—…No
empieces con esto, Monica, por favor.
Dejé
de limpiar su rostro, y me limité a observarla en silencio. Sin poder
comprender aún el por qué de que no haya entendido a qué me estaba refiriendo,
o al menos ocultar que ella ya lo sabía.
—¿Qué es, Monica? ¿Qué es lo que ocurre?
—No lo sé. Dímelo tú. ¿Qué es lo que
está ocurriendo aquí?
Ella
no contestó. Frunció su ceño de manera notable y continuó mirándome. De
inmediato comprendí que, en efecto, ella no comprendía de qué le estaba
hablando.
—¿Querías pintar sus uñas, Rachel?
—Oh, Monica, vamos…
—¿Le persigues por toda la
habitación?
—Monica, por favor…
—Puedo jurarte que me es fácil decir
que él también estaba coqueteando contigo.
Cuando
ella escuchó mis palabras había ocasionado que sus mejillas tomaran un color
rojizo, antes de dejar de mirarme completamente, y de tomar mi mano para que yo
continuara limpiando su rostro.
Pero
yo no había terminado de hablar.
—Rachel, quiero decir, ¿qué es lo
que ocurre? Yo creí que tus intenciones nunca habían sido las de…
—…Mis intenciones siguen siendo las
mismas, Monica. Nada ha cambiado—dijo, interrumpiéndome de inmediato—. Todo
sigue igual, y ahora estoy en paz con cómo se están dando las cosas, ¿Sabes?
Por primera vez en mucho tiempo las cosas comienzan a agradarme de nuevo.
—…Pero,
¿Qué es lo que hay con el comportamiento de ambos? Digo, no podemos sólo fingir
que nadie presenció nada de eso.
Lanzó
un gran suspiro, y perdió su vista en algún punto del suelo.
—La
verdad es que no lo sé… En fin, quiero creer que sólo fue por el motivo de
encontrarnos aquí, en este increíble lugar… tan cerca de él… junto a él. Pero,
la verdad es que siento como si algo…
—Ah, chicas…
La
figura de Chandler frente a nosotras nos sacó de nuestros pensamientos cuando
llegó sin más a la habitación. Y ahora teníamos que olvidar la cosa de la que
estábamos hablando, o al menos pretender que lo habíamos olvidado.
—Lo lamento pero, ya nos sirvieron
la cena a todos.
Rachel
me miró, y pude descifrar que rogaba por mi permiso para que pudiera salir de
la habitación. No es que hiciera falta en realidad. Le devolví una dulce
sonrisa, le limpié los últimos restos de esmalte de su rostro, y salimos detrás
de Chandler.
Segundos
y minutos pasaban desapercibidos. La linda velada que Michael había preparado
para nosotros difícilmente transcurrió frente a mis ojos. Yo mientras tanto, me
perdía en aquellas personas que me acompañaban, y que no hacían más que
contagiarme con la alegría que irradiaban por todos y cada uno de sus propios
sentidos.
Joey
y Chandler charlaban con Michael de tal manera, que ni por un momento una
persona hubiera creído que tienen pocas semanas de haberse conocido. Hablaban
más bien como si fuesen amigos de toda la vida, compartiendo experiencias,
descubriendo intereses en común, y dejando brotar las más altas carcajadas que
hace mucho tiempo no les había oído soltar de sus labios.
Phoebe,
se unía a la plática que los muchachos se ocupaban de compartir revelando sólo
algunas de las miles experiencias que ella ya ha compartido con todos nosotros,
y la manera en que Michael depositaba total atención a sus historias, me
alucinaba completamente, haciéndome sonreír en severas ocasiones.
La
verdad en aquél momento, era que no había cabida para cualquier mal rato, no
hubo silencios, no hubo incomodidades. Ni siquiera las hubo en el momento en
que volví a recordar a mi hermano, durmiendo sólo en su departamento, a miles
de kilómetros de donde nos encontrábamos nosotros. No, aquél día resultó haber
sido perfecto, si es que acaso había un adjetivo que se le llegara a comparar.
Y
todo había sido así, gracias a Michael.
Me
hundí en mis pensamientos un segundo más, para luego haber trasladado mi vista
al par de personas que se encontraban sentadas en la esquina de la gran mesa en
la que estábamos cenando. Hablaban entre ellas, pero no de la forma en que
hablarían con todos nosotros.
Michael
y Rachel.
