viernes, 21 de octubre de 2016

Capítulo 70: "Equivocado"


            —¿Qué...? ¿Qué acabas de... qué?

Sentía el fulminante martilleo de mi corazón dentro de mi pecho, sentía la presión aumentando debajo de la piel de mi rostro, la carencia de razón, cómo se perdía el maldito sentido. Rogué por haber escuchado mal, por haber alucinado. Que no fuera verdad, mierda. No podía serlo.

—Aún te quiero—musitó cuando ya su mirada se dulcificaba, lastimaba como si mis pensamientos hubiesen salido más allá de mi cabeza, como si los hubiera escuchado y le hubiesen dolido también—. Y sé que no debería decírtelo, que estás con Chandler. Pero cuando te miré ayer todas estas sensaciones volvieron, y... Comprendí que si no te lo decía, me iba a arrepentir el resto de mi vida. Porque dejarte ir ha sido lo más estúpido que hice en mi vida.

Bajé mi mirada en medio del silencio que apareció, no evitaba sentirme ausente, más alucinada de lo que jamás creí. Negué, como pude, ansiosa.

—Sé que es el momento y lugar equivocado—añadió sin más, y sin embargo aún percibía cómo le costaba infinitos que su voz apareciera—, pero... tenía que decírtelo. Quiero estar siempre a tu lado, quiero casarme contigo.

La boca se me secó, y de pronto no comprendía si aún estaba varada frente a él, o en un sueño que bien, de un segundo a otro podría convertirse en la peor de las pesadillas.

Sus labios volvían a entreabrirse, con lentitud.

            —...Quiero tener hijos contigo.
—N-no... No, yo...—las piernas me fallaban, y sentí una marea de sentimientos encontrados carcomiendo mi piel, mi ser, mi integridad, mis miedos.

¿Por qué no había un maldito lugar en el que pudiese sentarme? ¿Por qué no dejaba de sentirme tan débil? ¡Mierda!

—Es... ¿Demasiado tarde?—inquirió preocupado, conocía de siempre ese tono frustrado y dolido que podía aprisionarle de pronto.

Y me burlé con desgarbo, quería opacar su dolor con algo más. Lo que fuese, la primer salida que encontrara, así fuera lo peor.

—¡Por supuesto que es demasiado tarde!—eché un bramido que le hizo descolocar—. ¿¡Qué había de todo eso hace siete años!?
—He sido un idiota, lo sé. Y de acuerdo, me puedo marchar, puedo no volver  a molestarte. Pero sólo si me dices que Chandler está dispuesto a darte lo mismo que yo.

Me paralicé. ¿Cómo contestar si todo lo que tenía atascado en mi cabeza eran los disparates que le había sentenciado antes? ¿Si la relación sin uso que tenía con él era todo en lo que pensaba?

—¿Has... vuelto a pensar en mí?—añadió luego de que me había quedado callada, lo agradecí. Mi garganta ardía y no era por contestar, me estaba destruyendo de a poco.
            —No—me apuré a replicar.

Una mirada vencida, contrariada, desmoronada fue de lo próximo que me pude percatar. Una que me dolió, que me congeló el alma apenas pude advertirla, y que me obligó a continuar.

—...Porque olvidarte ha sido lo más difícil que he hecho jamás, y no me he permitido volver a pensarte.
—Creo que... eso es justo—asintió y evitó mirarme de nuevo, llevando ambas manos a unirlas detrás de su espalda.

Cerré entonces los puños, bullendo, asustada de mi próxima reacción. Que no fuera lo que creía.

—¿Justo?—le solté torciendo el gesto, luchando porque no fuese la furia la que hablara por mí, sino la razón, mis temores—. Por favor, no me hables de lo que es justo. Lo justo sería que hubieses querido casarte conmigo antes, ¡O que Chandler quisiera casarse conmigo ahora! Créeme, nada de esto es justo, ¡Nada!

Evocaba momento que me hacían chillar, que me hacían gritar y perder el juicio. ¿Había pensado yo en esto cuando todo comenzaba con Chandler, cuando por fin había decidido darnos una oportunidad? Sabía que sería difícil, que él tenía una historia turbia y relaciones pasadas turbulentas, que había conocido a personas equivocadas, que con cada una un trozo de su confianza se había desplomado. Pero eso era lo que buscaba sanar. Ansiaba que supiese que con nosotros sería la diferencia, que nada podría salir mal.

