—¿De
qué...? ¿Estás segura?—bramaba instintivamente, me faltaba el aire, cada
segundo que transcurría el sentido se me iba aún más.
Me puse
de pie sin haberme percatado de que sentada, ya no pensaba con claridad, los
brazos de Tag rodeándome no me dejaban tranquilizarme. Se escuchó entonces una
pequeña risa nerviosa, aunque ácida, viniendo del otro lado.
—¡Sí, por
Dios!—Monica espetó—. ¡Justo he
terminado la llamada con Janet!
Mierda,
no. No podía creerlo todavía. ¿Cuánto tiempo me había dicho Debbie que tenía
con su embarazo? ¿Cuándo esperaba que pudiese terminar? No podía ser tan
pronto, ¡No podía ser!
—Escúchame—se le oyó reponiéndose,
recobrando un poco de seriedad—, Ross y
los chicos ya van hacia allá. En unos minutos ya deberían estar esperándote.
Yo... empacaré algunos abrigos y llegaré junto con Chandler un poco más tarde,
¿Está bien?
—S-sí, sí... Diablos, yo...
—...Y Rachel—me cortó, mis movimientos se
habían petrificado al tiempo en que buscaba, rogaba por fuerzas para encarar de
nuevo a Tag a mi lado. Él había callado, no había añadido nada más desde que mi
semblante cambió—. Te lo ruego, date
prisa. El Beth Israel está hecho un caos. Janet me ha dicho que... hay
helicópteros incluso sobrevolando el área. Si estás ocupada, entonces...
—Por
Dios, no—zanjé, se me rasgaba la garganta al hablar—. No, no. No lo estoy...
Estoy en camino, y-yo... llegaré...
—Te
veré allá, Rach... Adiós.
El
silencio volvió cuando cortó la llamada, aferrando el aparatejo con fuerza
entre mis dedos, percibí cómo la tensión aumentó. La prisa, esa sensación de
urgencia mortecina que me recorrió el pecho al comprender lo lejos que me
encontraba aún. ¿Tomar un taxi? Sería una pésima idea, aún con todo el caos del
que ella me habló. ¿Llegar al departamento para irme con ella? Demasiado tarde.
¿Ir corriendo? No, ¡No!
Me cubría
los labios con una mano temblando, con mi garganta al borde de colapsar cuando,
al girar, me encontré con no más que el verdadero de mis problemas en ese
instante. Tag negó, desesperanzado, vencido, y por más, con una mirada
sumamente endiablada, fuera de sí. Me estremecí en el acto, todo se me vino
abajo.
—No ibas
a verle en mucho tiempo, ¿Recuerdas?—me sonrió con tranquilidad, y aún así, con
una mirada brillosa, y serie que me perforaba la mente.
Y la
urgencia no perecía, sólo crecía, la sentía punzando en cada turbia
palpitación, chocando y atascándose contra el nudo que ya me quería nacer en la
garganta.
—M-me
tengo... que ir...—pestañeé palideciendo, esperando a que mi mirada se
humedeciese de una vez. Sabía lo que su gesto significaba, comprendía lo que
hacían las palabras que hace algunos minutos le juré y cómo se derrumbaban de
nuevo sólo con esto. No esperaba que él lo pudiese entender, sólo que lo dejara
pasar—. Él es... mi amigo, Tag.
—Y yo soy tu novio—espetó.
El tono
ácido que usó me enmudeció, al tiempo en que, de la mano del silencio, sólo me
miraba. Llevó ambas manos dentro de sus bolsillos y, sin más, un leve suspiro
exasperado se le escapó, mientras que yo imaginaba la revolución que partía de
nuevo su mente.
—No puedo
hacerte elegir, ¿No es cierto?—musitó. Dejé de respirar por un instante en el
que, creí que un gemido sería lo que aparecería.
—Lo... lamento.
Se acercó
un paso más hacia mí, y creí que soñaba al ver que la comisura de sus labios,
de apoco, se extendían.
—Andando—susurró—,
yo te voy a llevar.
Y paralizado,
puso una mano delicada alrededor de mis hombros, haciéndome andar. Ajena a
todo, alucinada hasta la médula. Sintiendo que cada paso que daba con él, cada
segundo silencioso que transcurrió dentro de su vehículo, no se vivieron en
realidad. Era como una perfecta agonía, que tuvo final al instante en que
decidí despedirme de él un par de cuadras antes de arribar.
Seguridad,
paparazzis, camarógrafos, reporteros,
haces de luz a cada medio segundo, un bullicio tremendo, casi incontenible
ocasionado por los admiradores que ya se encontraban ahí, sosteniendo no más
que pancartas, e imágenes preciosas de Michael que abanicaban con sonrisas
brillantes en sus rostros. No iba a existir una sola explicación, la mínima,
que pudiese calmar la incertidumbre de Tag si llegara a toparse con todo esto.
Encontrarme tomando su mano, y entre decenas de diferentes cuerpos de
seguridad, mirar a Wayne ubicándome al final de la barda de defensa para hacerme
pasar, sería letal. Ni uno de los dos sabría cómo manejarlo.
Me
dirigió entonces un puñado de metros luego de la entrada trasera por la que
tenían su lugar la llegada de ambulancias, los suficientes para que el bullicio
pudiese debilitarse un poco más. Ya no se apreciaba un solo haz de luz más, o
los cánticos que las personas hacían nacer desde afuera. Un silencio fulminante
me heló al tiempo en el que, como una alucinación Yannick aparecía para
recibirnos a ambos, nos conducía sin importar que mis pies trastabillaran sobre
el suelo hasta un ascensor para personal del hospital.
Había
perdido la costumbre de todo este tipo de procedimientos, y lo esperaba así,
aunque no imaginaba que volver a vivirlo, y de alguna manera, con una urgencia
asesinándome dentro, me pesaría diez veces más.
