Logro
encontrarme finalmente con ella tomando asiento en el comedor. Está desayunando
los panqueques que tanto le gustan, su zumo de frutas favorito, y sólo siendo
tan encantadora como ella puede ser. Ya alistada, relajada, y con esa pequeña
sonrisa sensual que yo ya conocía, era su sonrisa favorita para obsequiarme
apenas me ve.
Siento al
instante mi corazón multiplicar su tamaño.
—No me
despertaste para bajar a desayunar contigo—le digo apenas, como si fuese un
crimen real el perturbar su tranquilidad.
Ella
acentúa su linda sonrisa, y sólo un intento le toma para dejarme notar que se
incorpora sobre su silla para ponerse de pie. No dudo, y me precipito directo
hacia su lugar.
—¡No, no,
no...!—alcanzo a detenerla antes de que pudiese moverse—. Yo me acerco hacia
ti.
La mirada
tímida que me da a continuación, y apreciándola así de cerca, me dejan sin otra
opción diferente; la beso sin más. Poso mis labios con suavidad sobre los de
ella para poder sentir ésa nueva punzada de adrenalina invadiéndome. Para
sentirme más vivo al instante, más feliz al momento.
—...Hola—susurro, poniéndome a
besarla de nuevo.
—Hola, guapo—musita,
y siento el cuello de mi camisa tensándose por la forma en que ella hala de mí.
Ni cuenta me había dado de que sus manos habían llegado a ese sitio—. Hasta
aseado estás ya.
—Siempre quiero lucir bien para ti.
—Siempre lo haces.
Ella
retoma su desayuno entre sonrisas, y yo tomo asiento frente a ella para poder
apreciarla mejor.
—...Es
que no he querido despertarte temprano—masculla por tener un bocado en la boca,
con esa vocecilla que parecen soniditos agradables, sin dejar de mirar su plato
ya casi vacío—. Te notabas cansado, además de que ayer por la noche te
desvelaste demasiado. Te miré agotado incluso ayer durante la tarde, cuando
Lisa estaba aquí.
—Sí, yo...
Lisa. La
mención de su nombre simplemente me impregna de un estremecimiento interno. Me
hace paralizarme, y entonces me hace perder la cuenta de que tengo que
reaccionar.
—¿Michael...?
Sonrío al
instante, tan pronto como me es posible reaccionar y seguir la voz de Rachel
hasta encontrarme con la extrañez tomando sus ojos.
—...S-sí, linda.
—Te
quería preguntar...—entrecierra sus ojos un poco al mirarme, intrigada—.
¿Tienes algo en contra de ella? De... Lisa.
—¿Qué?—una
voz extraña aparece de mi boca sin poder evitarlo—. ¿Por qué me preguntas eso?
Me mira
intuitiva, como si buscase una respuesta sin preguntar. Sólo encontrando mis
ojos.
—Porque
durante toda su visita apenas y le has dirigido dos palabras, porque te miré un
tanto negativo con ella. No lo sé—se encoge de hombros con un aire titubeante,
como evidenciando lo apenada que puede ponerse—. Me hiciste... hasta
arrepentirme por un segundo de haberla invitado a comer con nosotros.
—Oh, no,
no—me inclino sobre la mesa para ganar su atención. Su mirada se alarma al
verme por un segundo—. No te preocupes por ello, Rach. No es nada, en
realidad... No tengo nada en contra de ella. Al contrario, es una muy buena persona,
es considerada y ha mostrado mucha importancia cuando le comenté de mis
problemas la última vez.
Ella
asiente. Ubicando mis manos absortas sobre la fría madera, las toma a la par, y
me llena de suavidad el tacto que tiene.
—No lo
sé, quizá...—lucho por reponer, por concentrarme más en mis próximas palabras
que en las siluetas invisibles que deja sobre mi piel—. Quizá sólo me
sorprendió el que se haya marchado tan rápido de aquí. Igual que a ti.
—Lo sé—murmura,
dando ya el último bocado a su plato—, ¿Qué tan extraño ha sido eso?
—Dímelo a
mí. No supe ni qué más decirle para hacer que se quedara un momento más. Lucía
bastante apurada...
El
estremecimiento me roba las respuestas, me obliga a dejarle de mirar y, sin
poder evitarlo, en mi cuerpo siento navegar de forma preocupante una turbia
sensación que hasta ahora pensé, había olvidado.
Y
entonces no sólo miro, aún al centro de la mesa, esa botella de vino con la que
Lisa nos había sorprendido apenas el día anterior, sino que la miro a ella
también. Esas miradas serias e imperturbables, despectivas y tan... fuera de
ella. Es como si me sintiera culpable por haberla dejado ir, incómodo por ver
pasar por mi mente sólo sus recuerdos, o la idea de que quizá no la iba a
volver a ver. Extraño, demasiado.
Muerto de
miedo, hasta la médula.
—Pero,
mírate solamente—reacciono, sólo un par de parpadeos después, cuidando de no
toparme demasiado con su mirada por reflejar el desconcierto que tengo en la
mía—. ¿Cómo es que ya estás alistada? ¿Más bella que de costumbre?
La hago
reír, entretanto, y sus mejillas se encienden deliciosamente.
—Porque
saldré de compras—musita—. Tampoco es que me he despertado temprano sin razón.
—¿Saldrás de compras? ¿Con quién?
—Oh,
pues...—insegura, se gira de espaldas sobre su asiento, no dice o hace nada
más, salvo aguardar con la mirada perdida. Dejarme con la misma duda
existencial.
—...Conmigo.
Sonriente,
Karen sale del cuarto de baño sin más. Haciéndome olvidar de todo lo demás con
sólo una mirada que me lanza, obligándome a lanzarme en dirección a ella apenas
tengo la oportunidad, sin siquiera darme cuenta de ello.
—Karen...
Al
estamparme directo en sus brazos abiertos no hay otro pensamiento en mi mente
que el de tener presente cuánto la había extrañado hasta ahora. Todo ese pesar
que dejó su ausencia. La forma en que se ciñe hacia mí aferrando mi camisa se
me pasa desapercibida, aquellos bisbiseos personales se me olvidan y nada más.
Tan sólo
un leve susurro, naciente de sus labios y que se estampa junto con el calor de
mi cuerpo.
—Justo me enteré...
No sin
dificultad me incorporo de entre sus brazos temblorosos. Me alejo, y sin dejar
de mirarla aprecio el brillo de sus ojos avellana avivándose más y más.
