—...Es que no puedo creerlo.
Janet
suelta de pronto, luego de sus muchos bufidos peculiares. Mirarla paseándose
por mi habitación, de un extremo a otro, maldiciendo, incrédula, negando y
resoplando cada que le recalcaba los hechos, estaba comenzando a alterarme.
Igual, traté de calmarme, de parecer tranquilo ya que, aunque fuese uno debía
tener el juicio ganado. Así estuviera aún ardiendo por dentro.
Suspiré.
—Pues
créelo, demonios—espeto en seco. Claramente había fracasado en mi intensión de
sonar relajado—. Te estoy diciendo la verdad.
—Es que,
¿Cómo es posible siquiera?—se encoge de hombros, iza ambas manos a los lados
reluciendo una certera e insoportable incredulidad—. ¿Cómo pudo ser que se
separara de Lisa se separara de ti en el aeropuerto? ¡No lo puedo creer!
—¡Sucedió!
La dejé
enmudecida. El bramido, las ansias consumidas, dejaron a mi hermana pequeña
postrada a mitad de mi habitación con palabras que supe se habían trabado en sus
pensamientos. No duré demasiado al soportar mirarla así, no lo quise creer, y
no planeaba tener más problemas con otra persona. No con ella.
Un aire
excedente brotó de mis labios, y vencido por un muro que yo mismo me construí,
mi mirada se adhirió enteramente hacia el suelo.
—Lo
siento...—dejé salir, mientras tomaba asiento al pie de mi cama, aún sin poder
mirarla siquiera, pues mi mirada había pasado del suelo al espectáculo de mis
dedos anudándose con ansias sobre mi regazo.
Y sin
embargo ni dos segundos transcurrieron, entre aquél silencio, hasta que sentí
cómo el colchón se hundía de forma delicada a mi lado.
—No lo entiendo...
Se
remueve sólo un poco a mi lado, y la escucho resoplar. La habitación de por sí
se sentía tan vacía, tan carente de sonido, de vida, de murmullos, del par de
ojos verdes que esperaba, que aquél sonido que brotó sin más de los labios de
mi hermana había tomado presos todos mis sentidos. Comprendí que tendría algo
más para decir.
—¿Discutieron porque le dijiste que
habías visto a Rachel? ¿O por...?
—...Lisa
no sabe que vi a Rachel—le corté, encarándola ligeramente. Su mirada preocupada
ya no derrochaba la indignación de antes, no se mostró tan seria como cuando le
alcé la voz—. Ni siquiera Rachel lo sabe, yo... iba circulando por las calles
cuando la miré caminando por la acera. Sólo alancé a mirar que caminaba con
Chandler, pero al otro chico no le miré el rostro. No sé quién hubiese sido, lo
único que sé es que platicaba muy bien con él.
Y la
escena, al repetirla en mis pensamientos, sólo se volvía peor. Su mirada gris
cargada de electricidad, su sonrisa yendo y viniendo conforme hablaba, su
brillo, su cabello, el cigarrillo que miré en sus manos. Así la encontré. Había
durado sólo un puñado de segundos, y sin embargo habían sido los suficientes
para hacerme la sangre arder, para percatarme de que la avalancha y el desazón
podían volver en menos de que pudiese imaginarlo. Lisa había llamado mi
atención en ese instante, el coche viró, y cuando quise tener una última percepción,
ya había sido demasiado tarde. Nada se pudo hacer.
Janet
suspira, pero como si quisiese contenerlo por un momento y, entretanto, siento
su delicada mano apoyándose de forma suave en pos de mi espalda erguida.
—...Te
han dado celos—susurra. Tan simple como sonó, y tan pesado y real como resultó
serlo.
—Sí...
—Lo
siento—me dice en voz baja aún, mientras que en el dorso de mis manos ya se
reflejaban las marcas que mis pulgares habían dejado por la presión que les di—.
Entonces supongo que lo del beso ha sido por...
—Es que
eso ya no importa, Janet... ¿No lo entiendes?—le solté, interrumpiéndola.
Mirándola de una sola vez—. No me tiene que interesar que ella comience a salir
con otras personas, no me tiene que importar el hecho de que me es imposible
poderla olvidar. Lo único que debe tenerme con cuidado es que va ya una semana
desde que no he mirado a mi esposa y que... no tengo ni una maldita idea de
dónde pueda estar.
Niego
entonces, con las palabras entumecidas. Mi ego, mi orgullo colapsándose mientras
la sensación de vacío y penumbras ya me atestaban de nuevo. Me obligaban a
estremecer, a sentir que aquella pesadilla que rogué jamás volvería a vivir,
bien podría aparecer de la noche a la mañana, bien sería mi culpa nada más,
como todas las veces.
—...Eso—mi
voz renació, pero la debilidad era palpable en el tono—, y que no... No he
podido dormir ni una sola noche... pensando en que quizá, ya todo lo arruiné...
de nuevo.
—No,
Michael, vamos...—entre quejidos, y cuerpo removiéndose sobre el colchón, quiso
llamar mi atención—. No digas eso.
Me
extrañaba, si había sido precisamente Janet quien jamás había sonreído ante la
noticia de mi matrimonio. Quien no había recibido a Lisa de brazos abiertos, no
se habían tratado demasiado hasta ahora, y en sus ojos, cada vez que mencionaba
su nombre, un aire frígido y serio se manifestaba. Pero la aprecio ahora y su
mirada derrocha sinceridad, una luz blanquecina que jura que quizá esto iba más
allá de sus propios deseos personales.
