viernes, 28 de octubre de 2016

Capítulo 71: "Obsequio Perfecto"


Me fascinaba cuando a Michael se le enternecía la vista cada que se perdía en los ojos de sus pequeños. No me podía controlar, y ni siquiera morder mis labios con fuerza bastaba para poder reprimir una sonrisa. Ese tipo de inocencia era el gesto más luminiscente de mi mundo.

El pequeño Prince entonces le dio un beso en la mejilla de su padre, y otro, y uno más que le sacaron algunas carcajadas limpias a Michael. Mi sonrisa se desbordaba enteramente de sólo mirar, mientras que la pequeña Paris mecía el bellísimo vestido color tinto que llevaba sobre la cama, pegando uno que otro saltito que hizo que Grace le sostuviera la diminuta mano casi al instante.

Suspiré, y recargándome contra el umbral de la puerta me perdí sin pensarlo a mirar alrededor. Era increíble cómo en tan poco tiempo Michael había adaptado de manera maravillosa la habitación de huéspedes para sus dos tesoros. Por la mitad, repleta de figuras de acción, un par de peluches de dinosaurios que Ross les había obsequiado, torres montables y uno que otro coche de juguete, mientras que al otro extremo, esbozaba la digna decoración de una princesa bebé. Su padre, como siempre, había hecho un excelente trabajo.

Cuando él había terminado de despedirse de Prince, se volvió sin más hacia su pequeña.

—Ven aquí...—le susurró apenas, al tiempo en que Paris abría sus brazos amplios para recibirle al instante—. Vas a portarte bien, ¿Verdad?

Ella sólo asintió, un poco tímida, ocasionando que una pequeña risa se me escapara por lo bajo. ¿Se refería aún a la vez en que Paris había aferrado el pingüino de peluche de Joey para no volverlo a soltar jamás?

—Perfecto— y le dio un abrazo perfecto ante su tierna respuesta—. Te quiero, princesa.

Por Dios, cada que hacía eso, cada que se notaba cómo adoraba a ese par de ángeles, cómo significaban todo para él, se me agrandaba el corazón. El pecho se me inundaba de lágrimas pujando por salir y aún así no lastimaban, sino que me hacían embelesarme aún más.

Michael se incorporó alejándose un poco, y se volvió hacia esa carismática mujer que recogía de la alfombra todo lo que Prince había tirado hace poco.

—Regresaré por la noche, Grace—se limpió un poco su pantalón, las rodillas le habían quedado algo empolvadas—. ¿Ocupas algo?
            —Oh, por supuesto que no. Quédate tranquilo, Michael.
            —Perfecto—le sonrió más tranquilo—. Y, nada de salir, ¿De acuerdo?
            —Correcto—ella asintió.
—Gracias—Michael replicó, al tiempo en que sus pasos ya le acercaban hacia mí de nuevo. Me incorporé y aguardé por él, poniendo un pie fuera de la habitación—. Adiós.
—Adiós, pequeños—musité, agitando mi mano hacia ambos. Michael me agradecía el gesto con una mirada dulce.
—¡Adiós...!—y, eufóricos, Prince y Paris me devolvían la pequeña señal, un segundo antes de que su padre y yo ya nos alejábamos de la alcoba para dirigirnos escaleras abajo.

Luego de bajar, Michael cerró la puerta que dirigía hacia el estacionamiento del recinto ocupando un juego de llaves que ya conocía. Aunque, noté, estaba un poco más grande de lo que lo conocía. La llave que yo y los chicos solíamos utilizar para entrar, estaba también ahí. Era casi increíble que habían pasado ya casi cuatro años desde que el pequeño Prince nació, y decidí regresársela.

Me preguntaba si aún él pensaba en ello.

—Parece que Grace se ha llevado bien con Prince y Paris—solté concentrada en mi caminar, ya cercándonos al automóvil que ocuparíamos.
—Es una nana estupenda—replicó sonriente, mientras que, casi sin darme cuenta, me había abierto la puerta del copiloto para entrar. Un tanto ensimismada por el gesto, entré.

Cerró, y en menos de dos segundos, Michael rodeó con elegancia el coche para entrar por el otro lado.

