Resoplando,
gruñendo, negando, cruzándome de brazos por la impotencia me paré como un
torbellino del sofá, mientras miraba una, y otra, y otra vez el bendito reloj
de nuestra cocina. Ya era media noche, maldición. Vamos, ¿Cuánto se tardará
Chandler en proponérselo? Ya la quería ver, ya los quería abrazar a ambos, ¡Ya
quería ver su mano con ese precioso anillo puesto!
Y las
miradas con las que Ross y Michael me fulminaban por aumentar sus nervios no me
interrumpían, ya no me pesaban siquiera.
—¿Michael?—Ross le llamó.
Viré
instintivamente hacia él también, al tiempo en el que se le escapaba una risa
por mi reacción descolocada. En cambio Michael, sentado en nuestro sofá, y con
ambas manos anudadas sobre su regazo, apenas lo volteó a ver.
—¿Está
todo bien?—le preguntó, frunciendo el ceño como si le extrañara. Y me dejé caer
sobre el sofá próximo de nuevo; yo ya estaba acostumbrada a los cambios de
humor que a Michael le daban—. Parece que estás más nervioso que Chandler
cuando salió de aquí con Monica.
—Estoy
bien—Michael replicó, evidentemente, fingiendo una sonrisa—. Tan sólo estoy...
tan ansioso como ustedes, eso es todo.
Ross asintió,
y al instante en que supe ya no le observaba me perdí en los ojos de Michael
por una vez. Esos ojos tímidos, serios, cansados luego del vuelo que había
tomado hasta acá, esos que ya ni siquiera me dejan descifrar lo que su gesto
petrificado quería esconder. Había sido tan difícil últimamente, y juzgando en
especial por el gesto que hoy he recibido de él en cuanto yo tenía que ir a
trabajar.
Michael
negó, y al instante meneé la cabeza para evitar que notara mi mirada. Se
despejó y su atención volvió hacia Ross.
—¿En
dónde están Phoebe y Joey a todo esto?—preguntó solícito, frunciendo levemente
su ceño.
Ross miró
el reloj de su muñeca con desgane, quejándose en el acto.
—Deberían
estar aquí en cualquier segundo—musitó—. Sólo espero que aparezcan antes de que
Mon o Chandler vuelvan. Arruinarán la sorpresa.
—Sí...—Michael
con él, asintió, acomodándose el sombrero de fieltro negro que usaba.
Sonreí al
mirarle de nuevo, era curioso cómo se le amoldaba su cabello ahora, en especial
bajo ese sombrero que aunque simple, le sentaba odiosamente a la perfección.
Sus rizos ya eran hondas perfectas que terminaban a la altura de sus hombros y
a duras penas había un par de mechones que caían sobre su frente. Era un estilo
más maduro, más elegante, incluso... más él. Desde hacía un tiempo que la
coleta improvisada que solía tener había perdido protagonismo y, ahora, dejaba
su cabello a riendas sueltas con más regularidad.
Me
encantaba, mierda. Cada faceta de él se volvía más perfecta que la anterior y
ya ni podía engañarme a mí misma siquiera. O quizá él quería hacérmelo más
fácil inconscientemente, con esa falta de sonrisas que me dio desde que llegó.
—Descuida—susurré
con el suficiente volumen para que se percatara de cómo le miraba, para que
pusiera su atención en mí mientras le dedicaba una de mis más radiantes
sonrisas—. Sólo de verte, a ella se le va a poner la más inmensa de las
sonrisas.
Pero
apenas un leve gesto de dulzura de su parte fue lo que recibí, y tan pronto
como lo supe, un retortijón de incomodidad en el estómago fue lo siguiente. Se
escuchó entonces cómo una llave amenazaba con introducirse contra el cerrojo de
la puerta, e inmediatamente, cómo se nos detenía la respiración a los tres.
Una
sonrisa congelada en mi rostro fue lo que me ayudó a olvidar lo último que
había ocurrido. Mi aliento entrecortado, mis brazos temblando, mis esperanzas
esparciéndose por los cielos fue lo que me asesinó.
Estaban
ahí, entrando Chandler y Monica detrás mientras que Ross ya se disparaba hacia
ellos sin dar un demonio al respecto. Michael y yo nos pusimos de pie y, luego,
no supe cómo mecanizar.