Él
la observó a ella por un largo periodo de tiempo. Había tanto sentimiento en la
manera en la que él la miraba a ella. En la súbita manera en que él pronunciaba
su nombre; “Rach” le oí decir, y todos moríamos de ternura.
Cuando
ellos dos se encontraban juntos, se percibía una ferviente corriente que corría
entre ambos, de ida y de vuelta. Como un vínculo que no podía romperse, como si
sus miradas estuvieran sujetadas una a la otra, o como una pequeña descarga
eléctrica, que amenazaba con convertirse en la más perfecta de las tormentas.
Era realmente mágico.
En
un determinado momento, Frank optó por ponerse de pié frente a nosotros.
Agradeció a Michael por la cena, se despidió de todos nosotros y caminó hacia
el umbral de la puerta principal.
—¿Es muy tarde ya?—susurró Phoebe.
—Diría que sí, casi son las once de
la noche—Chandler respondió.
—…Será mejor que comience a
mostrarles las habitaciones, chicos.
Michael
se puso de pie y a la par todos comenzamos a seguirle, hasta comenzar a subir
las escaleras que nos llevarían al segundo piso de la mansión, y nos condujo
hasta lo que parecía ser un enorme pasillo, que contenía un sinfín de puertas
cerradas frente a nosotros.
Alguien
lanzó al aire la idea de que teníamos que bajar por nuestro equipaje, ya que lo
habíamos olvidado en la entrada principal, pero al parecer Michael había tomado
ya cartas en el asunto, pues mientras abría una puerta de aquél pasillo,
pudimos notar que el respectivo equipaje ya se encontraba ahí, en cada una de
las habitaciones.
Cuando
tocó mi turno de que Michael me dirigiera
a la que sería mi habitación por la siguiente semana, antes de ingresar
al fin en ella, el final del gran pasillo había llamado mi habitación. De entre
la oscuridad emergía lo que parecía una bella escultura de dos niños tomando
sus manos por arriba, lo que enmarcaba de una manera espectacular el umbral de
aquella gran puerta hasta el fondo.
Aquella
tenía que ser la habitación de Michael, no había duda.
Sonreí
en el acto.
***
Esperé
a que todo estuviera en orden, y que cada quién se encontrara ya bien instalado
en su respectiva habitación, antes de que aterrizara en mí la idea de ingresar
a la mía.
Me
encontraba caminando por aquél largo pasillo que me conducía a mi habitación,
justo frente a las habitaciones donde todos estaban quedándose. Hasta que me
aproximé lo suficientemente cerca a una puerta en particular. Y entonces
comencé a preguntarme por qué había sido que mis pasos no me habían permitido
avanzar más allá de la que era la habitación de Rachel.
Comencé
entonces a observar esa puerta cerrada frente a mí, mientras miles de ideas
comenzaban a aflorar en mi cabeza. Ideas que me carcomían por dentro.
—“Sigue
caminando, Michael…”—pensé para mis adentros.
Tenía
que llegar a mi habitación y olvidar que estuve ahí, observando esa puerta.
De
cualquier forma lo más probable era que ella ya se encontrara tratando de
descansar, después del día que todos habíamos tenido. Creí que lo mejor sería
que yo también me fuera a descansar de una vez. Pero, ¿y para qué? si sabía que
aunque me tirara en la cama más cómoda del mundo, no iba a dormir en absoluto,
pensando en si de verdad hubiera sido buena idea llamar a su puerta.
Bajé
la mirada, y cerré mis ojos por un momento, para tratar de meditar unos últimos
segundos mi posición, antes de que por fin me decidiera irme de ahí. Pero en el
momento en que abrí mis ojos de nuevo, mirando bajo, todo comenzó a tener
claridad. Perfectamente alcanzaba a verse por debajo de esa puerta, unos
destellos de luz que se asomaban de ella. Y me aventuré a pensar que ella no
estaba durmiendo aún, pues todavía tenía algunas luces prendidas.
No
lo pensé más.
—¿Michael?
Ella
abrió la puerta en el instante en el que yo la había llamado, y sin siquiera
pensarlo, ella me cedió espacio para que yo pudiera entrar a la habitación. Lo
hice, sin querer mirarla, porque sabía que si la miraba justo a los ojos,
perdería toda noción de mis sentidos, y saldría de la habitación sin pensármelo
dos veces.
—¿Ocurre algo?—preguntó, mientras
cerraba la puerta tras de mí.
