viernes, 30 de septiembre de 2016

Capítulo 67: "Ángel"


—¿De qué...? ¿Estás segura?—bramaba instintivamente, me faltaba el aire, cada segundo que transcurría el sentido se me iba aún más.

Me puse de pie sin haberme percatado de que sentada, ya no pensaba con claridad, los brazos de Tag rodeándome no me dejaban tranquilizarme. Se escuchó entonces una pequeña risa nerviosa, aunque ácida, viniendo del otro lado.

¡Sí, por Dios!—Monica espetó—. ¡Justo he terminado la llamada con Janet!

Mierda, no. No podía creerlo todavía. ¿Cuánto tiempo me había dicho Debbie que tenía con su embarazo? ¿Cuándo esperaba que pudiese terminar? No podía ser tan pronto, ¡No podía ser!

Escúchame—se le oyó reponiéndose, recobrando un poco de seriedad—, Ross y los chicos ya van hacia allá. En unos minutos ya deberían estar esperándote. Yo... empacaré algunos abrigos y llegaré junto con Chandler un poco más tarde, ¿Está bien?
            —S-sí, sí... Diablos, yo...
...Y Rachel—me cortó, mis movimientos se habían petrificado al tiempo en que buscaba, rogaba por fuerzas para encarar de nuevo a Tag a mi lado. Él había callado, no había añadido nada más desde que mi semblante cambió—. Te lo ruego, date prisa. El Beth Israel está hecho un caos. Janet me ha dicho que... hay helicópteros incluso sobrevolando el área. Si estás ocupada, entonces...
—Por Dios, no—zanjé, se me rasgaba la garganta al hablar—. No, no. No lo estoy... Estoy en camino, y-yo... llegaré...
            —Te veré allá, Rach... Adiós.

El silencio volvió cuando cortó la llamada, aferrando el aparatejo con fuerza entre mis dedos, percibí cómo la tensión aumentó. La prisa, esa sensación de urgencia mortecina que me recorrió el pecho al comprender lo lejos que me encontraba aún. ¿Tomar un taxi? Sería una pésima idea, aún con todo el caos del que ella me habló. ¿Llegar al departamento para irme con ella? Demasiado tarde. ¿Ir corriendo? No, ¡No!

Me cubría los labios con una mano temblando, con mi garganta al borde de colapsar cuando, al girar, me encontré con no más que el verdadero de mis problemas en ese instante. Tag negó, desesperanzado, vencido, y por más, con una mirada sumamente endiablada, fuera de sí. Me estremecí en el acto, todo se me vino abajo.

—No ibas a verle en mucho tiempo, ¿Recuerdas?—me sonrió con tranquilidad, y aún así, con una mirada brillosa, y serie que me perforaba la mente.

Y la urgencia no perecía, sólo crecía, la sentía punzando en cada turbia palpitación, chocando y atascándose contra el nudo que ya me quería nacer en la garganta.

—M-me tengo... que ir...—pestañeé palideciendo, esperando a que mi mirada se humedeciese de una vez. Sabía lo que su gesto significaba, comprendía lo que hacían las palabras que hace algunos minutos le juré y cómo se derrumbaban de nuevo sólo con esto. No esperaba que él lo pudiese entender, sólo que lo dejara pasar—. Él es... mi amigo, Tag.
            —Y yo soy tu novio—espetó.

El tono ácido que usó me enmudeció, al tiempo en que, de la mano del silencio, sólo me miraba. Llevó ambas manos dentro de sus bolsillos y, sin más, un leve suspiro exasperado se le escapó, mientras que yo imaginaba la revolución que partía de nuevo su mente.

—No puedo hacerte elegir, ¿No es cierto?—musitó. Dejé de respirar por un instante en el que, creí que un gemido sería lo que aparecería.
            —Lo... lamento.

Se acercó un paso más hacia mí, y creí que soñaba al ver que la comisura de sus labios, de apoco, se extendían.

—Andando—susurró—, yo te voy a llevar.

Y paralizado, puso una mano delicada alrededor de mis hombros, haciéndome andar. Ajena a todo, alucinada hasta la médula. Sintiendo que cada paso que daba con él, cada segundo silencioso que transcurrió dentro de su vehículo, no se vivieron en realidad. Era como una perfecta agonía, que tuvo final al instante en que decidí despedirme de él un par de cuadras antes de arribar.

Seguridad, paparazzis, camarógrafos, reporteros, haces de luz a cada medio segundo, un bullicio tremendo, casi incontenible ocasionado por los admiradores que ya se encontraban ahí, sosteniendo no más que pancartas, e imágenes preciosas de Michael que abanicaban con sonrisas brillantes en sus rostros. No iba a existir una sola explicación, la mínima, que pudiese calmar la incertidumbre de Tag si llegara a toparse con todo esto. Encontrarme tomando su mano, y entre decenas de diferentes cuerpos de seguridad, mirar a Wayne ubicándome al final de la barda de defensa para hacerme pasar, sería letal. Ni uno de los dos sabría cómo manejarlo.

Me dirigió entonces un puñado de metros luego de la entrada trasera por la que tenían su lugar la llegada de ambulancias, los suficientes para que el bullicio pudiese debilitarse un poco más. Ya no se apreciaba un solo haz de luz más, o los cánticos que las personas hacían nacer desde afuera. Un silencio fulminante me heló al tiempo en el que, como una alucinación Yannick aparecía para recibirnos a ambos, nos conducía sin importar que mis pies trastabillaran sobre el suelo hasta un ascensor para personal del hospital.