—¡Oh,
Dios mío, chicos...!—Ross chilló echando saltos por la estancia, tantos hasta
que lo hacían llegar a su hermana y a esa cara de extrañez que le lanzó—.
¡Díganme cómo...!
—¿Michael...?—Monica
apenas y le puso atención. Detrás de Chandler entró haciéndose paso y, absorta,
llevando una mano temblorosa a sus labios, a Michael fue el único al que miró.
—Hola...—le
contestó, y por la forma en que ambos se aproximaban juré sentir cómo un
pequeño nudo se me formaba al centro de mi garganta.
Ella
caminó embelesada hacia él hasta que le interceptó para obsequiarle un dulce
abrazo. Uno que incluso había hecho retroceder a Michael un par de pasos hacia
atrás mientras la ceñía con cariño indecible.
Celebré
para mis adentros. Lo sabía. Sabía que en el mero instante en que ella le
encontraría todo lo demás dejaría de importar. Aunque aún temiera que, con
Michael aquí, la noticia primordial pudiese perder el protagonismo que debía.
—Pero...
¿Qué haces aquí?—Monica se incorporó entre sus brazos, tratando de poder
estudiarle mejor con esos ojos que, sólo un poco, ya se iban humedeciendo—. Creí
que... que vendrías hasta mañana.
—Era una
sorpresa—le contestó con un hilo de vos, mirándola a ella, a Chandler detrás, a
la expresión turbia que a Ross aún no se le borraba, y se le escapó entonces
una de sus risitas deliciosas—. Tenía que venir para...
—...Antes
de que sigas—en ello, Chandler le cortó ansioso, provocando que Monica se
alejara completamente de los brazos de Michael—, quiero que adivines a quién
nos hemos encontrado en el restaurant.
Michael y
yo le observamos a la par. A su lado, parecía que Ross ni podía con la mera
incertidumbre que le había aparecido.
—¿A...
quién...?—bisbiseé por la urgencia que nos carcomía a todos, estudiando el
gesto inescrutable de Chandler.
—¡A
Richard!—bramó sarcástico, manipulando una imperiosa sonrisa de burla en su
rostro.
Todo
dentro de mí se heló, entendiéndolo todo y aún nada. Giré buscando refugio,
respuestas, una salida, en una mirada diferente a la suya y sólo me topé con
unos ojos sombríos de Michael que no comprendí.
Monica
sólo resopló incómoda, cruzándose de brazos como ella sabe nos puede hacer
entumecer.
—Oh, no,
no...—Ross titubeaba absorto, ni siquiera mirando a Chandler, a nadie en
realidad—. No es... cierto. No puede...
—Agh, no ha sido nada—Monica se quejó
fulminante, y aún así encogiendo sus hombros como si restara interés.
—Y aún así, lo fue. ¿No es cierto?—Chandler
se burló.
Me llevé
una mano que se sintió pesada a los labios, mientras que ella aniquilaba al
pobre Chandler con una mirada que a todos nos descolocó. No, no, no, ¿Entonces,
aún no se lo proponía? No he visto ni el mínimo centello tendiendo de su dedo
anular, ¿No es cierto? ¡No podía ser!
Detrás la
puerta se abrió, y Phoebe junto con Joey entraron con un par de sonrisas
desbordantes que ni se borraron con nuestros rostros de sueños destruidos.
Chandler rodó sus ojos abatido, exasperante, aunque no hablara se notó el deseo
que tenía porque ellos ya lo supieran.
—¡Oh,
Dios! ¡Ya están aquí!—Joey dejó su abrigo caer directo a la moqueta, nada más
le interesó cuando aproximarse a Monica ya era la tarea principal.
—¡Déjame
ver! ¡Quiero ver tu mano!—Phoebe bramó haciéndole segunda, tomándole la mano
como a Michael y a Ross se les ponía un gesto seco de asombro.
No quería
ni imaginar lo que ocurría dentro de la cabeza de Chandler en ese mismo
segundo. Mierda.
—¿Por qué
quieres ver mi mano?—Monica les preguntó a ambos, sin poder esconder ni por un
segundo cada facción que se le impregnó con extrañez.