—Oh,
no. Sólo quise asegurarme de que todo se encontrara en orden… ¿Está todo bien
por aquí?—le dije, mientras observaba el interior de la habitación, aún con mis
patéticas intenciones de no mirarle a los ojos.
—Oh,
claro que sí. De hecho, hace unos segundos estaba terminando de desempacar
algunas cosas—dijo mientras apuntaba con su dedo índice la maleta casi vacía
que se encontraba sobre la cama.
—…No quería interrumpirte.
Musité,
aventurado a mirarla de frente esta vez. Porque ahora comenzaba a darme cuenta
de que no se trataba de mí, y de lo que sucedería conmigo si me sentía débil en
su presencia, sino de que ella supiera que yo estaba obsequiándole mi total
atención cada que ella me hablara.
—¿Interrumpirme?
Oh, no, claro que no—me sonrió—. Justo terminé cuando has llamado a la puerta.
Y la verdad es que me alegra que hayas decidido pasarte por aquí, ¿Sabes?
La
observé, confuso, sin pronunciar una sola palabra. Fruncí el ceño en busca de
que ella continuara hablando. Pero no logré encontrarme con su mirada por mucho
tiempo, pues ella ya había desviado su vista hacia otro punto, como si
estuviera buscando las palabras correctas.
Acomodó
algunos cabellos que estaban fuera de lugar, volvió a mirarme, y continuó.
—Nunca
tuve la oportunidad de agradecerte…—musitó con una voz débil—, por permitirnos pasar
la noche en tu hogar, Michael.
—No
tenías que hacerlo. Para mí fue más que suficiente el simple hecho de que
aceptaran quedarse aquí.
Ella
frunció sus labios y aumentó la intensidad de su mirada, avanzando un par de
pasos al frente, posicionándose a varios centímetros más cerca de mí.
Me
estremecí al sentirla.
—…Aún así, siento que tengo que
agradecerte por todo esto.
—Tranquila—le interrumpí.
Ella
me sonrió, con esa sonrisa a la que me había costado tanto trabajo
acostumbrarme, y posó ambas manos sobre sus caderas, mientras dejaba escapar
una pequeña risa llena de incredulidad. Negó con la cabeza sin dejar de sonreír
aún, y comprendí que no daba crédito a lo que yo acababa de decirle.
—Tú nunca vas a dejar de
impresionarme.
—…No pienso dejar de hacerlo.
Sonreí
en el acto, y ella avanzó un paso más hacia mí, —si es que aún había distancia
existiendo entre nosotros—. Luego extendió sus brazos.
—…Michael… ¿Puedo…? ¿Puedo
abrazarte?
No
le respondí. No hacía falta que lo hiciera. En menos de un segundo yo ya me
había dado por vencido y acuné su cuerpo entre mis brazos. La escuché suspirar,
y cerré mis ojos al momento en el que sentí sus manos haciendo contacto con mi
espalda.
No
hacía falta nada más.
Me
sorprendí al no haberme puesto nervioso o inseguro, sin ningún titubeo en mis
movimientos, ante el hecho que ahora estaba sucediendo entre nosotros. Y me
percaté de que todo esto había sido posible, porque realmente necesitaba de
ella.
Se
aferró a mi cuerpo, ciñéndose con mayor fuerza, y su cuerpo se amoldaba de la
manera más perfecta al mío. Fue entonces cuando me di cuenta de que si sólo
hubiese dependido de mí, podría haber continuado sosteniéndola de esa manera
por horas enteras. Pero la tentación ya había cruzado cualquier límite
existente conmigo, y no podía dejar que aquello siguiera sucediendo.
El
adictivo olor que desprendía de su cabeza, la manera en la que sentía su
respirar colapsando con calor sobre mi pecho, y sus manos viajando por la
superficie mi espalda casi hacen que olvide la razón primordial por la que
había decidido llamar a su puerta en primer lugar.
De
donde pude tomar las fuerzas, busqué las agallas para dejarla ir.
—…Rachel,
yo… no he venido a tu habitación a que me agradezcas… He venido por otra razón.
Ella
sólo me observó.
—…Necesitaba hablarte sobre algo.
—¿Sobre qué?
Tomé
su mano, y nos dirigí a ambos hacia la cama, sentándonos al pie de ésta. Bajé
la mirada por un segundo y traté de encontrar las palabras más acertadas.
—Rachel…
De alguna u otra manera… ha llegado a mis oídos lo que ha ocurrido… entre Ross
y tú.
Su
sonrisa se desvaneció, y sus ojos estaban en blanco.