Que si no podía jurarme una eternidad pronto, un sueño, al menos me asegurara de que nos movíamos, y que no sólo estábamos paralizados en el vacío. Que tan sólo me dijera... las palabras que Richard me acaba de confesar. ¡Y una mierda!

—¡Nada!—chillé, negué, sellé mis ojos con la fuerza que podía, todo con tal de contener ese ardor que pujaba por salir de mis ojos—. ¡Nada! ¡Nada, nada...! 

Pero unos brazos aprisionaron mis movimientos embrutecidos, y de pronto la calidez de otro cuerpo me hizo dejar de estremecer, una sensación quería sanarme.

Shhh, tranquila...—susurró con ese tono profundo que había luchado tanto por olvidar, mientras que mi aliento, mis latidos entrecortados ya chocaban contra su pecho por la manera en que me ceñía—. No pasa nada...

Sin más, su perfume me impregnó. Esa fragancia a vida, a promesa, a recuerdos, a la historia que nos unía. Me embriagaba lentamente y era cada vez más imposible recobrar las fuerzas para volverme a rodear de la realidad, hasta que inconscientemente, noté cómo me había estremecido.

—N-nada...—fue lo último que susurré, y que aún chocó de lleno contra la tela de su abrigo, hasta que, sus brazos puestos en mi espalda me dieron la libertad de apartarme un poco, sólo unos centímetros para poder apreciarle mejor.

Y quise hacerme creer que la forma en que me sostenía no era una estrategia para obligarme a sólo mirar sus labios, ahí, a sólo un movimiento cerca de los míos. Si avanzaba, si lo hacía, todo lo iba a perder. A él, a Chandler, a mí. Todo podría colapsar.

—N-no lo sé, Richard. Y-yo...—me tensé inmediatamente buscando alejarme, así tratando hasta que la mano que se había ido a mi cintura había querido ceder.
            —Lo entiendo.

Lo observé apartarse también, con los ojos muy fijos en los suyos. A pesar de todo, celebré que mi mente no se debilitó. Como pudiese, debía dejarle claro que pisaba un territorio que ya no le correspondía, uno que dejó ir, que descuidó años atrás, y que, quizá, se había perdido para siempre.

Pero ya no lo sabía, no estaba segura de nada.

—Tengo que...reflexionar sobre...algunas cosas, antes de...—no pude continuar, y aún me quedaba tranquila al creer que lo entendería.
            —Lo sé.

Se alejó entonces hasta el umbral, no dejó de poner sus ojos tristes sobre los míos en ningún paso que le llevaba a la salida de la cocina.

—¿Hablamos luego?—preguntó. De alguna manera, su voz se había tranquilizado, y eso me calmó un poco más.

No pude sino encogerme de hombros, sin poderle mirar. ¿Iba a servir de algo? ¿No me había confundido ya lo suficiente? ¿No creía que no podía perturbarme más?

—Adiós—sin esperar réplica, salió. Dejándome en la misma posición en la que minutos antes me había encontrado, aunque no la misma sensación, y llevándose consigo todo aquello que creía... acerca de todo.

Y el resto del día en el trabajo se convirtió en una maldita pesadilla.

En punto de las ocho de la noche dejé un azote turbulento al entrar a mi hogar, gruñendo, bullendo, conteniendo esas ansias mortecinas que no dejaron de carcomerme el pecho durante el resto de la jornada. Un par de maldiciones se me escaparon sin evitarlo y al segundo siguiente comprendí como una lunática el porqué; No me había percatado de que Joey se encontraba ahí metido.

Llevé ambas manos a cubrir mi rostro, y froté mi piel con rudeza para sopesar el cansancio emocional, el cómo mi día no paraba de venirse abajo, no encontraba la maldita calma por más que la ansiaba como una desquiciada.

—¿Qué ocurre? ¿Qué es?—se me acercó con velocidad, mientras que un rostro de infinita angustia le congelaba el gesto.