—...Es una suerte haberla encontrado—repuso de pronto, cerrando con cuidado su puerta—, y es una bendición que acepte viajar de Nieva York a California así de seguido.

Asentí comprensiva. Por estas fechas, iba a cumplirse un mes desde que los pequeños habían habitado el departamento que Michael tenía en la ciudad.

—¿Los niños no extrañan Neverland?—inquirí—. ¿No les molesta... la vida de Nueva York?
—Supongo que sí, lo extrañan—encendió el motor y con la marcha neutral, buscó del compartimento delantero sus gafas oscuras para usarlas. Y busqué apartar mi mirar. Siempre, no importaba la luz, la estación, la hora del día, le lucían odiosamente bien—. Pero créeme, les fascina jugar con los tíos y tías que tienen aquí. Sé que Prince y Paris serán personas inmensamente fuertes cuando lleguen a la edad, cuando comprendan que viajar será una gran parte de su vida.
—Quizá serán un par de guerreros, como su padre. Pero, por ahora son tus bebés. Paris es tu pequeña princesa—le estudié, y su mirada cambió. Sus ojos dulces, aún a través del oscuro cristal de las gafas, los pude mirar dilatarse. De alguna manera, gracias a ello supe que mi comentario le había llegado a gustar—. Me fascina cuando le llamas de esa manera.

Casi al mismo tiempo utilizamos el cinturón, el automóvil vibró y pronto logramos salir del estacionamiento sin problema. Se mordía sus labios sólo un poco y al siguiente segundo miré su intento fallar, de cualquier forma una sonrisa se la escapó, y aumentando la velocidad para salir del barrio y dirigirnos a las calles del centro, una risita tímida, exquisita, de esas que me hacían derretir se le salió.

Me volvió a mirar, hasta que una luz roja nos había detenido.

            —Y sólo existen... dos personas en mi vida a las que llamaría así.

Una sonrisa embrutecida fue lo único que se me escapó, y retomamos la marcha en cuanto pudimos. Michael encendió la radio y pronto música de The Beatles comenzaba a sonar, ‘Help!’ sabía desde siempre que la tonada le hacía patalear con la cadencia de la melodía, o incluso, bailar. De cualquier manera conducir en pleno Manhattan a la hora en la que el atardecer nacía más allá de los rascacielos y que incluso dificultaba el enfocar la vista, no importó. Manoteaba el volante al ritmo de la canción y sin darnos cuenta, de esa manera tan espontánea, tan natural, ya nos sorprendíamos cantando.

Alguna vez habíamos visto esa película de The Beatles en Neverland, recordé. Y sin más, escenas de nosotros bailando por la habitación entera impregnaron mi mente, me hicieron sonreír inevitablemente.

Por suerte, encontramos un lugar cerca de la entrada de mi edificio para aparcar el automóvil.

            —Gracias por traerme—susurré, al tiempo en que él apagaba el motor.
—No es nada—se quitó entonces el cinturón, y le imité—. Es una suerte que tu trabajo quede tan cerca de mi hogar.

Y de forma seductora, aunque desafiante, descendió de a poco sus gafas hasta dejarlas de utilizar. Se aproximó entonces hacia mí, haciéndome entumecer por la cercanía, por sentir cómo su mismo calor me golpeó la piel mientras que, abochornada, enrojecida, me percataba de que sólo se había acercado para devolver las gafas en su lugar.

Se alejó y, sin haberse percatado de mi miedo, abrió con cuidado su puerta. Me sentí como una idiota.

—Además—añadió con un solo pie en el asfalto—, es un placer para mí hacer lo que sea que te aleje de estar con tu pareja.

Salimos, y con uno de mis soplidos lastimeros, le perseguí a través de las escaleras y pasillos del edificio para arribar a mi hogar. Creer que ignorar ese tipo de comentarios serviría para que fueran cada vez menos, era un error. A Michael le fascinaba enfadarme siempre con lo mismo. Y Tag, que no tenía ni una idea de ello.

