—¿Qué...? ¿Qué acabas de... qué?
Sentía el
fulminante martilleo de mi corazón dentro de mi pecho, sentía la presión
aumentando debajo de la piel de mi rostro, la carencia de razón, cómo se perdía
el maldito sentido. Rogué por haber escuchado mal, por haber alucinado. Que no
fuera verdad, mierda. No podía serlo.
—Aún te
quiero—musitó cuando ya su mirada se dulcificaba, lastimaba como si mis
pensamientos hubiesen salido más allá de mi cabeza, como si los hubiera
escuchado y le hubiesen dolido también—. Y sé que no debería decírtelo, que
estás con Chandler. Pero cuando te miré ayer todas estas sensaciones volvieron,
y... Comprendí que si no te lo decía, me iba a arrepentir el resto de mi vida.
Porque dejarte ir ha sido lo más estúpido que hice en mi vida.
Bajé mi
mirada en medio del silencio que apareció, no evitaba sentirme ausente, más
alucinada de lo que jamás creí. Negué, como pude, ansiosa.
—Sé que
es el momento y lugar equivocado—añadió sin más, y sin embargo aún percibía
cómo le costaba infinitos que su voz apareciera—, pero... tenía que decírtelo.
Quiero estar siempre a tu lado, quiero casarme contigo.
La boca
se me secó, y de pronto no comprendía si aún estaba varada frente a él, o en un
sueño que bien, de un segundo a otro podría convertirse en la peor de las
pesadillas.
Sus
labios volvían a entreabrirse, con lentitud.
—...Quiero tener hijos contigo.
—N-no...
No, yo...—las piernas me fallaban, y sentí una marea de sentimientos
encontrados carcomiendo mi piel, mi ser, mi integridad, mis miedos.
¿Por qué
no había un maldito lugar en el que pudiese sentarme? ¿Por qué no dejaba de
sentirme tan débil? ¡Mierda!
—Es...
¿Demasiado tarde?—inquirió preocupado, conocía de siempre ese tono frustrado y
dolido que podía aprisionarle de pronto.
Y me
burlé con desgarbo, quería opacar su dolor con algo más. Lo que fuese, la
primer salida que encontrara, así fuera lo peor.
—¡Por
supuesto que es demasiado tarde!—eché un bramido que le hizo descolocar—. ¿¡Qué
había de todo eso hace siete años!?
—He sido
un idiota, lo sé. Y de acuerdo, me puedo marchar, puedo no volver a molestarte. Pero sólo si me dices que
Chandler está dispuesto a darte lo mismo que yo.
Me
paralicé. ¿Cómo contestar si todo lo que tenía atascado en mi cabeza eran los
disparates que le había sentenciado antes? ¿Si la relación sin uso que tenía
con él era todo en lo que pensaba?
—¿Has...
vuelto a pensar en mí?—añadió luego de que me había quedado callada, lo agradecí.
Mi garganta ardía y no era por contestar, me estaba destruyendo de a poco.
—No—me apuré a replicar.
Una
mirada vencida, contrariada, desmoronada fue de lo próximo que me pude
percatar. Una que me dolió, que me congeló el alma apenas pude advertirla, y
que me obligó a continuar.
—...Porque
olvidarte ha sido lo más difícil que he hecho jamás, y no me he permitido
volver a pensarte.
—Creo
que... eso es justo—asintió y evitó mirarme de nuevo, llevando ambas manos a
unirlas detrás de su espalda.
Cerré
entonces los puños, bullendo, asustada de mi próxima reacción. Que no fuera lo
que creía.
—¿Justo?—le
solté torciendo el gesto, luchando porque no fuese la furia la que hablara por
mí, sino la razón, mis temores—. Por favor, no me hables de lo que es justo. Lo
justo sería que hubieses querido casarte conmigo antes, ¡O que Chandler
quisiera casarse conmigo ahora! Créeme, nada de esto es justo, ¡Nada!
Evocaba
momento que me hacían chillar, que me hacían gritar y perder el juicio. ¿Había
pensado yo en esto cuando todo comenzaba con Chandler, cuando por fin había
decidido darnos una oportunidad? Sabía que sería difícil, que él tenía una
historia turbia y relaciones pasadas turbulentas, que había conocido a personas
equivocadas, que con cada una un trozo de su confianza se había desplomado.
