Jamás el
tráfico de vuelta a casa me había agradado así. No se acababa, el ruido tampoco
cesaba y la sonrisa de mi taxista jamás reapareció, pero en el fondo, lo
agradecía. Faltaban sólo un par de calles más para llegar al departamento y las
ansias por pensar en lo que haría aumentaban cada vez más.
Me siento
raro, después de tanto tiempo en que no me había sentido ni por poco así.
Siento de pronto que un puñado de oportunidades se me abren y con ellas un
infinito de restricciones se plantan a mis pies. Tentaciones, tal vez.
Combinaciones certeras de recuerdos, de nostalgia, junto a una dosis de
prohibiciones. ¿Ir a Los Angeles de nuevo? ¿Quién lo iba a decir? ¿Cómo iba a
pensar que, de todos esos voluntarios, yo sería la persona que más ganas
tuviese de ir?
Quizá
tendré que comprar nuevas valijas. Bermudas, unas gafas de sol, ¿Una
almohadilla de viaje también? Maldición. Sí, levanté la mano para ofrecerme, y
ni listo estaba para la avalancha de ideas que me iban a corroer, o la sarta de
estupideces que no desaparecerían.
El
edificio de mi hermana se asomó justo a la otra esquina.
—Aquí está perfecto, señor—musito. Señalando la
acera que da frente a mi edificio. Contárselos primero a ellos me pareció una
idea mucho mejor a llegar sólo a mi hogar, y ahogarme en pensamientos
concernientes a ello.
—¿Por
aquí?—el señor desciende la velocidad al acercar el vehículo a la entrada
principal.
—Sí.
¿Diez dólares?—pregunto, hurgando el bolsillo más pequeño de mi maletín. Pensar
que luego del tráfico infernal, me ha salido esa tarifa, no estaba nada mal—.
Aquí tiene.
—Gracias.
Salgo con
cuidado, y le devuelvo el gesto con el pomo de la puerta de metal en mi mano.
No comprendo si me parece más pesada esta vez, o si son los nervios tomando
posesión de mis entorpecidos movimientos. Si los titubeos, los resoples, y la
carencia de sentido me duran incluso por cada escalón que avanzo hacia arriba,
más incluso al tener la puerta del departamento de mi hermana justo frente a
mí.
Me
regañé, soltando un bufido; Incluso si voy, si lo acepto, no significa que lo
vaya a ver a él, ¿No era así? No, por
supuesto que no. Pero eso no significaba que serían pocas las preguntas de
todos mis amigos. A Rachel no sé ni cómo se lo voy a decir.
—Chicos,
hola...—dejo salir apenas entro, casi como si de algo mecánico se tratara. No
hay respuesta, y al tender mi abrigo y mi maletín sobre el pequeño perchero
detrás de la puerta me doy cuenta de que el único ruido que de ahí nació era el
que yo mismo producía.
Giré,
extrañado. ¿Algo iba mal? Joey estaba sentado y bien acomodado en el sofá que
suele ocupar, aunque con una expresión oscura, como en trance. Phoebe por el
otro lado está con la mirada petrificada hacia la ventana que da hacia el
pequeño balcón. Rachel, de espaldas se encuentra ahí, aparentemente charlando
por teléfono con alguien. Un resoplido de confusión se me escapó y, aunque más
se ha tratado de una idea de llamar su atención, no funcionaba.
Algo no
cuadró.
—Pero... ¿Qué...?
—...Ross—Phoebe me acalló, poniendo
un dedo firme a mitad de sus labios.
Pasmado,
y sin la mínima voluntad de reprimirle a ella por el gesto, recurro a la turbia
mirada de Joey, y agradecí al cielo por que él hubiese sido la diferencia. Se
acercaba con lentitud hacia mí mientras mi mirada aún se clavaba ansiosa en
Phoebe concentrándose de forma lunática sobre Rachel más allá. Era algo
extraño, estaba seguro de ello, tanto como de que una punzada de ansiedad me
atajó la garganta de pronto.
—Ha
llamado, Ross—Joey me obstruía la vista de pronto. Phoebe desapareció. Él se
había acercado tanto para susurrarme que apenas daba crédito a lo que me decía.
—¿Qué?—inquirí, frunciendo el ceño sin siquiera
evitarlo—. ¿Quién? ¿De qué...?
Joey miró
a sus espaldas una sola vez más, ya no a Phoebe, sino a Rachel, que sostenía el
aparato con tal fuerza, que creí se lastimaría. Suspiró, y decaído volvió a
encontrar mis ojos.
—...Él—susurró—. El número de
teléfono... era... era de Neverland.
Entonces
todo se nubló, y sin embargo encontraba ya el sentido. Un retortijón ardiente
me irguió mientras fulminaba la delgada figura de Rachel allá fuera. La forma
en que abrazaba su cuerpo con el brazo que tenía desocupado, su mirada caída.
Estaba de espaldas y, mierda, no podía mirar su expresión pero aquello que vi,
que entendí, bastaba y más. No podía ser cierto, maldición.
—¿Michael?—alcé
la voz, haciendo que Phoebe de pronto nos mirara a ambos. ¡Era una broma! ¡Un
maldito chiste que seguramente no nos haría reír! ¿Iba a creerlo siquiera?—.
¿Por qué? ¿Para qué iba a llamarle a ella? ¿Luego de tanto tiempo...? No puedo
creer que...
—No lo
sabemos...—Phoebe zanjó, se cruzaba de brazos y lucía terriblemente asustada,
impávida—. Primero el teléfono sonó un par de veces y se cortó. Luego ha vuelto
a sonar y Rachel nos arrebató el teléfono de nuestras manos. No he tenido
oportunidad de...
Resoplé,
agitando mis manos con desdén en torno a ambos. Me explicaban y rogaba por
comprender, pero lucía más ridículo, más impensable a cada palabra que soltaba.
No, no, no, no.
—¿Así que
ella ha querido contestar?—les encaré a ambos, rogué por una respuesta en cada
preocupado mirar—. ¿Pero cómo? ¿Es que se ha olvidado de todo cuanto él...?