Al entrar, mi mirada se fijó en cómo Phoebe tenía su bolso tendiendo de su hombro, y su abrigo enfundado entre sus brazos, como si se estuviera a punto de marchar, y sin embargo, como si le ocupara más ponerle una cara de disgusto a Monica y Chandler que le miraban desde el comedor antes que saludarnos. Joey ni se inmutó, seguía ahí sentado con ellos, sólo comiendo.

—Entonces, parece que aún tienen un problema, chicos...—Phoebe dijo desganada, apoyándose contra el respaldo de una de las sillas.
—¿Qué problema?—quise saber, mientras que Michael cerraba la puerta a nuestras espaldas.
—Aún buscamos a alguien para que oficie la boda—Monica contestó, al menos se le había iluminado la mirada cuando se percataba de la persona que venía conmigo—, pero hasta ahora han sido todos unos aburridos, que no nos motivan en realidad.
—¿Y qué tal si lo hace uno de los chicos?—Michael interfirió, tomando asiento. Me le quedé mirando un tanto confundida y me senté a un lado de él.

Busqué respuesta en los rostros de mis amigos, estaban igual o más extrañados que yo por la idea que lanzó.

—Pero, si lo hace uno de nosotros, sentiría que me estoy casando en cuarto año de la primaria—Chandler se rió, retrayéndose indolente en la silla que ocupaba.
            —Un momento, ¿Eso es posible?—Monica preguntó.
—¡Oh, sí, sí!—Phoebe, ahí, señalando a Michael eufórica, gritó—. ¡Lo he oído también! Cualquiera puede certificarse con un permiso por internet para poder oficiar bodas y todo eso.
            —¡Yo pido hacerlo!—Joey zanjó.

A Michael se le salieron unas risas, y Monica y Chandler le miraron desconcertados. Sabía que no se esperaban la emoción que Joey emanaría de ese gritillo. Menos, pensé, que dejaría de comer para ponernos atención.

—Joe, muchísimas gracias, de verdad—Chandler de pronto había aumentado seriedad—. Pero ninguno de ustedes va a casarnos.
—¿Y por qué no?—se quejó. Miraba a Michael desesperado, como si mirarle significara apoyo. Luego de todo, él había sido el autor de la idea.
—Porque vamos a tener un legítimo miembro del Clero, eso era lo planeado—contestó.

A Joey se le entornaron los ojos, y mientras Phoebe reprimía unas risas se incorporó acercándose hacia la puerta.

—Bien, me tengo que ir—nos sonrió. Vaya, no saludó pero al menos se despedía. Terminó de agitar su mano y luego miró a Monica con más atención—. Oh, y si es eso lo que quieres de regalo de matrimonio, trataré de conseguir esa receta, Mon. Lo prometo.
—Eres la mejor, Pheebs—Monica le regresó con más entusiasmo el lindo gesto. ¿Hablaban de lo que creía? ¿La receta de galletas de chocolate de la abuela de Phoebe?
—Lo sé—Phoebe le obsequió un dulce guiño, y nos estudió antes de salir—. ¡Adiós!
            —¡Adiós!—replicamos en unísono, aún luego de que ella ya se había ido.

A Monica entonces el semblante se le apagó. Miró desesperanzada una pequeña lista que noté tenía consigo y suspiró quejumbrosa, estudiando a Chandler un poco fastidiada.

—Entonces, supongo que escogeremos entre el que escupe, o el que no paraba de mirarme el escote.

Michael le dedicó una sonrisa lastimera, y miramos cómo Chandler cubría su rostro con las manos, exasperado hasta la médula. Al parecer el tema aún no había terminado.

—Vamos, déjenme a mí hacerlo—Joey insistió, mirándoles con determinación a ambos.
            —Joey...—Chandler le reprendió.
—...No, no. Escúchame, ¿Sí?—le cortó, e increíblemente, no sólo obtuvo la atención de Monica y Chandler, sino también la de Michael y la mía. ¿Me interesaba saber lo que diría? Sí. ¿Cómo ellos le dirían que no de nuevo? También, dolorosamente—. Soy actor, así que no me pondré nervioso al hablar en público, no escupiré, y jamás miraría de más a Monica. Ustedes saben que cuando algo me interesa, llego a hacerlo más que bien, ¿No es verdad?