Me
estremecía, me partía, me quebraba pero, mentirle a ella, hacerme el fuerte
ante ella cuando no se me da, sería el maldito infierno.
—Tengo
miedo... —solté, casi en silencio, logrando que sus ojos se avivaran más, que
su gesto abrazase más mi mirada.
—...Lo sé.
—...No lo tengas.
Su voz, esa voz grave brotó cerca de ambos. Y
articulando apenas, respirando con dificultad, la seguí como un atolondrado sin
remedio, enfermizo, como creí sería la alucinación de mirarla ahí, Lisa, de pie
y sonriente debajo del umbral de mi puerta.
Mi piel
se erizó con su sonrisa, mi nuca cosquilleó, mis labios temblaron hasta haber
imitado su gesto. Rogaba porque mi aliento pronto volviera pues me juré, ya
había perdido el juicio.
—Lisa...—susurré,
sin darme cuenta de ello siquiera. Sin pensarlo. Mi pulso se desbocó y sentí la
comisura de mis ojos ya humedeciéndose mientras me ponía de pie para alcanzarla
y aprisionarla en mis brazos.
Ella ahí,
dejó caer la pequeña valija que llevaba consigo, y pude sentir que sus brazos
me aferraban con una fuerza exquisita hacia ella. La tomé con la urgencia de
que nos encontrásemos solos, de que no hubiera nadie más, como si el reloj
andando, la enfermedad, la soledad hubiesen desaparecido en cuanto ella puso un
pie dentro del cuarto.
El miedo
ya me había amenazado con que aquello no pudiese ser real. Pero lo era.
—Estás...—sabía
que las lágrimas se me asomarían, sabía que sus mejillas ligeramente
coloreadas, sus labios tintados de guinda, su cabello lustroso y sujeto
delicadamente me harían desfallecer. Lucía como una princesa. Como una mujer
que, tan suficiente y fuerte, aún podía sentir temor... pues éramos casi
iguales—. Estás aquí... Pero...
—Lisa,
hola—se escuchó a Janet a un lado de mí, tan pronto como yo me había puesto de
pie ella me había imitado y yo lo había olvidado. Su voz apareció tímida, débil
pero sin duda sincera, tierna, y agradecí hasta lo indecible porque se
comportara así.
—Janet...—Lisa
musita, disminuyendo la fuerza con la que tomaba mi cintura. Al mirarse, ambas
se intercambiaron un brillo sincero en sus miradas.
—No me lo
puedo creer—le dije, pescando sus manos en el aire, ansioso e, inevitablemente
olvidando que mi hermana menor está varada a un metro de nosotros—. No dejaba
de molestar a John con que contactara a tu madre, traté de localizarte en
Tennessee, en Nueva York, estuve a punto de girar el mundo de cabeza por ti,
yo...
Y sin
embargo me detengo ahí, con mis esperanzas, mis confesiones desastrosas en pos
de un hilo. Los ojos de mi esposa continuaban donde los quería, sobre mí, para
mí, siempre presentes pero, los de Janet, causaban ya cierto peso de
incomodidad sobre mí. Y supe, por la timidez que Lisa emanó de sus ojos al
mirar a mi hermana a mi lado que ella ya había sentido lo mismo.
—Janet...—viré hacia ella con un
deje de disculpa en mi cara—. ¿Quisieras?
—Oh, lo
siento...—reaccionó, y meneando la cabeza, pequeñas sonrisitas nerviosas se le
salían.
De a
pasos apresurados salió, cerrando la puerta con cuidado. Observé alerta cada
movimiento que ella planeó hasta que el sonido del cerrojo repiqueteando a
nuestro lado hubiera nacido, y fue que todo el peso desapareció. Viré, y antes
que encontrarme de vuelta con sus ojos verdes delicados, sus labios ya habían
embestido los míos, ya me sentía... sanado de nuevo.
La manera
en que nuestros labios se sintieron, la forma en que cada una de nuestras
grietas se unió me había recordado entonces aquél momento de nuestro último
beso sobre el escenario, y me volví a regañar, me odié por un instante. La
había extrañado como el imbécil que fui, recordaba y aunaba cada faceta de mis
errores para poder corregirlo todo y sólo terminaba haciéndome una falta mayor.
Me castigó su ausencia, su lejanía y bien me habían enseñado la lección; no
quería que se alejase de mí de nuevo.
—Estaba
tan preocupado por ti...—mi aliento recobraba fuerza con el susurro
escapándose, con nuestras frentes apoyadas una a la otra.
—Lo sé...—replicó,
mientras revitalizaba sus labios coloreados con el paso de su lengua—. Yo
también... estaba preocupada.
Entonces
suspiró, se incorporó y sus ojos se clavaron en los míos de nuevo. Pero esta
vez, no brillaron por el primer instante en que les vi. Se hundían, se
sintieron lastimados por una nueva sombra de seriedad.
Buscó
zafar con cuidado sus manos de entre las mías, y con simpleza, señalaba puesto
sobre su dedo anular su anillo de bodas. Con desgane, me estremecí.
—¿Sabes qué es esto?—inquirió.
Buscaba
para mis adentros una respuesta, una idea retórica que me hiciera articular,
pero nada aparecía. No fui capaz de nada más que de detenerla en el instante en
que ya intentaba quitar el anillo de su dedo para mostrármelo mejor.
—Por supuesto que lo sé...—susurré.
—Y sabes que tú llevas puesto uno
igual.
Aniquilado,
de mirada baja, asentí. Tenía una pequeña idea de a donde iría con ello.