—Ross, si
ella nos mira así—Phoebe, de nuevo me paró. Me tomó por sorpresa acercándose
aún más a mí con los brazos tendidos pero su expresión me rogaba tranquilidad—.
Si te mira así, tan sólo alarmarás
más las cosas. No tiene que ser así, sólo...
—¿Y no tendremos que hacer algo?
Ella
negó, confundida. Paseaba su mirada por cada esquina de la estancia como
rogando encontrar la primer respuesta que se pudiese presentar. Y sin embargo,
en mi interior todo ardía con la espera, la ansiedad, la desesperación sólo lo
atropellaban todo más. ¿En verdad íbamos a dejar que aquello continuase? ¿Qué
ellos hablaran, sólo así? ¿Que él supiera que puede hablar sin importar más?
¡No!
—¿Qué
podríamos hacer?—Joey me llamó, encogiéndose dolorosamente de hombros,
derrochando preocupación.
—Joey
tiene razón—Phoebe asintió luego—. No podemos tomar cartas en el asunto sólo
así si nada malo ha ocurrido aún. No sabemos para qué le ha llamado, mucho
menos podemos darnos el lujo de actuar agresivos ahora. Ha pasado tanto tiempo
que... quizá sólo estemos... exagerando.
Su gesto,
al virar de nuevo para mirar a Rachel oscureció. La idea de añadir algo más, de
enlistar un puñado de posibles soluciones se desvanecía sin más en el aire al
tiempo en que me percataba de que mi vista se había clavado también en ella.
Seguía de
espaldas, seguía paralizada, pero no asentía, no negaba, no pasaba sus manos
temblorosas a través de su cabello como lo suele hacer. Tan sólo abraza al
aparato como si le doliera, o como si escuchar lo que sea que conversan
importase infinitamente. Aún así no podía deducir más. Me estaba perdiendo en
mi propia incertidumbre.
Phoebe
suspiró, dejando consigo salir un leve quejido lastimoso.
—Y si tan
sólo pudiésemos ver su rostro...—susurró, casi como si se hubiese metido dentro
de mis pensamientos, como si la hubiese escuchado desde ahí—. Sabríamos cómo
rayos va esa llamada.
Rachel
llevaba de pronto una mano a su frente, como quien busca con urgencia poder
tranquilizarse. Mierda, ¿Y si estaban discutiendo de nuevo? ¿Y si esta
opresión, esta ráfaga ardiente de tormento que siento es correcta? ¿Si me estoy
tardando más de lo que debí?
Voltea,
mierda, voltea, por favor, me dije, le rogaba en silencio a ella. Y como si lo
hubiese gritado fuera de mis pensamientos, como si ella misma me hubiese
escuchado en pos de mi opresión... sus ojos ya encontraban los míos. Todo se
destruyó.
Lagrimas,
no más. Llanto.
—Maldición,
ya ha sido suficiente—sentencié, con mis pasos atormentando el apartamento con
el sonido crudo que éstos producían. Estaba cabreado, ofuscado, terriblemente
contenido y al sentir el brazo de Phoebe tratando de detenerme a sólo un metro
de salir al balcón, todo sólo empeoró.
—¡No,
Ross...!—ella bramó, furiosa al notar que me había zafado. La calma ya no
importaba, el silencio igual. Todo pareció haberse ido al demonio desde que
Rachel nos había obsequiado su mirada.
—¿Y qué
es lo que piensas hacer?—Joey preguntó, más calmado. Comprendí, que acorde
conmigo.
Y me
detuve en el último instante, para observarles a ambos, para abrirme paso hacia
el exterior mientras la lista de los siguientes movimientos que haría me
parecía más borrosa, más lejana a cada vez. Mierda, ¿Qué haría? ¿Qué diablos
podría intentar?
—Lo que
sea que esté sucediendo, no puede seguir así—solté, conteniendo el aliento, la
avalancha de furia mortecina que apareció—. Ella ya ha llorado lo suficiente
por culpa de él, ¿No lo crees?
Y salí,
sin más.
No eran
palabras, no era una conversación. La voz de Rachel sólo aparecía combinada con
sollozos, llanto, y aún así perdiéndose entre el fino ruido que provenía de la
ciudad. Estaba seguro de que ella sabía de mi presencia, y algo más en mi ser
se quebró al percatarme de que ella sólo se erguía más y más.
No
cuestioné, no avisé, y entre tanto, sus suspiros rotos, llantos a medias, su
mirada oscurecida avancé, y arrebaté el teléfono de sus manos paralizadas,
lanzándome a la incertidumbre de no saber si me alarmaba más la mirada
destruida que me dio, o aquella voz, femenina, que por un momento pareció haber
aparecido en mi mente y por el otro, sabía brotó de aquél auricular.
Una
lágrima más salió, un sollozo, y entonces ella se había estrellado entre mis brazos.
Se dejaba ir y me embestía como si su cordura dependiese de ello, halaba de la
tela de mi camisa como si no me creyese real, como si buscara sanarse,
sostenerse, no desplomarse contra el suelo de una vez. La abracé y hacía no más
que hacer que su rostro lacerado se enterrara contra mi pecho, que sus lágrimas
se secaran con la tela de mi ropa, que me viera. Rogar porque la velocidad que
han tomado mis latidos no terminen por lastimarla todavía más.
Y aquella
voz desconocida volvía. Permeaba mi mente, me comprobaba una salida, me aseguró
del hecho de que quien llamaba ahí, no era él... Era otra persona.
—¿Quién...?—pregunté
hacia el aparato, ardiendo, cegándome ante la presión que los brazos de Rachel
engendraban sobre mí—. ¿Quién eres?
—¿Rachel...?—se oyó, abrumada. Era una
mujer, la dueña de una increíblemente voz grave y amenazadora. Una imagen se
quería formar en mis pensamientos, un rostro, unos ojos, unos labios, una
personalidad, pero rogaba que no fuera así, que no fuese de quien creía se trataba.
—Ella...
ella no puede hablar ahora…—me giré hacia el interior, rogando por una salida.
Aferraba el cuerpo de Rachel en torno al mío con fuerza tal que no me percataba
de cómo Joey ya aguardaba por ella al pie de la ventana que daba a la estancia.