No me zafé de mirarle súbitamente indignada. No evitaba recordar que él había sido parte del embrollo que comenzó mi novio. Los dos, como todo lo que hacían, lo comenzaron juntos.

—¿Además de que esta tarde terminé de darme cuenta de que mantengo una relación que no tiene futuro? ¿Cómo crees que me siento?—le desafié, no contenía el tono amenazador que emanaba con cada palabra.

Asintió tímido, comprensivo. Era lo mínimo que sabía que haría, por lo menos él.

            —Te ha fastidiado... lo que dijo Chandler, ¿No es cierto?—bisbiseó.

Negando con debilidad perdí mi mirada de pronto en el vacío, comprendiendo que esa sensación molesta que sentía dentro, ese ardor, era el nudo en la garganta que tanto pujó por salir, y que evidenciaría la catástrofe que acontecía en mi mente.

—No es como que quiera casarme mañana, ¿Lo entiendes?—le confesé, traté de que mi tono sonara tranquilo pues, de otra forma, delataría lo rota que me sentía—. Tan sólo... me gustaría creer que tengo una relación en la que no estoy perdiendo el tiempo.
—Ya conoces a Chandler—chasqueó su lengua torciendo el gesto en tono lastimero, como si estuviese resignado—. Él está...
—...No, no le conozco—le corté—. Ya no, es como... si algo hubiese cambiado.

Quizá todo había comenzado tan bien que no me había detenido a medir las consecuencias, quizá creía que, al principio, lo más difícil iba a ser escabullirnos de los demás para que no se enterasen de lo que sucedía con nosotros. Quizá nunca estuvo en mí creer que algo de esto sucedería.

Joey se me acercó, y mi debilidad no disminuyó, la pena que sentía por mí sólo creció con cada paso que daba.

—Quizá nunca cambió—le oí entonces, aún sin tener la fuerza de encararle de nuevo—. Tal vez, él siempre ha sido un sujeto con pocas probabilidades de desposarse, ¿Sabes?

Entonces, ofuscada, con la rabia burbujeándome dentro, y perturbándolo todo, le miré.

            —¿Y que piensa que voy a quedarme siempre a su lado esperando por nada?
—Él está en contra del matrimonio—musitó certero, sin el mínimo titubeo haciéndole pararse a meditar—. Siempre lo va... a estar.

No deseaba creerle, no quería dejar de creer que así, sus ojos preocupados me decían algo más, algo que quisiera salvarme de la penumbra, del nudo en la garganta que todo lo atropelló.

Pero no lo había sido así. Y, mierda, entonces saberme indefensa, sin salida, no era una posibilidad.

            —Pues, hay otros que sí quieren casarse conmigo.
—¿Qué?—de pronto me daba unos ojos asombrosamente desorbitados, ahí estaba el estremecimiento que rogaba antes, la inseguridad, el miedo—. ¿D-de... verdad?
            —Así es—sentencié.

Y a mis espaldas, sin dejarle de mirar, volví a tomar la manija de mi puerta, a sólo un movimiento de hacerla ceder.

—...Richard—le solté abrupta, y salí, convencida hasta lo indecible de lo perplejo que le dejé.

Aproveché su aturdimiento y me esfumé de mi hogar, respirando agitada, resoplando y clavando mis uñas en la palma de mis manos para jurarme que el dolor que sentía, la punzada que me lastimaba el pecho era real. Comprendiendo que quizá había cometido un grave error al abrir ante él lo que en mi interior había, y aún así no me interesó más. Una lágrima de frustración se me derramó sin más.

Quizá iría a casa de Richard.
*****

Repetí, luego de la décima vez aquella parte del mensaje que se había quedado grabado en mi contestadora. Hacía eco en mi mente, sabía que era real, que sucedía, y que tal vez lo esperaba. Pero no lo creía, no aún, no así de él.

“Sé que puedes hablarle de mí,” Richard musitaba entonces, emanando un miedo, una inseguridad que desde que tenía memoria, jamás conocí. Ya la fuente de sus intenciones bien me parecía desconocida, abismal. “...Sé que eres su amigo, que la podrías hacer comprender. Que esté segura de que yo podría ofrecérselo todo, que sé que me equivoqué, que lamento como un lunático haberlo comprendido hasta ahora

Sostuve mi aliento entonces, como todas y cada una de las veces en las que me atreví siquiera a escuchar el endemoniado mensaje de nuevo, rogando porque esta vez, sólo esta, pudiese no ser verdad. No tenía que serlo.

