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Parte II
—Linda,
nos vamos. ¿No necesitas nada más?
La dulce
y tranquilizada voz de Monica inunda mi habitación, y me observa en calma desde
el umbral de mi puerta.
—No, tan sólo me falta terminar de arreglarme,
e iré camino al restaurante para encontrarme con Michael, no te preocupes.
—Bien—me
obsequia una sonrisa—, te veremos luego.
Se acerca
a la puerta de nuevo e intenta salir. Me deja con la íntegra inquietud de lo
mucho que le debía hasta ahora, y que jamás lograría agradecerle como debido.
—Monica—Apenas logro detenerla, y me mira de
nuevo—, gracias... por todo. Por haber llamado a Karen, por permitir esto. No
sé cómo podré agradecértelo.
Una bella
sonrisa se dibuja en su rostro y sus ojos irradian completo orgullo al mirarme.
—¿Para qué entonces son las mejores amigas? —Su
sonrisa contagia todo mi ser.
—Ojalá todas las mejores
amigas fueran como tú.
—¡Lo sé!
Ambas nos
perdemos en una risa más, y la miro tomando una vez más la perilla entre sus
manos. Guiña un ojo hacia mí e intenta salir de nuevo.
—Monica, necesito hablar con Rachel.
Alcanzo a
mirar que Joey se detiene frente a ella, interrumpiendo en seco sus
movimientos.
—Joey, no—Monica sentencia—. Ella apenas tiene
tiempo y nosotros tenemos que irnos, ¿Dónde están Chandler, Phoebe y Ross
además?
—Ya están fuera, esperando a que Richard llegue
por nosotros, ¡Vamos, Monica! ¡Tan sólo quiero decirle algo!
Monica me
consulta con la mirada, y Joey me mira con súplicas graciosas detrás de ella.
Sonrío, y Monica refunfuña con enfado.
—Tienes un minuto, Joey—Monica se abre paso, se
acerca a la salida del departamento y toma la perilla con su mano—. ¡Te quiero
abajo en un minuto! —cierra la puerta, dejándonos solos a Joey y a mí.
—¿Qué
ocurre, Joey? —Salgo de mi habitación para acercarme a él.
Él me
mira de pies a cabeza sin decirme nada, una pequeña sonrisa brota de sus labios
y una mirada pícara acompaña su increíble expresión facial.
—Michael es un suertudo—murmura con un hilo de
voz—, te ves increíble, Rach.
Siento la
sangre hervir en mi rostro, miro hacia el suelo, derrotada, e intento
fulminarle con la mirada.
—¡Vamos, Joey! ¿Qué es lo que
querías decirme?
—Toma esto—deposita un videocasete sobre mis
manos, observo la portada principal; “Los
tres Chiflados”
—¿Qué es esto?
—Esto, es de Michael, Rach.
—¿De Michael...?
—Ha sido en Neverland, de hecho—sonríe con sus
palabras—. Michael nos ha sorprendido a Phoebe y a mí husmeando entre su
colección de videos y bueno, ha insistido en prestarnos éste. Ayer no he tenido
la oportunidad de devolvérselo, lo vi y sólo tuve tiempo de intentar
agradecerle por cuánto me ha ayudado en mi trabajo y lo he olvidado por
completo—sonrío escuchando a Joey, la idea de imaginar aquello me agrandaba el
corazón.
—¿Quieres
que yo se lo dé?
—¿Me
harías el favor? —musita, tímido.
—Será un
placer.
—Gracias—abre sus brazos y me hunde entre ellos
en un segundo, haciéndome sentir reconfortada y plena de tenerle a él siempre
presente—, diviértete mucho, por favor.
—Por
supuesto que sí.
Joey me
deja ir, me dedica un guiño fugaz y se dirige rápidamente hacia la salida del
departamento, abre la puerta y me observa bajo el umbral.
—Nos veremos pronto, Rach—sonríe.
—Michael y yo volveremos antes de
que se lo esperen.
Agranda
su sonrisa, y desaparece de mi vista sin decir una palabra más. Me percato de
la hora apenas tengo la oportunidad; las 7:20 de la noche. Maldición, aún no
terminaba de arreglarme. Siento la presión del tiempo sobre mí, dejo el
videocasete sobre la mesa del comedor y vuelvo a mi habitación con movimientos
torpes y detenidos por los nervios que comenzaban a aumentar rápidamente.
Tomo los
pendientes entre mis manos e incluso emprendo una batalla por colocarlos, no
comprendo el por qué del nerviosismo, no ahora. Me dirijo a mi alhajero, lo
abro cuidadosamente y tomo entre mis manos el prendedor que Michael me había
obsequiado entre mis manos. Lo observo en silencio, me derrito al recordar todo
cuánto me había logrado inspirar a sentir y lo posiciono cariñosamente a la
altura de mi pecho.
Pincho mi
dedo al penetrarme el sonido de alguien llamando a la puerta del departamento.
Maldición, alguno de los chicos habría vuelto, y yo sin nada de tiempo siquiera
para pensar. Decido ignorarlo, con el dolor de mi corazón decido hacerles
pensar que ya me he marchado y que ya no hay nadie que pueda atender la puerta,
pero el llamado se hace más insistente a cada momento.
—Diablos...
A grandes
zancadas, me acerco y opto por abrir la puerta del departamento frente a mí sin
perder aún más tiempo en observar a través de la mirilla.
—¿¡Michael!?
Mi vista
estalla de lleno en el marrón brillante de sus ojos. Me siento helada, más
nerviosa y activa que nunca. Sepulto mis sentidos en la delicadeza de sus rizos
húmedos cayendo espléndidamente sobre sus hombros, sujetos en una media coleta
que apenas alcanzo a notar. El aroma desprendiendo de su atuendo armado por un
elegante saco gris y unos jeans negros sentándole a la perfección ahogan de
lleno mi atención. Y me pierdo en su bendito rostro, Dios mío, su rostro.