Aguardó, y sin más, una tierna sonrisa había aparecido en los labios de Monica.

            —Eso es... verdad—murmuró certera.
—Por supuesto—Joey prosiguió—, y lo más importante de todo es que no les casará algún extraño que apenas y les conoce. Seré yo. Y les juro, lo haré perfecto. Sé que lo puedo hacer—y los ojos le brillaron, se tomaba las manos con ese rostro de suplicio que sabía no solo a mí, sino a ambos, y hasta a Michael le derretía el interior.

Monica y Chandler se miraron insinuantes, y lo supe. Lo estaban considerando en verdad. Fue lo único que sus miradas aseguraban, la forma en que sus pequeñas sonrisas iban aumentando de tamaño.

—Podría funcionar—Monica apenas susurró, pues el gesto congelado no se lo permitía. Atrapó la mano de Chandler paseándose por su hombro delgado y éste, sin evitarlo, asintió.
—¿Qué?—Joey inquirió, pasmado, hasta aferrando ambas manos a la mesa del comedor—. ¿En serio? Entonces... ¿Lo puedo hacer?
            —...Puedes hacerlo—Chandler sonriente, le contestó.
—¡Oh, perfecto!—haciendo la mesa temblar, se echó hacia ellos con un júbilo indecible, ya ocupado en abrazarles a los dos a la par—. ¡No se arrepentirán! ¡Lo prometo!

Reí sin evitarlo. Ese tipo de simpleza, de felicidad me contagió. Tanto para sacar una pequeña broma que sin más, se me había ocurrido.

—Tú que deseas casarlos, Joey. Yo que sólo pensaba obsequiarles un reproductor de música portátil—musité y miré sus miradas iluminadas volviéndose reprensoras. No me importó. Celebraba que a Michael a mi lado se le habían logrado escapar algunas carcajadas.
—Por eso sé que eres la mejor dama de honor que podré tener—Monica me dijo cruzándose de brazos, noté al instante, fingiendo una sonrisa orgullosa.

Le guiñé el ojo como respuesta.

—Deberíamos irnos—Chandler dijo, mientras miraba su reloj, y luego terminándose de un solo sorbo el té que bebía.
—Oh, claro—aún y entre el abrazo de Joey que no terminaba, Monica lograba incorporarse con él.

En menos de un segundo los dos ya se disponían en ponerse de pie para dirigirse al pequeño perchero y reunir sus cosas.

            —¿A dónde irán?—Michael les preguntó, siguiéndoles con la mirada.
—Cenaremos con mis padres—Monica replicó, mientras Chandler le ayudaba por detrás a usar su lujoso abrigo. Tenía sentido, el maquillaje, el atuendo que llevaban. ¡No podía creer que lo había pasado por alto!—. Hablaremos del dinero que ellos habían ahorrado para la boda. Me ayudarían con la mitad, ¿Recuerdan?
            —Oh, sí—musité, asintiendo para mí.
—Entonces yo aprovecharé para comenzar a tramitar mi permiso—Joey de una mordida terminó ese sándwich que engullía y tras un salto les siguió—. Quiero que todo quede listo en cuanto antes, ¡Luego podría comenzar a trabajar con mi discurso!—no aguardó, se abrió paso y salió sin añadir nada.
—Espero no tener que arrepentirnos de esto—Chandler resopló, mirando avispado la manera en la que Joey ni se había inmutado en cerrar la puerta al haberse esfumado.

Monica negó riendo, pasando una mano por su mejilla para reconfortarle. Revisó entonces el interior de su bolso y me miró.

            —¿Estarás aquí por la noche, Rachel?—me preguntó.
            —Claro.

¿Dónde más iba a estar, si no? Ella entonces asintió hacia mí con una sonrisa enorme, como si hubiese llegado algo a su mente sin más y rogué, pedí que no tuviese nada que ver con el hecho de que Michael se encontraba tomando asiento a mi lado. Que su pregunta no fuese por las razones que pensaba.