“Ayúdame, Michael. No quiero... volver a perderla de nuevo”.

            —N-no, no, no...

Salí del viejo edificio del estudio sin esperar a que la escolta que me había ayudado al inicio pudiese interceptarme, sin importarme un demonio todo lo demás, mucho menos el frío que me golpeó al comprender ya lo tarde que era. La noche ya estaba más viva que nunca, la oscuridad a duras penas me dejaba andar, me dificultaba incluso más escabullirme del alboroto que había dejado dentro, todos esos bramidos que mi salida abrupta dejó.

Tomé el coche y me esfumé. El tráfico no fue demasiado, no el mismo que habría en una noche cotidiana de Octubre en Nueva York, y sin embargo había sido el justo para que se me erizara imposiblemente la piel, para que el aliento se me entrecortara, para que mi interior hirviera, para darme la maldita sensación de que cada minuto que demoré en trepar de a dos escalones a la vez dentro del edificio del departamento de Monica me sofocaba más.

No deseaba encontrarla a ella, sino a Chandler, decírselo todo sin tratar de alarmarlo aunque sí apurarlo. Asegurarle de que todo lo que creíamos o planeábamos no serviría de nada ya, sino que lo empeoraba. Entré evadiendo incluso a un par de vecinos inoportunos en el pasillo y en casa, a un Joey asustado, paralizado, contenido fue lo único que encontré.

No me importó, pues ni un segundo transcurrió, y de mi boca ya brotaba todo cuanto sucedió. Y antes que desahogarme una pila insostenible de angustia me carcomió al enterarme de lo que él también sabía. Nos paseábamos de un extremo del departamento hacia el otro, mirando el reloj, planeando y tachando ideas de nuevo hasta que, sin más, de esa forma indolente y desinteresada que le caracterizaba, Chandler ya arribaba a casa.

Joey se acercó a él como un torbellino de furia de inmediato.

—¿¡Dónde diablos estabas!?—Joey se le acercó fulminante, hecho todo un torbellino de furia que a Chandler y a mí nos descolocó.

Me aproximé también, con mi integridad tendiendo de un hilo, con una sarta de palabras que ya estaban a punto de desembocarse.

—¿Por qué?—sin más, el semblante relajado que Chandler tenía se esfumó, nos estudió a ambos contrariado, desesperado—. ¿Qué es lo que...?
—Richard llamó a Michael para pedirle ayuda, mierda—Joey sentenció cabreado, y asentí titubeante luego de lo dicho, jamás le había escuchado hablarle así—. ¡Él le ha dicho que quiere casarse con ella!
            —¿¡Qué!?
—Es... verdad, Chandler—musité partiéndome por sonar calmado, por no alarmarles más. Él me estudiaba indignado, incrédulo y con un demonio, sus ojos sólo derrochaban temor. Sabía que no comprendía ni una de las estupideces que sucedían—. Lo lamento. Traté de encontrarte, creí que estarías aquí, pero... Dios, esto es un desastre.

Joey resopló, luego de que ambos observamos a Chandler llevar sus dos manos paralizadas hacia su boca.

            —Tienes que encontrarla—sentenció.
—Lo haré, maldición—nos dijo ansioso, conteniéndose mientras que se precipitaba con velocidad hacia el dormitorio que solía compartir con Monica. Joey negó confundido y sólo le siguió con la mirada perdida.
            —¿Qué estás...?

Pero no continuó, y de inmediato, ambos ya lo habíamos comprendido. Chandler volvió y en sus manos sostenía no más que una pequeña cajita de terciopelo oscura, esa misma que, entre los chicos, habíamos elegido cuando salíamos de esa tienda de antigüedades en la que curiosamente, yo había conseguido ese camafeo.

Llevaba el anillo de compromiso para Monica, ahí, en sus manos temblorosas.