—¿De dónde lo escuchaste?
—Escucha...
Lo último que deseo es que te molestes con ella por mi culpa… Monica se lo dijo
a Frank, y él me lo ha dicho a mí.
—No sé por qué no me sorprende—se
quejó.
—Rachel, por favor… Te lo pido, no
te molestes con ella… Tú sabes que no lo ha comentado con afán de perjudicarte.
—No
me molesto con ella, Michael. Sé que no lo ha hecho con ese propósito, y estoy
acostumbrada a esperar este tipo de cosas de su parte… Es sólo que, de todas las
personas, tú eras el que menos deseaba que se enterara de todo esto.
Sonrió,
nerviosa.
—¿Por qué…?
—…Porque me iba a dar vergüenza.
Bajó
la mirada, y comenzó a juguetear con sus manos. Evitando tener cualquier
contacto conmigo.
—¿Vergüenza? ¿Por qué te daría
vergüenza?
No
contestó. Siguió con la mirada baja. Y esperé un par de segundos por una
respuesta, cuando me decidí finalmente a tirar suavemente de su mentón,
haciendo que ella volviera a mirarme.
—Rachel…
—…Porque
la última idea que habías tenido de mí, era que yo deseaba solucionar mi
relación con él. Y el hecho de que tú supieras que mientras te explicaba
aquello, él estaba teniendo relaciones con otra mujer, me parecía demasiado
humillante. Dime, ¿Con qué cara iba yo a volver a mirarte si te enterabas de
esto?
No
supe cómo responderle, y opté por seguir observándola.
—¿Cuándo fue que Frank te lo dijo?
—Supe de ello… el día que me fui de
Nueva York.
—Te enteraste el mismo día en el que
había sucedido.
—…Sí…
Descendió
su mirada de nuevo, y pude notar el enrojecimiento que brotaba de sus mejillas.
Pero no se sentía como antes, no se sentía como si la hubiera hecho sonrojar.
Aquello era distinto.
—…Quizá te enteraste incluso antes
de que yo lo hiciera—susurró con desdén, como si hubiese comprendido que
alguien le había jugado una terrible broma.
—…Lo lamento.
—No lo hagas.
Me
dedicó una sonrisa completamente carente de emoción alguna. Y volvió a mirar el
vacío, a cualquier otro punto que no fuera a mí. Observé su rostro inexpresivo,
y cada segundo que ella pasaba de esa manera, comenzó a pesarme cada vez más.
—Rach,
por favor. No soporto mirarte así. Sabes, en el momento en el que me enteré, no
deseé otra cosa que no fuera estar cerca de ti… a tu lado. Me inundaron las
ganas de tenerte entre mis brazos… y de hacerte sentir bien. Hacerte saber que
todo estaría bien…
—…Y he estado bien.
Logré
mi objetivo cuando provoqué que ella comenzara a mirarme de nuevo. Y esta vez
con una mirada reconfortante. Me sonrió de una manera bastante leve, pero no me
importó, mientras su sonrisa fuera sincera. La miré detenidamente, estudiando
las facciones de su rostro.
Comencé
a perderme a mí mismo mientras la observaba, tanto que no advertí el momento en
que ella se acercó a una distancia considerable hacia mí, y posaba una de sus
manos sobre mi mejilla.
Sentí
pequeñas corrientes recorriendo mi cuerpo entero.
—...He
estado bien, Michael, desde el momento en que llamaste a la puerta de mi departamento, aún después de todo lo que
ocurrió entre nosotros.
—Deseaba tanto verte…
Me
sentí hipnotizado al contemplar sus ojos grises así de cerca, y observé la
manera en que la luz de la pequeña lámpara de noche se incrustaba dentro de
ellos. Brillaban de una manera indescriptible. Y me sentí al borde de arrojar
la toalla cuando sentí la manera en que acariciaba mi rostro con su dedo pulgar.
Ella
rió dulcemente, sin cesar de frotar su mano contra mi mejilla. Y yo simplemente
me vi capaz de sonreír, mientras sentía cómo una sensación de calor comenzaba a
aflorar en mi rostro. El sólo imaginar el color que tendría sobre mis mejillas
me hizo morir de miedo.
—Tu barba ha crecido, Michael. Puedo
sentirla…
Reí
de una manera notoria.
—…No la he rasurado desde hace unos
días.
Ella
sonrió levemente.
