fuerza con la que lo pude hacer.
            —...N-no.
—Es ella—añadí lanzando mi pulgar a mis espaldas, señalando indirectamente no sólo a la mujer más confundida del mundo, sino a mi esposa y a sus pensamientos lacerados, inseguros—. Es Lisa quien está ahora aquí. Es mi esposa, y si al menos no has podido congeniar aún con ella, voy a pedirte que por lo menos respetes mi relación. Todos en casa lo han aceptado... excepto tú.

Contrario a lo que esperaba, ella no me miró. Se dejó llevar con un aire de mayor molestia, de escepticismo abismal. Se burlaba de mí sólo con la mirada y me fue incomprensible que la razón pudiese perder sentido hablando con ella, que otras salidas ya nacían dentro de mi cabeza y, aunque no serían lo mejor, supe sería lo que más necesitaría.

Nada se arreglaría y estaba seguro, pues su semblante, su persona me lo aseguró. Y sólo así, ya planeaba jurarle que así, como a ella, tampoco podría importarme un demonio lo que pensara o creyera de lo que estaba a punto de soltarle pronto.

            —Será... mejor que te vayas—susurré.

Fue entonces que sus ojos se izaron, se encontraron con los míos aún y con esa fuerte oscuridad.

—Quizá tengas razón—asintió susurrando con esa vocecilla empedernida que tenía, reuniendo sus cosas del perchero próximo que daba a la estancia principal, todo con rapidez, con titubeos que juran inseguridad, pena, y sin embargo seguía. Viró entonces, y sin detenerse, se encaminó hacia la salida principal—. Despídeme de ella, por favor.

La miré, y decidí no contestar. Ya todo se había hecho y, como ella lo había comenzado, aún estaba seguro de que sería yo quien lo debía terminar. Así, mi mutismo pareció no lastimarle.

—Y llama... llama a Kate, Michael—repone con un tono más ligero, pese a su mirada triste—. Ha estado preocupada por ti.
            —Lo haré.
            —Y... perdona...

Sólo sentí mi mirada desplomándose de nuevo, mi cuerpo estremecer. Mi silencio invadía de nuevo y lo único que advertí fue luego el sonido de la puerta principal cediendo a lo lejos.

Ya cada una de mis sensaciones, de mis esperanzas se habían petrificado. Cuando encontré a Lisa, limpiando la mesa y manteniendo una expresión ensombrecida, mi ilusión se destruyó. Esas lagunas verdes, tan hermosas, y tan dañadas al mismo tiempo fueron demasiado para sostener de pronto. Una pesadilla negruzca que temí, tardaría días, besos, carisias y explicaciones en sanar. Y lo haría, sin duda.

Pero mi hermana no dejaría de preocuparme tan fácil.

Al volver, intentaba no comprender la indiferencia que aprecié en el rostro fino de Lisa. Estaba relajada, recogiendo el comedor en silencio y, aunque en mis pensamientos nacieron nuevas salidas, un sinfín de posibilidades por las que le podría pedir perdón o recompensarle, su ensombrecida mirada verde me pedía a gritos silenciosos que no charláramos de lo sucedido, que no lo insinuáramos. De cualquier forma no habría mucha posibilidad; al cabo de un puñado vago de minutos, le perdí. Se dedicó a arropar a los pequeños y a instarlos a meterse en la cama mientras yo daba una última ojeada al nuevo horario de trabajo que John había preparado para mí en el viejo estudio de Los Angeles.

En nuestra habitación el atuendo que ella utilizaba por la tarde ya tendía del viejo closet con finura. Su alhajero ya sostenía los pendientes de oro que usaba, y el pequeño broche que anudaba su cabello también. Agradecía su despiste y el cómo hacía cosas en nuestro hogar sin que yo me percatara, envidiaba su rapidez, el hecho de que ella ya estuviese lista y libre de ya poder dormir, y yo apenas iba comenzando. Anhelaba ya el silencio de todas las noches, las horas que pasan, con nosotros conversando, hasta que, irremediablemente, tenemos que quedarnos dormidos.

Una mano ajena impidió que la camiseta de mi pijama se acomodase sobre mi cuerpo, de pronto, y llegando al segundo ideal. Lisa, a mis espaldas había llegado a nuestra alcoba y, con su mano aún adherida a mi abdomen, dejándome leves cosquilleos en mi piel al tiempo en que giraba hacia ella para reprimir el exquisito atrevimiento, sólo dejó una pequeña risa salir. Intentó llegar a mi rostro parándose en la punta de sus pies y dejó sin más un beso minúsculo en la comisura de mi boca.

Reprimirle, por el pequeño susto, simplemente se me olvidó.