Obsequiándome felicidad pura al tiempo en que siento la fina mano de Rachel ya
entrelazándose con la mía, sintiendo su calor volviendo a estar a sólo un
costado de mí.
—Felicidades...
A ambos—susurra en un fino tono de voz, mirándonos a Rachel y a mí,
alternadamente y con una sonrisa que parece no terminarse nunca—. Lo digo de
verdad, con cada parte de mi corazón.
—Gracias,
Karen.
Busco su
mano a la par, como dando a comprender que la carencia de mis palabras sólo
cubren un sentimiento infinitamente más grande. Con la otra, busco a Rachel a
un lado de mí, atraigo su cuerpo al tomar de sus caderas con el cuidado de no
presionar sin aviso su pequeño vientre abultado.
—Estamos... muy, muy emocionados—repongo—. No sabes
cuánto.
—Ni me
atrevería a imaginarlo—un bufido dulce termina sus palabras. Nos sonríe,
indolente, y a Rachel se le escapan un par de risitas.
—Karen me
ha dicho que conoce una tienda de ropa y accesorios de maternidad perfecta—ella
iza su vista anhelante hacia mí—. No salía de ahí antes de que llegara su
pequeña. Está en el centro de Los Angeles.
—¿Así que,
tienda de maternidad?—me vuelvo hacia Karen por un momento al preguntar.
—Oh, no
sólo de maternidad—me dice—. Si sólo supieras... Venden también hermosos
conjuntos para bebés, y ropa para recién nacido. ¡Las prendas más maravillosas
que podrías ver en tu vida!
Rachel, a
mi lado, deja ir mi mano a la primera oportunidad que tiene de llevar las suyas
hacia sus labios entreabiertos. Sus ojos brillosos y asombrados, me hacen no
dejar de mirarle, completamente fascinado.
—Te hacen
enamorarte completamente—Karen añade, llevando un par de rizos dorados detrás
de su oreja—. Se te derrite el corazón de sólo mirar esas prendas diminutas.
—Por
Dios...—Rachel susurra, aún con sus labios obstruidos detrás de sus manos—. No
puedo esperar a ir, Karen.
—En
cuanto antes, mejor. Encontraremos menos gente. Tendrías la tienda
prácticamente para ti sola—frunce el ceño una vez, y se ocupa de mirar el reloj
que prende de su muñeca—. ¿Quieres irte ya?
—Bueno, creo que...
—Aguarda, ¿Llevarán seguridad?—inquiero,
ahora hacia ambas.
Y ni la
expresión de extrañez que ambas me lanzan hace justicia. Pero es que desde
hacía momentos que ya me estaba sintiendo un poco ajeno a su linda conversación
amistosa.
Karen se
encoge de hombros, y su sonrisa recobra lugar.
—No la
creo necesaria. Tranquilo, Michael. Nada que no sea grandioso ocurrirá—termina
de hablar, guiñándonos un ojo hacia ambos.
—Contigo
no hay otra opción que no sea no confiar, Karen—le digo, intentando no sonreír
demasiado—. Lo sabes.
—Gracias...—me
da una mirada orgullosa, y ni medio segundo le toma más, para virar de nuevo
expectante hacia Rachel—. ¿Entonces?
—Claro...—Rachel asiente, vivaz—. Vayamos.
—¡Genial!
De una
Karen se gira para ir a tomar su bolso tendido del pequeño perchero próximo al
comedor. En mi primer oportunidad me giro hacia Rachel, y sin lugar a
reprocharle nada, a añadir nada más, ella ya está ocupándose de obsequiarme la
mirada más lastimera y penosa que no recordé me había dedicado antes.
—Oh,
Dios, lo siento...—susurra tímida, ya con esa fina línea de preocupación que
dejan ver sus cejas—. ¿Quieres acompañarnos, cariño?
—No, no
te preocupes, linda—una pequeña risa se me escapa aún frente a ella. No es
posible que creyera que me sentiría mal por no haber sido invitado a su día con
Karen—. Ve con ella. Sé que a veces te viene de luces un tiempo entre chicas.
Además de que hace tiempo que no veías a Karen.
Entonces,
su preciosa sonrisa vuelve de nuevo.
—¿Estás seguro?
Sonrío
con ella, mientras mi próxima respuesta se reduce a no más que el leve roce que
dejo contra sus labios entreabiertos. Que la hace reír, y que pone un aire
definitivo a la contestación carente de palabras.
—...Completamente—musito.
Un suspiro pequeño escapa de su boca, y sus labios se fruncen como si aún
hubiera más qué decir.
—¿Qué harás durante la tarde?
—Seguramente
lo principal será esperarte. Después, no sé... Podría ir un puñado de horas con
John a poner manos a la obra a nuestra nueva tarea—le obsequio un guiño
entonces, y su mirada brillosa, como ya esperaba, se torna completamente acorde
con la mía. Sus pensamientos, su mente, están en el mismo sitio en el que los míos
están. Como siempre—. Quiero que todo quede sumamente perfecto para ese tema.
—También yo...
El
silencio pareció reinar al tiempo que la intensidad de su mirada puesta sobre
la mía aumentaba. Luego decido perderme en la piel cremosa de su frente, en sus
pestañas, en su nariz lisa, sus mejillas cálidas, en sus labios. En todo fino
rasgo y tan hermoso y característico de ella que me hace olvidarme de todo lo
demás.
—Muy
bien, tortolitos...—todo había desaparecido, salvo el fuerte taconeo de Karen volviendo
hacia nosotros, que parece poner muy buena resistencia—. Sé cuánto les cuesta
separarse uno del otro pero, realmente será mejor irnos ahora. Mientras más
temprano lleguemos allá, más pronto podremos volver.
No se
inmuta, no se disculpa siquiera. Simplemente toma a Rachel del brazo para
hacerla andar junto a ella en dirección a la entrada principal. Camino luego de
ambas como un hipnotizado sin remedio y es cuando Karen se percata de mi rostro
absorto que ella vuelve a dejar libre a la razón de mi existencia.
Rachel no
hace más que volverme a sonreír. Nada que no es devolverme el aliento que
necesito para no perder los estribos.
—¿Te veré en un rato?—inquiere, con
esa vocecita acampanada.