Suspiré y sin más, la acerqué a él. Con todo el dolor que pude soportar en el
segundo, la dejé ir con él pues sabía que era lo mejor. Era la única forma de
arrancarla de esa pesadilla.
La miré
alejarse de mí apenas. Y mierda, yo quería curarla, abrazarla aún más. Quería
librarle también de esta y hacerle saber que todo tendría que estar bien al
final. Tenía que estarlo.
—...Soy
Ross—titubeé al saberla lo suficientemente lejos, restregando mi mano hacia mis
ojos para librarme de la escoses—, yo podré atenderte. Así que, ¿Podrías sólo
decirme...?
—Soy
Lisa...—me cortó—. Lisa Marie.
¡Maldición!
¡Lo era! ¡Era ella! ¿Y creía que no la reconocería de no haber mencionado su
nombre? ¿Que sospecharía de alguien más que pudiese poner a Rachel así? ¡Y, con un demonio! ¿Para qué? ¿Para qué
llamaba siquiera?
—Pero...—susurré,
cerrando los ojos para buscar coherencia, sentido a todo lo demás—. ¿Tú qué
tienes que...?
Pero un
suspiro de desgaste proviniendo del otro lado me atajó. Delicado, y aún así
reluciendo lo grave que esa voz podía ser de forma tan... natural. Casi irreal.
Hubiese mandado ya todo al demonio de no ser porque mirar dentro, y encontrar a
Phoebe y a Joey haciendo tranquilizar a Rachel más allá, me hubiese dado
tranquilidad de pronto. Calma, aunque no restara mi incomodidad.
—Yo... buscaba tener una conversación decente
con ella—susurró, odiosamente propia, inconfundiblemente bufándose de lo
anterior—. Jamás me imaginé que esto
podría llegar a causar...
—...Lo ha
causado—zanjé. Justo en ese momento rabioso, lleno de ira, de coraje, buscaba
aún justificar su inoportunidad al llamar, y aún así me ardía que pudiese sonar
tan fresca, como si estuviésemos acostumbrados a escucharle sin ninguna razón.
Habían quedado claras las condiciones; él no llamaría, Rachel no le buscaría y
ella, Lisa, por ende no lo intentaría ni por error—. ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo
que buscas llamándole?
—Tan sólo
buscaba estar en paz. Tener... un poco de tranquilidad, de ser posible.
—¿Qué...?
¿Lisa, qué quieres...?—callé. Las palabras estaban, pero no las lograba
formular. Mierda, mis sentidos ya estaban tan atentos y yo, sin embargo, tan
contenido, incrédulo aún.
—Porque ya he vivido un infierno antes...—me
interrumpió. Y sólo eso faltaba, que se sintiese todavía con la posibilidad de
hacerse la digna al interrumpir su conversación—. Lo he pasado yo sola, mis hijos conmigo, y ahora mi matrimonio con
Michael también. Y si bien, mis pequeños han sufrido más de la cuenta con el
divorcio de su padre, no volveré a dejar que aquello nos ocurra de nuevo. No
quiero, no puedo permitirlo... Pero, aún así... me parece imposible lograrlo,
si es que ella... Rachel... no puede pasar a la historia.
Resoplé,
molesto. No era en serio. Oí de ella, he conocido hasta cierto punto sobre
ella. No hablaba de verdad, no era posible que se sacase todo eso de adentro.
—Discúlpame,
pero parece que ella ya lo ha hecho—espeté cínicamente, intentando todavía
guardar el orgullo de Rachel, aunque supiese que ella estaba más allá, herida—.
Bastante rápido, por lo que sé, o lo que he visto cerca de ella. ¿No se han casado
sólo veinte días luego de que fue su cumpleaños? ¿Es que no ya son Michael y tú
bastante felices juntos?
Y la
escuché suspirar, de esa forma tan lastimosa, tan denigrante que me mantenía en
vilo.
—No han... entendido nada, ¿No es así?—susurró.
Sonaba tranquila, sorprendentemente calmada luego de lo que pronuncié. Aunque
por más, contenida, pues su voz se agravó—.
Y él me ha dicho que solían ser amigos.
“Solían” me
repetí, casi como burlándome de mí mismo. Tenía razón, sí ya todo parecía como
si hubiésemos vuelto de un sueño del que no queríamos despertar. Y aún así,
sucedía. Las cosas cambiaban, dolían, nada era lo que recordé.
—...Si alguien ha atravesado un infierno, es
él. Michael—sentenció, terriblemente segura. Obligándome a cerrar con fuerza
mis ojos, negando. No quería volver a recordar—. ¿O no lo sabías? ¿Alguno de ustedes tuvo conocimiento de que él había
estado asistiendo a rehabilitación? ¿Se les ha pasado por la cabeza preguntar
por su salud?
Sin más,
mi pecho se contraía. El ruido paró, me sentí aprisionado a dar la espalda al
interior del departamento pues sabía que sólo girar, me arrebataría el maldito
equilibrio. Era una mentira, una maldita broma. Tenía que serlo, mierda.
—¿R-rehabilitación...?—titubeé
sin darme cuenta, sin comprender cómo lo he podido hacer. Mirando sólo el
tráfico moviéndose desde abajo, los semáforos cambiando, los cables de alta
contención anidándose lejos—. ¿Qué...? ¿De qué estás...?
—Desarrolló una dependencia a los analgésicos—me
cortó, como un atajo de realidad partiéndome el cuerpo. Giré entonces, y al
interior, me aseguraba de que Rachel no me estuviera mirando, que no estuviera
cerca de mí siquiera—. Todo comenzó desde
las acusaciones... poco antes de que Rachel le dejó.
—No lo
sabríamos—contesté, certero, ¿Servía de algo? ¿Había una forma de justificarnos
ahora? ¡Y no podía creer cómo podía irse todo a la mierda tan fácil!—. No
aunque hiciésemos el intento de saber de él. Todo terminó desde ese momento.