Y
mientras, Chandler ya se posicionaba detrás de Monica para hacer todo tipo de
señas desesperadas a ambos, todo listo para desmoronar todo tipo de ilusiones.
Phoebe entonces se paralizó, y suspiré en el acto. Supe que lo había
comprendido.
—Ah, no—Phoebe
sin más palideció, obligando que siquiera una pequeña sonrisa apareciera—.
Sólo... quería ver tu barniz de uñas, es todo.
—Vamos,
Pheebs—le respondió Monica mientras recuperaba su mano, y luego de tanto, ya no
comprendí siquiera si esa sonrisa orgullosa que le brotó había sido real—. ¿Ya
viste quién está aquí?
Aunque, tratándose
de señalar a Michael, no había duda de que una sonrisa así no pudiese aparecer.
—Oh, sí—Phoebe
asintió un poco más relajada, dedicándole a Michael la más increíble de las
sonrisas al tiempo en que él le miraba igual—. Le he dado su abrazo merecido
esta mañana.
—Aguarda,
¿Ya sabías que él vendría antes?—la mirada de Monica de pronto se descolocó.
—Ah...
—N-no—Joey
interfirió sin más, pude percibir incluso cómo Phoebe de nuevo respiraba—, ella
no lo sabía, es sólo que...
Entonces
calló, perdiendo su mirada atolondrada por el suelo, por los techos. Miré
entonces a Chandler buscando auxilio, o incluso a Ross, mientras que la
cadencia con la que respiraba subía y bajaba. ¿Es que había otra manera de
arruinarlo todo? ¿Cuántas más faltaban aún? ¡Maldición!
—Muy
bien, mientras que a ustedes se les ocurre una mentira, yo iré por unas
pastillas a la farmacia—de nuevo se aproximó Monica hacia ellos, abriéndose con
cuidado paso para tomar ya la perilla de la puerta—. No soporto la cabeza.
—Claro,
hazlo—le respondieron Joey y Phoebe de forma turbia al apartarse a un lado.
Una
pequeña mirada de confusión fue lo que les dedicó, y una más de seriedad a
Chandler justo antes de haber desaparecido.
Aguardé
en mi lugar hasta asegurarme de que el taconeo se perdía del otro lado y como
pude, me moví ansiosa hacia él con un cúmulo de dudas ardientes supurándome en
el pecho. Todos teníamos la misma expresión de decepción y comprendí que
ninguno sabía cómo comenzar tampoco.
—¿Qué fue
lo que pasó?—pregunté ansiosa, intentando hacer como que el gesto inescrutable
que tenía no me perturbaba, y sentí al resto asentir conmigo al final.
—Richard
se nos ha unido en la cena, maldición—nos explicó sin siquiera mirarnos. Ya era
incluso imposible de soportar la tristeza que de pronto se había dejado
impregnar en su mirada—. Así que no he podido hacerlo, no logré hacer nada de
lo que tenía planeado para esta noche.
—¡¿Qué?!
¡No...!—Joey bramó llevándose ambas manos a la nuca, haciendo que a Phoebe se
le escapara un suspiro por el susto que le dio.
—Así es—Chandler
asintió dolido, resignado—. Y pensaba hacerlo mañana, ya saben, creí que aún
podría sorprenderla. Pero, diablos, ¿No creen que con todas estas pregunta
ahora lo hemos estropeado? Sabrá lo que quise hacer.
—Chandler,
vamos—Phoebe le encaró con un gesto de reprensión—. No lo hemos estropeado.
—¿Quién entra a una habitación
pidiendo ver las manos de las personas?
Phoebe se
cruzó de brazos entonces, con la mirada incrustada en los suelos antes que
responder. Sabía que quizá ya pensaba en algo para decir, algo que nos podría
distraer a todos del profundo silencio que sin más nos arrastró. Pero ni ahora
era el momento adecuado, no para la mínima broma siquiera. Y hasta Chandler
mismo lo sabía, dolorosamente. Jamás lo había visto así de consternado.
—Esto es
terrible—mirándonos a todos, a cada uno alternadamente, Chandler suspiró—. ¿Qué
puedo hacer?
Ross dejó
de estudiarle para perder su vista en el vacío, se cruzó de brazos y entrecerró
los ojos como si se encontrara analizando algo más.
—Bueno, si piensas que ella sospecha algo...
