Anduve
por el comedor, y de vuelta hacia la estancia. Me topé entonces con la puerta
de la habitación de Monica entreabierta y por más posible que me quise acercar
para fisgonear no encontraba nada. Todo normal, todo en orden, y sin embargo,
no encontraba aún el maldito sentido. Nada era igual, maldición. No entendía
nada.
Y
escuchar a Joey comiendo aún en el comedor, indolente, y sonriéndole más a la
pizza que llevaba a su boca antes que compartir la agonía conmigo, lo arruinaba
todo más.
¿Es que
no le parecía raro? ¿No se daba cuenta del torrente de cambios que esto
traería? ¡Maldita sea! ¡No!
—Chandler
y Monica...—negué absorta, llevando ambas manos debilitadas hacia mi cabeza
mientras buscaba volver hacia mi lugar. Necesitaba volver a mi asiento pues las
piernas se me cansaban, me debilitaba a cada paso más, y no me importó siquiera
tener que ignorar incluso la terrible indiferencia de Joey por otro par de
minutos.
Simplemente
se bufó, al tiempo en que me acomodaba en mi silla.
—Lo sé—asintió,
sin verme siquiera, sin ponerme atención. Había engullido ya más de la mitad de
la pizza y parecía que aún tenía sitio para un par más. No podía creerlo
siquiera. Gruñí.
—Chandler
y Monica—vacilé—, Chandler y Monica, ¿Lo entiendes, Joey? ¡Chandler y Monica!
—Rach,
tienes que tranquilizarte, ¿Quieres?—izó su atolondrada mirada hacia mí, como
si le hubiera puesto indignado. Miró consternado hacia la puerta principal y
pasó un leve vistazo también hacia nuestro balcón decorado. ¿Qué buscaba
siquiera ahora? ¿Había algo que se hubiese vuelto más importante que ese trozo
de pizza? ¿Cabía la posibilidad?—. Ahora lo sabes y sé cómo te ha caído, a mí
me ha caído peor y a Phoebe ni se diga. Pero Ross no lo sabe, y podría aparecer
en el departamento en cualquier instante. Así que... si sólo pudieras...
Resoplé,
con las palabras atascadas en mi garganta, con una mano en la frente, negando
de nuevo.
—Es sólo
que... No puedo creerlo—bisbiseé, con mi voz entrecortada y respiración
desmedida. Mi boca se secó y con mi mente en blanco ya era la milésima razón
por la que no podría hablar—. Es... increíble, impensable. Jamás imaginaría que
Monica, y... él...
Callé. No
tenía sentido si sólo hablaba para mí. Si Joey había parado de escucharme de
nuevo por poner más atención a la odiosa pizza que comía. ¿Cómo se me ocurrió
tener una conversación con él si yo misma se la he comprado? ¿Por qué no había
pensado en que la maldita comida lo sería todo para él y que mis quejas,
lloriqueos, y alucinaciones sin sentido le pasarían desapercibidas?
Vaya
soborno, me reprendí. Es la última vez que le doblegaba con una pizza para
hablar a solas con él. Una hamburguesa de tofu hubiese sido perfecto. Me
odiaría un par de minutos pero al siguiente le sobornaría con una real para que
me hablara de todo lo demás.
Sabía lo
primordial pero no conocía el resto. Nada más, en esencia. Las razones, el
inicio, los por qués, los cómos, lo que Monica y Chandler pensaban al respecto
de ellos, de nosotros, de ocultarlo sin más. ¡Nada!
Le miré
trémula, con miedo. Mierda, ya iba por un trozo más.
—Tienes que decirme más—espeté.
Se quejó,
resopló sin esconder su oposición.
—Sabes
que esa llamada no ha sido suficiente, Joey—le solté firme, con cierto aire
molesto también. ¿Qué no entendía cómo me tenía la noticia? ¿No se había puesto
a pensar jamás lo que iba a ser de mí si me enteraba de todo?—. Debe haber
algo. Una explicación, una razón, algo que me ayude a entenderlo. No lo sé, lo
que sea.
—Anoche
te he contado todo lo que sé, Rach—contestó desinteresado, odiosamente
despreocupado—. Y escucha, no tiene tanta importancia, ¿De acuerdo? No tiene importancia
que Monica y Chandler ahora se pasen el tiempo teniendo relaciones.
—Maldición, Joey. ¡No puedo creer
que lo digas de esa manera!
Me rodó
los ojos y entonces, sólo así, dejó caer al platillo el trozo de pizza que
sostenía para prepararme unas perfectas comillas flotantes entre sus dedos
sucios por la salsa de tomate.
—De acuerdo—añadió—, perdona; Monica y Chandler
están "haciendo el amor".
Meneé la
cabeza instintivamente, aturdida, desconcertada, harta incluso de que no
hubiese captado lo que en verdad refería. Le busqué y tan pronto como le
observaba de nuevo, continuaba engullendo con toda naturalidad.
—No, no,
no...—traté de reponer, alterada, un tanto desesperada—. Me refiero a... Vamos,
sí que tiene importancia, porque se trata de ellos. Y, diablos, si pudieses darme
más detalles como, ¿Quién ha dado el primer beso?
—No lo sé—soltó
de pronto. Se había detenido un par de segundos para aparentar pensarlo antes
de dar la siguiente mordida al menos.
Resoplé.
Algo tenía que saber. Lo que fuese, lo sea serviría. De todos, ha sido el
primero que lo ha sabido y tenía que haber algo más, simplemente tenía que ser
así.
—¿Están siendo románticos siquiera?—insistí.