Había perdido la costumbre de todo este tipo de procedimientos, y lo esperaba así, aunque no imaginaba que volver a vivirlo, y de alguna manera, con una urgencia asesinándome dentro, me pesaría diez veces más.

Luego, todo se convirtió en un espejismo, y los brazos de Janet ya me interceptaban abiertos, haciéndome retroceder por el simple impacto. La aferré sin darme cuenta, la ceñí hacia mi pecho como si cada temporada que viví sin saber nada de ella me hubiese ya asesinado, y sin embargo, con ese abrazo que nos dábamos, los últimos tres años habían desaparecido, para traer pura, y completa alegría. La había extrañado como una lunática.

—Tenemos que dejar de encontrarnos en hospitales...—susurró, al tiempo en que una de sus manos finas, delicadas, se paseaban por mi nuca para hacerme suspirar, absorber ese fino aroma característico a rosas que siempre desprendía de ella.
—Lo sé...—dejé salir, y cerré mis ojos ante la última punzada de fuerza que  me hizo aferrarle así. Luego, nos apartamos con lentitud.

Y mi sonrisa se agrandó, mis piernas temblaron, tuve la sensación de que mi corazón duplicaba su tamaño cuando, a sólo un lado de ella, se encontraba Kate, obsequiándome la más preciosa de las sonrisas que mis ojos serían capaces de contener. Esa misma que le había heredado a todos sus hijos, a la hermosa Janet, a mi Michael, ese delicioso gesto por el que me enamoré.

—Kate...—me aproximé hacia ella, con el semblante descolocado, abriendo mis brazos hacia su cuerpo como si en mi mente no tuviese cabida nada más.
—Hija...—me sostuvo igual, con la misma fuerza que necesitaba, esa que me hizo no querer echarme a gritar de emoción. Estaba bellísima, más radiante que nunca y más aún, los años no parecían recaer en su belleza. Aunque, ¿Cómo? Si uno de sus hijos está por darle una ilusión más. Me alejé entonces, y la estudié mordiéndose sus labios para reprimir una sonrisa mayor—. Siento que... ha transcurrido una eternidad.

Aún con nuestras manos unidas, con mi pulso al mil, tuve la sensación de que me estudiaba de pies a cabeza, de que se detenía en mi cabello, en mis facciones, en mis piernas, en mis brazos temblando, y sólo sonreía incluso más. Yo desbordaba júbilo por cada poro de mi ser.

—Estás bellísima—musitó, negando con orgullo para sí, antes de que a Janet se le escaparan un par de risitas por el comentario.

Aquél gesto me contagió, y sentí mis mejillas entumiéndose, la sangre viajando vertiginosa debajo de mi piel. ¿Le era incluso posible ser más encantadora? ¿La recordaba así de perfecta, de angelical? Por Dios, era una joya de madre, una de las mejores que jamás conocí.

—¿Alguien más ha llegado?—bisbiseé hacia ambas, sintiéndome aún enrojecida, avergonzada hasta lo indecible mientras que Kate dejaba ir mis manos con suavidad—. Monica me ha dicho que...
—¡Oh, por Dios, sí!—Janet, entre ambas, bramó llevándose ambas manos hacia sus labios abiertos. Ni tiempo le daba a Kate de reprenderle por el volumen que su voz tomó cuando ella ya se disponía a tomar de mi mano, y halar con cuidado de mí—. Ahora volvemos, mamá.
—Claro—Kate replicó, negando con dulzura mientras que, al alejarme más, por el gesto que hacía me dio la impresión de que comprendía lo que Janet decía. Me obsequió un último guiño, justo antes de echar a andar.

Con mi mirada perdida, ubiqué más allá cómo Yannick y Wayne hablaban con distintas personas que noté, entre ellos a Jermaine, Randy y, por más que me pretendí enfocar, a nadie más. Sólo personas trajeadas con los que conversaban de forma seria. ¿Michael estaba con ellos? No, por supuesto que no. Estará con Debbie, pensé, ¿Dónde más si no?

Yo no era la única visita en el hospital, eso era seguro, y si él ha estado al lado de Debbie todo este tiempo, dudaba mucho que siquiera supiera que yo había aparecido ya. Las paredes blancas, el olor a alcohol, las enfermeras, la angustia, todo me traía recuerdos de la última vez que estuve aquí, de cuando Michael había sufrido ese horrendo accidente, y que creí que la vida se me terminaba con ello.

Suspiré para despejarme; no debía pensar en ello ahora. Entre tanto, Janet se detuvo al final del pequeño pasillo, justo frente a una puerta de una de las salas de espera privada, y de pronto, su dulce sonrisa, se avivó.

—Ellos... llegaron hace algunos minutos—me dijo, buscando con una de sus manos el pomo de la puerta blanca que nos detenía, justo antes de halar—. Si no me los hubiera topado en la entrada, no sé cómo hubieran podido entrar...

Y al abrir, Ross nos recibía a ambas, radiante, orgulloso de sí. Se debatía entre ensanchar su dulce sonrisa hacia Joey o Phoebe a su lado mientras que, al mirarme incrédulo, paralizado, un par de risas traviesas se le salían, y dentro de mí, todo iba igual.

—¡Hola, Rach!—saludó, dejándome un pequeño beso contra mi mejilla mientras Joey y Phoebe se aproximaban también.
            —Hola...

Permeada de júbilo, saludé a los chicos igual. Así, topándomelos impregnados de entusiasmo, de familiaridad, sólo había logrado que mis temores se destruyeran en ese mismo segundo. Sólo de verles me sentí más tranquila conmigo misma, con todo lo demás. Más ligera, y antes que extrañarme, recordé la llamada telefónica que crucé con Monica tiempo atrás. Ella y Chandler aún no aparecían.