Podrías despistarla un poco—musitó.
Chandler,
sonrió. La atmósfera que nos envolvía se puso de pronto ligera.
—Eso es—espetó
señalándole, con una mirada indeciblemente esperanzada—. Puedo despistarla,
puedo hacerle creer que el matrimonio es lo último que haría.
—¡Así es!—Joey
intervino orgulloso con ambos—. Convéncela de que tienes terror de
comprometerte.
—Puedo
hacer eso, tengo más de treinta años de práctica—entonces, sólo así, una
pequeña risa de Chandler se había escapado.
Y
comprendí inmediatamente que ya lo era todo, había llegado el momento exacto de
que un comentario sarcástico tuviese que aparecer, por el bien de mi ultraje
emocional.
—Ahí lo
tienes—musité en tono burlón—, así hasta viene a ser cosa de ser tú mismo.
Sonreí
mientras que las risas bobaliconas del resto ya inundaban cada rincón del
lugar. Joey asentía con Ross burlándose por lo alto, Phoebe reprimía unas
carcajadas debajo de una mano que llevaba a sus labios y Chandler asentía
indolente, orgulloso. A diferencia de antes, ahora, seguro de sí.
Todo en
ese instante se tornó perfecto salvo por el vuelco incómodo que mi pecho dio al
notar que Michael ni se inmutaba, ni se movía. Y aquello me paralizó, hizo que
una ligera punzada de molestia apareciera.
—Chandler,
lo siento...—Michael murmuró consternado acerándose hacia él—. Si me es
posible, yo... hablaré con Richard yo mismo. Si es que hay algo que te
incomodó, puedo hacerlo sin problema.
—Ya me
has ayudado lo suficiente, Mike—rápido negó sonriendo, dándole una pequeña
palmada detrás de su hombro derecho. Un gesto que, sin poder negarlo, hizo que
tuviese la sensación de que mi corazón se agrandaba—. Lo dejaremos así, y si el
bastardo me da problemas, ya ocuparé tu ayuda.
—Chandler...—Ross le fulminó mirándole.
—Oh,
vamos—y él sólo se encogió de hombros con desgarbo, resaltando desinterés—. Es
amigo de tus padres, no es como que sea de tu familia.
Entonces
se burló. Al menos, había hecho que a Michael se le escapara una pequeña
sonrisa. Pequeña, pero perfecta. Como todas las que solía dar él.
—Yo... me
tengo que ir. ¿De acuerdo? Antes de que Mon vuelva y me quiera preguntar algo
más—miró Michael el reloj del departamento un tanto resignado, abriéndose paso
para tomar del pequeño perchero el abrigo que llevaba. Lo había abandonado ahí
desde esta mañana, era ya un logro inmenso que desde entonces Monica no lo
había notado ahí.
—Claro—Chandler
asintió comprensivo, dándole un fuerte apretón de manos cuando tuvo la
oportunidad.
—Los veré mañana, chicos. Descansen.
Se ocupó
de obsequiar a cada uno su dulce despedida, comenzando por un beso en la
mejilla que a Phoebe le dio, un apretón de manos a Joey y tan pronto como le
sacaba unas risas por el gesto que le había dado, se aproximó ya a Ross, que se
encontraba a mi lado. Y era ridículo que me estremeciera un segundo más
preguntándome de qué forma se despediría conmigo.
—Adiós,
Michael—les oí al resto, lo dijeron casi al mismo tiempo, y tan alegres que
habían logrado arrancarle una hermosa sonrisa más—. ¡Descansa!
Mis
labios se sellaron, por no alucinarme demás. Creí entonces que mi mano ya
estaba tendiéndose hacia él por sí sola cuando, de la nada, se aproximó ya a la
puerta y salió.
Bajé mi
mirada con un rostro inescrutable, perdiéndome de las preguntas que brotaron de
los demás. De sólo pensar en qué rayos había pasado con su trato conmigo, de
que desde esta mañana ni de una sonrisa había sido merecedora, o que a duras
penas ni una sola palabra me dirigió, mi estómago comenzaba a revolverse dentro,
mi garganta cosquilleó. Tenía que ser una maldita broma.
—Aguarden...—e
interrumpí el silencio incómodo que se formó, abriéndome paso para alcanzar el
umbral y salir también.