—Necesitaba esto—susurró, sin dejar de mirar la joya un segundo. Lo guardó luego en el bolsillo de su chaqueta y se nos acercó—. Sé lo que tengo que hacer, saldré a buscarla y se lo pediré. Le diré que se case conmigo, me importa una mierda lo que planeábamos antes.
—Pero, no sabemos dónde está—Joey le cortó aquella sonrisa que le había nacido, consternado hasta la médula—. No tengo una maldita idea.
—Si ha salido cabreada de aquí hablando de Richard, es bastante obvio, ¿No lo crees?—les dije a ambos, tan pronto como me fue posible reaccionar de nuevo.

Aquello bastó, Chandler se dirigió sin añadir un susurro más hacia la puerta y, consciente de que mi parte aún no estaba ni por poco hecha, de que era una maldita suerte que me había escapado del estudio con un automóvil sólo para mí, le alcancé a medio pasillo, justo antes de que se dignara en precipitarse escaleras abajo.

Apurado, contenido, me estudió mientras que recobraba el aliento para poder hablar.

            —Yo te voy a llevar.

Sin problema conduje hacia el centro, donde estaba el último departamento que sabía Richard alquilaba. Comprendía que por esas incesantes maldiciones, reclamos, quejas que Chandler no dejó de musitar, que él tenía que hablar claro con él, que tendría que poner ya las cartas sobre las mesas y mostrarle que lo que él creía no es en nada en comparación con la realidad. Que Monica y Chandler ahora eran uno, que ella ya no buscaba a nadie más, y mucho menos por un malentendido tan inútil como lo era este. Y yo estaba con él, hasta el final si era preciso.

Aún así, ni muerto dejaría que él entrase a su hogar sin mí. Le acompañé, e incluso traté de reprenderle por la manera tan embrutecida en la que había llamado a la puerta. Si esto se nos llegaba a escapar de las manos, a cualquiera de los tres, estaríamos perdidos. Decepcionado ya estaba, no quería impregnarme de rabia innecesaria también. No por este calvario.

—¿Qué... hacen...?—Richard entonces abrió, y la expresión de molestia que tenía ante los estruendosos golpes que Chandler daba se esfumó cuando me ubicó también ahí. Luego, su gesto fue más de asombro, de desagrado.

Pude sentir incluso cómo se estremecía.

—¿Dónde está ella?—Chandler le confrontó decidido, abriéndose paso sin titubeos, sin la mínima disculpa para ingresar al ostentoso interior de su hogar.
—No está aquí—Richard le contestó entornando los ojos—, y por favor, pasa.

Tuve que obligarme a reaccionar para ingresar también. Había aún una punzada de inseguridad que me corroía, y tratar de evitar toparme con la mirada entristecida de Richard todo lo dificultaba aún más. Estaba seguro de que sin siquiera hablarme, ya me diría un cúmulo de reclamos, sabía que él comprendía por qué estábamos ahí.

—Y quieres que te crea—se burló Chandler desafiándolo, fulminándolo desde el centro de la estancia.
—Está bien—Richard enfundó ambas manos en los bolsillos de sus pantaloncillos—. Ella estaba aquí, pero se marchó hace minutos.
            —¿A dónde se fue?
            —Dijo que tenía mucho qué pensar.
            —Richard...—espeté reprendiéndole, sin poderlo evitar.

Y apreté a su lado la quijada, negando vencido. Jamás le había desconocido de esta manera.

—No sé cómo hemos llegado a esto—Chandler dejó salir apenas, señalándolo, se le notaba abatido, indeciblemente contrariado, incrédulo como si le hubieran insultado miles de veces más—. Creí que eras... un tipo decente.
            —Chandler, no ha pasado nada—se defendió.
—¿No pasó nada?—soltó ácido, con un gesto que se volvió amenazador—. ¿Nada?  ¿Entonces, no le has dicho a mi novia que la amas?

Se cruzó de brazos entonces, mientras que ambos estudiamos a Richard tomando asiento en uno de los descansabrazos del sofá al que se acercaba, sólo para ver si encontraba algo de remordimiento o dolor por lo que hacía unas horas sabíamos quiso hacer, por lo que intentaba.

Chandler estaba molesto, iracundo en realidad. Imaginé los celos carcomiéndolo, devorándolo como pirañas mientras que Richard se mostró sólo así, extraño, lejano. Ni una sola palabra brotó de su boca, y aquello bastó.