—Quizá cuando regrese podríamos planear los detalles finales, ¿Qué dices? —y dejó salir, al lado de una risita nerviosa. ¿Tan obvia fue mi preocupación?
            —Genial, Mon—le obsequié una sonrisa serena, dejando el tema de lado.
—Bien, adiós—dijo, acercándose a la puerta mientras tomaba de la mano de Chandler.
            —¡Suerte, chicos!—Michael soltó.

Al mismo tiempo, ambos nos lanzaron una sonrisa cómplice y sólo salieron. Un suspiro me brotó, de pronto la atmósfera sólo era el silencio, el segundero del reloj de la alacena resonando y un pequeño rugido que apareció desde mi estómago.

Me puse de pie al instante y me alejé. Si Michael me preguntaba qué había engullido en todo el día fracasaría en mi mentira. Un café y una dona eran suficientes para mí desde que tuve descanso en el trabajo, pero para él, no sería nada. Estaba tan segura de ello como que sí, tenía hambre de nuevo.

—¿Tienes hambre?—lancé al aire y me dirigí hacia la nevera, ignoraba si siquiera me ponía atención—. Creo que me serviré algo de fruta.
            —N-no, así estoy bien... Descuida—susurró.

Ese tono, vacío, serio de pronto, me extrañó. Dejé la bandeja de fruta que iba a cortar sobre la barra de mármol de nuestra cocina y le estudié, apoyando mis manos al filo de mis caderas.

—¿Todo bien?—no evité fruncir el ceño. Su semblante, sin más, se notaba preocupado.

Se puso de pie y, dejando salir un suspiro profundo, se paseó por la estancia con lentitud, arrastrando los pies, llevando incluso ambas manos a su cabeza.

—Es que tengo problema con encontrar el regalo perfecto para darle a Monica y Chandler—se detuvo entonces para mirarme, acentuando el fastidio que derrochaba su mirar—. He tratado, pero no dejo de pensar en cambio en qué tipo de persona me disfrazaré para asistir a la ceremonia.

Chasqueé mi lengua como reacción. No había pensado en ello.

—¿Monica te ha pedido que vayas disfrazado?—ladeé la cabeza con extrañez.
            —No. Bueno, no aún. Pero, ¿No es obvio?
—No lo sé...—me giré entonces, poniéndome a cortar la sandía que tenía sobre la tablilla de madera. No lo creía, Monica adoraba a Michael y le importaría lo que él pensara al respecto también. Aunque, tratándose del orden, y la armonía de su boda, no me sorprendería. El caos se desataría si las personas ven a Michael ahí—. Sólo relájate, Michael. La boda no será mañana.
—Estamos a Febrero, Rach—soltó desganado—. Faltan sólo cuatro meses. ¿Sabes qué les obsequiará Ross?
            —Una vajilla nueva, creo—me encogí de hombros—. Nada del otro mundo.
            —Diablos...

Lanzó un par de maldiciones más que no alcancé a notar. Sin más, el teléfono sonó, y sin embargo, buscando apresurada una toalla para limpiar mis manos y desocuparme, noté cómo el sonido se detenía. Me entumecí y al girar, aferrando la toalla húmeda entre mis manos paralizadas, observé a Michael tomando el aparato con indolencia.

Maldición.

—¿Hola?—atendió, como si no importara, como si tuviera una increíble naturalidad.
            —Michael, ¿Qué rayos...?

Ni me percataba de cómo arrojé la toalla que sostenía para acercarme hacia él. ¿No se le ocurría que alguien podría reconocer su voz? ¿No se daba cuenta de que si alguien le hallaba aquí, ambos estaríamos perdidos? ¡Maldita sea!

—¿Quién la busca?—se removió cuando estuve a punto de alcanzarle, ni el gesto movió, se miraba concentrado escuchando lo que le decían. Mis manos estaban pegajosas aún, mis ojos increíblemente abiertos, mi garganta atascada—. Oh, eres... su novio.

Pestañeé entonces, aturdida. A punto de colapsar. ¿Era...?

—Sí, ella está aquí—pronunció, y traté como pude de tomar el teléfono de sus manos. Él lo evitaba, se removía de un rincón de la estancia hacia el otro y cuando estaba por alcanzarle, alzaba el aparato y ni le podía tocar. Siempre me había fascinado que fuera alto, pero mierda ¡Ahora lo odié demasiado! Soltó al final una risita orgullosa—. Sí, me han dicho infinidad de veces que mi voz se parece a la de él...