¿Cuándo iba a dejar de sorprenderme? De pronto me parece descarado llamar a
aquello una sonrisa simplemente, como si no fuera la cosa más hermosa que
hubiera visto jamás.
—Rachel, estás... —apenas murmura, y siento su
mirada recorrer mi cuerpo entero—. No puedo creer lo preciosa que estás.
—Michael—Ahogo
un suspiro, la sangre vibra bajo mi piel de inmediato y trato de reaccionar—,
estarás bastante equivocado si crees que luzco mejor que tú.
Una
pequeña risa suya hace presencia. Le cedo lugar para que pueda ingresar al
departamento y cierro la puerta detrás de él.
—¿Qué estás haciendo aquí, Michael? —Titubeo un
momento—. Creí que nos veríamos en el...
—Bueno,
has dicho “cita” —me interrumpe, y acorta la distancia entre nosotros—, y desde
que he tenido memoria, pequeña, me han enseñado que en una cita, el chico debe
buscar a la chica. Además, has dicho que sería como la última vez, y la última
vez también he venido por ti.
Paso una
mano por mi cabello, nerviosa aún, teniendo cuidado de no arruinar demasiado mi
recogido.
—¿Te he dicho lo mucho que me fascina verte
jugar con tu cabello de esa manera? —susurra dulcemente, sin despegar su vista
de mis ojos.
Sonrío de
inmediato, Michael se encuentra coqueteando conmigo y yo disfruto cada momento
de ello. Esta cita iba, en exceso, diferente a la última que habíamos tenido. ¿Qué demonios ocurría conmigo?
—Michael—me acerco incluso más a él—, ha sido una
sorpresa el que hayas venido por mí... Pero se trata de tu cumpleaños, no
tenías que...
—Oh,
vamos, Rach, olvídate de eso—interrumpe, divertido—. Ésta es una cita de
verdad. Sigamos el juego que así es más divertido, ¿Sí?
Michael
avanza un puñado de pasos hacia la estancia, rodeándome. Pasea su vista por
todos los rincones de mi hogar.
—Vaya, tienes un departamento bastante lindo—murmura,
y yo lucho por controlar mis frenéticas ganas por reír de lo que ocurre—.
Bonita cocina, estancia espaciada, ¿Y qué es esto? —su vista se detiene en el
videocasete que olvidé sobre la mesa del comedor—. ¿Una copia de Los Tres
Chiflados? ¡Eres mi clase de chica!
La
sonrisa que me dedica contagia mis sentidos. Y al final, decido seguir el
juego.
—Oh, sí. En verdad me fascina esa película—musito
aún riendo—, pero, ésta no es mía. La verdad es que es de mi amigo Michael.
—¿Así que
Michael? —frunce el ceño—. Me gustaría conocerle, suena a que es alguien
increíble—su sonrisa se agranda miles de veces más.
—¡Pero
claro que lo es! Él es increíble. Aunque deberás tener cuidado, él es muy
protector cuando se trata de mí.
—Oh,
apuesto a que lo es—desvanece levemente su sonrisa y su mirada se vuelve más
dulce—. Y dime, ese amigo Michael del que hablas, ¿Es atractivo…?
—Vaya que
lo es, por supuesto—murmuro, observándolo de nuevo de pies a cabeza.
—Entonces—sus
mejillas toman un color ardiente, y se acerca más a mí—, debe ser bastante
difícil abstenerte de lanzarte a sus brazos, ¿no?
—Lo es,
en verdad—hago que sus ojos se abran amplios, pero confundidos, sé entonces que
él no esperaba esta respuesta—. Pero hablando de él, si me disculpas—trato de
rescatar mis palabras, así que pretendo mirar mi reloj—, tendré que retirarme,
tengo que reunirme con él en nuestro restaurante favorito, como hemos quedado.
Hago
énfasis en mis últimas palabras, y una fuerte carcajada sale disparada de sus
labios, trato de contener mis risas mientras tomo mi abrigo y me dirijo a la
salida.
—Oh, no, Rachel ¿Por qué tratas de arruinar el
juego? —sigue deleitándome con el canto de su risa y cruza el umbral de la
puerta junto a mí.
—No lo
arruino, tan sólo comienzo uno mejor—me mira en silencio, enlazo mis dedos con
su mano y el último punzado de nervios desaparece—. Anda, vamos.
Nos
dirijo a la salida del edificio sin perder un instante más, donde claramente
aguardaba por nosotros un ostentoso automóvil de color oscuro con cristales
polarizados justo sobre la acera. Michael toma mi mano con más fuerza, y le
noto apresurado al abrir una de las puertas traseras frente a mí.
—Gracias—Dejo ir su mano por un momento, entro
al coche y me deslizo lo suficiente para que Michael entre justo luego de mí.
—Muy
bien, podemos irnos—Llama al hombre trajeado que toma el volante y al segundo
siento el andar del automóvil. Michael vuelve a darme su mirada y una sonrisa
brota de él—. Veamos entonces qué tan increíble puede llegar a ser tu amigo
Michael.
—Oh, sé
que será increíble—le obsequio un guiño sin siquiera darme cuenta, y su sonrisa
desvanece casi inmediatamente. No, no, no, le he puesto nervioso, maldición.
El
recorrido continúa en silencio, mis nervios vuelven más intensos que nunca al
observar a Michael callado y pensativo, inquieto sin despegar su vista de la
ventana. Quiero decir tantas cosas, volver a nuestra pequeña atmósfera
relajada, pero el recorrido es muy corto para siquiera intentarlo.
—Nos he alquilado un comedor privado—murmuro.
Michael
gira y me observa, su sonrisa de antes recobra presencia.
—No se te ha escapado nada, ¿Cierto?
—Bueno, es que se trata de ti, no
quería descuidar de nada.
—Gracias, pequeña—susurra y siento mi piel
arder—. Lamento que tenga que ser de esa manera.
Acuno su
mano descansando sobre el asiento entre la mía, y me aseguro de abrazarle con
mi mirada.