Pero eso era lo que buscaba sanar. Ansiaba que supiese que con nosotros sería
la diferencia, que nada podría salir mal.
Que si no
podía jurarme una eternidad pronto, un sueño, al menos me asegurara de que nos
movíamos, y que no sólo estábamos paralizados en el vacío. Que tan sólo me
dijera... las palabras que Richard me acaba de confesar. ¡Y una mierda!
—¡Nada!—chillé,
negué, sellé mis ojos con la fuerza que podía, todo con tal de contener ese
ardor que pujaba por salir de mis ojos—. ¡Nada! ¡Nada, nada...!
Pero unos
brazos aprisionaron mis movimientos embrutecidos, y de pronto la calidez de
otro cuerpo me hizo dejar de estremecer, una sensación quería sanarme.
—Shhh, tranquila...—susurró con ese tono
profundo que había luchado tanto por olvidar, mientras que mi aliento, mis
latidos entrecortados ya chocaban contra su pecho por la manera en que me ceñía—.
No pasa nada...
Sin más,
su perfume me impregnó. Esa fragancia a vida, a promesa, a recuerdos, a la
historia que nos unía. Me embriagaba lentamente y era cada vez más imposible
recobrar las fuerzas para volverme a rodear de la realidad, hasta que
inconscientemente, noté cómo me había estremecido.
—N-nada...—fue
lo último que susurré, y que aún chocó de lleno contra la tela de su abrigo,
hasta que, sus brazos puestos en mi espalda me dieron la libertad de apartarme
un poco, sólo unos centímetros para poder apreciarle mejor.
Y quise
hacerme creer que la forma en que me sostenía no era una estrategia para
obligarme a sólo mirar sus labios, ahí, a sólo un movimiento cerca de los míos.
Si avanzaba, si lo hacía, todo lo iba a perder. A él, a Chandler, a mí. Todo
podría colapsar.
—N-no lo
sé, Richard. Y-yo...—me tensé inmediatamente buscando alejarme, así tratando
hasta que la mano que se había ido a mi cintura había querido ceder.
—Lo entiendo.
Lo
observé apartarse también, con los ojos muy fijos en los suyos. A pesar de
todo, celebré que mi mente no se debilitó. Como pudiese, debía dejarle claro
que pisaba un territorio que ya no le correspondía, uno que dejó ir, que
descuidó años atrás, y que, quizá, se había perdido para siempre.
Pero ya
no lo sabía, no estaba segura de nada.
—Tengo
que...reflexionar sobre...algunas cosas, antes de...—no pude continuar, y aún
me quedaba tranquila al creer que lo entendería.
—Lo sé.
Se alejó
entonces hasta el umbral, no dejó de poner sus ojos tristes sobre los míos en
ningún paso que le llevaba a la salida de la cocina.
—¿Hablamos
luego?—preguntó. De alguna manera, su voz se había tranquilizado, y eso me
calmó un poco más.
No pude
sino encogerme de hombros, sin poderle mirar. ¿Iba a servir de algo? ¿No me
había confundido ya lo suficiente? ¿No creía que no podía perturbarme más?
—Adiós—sin
esperar réplica, salió. Dejándome en la misma posición en la que minutos antes
me había encontrado, aunque no la misma sensación, y llevándose consigo todo
aquello que creía... acerca de todo.
Y el
resto del día en el trabajo se convirtió en una maldita pesadilla.
En punto
de las ocho de la noche dejé un azote turbulento al entrar a mi hogar,
gruñendo, bullendo, conteniendo esas ansias mortecinas que no dejaron de
carcomerme el pecho durante el resto de la jornada. Un par de maldiciones se me
escaparon sin evitarlo y al segundo siguiente comprendí como una lunática el
porqué; No me había percatado de que Joey se encontraba ahí metido.
Llevé
ambas manos a cubrir mi rostro, y froté mi piel con rudeza para sopesar el
cansancio emocional, el cómo mi día no paraba de venirse abajo, no encontraba
la maldita calma por más que la ansiaba como una desquiciada.
—¿Qué
ocurre? ¿Qué es?—se me acercó con velocidad, mientras que un rostro de infinita
angustia le congelaba el gesto.
No me
zafé de mirarle súbitamente indignada. No evitaba recordar que él había sido
parte del embrollo que comenzó mi novio. Los dos, como todo lo que hacían, lo
comenzaron juntos.