Viré y encontré a Janet, dispuesta a preguntar sobre ambos, pero ella se encontraba atenta charlando con una bonita enfermera que había aparecido. Asintió y cuando la chica desapareció, su mano volvía a la manija de la puerta y, sus pies al exterior del pasillo. Algún asunto que ha surgido, seguro.

—Les dejaré por un momento—nos dijo, y consultando la mirada de Ross, él sólo asintió con ella—. ¿Está bien?
            —Claro, Jan—musité.

Me dejó un guiño no más perfecto que el que Kate me había obsequiado, se sonrió con los chicos y cerrando la puerta detrás de ella, desapareció. Al menos, me había dejado con las personas que más deseaba.

—Esperábamos que no te demoraras tanto—Phoebe rozó con delicadeza uno de mis hombros, llamando mi atención—. ¿Dónde estabas?

Meneé la cabeza, rogando relucir desinterés. Y sin embargo, parecía que ese gesto no bastaba.

—No importa...—terminé por encogerme de hombros, aunque la mirada de Ross a mi lado, por poco me pesó. Sabía que de enterarse, se molestaría—. Monica me ha dicho que venía para acá... ¿Aún no...?
—¡Ah, mira nada más!—Joey sin más, me cortó, señalando con orgullo la puerta por la que yo ingresé un minuto atrás.

Junto con Chandler, Monica llegaba por fin, y como me había dicho también, llevaba algunos abrigos que, de tantos, le tendía el más colorido a Phoebe, Chandler daba uno más a Joey y al acercarse, con un gesto derrochando dulzura ella se aproximó a mí para darme uno también, y le agradecí con la mirada al tiempo en que decidía usarlo. El aire acondicionado del sitio me estaba alterando más y más.

Me pregunté entonces si ella y Chandler habrán pasado por el mismo caos que me recibió en la entrada. Aunque, por lucir así de tranquilos, me sonó a que Janet quizá ha tenido algo que ver. No se le escapa una.

—Pensé que tardarías más—le dije, mirando cómo el resto se devolvía a los asientos que tomaban antes de que yo apareciese en el lugar. Un conjunto de sofás enormes que, sólo de verlos, había pasado por alto.
—¿Y perderme un momento más de esto?—Monica sin más, se bufó—. No es posible.

Unas carcajadas impecables se le escapaban hasta que recobraba un poco de seriedad, y aún con la sonrisa bien marcada en su bonito rostro viraba para apreciar a Chandler a un costado de ella.

            —Cariño, te he dado las llaves, ¿Verdad?—le preguntó.

Crucé miradas con Joey, Ross y Phoebe en el acto. No podía ser que sólo yo me hubiese contagiado de la ternura que la voz de Monica derramó. ¡A veces eran tan tiernos!

—Así es—Chandler le contestó, seguro. Mostrando con una sonrisa las llaves de nuestro departamento al tomarlas de uno de sus bolsillos laterales. ¿Ahora él tenía las llaves de nuestro hogar también? ¿Desde cuándo?
—Bien—Monica asintió, tomando asiento en el descansabrazos del sofá que Ross ocupaba. Parecía que el rostro de su hermano estallaría en carcajadas en cualquier segundo.

Joey, como pensé, fue el primero; sus risitas ya impregnaban el silencio que se formó. Monica le miró, extrañada.

            —Escúchense—dijo en tono burlón—, hablando ya como una pareja casada.
—¿Qué?—Monica entonces rió, giraba hacia Chandler mientras que a él ya se le torcía el gesto. Y cada vez me parecía más incontenible, sentía más y más carcajadas pujando por salir.
—Imagina ahora si algún día llegan a tener hijos—Ross le secundó, conteniendo un par de risas detrás de sus labios.

Lo había sido todo para mí, para Phoebe, y Joey. Un puñado de risas salió y, sintiéndome culpable, contenida por no añadir más, miraba a Monica, con una sonrisa congelada, aunque incómoda en su bonito rostro.  Pero Chandler ni siquiera se inmutó. ¿Era él el rey de las bromas y no le daba gracia? ¡No era verdad!

—Ey, ey...—él zanjó, con la mirada oscurecida, logrando así que sólo Phoebe y yo consiguiéramos callar—. No creo siquiera que...
            —¡Me pido ser el padrino!—Joey le cortó.
—Oye, no puedes pedirte ser el padrino—Ross replicó, actuando como si estuviese indignado—. ¿No crees que su hermano debería ser el padrino?
            —¡Claro! Si lo hubieras pedido primero, sí.
—¡Chicos, vamos!—Monica al ponerse de pie, fue como logró hacerles a ambos parar, y mientras Phoebe y yo no parábamos de intercambiar las más traviesas de las miradas—. ¿No se apresuran demasiado?
—Ah, bastante, en realidad...—Chandler, a su lado, con ese mismo tono seco, se quejó.

Me pareció incluso, un blanco fácil que no deseé que se me escapara de las manos.

—Incluso se me acaba de ocurrir un regalo de boda ideal para ustedes—enarqué ambas cejas a modo de insinuación mientras que a Phoebe ya le brillaban los ojos detrás de ambos de nuevo. No podía ir aún más perfecto que esto.
—¡Uy!—ella bramó, fingiendo una leve expresión de molestia—. Se lo compramos entre las dos, que a mí no se me ha ocurrido nada todavía.
—¡Perfecto, Phoebe!—contesté, con una sonrisa a punto de estallar—. Sólo recuérdame de...
            —¿Rachel...?