—Eso no me importa, Michael—contesto de forma
automática—. Lo digo en serio.
El coche
aparca, cómo no, en la parte trasera del restaurante. Michael abre de inmediato
su puerta y clava su mirada en mis ojos.
—¿Lista?
Asiento,
y sin soltar mi mano, ambos bajamos del vehículo. Agradezco infinitamente el no
mirar cerca a ningún tipo de cámara o reportero vagando por ahí. Somos
escoltados por trabajadores del lugar, atravesando la cocina y sitios por los
que sólo suele caminar el personal, andamos sin sentir por un segundo las
miradas de todos despagadas de nosotros.
Nos
dirigen a un pequeño reservado, el mismo que hemos utilizado la vez anterior.
Suspiro emocionada, quiero compartir un par de miradas cómplice con Michael
pero siento su atención más distante que nunca.
—Henos
aquí—Una joven bien vestida tiende su mano hacia la pequeña mesa preparada para
nosotros—. Los dejaré observar las cartas, y volveré en cuanto estén listos.
—Claro, muchas gracias—Intercambiamos un par de
sonrisas con ella, nos agradece y sale por la puerta.
Apenas
hemos tomado asiento uno frente al otro, Michael apoya sus codos sobre la mesa,
toma la carta entre sus manos y la mira fijamente por un puñado de segundos.
Pierdo la cuenta del tiempo que ha pasado desde la última vez que me había
visto a los ojos. Me remuevo incómoda en mi asiento, con su mirada apartada de
la mía. Siento mi corazón latir de prisa, pero no de la forma que yo desearía.
—¿Michael?—Trato de sonar tranquila.
—Dime, linda—contesta, aún sin
mirarme.
—¿Estás nervioso?
Clava sus
ojos en los míos, al menos he conseguido que me mirara.
—No, no, no—titubea—. Por supuesto que no.
Lamento si ha parecido que lo estoy—sonríe, pero no llega a convencerme.
—No te
preocupes, Michael. Es sólo que...
—...Aunque
pienso que ha sido tu mirada—se inclina hacia adelante.
—¿Mi
mirada?
—La
mirada que me diste antes, la forma en que guiñaste un ojo hacia mí... Me ha
puesto a pensar.
Maldición,
lo sabía. Sabía que ahí había comenzado todo esto.
—Tan sólo—continúa—, he pensado en la última
vez que venimos a este lugar. Luego de cenar hemos vuelto a tu departamento y
fue la última vez que me diste una mirada igual—se detiene, aclara su garganta
y aparenta tratar de mantener mi mirada—. Y en un segundo, Ross había entrado
por la puerta, y sabes lo que ha sucedido luego.
Asiento
aterrada, helada por sus palabras. Michael recordaba el incidente a la
perfección, y comprueba uno más de mis temores; era esto lo que continuaba
ocasionando su nerviosismo, era esto mismo lo que no nos permitiría disfrutar de
su propio cumpleaños si no lo detenía ahora mismo.
—¿Lo recuerdas, Rachel?
Su voz
tímida me saca de mi mente.
—Sí, Michael—busco su mirada, me pongo de pie y
acerco más mi asiento al suyo—. Lo recuerdo bien. Pero estoy segura de que eso
no ocurrirá esta noche. ¿Te apetece si lo olvidamos? Esta cita no es una
cualquiera—me inclino hacia él—. Es tu cumpleaños y pretendo que lo disfrutes.
Veo una
sonrisa sincera por fin, Michael busca mi mano y la toma entre las suyas.
—Te prometo que nada malo pasará esta noche.
¿Me oyes? Nada—Sentencio entre risas.
Le miro
con intención de hablar, pero vuelve a aparecer nuestra camarera.
—¿Listos para ordenar?
Oh, no.
Yo no he siquiera mirado mi carta.
—De hecho sí—Michael comienza a decir. Le
cuestiono con la mirada—. Serán dos raciones de la selección especial del chef,
por favor. Y una botella de Sancerre—pierde
de vista a la chica y me fulmina divertido con la mirada—. A ella le encantará.
—En
seguida—ella dice antes de volver a desaparecer.
—Espero
no te moleste haber ordenado por ti—Michael murmura dulcemente.
—La
verdad es que te agradezco, no había mirado para nada el menú. Me encontraba
más ocupada pensando en cómo hacerte sonreír.
Nuestra
luz es tenue pero no impide que lo note ruborizar. Soy esclava de una más de
sus sonrisas y disfruto de cada instante.
—Así que finalmente podré ver cómo es Michael
Jackson en una cita—Lo miro riéndome—. ¿Tienes alguna jugada?
—¿Qué? —Frunce el ceño, pero su
sonrisa permanece.
—He dicho en el departamento que comenzaría un
juego más divertido—él arquea sus cejas y continúa mirándome—. He jugado tu
juego, ahora tú debes jugar el mío.
—Está
bien—masculla.
—¿Está
bien?
—Claro,
aunque—continúa—, tú ya has estado en una cita conmigo y no creo que me hayas
notado alguna artimaña.
—Pero
aquella vez apenas nos conocíamos, sin mencionar lo nerviosos que nos
encontrábamos—susurro y lo miro fijamente—. Quizás aquella vez te las has
guardado todas.
Michael
ríe, seguro piensa que lo estoy timando. La impecable señorita aparece de nuevo
con una elegante botella de vino y tiende un par de copas en nuestra dirección.
Nos sirve un sorbo a ambos, deposita la botella en un recipiente con hielos y
desaparece sin decir nada más. Tomo un sorbo de vino sin dudarlo y me parece
sumamente delicioso. Vaya, Michael sabía de vinos.
—Está delicioso.
—Sabía que te gustaría—Michael toma un pequeño
sorbo, lo miro saborearlo y continúa mirándome—. Bien, contestando a tu
pregunta.
—Muy
bien, explícame tus jugadas.
—Verás,
la verdad es que, normalmente, cuando tengo una cita, comienzo pidiendo que me
envíen una botella de vino a mi mesa de parte de alguna admiradora—masculla,
tratando de contener la risa.