—Por
supuesto que sí—me apuro a replicar, pasando mi índice erguido por el borde de
su mentón aterciopelado. Me giro hacia Karen entonces, a luchar por lucir un
poco más serio al encontrar su dulce mirada—. Ya sabes, Karen. Espero que
cuides perfectamente de ella.
—Como siempre.
Un guiño
tranquilo más, y halando del tomo de la puerta, desaparece de nuestras vistas
para dirigirse a su automóvil más allá de la acera de servicio. Rachel niega,
en un dulce aire de timidez, y su mirada entrañable vuelve a toparse conmigo
luego del primer sonido de claxon que nos alcanza.
—Adiós...—susurra.
Me quedo
absorto al mirarla, simplemente, sin la mínima posibilidad de poder contestar.
Y tan sólo me pongo a estudiarla mientras se trepa al coche por la puerta del
copiloto y le da una seña perspicaz a Karen a su lado. Ambas se despiden de mí
sacudiendo sus manos por sólo un momento y las miro alejarse, inevitablemente.
Desaparecer hacia la compuerta principal hasta que la vegetación me hace
imposible el verlas. Y nada más.
Desayuno
en silencio, rápido, y sólo, para variar. Ni siquiera el bendito zumo de
naranja que tanto me gusta me hace a la idea de que quizá el haberme quedado
sólo no iba a pesarme tanto. El no tener a nadie con quien charlar a un lado
durante esa larguísima media hora estaba tomando estragos en mi cabeza, me
llena de pesadez, o de pena, así encontrándome en mi propia casa.
Es la
costumbre, pensé. Es la falta que ella me hace apenas cruza la puerta.
No
devuelvo todo a su sitio sin poner un rostro de desconcierto de pronto; sobre
el comedor, aún estaba el bolso de Rachel, ese que siempre lleva consigo cuando
sale de compras. ¿Se había olvidado de él? Karen ha tomado el suyo, y estoy
seguro. Pero, no recordé haber mirado a Rachel reuniendo sus cosas antes de
irse. Es extraño, no es de ella olvidarse de este tipo de cosas. Lo tomo
entonces, y lo dejo justo encima del recibidor que da pie a la entrada
principal. Sé que, si ella lo necesita, regresará en cualquier momento por él,
y podré dárselo sin problema.
Luego de
tanto, por fin me reúno con John en su despacho y, para mi sorpresa, éste es
uno de esos días en que al entrar, me recibe con una sonrisa digna de hacer
sentir orgulloso a cualquiera. Está de buen humor.
—Te
dejaron dormir hasta tarde hoy—murmura al aire, ya tomando un puñado de papeles
de su escritorio para mirarlos vagamente.
—Debió
ser—replico firme, al cerrar la puerta de la oficina detrás de mí—. Ayer
alguien me hizo desvelar hasta pasadas las tres de la mañana.
—Pero apuesto a que ha valido la
pena—se ríe.
—Tienes mucha suerte.
Me da una
sonrisa insinuante. Suelta todos esos papeles, y se aproxima hacia mí.
—Lo has decidido, entonces...
¿Verdad?
Mis
mejillas se encienden de pronto, y sin darme cuenta también ya me encontraba
asintiendo hacia él realmente entusiasmado. Cuando las palabras, o miradas de
cualquier persona frente a mí me recuerdan a ella, no hay forma humana que
pudiese quitarme la sonrisa desquiciada que me salía de los labios. Uno, de los
millones de efectos que Rachel hacía nacer.
—Lo he
decidido—y el motivo de mis titubeos aún no desaparecía. La sonrisa está, toda
esa calada de adrenalina, ese furor interior.
—Perfecto—asiente
conmigo, entrecerrando sus ojos como analizándome mejor—. Porque he ideado
algunas acciones durante toda la mañana.
Tiende su
mano derecha con dirección al asiento posicionado frente al enorme escritorio.
Le obedezco y tomo el asiento, y me limito a mirarle sonreír al girar la mesa
para sentarse también.
—Escucha,
ayer nos hemos retrasado por hablar de Lisa unos momentos—John deja ir su
cuerpo de lleno contra el respaldo de su silla reclinable, hace de repente una
expresión de disculpa al hablar—. No volverá a suceder. No quiero ocuparte aquí
conmigo toda la tarde.
—Bien...—musito,
cruzándome de brazos e imitando su posición. En ello, algo deja de cuadrar en
mi cabeza, una pregunta más sin contestar se manifiesta luego del eco que el
nombre “Lisa” hace en mis pensamientos. Me reincorporo inmediatamente—. No,
aguarda. Esta vez, sí tengo una pregunta. Sólo una más.
—Dime—pone
ambas manos sobre el escritorio, con un aún rostro más intrigado.
—Bueno, es más un reclamo que una
duda existencial.
—Oh, no...
Y aguarda
por mí, expectante mientras en mi mente se formulan miles de maneras posibles
de formular el enunciado.
—¿Cómo es
que Rachel pudo obtener de ti el teléfono de Lisa tan fácil, y yo ni enterado
estaba de ello?
—No—espeta—.
No se lo he puesto nada fácil. Créeme. Perdí la cuenta del total de veces que
le he dicho que no antes de ceder. Pero, estaba tan emocionada, y me ha dado
tantas razones por las que tenía que cooperar... No pude negarme de nuevo.
Me
encuentro negando hacia mí mismo, hasta burlándome de mí, de la incertidumbre
inútil que seguía molestándome aún cuando ya todo había ocurrido, cuando Lisa
ya se había parado en Neverland, y que como la había encontrado, se había
marchado de nuevo. No importaba ya, evidentemente.
—¿Te has molestado por ello?—John
inquiere, enarcando una ceja.
—...No,
no—murmuro, y miro mis dedos anudándose con fuerza sobre mi regazo—. Por
supuesto que no. Es sólo que... en verdad, no me lo esperaba.
Un
respingo me distrae, consecuencia del fuerte repiqueteo de la bocina del
teléfono sonando de pronto. John se lleva una mano al pecho con una mirada
despectiva hacia el aparato y luego de una maldición que se le escapa entre
dientes, lo toma para atender. Se asegura de dejar ir un leve suspiro antes de
formular palabra.
—¿Cómo...?—pregunta
con la mirada perdida, con una nueva expresión de extrañez—. ¿Ella volvió?
Con la
palabra “Ella” saliendo de sus labios, no puedo sino erguirme de pronto, con la
mirada bien fija en él, en el próximo comentario que podría aparecer.
Podría
ser Rachel.