Y me paralicé, al mismo segundo en que esa deliciosa voz, a mis espaldas sonaba. Con la mirada perdida, con los ojos bien abiertos y sintiendo que una marea cálida me derretía el interior, que me iluminaba el alma, me lo encontré ahí, sólo mirándome debajo del umbral de aquella misma puerta.

Michael me apreciaba, riéndose con él, conmigo, con el entorno y mirándose tan pulcro, tan perfecto, tan celestial que creer que ese pedazo de paraíso ya no era mío no me destruyó como creí. Estar cerca suyo, ya era más que suficiente.

—Sabía que vendrías...—bisbiseó, y se empeñó en negar con debilidad mientras que mis pies ya se movían hacia él de manera mecánica. Como siembre fue.

Lo había olvidado todo, todo cuanto ocurrió desde el mero segundo en que nos conocimos y hasta este instante nada más. Todo brilló en cuanto me había lanzado en sus brazos abiertos, y de nuevo, había podido respirar. Ambos nos incorporamos luego del impacto que le había provocado mi cuerpo lanzándose hacia él.

Nada más me importó.

—No puedes alejarme... No lo suficiente, ¿No es cierto?—le oí aunque sabía que ya alucinaba, que mi rostro, mi aliento chocando de lleno contra su pecho no me ayudaban más.

Y sin embargo, al ceñirle aún más hacia mí, al aferrarle, un par de risas se quisieron salir de mis labios por recordar aquél delirio del que fui víctima la otra noche en el balcón de mi hogar. No evitaba evocar que este Michael se parecía al mismo que en aquél instante me había abierto de nuevo los ojos.

—No iba... a perderme de esto—gimoteé, atreviéndome a apartarme lentamente para poder apreciarle de nuevo. Esos ojos, esas pestañas rizadas, esas ojeras que resaltaban hasta el cielo ese brillo que brotaba de él. Mierda, era perfecto, era un ángel en toda la extensión. No había instante en que no me preguntara si realmente merecía apreciarle así de cerca.

Alimentarme de esa hermosa sonrisa que sin más, se le escapó, y que me avivaba el alma.

—Anda, Rach...—Ross musitó detrás, haciéndome mirar. Midió su voz como si el mínimo sonido pudiese corromper el momento—. Ve a verla. Nosotros esperamos aquí.

Todos asentían junto a él, expectantes. Icé entonces mi mirada descolocada hacia Michael de nuevo y me fui a topar con ese par de promesas marrones que, desde siempre adoré. No imaginaba siquiera cómo diablos fui a hacer para sobrevivir sin su mirada sobre la mía todo este tiempo.

Aclarando mi garganta, pestañeando para reaccionar, asentí. Y su mirada sólo se abrillantaba.

            —Ven aquí...

Caminamos juntos unos metros a través del pasillo central, ese mismo por el que yo había arribado antes. Me llevaba casi a rastras, sin siquiera darme la mínima oportunidad de pensar que esa gloria que sentía era no más que su mano tomando la mía hasta que nos topamos con una habitación privada que, al entrar, me obligó a fijarme en no más que en Debbie descansando en una camilla, y me olvidé por un instante de todo lo demás, con ello, de Janet aproximándose a donde nosotros nos encontrábamos.

—Michael...—ella, tomando uno de sus hombros le logró detener, y su mano dolorosamente había dejado ir la mía mientras él le interrogaba sólo con la mirada—. Es Kate, quiere hablarte de algo.
—Ah, claro...—cabeceó, lo noté un tanto agotado. Giró hacia mí pues sabía que había escuchado aquello también—. ¿Hay... problema?
—Claro que no—me apuré a decir, aparentando que el hecho de que se alejaba no me dolió demasiado—. Ve con Kate.

Me sonrió un poco más aliviado y se alejó con ella sin más. Traté ya de cerrar la puerta luego de haber ingresado con un cuidado enfermizo y perdiéndome en el sinfín de regalos que se esparcían por cada rincón, en cada uno de los exquisitos arreglos florales, un tierno gemido brotó al tiempo en que ubiqué cómo Debbie se removía sobre aquella camilla.

Noté con temor su mirada cansada, perdida, su semblante un poco apagado y fuera de sí. Y ese vientre inmenso, perfecto que, aunque sólo hubiese pasado un día, me parecía que se miraba dos veces más enorme que la noche anterior. Estaba preciosa.

—Hola...—bisbiseé deseando sonar apenas. No paré de mirarla ni siquiera para arrastrar una de las sillas que ahí había para poder tomar asiento con más proximidad.
—Rachel...—me susurró, las finas comisuras de sus labios pálidos se extendían, el corazón se me agrandó—. Viniste, no puedo creerlo.
—Tenía que venir...—negué con ternura entonces, perdiéndome en el sutil brillo que sus ojos azules emanaban—. Tenía que verlo por mí misma.

Y me sonrió, ya todo se volvía más fácil.

—¿Cómo te sientes?—susurré, deteniéndome a mirar cada uno de los aparatos que le rodeaban, cada pequeño conducto transparente que terminaba incrustándose a través de su piel.
—Pues...—se removió con fragilidad, notando cómo yo observaba aquello—. Las enfermeras apareciendo cada cinco minutos me ponen algo nerviosa, aterrada... Aunque... encantada por tu compañía, por contagiarme un poco de tu tranquilidad.
—Te lo he dicho antes, Debbie—absorta, con cuidado de no lastimarle, de no mover de su sitio algo que no debía, me atreví a buscar su mano—. Estás a punto de cumplir uno de los sueños más inmensos que Michael podría atreverse a desear. Y por ello, no podría estar más agradecida contigo.