—No me
digas que eso llega a funcionar.
—Funciona
si lo combino con: “Esto es tan vergonzoso, ¡Tan sólo quiero una vida normal!”
Él
estalla en una risa inmensa, y casi inmediatamente le sigo, totalmente
contagiada por su alegría. Siento un placer abrupto al mirarle de esa manera.
—Oh, el pobre famoso acosado—trato de recuperar
el aliento. Tomo otro sorbo de vino.
—Sólo
bromeo, ¡Es verdad que no tengo artimañas! Te lo he dicho, linda—aclara su
garganta, su voz se apaga por un momento y arquea las cejas divertido—. Por un
momento pensé que estabas creyendo lo que te decía.
Toma un
sorbo más, alza su silla desde atrás y la acerca más a la mía. Me estremezco
por lo cerca que le siento.
—Pero mira que si tú has propuesto el juego, me
sorprende que no lo hayas iniciado tú.
—Tal vez
tengas razón—le fulmino con la mirada.
—Muy
bien, ahora cuéntame algunas de las tuyas—una sonrisa seductora inunda su
rostro.
—De
acuerdo, aquí voy—suspiro, Michael continúa retándome con la mirada y yo muero
por sostener sus enormes ojos sobre mí—. ¿Dónde te criaste, Michael?
Resopla y
me da una mueca de incredulidad.
—¿Es sólo eso? —Se burla—. Lo bueno
que eres muy bella.
—¡Limítate a contestar la pregunta!
—Bien, está bien—suspira exasperado—.
En Gary, me crié en Indiana.
—¿Eras muy unido a tus padres,
Michael?
—Sí, a mi madre sí—calla un par de
segundos—. Pero a mi padre no tanto.
—¿Por qué no?
—No sé. Siempre he sentido que entre mi padre y
yo ha existido cierta distancia. Y sólo trato de pretender que tal cosa no
existe.
Su mirada
se torna seria, quizá tratando de detectar mis intenciones, pierdo sus ojos de
vista y me inclino hacia él aún más. Tomo su mano entre la mía y dibujo
siluetas invisibles sobre ella con mi dedo índice, Michael se estremece, pero
sin poner atención a mis movimientos.
—Oh... —susurro sin dejar de
insistir en mis acciones—. Tiene que ser duro.
—Lo es, sí. A veces pienso que... ¡Dios!—Sus
ojos amplios se clavan en nuestras manos unidas, se ruboriza inmediatamente—.
¿En qué momento tomaste mis manos? Debo decir; buena jugada, Rach.
—Te lo
dije, y tú que planeabas burlarte.
—Así que “¿Dónde te criaste?”. ¿La
habías usado antes?—Sonríe.
—No—susurro—, has sido el primero.
Vuelve
nuestra camarera con el platillo principal. Michael desborda orgullo en su
mirada.
—Ensalada Tandoori—ella murmura sonriente—.
Disfruten—Se limita a servir los platillos y desaparece por la entrada.
—Espero
que te guste, pequeña—Michael me mira intrigado.
—Si
tienes el mismo gusto por la comida que por el vino, todo irá de maravilla.
La ensañada es en realidad deliciosa, me sabe aún mejor porque Michael y yo conservamos
aquella cercanía y buen humor el resto de la cena. Nuestras conversaciones
continúan su curso, íntimas y afectuosas, ruborizándonos el uno al otro a cada
momento. Michael me obsequia anécdotas de su último viaje, de sus próximos
proyectos. Sigo con atención todas y cada una de sus palabras, con mi mirada
encendida de amor, y sus ojos parecen iluminarse cada vez que me miraba.
Pero no
termino de entenderlo.
No
entendí en qué momento de mi vida merecería cruzarme en su camino, en qué
instante alguien tan normal, tan insignificante como yo, había logrado causar el
menor efecto en él. Michael era un universo entero por descubrir, y en ningún
momento sería merecedora de explorar sus caminos. Michael lo era todo, y yo no
era nada. Y jamás comprenderé qué ha sido lo que me ha iluminado en su mismo
camino. Así como jamás me perdonaré, por habernos construido falsas esperanzas,
por no aceptar que la vida me lo ha puesto en frente por una razón, por hacerle
esperar por algo que no llegaría. Y entonces llega a mi cabeza;
Mi
merecido sería darme cuenta de que me enamoré de algo que jamás podría ser.
—¿Ocurre algo, linda?—Michael murmura
solícito.
—No—trato de sonreír—, es sólo que es un poco tarde
ya—digo—, si no volvemos como lo he prometido, entonces Monica...
—...No digas más—me interrumpe—,
aunque, ¿Podría pedirte un favor?
—Por supuesto, dime.
—Tengo un pequeño pendiente en el hotel.
¿Podríamos volver por unos minutos? Luego podremos ir a tu departamento.
—Oh,
claro que sí. Está bien.
—Gracias.
Antes de
que pueda responder, él se pone de pie y me tiende la mano. Poso la mía en ella
y me tenso ante su dulce contacto. Me lleva por el pasillo por donde hemos
entrado, donde el personal nos observa con detención hasta observar la puerta
por la que hemos ingresado al edificio. Salimos y el automóvil de antes no se
ha movido de lugar. Michael abre la puerta del coche frente a mí, entro en un
momento, Michael se acomoda a mi lado con movimientos suaves y cierra la
puerta.
Se
detiene y me mira; su expresión es indescifrable.
—No tardaremos más de 5 minutos—susurra—.
Lo prometo.
—No te preocupes—lucho por sonar lo
más creíble posible.
Me paso
nuestro recorrido inmersa en mis pensamientos anteriores. No me siento ni con
las fuerzas de atravesar miradas con él, por más que me fascine mirarlo, por
más que le desee con todas las fuerzas cuando lo miro sonreírme. Me burlo de mí
misma, cuando pienso en que el viaje de ida la he pasado mal por el nerviosismo
de Michael, y ahora en el de regreso no puedo soportarme a mí misma.