—Michael,
sabes... ¿Sabes que para que un matrimonio funcione debe haber confianza? Amor,
claro, ¿Pero nunca olvidar el compromiso que tiene alguien con su pareja?
—Lo sé, linda.
—Sé que
lo sabes—repone, dejándome saber que por su voz, se había tranquilizado un poco
más—. Estoy segura de ello...
Sacudo mi
cabeza sin poder quitarle los ojos de encima. Sabía que ella confiaba en mí
hasta ahora, que si he sido la diferencia, si le he podido confirmar que sería
diferente nada más la lastimaría mientras estuviese a mi lado, nada nos
laceraría. Alcé una mano pasmado por su presencia y, sintiendo cómo la fuerza
regresaba, me atreví a acariciar con cuidado su mejilla aterciopelada.
—Y lo que
ocurrió en Nueva York—solté, sintiéndola, empedernido al instante en que su
mano atrapaba la mía acunando su rostro—, lo... lo lamento tanto. Yo jamás he
querido...
—...Lo
que ocurrió en Nueva York ha sido un error—me cortó, con esa voz cuidadosa y
perfecta que contrastaba la mía—. No me ha importado el público, las cámaras,
los gritos, el bullicio. Sino lo que me has hecho sentir... en ese momento.
Ladeé el
rostro, cohibiéndome inconscientemente. Un suspiro atascado de mi pecho brotó
al tiempo en que su mano haló finalmente de la mía para tomarla sobre el aire
con más fuerza. Lisa, era ella tan fuerte, tan lozana que se me fue a olvidar
que no ella no era inmune. Que tan irreal, y bella como era, aún podía
lastimarla.
—...Porque,
a veces pienso que sigues pensando en ella... —dejó salir, logrando así que un
abismo certero punzara para mis adentros. No hablaría en serio, no lo pensaría.
No...—. Pienso que... que nunca podré llenar el vacío que ella dejó en ti.
—No, no,
no. Por supuesto que no...—la tomé de su mentón con ansias, con mis ojos
escociendo, el líquido presionando—. Lisa, tú no... tú no tienes un vacío qué
llenar.
Izó su
mirada perdida hacia mí entonces, un poco confundida.
—...Porque
ya me siento completo, por el simple hecho de que estás conmigo.
—Michael...
—Me has
ayudado tanto, hemos ya atravesado tanto que... No llenas sólo un hueco, sino
todos los agujeros que por poco habían terminado conmigo—mis manos, nada
temerosas ya tomaban de su rostro entero con avidez, ya me aseguraba de que mis
palabras le atravesaran con fuerza, de que no se perdiera de nada de lo que
tenía por decir—. Y siento tanto... lo que te he hecho pasar. Ha sido un error
que no volverá a repetirse de nuevo.
—...Ha
sido una equivocación haberme perdido esta semana—una sonrisa, casi
imperceptible nació, y aún así había sido suficiente para cegarme y no
percatarme de cómo sus brazos ya se alzaban y rodeaban en torno a mi cuello—.
Yo también puedo cometer errores.
El temor
desapareció y una sonrisa nació, la felicidad se me quería escapar por la
garganta.
—Te
extrañé tanto, Lisa—susurro, mientras mis manos se pasean lentas por el borde
de sus caderas. Se acercó, tanto, que creí no faltaría mucho para que nuestros
alientos pudiesen entremezclarse de nuevo.
—Yo también.
Aprovechando
la posición que mis manos mantenían la acerqué, hasta que ella, parpadeando y
sin dejar de mirarme, me dejó palpar su labios entreabiertos una vez más,
probarla con un leve deleite y movimientos carentes. Nuestras bocas no se
movieron demasiado, no existió un frenesí de infinidad pero, como siempre,
había sido todo cuando necesitaba.
Un
pequeño gemido salió de sus labios, y chocó contra los míos. Una pequeña risa
se me salió al tiempo en que sus manos, de estar aferrando mi cuello jugaron
plenas con la tela de mi camisa.
—Cuando
subía miré que Kai recién terminaba de preparar la cena—musita tranquila, la
nueva sonrisa que me dio no la dejaba, no paraba de parecerme irreal lo bella
que era.
—Lo sé... —asentí—. Janet iba a...
acompañarme esta tarde.
—Oh...—cabeceó,
frunciendo el ceño y fingiendo una ligera expresión pensativa—. ¿Crees que haya
un sitio para mí en la cena?
—Por
supuesto que sí—solté, haciendo que ella brillase más con su mirada—. Es más
bien el de Janet que queda ahora en duda.
Un par de
risas le brotaron de pronto.
—No,
vamos...—se quejó, recobrando un poco de su diplomática seriedad adorable—. Deja
que se quede. Seguro está jugando con Ben y Riley justo ahora.
—¿Los
pequeños?—sonreí. Supe entonces que mi mirada ya se iluminaba ante ella, que mi
sonrisa multiplicó su tamaño a la par, que pensar en que, si los pequeños
estaban aquí en Neverland, ella, indiscutiblemente se quedaría. Todo sería
perfecto de nuevo.
—Así
es...—rió, su sonrisa era más plena, más radiante que antes—. Están abajo...
Ansiosos por verte.
Besé su
frente entonces, deseoso; aquello fue una infinidad más de lo que podría
suplicar.