—No—continúa—, aguarda, no sé si hay
alguien ahí para recibirla...
Y si es alguien
que ha podido entrar hasta la casa, no puede ser nadie más. Es ella, es Rachel
que seguro ha vuelto por su bolso habitual. De un salto, me incorporo desde mi
asiento y salgo veloz del despacho para dirigirme hacia el vestíbulo por el que
ella había salido antes.
Del
recibidor, tomo su bolso entonces, y con ansias infinitas en el interior, me
pongo a practicar una de mis más perfectas sonrisas. Ya me imagino incluso a
Karen con su gesto apurado, mirando su reloj cientos de veces mientras que a
Rachel se le encienden sus mejillas miles de veces más... Pensar en el enorme
beso que yo le daría apenas la encuentre de nuevo.
Abro la
puerta, y todo acaba ahí. Mi sonrisa, mi seguridad, mi integridad se desploman
de pronto junto a sus ojos verdes. No es Rachel varada frente a mí.
Es Lisa.
—Hola...
Estoy
seguro de haberla escuchado, pero no me puedo concentrar. Tan sólo miro sus
ojos irritados, humedecidos. La manera en la que su cuerpo está estremeciendo,
el cómo su semblante ya me parece por más irreconocible. No sé cómo actuar o
qué decir, no sé qué hacer a continuación.
—Lisa, ¿Qué...? ¿Qué haces aquí?
Titubeo
al verla así; de nuevo sintiéndome turbado y afectado por su cercanía lacerada.
—Has
dicho... que podía volver cuando me apeteciera—murmura, entre tanta debilidad.
Dejándome a la idea de que en su garganta, quizá hay un inmenso nudo que hace
que hasta le duela el habla—. Tenía que salir de mi casa, tenía que encontrar
un sitio diferente para pensar...
—Por favor... pasa. Ven.
De un gesto
la invito a pasar, y cierro la puerta tras su paso, cuidando como me es posible
el no toparme demasiado con su mirada. No lo podría contener, mis preguntas no
tendrían cabida, mis acciones no serían las mismas si la sé lastimada, y siento
que no puedo hacer demasiado por ella. No lo soportaría.
—¿Estás
tú sólo...?—su voz, aunque temblorosa, se intensifica con cada palabra. La
miro, tan irreal como ahora me parece, y me doy cuenta de que esta vez, esta única vez, sus labios no llevan ese
color intenso que ya tanto me tenía acostumbrado.
—Rachel
ha salido de compras por un rato—su imagen absorta me mantiene paralizado,
perturbado hasta la médula—. Estoy con John, ¿Quieres que le llame? No sé,
yo...
—...No, no, no. Yo sólo...
Menea la
cabeza de forma convulsionada, sellando sus ojos con fuerza, luchando con ella
misma en el exterior y obligándome a imaginar el infierno que habrá de estar
viviendo por dentro. Las preguntas, en el mío, sólo arden más y más.
Y mierda,
no. No lo tolero más.
—...Lisa—le
corto—, dime entonces en qué puedo ayudarte. Vienes a mi casa, estás así y no
puedo entender qué es lo que te sucede. Qué te tiene así, cómo es que cada vez
que te veo tu semblante está más apagado que antes.
—Necesito
una habitación vacía—me dice en seco, sin siquiera aguardar, o pensárselo un
solo momento—. Tengo un problema... uno muy grande. No quería que mis hijos me
viesen así.
Niega sin
dejar de evitarme, abatida.
—Y no... —susurra.
Su tono es más sombrío que antes—. No necesito tu ayuda.
Aquella forma
de hablar me deja sin expectativas, sin poder comprender su actitud. Pero, si
algo iba aprendiendo de ella misma, era no intentar descifrarla todavía, y de
alguna manera, aquello me tranquilizaba también, pues de esa forma, su dolor o
incertidumbre no se inmiscuirían demasiado en mis pensamientos, en mi vida.
Mantengo
su mirada un momento más, intentando tragar saliva.
—Está bien—le suelto, imitando su
tono—.Ven.
Sin
mirarla una sola vez, ando despacio escaleras arriba, seguro de que ella
continúa siguiéndome más atrás. La habitación de Rachel sería el menor de los
males para escoger; es la primera al topar con el pasillo, está aseada, y la
más alejada del despacho de John. Con suerte, él me contestaría otro millar de
preguntas referidas a Lisa.
No dice
nada más, durante el corto trayecto. No pisa fuerte, respira pero no la
escucho. Es como un fantasma andando detrás de mí, uno indiferente, y que así
de cambiante, yo no podía sacármelo de la cabeza. En el restaurante, no dejaba
de sonreírme. Ayer, no dejaba de mirarme, así fuese en silencio. Y hoy, no me
quiere ni poner la mirada encima por más de un segundo.
Mi
relación con ella, iba más perfecta, a cada vez.
—Esta es
la habitación de Rachel...—al abrir la puerta, le cedo el espacio suficiente
para que ella primero pudiese entrar. Mi incertidumbre había llegado a un nivel
tal que mi mano tiembla aún apoyada contra el pomo de la puerta. Aún al mirarla
a ella acercándose a la par.
Ella
ingresa por fin, y estudio la forma en que su vista se pasea por cada pequeño
rincón del lugar mientras sigue caminando más allá, hasta haber llegado a una
pequeña mesa posicionada al pie de la cama.
—Ella... ¿Duerme aquí?—se gira ante mí, y me
deja ver su mirada aún colapsada.
Le sonrío
débil. Explotaría en cualquier momento a causa de ese dolor silencioso que
viene con ella, o al menos, eso sentía.
—...No. Es
que sus pertenencias... no cupieron completamente en nuestra habitación—la
seguridad en mi respuesta le hace asentir frente a mí, pensativa—. Ella solía
quedarse aquí antes de que comenzara lo nuestro.
Sus
labios continúan entreabiertos, pero no responde más nada. Me deja ahí,
alucinado, y con mis pensamientos tendiendo de un hilo y a punto de lanzarme a
los brazos de la desesperación al tiempo en que toma indiferente de su enorme
bolso un tomo de papeles que deja sobre la mesita cafetera cercana a ella. Al
dejarlos caer sólo suspira, y presiona con fuerza el puente de su nariz.
Ya me
había aliviado el hecho de no mirar de nuevo esa turbia irritación en sus ojos,
pero luego de la nueva imagen, siento que vuelvo a destruirme con facilidad. Le
noto más tensa y abrumada de nuevo.