—Listo, vayamos—dice, abriendo la
puerta del automóvil.
Vuelvo a
aferrar su mano con la mía y le sigo tambaleando por los largos pasillos y
ascensores del infinito hotel. Observar los pasillos por los que me he
escabullido esta misma mañana me hace sonrojar ligeramente, Michael lo nota y
desborda una sonrisa de placer. A toda prisa, ingresamos por fin a su
habitación.
—Te pediría que perdones el desorden—susurra—,
pero ya lo has visto todo esta mañana.
Michael
enciende una pequeña lámpara que apenas amenaza con iluminarnos, noto entonces
el color ardiente en sus mejillas. Su sonrisa continúa más viva que nunca sobre
mí pero el rumbo que no ha abandonado mi mente aún me impide corresponderle. Su
mirada se vuelve seria e intrigada.
—¿Está todo bien, Rachel? No he dejado de
notarte rara desde que volvimos—le miro preocupado. Me toma por la cintura y
siento que el mundo se borra al contacto de su piel.
No, la
verdad es que nada está bien.
—Estoy bien—respondo, pero ambos
sabemos que estoy mintiendo.
—¿Estás segura?
Comienzo
a sentir cada uno de mis sentimientos avecinar por cada poro de mi piel, mis
pensamientos se avecinan, y siento la presión de mis ojos al volverse
cristalinos. Por favor, dilo ya. Dilo de una vez.
—¿Por qué yo, Michael?—alcanzo a murmurar antes
de que mi voz se quiebre por completo.
Michael
parece entenderlo todo de inmediato. Al final, logro sentir que ha comprendido
el dolor e incertidumbre que traté de ingerir desde hace muchísimo tiempo.
Analiza mi rostro un puñado de segundos y las comisuras de sus labios se
extienden dulcemente, y mi corazón se agranda al acunarme en su mirada.
—Jamás tendrías que preguntarme...
—Por favor—le interrumpo—, sólo
dímelo.
Michael
ahoga un suspiro de dolor. Toma mi rostro entre sus manos y mira alternadamente
mis ojos. No puedo ver nada más que a él, pero agradezco que sea de esa manera.
—Porque te he encontrado sin
buscarte.
Su voz
profunda estremece enteramente mi ser.
—Porque un día cualquiera—continúa—, he
conocido a alguien que sin darme cuenta, sin quererle, me ha hecho sonreír.
Alguien que ha llegado a comprenderme mejor que cualquier persona cercana—calla
unos segundos, sin dejar de penetrarme con su mirada—. Siento conocerte de toda
la vida, aunque nunca te haya visto, como si fueses un motivo que me haya
perseguido al mismo tiempo en el que he estado huyendo, tratando de encontrar
una razón por la cual valiera la pena luchar.
Sus manos
abandonan mi rostro, y envuelve mis dos manos con las suyas, dirigiéndolas a la
altura de su pecho, se inclina lo suficiente hacia mí.
—Lo he encontrado, Rachel. Estaba en un lugar sin esperanza,
un lugar inhabitable—advierto tristeza en su tono de voz—. Pequeña, abarcas la
mayor parte de mi tiempo y de mis pensamientos. Ahora un vacío dentro de mí
está lleno de vida. ¿No logras entender? Entonces me preguntas; ¿Cómo una
persona que he conocido por casualidad pudo convertirse en la persona que más había
buscado? Es ahí, en ese preciso momento, cuando he comenzado a creer en que
tenía esperanza.
Espero a
que las lágrimas desciendan por mi rostro, y el nudo en mi garganta volverse
insostenible. Pero increíblemente, sus palabras se han encargado de ocasionar
lo contrario. Me encuentro luego de mucho tiempo, sonriendo plenamente. Él me
había ayudado a comprenderlo, que no se trataba de lo insignificante que yo
fuera, o de lo que él podría significar para mí. Sino de que ambos vivíamos la
más hermosa de las coincidencias, y no había nada en qué dudar.
—¿He respondido a tu pregunta?—murmura
con un hilo de voz.
Me
estremezco de forma ardiente al sentir su aliento chocar contra mi piel.
Tenemos las narices a tan poca distancia que pensé que con un leve movimiento
podríamos rozarlas. Michael muerde su labio dulcemente, y ya no encuentro las
fuerzas para continuar.
—Esta ha sido la mejor cita de todas—apenas
puedo pronunciar.
—Lo sé.
—Y espero que sepas, en lo más
mínimo, lo que tú significas para mí.
Cierra
sus ojos lentamente, para luego apoyar su frente contra la mía. No podía dejar
de comprender cuánto le necesitaba cerca, cuánto me había hecho perder los
estribos. Sé que está imaginándolo, que está pensando en cuánto le quería, en
lo importante que se ha vuelto para mí. Y es un deleite para mí pensar el que
él lo sepa todo.
—También lo sé...—susurra —. Ahora dime—traga saliva aún en la misma
posición—, dime tus artimañas al final de una noche.
Sin
evitarlo, asesino el silencio cuando hago aparecer una risa instantánea.
Michael lleva su cabeza hacia atrás de nuevo y noto que al igual que yo, se
encuentra conteniendo la risa.
—Está
bien—musito—, pero tú tendrás que ir primero.
—¿En
serio?
—Sí,
anda, dímelas.
—Bien—aclara
su garganta, y su mirada sigue impregnada de alegría—. Si quiero conseguir que
una chica me bese, intento conseguir que mis labios parezcan irresistibles.
—¿Cómo
haces eso?—murmuro, aterrada de que quizás ya haya ocurrido eso conmigo.
—Utilizo
brillo labial—dice enarcando sus cejas.
Abro mis
ojos como platos, observo a Michael en silencio pero él aparenta no tener cuidado.
—¿De verdad?
—¡Por supuesto que no!—vuelven sus infinitas
risas, vuelve mi felicidad—. ¿Cómo es que crees todas mis bromas?