—¿Además
de que esta tarde terminé de darme cuenta de que mantengo una relación que no
tiene futuro? ¿Cómo crees que me siento?—le desafié, no contenía el tono
amenazador que emanaba con cada palabra.
Asintió
tímido, comprensivo. Era lo mínimo que sabía que haría, por lo menos él.
—Te ha fastidiado... lo que dijo
Chandler, ¿No es cierto?—bisbiseó.
Negando
con debilidad perdí mi mirada de pronto en el vacío, comprendiendo que esa
sensación molesta que sentía dentro, ese ardor, era el nudo en la garganta que
tanto pujó por salir, y que evidenciaría la catástrofe que acontecía en mi
mente.
—No es
como que quiera casarme mañana, ¿Lo entiendes?—le confesé, traté de que mi tono
sonara tranquilo pues, de otra forma, delataría lo rota que me sentía—. Tan
sólo... me gustaría creer que tengo una relación en la que no estoy perdiendo
el tiempo.
—Ya
conoces a Chandler—chasqueó su lengua torciendo el gesto en tono lastimero,
como si estuviese resignado—. Él está...
—...No, no le conozco—le corté—. Ya no, es
como... si algo hubiese cambiado.
Quizá
todo había comenzado tan bien que no me había detenido a medir las
consecuencias, quizá creía que, al principio, lo más difícil iba a ser
escabullirnos de los demás para que no se enterasen de lo que sucedía con
nosotros. Quizá nunca estuvo en mí creer que algo de esto sucedería.
Joey se
me acercó, y mi debilidad no disminuyó, la pena que sentía por mí sólo creció
con cada paso que daba.
—Quizá
nunca cambió—le oí entonces, aún sin tener la fuerza de encararle de nuevo—. Tal
vez, él siempre ha sido un sujeto con pocas probabilidades de desposarse,
¿Sabes?
Entonces,
ofuscada, con la rabia burbujeándome dentro, y perturbándolo todo, le miré.
—¿Y que piensa que voy a quedarme
siempre a su lado esperando por nada?
—Él está
en contra del matrimonio—musitó certero, sin el mínimo titubeo haciéndole
pararse a meditar—. Siempre lo va... a estar.
No
deseaba creerle, no quería dejar de creer que así, sus ojos preocupados me
decían algo más, algo que quisiera salvarme de la penumbra, del nudo en la
garganta que todo lo atropelló.
Pero no
lo había sido así. Y, mierda, entonces saberme indefensa, sin salida, no era
una posibilidad.
—Pues, hay otros que sí quieren
casarse conmigo.
—¿Qué?—de
pronto me daba unos ojos asombrosamente desorbitados, ahí estaba el
estremecimiento que rogaba antes, la inseguridad, el miedo—. ¿D-de... verdad?
—Así es—sentencié.
Y a mis
espaldas, sin dejarle de mirar, volví a tomar la manija de mi puerta, a sólo un
movimiento de hacerla ceder.
—...Richard—le
solté abrupta, y salí, convencida hasta lo indecible de lo perplejo que le dejé.
Aproveché
su aturdimiento y me esfumé de mi hogar, respirando agitada, resoplando y
clavando mis uñas en la palma de mis manos para jurarme que el dolor que
sentía, la punzada que me lastimaba el pecho era real. Comprendiendo que quizá
había cometido un grave error al abrir ante él lo que en mi interior había, y
aún así no me interesó más. Una lágrima de frustración se me derramó sin más.
Quizá
iría a casa de Richard.
*****
Repetí,
luego de la décima vez aquella parte del mensaje que se había quedado grabado
en mi contestadora. Hacía eco en mi mente, sabía que era real, que sucedía, y
que tal vez lo esperaba. Pero no lo creía, no aún, no así de él.
“Sé que puedes hablarle de mí,” Richard musitaba entonces, emanando un miedo, una
inseguridad que desde que tenía memoria, jamás conocí. Ya la fuente de sus
intenciones bien me parecía desconocida, abismal. “...Sé que eres su amigo, que la podrías hacer comprender. Que esté
segura de que yo podría ofrecérselo todo, que sé que me equivoqué, que lamento
como un lunático haberlo comprendido hasta ahora”
Sostuve
mi aliento entonces, como todas y cada una de las veces en las que me atreví
siquiera a escuchar el endemoniado mensaje de nuevo, rogando porque esta vez,
sólo esta, pudiese no ser verdad. No tenía que serlo.