Con ambos
pies en el pasillo cerré la puerta detrás de mí, y me lo encontré casi al borde
de desaparecer escaleras abajo. Zapateé como pude y, casi al instante viró
paralizándose en el acto.
—¿Qué te
picó ahora, Michael?—le confronté en seco, haciendo que pegara un par de pasos
hacia atrás, un poco desconcertado.
—¿Disculpa?—pestañeó
con rapidez, y de a poco, comenzaba a acercarse a mí de nuevo.
No podía
ser verdad que no supiese a qué me refería. ¿Con ese silencio? ¿Esas preguntas
y comentarios a los que no les dio respuesta antes? ¿Esa manía de dejarme con
la mano tendida y la palabra en los labios antes de irse? ¡Dios mío!
—Me oíste—sentencié
señalándole. Ya estaba harta, cansada, y sólo rogué porque mi mente no se
desconectara sin más de mi boca, no quería arruinarlo aún más, aunque bien,
argumentos era lo que me sobraban—. Porque has estado raro desde esta mañana y
ni se diga cuando esperábamos a que Chandler y Monica volvieran a casa.
Dejó
salir un suspiro hondo y miró al techo negando. Al menos aquello me alegró, ya
no podía hacer del tipo que no tenía ni idea de nada.
—Es que
yo... sabía que Richard vendría—susurró al final—. Me lo dijo cuando le comenté
que yo también estaría aquí.
—¿Lo...
sabías?—titubeé sintiendo un vacío inmenso en mi pecho, hielos quemando, cómo
mi boca sin más se secó.
Asintió
simplemente, devolviéndome el aliento al volverme a mirar.
—¿Por qué
no dijiste nada?—negué efusivamente, no comprendía nada, no lo esperaba, ¡No
tenía sentido!—. ¿Por qué no me lo...?
—...Porque
en el instante en que quise hablarte de ello, estabas muy ocupada alistándote
para ir a trabajar. O déjame ver—se cruzó de brazos entonces, tratando de
reprimir una sonrisa burlona, aunque furiosa, con sus labios mordidos—. Bastante
apurada para encontrarte con ese tipo que te esperaba en la calle para irte con
él. Y aún así no te importó perder un par de segundos más para dejar que te
besara, ¿No es cierto?
Un alivio
vertiginoso se disparó dentro de mí, todo se iluminaba ahora. Lo explicaba
todo.
—¿Así que
de eso se trata? Te han dado... celos...—musité perdiéndome en el vacío,
asintiendo sólo conmigo. Estaba segura de ello, maldición.
—Por supuesto que no—espetó
formulando un tono severo.
Pero al
voltearle a ver todo lo contario apareció; se retraía, se irguió incluso para
evitar que le mirara. ¡Era cierto entonces! ¡Lo había visto! ¡Michael
finalmente había visto a Tag!
—Sólo...—soltó
un suspiro al dar un paso adelante, y aún no me miró—. Agradecería que no
tuvieses muestras de cariño con él cuando yo esté cerca.
—Mira
quién lo dice, señor ‘Beso a mi esposa por televisión para que millones de
personas nos vean, en especial Rachel’.
—Eso ha sido diferente.
—¿Ah, sí?—escupí un bufido burlón—.
¿Cómo lo fue?
Y calló
sin más, aún teniendo sus labios entreabiertos y titiritando. Tartamudeando
como solía. Conocía ese gesto de culpa a la perfección, ese que le venía cuando
las palabras y excusas ya se le terminaban. Era quizá una de las cosas que
también extrañaba de cuando éramos pareja, cómo siempre yo solía ganar cada
discusión.
Tenía que
agradecer luego a mi más grande maestra. Monica se va a carcajear.
—Escucha,
ese no es el punto—negó ansioso, como si se hubiese despejado por fin—. El
punto es que Ross me ha hablado de él. Sé que a veces la actitud que él tiene
contigo no es...
Le
aniquilé con la mirada más fría que pude contener, aguardando a que continuara.
Si quería que me molestara, lo estaba consiguiendo seguro. ¿Cuándo fue la última vez que yo había criticado a
alguna de sus parejas? Jamás.
