Los
tres días siguientes no serían, en absoluto, diferente al primer día en que
habíamos llegado a Neverland.
La
diversión no se detenía, cada noche pensaba para mis adentros que jamás me
había divertido tanto en mi vida, y al día siguiente despertaba sólo para
comprobar todo lo contrario; que cada día las emociones, diversión, y
sensaciones, eran mayores a las del día anterior, y estaba segura de que para
mis amigos también.
Quienes
no terminaban de impresionarme cada momento eran Michael y Rachel. No había
instante en el que no se le encontraran juntos, hasta que la noche caía sobre
nosotros y había que partir a nuestras respectivas habitaciones. Solía también
carcajearme, sobre la mueca que Rachel dibujaba sobre su rostro, cuando Michael
nos había comentado que en estos días él deseaba presentarnos a una persona muy
especial para él. Era una amiga muy cercana, que vendría a conocernos, después
de que Michael le había contado sobre todos nosotros.
Yo,
a diferencia del reproche que Rachel manifestaba cada vez que Michael la
mencionaba, sentía un desborde sin fin de ternura, al comprender que él le
contaba sobre nosotros a sus amigos más cercanos.
Así
habían transcurrido aquellos días, cada uno mucho mejor que el anterior. Y como
era de temerse, de hecho nada había cambiado. Ni siquiera el clima en el que
nos encontrábamos, desde el primer día.
Llovizna
tras llovizna caía sobre nosotros, los cuatro primeros días que estuvimos ahí,
y nosotros oíamos a Michael quejarse constantemente sobre aquello, pues no
había transcurrido ningún día, en el que no pudiera mostrarnos su hogar en su
totalidad.
Nada
más que lluvia, hasta el quinto día de nuestra estadía en el hogar de Michael.
Recuerdo
haber despertado esta mañana con los chillidos de Phoebe y Joey, que decían que
el sol por fin había salido. Y que de hecho, ahora era hora de salir a
disfrutar del día hermoso que nos esperaba.
Como
pude apresurarme, me reuní con Chandler y Joey, para salir a recostarnos en uno
de los jardines principales, mientras Michael y Rachel acordaron que nos
alcanzarían luego, pues habían ido a pasear cerca de los juegos mecánicos. Y
Phoebe, se había retrasado, al querer quedarse en la cocina, preparando
bocadillos para nosotros.
—Muy bien, de acuerdo…
Chandler
me había sacado con la menor consideración posible de mis propios pensamientos.
Había interrumpido los pocos segundos que yo necesitaba para mí misma, para
revitalizarme de las tormentas que nos habían rodeado a todos en el lugar los
días anteriores.
Creo
que maldije, pero lo suficiente bajo como para que sólo yo pudiera escuchar.
Odié a Chandler, sí, pero no quería hacerlo sentir mal. Le escuché al fin.
—…Estamos
justo en medio de un holocausto nuclear—continuó—. Yo soy el último hombre vivo
en la Tierra. ¿Entonces, saldrías conmigo?
Le
miré por unos segundos, y me devolvió la mirada impaciente por una respuesta. Y
entonces comencé a pensar en qué podría decirle. -O al menos aparentaba que
estaba pensando en algo-, porque esto para mí no era más que otra más de sus
infinitas bromas.
—Eh…
—Tendría comida, y provisiones,
¿sabes, Monica?
Él
me dedicó la sonrisa más sincera que había conocido sobre su rostro y provocó
que yo sonriera también, y que desviara mi vista a algún punto en el que no pudiera
encontrar su mirada. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Me había sentido sonrojada por
Chandler?
Imposible.
Al
final quise recobrar un poco de orgullo volviendo a mirarle, y con todas las
intenciones de contestarle con algún comentario sarcástico, pero alguien tenía
intenciones de interrumpirnos a ambos.
—¡Chicos, vean esto! ¡Vengan a ver
este enorme panal!