Luego,
todo se convirtió en un espejismo, y los brazos de Janet ya me interceptaban
abiertos, haciéndome retroceder por el simple impacto. La aferré sin darme
cuenta, la ceñí hacia mi pecho como si cada temporada que viví sin saber nada
de ella me hubiese ya asesinado, y sin embargo, con ese abrazo que nos dábamos,
los últimos tres años habían desaparecido, para traer pura, y completa alegría.
La había extrañado como una lunática.
—Tenemos que
dejar de encontrarnos en hospitales...—susurró, al tiempo en que una de sus
manos finas, delicadas, se paseaban por mi nuca para hacerme suspirar, absorber
ese fino aroma característico a rosas que siempre desprendía de ella.
—Lo sé...—dejé
salir, y cerré mis ojos ante la última punzada de fuerza que me hizo aferrarle así. Luego, nos apartamos
con lentitud.
Y mi
sonrisa se agrandó, mis piernas temblaron, tuve la sensación de que mi corazón
duplicaba su tamaño cuando, a sólo un lado de ella, se encontraba Kate,
obsequiándome la más preciosa de las sonrisas que mis ojos serían capaces de
contener. Esa misma que le había heredado a todos sus hijos, a la hermosa
Janet, a mi Michael, ese delicioso gesto por el que me enamoré.
—Kate...—me
aproximé hacia ella, con el semblante descolocado, abriendo mis brazos hacia su
cuerpo como si en mi mente no tuviese cabida nada más.
—Hija...—me
sostuvo igual, con la misma fuerza que necesitaba, esa que me hizo no querer
echarme a gritar de emoción. Estaba bellísima, más radiante que nunca y más aún,
los años no parecían recaer en su belleza. Aunque, ¿Cómo? Si uno de sus hijos
está por darle una ilusión más. Me alejé entonces, y la estudié mordiéndose sus
labios para reprimir una sonrisa mayor—. Siento que... ha transcurrido una
eternidad.
Aún con
nuestras manos unidas, con mi pulso al mil, tuve la sensación de que me
estudiaba de pies a cabeza, de que se detenía en mi cabello, en mis facciones,
en mis piernas, en mis brazos temblando, y sólo sonreía incluso más. Yo
desbordaba júbilo por cada poro de mi ser.
—Estás
bellísima—musitó, negando con orgullo para sí, antes de que a Janet se le
escaparan un par de risitas por el comentario.
Aquél
gesto me contagió, y sentí mis mejillas entumiéndose, la sangre viajando
vertiginosa debajo de mi piel. ¿Le era incluso posible ser más encantadora? ¿La
recordaba así de perfecta, de angelical? Por Dios, era una joya de madre, una
de las mejores que jamás conocí.
—¿Alguien
más ha llegado?—bisbiseé hacia ambas, sintiéndome aún enrojecida, avergonzada
hasta lo indecible mientras que Kate dejaba ir mis manos con suavidad—. Monica
me ha dicho que...
—¡Oh, por
Dios, sí!—Janet, entre ambas, bramó llevándose ambas manos hacia sus labios
abiertos. Ni tiempo le daba a Kate de reprenderle por el volumen que su voz
tomó cuando ella ya se disponía a tomar de mi mano, y halar con cuidado de mí—.
Ahora volvemos, mamá.
—Claro—Kate
replicó, negando con dulzura mientras que, al alejarme más, por el gesto que
hacía me dio la impresión de que comprendía lo que Janet decía. Me obsequió un
último guiño, justo antes de echar a andar.
Con mi
mirada perdida, ubiqué más allá cómo Yannick y Wayne hablaban con distintas
personas que noté, entre ellos a Jermaine, Randy y, por más que me pretendí
enfocar, a nadie más. Sólo personas trajeadas con los que conversaban de forma
seria. ¿Michael estaba con ellos? No, por supuesto que no. Estará con Debbie,
pensé, ¿Dónde más si no?
Yo no era
la única visita en el hospital, eso era seguro, y si él ha estado al lado de
Debbie todo este tiempo, dudaba mucho que siquiera supiera que yo había
aparecido ya. Las paredes blancas, el olor a alcohol, las enfermeras, la
angustia, todo me traía recuerdos de la última vez que estuve aquí, de cuando
Michael había sufrido ese horrendo accidente, y que creí que la vida se me
terminaba con ello.
Suspiré
para despejarme; no debía pensar en ello ahora. Entre tanto, Janet se detuvo al
final del pequeño pasillo, justo frente a una puerta de una de las salas de
espera privada, y de pronto, su dulce sonrisa, se avivó.
—Ellos...
llegaron hace algunos minutos—me dijo, buscando con una de sus manos el pomo de
la puerta blanca que nos detenía, justo antes de halar—. Si no me los hubiera
topado en la entrada, no sé cómo hubieran podido entrar...
Y al
abrir, Ross nos recibía a ambas, radiante, orgulloso de sí. Se debatía entre
ensanchar su dulce sonrisa hacia Joey o Phoebe a su lado mientras que, al
mirarme incrédulo, paralizado, un par de risas traviesas se le salían, y dentro
de mí, todo iba igual.
—¡Hola,
Rach!—saludó, dejándome un pequeño beso contra mi mejilla mientras Joey y
Phoebe se aproximaban también.
—Hola...
Permeada
de júbilo, saludé a los chicos igual. Así, topándomelos impregnados de
entusiasmo, de familiaridad, sólo había logrado que mis temores se destruyeran
en ese mismo segundo. Sólo de verles me sentí más tranquila conmigo misma, con
todo lo demás. Más ligera, y antes que extrañarme, recordé la llamada
telefónica que crucé con Monica tiempo atrás. Ella y Chandler aún no aparecían.