—Sí,
bueno, yo solía salir con Ross también—le desafié ante su mutismo—. Hazme saber
la próxima vez que a alguien le agrade el nuevo novio de su ex pareja.
—Yo he
sido tu nueva pareja luego de él, y sé que me adora—se burló con una odiosa
sonrisa perfecta.
Ardiendo
un gruñido se me escapó. Tenía razón, maldita sea. Al sentir que más palabras
ya pujaban por salir me giré y me dirigí a mi puerta de nuevo, aunque a sólo un
par de pasos me quedé. Me había tomado de la mano para que siguiera y con
delicadeza me hizo de nuevo girar.
Fue un
roce que amenazó con hacerme olvidarme de todo.
—Tan
sólo... cuídate—musitó, ese tono tranquilo y delicado que tanto me embelesaba
había vuelto como si nada hubiera ocurrido—. ¿De acuerdo? Respeto tu relación,
pero... es todo lo que te pido.
—No te preocupes—y le dediqué una
simple sonrisa que supe, le relajó.
La fuerza
con la que me mantenía tan cerca de él disminuyó hasta haberme permitido
alejarme de nuevo, y tomé pronto la manija de mi departamento sin dejar de
mirarle aún.
—Estamos bien, ¿Verdad?—inquirió.
Relució
en él un gesto de indecible timidez que me estrujó el pecho, sus lagunas
marrones y preocupadas me atraparon, esa manera en que tomó aire para respirar
me aniquiló. Y sí, si con sólo mirar lo perfecto que lucía con ese condenado
atuendo todo atisbo de ira se iba a esfumar, estábamos más que bien.
Perfectamente.
No pude
evitar reír, carcajearme de mis pensamientos.
—Contigo
ya no puedo estar mal—fracasé sin más al seguir ocultando mi sonrisa—. Vete ya,
antes de que alguien te vea.
—Descansa—sólo
asintió, al tiempo en que acomodaba el cuello de su abrigo para que cubriera al
menos la mitad de su cara. Y para mis adentros, celebraba el hecho de que esa
última sonrisa aún no se le desvanecía.
—Adiós—susurré, y tras un pequeño guiño
descendió hacia los primeros pisos.
Cerré la
puerta luego de entrar recargando mi nuca contra la fría madera resoplando
profundamente.
Phoebe y
Ross se despedían también para marcharse, y luego de darles un par de abrazos
bien merecidos, me duché evocando esa última mirada centellante que Michael me
obsequió, esa falta que una mirada así me había hecho durante la totalidad de
mi día y que quizá, de haberla obtenido, ninguna muestra de cariño hacia Tag
hubiese aparecido siquiera. Mi discusión con Michael no hubiese tenido lugar.
Me tumbé
sobre la cama con mi camafeo entre mis manos. Pensar en que lo que entre
Michael y yo aún quedaba era una relación como la que existió al mero principio,
una en donde simplemente, estábamos bien, siempre funcionaba. Con mi cuerpo
hecho un ovillo me arrullé, y sin percatarme quedé dormida con la preciosa joya
bien aferrada a mis manos.
Al día
siguiente me tocaba sólo guardia en el trabajo, por lo que sólo éramos un par
de trabajadores de mi área los que fuimos a trabajar hasta poco antes de las
cuatro de la tarde. Y aunque había sido poco el tiempo y escasa la
concentración, no paré de pensar en los planes que tenía ideados Chandler para
esta tarde.
El día
fue bueno, a secas, no tan pésimo como creí. Él y Joey estaban en casa cuando
llegué y aún discutían lo mismo que la noche pasada, decidían que planearían
cosa por cosa, qué no sería tan absurdo y qué no sería tan infantil para
intentar. Sonreía más, al menos, ya no le sentí tan preocupado, y el primer
plan que tenían no sonaba complicado. Chandler no era de lanzar sus esperanzas
al fuego y sabía encontraría la forma de solucionarlo todo para volver al plan
principal, una manera de que ese incómodo encuentro con Richard quedara
sepultado en un lugar lejano.
Él quería
a Monica, la quería muchísimo y todos o sabíamos. Celebrar ese cariño como es
debido, era la única opción.