—No puedo creerlo siquiera—sentenció certero, absorto en la manera frustrante en que su vista vagaba por los suelos, luego le miró—. ¿Tienes idea de lo que hiciste?  Ella está por ahí... pensando en esto, en nosotros, en cosas equivocadas.
            —Lo lamento, ¿Está bien?—Richard musitó al fin—. No he creído que...
            —...¿Y qué tiene que pensar ella de cualquier forma? La amo.

Richard no intentó siquiera terminar y suspiró. Miré cómo sus ojos se iban al vacío mientras que negaba para él, debatiéndose, como si las palabras ya no le pudiesen ayudar.

—Por lo visto, yo estoy dispuesto a ofrecerle cosas que tú no—y alzó sus cejas, se encogió de hombros como si nada más interesara, como si fuera lo más obvio que habría podido decir.

Chandler se aproximó entonces a Richard, con una velocidad tal que le hizo tensar.

—Es que sí estaba dispuesto a ofrecerle todas esas cosas—susurró, aunque más calmado, con más desvaríe en su voz. Estaba seguro de que el mismo miedo aún le lastimaba—. Sólo era un maldito plan, una manera de despistarla para que cuando le ofreciera todas esas cosas se sorprendiera.
—Pues... si te sirve de algo, ha funcionado a la perfección—Richard se quiso burlar.
            —Funcionó hasta que tú apareciste.

Se llevó ambas manos al rostro luciendo abatido, harto, y un momento después deteniéndose serio alzando el mentón y estudiando la posición relajada que Richard tomaba.

Me estremecí, si Richard no llegaba a ceder, todo empeoraría. Aunque ya me había ganado su desconfianza al no haber contestado su mensaje y haber aparecido con Chandler en su puerta en cambio, no dejé de esperar que las cosas no se saliesen de contexto, no con él. Con ambos. Así se sintiese el desprecio que por el otro se tenían.

—Tú ya tuviste tu oportunidad—Chandler le apuntó con el índice, enfatizando cada palabra ácida que salió—, estaba a tu alcance, ¡Y la dejaste escapar! Ésta es mi oportunidad, y voy a aprovecharla porque sé que estamos hechos el uno para el otro. Porque todo esto no ha sido más que un estúpido error—y se dejó caer contra el sofá al final, presionando con una fuerza indecible el puente de su nariz, tal, que creí se estaba hiriendo a sí mismo—. Iba a pedirle... que se casara conmigo.
—¿De verdad?—fue la primera vez que el gesto de Richard se descolocó, el instante en que de verdad la sensación que miré, fue sincera.
            —Sí...

Ante el mutismo de ambos, sólo una risa vaga, lastimera, mientras que sus dedos se anudaban con fuerza, fue lo único que apareció.

—Entonces... ve por ella, Chandler—Richard le dijo sin un solo soplo de temor, y Chandler le miró sereno, como si aún no lo pudiese siquiera creer—. Y déjame darte un pequeño consejo; Si la consigues, no la dejes escapar. Confía en mí.

Y sólo así, ya bajando la guardia, Chandler salió. Dejándome varado ahí, con dificultad para soltar el aire luego de haberle escuchado.

Ya sin ninguna posibilidad ladeé la cabeza por mirar a Richard lastimado. Y sintiéndome vulnerable, deseé encontrar una señal para poder derrumbar eso que no paraba de atestar mi mente, mis pensamientos equivocados.

Como un cubo de hielo bajo el sol no podía dejar de evocar cada una de las razones por las que no había podido mantener a Rachel en mi vida, de la única manera en que, desde que le había conocido, deseé. Cada acción que nos apartó, que nos destruyó, cada error cometido, cada abismo que no supimos atravesar con nuestras manos entrelazadas.

No paraba de pensar que Richard, ese viejo amigo que jamás dejé de respetar, estaba pasando por lo mismo en este instante. No imaginaba lo apocalíptica que su mente podía llegar a ser en este momento. 

—L-lo siento tanto, Richard... En verdad—susurré deseando que, aunque conociese mi posición, supiera que hablaba certero. Que me lastimaba mirarle así.
—...Yo también—y ya sin esperar a que se moviese, sin mirar su reacción, salí del lugar.