Chandler
se incorporó de inmediato y en un segundo ya se encontraba de pie, y
tendiéndome una de sus manos para que yo pudiera hacer lo mismo. Entonces los
dos corrimos hacia donde Joey se encontraba, justo bajo uno de los árboles que
nos rodeaban, apuntando con su índice hacia una dirección.
—Ése sí es un gran panal, Joey.
Cuando
Chandler dijo eso, mi vista se fijó en un lugar del césped, justo debajo de ese
enorme panal. Parecía que un pedazo de éste se había desprendido y había caído
justo frente a mí.
Entonces
vi la oportunidad perfecta para gastarle una broma a los dos. Tuve intenciones de
tomar aquél pedazo y lanzárselos, haciéndoles creer que alguna abeja los
picaría. Así que me incliné un poco y avancé dos pasos hacia el frente. Pero
como en todo, el karma tenía que estar presente en cuanta acción yo realizara.
—Hey, chicos—alcancé a decir—, miren
este trozo de…
Un
dolor punzante comenzó a apoderarse de mi pie izquierdo. Era un dolor tan
inmediato, que ni siquiera tuve la oportunidad de verlo venir. No entendía
nada. Sólo me ocupé de gritar lo más fuerte que mi garganta me permitió.
Tomé
el brazo de Chandler con una fuerza impresionante, y entonces los dos se
acercaron a mí sin hacer nada más que cuestionarme con la mirada. Llevé mi mano
a mi pie para poder saber qué demonios estaba ocasionando mi sufrimiento y fue
cuando todo se volvió más claro. Mi pie descalzo había aplastado a una abeja.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! ¡¿Qué te pasa?!—Chandler
gritaba.
—¡Una abeja! ¡Pisé una abeja! Me
duele muchísimo, chicos, no sé qué…
—¿Qué hacemos, Chandler?
—Aquí no podremos hacer nada,
tenemos que llevarla a la casa.
No
puse atención a lo que Chandler decía. Mis sentidos sólo estaban concentrados
en el dolor que ahora comenzaba a dormir mi pierna entera. Lo único que
escuchaba eran los gritos de ambos.
—Muy bien, está bien—Chandler decía—.
Ambos alzaremos una de sus piernas.
—…De acuerdo—Joey asintió.
—Chicos, no lo soporto, no puedo…
Comenzaba
a sentirme débil. Apenas fui capaz de sentir el cómo ellos armaban una especie
de asiento con sus brazos y me alzaron en él con una velocidad enorme. Ellos
comenzaron a correr y emprendimos camino de vuelta a la casa. Me sentía
inmensamente agradecida con ellos. Pero el dolor cada vez más insoportable que
me consumía no me permitía pronunciar ni un mísero “Gracias”.
Los
segundos pasaban rápido y yo comenzaba a ver la casa a unos cuantos metros
delante de nosotros. Y entonces miré de nuevo mi pie, que notablemente
comenzaba a hincharse duplicando su tamaño.
—Malditas abejas…
Alcancé
a susurrar con los últimos restos de fuerza que comenzaba a recobrar en el
momento que me di cuenta de que habíamos llegado a la cocina del lugar. Lo
primero que observé –y que me tranquilizó bastante- fue que Phoebe se
encontraba ahí.
—¿Qué? ¿Qué ocurrió?—Oí musitar a
Phoebe, preocupada.
—A Monica la picó una abeja.
Chandler
me depositó en una silla al momento que Phoebe se acercaba rápidamente a donde
yo me encontraba. Con un rostro de inmensa preocupación. Dios mío, amaba a esos
chicos. Dejé escapar una leve sonrisa.
—Escucha,
Phoebe; Joey y yo iremos a buscar un poco de medicina. Tú busca un poco de
hielo para calmar el dolor.
—…Claro.
—¿Phoebe, dónde están Michael y
Rachel?—preguntó Chandler.
—…Creí haberlos visto en el jardín
principal, cerca de los juegos.
—…Muy bien, gracias.
Chandler
y Joey salieron corriendo del lugar, y Phoebe se encontraba ya al otro extremo
de la cocina tratando de conseguir algunos hielos del congelador. Los envolvió
en una especie de toalla pequeña y volvió a donde yo me encontraba. Presionó
los hielos contra mi piel.