—¿Piensas
que me creo las cosas fácilmente?—le asesino con la mirada—. Tu castigo será no conocer mis artimañas
finales.
—¡Ha sido
sólo una broma!—espeta—. Vamos, dime.
—No lo
sé, Michael, no.
—¿Por qué
no?
—Porque
me da un poco de vergüenza.
—¿Mas
vergüenza que el brillo labial?
Michael
continúa burlándose de su propio chiste. Quiero reprocharle, pero me es
simplemente imposible. ¿En qué instante iba a permitirme dejar de alucinar?
—Bien,
está bien—digo, derrotada—. Ven, acércate.
Michael
me interroga con la mirada un instante, tiendo mis manos frente mí y él las
toma sin dudarlo. Halo de ellas suavemente y las llevo alrededor de mis
caderas. Le siento estremecer, suelto sus manos que continúan envolviendo mi
cuerpo para llevar las mías a la altura de sus hombros. Nuestras miradas se
cruzan fervientemente.
—...Cuando nos encontramos al final de la noche—digo—,
rozo suavemente su mejilla con mis labios. Después, acerco mi cuerpo al suyo de
esta manera.
Presiono
mi cuerpo contra el suyo, noto el acelerar de nuestras respiraciones. Sin darme
cuenta nos he llevado a un punto sin retorno en el que mis movimientos ya no se
manifestaban ante mis órdenes.
—P-para... luego decir...—titubeo
inevitablemente.
Analizo
el rostro de Michael por un momento, cada milímetro de él. Sus ojos marrones
ahogando los míos en una infinita obsesión, la línea preocupada que dibujan sus
cejas, el fruncir de su ceño hacia mí. La increíble tranquilidad que destilaba
de su piel, absorbiendo su esencia hasta mi mismo ser. Me atrevo a perderme en
las comisuras de sus labios, las que me drogaban cada vez que dibujaban una
sonrisa frente a mí, vislumbro la fina línea en la que termina su piel y
comienza la carnosidad de sus labios.
Sus
benditos labios. Veo los labios que me habían drogado sin siquiera haberlos
probado, miro todas y cada una de esas grietas carnosas que yo jamás podría
tocar.
Pero no
puedo. Deseo conocer absolutamente todo sobre él, deseo que termine esta
tortura, deseo eliminar esta agonía de verle y no tenerle. Y más que nada,
deseo sentir sus labios en los míos.
—¿...Para luego decir qué... Rachel?
Michael
revitaliza sus labios, humedeciéndolos con el paso de su lengua. Y tan pronto
como nuestra espera se ha vuelto insoportable, como lo he podido soportar, reclamo
sus labios entre los míos con una urgencia hambrienta de él.
Deseo que
Michael se aleje de mí, que me retire y me reprima por lo que he hecho, que
alce la voz diciendo que he cometido el peor error de nuestras vidas. Pero me
arrebata todo atisbo de cordura cuando restriega mi cuerpo hacia el suyo y me
hace morir de placer. El calor de su boca haciendo el amor con la mía envía una
corriente de perdición a través de mi cuerpo entero cuando él entrelaza una vez
más sus labios con los míos de una manera exquisita, devorando mi labio
inferior, frotándolo, sintiéndolo, conociéndolo al fin, en una perfecta
armonía. Siento por primera vez aquella carnosidad bendita de sus labios, y mi
cuerpo se extasía de placer sintiendo nuestro deseo volviéndose uno sólo.
Todo el
placer. Pero una culpa incontenible que me atraviesa de repente. Michael y yo
nos estábamos besando. Y nos besamos sin saber que el fruto de ese beso sería nuestra destrucción.
Gimo de
un terrible dolor que asesina nuestro silencio. Me lastima la manera en que Michael
deja ir mis labios de inmediato en el sentir de una de mis propias lágrimas alcanzando
su mejilla.
—Rachel... —susurra, y escucho su
corazón estrellándose contra el suelo.
—No puedo hacer esto...
—¿Qué?
Mis ojos
inundan mi rostro en lágrimas, y mi voz se transforma en llantos desgarradores.
Me aparto de Michael como he tenido la fuerza de hacerlo y sin tener el ánimo
de volver a perderme en sus ojos, me dirijo hacia la puerta.
—Lo lamento—gimo en tristeza y tomo la perilla
de la puerta entre mis dedos—, lo lamento tanto.
—Rachel,
escúchame por favor—su voz se ha destruido al igual que la mía. Michael avanza
y toma mi brazo entre sus manos—, por favor, no quiero que te vayas.
Instintivamente
retrocedo y consigo zafarme de él. Michael se queda en su lugar y casi puedo
tocar la angustia dibujada en su expresión. No termino de creer lo que he
ocasionado.
—No puedo seguir con esto—gimoteo—,
lo siento...
Apenas
logro cruzar el umbral, cierro la puerta a mis espaldas. Me escabullo entre
corredores, ascensores y vestíbulos hasta poner un pie por fin en el asfalto.
Doy grandes zancadas hasta la línea de taxis en espera e ingreso a uno sin
pensármelo un solo instante.
Comienzo
a mirar el Four Seasons a la lejanía a través de mi ventanilla, mientras la
calumnia de lo que he terminado de hacer se desploma sobre mí.
Mierda,
he dejado a Michael.
Estoy
decidiendo apartarme de él sobre un sentimiento de ridícula devoción hacia
Ross. Un sentimiento que era más fuerte que yo misma, y que me causaba un dolor
desgarrador del que jamás dejaría de arrepentirme al sentirlo. Las lágrimas
continúan brotando rotundamente por mi rostro, y lucho frenéticamente por
secarlas con las yemas de mis dedos.
Deseo que
mi departamento se encuentre sólo, oscuro y que nadie tenga que mirarme en mi
terrible agonía, pero todo se va a la borda cuando las miradas de todos se
posan sobre mí, apenas he ingresado y me he desplomado contra la moqueta.
—¿¡Pero qué demonios pasó!?