Tras la urgencia indecible que se sentía en nuestros pechos, en la oscuridad en la que se había convertido la noche, arribamos al edificio de su departamento, y luego de haber trepado al cuarto piso pasando los escalones de dos en dos, había sido Joey quien nos interceptó en medio del pasillo que separaba su hogar del de ella.

            —¡Chicos!
—Ahora no, Joe, tengo que encontrar a Monica—Chandler casi se derrapaba contra el suelo para tratar de rodearle. Así, hiperventilando, con la mirada perdida, aún trató de llegar a esa puerta que aguardaba cerrada frente a él.
—...Se ha ido—soltó sin más.
—¿Qué...?—la voz de Chandler titiritó al mirar a su mejor amigo de esa manera aberrante, con un asombro que ni él pudo soportar.
—Se ha ido—Joey repuso. Su voz sólo se deterioró, tembló—. Cogió... una maleta y se fue.
            —¿De qué diablos hablas? ¡Ella no...!
—...Estaba llorando—le cortó al instante, evitando que el sobresalte que a Chandler le corrompió no se pudiese concretar—. Ha dicho que querían cosas distintas, que necesitaba tiempo para pensar...

Escuché entonces la respiración de Chandler rompiéndose, precipitándose al tiempo en que llevaba una mano absorta a los labios. Y el martilleo agudo que sentí en mi pecho no me dio una opción más, no podía ya soportarlo.

—¿Por qué no la detuviste?—le pregunté alzando la voz sin buscarlo, abriendo los brazos, evidenciando el miedo que me consumió sin quererlo lograr—. ¿¡Por qué no le dijiste que todo ha sido un estúpido plan!?
—¡Lo hice!—me miró de inmediato, acentuando su apuro—. Se lo he contado todo, chicos. Pero no me creyó.
—¿A d-dónde se fue...?—reaccionó Chandler de pronto, nervioso, gesticulando con las manos la rabia, la ira que sentía, la impotencia que, noté, le consumió.
—A casa de sus padres. Y me pidió que no intentáramos llamarle, pero si fuera tú, lo haría. Definitivamente.

Sólo así, su mirada centelló. Negó privando su vista de nosotros.

—No puedo creer... que lo arruiné—bisbiseó, y Joey con el gesto destruido, perturbado hasta la médula, se le acercó.
            —No sabes cómo lo siento...

Miré entonces a Joey, estando más serio, más consternado que nunca. Chandler le miró perturbado negando, agitado, y deseé comportarme igual. No pude. Temblé, mi sangre se heló, y si era cierto, no veía el momento de poder recuperarme.

No, no era cierto. No podía ser así. No era verdad.

Ignorándonos a ambos, incluso la palmada carnal que Joey le obsequió, abrió la puerta del departamento entonces, dejando salir por cada borde un leve brillo cálido que me confundió de inmediato. Me aproximé y de pronto, todo dejaba de ser como lo pensaba, el gesto de Joey frío, triste, consternado se transformó por uno prometedor que brilló más, al tiempo en que se aseguraba de cómo Chandler se petrificaba con los pies clavados bajo el umbral.

Ahí, en medio de una oscuridad divina, con cada esquina, cada rincón de su hogar cubierto de velas, estaba Monica, esperándole. Sorbiendo unas lágrimas que no pudo evitar que pudiesen salir.

—Querías... que fuese una sorpresa—ella susurró, sólo sonriendo ante la reacción que Chandler tenía en frente de ella.

Pronto, Joey le lanzó a Monica un gesto burlón, uno que reveló esa maldita complicidad que sin más esfumó el nudo en la garganta que ya tenía, y que multiplicó el tamaño de mi corazón a la par. Cerró la puerta y, con una expresión alucinada que me dio, esa misma sonrisa que juré se alargaba de oreja a oreja, me dijo a gritos silenciosos que ya todo estaba bien, que era una maldita broma, y nada más.

Que por fin... sucedería. Lo que todos ansiábamos.

—¿Cómo ha ido todo?—se escuchó con cuidado a Phoebe hablar a nuestras espaldas, saliendo del departamento de Joey, conteniendo igual, o incluso más emoción de la que me paralizó cada movimiento.