—...Riley ha querido quedarse en la habitación de al lado de nuevo—su mirada cansada me embriaga al hablar. Así, sin una gota de maquillaje, sin que sus labios estuviesen coloreados de un tono exquisito y profundo, lucía perfecta. El verde brillante de sus ojos resaltaba más—. Miramos una película de terror ayer, y no ha querido despegarse de mí desde entonces.

Sonreí, supe que como un tondo demente. Comprendí que apenas y la había escuchado. O quizá sí, pero no lo quería creer.

Me estremecí. Sabía que sus palabras me golpearían como si de una pedrada letal se tratase.

—Es muy linda...—susurré, llevando una mano hacia su mejilla aterciopelada, natural—. Pero no hay de qué preocuparse. No hay nada en Neverland que la pueda hacer temer, más si la habitación en la que duerme con Ben está repleta de esos juguetes que tanto le gustan a ambos.

Aquél comentario había pasado apenas y por debajo de mis pensamientos, estaba seguro. Pero mi débil, y tonta contestación, no.

Asintió, con cierto desgane. Encantadora, pero con una sonrisa menor a la de antes.

—Sí, podría ser—musita tranquilamente, se encoge de hombros mientras sus manos juguetean con los pliegues de mi camisa de dormir—. Tan sólo he creído que... como nadie se ha hospedado ahí en mucho tiempo, pues... que alguien, además del polvo acumulándose no le vendría nada mal.

Una sonrisa, que bien pudo tratar de reconfortarla, pero intentar esconderme, se escapó. No duró, y sin embargo aún así quería intentarlo. Quise, como el último de mis deseos, como un desquiciado deseando escapar, que el tema terminase. Pues tocarlo, recordar, buscar razones, excusas, mentiras, rencores, sólo lo arruinaría. Todo sólo por la misma razón...

La habitación de Rachel.

Nadie más se había hospedado ahí desde que ella se había marchado. Nadie. Ni siquiera mis más allegados, mi familia, ni siquiera Lisa cuando todo comenzaba, ni siquiera yo. No cuando aquél cuarto me traía el letargo del mismo agujero en mi pecho, no cuando el sólo respirar dentro, el mirar su tocador, las pertenencias que se quedaron, hacían volver este puñado de meses dentro de un par de segundos. Todo volvía y no sabía, si para este instante, ya estaba listo para sopesarlo. No lo quería pensar.

Y aún así, tan lejos como Lisa me hacía sentir del abismo, la más vaga idea de alguien más hospedándose ahí, de alguien apoderándose de la esencia de ese sitio, cubriendo los recuerdos, borrándolos y reemplazándolos por otros, me asesinaría. Sería un maldito infierno del que sabía no me sería fácil escapar.

No, de ninguna manera.

—Quizá... es sólo que... no es aún el momento—solté sin mirarla. Ya esperaba lo peor y, dolorosamente, tendría que permitírselo.

Pero nada ocurrió, sólo se alejó. Lisa recorría la habitación y al perseguirla sólo con mi mirada, enclaustrándome en no más que sus lentos movimientos cuando me pareció imposible creer que mis miedos pudiesen ya no ser un maremoto de problemas para ella, dejó caer su cuerpo contra el colchón. Dejó un suspiro profundo salir. Uno turbio, desquitado, desahogante hasta el infinito.

Tenía miedo de arruinarlo todo de nuevo.

—¿He hecho algo?—inquiero solícito. Quizá, con el tambaleo de mi voz delatando mi desenfreno.
            —Nada...

No añadió más. Su mirada estaba clavada en el techo del cuarto y aún así pude percibir que sólo negaba. Se me olvidó de pronto que me había dejado varado al centro de todo y con miles de temores tendiendo de un hilo.

—Más bien, hace falta que lo hagas—musita—. Que me digas cuál es tu preocupación porque nadie pise esa habitación, porque nadie más utilice esa cama, que nadie toque nada de lo que hay dentro, que no se le ocurra a ninguna persona entrar. Porque no lo entiendo...
—...Es... complicado—solté, aventurándome a acercarme mientras ella se incorporaba un poco. Entonces tomé asiento al pie de la cama, justo a unos centímetros de su cuerpo recostado.
—¿Es complicado?—terminó por levantarse, y ayudándose de su mano sosteniendo mi hombro, tomó asiento a mi lado.

Mis manos se juntaron, se anudaron. Carecí de palabras en el momento exacto en que comprendí que tenía que hablar.

—S-sí...—susurré—. Un tema que quizá no valga la pena ser mencionado ahora.

La observé asentir, seria, más no molesta. Pensativa, y obsequiándome una sola posibilidad de luz.