—…Gracias, Phoebe.
—Ni lo digas. ¿Qué fue lo que
ocurrió, Monica?
—…Una
broma que salió mal. Pisé por accidente una abeja y mi pie debió tocar el
aguijón.
—Dios, da gracias que no eres
alérgica a estas cosas.
—…Lo sé.
Ella
me sonrió y yo volví a agradecerle. Ahora me sentía mucho mejor. La sensación
de mareo, o de que en cualquier momento me desmayaría había comenzado a
desaparecer. Me sentía realmente reconfortada. Pero luego el sonido de alguien
desde fuera tocando la puerta de la cocina que conectaba con el jardín nos
había distraído. No teníamos idea de quién podría ser. Phoebe me miró por un
segundo y luego se alejó de mí para poder abrir la puerta.
—Oh, Dios…—musitó Phoebe.
—Lamento
tener que entrar por aquí. La puerta principal estaba obstruida por el momento.
¿Se encuentra Michael? Soy su oftalmólogo.
Esa
sonrisa, esos ojos, ese bigote, ese rostro. A esa persona la conocía de algún
otro lado, pero no podía recordar de dónde.
Observé
cómo Phoebe se quedaba con sus bonitas facciones paralizadas al contemplar el
encanto que ese hombre desprendía, y fue entonces cuando supuse que yo me
encontraba con la exacta misma expresión en mi rostro.
Sin
darme cuenta, él se encontraba mirándome, y en un segundo capturó mi mirada
provocando severas emociones en mí. Nunca antes había sentido la sangre con
tanta intensidad circular por mis mejillas, pero aquella vez sobrevolaron los
límites.
—¿Doctor Burke…?
***
—…Hasta que se hizo la luz ¿no?—la
oí decir.
—¡Al fin…!—exclamé.
Y
reí apenas reaccioné.
Me
encontraba paseando por aquél mismo camino que me sacaba de todo cuanto tuviera
que ver con el estrés y la desesperación. Aquél que de noche se veía iluminado
debajo de mis pies, por las pequeñas luces blancas incrustadas en él. Aquél
camino que, rodeado por flores y más flores, resaltaba de manera perfecta con
la belleza de la chica que se encontraba tomando mi mano, mientras juntos
caminábamos a través de él.
Ella
acababa de despertar, y aún así se veía sumamente hermosa. Con una coleta
improvisada detenida en su nuca, dejando sueltos algunos cabellos que no
alcanzaban a tocar el lazo que amarraba su cabello, Rachel me hacía sonrojar,
cada momento en que la comisura de sus labios me amenazaban con una sonrisa.
—No
tenía ni idea de cuánto nos estábamos perdiendo, Michael—musitó—. No sabes
cuánto agradezco que haya dejado de llover.
—Lo
sé… Tenía tantas ganas de pasar el tiempo con ustedes, fuera de la casa. No
podían terminar los días sin que les mostrara todo.
Le
dediqué una sonrisa, pero ella no parecía haberme correspondido. Tuve un
sentimiento fugaz de preocupación, cuando sentí que la manera en que tomaba mi
mano se tensaba, y su mirada se perdía en el vacío. Fue entonces cuando me
ocupé de volver a ganar su mirada de nuevo.
—¿Puedo
verme con el atrevimiento de confesar que me encanta estar contigo?—dije al
fin.
Ella
volvió a mirarme, y volviéndome a recordar la razón por la que me fascinaba
mirarla, volvió a sonreírme. Entonces detuvo sus pasos a mi lado y quedó frente
a mí, observándome.
—…Me temo que a mí también me
fascina—murmuró.
—¿Te ‘temes’?
La
miré, confundido.
La
sensación de su mano tomando la mía volvió a ser la misma de antes, y retomamos
nuestro paso a través del pequeño camino, y me di cuenta de que Rachel nos
dirigía a una pequeña banca de madera que se encontraba a unos metros de
nosotros.