—En fin,
yo... te dejaré a ello—bisbiseo en paz, cuidando de no alterarla más de lo que
ya sé que se encuentra ahora.
Nervioso,
y aún bajo el umbral, tomo del picaporte de la puerta para abandonar la
habitación tan rápido como me fuese posible. Seguro de que quiero decir algo
más, lo que fuera, pero mi garganta ya estaba obstruida desde antes. La imagen
de saber a la antigua Lisa imperturbable, ahora así, me había hecho olvidar el
cómo articular siquiera palabras.
Su imagen
se vuelve inapreciable mientras cierro delante de mí. Quizá sólo sobraba ahí
ahora, quizá, el irme le haría mejor.
—...Gracias—una voz. Esa voz se oye más allá.
Pero no
me detengo a replicar. La puerta se cierra completamente, y es sólo así, que el
aire aunque entrecortado, vuelve a llenar mis pulmones.
Al
volver, me doy cuenta de que John aún se encuentra varado en el mismo sitio de
la oficina. Cierro la puerta al ingresar, y lo primero que hago es dejarme caer
vencido sobre la enorme silla de piel, cubrir mi rostro entero con mis manos, y
desear que la oscuridad que perciben mis ojos fuese un abismo verdadero en el
que pudiese desaparecer. Presiono mi rostro tanto, que el roce de mi piel
comienza a lastimarme.
—Lisa...—el
susurro de su nombre se me escapa, casi como un deseo a ciegas.
Entonces,
siento una mano gélida apoyarse sobre mi hombro derecho.
—...Lo sé.
Mi tarde,
miserablemente tiene una especie de hechizo que me vuelve tan... sofocante,
para encontrarle una definición.
John
continúa hablándome de ideas infinitas para que el mundo por fin pudiese ver la
mano de Rachel aferrando la mía... Una conferencia de prensa; rápido, crudo,
pero letal. Un comunicado por televisión, una presentación formal, una
entrevista con algún reportero, un anuncio, fotografías, pruebas, exhibición de
nuestros recuerdos de años antes. Dice de todo y nada, pros y contras, causas y
efectos. Pero aún así no le puedo escuchar.
No sé qué
me pasa, no me puedo entender ni a mí. El meditar con claridad se vuelve
complicado. Sólo pienso en ir hacia arriba de nuevo, a encontrarme con Lisa a
cada segundo, cada respiro es un dolor más en mi infierno interno. Absorto en
la idea de que me he tratado de zafar de su imagen destruida y lastimada de
antes tantas veces, o por lo menos imaginé hacerlo, pero, cuando me pongo a
pensar en ello, sé que estoy equivocado, y luego me siento infeliz.
Es un
dolor punzante que me obstruye la garganta, como una espina clavada en mi
pecho. Que por más que lucho no se va, y ni siquiera se hace más pequeña. No lo
estoy consiguiendo. No me gusta pensar para mí por más de un instante porque
siempre aparece ella. Siempre que voy a hacer algo diferente aparece. Siempre
que pienso en lo que escucho frente a mí, en mi futuro con Rachel, Lisa no se
aleja de mí. Pero, ¿Por qué esos malditos pensamientos?, ¿Por qué el corazón me
sigue latiendo tan rápido? Esos ecos que me dan la impresión de que voy a
morir, o ese tipo de dolor cerebral que me da al imaginarla varada frente a mí
de nuevo.
No, no la
soporto más en mí. Y miro a mi alrededor, me aferro a cualquier cosa que pueda
zafarme de ello pero todo hace que aparezca otra vez. Hace que me sienta mal,
hace que me venga abajo. No me deja actuar con claridad, y no me deja
concentrarme en esa sarta de posibilidades que John continúa listando a mi
lado. Odio los silencios, porque siempre aparece ella. Odio este estrés que me
nace de saberla mal, de pensar que me ha mentido sobre su bendita felicidad,
odio que no se largue de mi mente, y la quiero odiar a ella. Ansiedad.
Lisa.
Sus ojos.
Sus
labios.
Su voz
grave.
Su pesar,
ahora mío.
¡Cómo me
gustaría volver en sí, mierda! Que me sea indiferente, que me deje pensar en
paz. Que me deje ganar la batalla, y que pueda por fin deshacerme de ella.
Mandarla al demonio en cuanto entra en mí tal cual su mirada lo ha hecho antes
conmigo. Ponerla en su lugar, y alejarla de mí.
Y mis emociones
están que colapsan... La alegría al asentir junto con John sin siquiera
percatarme de qué demonios me ha dicho es inminente, y por más que quiera, no
puedo borrar aquellos ojos verdes irritados que desprendieron lágrimas antes.
Estas sensaciones, que recorren las venas de todo mi cuerpo, y que no tienen
explicación.
Todo es
Lisa... ella es la protagonista de mi ajetreo emocional.
*****
—¿Estás
bien?
Ofuscado,
y más contenido que antes, doy un sorbo más a mi copa de cristal. Es la primera
vez que tomaba un poco del vino que Lisa ha traído a casa. Efectivamente es el
mismo que recordaba, mismo sabor, mismo aroma. Pero es que no me sabe del todo
bien.
Ni la voz
de Rachel repiqueteando más allá del auricular del teléfono me ponen lo
suficientemente tranquilo para poder disfrutarlo.
—S-sí...
Rachel, lo siento—trago el frío líquido, con dificultad. Y en un segundo me
tomo a la tarea de observar, aún desde la estancia, que John no se ha inmiscuido
del despacho para poder oírme hablar—. Es sólo que estoy bastante
desconcentrado. Me he pasado la tarde entera aquí metido con John, pero... No
lo sé, algo aún no me deja tranquilo.
Un
suspiro ensordecedor nace del otro lado.
—Quizá debiste haberme acompañado—susurra—. Un tiempo fuera de casa te hubiera venido
bien.
—No,
vamos... Estabas emocionada, y claramente estabas fascinada con Karen aquí. Mi
única opción ha sido prácticamente dejar que salieran solas. ¿Te has estado
divirtiendo?
—Bastante—su tono se aligera de pronto,
me da las ganas para dejar de aprisionar con fuerza el puente de mi nariz—. Como hace tiempo no lo hacía. Hemos pasado
incluso por mi trabajo un momento, a verificar que todo vaya bien con mi
trámite de transferencia.