Sí, sé que intentó llamarnos varias veces pero todo tuvo fin desde que trató de
detener a Sneddon aquí en el departamento—recordar la escena sólo lo arruinaba,
sentía la sangre hirviendo e inevitablemente pensaba al mismo tiempo en cómo lo
arruinaría todo también—. Seguro que no sabías tú de eso, imagino. No tienes
idea de que él no es el único que sufrió. Así que no trates de proyectarte...
La dejé
en silencio un par de segundos más. Había ido al grano, la rabia, el nudo de
ira obstruyéndome todo dentro me rogaban no dejarla continuar así. Pensar en que
la lejanía había sido culpa nuestra, en que el detonante lo dimos nosotros, o
Rachel, me estaba aniquilando. Era una mierda, no lo iba a permitir.
—...No
trates de aparentar olvidar la verdadera razón por la que la relación de
Michael y Rachel... terminó.
Y dejé el
aire salir, más no una lágrima de furia que supe se asomaría. Un suspiro de
dolor se desataba del otro lado y no me quedó otra salida más que creer en que
ella continuaría. Luego de todo, de tanto.
— N-no he... llamado para hablarte de esto—sonó
a sentencia, a miedo, pena. Me aferré entonces a la barda de concreto con
fuerza y con los dientes apretados para evitar interrumpirla una vez más—. El
problema es que... luego de tanto tiempo, Rachel no parece terminar de salir
del todo de la vida de mi esposo. Su recuerdo sigue más vivo que nunca dentro
de nuestro hogar, y eso... No ha terminado de causarme problemas con Michael y
nuestro matrimonio.
—Lisa, no he... No he oído qué es lo
que necesitas.
Aguardó,
no demasiado. Lo suficiente para hacerme estremecer, para comprender que quizá
me arrepentiría.
—Tu ayuda—me dijo, sólo así. Pareciéndome
hasta una broma el hecho de que su voz se tornaba tranquila—. Necesito que alguien venga por todas las
cosas que ella dejó aquí, cosas que alguna vez le pertenecieron. No las he
enviado por mí misma porque sé que la mayoría tienen valor sentimental, y no
tomaría el riesgo de que alguna de ellas se extraviara. Es algo que... he
querido hacer desde hace tiempo, ya que, cada vez que me topo con algo de ella,
no ocasiona más que una discusión, y queremos... queremos ya que esto termine…
Ambos.
Presionaba
sin darme cuenta el puente de mi nariz. Me lastimaba, me aferraba a la única
parte de la realidad en que aquello, por más que lo despreciara, sonaba cierto.
Entonces
rogué para mis adentros que no fuera así.
Michael...
no. No podía ser obra de él, no pudo ser él quien hubiese puesto contra el
auricular a su esposa, y le pidiese rogar por este tipo de tarea. No era
posible que él quisiese deshacerse de todo, librarse de todo, de esta manera,
sólo así. Como si ella... Rachel, jamás se hubiese cruzado en su vivir.
Había
pensado en él a lo largo de los meses, le recordaba, a veces una sonrisa se me
lograba escapar recordando cada momento que él había compartido con nosotros
que nos convenciera de que no se trataba de una simple amistad, más que ello,
una familia. Y sin embargo la duda de que algo así ocurriese jamás me dejó.
Pues él lo había terminado, aunque Rachel ha sido quien se marchó. Él activó el
detonante y cuando todo se marchó al abismo, encontró una manera más de echarlo
todo a arruinar. Este iba a ser, a la larga, el maldito resultado de su
necesidad. Podía imaginarlo.
Y si él
quería mandarlo todo al diablo, entonces yo también. Al diablo con él, con
todo.
—Está
bien—zanjé, seco. Más fuera de mí que de mi propia ira propagándose al centro
de mi pecho—. Tan sólo necesito tiempo. En estos días tendré que hacer un viaje
a California por parte de mi trabajo y, no sé... trataré de tomarme un tiempo
para ir y tomar lo que me sea posible de ahí. Digo, si es lo que los dos
quieren.
—...Lo
es.
Aguardé,
ya no me importaba hacerle esperar. Mis pensamientos se ocupaban de olvidar al
Michael atento, amable, y unido a nosotros para dibujar ahora a uno más turbio,
más... él. Su verdadero yo ya relucía. Era una persona tan diferente ahora, tan
cegada, y que como no haría contacto con los sentimientos que tenía por Rachel,
no le importaría perderlo todo otra vez. Era más, él habría tirado del gatillo.
De nuevo.
—Gracias—Lisa susurró, arrancándome de
mis pensamientos anudados. Un poco más consternada, insegura, comprendí que por
mi mutismo.
Y sin
embargo sólo colgué, no añadí nada más. Si hasta el más insignificante atisbo
de cordura les quedaba, sabrían respetar mi palabra, confiarían en que ayudaría
a terminar con esto de una vez y por todas, aunque hubiésemos creído, todos,
que esto ya había acabado una primera vez.
Al volver
al salón las ansias volvieron, el tormento se multiplicó. Mis brazos
entumecidos y adoloridos sólo buscaron ceñir de nuevo el cuerpo de Rachel mientras
la miraba ahí, callada, con su mirada muerta y sin embargo tan segura,
resguardada entre los brazos rígidos de Joey. Estaba callada, pero la
irritación de sus ojos grises aún no cesó. No se movía, y sin embargo, al
instante en que la efusividad se apropió de mí al lanzarme hacia ella, ya había
abandonado a Joey en medio segundo, poniéndose de pie e ingresando a su
habitación sin explicar nada más. Dejándonos a los tres boquiabiertos, ante el leve
azote que su puerta dejó.
Di el
primer golpe a su puerta, ansioso, contrariado, lunático, furioso, y no parecía
real. Me concentraba más en la mano de Phoebe, suave, pero decidida,
deteniéndome sin esperar más nada.
—No...—la
fuerza con la que tomó mi brazo se disminuía, y mis insistencias con ello
también. Indefenso, vencido, le cuestionaba con la mirada.
Suspiró,
atrayéndome más hacia ella.
—...No la hagas hablar más de ello.
Por favor—susurró.
No pude
más, y asentí, temblando. Dejándome caer contra el descansabrazos del primer
sofá, perdiéndome en la tempestad que comenzó a embargar el pequeño
apartamento.