Viré y
encontré a Janet, dispuesta a preguntar sobre ambos, pero ella se encontraba
atenta charlando con una bonita enfermera que había aparecido. Asintió y cuando
la chica desapareció, su mano volvía a la manija de la puerta y, sus pies al
exterior del pasillo. Algún asunto que ha surgido, seguro.
—Les
dejaré por un momento—nos dijo, y consultando la mirada de Ross, él sólo
asintió con ella—. ¿Está bien?
—Claro, Jan—musité.
Me dejó
un guiño no más perfecto que el que Kate me había obsequiado, se sonrió con los
chicos y cerrando la puerta detrás de ella, desapareció. Al menos, me había
dejado con las personas que más deseaba.
—Esperábamos
que no te demoraras tanto—Phoebe rozó con delicadeza uno de mis hombros,
llamando mi atención—. ¿Dónde estabas?
Meneé la
cabeza, rogando relucir desinterés. Y sin embargo, parecía que ese gesto no
bastaba.
—No
importa...—terminé por encogerme de hombros, aunque la mirada de Ross a mi
lado, por poco me pesó. Sabía que de enterarse, se molestaría—. Monica me ha
dicho que venía para acá... ¿Aún no...?
—¡Ah,
mira nada más!—Joey sin más, me cortó, señalando con orgullo la puerta por la
que yo ingresé un minuto atrás.
Junto con
Chandler, Monica llegaba por fin, y como me había dicho también, llevaba
algunos abrigos que, de tantos, le tendía el más colorido a Phoebe, Chandler
daba uno más a Joey y al acercarse, con un gesto derrochando dulzura ella se
aproximó a mí para darme uno también, y le agradecí con la mirada al tiempo en
que decidía usarlo. El aire acondicionado del sitio me estaba alterando más y
más.
Me
pregunté entonces si ella y Chandler habrán pasado por el mismo caos que me
recibió en la entrada. Aunque, por lucir así de tranquilos, me sonó a que Janet
quizá ha tenido algo que ver. No se le escapa una.
—Pensé
que tardarías más—le dije, mirando cómo el resto se devolvía a los asientos que
tomaban antes de que yo apareciese en el lugar. Un conjunto de sofás enormes
que, sólo de verlos, había pasado por alto.
—¿Y
perderme un momento más de esto?—Monica sin más, se bufó—. No es posible.
Unas
carcajadas impecables se le escapaban hasta que recobraba un poco de seriedad,
y aún con la sonrisa bien marcada en su bonito rostro viraba para apreciar a
Chandler a un costado de ella.
—Cariño, te he dado las llaves,
¿Verdad?—le preguntó.
Crucé miradas
con Joey, Ross y Phoebe en el acto. No podía ser que sólo yo me hubiese
contagiado de la ternura que la voz de Monica derramó. ¡A veces eran tan
tiernos!
—Así es—Chandler
le contestó, seguro. Mostrando con una sonrisa las llaves de nuestro departamento
al tomarlas de uno de sus bolsillos laterales. ¿Ahora él tenía las llaves de
nuestro hogar también? ¿Desde cuándo?
—Bien—Monica
asintió, tomando asiento en el descansabrazos del sofá que Ross ocupaba.
Parecía que el rostro de su hermano estallaría en carcajadas en cualquier
segundo.
Joey,
como pensé, fue el primero; sus risitas ya impregnaban el silencio que se
formó. Monica le miró, extrañada.
—Escúchense—dijo en tono burlón—,
hablando ya como una pareja casada.
—¿Qué?—Monica
entonces rió, giraba hacia Chandler mientras que a él ya se le torcía el gesto.
Y cada vez me parecía más incontenible, sentía más y más carcajadas pujando por
salir.
—Imagina
ahora si algún día llegan a tener hijos—Ross le secundó, conteniendo un par de
risas detrás de sus labios.
Lo había
sido todo para mí, para Phoebe, y Joey. Un puñado de risas salió y, sintiéndome
culpable, contenida por no añadir más, miraba a Monica, con una sonrisa
congelada, aunque incómoda en su bonito rostro.
Pero Chandler ni siquiera se inmutó. ¿Era él el rey de las bromas y no
le daba gracia? ¡No era verdad!
—Ey,
ey...—él zanjó, con la mirada oscurecida, logrando así que sólo Phoebe y yo
consiguiéramos callar—. No creo siquiera que...
—¡Me pido ser el padrino!—Joey le
cortó.
—Oye, no
puedes pedirte ser el padrino—Ross replicó, actuando como si estuviese
indignado—. ¿No crees que su hermano debería ser el padrino?
—¡Claro! Si lo hubieras pedido
primero, sí.
—¡Chicos,
vamos!—Monica al ponerse de pie, fue como logró hacerles a ambos parar, y mientras
Phoebe y yo no parábamos de intercambiar las más traviesas de las miradas—. ¿No
se apresuran demasiado?
—Ah,
bastante, en realidad...—Chandler, a su lado, con ese mismo tono seco, se
quejó.
Me
pareció incluso, un blanco fácil que no deseé que se me escapara de las manos.
—Incluso
se me acaba de ocurrir un regalo de boda ideal para ustedes—enarqué ambas cejas
a modo de insinuación mientras que a Phoebe ya le brillaban los ojos detrás de
ambos de nuevo. No podía ir aún más perfecto que esto.
—¡Uy!—ella
bramó, fingiendo una leve expresión de molestia—. Se lo compramos entre las dos,
que a mí no se me ha ocurrido nada todavía.
—¡Perfecto,
Phoebe!—contesté, con una sonrisa a punto de estallar—. Sólo recuérdame de...
—¿Rachel...?