Entonces, perdí su mirar. Esa mano que no aún estaba libre se paseó con delicadeza sobre su vientre mientras que sus ojos se comenzaron a humedecer. Algo dentro de mí se derrumbó en el acto.

—Debo confesarte que... me había pensado bastante el ir a visitarte a casa esta mañana—confesó con un hilo de voz, con su rostro contraído—. Me sentía un poco... intimidada de poder conocerte mejor.
            —¿Intimidada?—negué, impregnándome de confusión—. No lo...
—¿Estás bromeando?—me cortó entonces con dulzura, su sonrisa había recobrado un poco de fuerza que en el interior agradecí—. Es sólo que... me ponía sumamente nerviosa congeniar contigo si Michael está completamente loco por ti. No imaginaba la mínima razón de poder agradarte siquiera... después de lo que ha... ocurrido con ambos.

Y me paralicé, sintiendo cómo mi corazón se estrujaba, tanto que causó incluso dolor. Jamás lo pensé, no imaginaba siquiera que ese tipo de ideas estaban bien incrustadas en sus pensamientos y dolió que lo hubiese dicho sólo así, y que además corroborara todo miedo que sentí al encontrarla la noche anterior. Esa punzada de miedo vertiginoso que me corrompió al mirar esa hermosa sortija en su dedo.

El instante en que me aseguré de que todo había terminado, de que lo único que quedaba era... aceptar. Mantenerme al margen de todo.

—N-no es... nada—bisbiseó, limpiándose con la yema de sus dedos una pequeña lágrima que había pasado desapercibida para mí, por el peso de mis pensamientos—. Está bien, supongo que me pongo así de sensible porque esto está a punto de terminar, eso... es todo.
—Pero, ¿No es eso... algo bueno?—dejé salir la debilidad de mi voz, aferrando ya con más fuerza su mano—. Me has dicho esta mañana que estabas agotada de esto... que el embarazo te tenía...
—...Lo sé, es sólo que... Cuando termine, luego seguirá la parte de criarlo y... sé en lo que me he metido, sé que lo he hecho para que Michael pudiese comenzar a formar su familia pero... Es que no será fácil cuando este bebé tenga que irse.
—Cielo, serás su madre...—le susurré certera, esperando que mi tono no hiciese punzar aún más sus heridas abiertas, así de expuestas.

Entonces pareció que ese mismo brillo que le conocí desde el principio, volvía a adentrarse a sus ojos. Su simple mirar fue motivo de sonreír.

            —...Esa es una parte que nada, ni nadie podrá quitarte jamás.

Supe que intentó sonreír otra vez, o incluso pronunciar algo cuando sus labios se entreabrieron, y sin embargo, el vago ruido de alguien irrumpiendo de pronto le hizo no sólo olvidarse de ello, sino de tomar mi mano también. La bonita enfermera que había aparecido sin aviso nos dio a ambas un respingo que no pudimos evitar. Ni siquiera se le endulzaba el gesto.

Si este tipo de enfermeras le visitaban cada cinco minutos, como ella decía, no imaginaba el martirio por el que tenía que pasar. Resoplé.

—Necesito mirarla...—dijo, mirando con recelo la forma en la que había aproximado una de las sillas hacia la camilla, de inmediato, me hizo incorporarme del sitio—. Tenemos que saber qué es lo que está alentando el proceso.
—N-no, no. Entiendo—con cuidado, me puse de pie. Ignoré entonces el cómo la chica estudiaba los aparatos que estaban cerca, y cómo escribía algo en un tomo de documentos que llevaba también. A mí me ponía nerviosa de por sí, no podía creerlo. Me giré entonces hacia Debbie, rogando no llevarme una mirada de reprensión más—. ¿Vas a estar bien?
—Estoy mejor—ignoró a la enfermera, sólo así, obsequiándome una sonrisa como la de antes. Aquello sin duda me tranquilizó.
            —Suerte...—y guiñándole un ojo, me aparté sin añadir nada más.

Para mi suerte, antes que encontrarme con Michael de nuevo, o incluso Janet merodeando por ahí, lo primero que ubiqué al cerrar con lentitud la puerta fue a Chandler burlándose como ya acostumbraba, al mirar cómo  Ross celebraba casi al final del pasillo el hecho de que la máquina expendedora de bocadillos no se había quedado con un dólar atascado esta vez. Tomó el dulce entonces, y acercándome, no pude evitar sonreír, impregnada de las risitas que Chandler aún soltaba.

—Y pensar que ese loco de ahí va a ser tu cuñado—solté, cruzándome de brazos. Dejando salir un leve bufido que, contrario a lo que esperaba, hizo que sus risas se atajaran sin más.
—Sí, muy graciosa—dio media vuelta para encararme de pronto. Su gesto se endureció—. Escucha, no quiero que hables así delante de Monica, no quiero que le des demasiadas ideas. ¿Entiendes?

Y me dejó ahí, comenzaba a andar hacia la estancia en la que el resto se encontraba mientras que, con los labios temblando, ofuscada, di un par de zancadas inmensas para poder pararle de nuevo, y volverle a mirar. ¿En verdad le había molestado todo ello? ¿A él? No era cierto.

—Ah, Chandler—musité imitando su tono serio, había logrado que me prestara atención al menos—, ¿Te das cuenta de que Monica seguramente ya tiene esas ideas en su cabeza?
—¿Por qué... las tendría?—titubeó. Comprendí entonces que era uno de esos momentos en los que, no evitaba preguntarme cómo había llegado a ser uno de mis mejores amigos, cómo es que le quería demasiado.