Reprendiéndole, gesticulé su nombre entre mis labios, sin dejar que un solo sonido pudiese salir. Él entornó los ojos y luego de un resoplido, y por la forma en que dejó caer sus hombros, esperé que ya todo hubiese terminado.

—Adiós—dijo al final, tendiéndome ya el teléfono. Al tomarlo, casi arrebatárselo le di la espalda y cerré los ojos, sintiendo cómo él se dirigía sin más a uno de los sofás, cerca de la base de la contestadora.

Suspiré, tomándome sólo un segundo antes de hablar.

—¿Tag...?—dije, alejándome un poco de la estancia donde desinteresado, Michael descansaba.
Hola, Rach...—se oyó, y no en el auricular, no cerca de mí. Sino disipándose en el departamento entero. Giré abruptamente y ubiqué ahí, a un lado de él, ese odioso botón rojo encendido al borde del contestador.

Unas carcajadas se le escaparon que le hicieron erguir, y me quedé paralizada. Mierda, ¡Michael había oprimido el botón del altavoz!

Escucha, ah...—Tag replicó. No tenía ni idea de nada—. Como te has ido tan rápido de la oficina hoy, creí que podría verte por un rato. Podríamos ir al parque. ¿Quieres?
—Ah...—balbuceé, y reaccionando mal aún aferraba el teléfono cerca de mi oído. Estaba tan embrutecida que olvidaba que esa no era una llamada personal, que ambos la oíamos. Cerré los ojos negando y me quise despejar—. C-claro, sólo, sólo déjame...
            —¿Quieres que pase por ti?
—Oh, bueno—Michael se burló con desgarbo, enarcando ambas cejas—. Eso sería perfecto...
—¡No...!—solté. ¿Negaba por Michael hablando de nuevo, por la idea de Tag? No sabía, mierda. Tenía que tranquilizarme—. Te veré en el sitio de siembre, ¿Sí?
            —B-bien...—sereno, Tag bisbiseó.
            —...Adiós—y terminé la llamada de inmediato.

Solté el aire, y no concebí cómo la impensable sonrisa burlona de Michael, hasta en ese momento, me había hecho reír, llevar una mano a cubrir mi rostro por lo avergonzada que me sentía y aún así sentirme divertida por la forma en que él me veía, me acechaba, su manera de moverse sobre el sofá y lo travieso que se veía, así de... perfecto. No podía ser.

—¿Por qué no dejaste que viniera hasta acá? ¿No quieres que me vea?—Michael preguntó indolente, despreocupado, cruzando sus piernas y acomodándose sobre el sofá para enfatizar su desinterés.
—No quiero que piense que esté desquiciado si ve que Michael Jackson está aquí—le dije segura. ¿Era verdad que sólo uno de nosotros pensaba así?
            —¿Él sabe que tienes que ver con Michael Jackson?
—Por supuesto que no—espeté sintiéndome un poco indignada sin evitarlo. Jamás hubiese creído que el pensara que le diría a Tag sobre nosotros, sólo así—. No tiene por qué ser su asunto, ¿No crees?

Y sin dar la oportunidad de responder, o sin mirarle intentándolo, me aproximé entonces hacia la cocina para guardar de vuelta la sandía que cortaba dentro de la nevera. Terminé y tomé mi bolso y utilicé el abrigo que tenía tendiendo del perchero, dejando un suspiro de desgane salir. Mi estómago iba a tener que esperar un rato más.

—¿Qué hay de Monica?—Michael me miró desde el mismo sitio. No mostró fastidio o enfado, sólo seriedad. Las risas se le habían terminado—. Le dijiste que te quedarías aquí.
—Volveré en un par de horas—le traté de sonreír, con una mano puesta sobre el pomo de la puerta—. ¿Tú estarás aquí?
—Le diré a Ross que venga un rato, supongo—murmuró encogiéndose de hombros, mirando hacia la nada de pronto—. Me ayudará a pensar en un regalo para Monica y Chandler. O quizá, hablaremos de tu pareja todo el rato, para variar.