Monica se
acerca inmediatamente hacia mí. Hago el esfuerzo por alzar mi mirada y me
encuentro con el fulminante rostro de Ross a unos metros de mí. El dolor de
mirarle ahora es indescriptible, lo siento por todo mi ser y me satura hasta la
médula. Pero era un sufrimiento que me había provocado yo misma.
—Ross... Lo lamento tanto, ¡Lo siento tanto!—sollozo,
y como puedo, me pongo de pie y estallo contra sus brazos abiertos—. ¡Lo he
arruinado todo, maldita sea!
—¿Qué es?
—su voz se destroza con la mía—¿¡Qué es lo que pasa!?
—¿Pasó
algo con Michael, Rachel?—advierto a Monica acercándose a nosotros.
Sepulto
mi rostro contra su pecho, y un silencio asesino nos envuelve por completo.
—Lo
besé...
Mis
palabras chocan contra la superficie del pecho de Ross, y con la misma fuerza
que tomo de él, siento el terrible acelerar de sus latidos golpeteando contra
mi frente.
—¿Qué?—Ross toma de mi mentón y me
obliga a mirarle.
—Lo he besado, Ross—alzo mis brazos para tomar
su rostro entre mis manos, soy increíblemente incapaz de sostener su mirada
ahora, pero me obligo a hacerlo, y en el instante las lágrimas descendiendo de
mi rostro toman fuerza y corren más rápido que antes—. Besé a Michael. Lo
besé...
Ross
aguarda en silencio contemplándome en una horrible expresión indescifrable. Él
continúa sin decir nada, ni él ni nadie más en el departamento. Los rostros de
terrible preocupación en mis amigos comienzan a asesinarme, todos menos el de
Monica, quien contempla a Ross con un interminable desprecio escrito en sus
ojos.
—¿¡Es que no piensas hacer nada!? ¡Mírala!
Monica se
dirige hacia Ross a grandes zancadas. Y tiemblo entre llantos cuando me doy
cuenta de la mirada que lleva en su rostro.
—Chicos—Ross comienza a murmurar—, necesito que
me dejen sólo con ella. Por favor.
Le
contemplo rotundamente confundida. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Por qué
necesitaba que todos se marcharan? Quiero rogar con mi mirada que me explique
lo que estaba ocurriendo con él, pero no consigo siquiera que pose su vista en
la mía. No hasta que advierto de pronto que los demás se han marchado del
departamento en menos de un instante.
—Debo decirte algo.
Su voz es
desgarradoramente triste. Deja de envolverme en sus brazos y nos dirige a ambos
a tomar asiento en la estancia. Ross toma asiento frente a mí y no deja ni un
instante de mirarme.
—Ross, juro que esto ha sido todo—el nudo en mi
garganta apenas me permite hablar, y cada palabra que pronuncio destroza mi
garganta y mi corazón—. En verdad lo ha...
—...Tienes que dejar de hacer esto—me
interrumpe—. De hacerte esto.
Le
observo en silencio, y continúo llorando sin poder comprenderle aún.
—¿De qué me hablas?—espeto entre llanto—. ¿Es
que no comprendes lo que he...?
—...Hay algo que debes saber.
Su mirada
desciende inmediatamente.
—Es sobre mí... —susurra, y me atormenta de
pronto la idea de escuchar mi nombre a continuación. De que quizá él hablaría
de ‘nosotros’ de nuevo—...Y Emily.
—¿Qué?
—Es que ella... ella no—titubea—... Ella
no es quien tú crees que es.
Puedo oír
el terrible acelerar de su respiración.
—Dios mío—sus ojos se humedecen, y no logro
creer lo que estoy mirando—. Me odiarás tanto luego de esto.
—Ross, estás asustándome.
—No se trata de nuestra familia—murmura—, ella
no es nuestra prima, como lo has llegado a creer—Ross se inclina ligeramente
hacia adelante y toma mis dos manos entre las suyas—. Debes comprender, linda,
que si te han dicho esto ha sido tan sólo para...
Siento la
desesperación ahogándome más que mi tristeza. Mi incertidumbre me lleva a zafar
mis manos de entre las suyas.
—Ross, dime de qué estás hablándome
de una vez—sentencio.
Suspira
agresivamente, y parece aún permanecer sin soportar mi mirada.
—Ella es mi pareja—su voz se
rompe en el instante.
Su pareja.
No
comprendí si acaso estaba bromeando, o creyendo que era un buen momento para
burlarse de mí. Simplemente no lo entendí, o no deseaba entenderlo. Siento
punzante la sensación de nuevas lágrimas amenazando con aparecer.
—...Ella, Rachel—continúa—, ha sido el motivo
por el que tú y yo hemos terminado.
Sus
palabras taladran mis oídos como hacía mucho tiempo algo había tenido tal
impacto sobre mí. Es que no termino de comprenderlo, maldita sea. No logro
entender cómo es que esto ha llegado a tomar lugar. Cómo es que ni él se
proponía a explicármelo todo de la manera correcta. Ross toma mi rostro entre
sus manos, y se inclina hacia adelante, su mirada es más penetrante que nunca.
—...Y nunca ha sido Michael el que ha desatado
el caos entre nosotros, Rachel—una lágrima se asoma de uno de sus ojos—. Jamás
se ha tratado de él. ¿Lo entiendes?
No
entiendo la razón por la que la confesión de Ross no me desgarra el corazón.
Sus ojos me embriagan y penetran mientras lágrimas abundaban por nuestros
rostros enteros, y yo tan sólo siento la necesidad de sonreír.
Todo este
tiempo creyendo que yo sostenía su felicidad en mis manos, y que él aún
sostenía la mía, completamente frágil en las suyas. Me alejé tantas veces de
Michael, y me drogué a tal nivel con mis sentimientos por él, que jamás tendría
la más remota idea de que Ross estaría viviendo plenitud entera al lado de
alguien más. Me había ocupado de ver por él, que olvidé ver por mí misma.