—¿Qué
fue... lo que ella te dijo?—ella preguntó, apenas y admisible. Joey se le unía
y me estudiaba como si mi desespero se le hubiese contagiado completamente
también.
Los
encaraba a ambos, más nada salía. Apretaba mis puños sintiendo el dolor de una
nueva sensación de debilidad.
—Quiere
que alguien vuele a Los Angeles...—musité, ya sin poder mirarlos—. Tomar todo
lo que Rachel olvidó en Neverland.
—Pero,
Rachel no nos ha dicho nada sobre ello—Joey recalcó, y Phoebe entonces
reaccionaba a su lado, asintiendo, más seria si era posible acaso. Los estudié
de uno a uno sin poder comprender—. Ella no ha mencionado nada de eso mientras
estaba con nosotros.
—Esos
llantos...—Phoebe intervino, con una mano involuntaria yéndose directa a sus
labios paralizados—. Si no ha sido eso, ¿Entonces qué le habrá dicho Lisa
antes? No lo entiendo, maldición.
—No lo sé—confesé,
aturdido. Sujetando sin darme cuenta lo humedecida que había quedado mi camisa
al haber sujetado a Rachel antes. Mierda, esas lágrimas... Si no habría sido
eso, ¿Entonces qué?—. Pero si es esto lo mejor, si es así como podremos evitar
que sus llamadas no vuelvan a ser, lo haré.
—¿Qué...?—Joey
cuestionó, incorporándose a mi lado. Se regañó a sí mismo por haber elevado la
voz.
Al igual
que él, me acerqué y lo miré. Ya no me sentía con fuerzas, me sentía
decepcionado, inundado de un rayo negruzco que me dificultaba hallarle el
maldito sentido a las cosas.
—Que lo haré—espeté—. Iré a Los
Angeles tan pronto como me sea posible.
—Ross, es
imposible. Escúchate—Phoebe se aproximó, tendiendo ambos brazos a los costados,
reluciendo su incredulidad—. ¿Cómo puedes viajar sólo así? ¿Y tú sólo? ¿Cómo es
que...?
—...No iré sólo.
Se
miraron mutuamente, luego de nuevo a mí, sin comprender. Maldición, ni la
oportunidad de decirles la noticia había tenido, y esa había sido la única
razón por la que aparecí.
—Quiero
decir, sí. Es sólo que... Dios, quería hablarles de esto justo cuando llegué...—suspiré
con calma, ansiando recuperar un poco de disposición—. En el museo, me han dado
la tarea de ir a recoger la parte de una exhibición, en el parque ecológico de
San Diego. Si tengo la ida hacia allá, no me lo pensaré ni un momento. Iré a
Neverland a recoger todo lo que dejó.
—¿Estás seguro, hombre?—Joey me obsequió unos
ojos cargados de preocupación.
—S-sí—asentí,
convencido. Era cierto que agradecería la compañía de alguien, pero pesaba más
saber que quizá me encontraría con Michael y alguien más podría ser testigo de
las miradas despreciables que sé se me escaparían—. Vamos... lo tengo que
estar. Por ella…
Miré la
puerta cerrada de su habitación entonces. El pequeño nudo dentro de mi pecho ya
no dolía como antes, pero me seguía carcomiendo más, me seguía jurando todo lo
que pude haber hecho, y simplemente no alcancé a lograr. No paraba de pensar en
que quizá las cosas hubiesen diferentes de haber arribado sólo un par de
minutos antes.
Pero, ¿Me
animaría a hacer todo esto a espaldas de Rachel? ¿Y entonces qué iba a hacer,
qué iba a decir cuando me viera cruzar las puertas del departamento, con
valijas y valijas llenas de cosas que ella sabe olvidó en Neverland? ¿Le diría
que Michael ya no lo quiere todo ello ahí? ¿Que esta era la prueba de que la
olvidaba? No.
Y la
suave mano de Phoebe me atrapó, me sacaba del suplicio.
—Sólo si
estás seguro de poder hacerlo—susurró, asegurándose de que mi atención se había
vuelto completamente suya.
—Lo haré.
Silencio
por unos segundos fue lo que reinó. Sólo para mirarnos, para comprender aún lo
sucedido, o para alcanzar a escuchar la mínima pista de lo que sucedía en esa
habitación. Pesaban, y aún así, cuando mis inseguridades querían volver, ambos
me sonrieron sin más. Pareció como si fuese algo único que necesitara.
—Bien,
tengo...—musité bajo, acercándome a la puerta principal para tomar mi maletín
de nuevo—. Tengo que ir a casa. Prepararé todo esta misma noche y, no sé, supongo
que... mañana buscaré el primer vuelo que salga hacia allá.
—Claro...—Phoebe
me siguió, me daba mi abrigo aún con la misma expresión de martirio—. Suerte.
Y me
quise limitar a sonreír. Guardar cuantas fuerzas o voluntad me fuese posible
para sopesar lo que sabía se avecinaría. Mis pensamientos a solas, el paso del
tiempo con mi mente retorcida, y desembocada sólo para mí, podía llegar a
lastimarme más que cualquier otra cosa. Pensaba de más, y no lo evitaba
siquiera. Iba a ser una tarde eterna y dolorosa para mí.
Abrí la
puerta, y al pasar de nuevo mi vista por esos dos pares de ojos cansados, algo
volvió.
—Oh, y... Escuchen—les llamé.
Se
acercaron y Phoebe miró por un momento la puerta de Rachel aún cerrada detrás.
—En
cuanto lleguen Monica y Chandler—musité—, necesito que traten de detenerlos
justo como lo han hecho conmigo. No quiero ni pensar que bombardeen a Rachel
con preguntas o que la hagan hablar de ello de nuevo luego de que vuelvan de la
maldita lavandería, o del lugar donde se encuentren los dos. ¿No les ha
parecido raro, que últimamente...?
—Sí,
ahora que lo... —Phoebe asintió conmigo, señalándome acorde, entrecerrando los
ojos como si lo analizara. ¿Ella también lo había visto? ¿Se había dado cuenta?