“Ayúdame, Michael. No
quiero... volver a perderla de nuevo”.
—N-no, no, no...
Salí del
viejo edificio del estudio sin esperar a que la escolta que me había ayudado al
inicio pudiese interceptarme, sin importarme un demonio todo lo demás, mucho
menos el frío que me golpeó al comprender ya lo tarde que era. La noche ya
estaba más viva que nunca, la oscuridad a duras penas me dejaba andar, me
dificultaba incluso más escabullirme del alboroto que había dejado dentro,
todos esos bramidos que mi salida abrupta dejó.
Tomé el
coche y me esfumé. El tráfico no fue demasiado, no el mismo que habría en una
noche cotidiana de Octubre en Nueva York, y sin embargo había sido el justo
para que se me erizara imposiblemente la piel, para que el aliento se me
entrecortara, para que mi interior hirviera, para darme la maldita sensación de
que cada minuto que demoré en trepar de a dos escalones a la vez dentro del
edificio del departamento de Monica me sofocaba más.
No
deseaba encontrarla a ella, sino a Chandler, decírselo todo sin tratar de
alarmarlo aunque sí apurarlo. Asegurarle de que todo lo que creíamos o
planeábamos no serviría de nada ya, sino que lo empeoraba. Entré evadiendo
incluso a un par de vecinos inoportunos en el pasillo y en casa, a un Joey
asustado, paralizado, contenido fue lo único que encontré.
No me
importó, pues ni un segundo transcurrió, y de mi boca ya brotaba todo cuanto
sucedió. Y antes que desahogarme una pila insostenible de angustia me carcomió
al enterarme de lo que él también sabía. Nos paseábamos de un extremo del
departamento hacia el otro, mirando el reloj, planeando y tachando ideas de
nuevo hasta que, sin más, de esa forma indolente y desinteresada que le
caracterizaba, Chandler ya arribaba a casa.
Joey se
acercó a él como un torbellino de furia de inmediato.
—¿¡Dónde
diablos estabas!?—Joey se le acercó fulminante, hecho todo un torbellino de
furia que a Chandler y a mí nos descolocó.
Me
aproximé también, con mi integridad tendiendo de un hilo, con una sarta de
palabras que ya estaban a punto de desembocarse.
—¿Por
qué?—sin más, el semblante relajado que Chandler tenía se esfumó, nos estudió a
ambos contrariado, desesperado—. ¿Qué es lo que...?
—Richard
llamó a Michael para pedirle ayuda, mierda—Joey sentenció cabreado, y asentí
titubeante luego de lo dicho, jamás le había escuchado hablarle así—. ¡Él le ha
dicho que quiere casarse con ella!
—¿¡Qué!?
—Es...
verdad, Chandler—musité partiéndome por sonar calmado, por no alarmarles más.
Él me estudiaba indignado, incrédulo y con un demonio, sus ojos sólo
derrochaban temor. Sabía que no comprendía ni una de las estupideces que
sucedían—. Lo lamento. Traté de encontrarte, creí que estarías aquí, pero...
Dios, esto es un desastre.
Joey
resopló, luego de que ambos observamos a Chandler llevar sus dos manos
paralizadas hacia su boca.
—Tienes que encontrarla—sentenció.
—Lo haré,
maldición—nos dijo ansioso, conteniéndose mientras que se precipitaba con
velocidad hacia el dormitorio que solía compartir con Monica. Joey negó
confundido y sólo le siguió con la mirada perdida.
—¿Qué estás...?
Pero no
continuó, y de inmediato, ambos ya lo habíamos comprendido. Chandler volvió y
en sus manos sostenía no más que una pequeña cajita de terciopelo oscura, esa
misma que, entre los chicos, habíamos elegido cuando salíamos de esa tienda de
antigüedades en la que curiosamente, yo había conseguido ese camafeo.
Llevaba
el anillo de compromiso para Monica, ahí, en sus manos temblorosas.
—Necesitaba
esto—susurró, sin dejar de mirar la joya un segundo. Lo guardó luego en el
bolsillo de su chaqueta y se nos acercó—. Sé lo que tengo que hacer, saldré a
buscarla y se lo pediré. Le diré que se case conmigo, me importa una mierda lo
que planeábamos antes.