Tal y
como ella lo había mencionado, como lo pensé, no terminé ni de descender los
escalones tomando de la mano de Lisa, pues la pequeña Riley, radiente, y con su
alma viva abrillantando cada expresión, ya se adelantaba hacia mí de brazos
abiertos buscando que la alzara entre mis brazos como tantas veces lo habíamos
practicado. Vestía el pequeño atuendo que hace sólo unos días le había
obsequiado y, al instante, un par de risas brotaron de los labios de Lisa al
hacer notar que Janet, apareciendo de la estancia con el pequeño Ben en sus
brazos, había hecho un recogido delicado a Riley en su cabello dorado.
Agradecí
a mi hermana entretanto, en un pequeño instante en que no me habían ganado las
risas. Ella asintió acorde, y mientras ponía entre los brazos de Lisa al
pequeño Ben con una tierna sonrisa, nos dirigimos juntos al comedor. Por suerte Kai ya había puesto la mesa, y como
Janet tomaba asiento junto frente a Lisa, comprendí que quizá, aquellas miradas
recelosas y serias ya habrían terminado.
Que tal vez ya no había nada de lo que me preocuparía. Nos limitaríamos a
disfrutar de la cena, del vino favorito de mi esposa para acompañar, de las risas
que soltaban los niños cada vez que yo les bromeaba, de cada bendita sonrisa
que Lisa, a mi lado, me obsequió a base de brillo, ternura y esperanza, y
que... eran más de lo que podía esperar. Mirándola, anhelándola, suspirando al
lado de ella, supe que era más de lo que merecería.
Mi hermana
y Lisa charlaban de cualquier tema en general, noticias, películas, otro poco
de algunos rumores que se propagaban cerca y que, a Lisa le desgraciaban el
gesto sólo un poco. Gracias a ello, ambas conocieron eventualmente mucho más
una de la otra, Lisa se soltaba más, charlaba más, y ni un tema que no
deseábamos se abría paso, pero mi hermana pareció sólo iluminar su mirada
cuando de sólo dirigir su palabra hacia mí se trataba. No podía evitar seguir
sintiéndola un poco cohibida. Y aunque las risas no faltaron, aunque el
silencio jamás reinó en medio de sus miradas serias, de su semblante formal, no
paré de preocuparme por ello.
Una vez
más, tendríamos que hablar, pensé. Tal vez no ahora, no hoy, pero iba a tener
que hacerlo. Aquello no podía continuar así. Si las cosas han cambiado y, tanto
ella como yo, comprendíamos que no llegaríamos a un punto con retorno, lo
tendría que aceptar. No sería de otra forma.
—Mamá...—la
pequeña Riley se removía ansiosa sobre su asiento al hablar. Indiferente y con
un tono ligero, con una sonrisita nada pretenciosa.
Lisa
sonrió, y nuestra conversación se detuvo al instante en que ella se aproximaba
a la pequeña para limpiar de la comisura de sus pequeños labios el helado de
chocolate que apenas y comenzaba a engullir. Riley frunció el ceño y yo le
dediqué una expresión compasiva, se notaba ansiosa porque su madre no le
permitía hablar.
—Dime—Lisa
le dice, pasando su índice de forma fugaz sobre la punta de la nariz de Riley.
—¿Nos quedaremos otra vez con la
abuela esta noche?
Me
atraganto por poco con el bocado que me había llevado a la boca. Me giro, y con
las mejillas entumecidas, con el aire faltándome observé la expresión inocente
de la pequeña y los ojos paralizados de Lisa, una a la vez. No existió de
pronto nada más y, comprendiendo el sentido de su reacción, comencé a sentirme
como un tonto. Comencé a burlarme de mí, a disfrutar de la mirada medrosa de mi
esposa a mi lado, y confirmándomelo todo sin decir nada más, una sonrisa tomó
mi gesto sin siquiera haberme percatado de ello. Una corriente certera de
oraciones ansiosas ya se deslizaban desde mis pensamientos hasta la punta de mi
lengua.
—Habían...—titubeo,
al aclarar mi garganta con un sorbo de vino más. El sonido de mis cubiertos
chocando contra la vajilla había alarmado a Ben por un pequeño momento—.
¿Habían estado ahí, todo el tiempo...? ¿Aquí en Los Angeles?
Lisa
permanecía con los ojos clavados de lleno en su hija. Aún no descifré bien su
expresión pero bien, la sangre me ardió por un instante de sólo pensarlo, de
sólo planteármelo. ¡Dios mío! ¡Todo este tiempo creyendo una sarta de
pesadillas sobre su paradero!
Un
resople exasperante brotó, y con ello, la mirada de Riley se había apagado un
poco.
—...Y se
suponía, Riley, que ese sería un secreto—Lisa espeta, negando por lo bajo,
mirándose tan increíblemente hermosa por la expresión tímida que me dio al
volverme a mirar. Así, lucía preciosa, me hacía sonreír, sin poder evitarlo.
Ben y
Riley rieron a su lado, cómplices. Y sólo así, la pequeña ya retomaba su helado
como si nada hubiese sucedido en realidad. Las mejillas Lisa ya se coloreaban,
su ceño ya se fruncía en esa exquisita expresión de preocupación y timidez.
—Amor,
creí...—bisbisea, instándome. Mis ojos se paralizan y aprecian cada parte de su
rostro liso, el borde perfecto que ella dibujaba con ese lápiz labial—. He
creído que ese sería el primer sitio en el que me comenzarías a buscar...
Mierda,
¿Y por qué no lo hice? ¿Por qué sólo me limité a utilizar el teléfono, a
esperar a que volviese a mí?