—No tengo idea.
—Están... ¿Están enamorados?
—No lo sé.
Me cansé
y le evité. Arrojé fastidiada mis manos al aire al tiempo en que dejaba salir
un tremendo gruñido frente a él. Era por más, ridículo, y no estábamos yendo a
ningún lado.
—No sabes nada, Joey—sentencié.
—Oh, sí—asintió
sin verme siquiera, poniendo una tremenda mirada orgullosa en su cara—. Sí que
sé una cosa.
—¿Qué?
Sólo rió,
echando una miradita traviesa hacia la estancia a mis espaldas.
—Sé que ayer por la noche ambos lo
hicieron sobre ese sofá.
Gruñendo,
una mueca de asco se me dibujó, y absorta, sin desearlo mi mirada se pasó por
el viejo sofá por unos momentos en los que quise burlarme, en el instante
después en que ubiqué más allá la puerta de la habitación de Monica aún
abierta, y me reprendía a mí misma otra, y otra, y otra vez más.
No podía
ser cierto.
Me
parecía una maldita broma ridícula que ella y yo, ambas, vivíamos juntas desde
hacía tanto tiempo y había veces en los que sentía que no la conocía más. Que
aunque pensara que no había nada nuevo para ser conocido, estaba equivocada, y
más si ahora, su día a día se basaba en estar ocultándolo todo y todo cuánto
ocurriese a cada momento.
¿Cuántas
veces me había dicho que iba a la lavandería y en realidad estaba con Chandler?
¿O las veces que me juraba trabajaría hasta noche y no la vería hasta el día
siguiente? Mierda, ¿¡Cuántas veces se habrá quedado Chandler a dormir en
nuestro apartamento y yo ni enterada así durmiese a un lado!? ¡No, no, no!
Más le
valía tener una buena razón para mantenerse en silencio, maldición.
—No puedo
creer que luego de tanto tiempo ella no me haya dicho nada aún. No lo concibo—musité
con debilidad, negando contra el vacío, con mis ojos tan abiertos que sentía se
resecarían.
Joey se
encogió de hombros y mi cuerpo tembló. Sentí sólo así ansias en mis piernas,
sentí quemantes los segundos que aún permanecía ahí sentada y sin moverme, sin
intentar más. Zapateé con urgencia mientras un leve gemido de indiferencia a él
se le escapaba, ubiqué en el perchero mi abrigo, y mi bolso habitual.
—Quizá ha
estado nerviosa—replicó—. Ambos están siendo muy raros sobre el hecho de
ocultarlo todo. No quiero ni imaginar lo que podría ocurrir cuando Ross...
—...No.
No puedo seguir así—espeté. Sin saberlo me había puesto de pie y, para variar, en
el medio segundo que volteé, él me había mirado—. Tiene que haber algo más.
—¿Rachel...?
Le oí y
no me quise detener. Anduve por la estancia, por el pasillo, cerca del balcón y
me aproximé lo suficiente a su alcoba de nuevo. ¿Iba a soportar hasta la noche
para hablar con ella? ¿Qué si miraba a Chandler primero? ¿Se lo iba poder
preguntar todo a él? ¿No lo arruinaría todo... aún más?
—Le
preguntaré—le miré, perforé de forma abrupta la forma atolondrada en que me
miraba—. Se lo diré directamente, le diré que estoy enterada y que... Dios mío,
no... No tengo ni idea. Y si tan sólo...—me detuve entonces, y miré el reloj de
la cocina. ¿Sólo la una y media de la tarde? ¿Hacían sólo treinta minutos que
ella se marchó de aquí? ¡Maldición!—. Si tan sólo ella no se hubiese ido más
temprano al trabajo, yo...
—¿Al
trabajo?—me cortó. Dejó de comer sólo así para que su voz me hubiese detenido
cerca del asiento que yo tomaba—. ¿Es eso lo que te ha dicho?
Asentí
débil, paralizada. No podía ser una mentira más. No lo era... ¿No? ¿Sí?
Joey se
burló.
—Monica y
Chandler se verán en Central Perk—musitó despreocupado, pasando sus ojos de
forma fugaz por el reloj infantil que llevaba en su muñeca para enarcar ambas
cejas al haberse percatado de la hora—, en aproximadamente cinco minutos. Ella
no llega horas antes al restaurant desde que ambos salen, por Dios...
—¿Qué?
—Lo que
te he dicho—añadió torciendo el gesto, y encogiéndose de hombros para mostrar
desinterés. La pizza ya volvía a tomar el protagonismo que antes tenía de
nuevo.
Mi boca
se secó, sentía en mi garganta fuego que pujaba por salir. Ubiqué una vez más
mi bolso tendido en el mismo sitio mientras me aferraba ya a todas las
posibilidades. Todo cuanto me hiciese zafarme de la molestia, de la
indignación.
Quería ver
a mi mejor amiga y mierda, parecía que jamás la encontraría de nuevo.
—Muy
bien... Ha sido todo—anduve a pasos atrabancados hacia el viejo perchero sin
aguardar. Tomé mi abrigo sin fijarme más allá de nuestro balcón si el día
pintaba gris o no, si hacía frío o si en verdad no lo necesitaba. Aferré la
correa de mi bolso contra mi hombro mientras rebuscaba con urgencia si llevaba
todo lo que podría necesitar. Si tan sólo hubiese escrito lo que escuché en esa
bendita llamada... hubiese sido perfecto también—. Ella no hace más que
mentirme, estoy harta, maldición.
El sonido
de la silla de Joey cediendo contra nuestra moqueta de madera me hizo virar.