—Pero, no
sabemos dónde está—Joey le cortó aquella sonrisa que le había nacido,
consternado hasta la médula—. No tengo una maldita idea.
—Si ha
salido cabreada de aquí hablando de Richard, es bastante obvio, ¿No lo crees?—les
dije a ambos, tan pronto como me fue posible reaccionar de nuevo.
Aquello
bastó, Chandler se dirigió sin añadir un susurro más hacia la puerta y,
consciente de que mi parte aún no estaba ni por poco hecha, de que era una
maldita suerte que me había escapado del estudio con un automóvil sólo para mí,
le alcancé a medio pasillo, justo antes de que se dignara en precipitarse
escaleras abajo.
Apurado,
contenido, me estudió mientras que recobraba el aliento para poder hablar.
—Yo te voy a llevar.
Sin
problema conduje hacia el centro, donde estaba el último departamento que sabía
Richard alquilaba. Comprendía que por esas incesantes maldiciones, reclamos,
quejas que Chandler no dejó de musitar, que él tenía que hablar claro con él,
que tendría que poner ya las cartas sobre las mesas y mostrarle que lo que él
creía no es en nada en comparación con la realidad. Que Monica y Chandler ahora
eran uno, que ella ya no buscaba a nadie más, y mucho menos por un malentendido
tan inútil como lo era este. Y yo estaba con él, hasta el final si era preciso.
Aún así,
ni muerto dejaría que él entrase a su hogar sin mí. Le acompañé, e incluso
traté de reprenderle por la manera tan embrutecida en la que había llamado a la
puerta. Si esto se nos llegaba a escapar de las manos, a cualquiera de los
tres, estaríamos perdidos. Decepcionado ya estaba, no quería impregnarme de
rabia innecesaria también. No por este calvario.
—¿Qué...
hacen...?—Richard entonces abrió, y la expresión de molestia que tenía ante los
estruendosos golpes que Chandler daba se esfumó cuando me ubicó también ahí.
Luego, su gesto fue más de asombro, de desagrado.
Pude
sentir incluso cómo se estremecía.
—¿Dónde
está ella?—Chandler le confrontó decidido, abriéndose paso sin titubeos, sin la
mínima disculpa para ingresar al ostentoso interior de su hogar.
—No está aquí—Richard le contestó entornando
los ojos—, y por favor, pasa.
Tuve que
obligarme a reaccionar para ingresar también. Había aún una punzada de
inseguridad que me corroía, y tratar de evitar toparme con la mirada
entristecida de Richard todo lo dificultaba aún más. Estaba seguro de que sin
siquiera hablarme, ya me diría un cúmulo de reclamos, sabía que él comprendía
por qué estábamos ahí.
—Y
quieres que te crea—se burló Chandler desafiándolo, fulminándolo desde el
centro de la estancia.
—Está
bien—Richard enfundó ambas manos en los bolsillos de sus pantaloncillos—. Ella
estaba aquí, pero se marchó hace minutos.
—¿A dónde se fue?
—Dijo que tenía mucho qué pensar.
—Richard...—espeté reprendiéndole,
sin poderlo evitar.
Y apreté
a su lado la quijada, negando vencido. Jamás le había desconocido de esta
manera.
—No sé cómo
hemos llegado a esto—Chandler dejó salir apenas, señalándolo, se le notaba
abatido, indeciblemente contrariado, incrédulo como si le hubieran insultado
miles de veces más—. Creí que eras... un tipo decente.
—Chandler, no ha pasado nada—se
defendió.
—¿No pasó
nada?—soltó ácido, con un gesto que se volvió amenazador—. ¿Nada? ¿Entonces, no le has dicho a mi novia que la
amas?
Se cruzó
de brazos entonces, mientras que ambos estudiamos a Richard tomando asiento en
uno de los descansabrazos del sofá al que se acercaba, sólo para ver si
encontraba algo de remordimiento o dolor por lo que hacía unas horas sabíamos
quiso hacer, por lo que intentaba.
Chandler
estaba molesto, iracundo en realidad. Imaginé los celos carcomiéndolo,
devorándolo como pirañas mientras que Richard se mostró sólo así, extraño,
lejano. Ni una sola palabra brotó de su boca, y aquello bastó.