—Respóndeme algo, Michael.
—…Lo que sea.
Ella
tomó asiento en la pequeña banca frente a mí. Y recorriendo su cuerpo algunos
centímetros sobre esta, con su otra mano dio pequeñas palmadas a ésta,
haciéndome señas para que tomara asiento a su lado.
—¿Qué va a pasar cuando yo tenga que
volver a Nueva York?
—¿Que, qué va a pasar?
—…Sí.
Quiero decir, no pienso que vuelvas allá, no pronto, al menos. Tu gente puede
tornarse molesta por hacer tantos viajes, o por dejar tu trabajo de lado…
Reí,
nervioso.
—Linda,
nadie puede molestarse si acaso llegara a viajar hasta diez veces por semana.
La
miré, en busca de haberla hecho sonreír. Sin éxito.
—…Sabes a lo que me refiero—dijo.
—…Muy bien, de acuerdo.
Evadí
el mirarla sólo por unos segundos, para tratar de ordenar mis pensamientos por
un momento, pero el sentir que ella no paraba de mirarme, hizo que volviera a
observarla también. Creo que traté de sonreír, intentando reconfortarla.
—El asunto es el siguiente—murmuré.
—…Dime.
—Desde
el último show que presenté en Nueva York, me recomendaron tomarme un mes de
vacaciones, sólo uno, para no perder más tiempo y luego poder retomar el tour,
por algunas ciudades de Europa. Lo que ocurre es que…
—…Ha pasado ya más de un mes desde
ese show—me interrumpió.
Asentí.
—…Lamento
que hayamos interrumpido tu trabajo. No sabes cómo lo siento—murmuró, casi
inaudible.
—No
lo menciones, por favor… Ustedes no han interrumpido nada. De cualquier forma,
suelo alargar mis vacaciones, siempre termino haciéndolo. No te preocupes.
La
observé fijamente, y ella también a mí. Entonces supe que ella lo había
entendido todo, y que no hacía falta ni una palabra más por decir, para que
quedara claro el hecho de que, en efecto, me iba a ser imposible poder verla,
por los meses siguientes.
Lo
único que llegó a hacer falta, fue el abrazo en el que comenzamos a hundirnos
los dos, cuando advertí que una lágrima amenazaba con brotar de sus ojos. Sus
brazos alrededor de mí me reconfortaron de manera fantástica, en armonía
perfecta con las palabras que le oí murmurar;
—…No sabes lo mucho que te voy a
extrañar.
—…Yo también—mi voz casi se esfumó—.
Los extrañaré a todos.
Dejé
de acunarla entre mis brazos para poder observarla de frente, y tomé sus dos
manos entre las mías, seguido de acomodar un mechón de su cabello que había
cambiado de lugar por la corriente del viento que nos envolvía.
—…Te escribiré. Lo voy a hacer cada
semana—le dije.
Ella
sonrió al oírme decir aquello.
—…No
habrá semana en que no sepas de mí. Sabrás todo y cuanto haga, todos los días.
Pude
haberme perdido en la mirada que comenzó a dedicarme por horas enteras, hundido
de lleno en sus ojos grises que me hipnotizaban con una frecuencia gigante.
Agradecí para mis adentros el que yo haya logrado que ella cambiara la
expresión de su rostro.
Pude
haber quedado pasmado ahí, frente a ella, sin dejar ir su mano de la mía,
haciéndole saber con ese roce, que yo iba a estar para ella, siempre.
Pero
como también ya me había acostumbrado, a veces ese ‘siempre’ tenía que ser
interrumpido.
Ella
dejó de mirarme y observó a otro punto a un lado de mí, como si observara algo
que se encontraba detrás de mí, o a alguien. Entonces, seguí su mirada y me di
cuenta de que Joey había llegado, con Chandler a unos metros más detrás de él.
—Rach, Michael, lo lamento…
—¿Ocurre algo? —Rachel preguntó.
—Es Monica, lastimó su pierna…
***
Traté
de ponerme de pie con una sola pierna, para poder acercarme a donde se
encontraban Phoebe y aquél hombre. Y los ojos de Phoebe mirándome confusa
captaron mi atención.