—¿Qué
haces...?—preguntó solícito, temblando, abrumado. ¡Por fin demostraba emoción
alguna además del maldito antojo!
—La veré ahora mismo en la
cafetería.
—¿E-estás segura...? ¿Ahora?
Se puso
de pie y se quiso acercar. Me aproximé segura hacia la puerta de entrada y el
haber incrustado mis ojos secos en los suyos fue lo que le hizo parar. Sonreí.
—Y vas a ayudarme.
—¿Y qué
puedo hacer?—inquirió quejándose, con una sonrisa nerviosa atestando su boca—.
¿Además de esperar a que ella me asesine por habértelo contado todo?
—Distraer
a Chandler. Lo retendrás aquí, y le distraerás como si nada hubiese pasado—tomé
el pomo de la puerta y di un profundo suspiro antes de hacerlo girar—. Él iba a
pasar por un dinero que le debías, ¿No es así? Si ella ya está allá, no tardaré
más de cinco minutos en decírselo todo, y hablar con ella cara a cara de una
vez.
Abrí la
puerta sin esperar más, y ubiqué a su lado la última rebanada de pizza a medio
terminar mientras se me acercaba. Puse entonces un pie en el corredor y
desaparecí sin más; un rostro asustado, y repleto de salsa de tomate y anchoas
por la totalidad de sus mejillas fue lo último que había mirado. Aunque, me
parecía que había escuchado algo más.
—Rach,
¡No, espera...!
Cerré
detrás de mí y me esfumé, con cada escaloncillo de nuestro edificio que
descendía agotándome a cada paso más, arrancándome cada estribo de voluntad a
cada momento más. Sentía que el aliento se me entrecortaba y me odiaba, me
fastidiaba que por no dejar de pensar en recuperar la cadencia normal de mi
respiración las palabras que le diría se me escapaban.
Mi mente
estaba en blanco y las calles vacías también. Ubiqué, a través del enorme
ventanal que mostraba la calca gigante de Central Perk a Monica, ocupando un
asiento en el sofá que todos acaparábamos cuando visitábamos el sitio al mismo
tiempo. Mi aliento se estrellaba contra el cristal y se hacía vapor que
desaparecía en cada segundo junto con todas mis razones, junto con cada por qué
del que me encontraba ahí, tan molesta, tan indignada, tan lacerada y llena de
pensamientos equivocados si sólo la miré ahí, relajada, y sorbiendo un poco de su
café latté que siempre tomaba.
Monica,
me dije para mí, mientras me dirigía hacia la entrada del lugar. ¿Por qué si
sabía cuánto le quería me hacía esto? ¿Por qué ocultarme las cosas si todo
cuanto me ha ocurrido, todo cuanto me ha pesado o lastimado ella lo sabe
también? ¿Tan malo iba a ser que yo me enterara, que si Phoebe y Joey lo
sabían, yo sería parte también del clan? ¡Mierda, aún no lo creía!
Suspiré,
y cerré los ojos al entrar. Un solo paso me había tomado para que ella se
hubiese petrificado absorta con esa taza gigante y decorada que tenía a punto
de tocar de nuevo sus labios. Viró y me ubicó, y entonces pasando su vista
helada por todos lados, para el exterior, y luego hacia el bonito reloj de mano
que llevaba sólo me confirmaba todo lo que Joey me había dicho unos minutos
atrás.
Sí, había
sido otra mentira entonces.
—¿Rach...?—bramó, y un par de
personas que estaban cerca le miraron.
Pestañeó
ofuscada conforme yo me acercaba, como solía hacer, ignoró todo lo demás y
pareció que todo se detenía, todo se evaporaba al tiempo en que tomaba asiento
a un lado de ella, y ya le tendía una servilleta de la pequeña mesita cafetera
para que limpiase un par de gotas de café que se había derramado sobre su
rostro.
Así de
obvia había sido la sorpresa.
—Hola—le
miré en paz, aguardando a que ella también se tranquilizara. Volvió al asiento
que tomaba y no me paró de apreciar, no paraba de hacer que mi cordura
estallara con ello.
—H-hola,
yo...—negó al principio, selló sus ojos con fuerza mientras dejaba la enorme
taza contra la mesa para hacer el vago intento de poder volverme a mirar—. ¿Qué
haces aquí? Creí que te quedarías en casa... que... hoy era tu día de
descanso...
—Me he
aburrido en casa, y como casualmente caminaba por aquí, he decidido entrar—mentí,
sin más. No es que estuviese bastante orgullosa de lo pobre que ha sido el
comentario pero vaya, si ella podía hacerlo, si era experta en disfrazar la
verdad, quizá también yo lo haría perfectamente bien—. Joey me ha dicho que
estarías aquí así que me ha apetecido charlar contigo un momento. ¿Es que no
tienes también la sensación de que ya casi no hablamos?
Con las
manos bien puestas sobre su regazo se irguió. Se notaba sumamente tensa y su
ceño no dejaba de fruncirse más en el acto. Derrochaba confusión por cada parte
de ella que miraba.
—N-no en
realidad. Es que...—titubeó con el tono entrecortándose entre cada intervalo
irregular en que mi miraba, cada intercambio que había entre nuestras miradas y
los trémulos vistazos que echaba a la puerta de entrada detrás de mí.
Maldición,
ella está esperando a que él no pueda aparecer ahora. Sabe que vendrá, sabe que
si él aparece estaré a nada de saberlo todo y su mirada, por demás, la delata.
El miedo que la miro sentir, la desesperación, la frustración. Salen de cada
expresión que pone y sólo aumenta en mí la impotencia.