—...No—Joey
zanjó, rascando su cabeza como solía—. Vamos, siempre han sido así.
Le
estudié, aquél gesto sólo lo hacía cuando se ponía nervioso.
—Haré lo
necesario. Anda—Phoebe intervino sólo así, instándome a salir ya del sitio. Por
la forma en que ponía los ojos en blanco, supe que su calma se terminó.
—Bien—musité al salir—. Gracias,
chicos.
—Llámanos
al llegar, por favor—me dijo ella, cerrando la puerta con una dolorosa
lentitud, mirándome doliente hasta el corredor que yo pisaba.
Le guiñé
un ojo y asentí. Eso bastó y cerró la puerta pronto. Nada me tranquilizaba más
que dejar a Rachel ahí con ambos, pues no se empeñaban en hostigar hasta
obtener respuestas como lo hacía mi hermana. No quiero ni imaginar lo que
hubiese sucedido si ella hubiera estado aquí.
Crucé la
acera distraído, trepé desde mi vestíbulo y hasta tener mi hogar de frente casi
sin respirar, sin darme cuenta o prepararme para rogar porque el tiempo no se
detuviese, que fuese casi como si en un abrir y cerrar de ojos, yo volviera a
pisar su hogar, con todas sus cosas de vuelta, y sin una seña más de él.
¿Destruido? ¿Decepcionado? ¿Acorralado a olvidar, o a pasar por alto que él fue
casi como un hermano? Quizá. Pero ella estaba primero para mí. Siempre lo había
sido.
Y aún así
no me dejé de lamentar.
¿Por qué
no paraba este sentimiento extraño? ¿Por qué lastimar a uno, y salvar a otro me
dolía igual? Lo había admitido tantas veces, le extrañaba, y sabía que el resto
también, y sin embargo no quería que volviera. Así, como últimamente había sido
con él, a veces sí, a veces no. Y entonces quería jurarme por primera vez que
estaba convencido de desear que esto fuese definitivo, que ella ya no le
extrañara, ni él a ella, que no se recordaran, que no se pensaran.
Los meses
se esfumaron tan rápido, y él tan lejano a nosotros que no me dio la
oportunidad de entender cómo es que ha llegado a ser tan feliz, tan libre de
culpas, sin dudas, mientras Rachel seguía aquí, tratando de descifrar qué
mierdas había hecho mal, o qué tanto daño le habrá llegado a hacer ella para
que él se lo hubiese regresado al doble aquí. No tenía sentido, y me lastimaba
a cada día que pasó, un infinito más.
Si tan
sólo pudiera comprender de una vez que él está con Lisa ahora, que se ven
felices, y se ve que también ella lo es. Si tan sólo me dejara de parecer raro
verle con otra persona, haciéndole quizá las mismas promesas que alguna vez le
juró a Rachel sin fin, cómo la toma de la mano como alguna vez la tomó a ella,
cómo la ve a los ojos como si no hubiese nadie más antes, como miró a Rachel...
la primera vez. Besarla en televisión y no sentir nada, besarla como alguna
vez, comprendí que lo había hecho con ella.
Había
rogado una forma de que ya no se involucraran más, de que se fuera, que se
fuera lejos, lo bastante para que ya no le hiciera a ella daño y quizá Lisa me
la había otorgado por fin. Y sin embargo, rellenaba valijas, reunía artículos
personales, ropa, y viejos recuerdos que no sabía siquiera si iba a necesitar al
llegar allá, abrumado, sintiendo la prisa sosteniéndose de mis hombros, y aún
no sabía si lo iba a lograr.
¿Estaba
seguro de que funcionaría? Por supuesto que no. Pero estaba seguro de que
serviría para ver al menos un resquicio de pista de cómo fue que Michael había
olvidado a Rachel tan rápido, tan fácil. Cómo sin verse, sin tocarse, aún así
ella se sintió fácil de borrar. Quería, me urgía ya demostrarle que ella
también podía ser un poco como él y poder dejarlo ya todo detrás y sin mirar.
Tener esa valentía de poder sentir que aquella primera vez, jamás había
existido. Así ya lo era para él, para Lisa, casi para mí... tenía que serlo
para Rachel también. Irremediablemente.
—Sí...—tomé
el teléfono a medio segundo de que comenzó a sonar. Una serie de quejidos se aunaron,
y con un resople de desgaste miré una vez más la última valija que me faltaba
por cerrar.
Reconocía
esos quejidos en cualquier lado, desde que tenía uso de razón.
—Dime qué rayos ha ocurrido—Monica
sentenció. Entretanto me aproximé a mi ventana sin aguardar, consciente de que,
desde su departamento, me miraba a través del cristal con esos ojos que
perforaban el alma.
No supe
si esconderme para que no me viese, colgar, ¿Explicarle? ¿Por aquí?
—Mon...
aguarda...—musité, ubicando de nuevo su mirada. Creí que había dejado salir mi
tono más tranquilizador pero sus ojos no se pasmaban, no me dejaba de fulminar
igual. Me quebraban así fuese a una calle de distancia.
—No, vamos...—espetó, ansiosa—. ¿Por qué vuelvo a casa y me entero de que
ella ha llorado de nuevo? ¿De que todo se fue al demonio otra vez y al parecer,
Lisa ha estado llamando? ¡No lo entiendo, Ross! ¿Por qué diablos nadie ha
querido decirme...?
—...Yo lo
haré, ¿Bien?—le corté, buscándola de nuevo. Advertí a lo lejos que sus labios
se abrían de incredulidad.
—¿Qué?
—Te lo
explicaré, cada parte de ello. Vamos, sólo ven y te lo diré todo aquí. No
quiero volver a hablar de esto por el teléfono.
—...Más
te vale—refunfuñó, y sin añadir nada más, terminó con nuestra llamada.
Había
desaparecido entonces de mi percepción por unos instantes y decidí buscar un
par de copas para ofrecerle un trago de vino rosado, su favorito. Lo negaría al
principio pero al final, no lo sabría evitar.