Le estudié, ansiando que ya me dijera que estaba de broma.

—Vaya...—entorné mi mirada, fingiendo buscar entre todos los rincones, alguna respuesta posible—. Porque ella te quiere, y tú la quieres.
—Ajá, y... Eso no significa nada—espetó, su voz sólo se volvía más y más seca a cada vez. Ya estaba comenzando a irritarme.
—Oye, Chandler, tranquilo. ¡Te estoy diciendo algo que ya sabes! Ella terminó con Richard porque él no quería tener hijos, ¿Recuerdas? ¡Es una mujer! Tiene treinta y un años, y... bueno... es Monica.

¿O es que él no se enteraba aún de la realidad que pisaba? ¿No fue una de las cosas que le pasaron por la cabeza desde que su relación con ella comenzó? ¡Desde que se empezaba a sentir atraído hacia ella incluso! Estrujé con ansias mi rostro agotado, mis labios secos, y su mirada asustada ni de broma desapareció.

—Sí, pues yo no lo veo así ¿Bien?—se me acercó desafiante, incluso retrayéndose un poco por el volumen que había tomado su voz—. Porque yo veo dos Monicas; la que era mi amiga, y que vive frente a mi apartamento y que quería tener muchos bebés; y la nueva Monica, con la que tengo esta increíble relación. Así que ni tú ni yo sabemos lo que esta nueva Monica quiere. Y tengo razón, sé que la tengo.

Resoplé, e iba a contestar, a burlarme, a callarle con una idea más y sin embargo las posibilidades pronto se me escaparon. Monica, desde el mismo reservado, apareció. Se cruzaba de brazos mientras que, si mi garganta ya se cerraba, no imaginé lo que el no comprender le provocó.

—¿Qué...?—murmuró, negando como esperaba, extrañada, y sin más, Chandler aún pasmado, giró hacia ella—. ¿De qué están hablando?

Llevarme una mano a los labios fue lo único que se me ocurrió.

—Ya sabes, sólo pasando el rato—indolente, se le acercó, llevando un brazo alrededor del cuello de ella, como si nada más importase ahí, como si pretendiese que no ha escuchado—. Divirtiéndome con la chica con la que estoy saliendo casualmente.

Monica le fulminó, derrochando extrañez. Comprendí que era una de esas miradas que ella utilizaba cada vez que juraba ya conocer la verdad, y sólo esperando a que se la aseguraran. Creo que temblé sobre mis pies.

—Lo sabía—ella sentenció sin más, alejándose de él. Dejándole una mirada empedernida—. Sabía que harías esto.
—¿El... qué?—preguntó Chandler solícito, mirándonos a ambas alternadamente. Ni siquiera yo sentí la posibilidad de poderle ayudar.
—Esto—Monica zanjó—. Ponerte histérico porque los chicos han estado haciendo bromas sobre el matrimonio.
            —Bueno... Pero sí es... eso lo que tú quieres ¿No?
—¡Ah!—bramó con una sonrisa falsa, contenida. Dejándonos a ambos mudos—. ¿Así que sabes bien lo que yo quiero?
—Sí, quieres bebés—él le contestó, ella ni se movió, sólo pude darme cuenta de cómo pesaba más y más su mirada—. ¡Te la has pasado desde que llegamos mirando los bebés en la sala de maternidad! ¡Tienes como una fiebre por ellos!
            —Chandler, no... ¡No tengo fiebre por los bebés!
—¡Oh, vamos! Estás obsesionada con los bebés y con el matrimonio y con todo lo relacionado con los bebés y el matrimonio. ¿Se te ha ocurrido la presión que es para mí?

Deseé que un agujero se abriera debajo de mis pies para desaparecer, ansié que Michael apareciese para tener el bendito pretexto de zafarme de ello, tener incluso la fuerza suficiente de dejarles así, sin decir más, y no fijarme en la frustración que a él le consumía, o la furia que de pronto a ella le brotó.

Mierda, no. Y ni de broma me podía mover. Estaba paralizada. Pronto vendría alguien a callarnos a los tres, estaba segura de ello.

—¿Te has vuelto loco?—Monica espetó, agudizando su voz y ganando, al mismo tiempo, unos ojos cargados de confusión de él—. Chandler, el problema no está conmigo, sino contigo y con el estúpido pánico que te da al comprometerte con alguien.
—No, no... Te conozco. Sé lo que estás pensando en este momento. Sé lo que has buscado desde que lo nuestro comenzó.

Entonces, ella se congeló. Dejé caer mi mirada perdida sobre ella mientras se ponía aún más abstraída, ajena a él... fría. Su mirada centelló.

—Pues ten seguro que no lo sabes todo—musitó mostrando la debilidad que atajó su voz. Así era ella, así se dejaba ver sin que, nada, ni nadie se perdiera de lo que en su interior le carcomía. Ni siquiera... él—. ¿Sabías que hoy tenía planeado salir con Rachel en lugar de contigo?

Y me señaló, dejándome notar cómo sus ojos sin más se humedecían, su tono se tambaleó. Una punzada ardiente de angustia me lastimó al imaginarme el nudo que palpitaba en su pecho.

—¿Lo sabías?—añadió—. ¿Y sabías que el único bebé que hay aquí eres tú? ¿¡Y sabes que ahora ni siquiera puedo mirarte a la cara!?

Sólo un par de pasos se alejó hecha un huracán de rabia, hasta dar media vuelta y ubicar a Chandler ahí, paralizado, de nuevo.