Y me
paralicé, al mismo segundo en que esa deliciosa voz, a mis espaldas sonaba. Con
la mirada perdida, con los ojos bien abiertos y sintiendo que una marea cálida
me derretía el interior, que me iluminaba el alma, me lo encontré ahí, sólo
mirándome debajo del umbral de aquella misma puerta.
Michael
me apreciaba, riéndose con él, conmigo, con el entorno y mirándose tan pulcro,
tan perfecto, tan celestial que creer que ese pedazo de paraíso ya no era mío
no me destruyó como creí. Estar cerca suyo, ya era más que suficiente.
—Sabía
que vendrías...—bisbiseó, y se empeñó en negar con debilidad mientras que mis
pies ya se movían hacia él de manera mecánica. Como siembre fue.
Lo había
olvidado todo, todo cuanto ocurrió desde el mero segundo en que nos conocimos y
hasta este instante nada más. Todo brilló en cuanto me había lanzado en sus
brazos abiertos, y de nuevo, había podido respirar. Ambos nos incorporamos
luego del impacto que le había provocado mi cuerpo lanzándose hacia él.
Nada más
me importó.
—No
puedes alejarme... No lo suficiente, ¿No es cierto?—le oí aunque sabía que ya
alucinaba, que mi rostro, mi aliento chocando de lleno contra su pecho no me
ayudaban más.
Y sin
embargo, al ceñirle aún más hacia mí, al aferrarle, un par de risas se
quisieron salir de mis labios por recordar aquél delirio del que fui víctima la
otra noche en el balcón de mi hogar. No evitaba evocar que este Michael se
parecía al mismo que en aquél instante me había abierto de nuevo los ojos.
—No
iba... a perderme de esto—gimoteé, atreviéndome a apartarme lentamente para
poder apreciarle de nuevo. Esos ojos, esas pestañas rizadas, esas ojeras que
resaltaban hasta el cielo ese brillo que brotaba de él. Mierda, era perfecto,
era un ángel en toda la extensión. No había instante en que no me preguntara si
realmente merecía apreciarle así de cerca.
Alimentarme
de esa hermosa sonrisa que sin más, se le escapó, y que me avivaba el alma.
—Anda,
Rach...—Ross musitó detrás, haciéndome mirar. Midió su voz como si el mínimo
sonido pudiese corromper el momento—. Ve a verla. Nosotros esperamos aquí.
Todos
asentían junto a él, expectantes. Icé entonces mi mirada descolocada hacia
Michael de nuevo y me fui a topar con ese par de promesas marrones que, desde
siempre adoré. No imaginaba siquiera cómo diablos fui a hacer para sobrevivir
sin su mirada sobre la mía todo este tiempo.
Aclarando
mi garganta, pestañeando para reaccionar, asentí. Y su mirada sólo se
abrillantaba.
—Ven aquí...
Caminamos
juntos unos metros a través del pasillo central, ese mismo por el que yo había
arribado antes. Me llevaba casi a rastras, sin siquiera darme la mínima
oportunidad de pensar que esa gloria que sentía era no más que su mano tomando
la mía hasta que nos topamos con una habitación privada que, al entrar, me
obligó a fijarme en no más que en Debbie descansando en una camilla, y me
olvidé por un instante de todo lo demás, con ello, de Janet aproximándose a
donde nosotros nos encontrábamos.
—Michael...—ella,
tomando uno de sus hombros le logró detener, y su mano dolorosamente había dejado
ir la mía mientras él le interrogaba sólo con la mirada—. Es Kate, quiere
hablarte de algo.
—Ah, claro...—cabeceó,
lo noté un tanto agotado. Giró hacia mí pues sabía que había escuchado aquello
también—. ¿Hay... problema?
—Claro
que no—me apuré a decir, aparentando que el hecho de que se alejaba no me dolió
demasiado—. Ve con Kate.
Me sonrió
un poco más aliviado y se alejó con ella sin más. Traté ya de cerrar la puerta
luego de haber ingresado con un cuidado enfermizo y perdiéndome en el sinfín de
regalos que se esparcían por cada rincón, en cada uno de los exquisitos
arreglos florales, un tierno gemido brotó al tiempo en que ubiqué cómo Debbie
se removía sobre aquella camilla.
Noté con
temor su mirada cansada, perdida, su semblante un poco apagado y fuera de sí. Y
ese vientre inmenso, perfecto que, aunque sólo hubiese pasado un día, me
parecía que se miraba dos veces más enorme que la noche anterior. Estaba
preciosa.
—Hola...—bisbiseé
deseando sonar apenas. No paré de mirarla ni siquiera para arrastrar una de las
sillas que ahí había para poder tomar asiento con más proximidad.
—Rachel...—me
susurró, las finas comisuras de sus labios pálidos se extendían, el corazón se
me agrandó—. Viniste, no puedo creerlo.
—Tenía
que venir...—negué con ternura entonces, perdiéndome en el sutil brillo que sus
ojos azules emanaban—. Tenía que verlo por mí misma.
Y me
sonrió, ya todo se volvía más fácil.
—¿Cómo te
sientes?—susurré, deteniéndome a mirar cada uno de los aparatos que le
rodeaban, cada pequeño conducto transparente que terminaba incrustándose a
través de su piel.
—Pues...—se
removió con fragilidad, notando cómo yo observaba aquello—. Las enfermeras
apareciendo cada cinco minutos me ponen algo nerviosa, aterrada... Aunque...
encantada por tu compañía, por contagiarme un poco de tu tranquilidad.
—Te lo he
dicho antes, Debbie—absorta, con cuidado de no lastimarle, de no mover de su
sitio algo que no debía, me atreví a buscar su mano—. Estás a punto de cumplir
uno de los sueños más inmensos que Michael podría atreverse a desear. Y por
ello, no podría estar más agradecida contigo.