—¿Lo conoces, Monica?
—…¿Monica? Eres… ¿eres tú?
Él
me miraba con asombro y yo a él con una gran sonrisa. Ambos recordábamos
quiénes éramos. Phoebe no dejaba de mirarnos a los dos, aún sin entender nada
de lo que estaba ocurriendo ahí.
—Dios
mío, Monica, antes eras tan… Quiero decir, debiste haber perdido al menos—titubeó
unos segundos—estás estupenda.
—…Gracias. Ella es mi amiga, Phoebe.
—Oh, hola Phoebe, es un placer…
Phoebe
estrechó su mano y por la sonrisa que mantenía hacia aquél hombre, pude notar
que se sonrojó un poco, pero no tanto como yo me encontraba en ese instante.
—…¿Qué hacen aquí? ¿Ustedes conocen
a Michael?
—Sí,
de hecho, somos… somos amigas de él. Es increíble que usted sea su oftalmólogo.
Simplemente increíble—musité.
—Dímelo a mí… No creí que volvería a
encontrarte, Monica. O al menos, no aquí. ¿Cómo va todo? Quiero decir, no te he
visto por lo menos en seis años, ¿Vives aquí ahora?
—No,
no. Sigo viviendo en Nueva York, estaremos aquí sólo por unos días. ¿Cómo van
las cosas con usted?
Los
tres comenzamos a desplazarnos a donde se encontraban los asientos del comedor,
para encontrar un sitio más cómodo en el que pudiéramos conversar. Pero para mi
suerte, había olvidado la herida que tenía, así que al primer paso que intenté
avanzar no pude evitar lanzar un notable grito de dolor.
—Oh, Monica, cierto ¿te lastimaste? —Phoebe
preguntó alarmada.
—No, no Phoebe. No te preocupes.
—¿Qué? ¿Qué ocurre?—él frunció el
ceño, penetrándome con la mirada.
—Monica
sufrió una picadura de abeja en su pie, retiré el aguijón hace un minuto, y
puse un poco de hielos, pero creo que aún está lastimada.
—Ya veo… ¿Hay bicarbonato en este
lugar?
—Sí, creo que sí.
—Permíteme untarle un poco con agua.
—…Dr. Burke, no tiene que…
Intenté
hacer que se detuviera, pero fue inútil cuando ya lo tenía frente a mí
mezclando un poco de bicarbonato con agua, y masajeando mi pie con la mezcla.
Un sentimiento de placer rodeó mi cuerpo entero, y uno de sonrojo también.
—…Gracias, pero no tenía que hacerlo.
—Oh, por favor, no ha sido nada.
Tuve
intenciones de adentrarme en cada una de sus facciones, de lo que hacía, de sus
manos, mientras él me regalaba miles de sonrisas en un segundo, pero la mirada
amenazante de Phoebe me prohibió seguir. Y traté de compensar la tensión
continuando la conversación.
—¿Me estaba diciendo como iba todo
con usted…?
—Bueno,
como sabrás, Barbara y yo acabamos de divorciarnos. Ha sido un tiempo sin duda
difícil pero tengo mi trabajo, y eso hace todo un poco más llevadero.
—Oh… lo lamento.
—…No lo hagas.
Me
perdí en sus ojos claros por un momento, y comprobé que él también me miraba a
mí, cuando guardó silencio por severos segundos.
—Pero
bueno, he venido a una consulta rutinaria con Michael, sólo que he venido sin
aviso, y no estaba seguro si él estaría en casa. ¿Está él por aquí? —comenzó a
decir, nervioso.
—Sí,
él está… de hecho unos amigos fueron a buscarlo. Pero, no lo sé, ya van algo
tardados. Iré a ver qué pasa—contestó Phoebe.
—Muy bien, Phoebe, gracias.
Phoebe
avanzó algunos pasos hacia el umbral de la puerta, dejándonos a él y a mí
solos, y comencé a percatarme del peso de la dulce sonrisa que me dedicaba,
sumado con el silencio que comenzó a amenazarnos.