—Es
increíble, yo... he pensado que estarías lejos—admito, y sin tener conciencia
de ello ya me encontraba buscando sus manos—. Creí todo este tiempo en que
estabas del otro lado del país y siempre estuviste aquí... a un par de horas de
mí. Pero he llamado a tu madre. Entre John y yo la llamamos tantas veces,
pero... no hubo respuesta.
—He
tenido un poco de problemas estando con ella. Cuando llegué, mi madre ya se
había enterado de lo que ocurrió, y...
Y mi
semblante se destruyó, como si una nube de desazón se hubiese anidado ahí,
obstruyéndome la deliciosa vista que tenía de ella. Sus ojos verdes se
cambiaron por aquél momento sobre el escenario, sus labios por los gritos que
vinieron después, la discusión, y su rostro, esa timidez deliciosa que estaba disfrutando
se iba y retornaba una realidad que tanto me ocupo de sólo ignorar.
Priscilla...
—Yo... yo
no...—mis palabras carraspearon en el interior de mi garganta, se me dificulta
el dejarlas salir. ¿Cómo decirle? ¿Cómo no sonar miserable de nuevo?— No le
agrado a tu madre, ¿Verdad?
Me mira,
pero jamás contestó. Viró en cambio a encontrarse con los dos pequeños de nuevo
y, notando que Riley casi terminaba con su helado, y que los ojos de Ben
estaban bien puestos y fijos sobre su madre, llamó la atención de ambos con
delicadeza.
—Linda,
¿Quieres adelantarte?—Lisa inquiere hacia la pequeña, alejando un poco los
platillos de su lugar para que Riley pudiese incorporarse con ella—. Puedes
jugar en la estancia con tu hermano un momento. Falta poco para ir a dormir...
Riley
sólo se quejó por un momento, pero su pequeño gesto torcido cesó a sólo el
momento en que lamía por última vez la cuchara que había quedado manchada de
chocolate. Aún así, no lucía confundida.
—Pediré
que te den más helado, si quieres—Lisa murmuró, y aquello, supuso ser
suficiente.
Una
simple sonrisa brotó de los labios de la pequeña y tomando a su pequeño hermano
de la mano, con ayuda de Lisa lo ayudaron a bajar de la pequeña periquera a un
lado, y juntos ya comenzaron a andar alejándose de nosotros.
Una
pequeña sonrisa se me escapó, el pequeño apenas cumplía poco más de los dos
años, aún se le dificultaba el seguir el ritmo y la rapidez con la que su
hermana mayor andaba a su lado.
Lisa
suspiró; Janet, al mismo instante se irguió a mi lado.
—...Eso
no me importa en absoluto—Lisa repone hacia mí, encogiéndose de hombros, al
asegurarse de que los dos niños ya se habían alejado lo suficiente del comedor.
Fruncía el ceño indignada, como si recordara algo que de pronto la había
irritado bastante—. Me importa el hecho de que no se interponga en mis asuntos.
El hecho de que eres mi esposo, no el de ella.
Y sin
embargo su semblante no me pudo destruir más. Comprendí que sus palabras me
habían dado el cielo, una sonrisa me tomó, y entre las comisuras de sus labios
abriéndose, suspiró para añadir algo más aún.
No supe
si le pondría atención, si me importaría lo que dijera; sus labios, su rostro
relajado ya comenzaba a atraerme de nuevo hacia sí. Me ceñía sin darme cuenta
de que yo me estaba acercando, sin saber que mi hermana está aún aquí. Quería
besarla, quería agradecerle como ella lo hacía conmigo. Quería sentirme unido
con ella.
Lo sé, lo
sabemos. Ella se aproxima igual y sé que está a punto de suceder.
—...Me
tiene sin cuidado... lo que ella crea o no sobre nosotros—terminó, guiñándome
un ojo como cerrando un trato de la manera más seductora posible.
—Linda...
No pude
contenerlo más.
Sus
labios tocan finalmente los míos, la beso con suavidad, degusto ese par de
turrones sabor licor de uvas que me habían generado desde la primera vez, y
hasta ahora ese placer que deseaba tanto, ya indescriptible. Cuando sus labios
me devolvieron el roce, cuando sentí que su labio inferior se hundía entre los
míos, que su mano de forma fugaz se aferraba a mi cuello de nuevo, no pude
olvidarme de la misma sensación de necesidad que extrañé.
Me besa,
me tienta con una delicada elegancia y no premié creíble que el deseo podía ser
recuperable para todo el mundo, fue impensable que la tempestad, que la
inseguridad que carraspeaban mi mente se habían esfumado sólo gracias ella.
Sabía, me aseguraba de que tenía intenciones ciertas de tocar el cielo, de que
ella lo buscaba también, y de que como este beso pudo convertirse en algo más,
se había desplomado casi en la cima, luego de que ella jadeó, tan sólo un
segundo luego de que mi hermana, a nuestro lado, invadiendo nuestro silencio,
dejaba salir un resople austero pero seguro, sin más.
Y no supe
si me lastimaba más aquello, su indiferencia palpable, el error intencionado
que elaboró, o la forma en la que había provocado que los labios de Lisa se
despegasen irremediablemente de los míos, para obligarme a encararle a mis
espaldas.
La miré
ofuscada, contenida, tirando su servilleta con la que se limpió a un lado y apartando
sus platillos a la par, entonces me di cuenta de que cada equivocación, cada
acción impensable, era de familia. Estuve seguro de ello.
¿Pero qué
diablos...?
—Disculpen—no
se inmutó en virar, en sostener mi mirada. Un ruido crudo apareció cuando se
incorporaba de su asiento y sin esperar más nada lograba ya pararse.