Entonces,
perdí su mirar. Esa mano que no aún estaba libre se paseó con delicadeza sobre
su vientre mientras que sus ojos se comenzaron a humedecer. Algo dentro de mí
se derrumbó en el acto.
—Debo
confesarte que... me había pensado bastante el ir a visitarte a casa esta
mañana—confesó con un hilo de voz, con su rostro contraído—. Me sentía un
poco... intimidada de poder conocerte mejor.
—¿Intimidada?—negué, impregnándome
de confusión—. No lo...
—¿Estás
bromeando?—me cortó entonces con dulzura, su sonrisa había recobrado un poco de
fuerza que en el interior agradecí—. Es sólo que... me ponía sumamente nerviosa
congeniar contigo si Michael está completamente loco por ti. No imaginaba la
mínima razón de poder agradarte siquiera... después de lo que ha... ocurrido
con ambos.
Y me
paralicé, sintiendo cómo mi corazón se estrujaba, tanto que causó incluso
dolor. Jamás lo pensé, no imaginaba siquiera que ese tipo de ideas estaban bien
incrustadas en sus pensamientos y dolió que lo hubiese dicho sólo así, y que
además corroborara todo miedo que sentí al encontrarla la noche anterior. Esa
punzada de miedo vertiginoso que me corrompió al mirar esa hermosa sortija en
su dedo.
El
instante en que me aseguré de que todo había terminado, de que lo único que
quedaba era... aceptar. Mantenerme al margen de todo.
—N-no
es... nada—bisbiseó, limpiándose con la yema de sus dedos una pequeña lágrima
que había pasado desapercibida para mí, por el peso de mis pensamientos—. Está
bien, supongo que me pongo así de sensible porque esto está a punto de
terminar, eso... es todo.
—Pero,
¿No es eso... algo bueno?—dejé salir la debilidad de mi voz, aferrando ya con
más fuerza su mano—. Me has dicho esta mañana que estabas agotada de esto...
que el embarazo te tenía...
—...Lo
sé, es sólo que... Cuando termine, luego seguirá la parte de criarlo y... sé en
lo que me he metido, sé que lo he hecho para que Michael pudiese comenzar a
formar su familia pero... Es que no será fácil cuando este bebé tenga que irse.
—Cielo,
serás su madre...—le susurré certera, esperando que mi tono no hiciese punzar
aún más sus heridas abiertas, así de expuestas.
Entonces
pareció que ese mismo brillo que le conocí desde el principio, volvía a
adentrarse a sus ojos. Su simple mirar fue motivo de sonreír.
—...Esa es una parte que nada, ni
nadie podrá quitarte jamás.
Supe que
intentó sonreír otra vez, o incluso pronunciar algo cuando sus labios se
entreabrieron, y sin embargo, el vago ruido de alguien irrumpiendo de pronto le
hizo no sólo olvidarse de ello, sino de tomar mi mano también. La bonita
enfermera que había aparecido sin aviso nos dio a ambas un respingo que no
pudimos evitar. Ni siquiera se le endulzaba el gesto.
Si este
tipo de enfermeras le visitaban cada cinco minutos, como ella decía, no
imaginaba el martirio por el que tenía que pasar. Resoplé.
—Necesito
mirarla...—dijo, mirando con recelo la forma en la que había aproximado una de
las sillas hacia la camilla, de inmediato, me hizo incorporarme del sitio—. Tenemos
que saber qué es lo que está alentando el proceso.
—N-no,
no. Entiendo—con cuidado, me puse de pie. Ignoré entonces el cómo la chica
estudiaba los aparatos que estaban cerca, y cómo escribía algo en un tomo de
documentos que llevaba también. A mí me ponía nerviosa de por sí, no podía
creerlo. Me giré entonces hacia Debbie, rogando no llevarme una mirada de
reprensión más—. ¿Vas a estar bien?
—Estoy
mejor—ignoró a la enfermera, sólo así, obsequiándome una sonrisa como la de
antes. Aquello sin duda me tranquilizó.
—Suerte...—y guiñándole un ojo, me
aparté sin añadir nada más.
Para mi
suerte, antes que encontrarme con Michael de nuevo, o incluso Janet merodeando
por ahí, lo primero que ubiqué al cerrar con lentitud la puerta fue a Chandler
burlándose como ya acostumbraba, al mirar cómo
Ross celebraba casi al final del pasillo el hecho de que la máquina
expendedora de bocadillos no se había quedado con un dólar atascado esta vez.
Tomó el dulce entonces, y acercándome, no pude evitar sonreír, impregnada de
las risitas que Chandler aún soltaba.
—Y pensar
que ese loco de ahí va a ser tu cuñado—solté, cruzándome de brazos. Dejando
salir un leve bufido que, contrario a lo que esperaba, hizo que sus risas se
atajaran sin más.
—Sí, muy
graciosa—dio media vuelta para encararme de pronto. Su gesto se endureció—.
Escucha, no quiero que hables así delante de Monica, no quiero que le des
demasiadas ideas. ¿Entiendes?
Y me dejó
ahí, comenzaba a andar hacia la estancia en la que el resto se encontraba
mientras que, con los labios temblando, ofuscada, di un par de zancadas
inmensas para poder pararle de nuevo, y volverle a mirar. ¿En verdad le había
molestado todo ello? ¿A él? No era cierto.
—Ah,
Chandler—musité imitando su tono serio, había logrado que me prestara atención
al menos—, ¿Te das cuenta de que Monica seguramente ya tiene esas ideas en su
cabeza?
—¿Por qué...
las tendría?—titubeó. Comprendí entonces que era uno de esos momentos en los
que, no evitaba preguntarme cómo había llegado a ser uno de mis mejores amigos,
cómo es que le quería demasiado.