—Lo mejor es que ya sé la razón sin necesitar que me la digas—me dijo, más segura. Dios, su expresión se dulcificaba, más si era probable—, lo peor es... que ni ganas tengo de armarte un lío sobre ello.

Me helé, y el silencio nos tomó entonces.

Ella en un instante en que el mutismo no pudo ser más lascivo se ciñó más hacia mí y terminó sentándose sobre mi regazo con una delicadeza tal, que no pensé en otra cosa que no fuese detenerla sobre mí, aferrándola sobre su dulce cadera. De cerca todo fue más real, comprendí que no deseaba sentirla así, seria, triste en el interior mientras se ocupaba de embriagarme con su olor, con su ternura.

Su mirada se paseó por cada rincón de la habitación y en cuanto la extrañez lo permeaba todo, una leve sonrisita apareció. Lució aliviada.

—Cariño, ¿Has oído hablar de... cosas extrañas que hacen las personas cuando necesitan superar una ruptura de pareja?—inquirió, enarcando una de sus cejas perfectas. Sentí cómo unas leves carcajadas nerviosas ya se originaban en mis labios cuando la dulzura que derrochó su mirada de pronto me venció.

La ceñí más hacia mi cuerpo, sus brazos aferraron de mi cuello para ganar cercanía. Una pregunta, y otra, y otra, brotaron en mi mente.

—Cosas como... ¿Mover muebles de una habitación entera de lugar? ¿Remodelar sus casas?—pregunté.
—Algo como eso...—rió de forma perfecta, propia, recargando su frente en pos de mi hombro mientras luchaba por recobrar seriedad. Yo me derretía por dentro, así no estuviese entendiendo nada aún—. Sólo que...—se incorporó—. Me refiero a algo más personal.
            —¿Más personal?

Asiente, en paz. ¿Eso sería todo? ¿Esa era su explicación? Reí, nervioso. ¿Confesarle que aún no comprendía sería demasiado?

—¿Y eso?—musité en un impulso—. ¿Tienes algo qué recomendarme? Porque te juro, cualquier idea podría ser bienvenida.

Sonrió, y todo se iluminó. Si era así, si insinuaba lo que creía... cualquier idea entonces, cualquier propuesta, posibilidad o salida me vendría de luces indudablemente. Pensar en que este tipo de problemas tendrían fin me sabría a gloria, creer en que esa habitación por fin podría ser utilizada por alguien, sería quizá lo que más necesitaría ahora.

En medio de mi trance, de mi pequeña idea de victoria, la advertí jugueteando con uno de los rizos de mi cabello que caía sobre mi frente. Lo retorcía entre sus dedos delgados y luego lo dejaba ir, y de nuevo. Estaba pensativa, como analizándolo todo.

            —¿Karen viene mañana?—preguntó.
—Sí...—asentí con un gesto confundido. ¿Había cambiado de tema?—. ¿Por qué?

Su sonrisa se avivó.

—...Porque hay personas que lo que utilizan no es un simple cambio de muebles, sino un... cambio de imagen.

Me carcajeé sin más. Ella seguía sonriendo, gracias a mis risas a cada instante más y su mirada atolondrada no me supo a más que a broma, una idea simple y tierna que seguiría hasta el cansancio.

Suspiré, y aguardé hasta haberme tranquilizado.

—Claro, yo... podría decirle a Karen que me despunte un poco el cabello mañana, si es lo que...

Y me interrumpió, sólo así. No sus palabras, no su sonrisa titubeante sino una serie de carcajadas limpias que se le escaparon de golpe de sus labios. Resonaron más que mis propias risas y cuando ella pareció darse cuenta de ello llevó una mano a sus labios para sellarlos. Pero no lograba nada, sólo reía más.

Negué y negué. ¿Qué sucedía...?

            —...No, amor—susurró, más calmada, igual de bella—. Esto déjamelo a mí.

Le miré, confundido. Pareciéndome tan extraño que ahí, en medio de las risas, de la noche, dejase un beso perfecto en mi frente mientras me drogaba más y más con ese exquisito intercambio de sonrisas que teníamos.

Todo se sintió confuso y a la vez... tan bien.


            —Pensaba decirle que... te corte... todo el cabello.

1 comentario:

  1. Mi querida Kat, he estado tan desatendida de la historia! Me acabo de poner al día ❤️ y no sabes comooooo me encantaa!! Me emociono, río, lloro, puedo sentir y vivir cada cosa que pasa en la historia y eso solo tu eres capaz de transmitirlo!

    Infinitas gracias por lo qué haces, de verás💕 haz encontrado algo con lo cual dejar tu huella en todas nosotras bonita☺️

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