—…Jamás me hubiera imaginado que
usted era oftalmólogo de Michael—dije.
—…Jamás
hubiera imaginado que lo conocías en persona… Trato de ser lo más serio con
casos así, no puedo ir por todos lados diciendo que he tratado con gente
importante.
—¿Trata a más gente así?
—Lo
he hecho, lo hago de vez en vez. Es por eso que he dejado de vivir
completamente en Nueva York, vengo muy seguido a California ahora.
—…Quizá es por eso que ha perdido
contacto con mi familia.
—Lo sé… Pero siempre he de volver a
casa.
Me
sentí totalmente contagiada por la sonrisa que me dio, y por el tono de voz que
utilizó para decir aquello, haciendo que comenzara a sonrojarme, de nuevo.
—¿Sabe?
He tenido últimamente molestia en mis ojos, quizá pueda ir a visitar su
consultorio, cuando tenga usted la oportunidad de volver a la ciudad—dije.
Sonreí.
—Me
parece una excelente idea, me parece que estaré en casa para el viernes de la
siguiente semana.
Dijo,
mientras se ocupaba de guiñar un ojo hacia mí.
El
sonido de la puerta hacia el jardín abriéndose de golpe tras ese hombre parado
frente a mí, me había sacado bruscamente de mis pensamientos, para después
percatarme de que Phoebe había regresado, y no lo había hecho sola. Joey y
Chandler venían con ella, al igual que Michael y Rachel.
—…Lamento haber tardado tanto.
Oí
que Michael decía mientras cruzaba aquella puerta, e inmediatamente comenzó a
acercarse a mí, seguido por Rachel.
—¿Te has lastimado feo? —murmuró,
mientras tocaba mi pie.
—…Lo hice, pero Phoebe y alguien más
ayudaron a calmar el dolor.
Michael
me miró confundido, y girando sobre sus talones, volteó a mirar al hombre que
había dado lugar para que todos entrasen a la cocina, encontrándose detrás de
todos.
—¡Richard! —dijo, asombrado—. ¿Cómo
estás? Un gusto verte de nuevo.
Michael
tomó su mano para estrecharla, y Richard le dedicó una dulce sonrisa. Pude
darme cuenta de que estaba apenado.
—…Richard, ella es…—Michael comenzó
a decir.
—…Monica Geller—Richard le
interrumpió, mientras volvía a perderse en mi mirada, sin dejar de sonreír.
—¿Ya se conocían?—oí que Chandler
decía.
Asentí,
con una gran sonrisa en mi rostro.
—¿Doctor Burke?—le oí decir a Rachel,
detrás de Michael.
—¿Rachel? ¡Hola!—Richard contestó.
—¿Ya lo conocías, Rachel?
Michael
miraba a Rachel con el ceño fruncido mientras le había hecho aquella pregunta,
y pude notar que tanto Michael, como Joey y Chandler, se miraban más que confundidos.
—…Solíamos
ser vecinos cuando yo era pequeña, pero quienes lo conocen mejor es la familia
de Monica, porque creo que sigue teniendo contacto con su padre.
—Así es, de hecho—dije.
Michael
sonrió, mientras nos miraba alternadamente a todos los ahí presentes.
—…Es
realmente asombroso que ya se conozcan, nunca lo hubiera imaginado.
Sonreí
de ternura, al notar que Michael había tenido la misma expresión en mi rostro,
cuando yo también me había enterado de que Richard era un amigo que tendríamos Rachel
y yo, en común con él.
Todo
parecía estar perfecto hasta aquél punto, y al parecer el dolor de mi pierna
había ya desaparecido en su totalidad. Relajé la expresión de mi rostro para
vislumbrar a los ojos que me rodeaban, observándome. Pero una mirada en
especial, me había atrapado. Una mirada de ojos azules que más que de alegría,
estaba cargada con reproche, y un poco de decepción.
Era
la mirada de Chandler.