Rodeé mis ojos, y mientras una risa ligera que se le escapó me tranquilizaba, abrí la puerta y puse un pie ya fuera de mi hogar.

—Compórtense, niños—me atreví a guiñar un ojo hacia él, y salí del departamento.

Un puñado de minutos se perdieron, y no tardé más encontrar en el juego de columpios en el que siempre solíamos encontrarnos. Fijó su mirada en mí al ubicarme antes de llegar y, dando la última calada que restaba de su cigarrillo, se aproximó y nos hizo andar hacia una de las bancas de concreto que rodeaban la pista de bicicletas. Me saludó con un beso en la mejilla que apenas y noté, la endemoniada banca estaba insoportablemente congelada por el clima de la ciudad. Él sabía cuánto odiaba esas banquillas en esta estación del año y aún así ni se inmutó. No pude evitar notar el desastroso contraste que existía entre la manera que Michael, y él, me trataban. Imposiblemente diferentes de sí.

No se trataba siquiera de una salida casual, sino de algo referente a la oficina. Al parecer, alguien había accedido a todos los códigos de seguridad que yo solía utilizar en mi computadora y, antes que avisar al departamento de seguridad, o al mismo señor Zelner, decidieron buscarme a mí para ver si sabía qué ocurriría. Dándome lo mismo, admití que ya había notificado sobre el problema. Él ni me creyó, y ya hasta parecía una maldita broma que, por la escasa atención que en el trabajo me habían puesto sobre esto, ahora el odioso tema no podía esperar.

Se le notó tan preocupado, tan consternado por algo que pudiese suceder para que me perjudicaran en el trabajo que ni siquiera se le pasó la idea en la cabeza de preguntarme por el sujeto que había respondido la llamada en mi hogar, y no pare de agradecerlo.

Por suerte, todo se aclaró luego de unas llamadas, y el tiempo que me tomé fue menos del que esperaba ocupar. Ni me dolió tanto negarle una taza de café que quería tomarse luego de vernos.

Al regresar a casa, me topé con Ross ahí, charlando con la mirada ensombrecida con Chandler mientras que Michael se encontraba de rodillas frente a un sofá en el que Monica tomaba asiento, con su rostro cubierto por ambas manos. Cerré la puerta y me aproximé para asegurarme que lo que pensaba no era verdad, de que sólo era el cansancio lo que me hacía mirar cosas equivocadas, pero no había sido así.

Ella, Monica estaba molesta, me aseguré. Casi al borde de que el primer sollozo pudiese escaparse. Mi corazón sin más, comenzó a martillear.

—Pero... ¿Qué fue lo que pasó?—pregunté acercándome absorta, aún con la sensación de que un vuelco de temor se anidaba dentro.

Monica giró sobre el sofá, y desbordó entonces la angustia que había en su expresión.

—Se lo han gastado todo, Rachel...—susurró, su voz se quebrantó—. Mis padres... el dinero no está...
—No puedo creerlo, yo...—negué deteniéndome, llevándome una mano a la altura de mi pecho. La cadencia de mi corazón sólo se aceleró—. Yo he creído que...
—...Cariño, todo saldrá bien—Chandler se aproximó y tomó asiento a un lado de ella, casi trastabillando. Mierda, incluso su tono de voz, todo lo que decían sólo me enredaba más. Con dulzura, aferró su brazo para poderla reconfortar. El entumecimiento en el cuerpo de Monica aún no cedía.

Michael se incorporó mirando hacia la nada, el semblante apagado, y se sentó sobre uno de los sofás que estaban cerca. No podía ser que incluso aquél gesto de preocupación, de desconcierto, me hiciese extrañar como una lunática esa sonrisa burlona con la que me quedé cuando salí de aquí horas atrás. No podía creerlo.