Alisté lo
que restaba de mi equipaje y dejé las valijas puestas sobre mi cama, mientras
el timbre más allá comenzaba a sonar. Salí de un salto, avispado, contenido y
argumentando ya en mi mente todo lo que tendría para decirle. A veces maldecía
el hecho de vivir en la acera de enfrente de su edificio y a veces lo
agradecía, pero al menos me hubiese venido de luces que al abrir, no me hubiese
llevado la sorpresa de que Chandler, venía al lado de ella.
Maldije
por lo bajo; me haría falta una copa más.
—Hola...—apenas y susurré, abriéndoles
paso para dejarles entrar.
Chandler
me saludaba tranquilo, aunque con una leve expresión de preocupación, y por el
otro lado, mi hermana sólo avanzaba como una ráfaga mortecina plantándose al
centro del primer sofá para que la manera en que sus ojos fulminaban los míos
siguiese.
Me
refugié en él, y sólo torció el gesto compasivo.
—Ella
realmente está molesta, amigo—susurró, dejando una pequeña palmada detrás de mi
hombro. Resoplé.
—Sí,
todos lo estamos.
Aguardó
ahí mientras yo buscaba verter una copa de vino rosado más, al volver, ella ya
tomaba pequeños sorbos de la suya, y sonreí. La primera ayuda había caído de
maravilla. Esperaba que no le viniera la noticia tan mal.
Tomé
asiento con ambos y, Chandler, en cambio dejó la copa sin tocarla siquiera.
Eran tan diferentes a veces.
—Soy toda oídos—sentenció, dejando
su copa un poco de lado.
Suspiré,
apretando ambos puños como si buscara coraje.
—Phoebe y Joey...—comencé—. ¿Ya les
han dicho algo?
—Phoebe
sólo ha mencionado algo sobre que recibieron una llamada desde el número de
Neverland—Chandler comentó, y al mismo tiempo sentía que me quitaba ya una loza
completa de encima. Al menos conocían el inicio—. Que... al parecer, todo se
fue al demonio desde ahí. No era... Michael quien llamaba.
Monica
asintió con él, por más molesta.
—No lo
entiendo, Ross—ella soltó. Negaba indudablemente como si no hubiese dado ni el
menor atisbo de crédito—. No entiendo qué es lo que hace ella llamándonos en
primer lugar. O cómo rayos es que ha obtenido mi número de teléfono. ¿Qué ha
hecho para que esto pasara? ¿Qué le dijo a Rachel para que de pronto se pusiera
así?
—He...
interrumpido la llamada en cuento me fue posible—musité, y aún así, lucía
incrédula—. Al parecer, en Neverland se han quedado varias cosas que en su
tiempo han pertenecido a Rachel. No lo sé, ropa, libros, recuerdos, regalos,
fotografías, toda clase de cosas. Ella... Lisa me ha dicho que cada que
encuentra algo que le perteneció a Rachel en una habitación no hace más que
causarle discusiones con Michael, o un ‘infierno’ para ambos, a como ella lo
refirió.
—No puedo
creerlo...—Monica dejó salir, apenas audible, pues sus manos se habían adherido
a sus labios paralizados.
Era tal
la expresión de temor que atestó el rostro de mi hermana, de desazón,
decepción, que la mano de Chandler, paseándose sigilosa por su hombro derecho,
pasó casi inadvertida para mí. No lo creía, y aún así decidí ignorarlo y ya.
—Me ha
pedido que, de ser posible, fuera a recoger todas esas cosas—susurré, con mi
voz ahogada—. Ella ya no quiere tener que enfrentar más desacuerdos con Michael
sobre el tema. Al parecer... ambos lo quieren. Sus palabras han sido bastante
claras al respecto.
—Lo único
que ella quiere es que el lugar esté limpio de todo cuanto haya sido de Rachel—Monica
añadió, ya ni siquiera mirándome, o la copa de vino frente a ella, perdiendo su
percepción al vacío completo.
Chandler
se animó a bufarse ahí.
—O todo cuanto haya tocado Rachel...
—Así es—asentí.
Era tal
el desgane, era tan palpable la incomodidad, y la incredulidad que nos
embargaba que ni uno se ocupó de añadir nada más. Ni Chandler sonrió, ni las
manos de mi hermana abandonaban su rostro, ni mis ojos se abren, no dejaba de
negar.
—¿Y lo
crees?—Chandler me distrajo entonces, cruzándose de brazos frente a mí—. ¿Crees
que Michael esté de acuerdo con esto? Digo, que esto haya sido... idea de los
dos.
—No, por
supuesto que no. Imposible—Monica negaba, ansiosa. Petrificada.
—No estoy
seguro de ello, chicos—dejé salir, casi como si me asegurara que me
arrepentiría luego—. Es que Lisa no paró de mencionar que quien quería que se
llevaran todo era sólo ella, sino los dos, juntos. Me ha sorprendido mucho
escucharle, pero así es como lo dijo.
—No puede
ser que Michael haya podido estar de acuerdo con ella siquiera—ella me miró—.
Tirar al abismo tantos recuerdos al lado de Rachel... sólo así...
Asentí,
derrotado. Éramos como uno sólo, ¿No? Si no hubiese ese lapso de dos años entre
nuestros nacimientos, hubiese creído que llegamos igual, al mismo instante. Tanto
a ella como a mí nos costaba dar cabida, nos dolía pensar en la sentencia que
Lisa dictó. Aún me parecía impensable recordar que era cierto y, como
masoquista, no dejaba de darle vueltas al asunto, buscaba la mísera
posibilidad.
—Phoebe
nos ha explicado que... la llamada la había tomado Rachel, que ella lloraba...
luego de que te interpusiste en su lugar—Monica se oyó, en una serie de
titubeos, se incorporó sobre su asiento para mirarme mejor.
—Sí—la miré. Su mirada no relució
tan certera como la mía.
—Es raro...
—¿Por qué?—pregunté.
—Porque...
sólo tenemos conocimiento de lo que Lisa te ha dicho a ti, Ross. No sabemos qué
fue lo que le dijo a Rachel, mientras ellas dos pudieron hablar.
Me bufé
entonces, débil.
—¿Crees que realmente importe eso
ahora, Mon?