Un tanto
más sereno, nos arrastró a Joey y a mí a Central Perk, ya que Monica nos
encontraría en el sitio. Sólo acepté para supervisar, más no para participar
pues tenía miedo de meter la pata. Al parecer, lo que seguía era conversar
sobre las atrocidades que conllevaba un matrimonio frente a ella, y de ahí ver
qué otra idea surgía además. No llevaban un buen comienzo, pues apenas y Monica
les escuchó.
Ya tomaba
incluso su abrigo del respaldo del sofá donde se sentaba para incorporarse de a
poco.
—Bien, me
voy...—musitó a medias, dando un último gran sorbo a su enorme taza de café.
—¿A dónde
vas?—le pregunté ansiosa, y no pude evitar mirar los ojos descolocados que
Chandler puso a un lado de ella al mirarla poniéndose de pie.
¿Eso
sería todo? ¿Todo cuánto estuvieron ideando para esta tarde y nada avanzó? ¡No!
—Tengo el
turno vespertino en el restaurant—nos dijo, estudiándonos a ambos. Juré que
Joey apenas podía con la expresión de angustia que le brotó—. Creí que Chandler
ya se los había...
—...Oh,
pero aguarda—Chandler, en ello le cortó, sosteniendo su brazo con cuidado para
que no diese un paso más lejos—. Joey justo me comentaba que...—se detuvo y, ya
sin palabras, una ráfaga de señas incoherentes que le lanzaba fue lo único que
las dos observamos.
Joey
reaccionó con desgarbo, incorporándose sobre el sofá.
—A-ah,
sí...—titubeó, y Monica le estudió con una mirada imposiblemente confundida—.
Vi una página web sobre el matrimonio, y lo absolutamente innecesario que es y
cómo es sólo un medio del gobierno para... vigilarnos.
Monica
entrecerró los ojos como si no lo comprendiera mientras que yo, ahí, muda y
avispada, sólo deseé que la tierra me pudiese tragar. Quizá haber dejado que
Monica se marchara hubiera sido lo mejor. Tenían que seguir trabajando en sus
planes “malvados”.
—Exactamente—le
secundó Chandler indolente, ya celebrando entre ambos una pequeña victoria. Y
llevé mis dedos al puente de mi nariz, aquello tuvo que ser improvisado, estaba
segura.
Nada de
nuevo, sólo una risa de Monica fue lo que se ganó.
—Bueno,
al menos me alegro de que veas otras cosas en Internet además de... lo que te
gusta—selló sus palabras con un par de palmadas que dejó en el muslo de
Chandler e hizo ademán de pararse otra vez.
—Sí,
bueno...—pero él, tomándole la mano, la había detenido de nuevo—. La verdad es
que me hizo pensar, ¿Por qué iba a querer casarse alguien?
Con una
sonrisa congelada, incrédula, Monica buscó mi mirada con rapidez, pese a que no
me fue posible hacer más nada. Estaba tan pasmada como para corresponder el
gesto o comprender que sólo rogó en silencio por mi ayuda.
—Bueno,
¿Para celebrar su relación?—el tono de Monica sin más se intensificó, derrochó
indignación en cada palabra—. ¿Para solidificar su compromiso? ¿Para declarar
al mundo el amor que se tienen por la otra persona?
—Eh... no
lo sé—y Chandler sólo se encogió de hombros. Mejor que no pensara que iba
ganando, porque con esa cara de ira que Monica le dio, hasta mis propias manos
cosquillearon por hacer que ya se callara. ¿Qué no miraba su expresión? ¡Dios!
—Un
momento—espetó—, ¿Me estás diciendo entonces que nunca planeas casarte conmigo?
—Pues, no
me gusta decir nunca. Pero, sí... nunca.
—Tengo que irme.
Como pudo
ella zafó su mano del agarre que Chandler aún mantenía y tomó su bolso al
final, deteniéndose con una sonrisa que ni por poco ocultó la incomodidad que sentía.
Intercambiar miradas con Joey fue lo único en lo que pensé, lo sabía. Por ese
nerviosismo, supe que él justo lo comprendió también.
Y ambos
nos perdimos en la manera en que mi mejor amiga aniquiló con la vista a su
novio.
—Es bueno... saber que pienses así—dejó a
Chandler entonces mudo, antes de salir.
Resultó
peor de lo que había pensado.
*****
Ah,
diablos. No ahora.