Le
estudié, ansiando que ya me dijera que estaba de broma.
—Vaya...—entorné
mi mirada, fingiendo buscar entre todos los rincones, alguna respuesta posible—.
Porque ella te quiere, y tú la quieres.
—Ajá,
y... Eso no significa nada—espetó, su voz sólo se volvía más y más seca a cada
vez. Ya estaba comenzando a irritarme.
—Oye,
Chandler, tranquilo. ¡Te estoy diciendo algo que ya sabes! Ella terminó con
Richard porque él no quería tener hijos, ¿Recuerdas? ¡Es una mujer! Tiene
treinta y un años, y... bueno... es Monica.
¿O es que
él no se enteraba aún de la realidad que pisaba? ¿No fue una de las cosas que
le pasaron por la cabeza desde que su relación con ella comenzó? ¡Desde que se
empezaba a sentir atraído hacia ella incluso! Estrujé con ansias mi rostro
agotado, mis labios secos, y su mirada asustada ni de broma desapareció.
—Sí, pues
yo no lo veo así ¿Bien?—se me acercó desafiante, incluso retrayéndose un poco
por el volumen que había tomado su voz—. Porque yo veo dos Monicas; la que era
mi amiga, y que vive frente a mi apartamento y que quería tener muchos bebés; y
la nueva Monica, con la que tengo esta increíble relación. Así que ni tú ni yo
sabemos lo que esta nueva Monica quiere. Y tengo razón, sé que la tengo.
Resoplé,
e iba a contestar, a burlarme, a callarle con una idea más y sin embargo las
posibilidades pronto se me escaparon. Monica, desde el mismo reservado,
apareció. Se cruzaba de brazos mientras que, si mi garganta ya se cerraba, no
imaginé lo que el no comprender le provocó.
—¿Qué...?—murmuró,
negando como esperaba, extrañada, y sin más, Chandler aún pasmado, giró hacia
ella—. ¿De qué están hablando?
Llevarme
una mano a los labios fue lo único que se me ocurrió.
—Ya sabes,
sólo pasando el rato—indolente, se le acercó, llevando un brazo alrededor del
cuello de ella, como si nada más importase ahí, como si pretendiese que no ha
escuchado—. Divirtiéndome con la chica con la que estoy saliendo casualmente.
Monica le
fulminó, derrochando extrañez. Comprendí que era una de esas miradas que ella
utilizaba cada vez que juraba ya conocer la verdad, y sólo esperando a que se
la aseguraran. Creo que temblé sobre mis pies.
—Lo sabía—ella
sentenció sin más, alejándose de él. Dejándole una mirada empedernida—. Sabía
que harías esto.
—¿El...
qué?—preguntó Chandler solícito, mirándonos a ambas alternadamente. Ni siquiera
yo sentí la posibilidad de poderle ayudar.
—Esto—Monica
zanjó—. Ponerte histérico porque los chicos han estado haciendo bromas sobre el
matrimonio.
—Bueno... Pero sí es... eso lo que
tú quieres ¿No?
—¡Ah!—bramó
con una sonrisa falsa, contenida. Dejándonos a ambos mudos—. ¿Así que sabes bien
lo que yo quiero?
—Sí,
quieres bebés—él le contestó, ella ni se movió, sólo pude darme cuenta de cómo
pesaba más y más su mirada—. ¡Te la has pasado desde que llegamos mirando los
bebés en la sala de maternidad! ¡Tienes como una fiebre por ellos!
—Chandler, no... ¡No tengo fiebre
por los bebés!
—¡Oh,
vamos! Estás obsesionada con los bebés y con el matrimonio y con todo lo
relacionado con los bebés y el matrimonio. ¿Se te ha ocurrido la presión que es
para mí?
Deseé que
un agujero se abriera debajo de mis pies para desaparecer, ansié que Michael
apareciese para tener el bendito pretexto de zafarme de ello, tener incluso la
fuerza suficiente de dejarles así, sin decir más, y no fijarme en la
frustración que a él le consumía, o la furia que de pronto a ella le brotó.
Mierda,
no. Y ni de broma me podía mover. Estaba paralizada. Pronto vendría alguien a
callarnos a los tres, estaba segura de ello.
—¿Te has
vuelto loco?—Monica espetó, agudizando su voz y ganando, al mismo tiempo, unos
ojos cargados de confusión de él—. Chandler, el problema no está conmigo, sino
contigo y con el estúpido pánico que te da al comprometerte con alguien.
—No, no...
Te conozco. Sé lo que estás pensando en este momento. Sé lo que has buscado
desde que lo nuestro comenzó.
Entonces,
ella se congeló. Dejé caer mi mirada perdida sobre ella mientras se ponía aún más
abstraída, ajena a él... fría. Su mirada centelló.
—Pues ten
seguro que no lo sabes todo—musitó mostrando la debilidad que atajó su voz. Así
era ella, así se dejaba ver sin que, nada, ni nadie se perdiera de lo que en su
interior le carcomía. Ni siquiera... él—. ¿Sabías que hoy tenía planeado salir
con Rachel en lugar de contigo?
Y me
señaló, dejándome notar cómo sus ojos sin más se humedecían, su tono se
tambaleó. Una punzada ardiente de angustia me lastimó al imaginarme el nudo que
palpitaba en su pecho.
—¿Lo
sabías?—añadió—. ¿Y sabías que el único bebé que hay aquí eres tú? ¿¡Y sabes
que ahora ni siquiera puedo mirarte a la cara!?
Sólo un
par de pasos se alejó hecha un huracán de rabia, hasta dar media vuelta y
ubicar a Chandler ahí, paralizado, de nuevo.