Y sin
embargo no respondió. Aguardó, y conforme la sonrisa se me borraba ella sólo se
empeñaba en mirar dolorosamente a Chandler. Él asintió, igual de desganado,
vacío, y sólo así comenzó a hurgar el bolsillo de su abrigo hasta tomar una
cajetilla de cigarros abierta y a medio consumir. Entre el tormento, no quise
creer que él comenzaría a fumar en mi rostro, pues sería una pésima broma,
viniendo de él.
Sin más,
la mirada de mi hermana se oscureció y captó mi atención por completo. No se
trataba de lo que pensé, lo comprendí de inmediato.
—Esto...—ella
susurró mirando la cajetilla en las manos de él, impávida, casi paralizada—. Estaba
en la habitación de Rachel, Ross. La encontré justo cuando hemos llegado.
La
opresión tomó mi pecho cuando aguardó. Mis sentidos cayeron, profundo.
—Rachel... ha vuelto a fumar.
*****
—...Entonces, te vas.
Avancé,
sin llamar a la puerta de nuestro cuarto. Aunque no demasiado. Lisa, por
aquella expresión de susto, me daba en claro que no me esperaba ahí. Cerró
entonces esa última valija que le quedaba sin siquiera mirarme y me sujeté
dolorosamente del umbral de la puerta con una fuerza mayor. El equilibrio me
falló por la mitad de ese segundo negro.
—¿Puedo
pasar?—pregunté, aunque bien, habría sonado como un ruego mortecino, derrotado.
Sólo así,
me miró. Una media sonrisa se le dibujaba.
—Por
supuesto que puedes—musitó, su voz no fue grave, o directa. Estaba débil aún, o
eso me había parecido luego de haberla extrañado por completo la noche anterior—.
Es tu habitación también, ¿Sabes?
Asentí,
animándome a entrar por fin. Tenía razón, y aún así sentía que la invadía.
Aquella sensación de estar arruinándolo todo podía volver al mismo instante en que
no recibía de ella la sonrisa que tanto esperaba día con día. Cada que se
encontraba molesta, cada que peleábamos, era igual. Y horas después de cada
discusión yo sólo me empeñaba en olvidar el motivo de nuestros malentendidos.
Siempre el mismo.
—Mamá ya
espera por nosotros en Graceland—lucía sorpresivamente relajada. Decidí
acercarme un poco más—. Es sólo que no quiero hacerla esperar aún más. No es
buena con los dramas de los reporteros y esas cosas.
Y sólo
así, en medio de una risa que yo pretendía, cruzó la habitación con aquella
valija entre sus manos, directa a acercarse a la salida del lugar, indolente,
aislada de lo que aún pasaba. Creer que me sentía listo para verle de nuevo, o
para intentar despedirme de ella, me había parecido como una posibilidad al
despertar. Ahora sólo había miedo, inseguridad, desequilibrio haciéndome
temblar las piernas.
Si
aquello era todo, si se iba así, comprendía entonces que quizá estaba aún
enojada, que aquél portazo que dejé estaba aún ahí, atorándose en la forma que
me miró antes de que todo ocurriera.
—¿Por qué
tengo la sensación de que no te marchas por ello?—dejé salir, mirándola, y
deteniendo sus pasos. Metido en un arrebato de una urgencia que rayó lo
enfermizo—. Sino por... ayer. Lo que ha ocurrido.
Viró, y
me acerqué ahora sin titubear. Su mano tomó de mi mentón con una suavidad
infinita como si ella bien supiera que de ello dependía el que no me desplomara
ahí, justo a sus pies.
—Este es
un evento que atiendo año con año, en honor a mi padre, Michael—susurró—. Lo
que ocurrió ayer no me importa ya, me tiene sin cuidado.
Miraba
mis ojos alternadamente, de esa forma tan tranquila, tan suya, tan convincente.
Leves ojeras eran visibles, y sus labios sin una gota de ese labial me llamaron
la atención. Realmente eran su característica más infinita.
Y luego
de tanto, una sonrisa nació.
—...Pronto
todo se va a solucionar, ¿Sí?—bisbiseó, penetrando con cada sílaba en mi turbio
mirar. Me parecía tan irreal entonces, comprendía sin duda el deseo que emanó
de cada palabra y sin embargo algo no pareció cuadrar—. Te lo prometo... por
nuestro amor.
—¿De... verdad?
Rogué,
con mi mirada perdida. Aquél brillo, aquella certeza que irradiaban sus lagunas
verdes, casi acuosas, aún no me parecía como si fuese de verdad. Y sin embargo
rogaba que así lo fuera, le buscaba creer, seguirle, confiar, pero sólo había
vacío.
Asintió,
y mis pensamientos no pararon de embargar nuestra última discusión. No se
detuvo en dibujar mis miedos. La Lisa furiosa, incrédula, y agotada de ayer,
¿Se había marchado? ¿Sólo así?
—Por supuesto—musitó, en paz—. Estoy
segura de ello.
Y sin
esperarlo, sus labios dejaron sobre los míos un beso fugaz. Leve, pero
exquisito.
—Te voy
a... echar de menos—susurré en un hilo de voz, sin aliento. Atrapando su mano
contra mi mejilla entumecida.
—Y yo a
ti...—murmuró, ensanchando su sonrisa. Ocupándose ya de volver a alejarse de
mí.
Pero viró
al poner un pie fuera, y advertí sus ojos volviéndose acuosos de pronto. Había
sido así la forma en que les recordé la última vez en que ella derrochaba furia
por cada poro de su piel.
—Te amo—susurró.
Sonrió, y
sin aguardar, salió. Había sido entonces que el aire volvía a mis pulmones,
respirar recobraba el sentido y aquél suspiro que dejé salir contra el silencio
que me invadió, no lució a nada más que a pura salvación. Alivio por, quizá...
encontrarme sólo.
Las
palabras aparecieron, y no me importó más que ella ya no estuviese para
escuchar.
—Te quiero, Lisa...
Hermosoooo.
ResponderEliminarDolorooosooo, Dios mio tiene de to do, simplemente no se que decir, me dejas sin aliento con esta historia Kat.