El
silencio, los segundos sólo me ahogan más. No sé si podré contenerme siquiera.
—Sólo dime cómo va todo—musité—, lo
que sea que me quieras contar.
Se
acomodó un mechón que se había salido de su sitio y asintió con cuidado, casi
paralizada. Llevó su mirada a los techos y aparentó lucir entonces un poco
pensativa.
—Es...
poca cosa—soltó, con una sonrisa culposa. Una risa que, era casi ridícula la
manera en que la podía delatar—. El trabajo va bien.
Me bufé y
negué. Ella se tensó.
—Oh, no.
No tenemos que hablar del trabajo—aparenté estar despistada, indolente. Sabía
que si algo le quería sacar, tenía que comenzar de forma lenta pero tampoco iba
a permitir que ella alejara el tema de esa manera—. Vamos, de lo que sea. De
cualquier cosa diferente de la que quieras hablar.
Calló por
unos momentos en los que pareció que quería meditar lo que yo pronuncié. ¿Pero,
cómo? ¿Cómo la noticia de tener una relación amorosa de ya casi un año se pasaría
por alto, o tendría que pensar en ello siquiera para hacerlo salir?
¿Le doy
otra oportunidad y no aparece nada? ¿Nada en verdad? No es cierto.
—E-está
bien, yo...—comenzó, y el aire pronto volvía a mis pulmones de nuevo. Me
enderecé como me fue posible sobre el sofá para mirarla de frente y no
titubear, no pestañear durante el próximo puñado de segundos en los que
saldrían palabras de sus labios—. El otro día vi a un sujeto en la fila del
banco que creí que era un poco lindo... Pero, ya no lo creo.
Y el
silencio se multiplicó, parecía que todo se evaporaba. Enarqué las cejas con
desdén y mostré interés para maquillar mi escepticismo, asentí, y ella lo hizo
a la par.
—Vaya...—susurré, sin haberme
percatado de ello.
Se
enderezó despreocupada y volvió a la mitad de café que le quedaba. Me hizo
odiar la mueca de desinterés que se le puso en el rostro mientras yo callaba.
El sólo pensar que ella se sabía victoriosa de nuevo dentro de su cabeza, de
creer que se había salido con la suya otra vez, me hacía hervir mis adentros y
aún así rogar por no escupir fuego al hablar.
Iba a
tener más cuidado, pero de aquí no saldría sin haberme enterado ya de todo,
maldición.
—Yo
anoche he salido a cenar con Tag—le confesé, rogando mostrar mi más perfecto
desinterés—. Ya sabes, hemos ido a Interlude,
luego un rato con su familia.
—Eso es... lindo—asintió.
—Anoche has salido también. ¿No es
así?
—N-no.
Dio a su
café tibio un sorbo más mientras trataba de evitar de nuevo mi mirada. Si esa
no era una pista de que había dado en el blanco entonces no sé qué lo es. La
llamada telefónica que escuché había sido clara. Chandler y Monica se burlaban
sobre algo que ella había planeado, algo importante y, al parecer, algo de lo
que yo no tenía que enterarme tampoco.
Se encogió
de hombros simplemente.
—¿Estás
segura?—pregunté. Era increíble cómo aún después de todo, podía simular estar
en paz.
Mi
pregunta la pareció fastidiar. Negó un tanto contrariada, molesta.
—Sí,
estoy segura, Rachel—espetó, removiéndose sobre el asiento para mirarme con más
cuidado a su lado. Entrecerraba los ojos como si hubiese algo que no entendía
aún—, ¿Hay algo que tú quieras decirme a mí?
Aspiré y
solté el aire con mis ojos cerrados. Mi garganta ardió sin más, mis dientes
rechinaron como si aquél silencio que puso entre ambas de nuevo se riera en mi
rostro. Como si me jurara que jamás iba a saber la verdad, y que tan tonta como
era, tan ignorante, a ella le iba a ser fácil seguir ocultándomelo todo.
Sus ojos
quedaron bien incrustados en los míos y un fino sonido agudo estalló dentro de
mi cabeza, mi orgullo contra el suelo, mi valentía justo frente a mí. Todo se
iba al demonio y su mirada permanecía en la mía aún. Era como si me rogara que
yo fuese quien dijera todo lo que sé. Mierda.
—Monica...
—susurré cabizbaja, mientras me removía para que mi cabello ocultara mi rostro
y ni pudiese ver su turbia mirada—. Sé de lo tuyo con Chandler.
—¿¡Qué!?
El
sobresalto me hizo volverle a mirar. Estaba horrorizada, espantada hasta la
médula. Sus ojos se abrían como platos mientras sus dos manos se quedaban
adheridas y tiesas a la altura de su corazón. Suspiraba, pero parecía no
bastar.
No pude
creer que lo he dicho, sólo así.
—Ayer por
la tarde los he oído hablando por teléfono—me obligué a continuar, pese a lo
débil que mi voz nacía de mi garganta. Si me detenía ahora, si a caso no lo
terminaba ahora en el instante, ya iba a ser demasiado tarde. No me atrevería a
tocar el tema una vez más—. Tú... le decías: "Le diré a Rachel que estaré
algunas horas con Julio, mi novio secreto del restaurante". Y él te
contestaba: "¿Julio? ¿Es ese mi nuevo apodo?". Y tú respondías:
"No, tú sabes cuál es tu apodo, Señor... Grandísimo...".