—¿Y sabes
qué?—espetó. Chandler ya ni siquiera le miraba—. Si no soportas estar en una
relación seria, entonces no estés en una.
Y sin
más, se esfumó. Incluso yo lo sentí como un balde de agua helada cayéndome
encima, más aún si los ojos tristes e inseguros de Chandler, fue lo primero que
capté. Traté de evitarlo, pero no conseguía no sentirme resentida con él. No
miré ya la forma de ayudar.
Negué,
evitando su mirada.
—No
pudiste hacerlo mejor...—y con la vista baja, y brazos cruzados, crucé el
angosto pasillo más allá de donde ella había desaparecido.
Me
lastimaba el hecho de saber que ella se había ido así, me ardía el pensar en
cómo un asunto u otro, mantenía a Michael alejado, me angustiaba pensar en
Debbie dentro de esa habitación, todo me pesaba, y al querer olvidarme ya de
todo, sólo deseé desaparecer.
Hacer
como si el tiempo avanzaba más rápido.
Las horas
pasaron, mis párpados pesaban. No fue hasta que Phoebe y Joey decidieron
acompañarme por un bocadillo a la cafetería que ubicamos a Janet conversando
con un par de hombres distintos a los que recordé. En una mesita distinta, no
muy alejada de la que nosotros ocupábamos, ella me lanzó entonces un guiño que,
por la pesadez que le brotó, sólo imaginé lo agotada que también se encontraba.
A su lado, Kate sorbía con cuidado una pequeña taza de té, Wayne también le
acompañaba y, más allá, aunque rogara que se hubiera tratado de un espejismo
que el cansancio me dio, ubiqué a Joseph ahí, el padre de Michael.
Había
sido la primera razón desde que el día había comenzado, que me había puesto
helada en verdad, que me hacía sentir cómo incluso el paso de mi sangre a
través de mis venas, lastimaba. Y no paré de preguntarme si él ya se había dado
cuenta de que yo me encontraba también ahí.
No supe
en qué momento fue que Joey llamó nuestra atención para señalar a un Chandler
apagado charlando serio con Ross en la lejanía después de que, sólo unos
momentos antes Phoebe juraba haberse topado con Monica conversando con Michael
de la misma manera, sólo que a ella, sí le encontró un par de lágrimas que se
le escapó. No quise creerle siquiera, no si aún no había sido capaz de mirar a
Michael por mí misma aunque, escuchar aquello me tranquilizó. Él era así;
estaba siempre en él curar heridas. Mi mejor amiga no podía estar en un par de
manos más perfectas que las de él. Jamás.
Aquél
gesto hacía que ya no me doliera tanto su ausencia, cada razón que le mantenía
alejado de mí. El personal de Michael ocupaba todo un piso del edificio, o eso
escuché. Nada atravesaba la seguridad que él mismo había establecido y aún así
todo se sintió de pronto impregnado por un desastre, una melancolía que todo lo
permeó, una ola mortecina de nerviosismo, de angustia que nos había ya alarmado
a todos pues, poco antes de las once de la noche, todo había comenzado.
Debbie
entró en labor de parto, y los ataques de ansiedad no se iban. Nada
carcomiéndome dentro se detuvo si, mirar a Michael atravesando como un
torbellino la puerta de la habitación de ella, fue lo último que alcancé a
percibir. La escena no dejaba de repetirse en mi cabeza.
—...Tengo que hablar contigo, es
urgente.
Entró
Chandler sin avisar a la misma estancia en que aguardábamos juntos. Rodeando a
Ross y a Joey jugando cartas, o incluso a Phoebe y a mí conversando, señaló a
Monica con los ojos fijos en ella. Abrumados, a poco de desorbitarse, lo juré.
Monica
sólo se estremeció, había ayudado el hecho de que ya estaba un poco más
tranquila desde hace un rato. Claro que, él no se le había acercado aún.
—E-está... bien—sin mirarle, con un
hilo de voz, ella titubeó.
Intentaba
ponerse de pie al tiempo que, Chandler aproximándose con rapidez hacia ella, ya
le tomaba la mano para ayudarle a moverse, apartándola un poco de los sofás
para poder apreciarla mejor.
Miré a mi
alrededor y, como creía, cada una de las miradas de los chicos estaban bien
puestas sobre los dos. Igual de descolocadas que la mía.
—He
estado pensando en nosotros, ¿Está bien?—intentó hacerle ver, como buscando en
su mirada azul que le creyera—. Me refiero a que he estado pensando en lo
nuestro. Y... bueno, si es lo que quieres hacer, lo haré. Estoy seguro de ello,
y aunque no tengo una sortija en este instante...
—¿Q-qué...?—dejó
un susurro salir, la forma en que comprendí que se rasgaba su garganta sólo me
paralizó.
Nuestra
mirada se desorbitaba, Phoebe inspiró con ansiedad y a mí, ni el aliento me
funcionaba. No era real que Chandler se había arrodillado frente a Monica
ahora. No así, no aquí, no ahora. No, no, no. No podía no ver.
—Q-quiero... casarme contigo.
Y así,
con la mirada petrificada de su hermana, a Ross se le escapó un soplido que
Joey secundó. Ambos pusieron entonces un par de rostros indignados, como si les
hubiesen terminado de insultar.
—Oh, por
Dios. No...—ambos pusieron entonces un par de rostros indignados, como si les
hubiesen terminado de insultar.
—No es
cierto... no es cierto—Phoebe, a mi lado, bisbiseó. No supe cómo es que,
perdida en todo aquello, era capaz de escucharle siquiera.
Era
irreal, maldición. No era verdad, no era serio. Y la mirada temerosa de Monica,
sus labios entreabiertos, paralizados, sólo me lo aseguraron a mí, a todos. Si
tan sólo Chandler pensara en la ola de burla que le vendría con Ross y Joey
luego de esto, ya estaría muerto, tumbado en el suelo.