Lisa,
petrificada la estudió, hasta que Janet había desaparecido sin más detrás del
muro de la cocina. Mientras, un torrente de rabia ácida se propagaba por mi
pecho entero, por mis pensamientos.
Tenía que
ser una maldita broma.
—Aguarda
aquí—espeté hacia Lisa, rogando tener cuidado de mi tono de voz. Mi interior ya
se había encendido y no quería, en absoluto, descargar mi furia con ella.
Sabia que
la estaba abandonando con el torrente de preguntas ansiosas ya naciendo en su
cabeza, con los labios entreabiertos, aún punzando por nuestro beso. Supe que
miedo, pena fue lo que sobró en sus adentros y sin embargo aquello no me
importó. Al encontrarme con mi hermana todo se había desvanecido, se había
intercambiado por temor, ansiedad, una sed santa de explicaciones que, aunque
ella lo rogara, sabía no las tendría.
—¿Janet, qué demonios ha sido eso?
—Lo
siento, lo siento, no he querido...—negó, suspiraba agotada a tal grado que
creí se le dificultaba el hablar, estaba molesta, incrédula. Y ni mirarla
cubriendo su rostro entero con ansias, ni mirar su expresión de pena, me hace
titubear. Nada es comparación con lo cabreado que estoy.
—¿Sabes
cómo has incomodado a Lisa ahí dentro?—susurré con crudeza, en una instancia me
giré para comprobar que no estuviésemos tan cerca como para que mi voz no se
hubiese escuchado en el comedor—. ¿Sabes lo que has hecho con tu pequeña
molestia?
—Es... sólo que...
Y sus
ojos se sellaron, ya no con fuerza sino como si no existiese de pronto una
nueva reacción. Se quedó cabizbaja un par de segundos en los que supe, la
respuesta ya se originaba en su mente. El silencio pesó, mi ansiedad creció
pero, decidí esperar a que hablara.
Suspiró.
—Ha sido...
tanto el tiempo, infinitas las veces en que te he mirado... besando a Rachel
que... mirar esto me ha sido...
Resoplé,
atajando de golpe sus palabras. ¿De eso se trataría? Luego de todo, ¿Me echaría
en cara todo ello otra vez?
—...Sí,
pues Rachel no está más aquí, ¿O sí?—sentencié abruptamente, sin conocer la
fuerza con la que lo pude hacer.
—...N-no.
—Es ella—añadí
lanzando mi pulgar a mis espaldas, señalando indirectamente no sólo a la mujer
más confundida del mundo, sino a mi esposa y a sus pensamientos lacerados,
inseguros—. Es Lisa quien está ahora aquí. Es mi esposa, y si al menos no has
podido congeniar aún con ella, voy a pedirte que por lo menos respetes mi
relación. Todos en casa lo han aceptado... excepto tú.
Contrario
a lo que esperaba, ella no me miró. Se dejó llevar con un aire de mayor
molestia, de escepticismo abismal. Se burlaba de mí sólo con la mirada y me fue
incomprensible que la razón pudiese perder sentido hablando con ella, que otras
salidas ya nacían dentro de mi cabeza y, aunque no serían lo mejor, supe sería
lo que más necesitaría.
Nada se
arreglaría y estaba seguro, pues su semblante, su persona me lo aseguró. Y sólo
así, ya planeaba jurarle que así, como a ella, tampoco podría importarme un
demonio lo que pensara o creyera de lo que estaba a punto de soltarle pronto.
—Será... mejor que te vayas—susurré.
Fue
entonces que sus ojos se izaron, se encontraron con los míos aún y con esa
fuerte oscuridad.
—Quizá
tengas razón—asintió susurrando con esa vocecilla empedernida que tenía, reuniendo
sus cosas del perchero próximo que daba a la estancia principal, todo con
rapidez, con titubeos que juran inseguridad, pena, y sin embargo seguía. Viró
entonces, y sin detenerse, se encaminó hacia la salida principal—. Despídeme de
ella, por favor.
La miré,
y decidí no contestar. Ya todo se había hecho y, como ella lo había comenzado,
aún estaba seguro de que sería yo quien lo debía terminar. Así, mi mutismo
pareció no lastimarle.
—Y
llama... llama a Kate, Michael—repone con un tono más ligero, pese a su mirada
triste—. Ha estado preocupada por ti.
—Lo haré.
—Y... perdona...
Sólo
sentí mi mirada desplomándose de nuevo, mi cuerpo estremecer. Mi silencio
invadía de nuevo y lo único que advertí fue luego el sonido de la puerta
principal cediendo a lo lejos.
Ya cada
una de mis sensaciones, de mis esperanzas se habían petrificado. Cuando
encontré a Lisa, limpiando la mesa y manteniendo una expresión ensombrecida, mi
ilusión se destruyó. Esas lagunas verdes, tan hermosas, y tan dañadas al mismo
tiempo fueron demasiado para sostener de pronto. Una pesadilla negruzca que
temí, tardaría días, besos, carisias y explicaciones en sanar. Y lo haría, sin
duda.
Pero mi
hermana no dejaría de preocuparme tan fácil.
Al
volver, intentaba no comprender la indiferencia que aprecié en el rostro fino
de Lisa. Estaba relajada, recogiendo el comedor en silencio y, aunque en mis
pensamientos nacieron nuevas salidas, un sinfín de posibilidades por las que le
podría pedir perdón o recompensarle, su ensombrecida mirada verde me pedía a
gritos silenciosos que no charláramos de lo sucedido, que no lo insinuáramos.