Estaba
entumecida, irritada hasta la médula, dolorosamente desconcentrada en lo que
hacía, tanto que ni el endemoniado sonido del vaivén de la puerta de la cocina
le había hecho virar. ¿Apenas había terminado con las tres últimas órdenes de
esa odiosa mesa y ya venían más? No era cierto, maldición. Si no terminaba ese
bendito estofado pronto, aniquilaría a la primera persona que se me cruzara de
frente, estaba casi segura de ello.
—Oye,
Monica—Jen, una de las camareras que recién habían comenzado con el trabajo me
llamó. No se había tomado la gran confianza que el resto tenía conmigo al
menos. Ella aún tenía un poco de decencia al solicitar una orden más. De alguna
manera suspiré, un poco aliviada—. Un cliente quiere felicitar a la chef, ¿Debo dejarle entrar?
Viré, y
de pronto no era molestia, sino una inmensa sonrisa congelada lo que tenía en
mi cara. ¿Era verdad? ¡Pero, por supuesto! ¿Por qué no lo sería? ¡Ya era hora
de que algo bueno sucediese en mi día para variar!
—¡Claro!—vociferé
al tiempo en que acomodaba mi gorro, estiraba un poco mi uniforme, me limpiaba
las manos con el pequeño trapo que siempre utilizaba—. ¡Me fascina esta parte!
Ella
compartió conmigo la misma sonrisa, y sólo cruzó el umbral de aquella puerta
dirigiendo un nuevo gesto diplomático a alguien que se avecinó.
Entretanto
volví a mi posición para verificar la apariencia que tenía mi área. ¿Mis
cacerolas lucían bien? ¿Estaba en orden la barra de alimentos? ¿La despensa? No
había tantos platos sin lavar, ¿Verdad? Bien, todo en orden a simple vista.
Ahora sólo faltaba ese pequeño brillo que a mi ego tanto le fascinaba.
Meneé una
vez más con el cucharón el estofado que aún preparada; tenía que lucir como si
estuviese concentrada en lo que hago.
—Hola—aquella voz.
—¿Richard...?
Entonces
me giré. Sin poder evitarlo al ver esas lagunas profundamente abrillantadas,
relajadas, consumientes, me sujeté con cuidado de la manija del horno y me
quise jurar que no era su loción aquello que me inundaba la cabeza. Dios, lucía
tan bien, tan asombrosamente bien. Mis labios no se pudieron ni cerrar.
—De
hecho, no estoy aquí para felicitar al chef—se echó a reír, mientras que sus
ojos se estrellaban al suelo.
¿Le hacía
gracia mi reacción? Oh, no. No, no, no.
—O-oh...
está bien—aclaré mi garganta al tiempo en que mis mejillas se entumecían, mi
rostro comenzó a zumbar por el sonrojo—. Odio que la gente me felicite de todas
maneras. Como si no tuviera nada mejor que hacer, ¿No?
Y se
quedó, así, serio y callado, al contrario de lo que había querido lograr.
Sólo... pensativo.
—¿Ocurre algo?—le pregunté. No podía
soportar el silencio otro segundo.
—Bueno, ha sido genial volver a
verte ayer por la noche.
—Yo también me alegré—le solté, con
una asombrosa naturalidad.
Sin
querer, ya anudaba mis dedos entre el fino trapo que aún aferraba. Todavía me
hacía estremecer, me apenaba el rostro de cinismo puro que Chandler le había
dirigido cuando nos enteramos de que él estaba en el mismo restaurante que
nosotros. Ese inútil pleito que no nos pudimos ahorrar por una mínima
casualidad.
—¿Has
venido... a decirme sólo eso?—susurré. Por más que lo deseé, ni reaccionó.
Apenas y se movía.
—No—apretó
entonces sus dientes, como si tratase de contener algo más—. He venido hasta
acá para decirte otra cosa.
Un
agujero enorme estrujó mi pecho, se aferró a mi garganta. ¿Por qué me sucedía
esto justo ahora, maldición? ¿Por qué, luego de tanto tiempo que transcurrió
sin que nada de esto me afectara?
Se
aproximó, sólo un paso más, apenas unos centímetros y, como el instante en que
le vi la noche anterior, ya sentía que el aliento me faltaba.
—...He venido a decirte que aún te
amo.
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