—Me alegro,
pequeña—asiento hacia el vacío, hacia el silencio, hacia nada más que la
estancia abandonada rodeándome—. Quiero que todo en cuanto antes quede
resuelto.
—Lo va a estar, ¿No lo ves? Poco a poco, todas
las cosas van tomando forma. Alguna de ellas... literalmente.
Como si
mis sentidos hubiesen recobrado su fuerza de nuevo, una sonrisa pequeña se
manifiesta en mis labios sin darme cuenta de ello. Su voz, esa risita
titiritando de pronto me hacen imaginarla ahí, sonriendo, y con su mano tomando
gélidamente su vientre delicado. Mi sonrisa es débil, pero está. Rachel siempre
hacía que el gesto volviera.
Quizá es,
en parte la razón de sentirme pesado, abrumado. Quizá sólo... la necesitaba de
vuelta.
—¿Tardarás
mucho en regresar, Rachel?—bisbiseo, con mis manos volviendo a tapar mis labios
con fuerzas. Sintiendo presión por su respuesta, percibiendo cómo crece un nudo
dentro de mi garganta.
—Oh, no—se apresura a decir—. Karen y yo salimos de la ciudad hace más
de hora y media, de hecho. Estaba un poco cansada como para ir a visitar un
sitio más. ¿Por qué?
—Por
nada, es sólo que... Sólo que ya te quiero ver otra vez. Ha sido un día
extraño. Y es más aún, si no estás aquí.
—No
me preocupes, cariño. ¿Pasa algo?
Me
estremezco al mismo instante, e irremediablemente mi vista se dirige en torno a
las escaleras. A la primera habitación que hace comenzar el enorme pasillo, con
Lisa ahí. ¿Cómo podré decírselo?
—Nada—espeto de ojos cerrados—. Lo
verás... cuando regreses.
—Está
bien. Y, ¿Michael...?
—Dime, pequeña.
—Te
amo.
Aquello
me hace resoplar de dolor. Me hace creer que, como no diera una respuesta, no
sería de vuelta yo mismo.
—...Yo también.
Aún con
la idea de añadir algo más, una serie de ruidos descontrolados me desconcentran
de pronto. Se le suman la voz de Karen más allá, música, luego sonidos de
exterior.
—Oh, cariño... Me tengo que ir. Pararemos en
una tienda de la carretera para comprar helado—unas risitas propias se
deslizan entre tanto bullicio.
—Claro,
está bien—las comisuras de mis labios se vuelven a extender—. Esperaré por ti,
entonces. ¿Sí?
—Por supuesto que sí. Y yo no puedo esperar a
mostrarte todo lo que he elegido para nuestro bebé.
—Esperaré ansioso... Adiós, linda.
Un par de
risas más, mi sonrisa aumentando mi tamaño con ellas.
—...Adiós.
Cuando
ella termina nuestra llamada, no puedo evitar quedarme pasmado aún sobre el
enorme sofá y entre tanto silencio. Me quedo mirando el aparato aún sostenido
entre mi mano por un momento, y la ansiedad, toda punzada amenazante de antes,
parece volver. ¿Pero, qué diablos hago ahora? ¿Se lo digo a Lisa? ¿Tendrá que
marcharse antes de que Rachel ponga un pie en casa de nuevo?
Sin
apresurarme, dejo el teléfono sobre su base, y camino torpe hacia el despacho a
toparme simplemente con una puerta cerrada frente a mí. Sólo un toque lo haría,
John estaría ahí esperándome y nos pondríamos de vuelta a ello. Pero, ¿Y mi
confusión? ¿Iba a volver también? No, no mientras puedo pararlo.
No me lo
pienso más, y entre una punzada nueva de cólera, de a zancadas infinitas me
precipito hacia la habitación que esconde a Lisa. Por supuesto que se lo tengo
que decir. Me había trastornado a tal punto que de no haber sido por la
inexistente indiferencia que tengo por ella, ni por un instante me hubiese
pasado por la mente ayudarle.
Irritado,
fijo mi vista sobre la puerta de la misma habitación cerrada frente a mí, y a
cada escalón que subo más cerca. Y con una mierda, si ella misma ya me ha
mentido ayer, si ella ha venido, de todos los sitios posibles, a Neverland,
entonces lo tenía que saber. Tengo que comprender qué demonios está ocurriendo
con ella. Así las cosas puedan resultar incluso peor, así teniendo hasta la
determinación de abrir la maldita puerta sin el mínimo aviso.
Hago un
ruido inminente al hacer la puerta ceder. Ella, está ahí, como la había pensado
por el resto de la tarde. Callada, dándome la espalda y con su vista clavada en
una hoja de papel aferrada por sus temblorosas manos. Parece que mi presencia
ahí no puede importarle menos.
—...Rachel volverá en cualquier
momento.
Pero aún
no hay respuesta, ella aún no se inmuta ni en girarse para encontrarse conmigo.
Decido acercarme más, con mi alma entera tendiendo de un fino hilo.
—El
problema no es que estés aquí, Lisa—en voz queda, resuena mi voz. Ella, abrazándose
a sí misma con su brazo libre, no me mira aún—. Es que no sé qué hacer. No sé
si pedirte que te marches antes de que ella aparezca, si dejar que te quedes y
saber que todo estará bien. Si preocuparme por ti, o no...
Silencio.
Y un suspiro de derrota libra hacia el exterior. Sin embargo, iba a salir por
la misma puerta cuando un ruido nuevo me detiene en seco.
—Esto,
Michael...—mis pasos frívolos se detienen a la par. Al girarme, busco su mirada
con urgencia. Ella, ha virado hacia mí, pero continúa con su mirada inmersa en
ese trozo de papel—. Esto es una carta, redactada por el abogado privado de mi
esposo.
Me acerco
a ella, curioso. A percatarme de que todo sigue igual. Sigo viendo sus ojos
destruidos, las lágrimas secas y nuevas, el dolor supurándole en lugar de ese
brillo que tanto me tenía acostumbrado. Sus ojos verdes impregnados del color
rojo de la irritación. No puedo creerlo.
—Lisa...—el
hablar me da terror. Me pesa el saber que puedo llegar a alterarla sin más.
—Aquí
dice que...—se incorpora, pero sólo un poco, dejándome mirar más de cerca el
contenido de aquél documento en cuestión—. De no ser que ponga de mi parte para
reparar nuestras diferencias, él podría iniciar un procedimiento judicial en el
que entraría en juicio la respectiva custodia de nuestros hijos...