Sentía mi devoción hacia Ross tan real y perpetua que jamás me ocupé de sentir
que entre Michael y yo podría ocurrirlo todo. Y sólo por miedo, jamás había
ocurrido nada.
Y Ross
mismo me había dado la razón de abrir mis propios ojos. Entonces todo lo demás
dejó de importarme en lo absoluto. Las mentiras de todos, Ross, Emily, todo.
—Dios mío—siento las comisuras de mis labios
extenderse por sí solas, y me inclino para tomar a Ross entre mis brazos inmediatamente.
—No
puede ser, Rachel...
Él
solloza, y siento su cuerpo relajarse, juntándose al mío con mayor fuerza, casi
lastimándonos. Pero tan sólo hasta ahora, necesitaba que él me lastimara de
esta manera.
—Te amo tanto, Rachel... —susurra contra
mi cuello.
Sus
palabras me hacen querer incorporarme para observarle mejor. Miro su rostro
lleno de lágrimas, llorando conmigo, y me aseguro de que lo último que ha
dicho, lo ha pronunciado con toda la devoción que él había tenido siempre hacia
mí.
—...Y es por eso que debo pedirte que
regreses... regresa con él.
Michael,
mi amor. Tenía que volver con Michael. Y Ross me había llevado al cielo al ser
él el que me lo haya solicitado. Ahora todo comenzaba a encajar en mi cabeza,
todo sería lo que habría tenido que ser.
—...Pero tendrás que prometerme, cariño—continúa—,
que esta ha sido la última vez que pones tu propia felicidad en manos de otra
persona... No soporto mirarte así. Simplemente no puedo hacerlo.
No digo
nada, no encuentro sitio para una respuesta más entre nosotros. Tomo su rostro
entre mis manos y con desesperación rozo su mejilla con mis labios. Siento desesperación
de salir de este lugar, infinita ansiedad de por fin volver con Michael y
terminar ese beso que no he sido capaz de concluir.
Salgo por
la puerta sin decir nada más, pues sabía que Ross ya lo había comprendido todo.
Me encuentro corriendo por los corredores de mi edificio y me abro camino hacia
la calle de nuevo. Tomo el primer taxi que se me atraviesa en el recorrido y
comienzo el transcurso totalmente desesperada.
Me dirijo
a encontrarme con el único hombre del que me había enamorado con tal magnitud.
El único desde siempre que jamás había dejado de maravillarme en ningún
instante. Quien se había merecido mi corazón y no había sido capaz de
entregárselo cuando tuve la oportunidad. Me dirijo sin poder más, sin soportar
más no ser nada. Estar atados a sólo una amistad. Esto se termina aquí, me lo
prometo, nos lo prometo.
Michael,
cómo le quiero. Dios mío, no sé cómo he aguantado tanto.
Ingreso
de nuevo al Four Seasons, corro por los pasillos oscuros sin agotarme, sin
pararme a meditar. Corro con las piernas temblando y mi corazón a punto de
salir por mis labios. Millones de pasos me habían conducido una y otra vez a
Michael de nuevo, y he atravesado infiernos enteros por lograr estar cerca de
él un instante en su vida, pero aún así, jamás cambiaría un momento de ello,
por la oportunidad de decirle cuánto estaba enamorada de él.
Me
aproximo por fin a su puerta y llamo a ella insistente. Jamás había visto aquél
‘3364’ de metal frente a mí con una sonrisa más grande.
—Pequeña...
Sus ojos
cristalinos e irritados reflejan la tristeza por la que le he hecho pasar. Y me
desgarro por dentro al cargar mi propia culpa. Pero ya no logro soportarlo más.
—Michael—musito,
y una risa acompañada de lágrimas descarriadas brota de mis labios—, te quiero tanto...
Tomo aire
y me abalanzo contra sus labios de nuevo. Antes de que ninguno dijera nada más,
antes de que el tiempo sin ser suya continuara devorándome viva.
Enredo
mis brazos alrededor de su cuello y lo beso con pasión. Poso mis labios en los
suyos, exploro cada milímetro de su boca de modo que nuestras respiraciones se
entremezclan una con otra y las lágrimas de nuestros ojos se convierten en sal
sobre la piel del otro. Y me aseguro a mi misma de que la verdad ahora no nos
haría daño. Él ahora es parte de mí y yo de él y mi deseo por él se sintió más
vivo que nunca, perpetuo.
Él lo es todo. Michael es mi destrucción, y yo estoy dispuesta a destruirme.
***
Sé que ambos tenemos miedo.
Los dos hemos cometido el mismo error.
Un corazón abierto es una herida abierta para ti.
En el viento de una decisión inmensa, el amor tiene una voz callada.
Tranquiliza tu mente, pues ahora soy sólo tuya para decidir.
—Christina Perri (The Words)
Este capitulo sin duda ha sido el mejor de todooooos! Sentí toda la emoción en mi cuerpo Dios mio katy, como eres capaz de hacerme sentir tanto con esa tu hermosa manera de regalarnos esta historia. Sabes? Me faltan las palabras para decirte lo que este capitulo significa, me limitare a decirte, Gracias. Eres fantástica!
ResponderEliminarSucedió! Sucedió lo que todas henos estado esperando desde hace tanto tiempo y sabes? Como tu lo dijiste, ha valido completamente la pena.
Eres simplemente increíble.
Whoooo escalofríos leyendo esto,oyendo Demi Lovato de fondo lo hace hasta mas potente,me encanta! Diosito mío...por fin un beso!!!
ResponderEliminarQuedo asombrada cada vez que leo tu historia, me encanta tu forma de escribir tan autentica y detallada, tienes una increíble capacidad de redacción, buena ortografía y una maravillosa inventiva que hace parecer como si todo eso fuera real; te felicito, a tu obra no la llamo fan-fic la llamo NOVELA.
ResponderEliminarPor cierto, estoy super ansiosa por saber que sigue.
ResponderEliminar¿Cuando publicaras nuevo capitulo?