Y mi sonrisa sólo se agrandó más; Ross y Rachel venían detrás de ella.

—Perfecto—Joey susurró con dificultad, esa sonrisa congelada apenas y le daba oportunidad de mantener el habla—. ¡Están ahí dentro ahora!
—Ah, maldición—Ross negó mirando hacia el techo, llevando ambas manos detrás de su nuca, negando con igual júbilo—. No puedo creer que esté sucediendo. No puedo creer lo feliz que estoy.
—Habla por ti—le fulminé, mi cuerpo a duras penas y comenzaba a relajarse. Aunque luego de la actuación de Joey, cualquiera habría podido caer. ¡Incluso Chandler!—. Yo no lo sabía, estaba a nada de tener un paro cardiaco cuando Joey nos dijo que Monica se fue.
—Mírate...—Rachel bisbiseó ahí, en medio de las sonrisas de todos, de cómo se contenían la emoción—. Estás completamente pálido. Tranquilo...

Terminó de aproximarse y, sin darme los segundos exactos para poder asimilarlo, me abrazó. Sus brazos descansaron al borde de mi cintura y su mejilla se apoyó contra mi pecho que, temí, dejase relucir el martilleo que mi corazón provocaba.

Estaba alucinado, colmado de júbilo, de brillo. Le ceñí y, aunque mi fuerza aumentaba, no lo creía real.

Ey...—se incorporó entonces entre mis brazos, frunciendo su ceño en ese gesto adorable que, desde hace una eternidad, me fascinaba—. No me estás apartando de tu cuerpo, como lo hiciste ayer.

Al escuchar el tono preocupado de su vocecilla sacudí la cabeza. Nadie, y lo sabía, nadie me iba a alejar de ella de esa manera otra vez. Ni siquiera yo y mis estupideces, no permitiría que, de la forma que fuese, Rachel y yo nos volviésemos a apartar.

Valoraría cada mínimo gesto que mereciera recibir de ella, y si esto era lo más cerca que podría tenerla ahora, iba a hacer que pudiese durar una eternidad.

            —No podría... hacerlo de nuevo.

Y le sonreí, nos sonreímos mientras que la atraía hacia mí con confianza. Siempre lo lograba, me derretía sin que se lo propusiera, por lo que al conocer la posición en la que ella también se encontraba, ansié sólo poder tocarla de nuevo. Lo logré hasta que Joey, apoyado junto con Phoebe y Ross contra esa puerta cerrada, nos había desconcentrado tras una seña apurada que nos dirigió.

Su gesto se descolocó, nos abrimos paso para escuchar también y, tras una serie de murmullos entrecortados, de palabras que venían de una voz frágil, de lágrimas que se sorbían, de sollozos que no dejaron de aparecer, todo se volvió silencioso. Entonces, lo supimos, esas palabras imperiosas de Chandler nacieron sin más.

"¿Te quieres casar conmigo?" le susurró. Tal y como lo habíamos pensado, tal y como, quizá, yo lo hubiese pronunciado también a la chica que se encontraba justamente a mi lado.

Y sólo así, el resto fue como el más hermoso de los sueños.

—¿¡Podemos pasar ya!? ¡Nos estamos muriendo acá afuera!—Joey chilló sin contenerse, pegando saltos que a más de uno nos sacó un par de risas que brotaron de un nudo en el pecho que no dolió.
            —¡Pasen, pasen...!—ella... era Monica.

Joey entonces abrió, y como pudimos, les miramos a ambos, aguardando, conteniendo el aliento antes de que algo más pudiese pasar. La forma en que sus ojos brillaban por cómo las lágrimas no se detenían.

—¡Estamos comprometidos!—Monica bramó con una sonrisa desbordante, y ni un momento pasó para que el resto le interceptara a ella, y a su prometido a la par.

Nos enfundamos entre lágrimas, risas, alaridos de júbilo, de brillo, de promesa. Nos abrazamos como si las fuerzas no me dieran vida para lograrlo y, sin respirar, no paré de evocar la infinidad de veces en las que esta parte en especial, era como un sueño que jamás creí que alcanzaría.


Tenía una familia perfecta al lado de ellos.

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