—No puedo
creerlo siquiera—sentenció certero, absorto en la manera frustrante en que su
vista vagaba por los suelos, luego le miró—. ¿Tienes idea de lo que hiciste? Ella está por ahí... pensando en esto, en
nosotros, en cosas equivocadas.
—Lo lamento, ¿Está bien?—Richard
musitó al fin—. No he creído que...
—...¿Y qué tiene que pensar ella de
cualquier forma? La amo.
Richard
no intentó siquiera terminar y suspiró. Miré cómo sus ojos se iban al vacío
mientras que negaba para él, debatiéndose, como si las palabras ya no le
pudiesen ayudar.
—Por lo
visto, yo estoy dispuesto a ofrecerle cosas que tú no—y alzó sus cejas, se
encogió de hombros como si nada más interesara, como si fuera lo más obvio que
habría podido decir.
Chandler
se aproximó entonces a Richard, con una velocidad tal que le hizo tensar.
—Es que
sí estaba dispuesto a ofrecerle todas esas cosas—susurró, aunque más calmado,
con más desvaríe en su voz. Estaba seguro de que el mismo miedo aún le
lastimaba—. Sólo era un maldito plan, una manera de despistarla para que cuando
le ofreciera todas esas cosas se sorprendiera.
—Pues... si te sirve de algo, ha funcionado a
la perfección—Richard se quiso burlar.
—Funcionó hasta que tú apareciste.
Se llevó
ambas manos al rostro luciendo abatido, harto, y un momento después
deteniéndose serio alzando el mentón y estudiando la posición relajada que
Richard tomaba.
Me
estremecí, si Richard no llegaba a ceder, todo empeoraría. Aunque ya me había
ganado su desconfianza al no haber contestado su mensaje y haber aparecido con
Chandler en su puerta en cambio, no dejé de esperar que las cosas no se
saliesen de contexto, no con él. Con ambos. Así se sintiese el desprecio que
por el otro se tenían.
—Tú ya
tuviste tu oportunidad—Chandler le apuntó con el índice, enfatizando cada
palabra ácida que salió—, estaba a tu alcance, ¡Y la dejaste escapar! Ésta es
mi oportunidad, y voy a aprovecharla porque sé que estamos hechos el uno para
el otro. Porque todo esto no ha sido más que un estúpido error—y se dejó caer
contra el sofá al final, presionando con una fuerza indecible el puente de su
nariz, tal, que creí se estaba hiriendo a sí mismo—. Iba a pedirle... que se
casara conmigo.
—¿De
verdad?—fue la primera vez que el gesto de Richard se descolocó, el instante en
que de verdad la sensación que miré, fue sincera.
—Sí...
Ante el
mutismo de ambos, sólo una risa vaga, lastimera, mientras que sus dedos se
anudaban con fuerza, fue lo único que apareció.
—Entonces...
ve por ella, Chandler—Richard le dijo sin un solo soplo de temor, y Chandler le
miró sereno, como si aún no lo pudiese siquiera creer—. Y déjame darte un
pequeño consejo; Si la consigues, no la dejes escapar. Confía en mí.
Y sólo
así, ya bajando la guardia, Chandler salió. Dejándome varado ahí, con
dificultad para soltar el aire luego de haberle escuchado.
Ya sin
ninguna posibilidad ladeé la cabeza por mirar a Richard lastimado. Y
sintiéndome vulnerable, deseé encontrar una señal para poder derrumbar eso que
no paraba de atestar mi mente, mis pensamientos equivocados.
Como un
cubo de hielo bajo el sol no podía dejar de evocar cada una de las razones por
las que no había podido mantener a Rachel en mi vida, de la única manera en
que, desde que le había conocido, deseé. Cada acción que nos apartó, que nos
destruyó, cada error cometido, cada abismo que no supimos atravesar con
nuestras manos entrelazadas.
No paraba
de pensar que Richard, ese viejo amigo que jamás dejé de respetar, estaba
pasando por lo mismo en este instante. No imaginaba lo apocalíptica que su
mente podía llegar a ser en este momento.
—L-lo
siento tanto, Richard... En verdad—susurré deseando que, aunque conociese mi
posición, supiera que hablaba certero. Que me lastimaba mirarle así.
—...Yo
también—y ya sin esperar a que se moviese, sin mirar su reacción, salí del
lugar.