Rió sin
más, al tiempo en que yo terminaba de hablar y la miré entonces dar un sorbo
más a su enorme café. Tan indolente, tan odiosamente despreocupada y celebrando
todo lo demás. Y sin embargo no dejaba de darme la sensación de que se sudaba,
se enrojecía como mis ojos entrecerrados le aniquilaban más y más.
—¡Vaya!—bramó
orgullosa, echando su cabeza hacia atrás mientras disimulaba tranquilizarse de
las carcajadas que lanzaba. Tensé mi quijada y me le quedé mirando sin hablar—.
Te estás montando una obra intensa, Rach. Por Dios, no imagino cómo es que
acaba siquiera.
La
estudié paralizada, aguardando y sintiendo mi pecho punzar. Se burlaba,
maldición, no decía más nada y eso me hacía hervir la sangre como hace tiempo
no sucedía. ¿Estaba jugando? ¡Que sea una maldita broma, por Dios!
—Pues
quisiera saberlo también—espeté a secas. Ahí, sentada a mi lado y con esa
sonrisa que me dio, me ponía impotente, rabiosa—. Me paralicé, lancé el
teléfono y no supe nada más.
—Entonces,
si hubieses seguido escuchando... Me habrías escuchado llamarle Señor
Grandísimo Tonto. A secas.
—¿Qué...?—negué. Cada palabra que le
salía era más difícil de comprender.
Maldición,
su arrogancia me descolocaba, me desarmaba y a la vez me inyectaba de fuerza,
de cómo estaba a punto de darme por vencida y enviar todo al demonio de nuevo.
—Grandísimo
Tonto—repuso—. Porque el pobre no puede parar de contar chistes a veces.
Le
estudié y decidí callar, mientras un hueco de enormes proporciones se abría al
centro de mi pecho sin poder evitarlo. Ella aún, mintiéndome, riéndose incluso
cuando le he confesado todo lo que sé y mientras tanto la verdad que se me
escapaba, me permeaba más de ira, me cegaba incluso más.
—Entonces,
es todo, ¿No es así?—simulé estar bien, sonreí con cinismo incluso—. Me estás
diciendo que entre Chandler y tú... no hay nada.
Aguardó,
y parecía no estar dispuesta a añadir más. Reí entonces, y retomé mi bolso a un
costado de mí. Me ridiculicé con un par de burlas discretas, me sentí débil y
una vez más ya no la quise mirar. Era una maldita incrédula que no podía
enfrentar ni a su mejor amiga.
El simple
hecho de mantenerme frente a ella me hizo sentir miserable y sin notarlo, sin
comprender, me sorprendí negando en silencio y poniéndome de pie a la par. Sintiendo
no más que un tacto firme aferrando mi mano deteniendo el próximo paso hacia la
salida que planeaba dar.
Viré y
ubiqué sus ojos, sus lagunas serias perforaban el piso con el semblante
claramente tenso, destruido. Sentí un dolor agudo y vacío sin siquiera ser
consciente de ello.
—¿Cómo se
supone que iba a decírtelo...?—su voz sin más se quebró—. Si había sido en los
días en los que más me necesitabas... No sabía cómo lo tomarías, si lo
aceptarías o no. Yo...
—Es que eso no es lo que importa ya.
¿No lo ves?
Negué, y
la aprecié petrificada, sintiendo miedo, temor porque mi mejor amiga no estuviera
aquí, que estuviese más lejos de lo que hubiese creído. Un miedo que genera
ácido en la garganta, que quema el esófago.
La rabia
e impotencia ya corrían vertiginosas por todo mi cuerpo, por la totalidad de
mis pensamientos. Ella negó de nuevo, su rostro entero me juró que todo esto
que pasaba, todo cuanto nos rodeaba era imposible de creer. Aferró con más
fuerza mi muñeca haciéndome sentir una marea de sentimientos que ya no lograba
acomodar dentro.
—Lo que
interesa es que ha sido tan impensablemente aberrante para ti la idea de
siquiera hacérmelo saber. Luego de... tanto.
—R-rach...—gimoteó.
—...No.
El nudo
infinito amenazaba por lacerar, por impedirme hablar o mirarle más. Las
lágrimas amenazaban mientras luchaba por librarme ya de ese agarre que me
estaba cortando muy seguramente la circulación y me alejé. Comprendí que si me
quedaba, sería para mal. No podría soportar sentirme inmensamente cabreada con
ella y todo iría cuesta debajo de cualquier manera. Jamás había creído que
podría sentirme así de decepcionada de ella. No de Monica.
Con el
pecho comprimido, adolorido, salí sin importarme haberla dejado varada a la
mitad de la cafetería, me interesó menos saberle tensa o enfadada, contrariada
o desconcertada hasta la médula pues, estaba segura, ella sabía que yo me
encontraba mucho peor.
Doblé a la
primer esquina que me topé y me quise olvidar de que serían más horas incluso
sin verla, más horas vacías y al mismo tiempo impregnadas de incertidumbre, más
horas deseando desaparecer lo ocurrido, comenzando por el maldito silencio que
tanto se empeñó en construir.
Llegué a
una cabina telefónica luego de un par de calles más que me puse a serpentear.
Llamé a nuestro departamento pero no hubo respuesta, no luego de la tercera vez
que lo intenté. Una parte de mí lo agradeció, y decidí que ir a ocultarme en mi
habitación no era el mejor sitio para estar. No si estaría sola, no si me
podría topar a Chandler en el departamento de enfrente y todo empeoraría a la
par. No si aún estaba segura de que seguía con un terrible humor al respecto y
el cómo sabía se acentuaba escandalosamente.