—¿Y sabes qué?—espetó. Chandler ya ni siquiera le miraba—. Si no soportas estar en una relación seria, entonces no estés en una.

Y sin más, se esfumó. Incluso yo lo sentí como un balde de agua helada cayéndome encima, más aún si los ojos tristes e inseguros de Chandler, fue lo primero que capté. Traté de evitarlo, pero no conseguía no sentirme resentida con él. No miré ya la forma de ayudar.

Negué, evitando su mirada.

—No pudiste hacerlo mejor...—y con la vista baja, y brazos cruzados, crucé el angosto pasillo más allá de donde ella había desaparecido.

Me lastimaba el hecho de saber que ella se había ido así, me ardía el pensar en cómo un asunto u otro, mantenía a Michael alejado, me angustiaba pensar en Debbie dentro de esa habitación, todo me pesaba, y al querer olvidarme ya de todo, sólo deseé desaparecer.

Hacer como si el tiempo avanzaba más rápido.

Las horas pasaron, mis párpados pesaban. No fue hasta que Phoebe y Joey decidieron acompañarme por un bocadillo a la cafetería que ubicamos a Janet conversando con un par de hombres distintos a los que recordé. En una mesita distinta, no muy alejada de la que nosotros ocupábamos, ella me lanzó entonces un guiño que, por la pesadez que le brotó, sólo imaginé lo agotada que también se encontraba. A su lado, Kate sorbía con cuidado una pequeña taza de té, Wayne también le acompañaba y, más allá, aunque rogara que se hubiera tratado de un espejismo que el cansancio me dio, ubiqué a Joseph ahí, el padre de Michael.

Había sido la primera razón desde que el día había comenzado, que me había puesto helada en verdad, que me hacía sentir cómo incluso el paso de mi sangre a través de mis venas, lastimaba. Y no paré de preguntarme si él ya se había dado cuenta de que yo me encontraba también ahí.

No supe en qué momento fue que Joey llamó nuestra atención para señalar a un Chandler apagado charlando serio con Ross en la lejanía después de que, sólo unos momentos antes Phoebe juraba haberse topado con Monica conversando con Michael de la misma manera, sólo que a ella, sí le encontró un par de lágrimas que se le escapó. No quise creerle siquiera, no si aún no había sido capaz de mirar a Michael por mí misma aunque, escuchar aquello me tranquilizó. Él era así; estaba siempre en él curar heridas. Mi mejor amiga no podía estar en un par de manos más perfectas que las de él. Jamás.

Aquél gesto hacía que ya no me doliera tanto su ausencia, cada razón que le mantenía alejado de mí. El personal de Michael ocupaba todo un piso del edificio, o eso escuché. Nada atravesaba la seguridad que él mismo había establecido y aún así todo se sintió de pronto impregnado por un desastre, una melancolía que todo lo permeó, una ola mortecina de nerviosismo, de angustia que nos había ya alarmado a todos pues, poco antes de las once de la noche, todo había comenzado.

Debbie entró en labor de parto, y los ataques de ansiedad no se iban. Nada carcomiéndome dentro se detuvo si, mirar a Michael atravesando como un torbellino la puerta de la habitación de ella, fue lo último que alcancé a percibir. La escena no dejaba de repetirse en mi cabeza.

            —...Tengo que hablar contigo, es urgente.

Entró Chandler sin avisar a la misma estancia en que aguardábamos juntos. Rodeando a Ross y a Joey jugando cartas, o incluso a Phoebe y a mí conversando, señaló a Monica con los ojos fijos en ella. Abrumados, a poco de desorbitarse, lo juré.

Monica sólo se estremeció, había ayudado el hecho de que ya estaba un poco más tranquila desde hace un rato. Claro que, él no se le había acercado aún.

            —E-está... bien—sin mirarle, con un hilo de voz, ella titubeó.

Intentaba ponerse de pie al tiempo que, Chandler aproximándose con rapidez hacia ella, ya le tomaba la mano para ayudarle a moverse, apartándola un poco de los sofás para poder apreciarla mejor.

Miré a mi alrededor y, como creía, cada una de las miradas de los chicos estaban bien puestas sobre los dos. Igual de descolocadas que la mía.

—He estado pensando en nosotros, ¿Está bien?—intentó hacerle ver, como buscando en su mirada azul que le creyera—. Me refiero a que he estado pensando en lo nuestro. Y... bueno, si es lo que quieres hacer, lo haré. Estoy seguro de ello, y aunque no tengo una sortija en este instante...
—¿Q-qué...?—dejó un susurro salir, la forma en que comprendí que se rasgaba su garganta sólo me paralizó.

Nuestra mirada se desorbitaba, Phoebe inspiró con ansiedad y a mí, ni el aliento me funcionaba. No era real que Chandler se había arrodillado frente a Monica ahora. No así, no aquí, no ahora. No, no, no. No podía no ver.

            —Q-quiero... casarme contigo.

Y así, con la mirada petrificada de su hermana, a Ross se le escapó un soplido que Joey secundó. Ambos pusieron entonces un par de rostros indignados, como si les hubiesen terminado de insultar.

—Oh, por Dios. No...—ambos pusieron entonces un par de rostros indignados, como si les hubiesen terminado de insultar.
—No es cierto... no es cierto—Phoebe, a mi lado, bisbiseó. No supe cómo es que, perdida en todo aquello, era capaz de escucharle siquiera.

Era irreal, maldición. No era verdad, no era serio. Y la mirada temerosa de Monica, sus labios entreabiertos, paralizados, sólo me lo aseguraron a mí, a todos. Si tan sólo Chandler pensara en la ola de burla que le vendría con Ross y Joey luego de esto, ya estaría muerto, tumbado en el suelo.