Tras la
urgencia indecible que se sentía en nuestros pechos, en la oscuridad en la que
se había convertido la noche, arribamos al edificio de su departamento, y luego
de haber trepado al cuarto piso pasando los escalones de dos en dos, había sido
Joey quien nos interceptó en medio del pasillo que separaba su hogar del de
ella.
—¡Chicos!
—Ahora
no, Joe, tengo que encontrar a Monica—Chandler casi se derrapaba contra el
suelo para tratar de rodearle. Así, hiperventilando, con la mirada perdida, aún
trató de llegar a esa puerta que aguardaba cerrada frente a él.
—...Se ha
ido—soltó sin más.
—¿Qué...?—la
voz de Chandler titiritó al mirar a su mejor amigo de esa manera aberrante, con
un asombro que ni él pudo soportar.
—Se ha
ido—Joey repuso. Su voz sólo se deterioró, tembló—. Cogió... una maleta y se
fue.
—¿De qué diablos hablas? ¡Ella
no...!
—...Estaba
llorando—le cortó al instante, evitando que el sobresalte que a Chandler le
corrompió no se pudiese concretar—. Ha dicho que querían cosas distintas, que
necesitaba tiempo para pensar...
Escuché
entonces la respiración de Chandler rompiéndose, precipitándose al tiempo en
que llevaba una mano absorta a los labios. Y el martilleo agudo que sentí en mi
pecho no me dio una opción más, no podía ya soportarlo.
—¿Por qué
no la detuviste?—le pregunté alzando la voz sin buscarlo, abriendo los brazos,
evidenciando el miedo que me consumió sin quererlo lograr—. ¿¡Por qué no le
dijiste que todo ha sido un estúpido plan!?
—¡Lo
hice!—me miró de inmediato, acentuando su apuro—. Se lo he contado todo,
chicos. Pero no me creyó.
—¿A
d-dónde se fue...?—reaccionó Chandler de pronto, nervioso, gesticulando con las
manos la rabia, la ira que sentía, la impotencia que, noté, le consumió.
—A casa
de sus padres. Y me pidió que no intentáramos llamarle, pero si fuera tú, lo
haría. Definitivamente.
Sólo así,
su mirada centelló. Negó privando su vista de nosotros.
—No puedo
creer... que lo arruiné—bisbiseó, y Joey con el gesto destruido, perturbado
hasta la médula, se le acercó.
—No sabes cómo lo siento...
Miré
entonces a Joey, estando más serio, más consternado que nunca. Chandler le miró
perturbado negando, agitado, y deseé comportarme igual. No pude. Temblé, mi
sangre se heló, y si era cierto, no veía el momento de poder recuperarme.
No, no
era cierto. No podía ser así. No era verdad.
Ignorándonos
a ambos, incluso la palmada carnal que Joey le obsequió, abrió la puerta del
departamento entonces, dejando salir por cada borde un leve brillo cálido que
me confundió de inmediato. Me aproximé y de pronto, todo dejaba de ser como lo
pensaba, el gesto de Joey frío, triste, consternado se transformó por uno
prometedor que brilló más, al tiempo en que se aseguraba de cómo Chandler se
petrificaba con los pies clavados bajo el umbral.
Ahí, en
medio de una oscuridad divina, con cada esquina, cada rincón de su hogar
cubierto de velas, estaba Monica, esperándole. Sorbiendo unas lágrimas que no
pudo evitar que pudiesen salir.
—Querías...
que fuese una sorpresa—ella susurró, sólo sonriendo ante la reacción que
Chandler tenía en frente de ella.
Pronto,
Joey le lanzó a Monica un gesto burlón, uno que reveló esa maldita complicidad
que sin más esfumó el nudo en la garganta que ya tenía, y que multiplicó el
tamaño de mi corazón a la par. Cerró la puerta y, con una expresión alucinada
que me dio, esa misma sonrisa que juré se alargaba de oreja a oreja, me dijo a
gritos silenciosos que ya todo estaba bien, que era una maldita broma, y nada
más.
Que por
fin... sucedería. Lo que todos ansiábamos.
—¿Cómo ha
ido todo?—se escuchó con cuidado a Phoebe hablar a nuestras espaldas, saliendo
del departamento de Joey, conteniendo igual, o incluso más emoción de la que me
paralizó cada movimiento.