Me alejé,
me aparté lo suficiente perdiéndome de la cuenta de las calles que había
recorrido hasta llegar a una cafetería más cercana al centro de la ciudad. El
entorno se tornaba más tranquilo y aunque no paraba de mirar a mi lado la
mesita que Tag y yo solíamos ocupar cuando visitábamos el sitio tenía la
sensación de que la rabia ya se comenzaba a disipar. O la última mirada de
Monica me había pesado con tal magnitud, o es que el café que me había ordenado
estaba así de delicioso.
Alguna
razón habrán tenido ambos, ¿No es así? Me cuestioné. Ya no me sentía tan
abandonada, ni tan sola, tampoco tan ansiosa. Quizá ha creído que le juzgaría,
o que le cuestionaría de principio a fin todo cuanto ocurrió. Si acaso una
parte de ambos, o como sea que se hayan dado las circunstancias había jurado
que la razón por la que todo había funcionado entre ellos era porque se
mantenía por debajo de la luz quizá tenía que respetarlo. Apoyarles si me era
posible, y esperar a un lado de Joey y Phoebe a que la tormenta tome otro curso
cuando Ross se tenga que enterar.
¿Cuánto
tiempo Chandler había estado soñando con esto? ¿Cuántos intentos gastó, desde
que salíamos de la universidad, para que ella le aceptara una pequeña cita
siquiera? ¿De qué maneras se lo llegaba a pedir? No imaginaba el júbilo. No me
paraba a pensar en la dicha en la que Monica le hacía encontrar, y sólo me
concentraba en las mentiras que ambos daban para ocultarse, en las excusas, en
los cambios de planes, en las burlas que nos lanzaban a todos para hacernos
creer que nada había cambiado, que eran sólo amigos, o incluso, un par de
conocidos que apenas y se hablaban.
Quizá
encontraron simplemente el tiempo correcto, pensé. Luego de todo, luego de
tanto que ambos habían atravesado hasta ahora. Y rogué por poder aceptarlo, por
comprenderlo, no sólo la relación sino cual fuese la razón. Fuese cual fuese
las últimas palabras que Monica quiso darme durante la tarde y que, en cambio,
les dejé en la punta de la lengua por quererme marchar. Esperaba aún merecer
aquellas palabras.
Al
anochecer la ubiqué cuando sabía, su horario de trabajo ya había terminado. Me
detuve en la acera del restaurant Alessandro’s donde trabajaba, y mientras aguardaba
a que se despidiera de sus compañeros y de un par de meseros que se le acercó,
vislumbré el pequeño y oscuro callejón por el que solía entrar al lugar años
atrás. Ese por el que Michael entraba hasta llegar a la parte trasera para que
no le reconocieran. Era tal el tiempo que me parecía... ridículo.
El
taconeo fino que dejó sobre el asfalto me desconcentró. Me estudió, y su
sonrisa apañó mi vista entera.
—¿Estás
mejor?—me sonrió igual o incluso mejor. Aún llevaba su gorro de chef y, por la
forme en que su cabeza lucía diminuta debajo de ello no pude evitar dejar salir
una carcajada a la par.
Abrió sus
brazos, y no dudé en dejarme caer contra su cuerpo delgado. La apretujé y
aproveché para quitarle ya el enorme armatoste mientras me aseguraba de que no
hiciesen falta palabras para contestar, sino el tacto, la forma en que mis
fuerzas hicieron de las suyas para hacerle saber todo lo que no podía decirle
todavía.
—Espero
que sí...— me incorporé y acomodó su cabello.
Removió
algunos mechones que se habían movido de lugar y creí entonces mirar cómo sus
ojos se humedecían. Sonrió al darse cuenta de que lo notaba.
—Vayamos a casa—susurró.
No
tomamos un taxi, para variar. Habíamos decidido volver caminando al darnos
cuenta de que el tráfico no era el usual. Las calles estaban más tranquilas,
más calladas, y el tiempo además nos sirvió para charlar de todo y de nada,
como antes, como solía y de la manera en que solíamos ser. Las nuevas noticias no subieron a flote en
ningún instante pues yo no lo quería, y aunque tuve la sensación de que más de
una vez ella había tenido la intención de tocar el tema trataba de desviarnos
en el acto. No quería propinarnos una discusión más y, si ella quería hablarlo,
deseaba que fuese porque en verdad naciera de ella, y no por sentirse
presionada por ello.
Habíamos
llegado a casa sin habernos percatado siquiera que las formas de evitar que
habláramos de ello me sobraron. Una risa sin más se le salió, y en su lugar, al
toparnos con Ross en el pasillo, enfadado y quejoso, justo fuera de la puerta
de nuestro hogar, todo se había transformado en infinitas ideas de mofarnos de
él. Y por las risas que se le salieron a Monica a mi lado estuve segura de que
ocurría lo mismo con ella.
—Oh, gracias
al Cielo—él soltó en medio de un resoplido. Relajó su cuerpo y pareció que sus
ojos brillaron de júbilo al saber que habíamos llegado—. Primera vez que no
había podido entrar.
Reí de
nuevo, y me aproximé hacia la puerta cerrada con ambas manos rebuscando en el
interior de mi bolso.
—Yo tengo la llave—musité.
Abrí
entonces, y sin embargo, antes que ingresar, se había detenido en seco a mi
lado y con la mirada clavada en los suelos de forma fría, incrédula, contenida.
Señaló con prisa algo que con la brisa que había provocado la puerta se deslizó
bajo mis pies y lo advertí también, conforme mi ceño se fruncía de forma
imposible.
Era un
trozo de papel, doblado por la mitad.