—No, nada está bien—la voz de ella sólo se rasgó. Se removió entre el tacto de Chandler para poder apreciarle de nuevo—. Es horrible, no habrá banda de swing, no habrán lirios, no habrá banquete...
—Chandler—Ross intervino, acercándose angustiado desde la cocina—, y si tus padres no pueden apoyarles tampoco, ¿Por qué no intentan pagarla ustedes?
            —Ross, ¿Cómo? Si nosotros no...
—...No tenemos dinero—Monica le cortó—. Lo hemos gastado todo en el salón, la recepción, en el vestido...
—Quizá podría pedir un préstamo...—Chandler susurró con el gesto inescrutable—. Si sólo...
—...No. Por supuesto que no—sin más Michael le interrumpió con la voz ronca. Una seriedad imposible de corromper.

Todos le miramos al instante, sin poder hablar, sin poder comprenderlo. Monica negó y mientras sus ojos se humedecían, negó confundida.

            —¿Qué...?—ella preguntó, con una liento entrecortado.

Y pese a que me esperaba lo peor, el rostro de Michael se iluminó. Le nació de pronto una pequeña sonrisa, un hermoso gesto que sin chistar me obligó a acercarme a ellos. Sin darme cuenta, sin pensarlo, sólo quería observarle mejor. Comprender la razón de tan perfecta expresión.

—Estaba tan preocupado en pensar en un regalo perfecto para ustedes, que me he ido a olvidar de lo obvio. Y ahora lo sé...

Tras hablar se incorporó, y volvió a la posición que encontré cuando apenas llegaba. Tomó con una dulzura indecible las manos entumecidas de mi mejor amiga y la obligó a mirarle, nada más que a él, y su rostro esperanzado.

—Déjame hacerlo, Mon...—susurró—. Y no sólo la mitad, sino el total de los gastos. Déjame obsequiarte tu boda.
—No, Michael...—le dijo ella entonces, sin un solo titubeo que la hizo dudar. Envidié su seguridad pues, de sólo oír aquello, sentí el cómo se me ponían las piernas gelatinosas, cómo el deseo de lanzarme hacia Michael para abrazarle, para no dejarle ir me carcomió lentamente, y cada vez más—. Y-yo... jamás dejaría que...
—...Por favor. Quiero hacerlo—con cuidado, le cortó, y mordiendo sus labios, frunciendo su ceño, haciendo sus ojos brillar fijó la mirada en ambos—. Ustedes significan tanto para mí, han hecho tanto por mí que... desde que les he conocido, no imaginaba que me brindarían tanta alegría a mi vida, tanto cariño, plenitud. O incluso... alguien a quién amar.

Y descendió su mirada, como si una punzada de timidez le hubiese hecho erguirse así. Temblé, sentí mi interior estrujarse. Suspiré apenas, como si aquellas palabras hubiesen sido ruidos etéreos, fantásticos, perfectos que se agolpaban en el nudo de mi garganta.

Él aún... pensaba en nosotros.

—¿E-estás... seguro, Michael?—Chandler alcanzó su hombro, haciéndole reaccionar. Aún con la fuerza que requirió por la cara tímida que llevaba.
            —No podría estar más seguro que esto—le sonrió.
—Entonces, no quiero que se te ocurra asistir como alguien que no eres—Monica le sentenció letal, limpiándose ansiosa la primera, y agradecí abrazándome a mí misma, la única pequeña lágrima que se le escapó—. No quiero que vayas disfrazado de un hombre mayor, de un anciano malhumorado, de un extraño que sólo vaga por ahí. Quiero que vayas como tú, como eres, como el Michael que he querido desde que era sólo una niña... No me importa a quién tenga que negarle la entrada, no me interesa siquiera si tengo que sacar a mi familia de ahí para evitar un alboroto. Te quiero ahí, con nosotros. ¿Ha quedado claro?

La estudiamos removiéndose críptica luego de hablar, mientras Michael se paralizaba frente a ella. Entonces sus ojos azules le estudiaron a él con una sonrisa amenazante que apareció. Lo miraba con aprobación, con admiración, con adoración. Como siempre.

—Perfecto...—Michael sólo sonrió. Quizá, celebrando que la vieja Monica, había vuelto.

Y se perdieron en un abrazo que al resto nos hizo más que embelesar, asesinarnos de una ternura fulminante.


            —...Ahí estaré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Just Good Friends (Novela inspirada en Michael Jackson) © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.