Un jadeo
ahogado le quita el habla, y el silencio vuelve. Niega con incredulidad hacia
sí misma al cabo de un par de sollozos. Quizá, percibiendo como yo el cómo
aquellas últimas palabras habían salido completamente destruidas, unas con
otras.
Paso
saliva, atreviéndome a mirar sus ojos una vez más. Su color verde, como el
follaje de un árbol que está a punto de secarse, me atrapó y me lanzó al
abismo. Era esto, maldición. Lo que le tenía así desde un principio. El comienzo
de todo.
—Yo... ni
siquiera sabía que Danny tenía un abogado distinto al que compartíamos juntos—musita,
con una segura tristeza contenida—. No estaba enterada de nada. He recibido
esto hoy, y... no lo sé. Tenía que salir de mi hogar. No se me ha ocurrido un
sitio diferente a este, Michael. Lo siento tanto, en verdad...
—No, no,
no. Lisa...—me animo a quitar la hoja llena de dobleces de su mano esbelta,
para dejarla sobre la mesita próxima a nosotros. Ella, por un momento en el que
la siento más deshecha que nunca, deja de respirar abriendo más sus párpados,
aturdida. Cada una de esas reacciones me perforaban el pecho—. No tienes que
darme disculpas de por qué has venido aquí, ¿Está bien? Te he dicho que podías
volver, cuándo, cómo, o por la razón que necesitaras. Puedes estar aquí...
Su mirada
desciende luego de oírme, se pierde cuando entierra su rostro entero entre sus
manos por unos instantes. Sin decir nada, me deja ahí, tan cerca de ella,
expuesto, lastimado, haciendo que me doliese incluso la piel. Haciéndome
imposible el creer que ese ser tan fuerte pueda estar tan al borde del colapso,
y que esta necesidad de salvarla... fuese real.
—Y... te voy a ayudar—sentencio.
Regano su
mirada al instante, aunque, su incertidumbre se multiplica por diez veces más.
—Encontraré
a los mejores abogados especializados en este tipo de casos, Lisa—repongo, con
ella sin moverse salvo para limpiar con sus dedos una lágrima nueva. Aunque no
hubiese acuse de recibido, o alguna otra reacción, sabía que me había escuchado—.
Lo haré. Por mi cuenta corre que tus pequeños permanezcan a tu lado. No me
importa qué pueda ocurrir.
—Michael,
yo no... merezco tu ayuda—niega entretanto. Su voz, tan grave como la recordaba
sólo emana debilidad.
—No tienes que merecerla.
En ese
instante, y sin darme cuenta, mis manos habían alcanzado las suyas, que estaban
paralizadas en el vacío e interponiéndose entre ambos. Ella termina mirándome
lánguida con los ojos petrificados en el roce incipiente, y sólo permanece
absorta, como si aún no diera crédito a lo que acaba de suceder. Que bien, ni
yo mismo lo había creído aún.
—Me has
abierto los ojos antes—al susurrar, siento sus manos temblar. Aquél nuevo miedo
me hace respirar aún más rápido—. Me ayudaste a recapacitar sin tomar nada a
cambio, a analizar mi errores, y me has hecho tomar una posibilidad que iba a
poder sacarme de la pesadilla. Todo eso te lo agradezco, y te lo tengo que
recompensar. No sabes... cómo lamento el no haberlo mencionado antes.
—Lo he
hecho, porque merecías volver a ser feliz—sus ojos verdes vuelven a perforarme
con tristeza, y una clara inseguridad—. De una vez y por todas. No lo he hecho
porque tenía que hacerlo.
—También quiero mirarte feliz. Es
eso lo que tú mereces.
Se parta
sólo un poco, no demasiado como para que nuestras manos se pudiesen separar.
Sus ojos vidriosos, me miran dilatados sólo por un instante antes de devolverse
hacia ese trozo de papel de nuevo, esa mísera razón que hace una nueva lágrima
nacer.
El nudo
dentro de mí crece. El abismo ya se comienza a extender.
—¿Por qué mentirme, Lisa?
Sólo por
medio segundo me ve, niega, y vuelve a desviar su mirada. Estoy seguro de que
ella sabe a qué me refiero, a qué quiero llegar con mis insistencias crudas
cada y que parezca que no va a decir nada más.
—Creí
tener una idea al respecto...—decido musitar otra vez, pero ella aún no se
inmuta en mirarme—. Hablabas incómoda de él el día que te volví a encontrar,
desviabas el tema cuando cenamos en aquél restaurante, te tensabas. Y en el
instante en que él te había llamado, tu actitud se había transformado por
completo... Entonces aquí, de pronto me dices que todo va perfecto con tu
matrimonio.
Como
fuera de sí, sólo se encoge de hombros, y luego de un leve suspiro me vuelve a
mirar.
—Intenté
abrirme contigo—su voz... todos aquellos sollozos atorados en medio de su pecho—.
Juro que traté. Me atreví a querer preocuparte con mis problemas, a aburrirte
con los asuntos que tengo en casa.
Calla
otra vez, con sus ojos tornándose acuosos. Mierda, no.
—Traté
también... de llamarte por teléfono—escucharle me hiela la sangre. Al
percatarse, su mirada volvía a escocer. No puedo para el estremecimiento—. De
decírtelo todo. Pero, jamás habías sido tú el que atendía mis llamadas.
—¿Qué? ¿Cuándo fue esto? ¿Cómo es
que...?
—Hace
algunas semanas—admite con sequedad, con su voz apagada y su mirar colapsando
para fijarse en nuestras manos unidas—. No importa ya.
—Por
supuesto que sí—sentencio, al tiempo en que me atrevo a dejar una de sus manos
ir, para tomar con suavidad de su fino mentón. No quería que hubiese ahora
forma posible de que ella pudiese dejar de mirarme a los ojos—. Debiste
intentarlo de nuevo. Debiste tratar hasta encontrarme si me lo querías decir,
Lisa. Si tan sólo hubiera sabido que...
—...Me
daba vergüenza—me acalla con un ademán brusco, con su voz quebrada de nuevo—. Me
he puesto tan contenta ayer al recibir la invitación, que estaba decidida a
contártelo todo. A decirte de una vez que no soy feliz, que mi matrimonio es un
completo fiasco y que mi madre ya me tiene harta con sus malditas presiones...
Traté de hablar, traté de sacarlo de adentro.