—¿Qué es
eso?—Ross preguntó hacia ambas, solícito, inclinándose en un segundo para tomar
el trozo de papel con cuidado entre sus manos congeladas.
Habíamos
entrado al departamento y por apreciar aquella pequeña hoja, ni cuenta me di de
sus expresiones, ni uno notó que habíamos ingresado sin haber cerrado la puerta
a nuestras espaldas siquiera.
Lo tomé
de sus manos, absorta, y Monica se aproximó. Lo desdoblé con cuidado y entonces
los estribos se destruyeron, mi juicio me abandonó cuando, antes que ver el
nombre del responsable, mis ojos humedeciéndose habían reconocido la
caligrafía.
Era de
Janet.
—E-es
de...—alcancé a bisbisear, débil. Sin escucharme a mí misma, sin comprenderlo.
De pronto
me había inundado de un centellar de preguntas que se atascaban en mi mente, y
a cada instante me parecía más incontenible el pensar en cualquier posibilidad
cuando advertí el sonido de la puerta del hogar de Joey cediendo, un par de
voces masculinas llegando y otra más suave a la par. Preguntas que sonaron a
¿Qué pasa? ¿Qué es eso? y ¿Qué ocurre? Desapareciendo conforme Monica, les
detenía a mi lado.
Un nudo
dentro de mi pecho estalló.
"Las líneas
telefónicas están hechas un desastre, y te he venido a buscar a casa pero nadie
atendió. Estoy en el Beth Israel Hospital. Michael ha sufrido un terrible
accidente hoy por la tarde, una deshidratación severa, y lo han internado de inmediato.
No he sabido qué más hacer..."
La
destrucción de nuevo todo lo barrió. Mis ojos centellaron, mi vista se
distorsionaba, se nublaba y mis ojos ardían por el escozor. Una mano se fue
lánguida hacia mis labios y, sin embargo, aunque mi mente se encontrara
permeada ya de sufrimiento, desolación, pánico enfermizo, las últimas líneas se
volvieron más claras de lo que quise desear.
Me
perforaron el alma sin siquiera notarlo.
"...No sé si él
lo pueda lograr."
—N-no...—gimoteé
quedamente, mientras una lágrima alcanzaba mi mano paralizada. La respiración
de pronto me faltó y mi pulso cardiaco sólo se aceleraba, se descolocaba todo
cuanto sentía, miraba o quería pensar.
No,
mierda. No. No es cierto. No es posible, no puede ser verdad.
—¿Qué?—Phoebe bramó angustiada,
quejosa—. ¿Qué es?
—E-es
Michael...—los encaré, y sus rostros preocupados me perforaron el ser de forma
instantánea, sus rostros se habían tornado borrosos por las lágrimas que no
pararon de caer, no me salía la voz por el peso que el nudo tenía en mi pecho—.
Él... está internado... en...
Las manos
de Phoebe se fueron directas a la altura de sus labios, cubría casi la
totalidad de su rostro mientras esos ojos desolados me aniquilaban, brillaban y
centellaban de dolor. A su lado Joey se petrificaba, Ross se irguió y como
Monica miraba hacia todos lados, confundida, abatida, transmitiendo tristeza y
aflicción un quejido crudo se desprendía de los labios de Chandler, estando a
sólo unos centímetros de ella.
Negó con
desespero.
—E-es
imposible...—me miró, ubicaba a todos y a cada uno alternadamente, su voz
temblaba y su respiración se aceleraba—. Lo hemos visto. Él... estaba perfecto
justo ayer. Durante la cena, estábamos...
Aquello
me rompió. Ardí y, sin quererlo creer, sin dejar que las razones entraran, y
que sólo la aberración, la culpa, el desconcierto me obligaran a darme cuenta
de que Monica le fulminaba con la mirada, mi boca se secó. Las palabras no
aparecían, el tiempo avanzaba y mi sangre bullía a cada maldito instante más.
—¿Q-qué...?—le
cuestioné absorta, dolida. Infestada de una infinita molestia que nacía en mi
pecho y se disipaba por cada extremo de mi ser.
Pero no
decían nada y, mierda, ¡Mierda! ¡Sus malditas miradas aterrorizadas lo
gritaban! La manera en que su semblante se descolocó, el cómo los ojos de
Monica se destruían con los míos ardió más que cualquier desgracia que me podía
imaginar.
—¿Han...
salido con... él...?—pregunté sin sentirlo, y el resto les miraba
desconcertados igual.
—Rach,
tranquilízate—Monica musitó con los ojos llorosos, aniquilados, su voz
temblando y mi temor con ello infestándolo todo—. Vayamos ahora mismo, y...
Negué
débilmente y la rabia me ardió. Resoplé intentando contenerme y mirándola ahí,
frente a mí, y sin moverme sólo me convencía de cómo la aberración que sentí me
atestaba. Apreté los dientes pues ya no soportaba esa punzada. Gritaría,
mierda. Juraba que la furia vertiginosa me atravesaba el cerebro.
Más
lágrimas se derramaron, arruinaron todo aún más.
—¿¡Por
qué mierda no me dijiste que él estaba en Nueva York!?—chillé sintiendo que mi
garganta se rasgaba. Todo cuanto creía haber sanado se evaporaba y el miedo, el
temor que me secuestró durante la tarde volvía a burlarse de mí.
El
aguardar por una maldita respuesta que no llegaría, fue la perdición. Negué, y
como pude, como me fue posible, vislumbré al resto debatiéndome en cómo me
abriría paso para irme al demonio de ahí. No me pude mover sin antes dejar
arder las únicas palabras que se deslizaron desde mi mente hasta mi boca.