De cualquier forma no habría mucha posibilidad; al cabo de un puñado vago de
minutos, le perdí. Se dedicó a arropar a los pequeños y a instarlos a meterse
en la cama mientras yo daba una última ojeada al nuevo horario de trabajo que
John había preparado para mí en el viejo estudio de Los Angeles.
En
nuestra habitación el atuendo que ella utilizaba por la tarde ya tendía del
viejo closet con finura. Su alhajero ya sostenía los pendientes de oro que
usaba, y el pequeño broche que anudaba su cabello también. Agradecía su
despiste y el cómo hacía cosas en nuestro hogar sin que yo me percatara,
envidiaba su rapidez, el hecho de que ella ya estuviese lista y libre de ya poder
dormir, y yo apenas iba comenzando. Anhelaba ya el silencio de todas las
noches, las horas que pasan, con nosotros conversando, hasta que,
irremediablemente, tenemos que quedarnos dormidos.
Una mano
ajena impidió que la camiseta de mi pijama se acomodase sobre mi cuerpo, de
pronto, y llegando al segundo ideal. Lisa, a mis espaldas había llegado a
nuestra alcoba y, con su mano aún adherida a mi abdomen, dejándome leves
cosquilleos en mi piel al tiempo en que giraba hacia ella para reprimir el
exquisito atrevimiento, sólo dejó una pequeña risa salir. Intentó llegar a mi
rostro parándose en la punta de sus pies y dejó sin más un beso minúsculo en la
comisura de mi boca.
Reprimirle,
por el pequeño susto, simplemente se me olvidó.
—...Riley
ha querido quedarse en la habitación de al lado de nuevo—su mirada cansada me
embriaga al hablar. Así, sin una gota de maquillaje, sin que sus labios
estuviesen coloreados de un tono exquisito y profundo, lucía perfecta. El verde
brillante de sus ojos resaltaba más—. Miramos una película de terror ayer, y no
ha querido despegarse de mí desde entonces.
Sonreí,
supe que como un tondo demente. Comprendí que apenas y la había escuchado. O
quizá sí, pero no lo quería creer.
Me
estremecí. Sabía que sus palabras me golpearían como si de una pedrada letal se
tratase.
—Es muy
linda...—susurré, llevando una mano hacia su mejilla aterciopelada, natural—.
Pero no hay de qué preocuparse. No hay nada en Neverland que la pueda hacer
temer, más si la habitación en la que duerme con Ben está repleta de esos
juguetes que tanto le gustan a ambos.
Aquél
comentario había pasado apenas y por debajo de mis pensamientos, estaba seguro.
Pero mi débil, y tonta contestación, no.
Asintió,
con cierto desgane. Encantadora, pero con una sonrisa menor a la de antes.
—Sí,
podría ser—musita tranquilamente, se encoge de hombros mientras sus manos
juguetean con los pliegues de mi camisa de dormir—. Tan sólo he creído que...
como nadie se ha hospedado ahí en mucho tiempo, pues... que alguien, además del
polvo acumulándose no le vendría nada mal.
Una
sonrisa, que bien pudo tratar de reconfortarla, pero intentar esconderme, se
escapó. No duró, y sin embargo aún así quería intentarlo. Quise, como el último
de mis deseos, como un desquiciado deseando escapar, que el tema terminase.
Pues tocarlo, recordar, buscar razones, excusas, mentiras, rencores, sólo lo
arruinaría. Todo sólo por la misma razón...
La habitación de Rachel.
Nadie más
se había hospedado ahí desde que ella se había marchado. Nadie. Ni siquiera mis
más allegados, mi familia, ni siquiera Lisa cuando todo comenzaba, ni siquiera
yo. No cuando aquél cuarto me traía el letargo del mismo agujero en mi pecho,
no cuando el sólo respirar dentro, el mirar su tocador, las pertenencias que se
quedaron, hacían volver este puñado de meses dentro de un par de segundos. Todo
volvía y no sabía, si para este instante, ya estaba listo para sopesarlo. No lo
quería pensar.
Y aún
así, tan lejos como Lisa me hacía sentir del abismo, la más vaga idea de
alguien más hospedándose ahí, de alguien apoderándose de la esencia de ese
sitio, cubriendo los recuerdos, borrándolos y reemplazándolos por otros, me
asesinaría. Sería un maldito infierno del que sabía no me sería fácil escapar.
No, de
ninguna manera.
—Quizá...
es sólo que... no es aún el momento—solté sin mirarla. Ya esperaba lo peor y,
dolorosamente, tendría que permitírselo.
Pero nada
ocurrió, sólo se alejó. Lisa recorría la habitación y al perseguirla sólo con
mi mirada, enclaustrándome en no más que sus lentos movimientos cuando me
pareció imposible creer que mis miedos pudiesen ya no ser un maremoto de
problemas para ella, dejó caer su cuerpo contra el colchón. Dejó un suspiro
profundo salir. Uno turbio, desquitado, desahogante hasta el infinito.
Tenía
miedo de arruinarlo todo de nuevo.
—¿He
hecho algo?—inquiero solícito. Quizá, con el tambaleo de mi voz delatando mi
desenfreno.
—Nada...
No añadió
más. Su mirada estaba clavada en el techo del cuarto y aún así pude percibir
que sólo negaba. Se me olvidó de pronto que me había dejado varado al centro de
todo y con miles de temores tendiendo de un hilo.
—Más
bien, hace falta que lo hagas—musita—. Que me digas cuál es tu preocupación
porque nadie pise esa habitación, porque nadie más utilice esa cama, que nadie
toque nada de lo que hay dentro, que no se le ocurra a ninguna persona entrar.