Una
sonrisa se le escapó a Monica, reprimiendo un par de risitas que se le
atoraban.
—Chandler,
cariño...—ella musitó, en su mirada relucía la forma en que trataba de oprimir
las carcajadas, concentrándose en no más que inclinarse para ayudar a Chandler
a volverse a levantar—. Piensa por un momento en cómo es que esto...
—¡Está
aquí!—de golpe, la puerta se abrió. Janet estaba reluciendo esa hermosa sonrisa
que hacía que sus ojos se pusieran amplios, que la mirada le brillara
infinitamente más.
Intenté
ponerme de pie entonces, mirándole, esperando que sus próximas palabras me
regresaran a la Tierra, que no me hiciesen desfallecer. Mi corazón esquivaba
sus propios latidos.
—El
bebé...—bisbiseó, y mis dedos temblando ya cubrían de nuevo mis labios, las
miradas del resto puestas sobre ella pesaron, un nudo en mi garganta lleno de
brillo apareció—. Rach, llegó el pequeño...
Y me topé
sin pensarlo con ellos, aguardando, más que por un resquicio de aliento que
volviese a mi pecho, una mirada de aprobación. De quien fuese, como fuese.
Hasta que... de todos, la bendita mirada de Monica, radiante, ha tenido que
ser.
—Rach,
ve...—ella musitó, me dio incluso la impresión de que le costó trabajo formular
palabra—. Aún tengo aquí un tema que aclarar de todas formas.
—Ven aquí...—y sentí mi mano tensarse; Janet,
temblando, ya la había tomado.
Como en
un sueño, sus pasos acelerados me condujeron entonces hacia esa misma
habitación en la que, sin siquiera entrar, me dejó con el alma tendiendo de un
hilo, sin importarle que todo cuanto miré, lo primero que ubiqué al centro de
todo había hecho mis rodillas temblar.
Él... se
encontraba de espaldas, aferrando algo entre sus brazos que, ni por poco
pensaría que le dejaría girar, o hacer algún movimiento. Y sin embargo, lo hizo,
al tiempo en que un suspiro, un golpe del aire que me faltaba se me había
escapado.
Entonces,
todo paró.
—Michael...
—Pequeña...—con
lágrimas en los ojos, con una bendición acunada entre sus brazos, se aproximó.
Mis ojos, mi alma, mis sentidos no querían darse cuenta de nada más, nada,
salvo nosotros.
En ese
momento no estaba pensando, sólo existí. Sólo repetía una y otra vez en mi
cabeza esa manera con la que me había llamado. Me sentía muerta, desquiciada,
como si su mera luz, sus ojos, me hubiesen ya llevado con él.
—¿Dónde
está...? ¿Dónde está Debbie?—rogué por decir, por buscar refugio fuera de su
mirada, o del ángel que sostenía al perderme alrededor del cuarto. Mi voz ya se
había consumido.
—Descansando. Ha sido... más
agotador de lo que creían.
Pero nada
funcionaba, nada en mi mente tenía sentido, además de él.
—Ven
aquí...—bisbiseó, sorbiendo un par de lágrimas que se le salían, acercando ese
cuerpo diminuto, frágil, esa parte de él, hacia mí—. Quiero... quiero que lo
sostengas...
—Es...
muy pequeño, Michael—titubeé con los dedos temblando, trémula por dentro
ansiando salir de ese cosmos que me provocaba conocer con sólo su mirada
humedecida, esa sensación que incluso ponía mi entero interior diferente—.
Yo... tengo miedo de...
—...Por
favor—me cortó apenas, con su exquisita voz rayando la inexistencia—. Por
favor...
Asentí, y
sin más, le pude sentir. Mis brazos se petrificaron, le ceñían con fuerza y ese
manto de fragilidad, ese lazo divino, esa esperanza se acunó a la perfección
contra mi tacto entumecido. Mis ojos ardieron y una lágrima no tardó en
recorrer mi piel al tiempo en que, me fijaba con el paraíso abriéndose paso en
mi mirada, que aquella nueva alma, ese pequeño ser, tenía un par de ojos
marrones infinitos. Tan perfectos, como los de su padre.
Su piel
impensablemente suave, enrojecida, e incluso esos bellos titubeos frágiles que
se le escapaban, la cadencia de unos latidos nuevos que de sólo palparle sentí.
Ese tipo de ser que, estaba segura, daría su felicidad por la de su padre, todo
lo que hiciera falta para que él... jamás dejase de sonreír.
—No... puedo creerlo...
Percibí
cómo un cúmulo de lágrimas me pujaba por salir, y aún así no se derramaban,
nada me nubló la vista para seguir perdiéndome en ese diminuto rostro nuevo y
perfecto que adoré. No se me consumían los ojos, sólo sentía dolor feliz, esa
especie de felicidad dolorosa, ese ser entre mis brazos, embriagándome con cada
respiración, cada latido más.
Las manos
de Michael tomándome, rodeando con delicadeza imposible mi cintura y, sin
saberlo, evitando que me fuese a desplomar. Asesinándome de deseo, aún con cada
sollozo que me brotó.
—Aquí está, Michael... Tu primer
angelito...
—No...
Y le
aprecié ante aquella respuesta, mirando confundida esos ojos exquisitos en los
que siempre me solía perder, que me ven con ternura, que abrazan mi alma y mi
corazón, esos benditos ojos... que amo. Su mano rozando mi mejilla, ese gesto,
ya explicándomelo todo. Haciéndome comprender a qué se refería si, morir por
él, ya no me asustaba, desde que sus ojos significaron siempre el cielo para
mí.
Entonces,
me sonrió.
—Es... el segundo.
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