Y
justo ahí, en medio de mi sufrimiento, y de la extraña sensación que tuve al
creer sentir su mano deslizándose sobre mi muslo derecho, pude haberme dado por
vencido. Ella me había derrotado en el instante en que la mirada que me
dedicaba ya no era la misma, había cambiado. Y fue cuando supe que, en efecto,
todo cambiaría de curso.
Ella
entrecerró sus cansados ojos y comenzó a mirarme con mayor intensidad,
provocándome estremecer. Y una vez más, decidí abandonar de vista sus ojos
grises para perderme en sus labios. Esos benditos labios que yo mismo había
declarado prohibidos para mí.
Dios
mío, cómo deseaba besarla, desgastar mis labios en los suyos. Lo deseaba en
verdad.
¿De
verdad era tan malo el besarla sólo una vez? ¿Sólo esta vez? Debatí mi fuero interno en aquella duda cuando la
observé inclinándose cada vez más hacia mí, como si estuviera leyendo mis
pensamientos. Como si ambos quisiéramos olvidarnos de todo. Como si ambos
quisiéramos perdernos en los labios del otro.
Rachel
cerró sus ojos completamente y fulminó la distancia que había entre nosotros. Y
yo me encontraba en el paraíso. Sólo un segundo hizo falta, uno solo, al mirar
sus labios un poco más, para imaginar que ponía todo de lado, y pensaba en
tomar su rostro entre mis manos, hundiéndonos en un beso.
Pero
entonces, ¿iba a romper mi promesa tan rápido? Si lo hacía, estaba por
abandonarla completamente, dentro del abismo que yo era. Y no me iba a permitir
a mí mismo el dejarla hacer algo de lo que luego se arrepentiría.
No,
por supuesto que no.
—…Por favor, Rachel, no…
Incliné
mi cabeza al igual que ella… Lo suficiente como para que mi frente se apoyara
contra la de ella. Impidiendo el roce de nuestros labios.
—¿Por qué no?—me reprimió, mientras seguimos
en la misma posición.
—No es esto lo que tú quieres, yo lo
sé.
—¿Tú no lo quieres, Michael?—sentenció.
Ella
se alejó e incorporó para mirarme mejor, ocupándose de que su mirada me
penetrara incluso con mayor intensidad que antes.
—…Nadie
puede quererlo más de lo que yo lo quiero… Sólo no quiero que te arrepientas de
nada.
Y
era verdad.
No
me respondió, y siguió observándome, completamente confundida. Estaba seguro de
que la había desconcertado, o decepcionado hasta cierto punto, y yo iba a
cargar cualquier incertidumbre que ella sintiera por esto, pero sea como sea,
estaba seguro de que me lo iba a agradecer después.
—…Tal vez debería irme.
Me
puse de pie y procedí a caminar hacia el umbral de la puerta.
—Lo lamento tanto, Michael… Yo no
quería…
—…Déjalo así—traté de sonreír.
Me
giré sobre mis talones, determinado a salir de una vez por todas de su habitación,
y en el momento en que puse un pie en el pasillo de nuevo, una alarma amenazaba
dentro de mi cabeza. Algo me avisaba que no podía irme así, sin más. No podía
abandonar sin darle más explicaciones, o no al menos, sin romper el hielo una última
vez.
Me
giré de nuevo y la observé a lo lejos, aún sentada sobre la cama.
—…Se me había olvidado, Rach, esta
semana quiero que conozcas a alguien.
—¿A alguien…?
—Sí,
se trata de una amiga muy especial. Estoy seguro de que te agradará en el
instante en que la conozcas…
Me
observó mientras su ceño y sus labios de curveaban en una mueca divertida, pero
extrañada.
—Así que… amiga.
Reí
al unísono, a lo que yo había entendido como una respuesta que llevaba en sí
una importante cantidad de celos, o al menos eso me había hecho creer ella.
—Dulces sueños, linda.
Musité,
mientras me aventuraba a dedicarle un guiño, antes de haber salido de su
habitación y cerrar la puerta tras de mí.
DIOS MIO! Estoy en shock, enserio, enserio me encanta que al fin esten aceptando lo que quieren! Hay este capitulo fue tan hermoso en tantas formas Katy! Me ha fascinado! QUier más y más! Jaja, pero cmo siempre la espera siempre vale la pena :3
ResponderEliminarSe me pusieron los pelos de punta imaginando a Rach tan cerca de Michael. Fue Hermoso. Espero con ansias el proximo, Linda.
Bendicionnes enormes para ti!