Porque no lo entiendo...
—...Es...
complicado—solté, aventurándome a acercarme mientras ella se incorporaba un
poco. Entonces tomé asiento al pie de la cama, justo a unos centímetros de su
cuerpo recostado.
—¿Es
complicado?—terminó por levantarse, y ayudándose de su mano sosteniendo mi
hombro, tomó asiento a mi lado.
Mis manos
se juntaron, se anudaron. Carecí de palabras en el momento exacto en que
comprendí que tenía que hablar.
—S-sí...—susurré—. Un tema que quizá no valga
la pena ser mencionado ahora.
La
observé asentir, seria, más no molesta. Pensativa, y obsequiándome una sola
posibilidad de luz.
—Lo mejor
es que ya sé la razón sin necesitar que me la digas—me dijo, más segura. Dios,
su expresión se dulcificaba, más si era probable—, lo peor es... que ni ganas
tengo de armarte un lío sobre ello.
Me helé,
y el silencio nos tomó entonces.
Ella en
un instante en que el mutismo no pudo ser más lascivo se ciñó más hacia mí y
terminó sentándose sobre mi regazo con una delicadeza tal, que no pensé en otra
cosa que no fuese detenerla sobre mí, aferrándola sobre su dulce cadera. De
cerca todo fue más real, comprendí que no deseaba sentirla así, seria, triste
en el interior mientras se ocupaba de embriagarme con su olor, con su ternura.
Su mirada
se paseó por cada rincón de la habitación y en cuanto la extrañez lo permeaba
todo, una leve sonrisita apareció. Lució aliviada.
—Cariño,
¿Has oído hablar de... cosas extrañas que hacen las personas cuando necesitan
superar una ruptura de pareja?—inquirió, enarcando una de sus cejas perfectas.
Sentí cómo unas leves carcajadas nerviosas ya se originaban en mis labios
cuando la dulzura que derrochó su mirada de pronto me venció.
La ceñí
más hacia mi cuerpo, sus brazos aferraron de mi cuello para ganar cercanía. Una
pregunta, y otra, y otra, brotaron en mi mente.
—Cosas
como... ¿Mover muebles de una habitación entera de lugar? ¿Remodelar sus casas?—pregunté.
—Algo
como eso...—rió de forma perfecta, propia, recargando su frente en pos de mi
hombro mientras luchaba por recobrar seriedad. Yo me derretía por dentro, así
no estuviese entendiendo nada aún—. Sólo que...—se incorporó—. Me refiero a
algo más personal.
—¿Más personal?
Asiente,
en paz. ¿Eso sería todo? ¿Esa era su explicación? Reí, nervioso. ¿Confesarle
que aún no comprendía sería demasiado?
—¿Y eso?—musité
en un impulso—. ¿Tienes algo qué recomendarme? Porque te juro, cualquier idea
podría ser bienvenida.
Sonrió, y
todo se iluminó. Si era así, si insinuaba lo que creía... cualquier idea
entonces, cualquier propuesta, posibilidad o salida me vendría de luces
indudablemente. Pensar en que este tipo de problemas tendrían fin me sabría a
gloria, creer en que esa habitación por fin podría ser utilizada por alguien,
sería quizá lo que más necesitaría ahora.
En medio
de mi trance, de mi pequeña idea de victoria, la advertí jugueteando con uno de
los rizos de mi cabello que caía sobre mi frente. Lo retorcía entre sus dedos
delgados y luego lo dejaba ir, y de nuevo. Estaba pensativa, como analizándolo
todo.
—¿Karen viene mañana?—preguntó.
—Sí...—asentí con un gesto confundido. ¿Había
cambiado de tema?—. ¿Por qué?
Su
sonrisa se avivó.
—...Porque
hay personas que lo que utilizan no es un simple cambio de muebles, sino un...
cambio de imagen.
Me
carcajeé sin más. Ella seguía sonriendo, gracias a mis risas a cada instante
más y su mirada atolondrada no me supo a más que a broma, una idea simple y
tierna que seguiría hasta el cansancio.
Suspiré,
y aguardé hasta haberme tranquilizado.
—Claro,
yo... podría decirle a Karen que me despunte un poco el cabello mañana, si es
lo que...
Y me
interrumpió, sólo así. No sus palabras, no su sonrisa titubeante sino una serie
de carcajadas limpias que se le escaparon de golpe de sus labios. Resonaron más
que mis propias risas y cuando ella pareció darse cuenta de ello llevó una mano
a sus labios para sellarlos. Pero no lograba nada, sólo reía más.
Negué y
negué. ¿Qué sucedía...?
—...No, amor—susurró, más calmada,
igual de bella—. Esto déjamelo a mí.
Le miré,
confundido. Pareciéndome tan extraño que ahí, en medio de las risas, de la
noche, dejase un beso perfecto en mi frente mientras me drogaba más y más con ese
exquisito intercambio de sonrisas que teníamos.
Todo se
sintió confuso y a la vez... tan bien.
—Pensaba decirle que... te corte...
todo el cabello.
Mi querida Kat, he estado tan desatendida de la historia! Me acabo de poner al día ❤️ y no sabes comooooo me encantaa!! Me emociono, río, lloro, puedo sentir y vivir cada cosa que pasa en la historia y eso solo tu eres capaz de transmitirlo!
ResponderEliminarInfinitas gracias por lo qué haces, de verás💕 haz encontrado algo con lo cual dejar tu huella en todas nosotras bonita☺️