No pienso
más, sino en enmudecer. En cuanto resonaba aquello último, sentí como el peso
de la locura, de mis erradas suposiciones, de mi debilidad, de mi confusión
letal, aparecían frente a mí aplastándome. Lisa, ella está aquí, y había estado
sufriendo por ella misma, en silencio y sin nadie quien le tendiera la
dirección hacia una salida.
—...Traté
de llamar tu atención—añade—. Traté de mirarte, pero tú no podías dejar de
mirarla a ella...
No me
permite dejar de temblar, de ahogarme entre el maldito nudo. Sus ojos, cargados
de tristeza, y de todo ese dolor ahora me lo dicen todo. Ahora sé... qué es lo
que quiere tocar.
—Yo no
sabía... que tenías a alguien contigo—sus susurros nacen de entre la voz
quebrada.
—Lisa...
Sin tener
la voluntad, acuno su barbilla con fuerza para no perderla, cerrando mis ojos
un momento como quien busca eliminar toda última visión que había tenido.
Sabía, las lágrimas aparecerían en cualquier instante.
—...No
sabes cómo lamento el no haberlo mencionado cuando sé qué debí—me arde el
hablar, me duele el significado que pueden tener mis palabras.
—...También lo lamento.
La
incertidumbre, y toda esa confusión volvía a brotar. Con su mirada débil,
indefensa y lacerada miles de preguntas se propagan letales al centro de mi
mente, de mi estabilidad. Todo cuanto me hace pensar en lo que había querido
decir, en si había llegado siquiera a gustar de mí, en si había... llegado a
atraerle.
Y sin
más, quería olvidarme de todo. Abrazarle,
y dejar de pensar.
—Ven aquí...
Su cuerpo
permanece tieso por unos momentos entre mis brazos, dejando el silencio reganar
la posesión de los sentidos. Al tomarla así, de esa forma tan nueva, tan...
verdaderamente necesaria, me hace sentir extasiado inconfundiblemente, pero al
mismo tiempo, más perdido que nunca.
Se
estremece bajo mi tacto, sus brazos tocando mi espalda se aferran con una
fuerza más cruda hacia mí.
—¿Qué va
a suceder si se enteran del desastre que llevo dentro, Michael? Me los
quitarán...
Acuno su
nuca entre mi mano de forma mecánica, como todo a partir de ese momento.
Cualquier manera que le haga comprender que estoy sintiendo lo mismo que ella,
que lo he vivido, que sé muy bien lo que es tener intrusos en la mente cuando
no se deja de estar inconsciente, el desazón que dejan en el alma, en la piel.
—Es que
no quiero estar lejos de mis pequeños...—el calor de su voz chocando contra mi
pecho se combina con la sensación de su cuerpo ciñéndose con más fuerza al mío—.
No podría dejarlos. No...
—...Eso no va a suceder, Lisa. Estoy
seguro de ello.
Sin más,
dejo un beso sobre su cabello cobrizo. No me percato de nada más, de cómo lo he
hecho, del por qué, del efecto que tendría luego. Sólo la miro erguirse en el
acto, echar un leve respingo para luego incorporarse de entre mis brazos
sellados.
Una mano
se va directa a su cabeza, y su mirada perdida no deja de estudiar gélidamente
la mía. Es, en ese instante, que miro su debilidad desaparecer.
—...Besaste mi cabello—susurra
absorta aún, con un desconcierto infinito.
—Lo lamento.
Sus ojos
me aprecian con detenimiento entonces. Así, viéndose lustrosos, espesos, con
una ternura provocada y siendo tan intensa como el deseo mismo.
—...No—susurra—. Yo lo lamento.
Trago
saliva cuando sus ojos dejan de posarse únicamente en los míos, sé que han
descendido.
Y mierda,
es esa cercanía, la manera en la que su simple imagen se adentra en mi
voluntad, en mi torrente de ideas, barriendo y quemando cualquier atisbo de
inteligencia, reemplazándolo de nuevo por esa misma ansiedad, por un apetito
voraz que hasta ese instante, jamás creí pudiese existir.
Sus
labios se entreabren, como si fuese a añadir algo más.
—Ha de ser perfecto... poder besar
tus labios todos los días.
No quiero
enterarme de más.
En sólo
un parpadeo, me sorprendo tocando con la punta de mi pulgar su boca. Sus
labios, esta vez no están bañados en ese color carmín, no están brillosos. Toco
el borde de su boca, voy dibujándole como si saliera de mi mano y siento cada
una de esas grietas ceder con mi piel. Me mira, y yo miro sus labios, de cerca
a cada instante más. Nos miramos y nos acercamos, mi vista se vuelve más y más
inapreciable, tanto como sé que lo último que veo son sus pestañas rizadas, su
respirar confundido, su maquillaje sutil, sus ojos cerrándose, luego... negro.
Mi boca
encuentra la suya. La había besado.
No soy
yo. Es el deseo, el pecado. Son nuestras bocas luchando tibiamente, mordiéndose
con los labios fríos y sintiéndose piel con piel entre atmósferas donde un aire
pesado va y viene junto con su perfume de siempre. Entonces, me doy cuenta de
que mis manos ya se han hundido en su pelo, de que acarician lentamente la
profundidad de su piel mientras nos besamos entre movimientos vivos, entre
fragancia oscura.
Me
encontraba ya besándola de manera intensa, abriendo nuestras bocas sin reparos,
invadiéndola sin tregua. Sus manos se están perdiendo sueltas por mi espalda, y
yo con otra, le estaba rodeando la cintura. Se mueve, con mayor valentía, nos
probamos, nos nublamos, nos impregnamos uno del otro. Nos miré como si no fuera
yo, y nos estudié cayendo juntos.
Como
aquél ruido doloroso, de algo sólido cayendo más allá, estrellándose contra la
moqueta.
Nuestro
roce se rompe, se quiebra como reflejo del mismo acto. Como una sentencia letal
a ese par de ojos grises mirándonos a Lisa y a mí, juntos. Lacerados,
perturbados, deshechos. Tanto... como el resto de mi propia voluntad.
Se llevó
una mano temblorosa a los labios.
—¿Michael...?
D I O S M I O ! ! !
ResponderEliminarYo creo que me dio un infarto.
Deje de respirar...
Hasta escalofríos senti en todo el cuerpo.
Que intenso, Dios.
Kat, mereces un aplauso.
Y un gracias enorme❤️❤️❤️