Una sonrisa se le escapó a Monica, reprimiendo un par de risitas que se le atoraban.

—Chandler, cariño...—ella musitó, en su mirada relucía la forma en que trataba de oprimir las carcajadas, concentrándose en no más que inclinarse para ayudar a Chandler a volverse a levantar—. Piensa por un momento en cómo es que esto...
—¡Está aquí!—de golpe, la puerta se abrió. Janet estaba reluciendo esa hermosa sonrisa que hacía que sus ojos se pusieran amplios, que la mirada le brillara infinitamente más.

Intenté ponerme de pie entonces, mirándole, esperando que sus próximas palabras me regresaran a la Tierra, que no me hiciesen desfallecer. Mi corazón esquivaba sus propios latidos.

—El bebé...—bisbiseó, y mis dedos temblando ya cubrían de nuevo mis labios, las miradas del resto puestas sobre ella pesaron, un nudo en mi garganta lleno de brillo apareció—. Rach, llegó el pequeño...

Y me topé sin pensarlo con ellos, aguardando, más que por un resquicio de aliento que volviese a mi pecho, una mirada de aprobación. De quien fuese, como fuese. Hasta que... de todos, la bendita mirada de Monica, radiante, ha tenido que ser.

—Rach, ve...—ella musitó, me dio incluso la impresión de que le costó trabajo formular palabra—. Aún tengo aquí un tema que aclarar de todas formas.
—Ven aquí...—y sentí mi mano tensarse; Janet, temblando, ya la había tomado.

Como en un sueño, sus pasos acelerados me condujeron entonces hacia esa misma habitación en la que, sin siquiera entrar, me dejó con el alma tendiendo de un hilo, sin importarle que todo cuanto miré, lo primero que ubiqué al centro de todo había hecho mis rodillas temblar.

Él... se encontraba de espaldas, aferrando algo entre sus brazos que, ni por poco pensaría que le dejaría girar, o hacer algún movimiento. Y sin embargo, lo hizo, al tiempo en que un suspiro, un golpe del aire que me faltaba se me había escapado.

Entonces, todo paró.

            —Michael...
—Pequeña...—con lágrimas en los ojos, con una bendición acunada entre sus brazos, se aproximó. Mis ojos, mi alma, mis sentidos no querían darse cuenta de nada más, nada, salvo nosotros.

En ese momento no estaba pensando, sólo existí. Sólo repetía una y otra vez en mi cabeza esa manera con la que me había llamado. Me sentía muerta, desquiciada, como si su mera luz, sus ojos, me hubiesen ya llevado con él.

—¿Dónde está...? ¿Dónde está Debbie?—rogué por decir, por buscar refugio fuera de su mirada, o del ángel que sostenía al perderme alrededor del cuarto. Mi voz ya se había consumido.
            —Descansando. Ha sido... más agotador de lo que creían.

Pero nada funcionaba, nada en mi mente tenía sentido, además de él.

—Ven aquí...—bisbiseó, sorbiendo un par de lágrimas que se le salían, acercando ese cuerpo diminuto, frágil, esa parte de él, hacia mí—. Quiero... quiero que lo sostengas...
—Es... muy pequeño, Michael—titubeé con los dedos temblando, trémula por dentro ansiando salir de ese cosmos que me provocaba conocer con sólo su mirada humedecida, esa sensación que incluso ponía mi entero interior diferente—. Yo... tengo miedo de...
—...Por favor—me cortó apenas, con su exquisita voz rayando la inexistencia—. Por favor...

Asentí, y sin más, le pude sentir. Mis brazos se petrificaron, le ceñían con fuerza y ese manto de fragilidad, ese lazo divino, esa esperanza se acunó a la perfección contra mi tacto entumecido. Mis ojos ardieron y una lágrima no tardó en recorrer mi piel al tiempo en que, me fijaba con el paraíso abriéndose paso en mi mirada, que aquella nueva alma, ese pequeño ser, tenía un par de ojos marrones infinitos. Tan perfectos, como los de su padre.

Su piel impensablemente suave, enrojecida, e incluso esos bellos titubeos frágiles que se le escapaban, la cadencia de unos latidos nuevos que de sólo palparle sentí. Ese tipo de ser que, estaba segura, daría su felicidad por la de su padre, todo lo que hiciera falta para que él... jamás dejase de sonreír.

            —No... puedo creerlo...

Percibí cómo un cúmulo de lágrimas me pujaba por salir, y aún así no se derramaban, nada me nubló la vista para seguir perdiéndome en ese diminuto rostro nuevo y perfecto que adoré. No se me consumían los ojos, sólo sentía dolor feliz, esa especie de felicidad dolorosa, ese ser entre mis brazos, embriagándome con cada respiración, cada latido más.

Las manos de Michael tomándome, rodeando con delicadeza imposible mi cintura y, sin saberlo, evitando que me fuese a desplomar. Asesinándome de deseo, aún con cada sollozo que me brotó.

            —Aquí está, Michael... Tu primer angelito...
            —No...

Y le aprecié ante aquella respuesta, mirando confundida esos ojos exquisitos en los que siempre me solía perder, que me ven con ternura, que abrazan mi alma y mi corazón, esos benditos ojos... que amo. Su mano rozando mi mejilla, ese gesto, ya explicándomelo todo. Haciéndome comprender a qué se refería si, morir por él, ya no me asustaba, desde que sus ojos significaron siempre el cielo para mí.

Entonces, me sonrió.

            —Es... el segundo.

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