—…¿Habías
dicho que venías por una consulta para Michael?—dije a Richard, nerviosa.
—Oh, sí—él miró a Michael—. ¿Estás
ocupado ahora, Michael?
—…No realmente, puede ser ahora—Michael
respondió.
—Muy bien, andando.
Richard
sonrió hacia mí, y comenzó a andar. Michael hizo ademán de seguirlo pero se
detuvo por un segundo más, se acercó a mí y tomó mi mano dulcemente.
—¿Te encuentras mejor, Monica?—musitó.
—Sí, Michael. Muchas gracias.
Le
contesté, manifestando la sonrisa más especial que podía dedicarle en ese
momento. Michael correspondió mi sonrisa, soltó mi mano, y salió de la cocina
siguiendo a Richard, luego de dedicar una última sonrisa fugaz a Rachel.
Advertí
que Chandler se acercaba a mí, con todas las intenciones de poder decirme algo,
y yo me propuse a mi misma escuchar todo cuanto él tuviera para decirme, lo
haría en verdad. Pero en el segundo paso que él había avanzado para caminar
hacia a mí, un ruido lo había interrumpido.
—Creo que está sonando tu
localizador, Chandler…—Joey dijo.
Chandler
se detuvo, y sacó de su bolsillo el pequeño aparato, luego comenzó a
observarlo. Todos lo miramos por unos segundos.
—¿Y? ¿Quién es?—Phoebe dijo.
—No sé, en verdad. No es de aquí,
tampoco de Nueva York.
—Pues, llamemos, veamos quién es.
Chandler
se dirigió hacia el teléfono instalado en la pared de la cocina, y comenzó a
marcar los números que aparecían en la pantalla del localizador. Aguardó un
instante, y en sólo un segundo, sus ojos se pusieron en blanco.
—¡Es Ross, chicos!
Todos
comenzamos a alarmarnos, y con toda la razón del mundo. La verdad es que por
juego de las tormentas, me había sido imposible contactarme con mi hermano,
desde el día en que habíamos llegado a California.
Observé
a Rachel como en un acto reflejo, y comprobé lo que ya tenía pensado; ella se
tornó nerviosa, y tenía la mirada perdida en un punto no aparente. Intenté
ponerme de pie, para poder llegar hasta donde Chandler, y poder ser capaz de
hablar personalmente con mi hermano, pero mientras me acercaba, Chandler se
ocupó de acercar el auricular a su oído de nuevo, para poder seguir hablando.
—Ross, ¿Qué ocurre? ¿Cómo estás?
Nuestro
alboroto continuó por unos segundos más. Y más evidente era el mío, por luchar
para que Chandler me dejara a mí usar el teléfono. Pero, llegamos a un punto en
que el ruido que hacíamos llegó a ser demasiado.
—¡Chicos,
por favor! —Chandler alzó la voz—. Espera, ¿Qué? —dijo, hacia el teléfono de
nuevo.
—¿Qué es lo que dice? —exclamé.
Pasaron
algunos segundos, antes de que Chandler volviera a hablar.
—Dice que no está en casa. No está
en Nueva York—Chandler dijo al fin.
—¿Qué?
Entonces
volvió a escuchar, y luego de un momento, continuó para nosotros.
—Monica,
él está en una pensión en Vermont. Dice que ha salido de viaje con Emily.
Miré
a Rachel apenas me había dado cuenta, y esperé lo inevitable.
—¿Qué? ¿Quién es Emily, Monica?
Katy! Este capitulo estuvo simplemente maravilloso! Como siempre la espera vale la pena! Tengo ganas de saber que pasara luego! Pude imaginarme a Rach abrazando a Michael, fue un momento muy emotivo! Siempre es mucho mejor de lo que espero e imagino Kat, muchísimas gracias. :3
ResponderEliminarlo adoro Jackie,te pido visites mi blog de Michael,y si puedes se lo recomiendes a Kati,adoraría realmente que lo visiten mis escritoras favoritas,te dejo el link:michaeljacksonmoonwalkersandme.blogspot.com
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