La estudié,
y se escapó ese líquido salado también de sus ojos.
—Ya no puedo creerte más, maldita
sea...
Paré de
observarles y me esfumé, pues además de gemidos, de llanto, mis labios ya no
podían emitir algún sonido más. Dejé un azote a la puerta y corrí dándome
cuenta de que a mi alrededor ya nada tenía sentido. No me percaté del taxi que
se detuvo a mi lado por las lágrimas que desprendía, no pareció transcurrir el
tiempo, y no parecía real el llanto que salía de mi boca. Sólo la oscuridad, el
temor, el pavor, el horror que me invadía de sólo pensar en todo de nuevo.
¿Pero qué
mierda ocurrió? ¿Qué había pasado, maldita sea?
El
trayecto al hospital se prolongaba y como cada lágrima se me escapaba, como
comprendí que las yemas de mis dedos no me servían para hacerlas parar,
amenazas se manifestaban en mi mente y no se detenían, no me dejaban de
atormentar;
Michael
dejándome.
Michael
no estando allí, no volviendo jamás.
Michael
convirtiéndose en arena entre mis dedos, en humo dentro de mi mente.
Michael
desapareciendo, sólo así, como si fuese no más que algo que sólo hubiese
imaginado.
Michael
partiendo para no verlo nunca más, no observar su sonrisa aunque fuese de
lejos, no sentir que me acaricia el corazón cuando miraba una fotografía de él,
no saberle aquí, en mi mundo, respirando y... siendo él. Así hubiese salido de
mi vida tanto tiempo atrás.
El
maldito pensamiento de no volver a escuchar su voz.
Se rompió
todo en mi interior. Un agujero indeciblemente profundo que se agrandaba al
haber arribado y toparme con el centellar de cámaras, reporteros, paparazzis y personas que lloraban por
él en medio de la nevada que se avecinaba. Se iba devorando mi corazón poco a
poco mientras corría por las aceras hasta acercarme lo más posible a la
entrada, aproximarme cuanto pudiese al bullicio de llantos, gritos y lágrimas
que se propagaba al frente del hospital.
Un sujeto
de seguridad me empujaba y, aunque no lo sintiese siquiera, aunque hubiesen
pasado desapercibidas las maldiciones que me gritó, me sentí de pronto aturdida,
como si la noche se hubiese convertido, sin más, en una maldita pesadilla
cuando de una inmensa camioneta blindada, aparecía Lisa, tan elegante, tan
ella, cabizbaja y con cuerpos de seguridad abriéndole paso para poder entrar.
Le había
gritado entonces, o eso pensé, y al instante en que supe me había ubicado y sin
esperar se volvía a girar, comprendí que me encontraba en un sueño. De esos
malditos dueños horribles de los cuales no podía despertar.
Estaba
llorando y bramando, maldiciendo a un paso del abismo, y conociendo el sueño en
el que me encontraba, una mano suave, dorada y delicada tomaba la mía a la par.
Un par de ojos irremediablemente reconocibles me iluminaron y, como la primera
vez, me habían brindado vida pura en su mirada. Me recordaron a él, como
aquella vez.
Un par de
hombres fornidos y aunque ella lloraba, aunque las cientos de personas a mi
lado le reconocieron también, pareció no importarle más que haberme encontrado
justo en el medio.
Toqué la
luz.
—Janet...
*****
Pensé en
todo para nosotros, menos en un final. No uno así, no de esta forma. No uno en
el que pudiese pensarla, sólo desde otra dimensión. Y deseé aferrarme, esperar,
rogar por un 'No quiero irme' que no sabía si llegaría.
Abrí los
ojos, y no noté el instante en que el tiempo había dejado de tener su dimensión
real.
Una luz
deslumbrante y nívea fue lo único que aprecié. Yo, aprisionado en una
habitación desconocida de paredes blancas. Cortinas bajas cubriendo la pared
que me rodeaba, luces brillantes por encima de mi cabeza que me cegaban y unos
tubos traslúcidos que se enroscaban alrededor de mis manos y debajo de mi nariz
tenía un objeto adherido a mi rostro. Estaba recostado en una cama dura y un
poco inclinada, una que no había tocado jamás, una que tenía barras de metal a
los lados.
Las
almohadas estaban duras y llenas de bultos, y algo diferente a ello me molestó;
un agudo pitido sonaba desde algún lugar cercano y de una forma, iba en
sincronía con los latidos que mi corazón palpitaba. Se regularizaban, ascendían
uno a uno y sin más, el ardor por la aguja incrustada en ambos brazos
desapareció, mi pulso aumentó cuando, a un costado, descansaba una bolsa
repleta de sangre que, al parecer se conectaba con mi torrente sanguíneo, me
hacía permanecer aún aquí.
Me
atemorizó haberme topado con ese 'O Positivo' escrito en grande sobre el fino
plástico ahí. Y sin embargo, terminó de darme vida el que, el nombre ahí
plasmado del donador... era el de ella.
Rachel.
—Me
habías dicho que mantienen la sangre en bolsas congeladas dentro de un almacén
escondido...
Viré
instintivamente, como me fue posible reaccionar. Y al encontrármela ahí, bajo
el umbral, con sus ojos grises e irritados, con sus manos cubriendo su pecho,
me fui a dar cuenta de que no estaba muerto en realidad. Aprecié a mi ángel
personal así, con mi vista vacía, sin sentido, difuminada, y todo calló en su
lugar.
Había
comprendido ahí que la muerte no podía ser así de deliciosa.
—Princesa...
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