Y mi
sonrisa sólo se agrandó más; Ross y Rachel venían detrás de ella.
—Perfecto—Joey
susurró con dificultad, esa sonrisa congelada apenas y le daba oportunidad de
mantener el habla—. ¡Están ahí dentro ahora!
—Ah,
maldición—Ross negó mirando hacia el techo, llevando ambas manos detrás de su
nuca, negando con igual júbilo—. No puedo creer que esté sucediendo. No puedo
creer lo feliz que estoy.
—Habla
por ti—le fulminé, mi cuerpo a duras penas y comenzaba a relajarse. Aunque
luego de la actuación de Joey, cualquiera habría podido caer. ¡Incluso
Chandler!—. Yo no lo sabía, estaba a nada de tener un paro cardiaco cuando Joey
nos dijo que Monica se fue.
—Mírate...—Rachel
bisbiseó ahí, en medio de las sonrisas de todos, de cómo se contenían la
emoción—. Estás completamente pálido. Tranquilo...
Terminó
de aproximarse y, sin darme los segundos exactos para poder asimilarlo, me
abrazó. Sus brazos descansaron al borde de mi cintura y su mejilla se apoyó
contra mi pecho que, temí, dejase relucir el martilleo que mi corazón
provocaba.
Estaba
alucinado, colmado de júbilo, de brillo. Le ceñí y, aunque mi fuerza aumentaba,
no lo creía real.
—Ey...—se incorporó entonces entre mis
brazos, frunciendo su ceño en ese gesto adorable que, desde hace una eternidad,
me fascinaba—. No me estás apartando de tu cuerpo, como lo hiciste ayer.
Al
escuchar el tono preocupado de su vocecilla sacudí la cabeza. Nadie, y lo
sabía, nadie me iba a alejar de ella de esa manera otra vez. Ni siquiera yo y
mis estupideces, no permitiría que, de la forma que fuese, Rachel y yo nos
volviésemos a apartar.
Valoraría
cada mínimo gesto que mereciera recibir de ella, y si esto era lo más cerca que
podría tenerla ahora, iba a hacer que pudiese durar una eternidad.
—No podría... hacerlo de nuevo.
Y le
sonreí, nos sonreímos mientras que la atraía hacia mí con confianza. Siempre lo
lograba, me derretía sin que se lo propusiera, por lo que al conocer la
posición en la que ella también se encontraba, ansié sólo poder tocarla de
nuevo. Lo logré hasta que Joey, apoyado junto con Phoebe y Ross contra esa
puerta cerrada, nos había desconcentrado tras una seña apurada que nos dirigió.
Su gesto
se descolocó, nos abrimos paso para escuchar también y, tras una serie de
murmullos entrecortados, de palabras que venían de una voz frágil, de lágrimas
que se sorbían, de sollozos que no dejaron de aparecer, todo se volvió
silencioso. Entonces, lo supimos, esas palabras imperiosas de Chandler nacieron
sin más.
"¿Te quieres casar conmigo?" le susurró. Tal y como lo habíamos pensado, tal y como,
quizá, yo lo hubiese pronunciado también a la chica que se encontraba
justamente a mi lado.
Y sólo
así, el resto fue como el más hermoso de los sueños.
—¿¡Podemos
pasar ya!? ¡Nos estamos muriendo acá afuera!—Joey chilló sin contenerse,
pegando saltos que a más de uno nos sacó un par de risas que brotaron de un
nudo en el pecho que no dolió.
—¡Pasen,
pasen...!—ella... era Monica.
Joey
entonces abrió, y como pudimos, les miramos a ambos, aguardando, conteniendo el
aliento antes de que algo más pudiese pasar. La forma en que sus ojos brillaban
por cómo las lágrimas no se detenían.
—¡Estamos
comprometidos!—Monica bramó con una sonrisa desbordante, y ni un momento pasó
para que el resto le interceptara a ella, y a su prometido a la par.
Nos
enfundamos entre lágrimas, risas, alaridos de júbilo, de brillo, de promesa.
Nos abrazamos como si las fuerzas no me dieran vida para lograrlo y, sin
respirar, no paré de evocar la infinidad de veces en las que esta parte en
especial, era como un sueño que jamás creí que alcanzaría.
Tenía una
familia perfecta al lado de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario