Me
fascinaba cuando a Michael se le enternecía la vista cada que se perdía en los
ojos de sus pequeños. No me podía controlar, y ni siquiera morder mis labios
con fuerza bastaba para poder reprimir una sonrisa. Ese tipo de inocencia era
el gesto más luminiscente de mi mundo.
El
pequeño Prince entonces le dio un beso en la mejilla de su padre, y otro, y uno
más que le sacaron algunas carcajadas limpias a Michael. Mi sonrisa se
desbordaba enteramente de sólo mirar, mientras que la pequeña Paris mecía el
bellísimo vestido color tinto que llevaba sobre la cama, pegando uno que otro
saltito que hizo que Grace le sostuviera la diminuta mano casi al instante.
Suspiré,
y recargándome contra el umbral de la puerta me perdí sin pensarlo a mirar
alrededor. Era increíble cómo en tan poco tiempo Michael había adaptado de
manera maravillosa la habitación de huéspedes para sus dos tesoros. Por la
mitad, repleta de figuras de acción, un par de peluches de dinosaurios que Ross
les había obsequiado, torres montables y uno que otro coche de juguete,
mientras que al otro extremo, esbozaba la digna decoración de una princesa
bebé. Su padre, como siempre, había hecho un excelente trabajo.
Cuando él
había terminado de despedirse de Prince, se volvió sin más hacia su pequeña.
—Ven
aquí...—le susurró apenas, al tiempo en que Paris abría sus brazos amplios para
recibirle al instante—. Vas a portarte bien, ¿Verdad?
Ella sólo
asintió, un poco tímida, ocasionando que una pequeña risa se me escapara por lo
bajo. ¿Se refería aún a la vez en que Paris había aferrado el pingüino de
peluche de Joey para no volverlo a soltar jamás?
—Perfecto—
y le dio un abrazo perfecto ante su tierna respuesta—. Te quiero, princesa.
Por Dios,
cada que hacía eso, cada que se notaba cómo adoraba a ese par de ángeles, cómo
significaban todo para él, se me agrandaba el corazón. El pecho se me inundaba
de lágrimas pujando por salir y aún así no lastimaban, sino que me hacían
embelesarme aún más.
Michael
se incorporó alejándose un poco, y se volvió hacia esa carismática mujer que
recogía de la alfombra todo lo que Prince había tirado hace poco.
—Regresaré
por la noche, Grace—se limpió un poco su pantalón, las rodillas le habían
quedado algo empolvadas—. ¿Ocupas algo?
—Oh, por supuesto que no. Quédate
tranquilo, Michael.
—Perfecto—le sonrió más tranquilo—. Y,
nada de salir, ¿De acuerdo?
—Correcto—ella asintió.
—Gracias—Michael
replicó, al tiempo en que sus pasos ya le acercaban hacia mí de nuevo. Me
incorporé y aguardé por él, poniendo un pie fuera de la habitación—. Adiós.
—Adiós,
pequeños—musité, agitando mi mano hacia ambos. Michael me agradecía el gesto
con una mirada dulce.
—¡Adiós...!—y,
eufóricos, Prince y Paris me devolvían la pequeña señal, un segundo antes de
que su padre y yo ya nos alejábamos de la alcoba para dirigirnos escaleras
abajo.
Luego de
bajar, Michael cerró la puerta que dirigía hacia el estacionamiento del recinto
ocupando un juego de llaves que ya conocía. Aunque, noté, estaba un poco más
grande de lo que lo conocía. La llave que yo y los chicos solíamos utilizar
para entrar, estaba también ahí. Era casi increíble que habían pasado ya casi
cuatro años desde que el pequeño Prince nació, y decidí regresársela.
Me
preguntaba si aún él pensaba en ello.
—Parece
que Grace se ha llevado bien con Prince y Paris—solté concentrada en mi
caminar, ya cercándonos al automóvil que ocuparíamos.
—Es una
nana estupenda—replicó sonriente, mientras que, casi sin darme cuenta, me había
abierto la puerta del copiloto para entrar. Un tanto ensimismada por el gesto,
entré.
Cerró, y
en menos de dos segundos, Michael rodeó con elegancia el coche para entrar por
el otro lado.
—...Es
una suerte haberla encontrado—repuso de pronto, cerrando con cuidado su puerta—,
y es una bendición que acepte viajar de Nieva York a California así de seguido.
Asentí
comprensiva. Por estas fechas, iba a cumplirse un mes desde que los pequeños
habían habitado el departamento que Michael tenía en la ciudad.
—¿Los
niños no extrañan Neverland?—inquirí—. ¿No les molesta... la vida de Nueva
York?
—Supongo
que sí, lo extrañan—encendió el motor y con la marcha neutral, buscó del
compartimento delantero sus gafas oscuras para usarlas. Y busqué apartar mi
mirar. Siempre, no importaba la luz, la estación, la hora del día, le lucían
odiosamente bien—. Pero créeme, les fascina jugar con los tíos y tías que
tienen aquí. Sé que Prince y Paris serán personas inmensamente fuertes cuando
lleguen a la edad, cuando comprendan que viajar será una gran parte de su vida.
—Quizá
serán un par de guerreros, como su padre. Pero, por ahora son tus bebés. Paris
es tu pequeña princesa—le estudié, y su mirada cambió. Sus ojos dulces, aún a
través del oscuro cristal de las gafas, los pude mirar dilatarse. De alguna
manera, gracias a ello supe que mi comentario le había llegado a gustar—. Me
fascina cuando le llamas de esa manera.
Casi al
mismo tiempo utilizamos el cinturón, el automóvil vibró y pronto logramos salir
del estacionamiento sin problema. Se mordía sus labios sólo un poco y al
siguiente segundo miré su intento fallar, de cualquier forma una sonrisa se la
escapó, y aumentando la velocidad para salir del barrio y dirigirnos a las
calles del centro, una risita tímida, exquisita, de esas que me hacían derretir
se le salió.
Me volvió
a mirar, hasta que una luz roja nos había detenido.
—Y sólo existen... dos personas en
mi vida a las que llamaría así.
Una
sonrisa embrutecida fue lo único que se me escapó, y retomamos la marcha en
cuanto pudimos. Michael encendió la radio y pronto música de The Beatles
comenzaba a sonar, ‘Help!’ sabía
desde siempre que la tonada le hacía patalear con la cadencia de la melodía, o
incluso, bailar. De cualquier manera conducir en pleno Manhattan a la hora en
la que el atardecer nacía más allá de los rascacielos y que incluso dificultaba
el enfocar la vista, no importó. Manoteaba el volante al ritmo de la canción y
sin darnos cuenta, de esa manera tan espontánea, tan natural, ya nos
sorprendíamos cantando.
Alguna
vez habíamos visto esa película de The Beatles en Neverland, recordé. Y sin
más, escenas de nosotros bailando por la habitación entera impregnaron mi
mente, me hicieron sonreír inevitablemente.
Por
suerte, encontramos un lugar cerca de la entrada de mi edificio para aparcar el
automóvil.
—Gracias por traerme—susurré, al
tiempo en que él apagaba el motor.
—No es
nada—se quitó entonces el cinturón, y le imité—. Es una suerte que tu trabajo
quede tan cerca de mi hogar.
Y de
forma seductora, aunque desafiante, descendió de a poco sus gafas hasta
dejarlas de utilizar. Se aproximó entonces hacia mí, haciéndome entumecer por
la cercanía, por sentir cómo su mismo calor me golpeó la piel mientras que,
abochornada, enrojecida, me percataba de que sólo se había acercado para
devolver las gafas en su lugar.
Se alejó
y, sin haberse percatado de mi miedo, abrió con cuidado su puerta. Me sentí
como una idiota.
—Además—añadió
con un solo pie en el asfalto—, es un placer para mí hacer lo que sea que te
aleje de estar con tu pareja.
Salimos,
y con uno de mis soplidos lastimeros, le perseguí a través de las escaleras y
pasillos del edificio para arribar a mi hogar. Creer que ignorar ese tipo de
comentarios serviría para que fueran cada vez menos, era un error. A Michael le
fascinaba enfadarme siempre con lo mismo. Y Tag, que no tenía ni una idea de
ello.
Al
entrar, mi mirada se fijó en cómo Phoebe tenía su bolso tendiendo de su hombro,
y su abrigo enfundado entre sus brazos, como si se estuviera a punto de
marchar, y sin embargo, como si le ocupara más ponerle una cara de disgusto a
Monica y Chandler que le miraban desde el comedor antes que saludarnos. Joey ni
se inmutó, seguía ahí sentado con ellos, sólo comiendo.
—Entonces,
parece que aún tienen un problema, chicos...—Phoebe dijo desganada, apoyándose
contra el respaldo de una de las sillas.
—¿Qué
problema?—quise saber, mientras que Michael cerraba la puerta a nuestras
espaldas.
—Aún
buscamos a alguien para que oficie la boda—Monica contestó, al menos se le
había iluminado la mirada cuando se percataba de la persona que venía conmigo—,
pero hasta ahora han sido todos unos aburridos, que no nos motivan en realidad.
—¿Y qué
tal si lo hace uno de los chicos?—Michael interfirió, tomando asiento. Me le
quedé mirando un tanto confundida y me senté a un lado de él.
Busqué
respuesta en los rostros de mis amigos, estaban igual o más extrañados que yo
por la idea que lanzó.
—Pero, si
lo hace uno de nosotros, sentiría que me estoy casando en cuarto año de la
primaria—Chandler se rió, retrayéndose indolente en la silla que ocupaba.
—Un momento, ¿Eso es posible?—Monica
preguntó.
—¡Oh, sí,
sí!—Phoebe, ahí, señalando a Michael eufórica, gritó—. ¡Lo he oído también!
Cualquiera puede certificarse con un permiso por internet para poder oficiar
bodas y todo eso.
—¡Yo pido hacerlo!—Joey zanjó.
A Michael
se le salieron unas risas, y Monica y Chandler le miraron desconcertados. Sabía
que no se esperaban la emoción que Joey emanaría de ese gritillo. Menos, pensé,
que dejaría de comer para ponernos atención.
—Joe,
muchísimas gracias, de verdad—Chandler de pronto había aumentado seriedad—.
Pero ninguno de ustedes va a casarnos.
—¿Y por
qué no?—se quejó. Miraba a Michael desesperado, como si mirarle significara
apoyo. Luego de todo, él había sido el autor de la idea.
—Porque
vamos a tener un legítimo miembro del Clero, eso era lo planeado—contestó.
A Joey se
le entornaron los ojos, y mientras Phoebe reprimía unas risas se incorporó
acercándose hacia la puerta.
—Bien, me
tengo que ir—nos sonrió. Vaya, no saludó pero al menos se despedía. Terminó de
agitar su mano y luego miró a Monica con más atención—. Oh, y si es eso lo que
quieres de regalo de matrimonio, trataré de conseguir esa receta, Mon. Lo
prometo.
—Eres la mejor, Pheebs—Monica le regresó con
más entusiasmo el lindo gesto. ¿Hablaban de lo que creía? ¿La receta de
galletas de chocolate de la abuela de Phoebe?
—Lo sé—Phoebe
le obsequió un dulce guiño, y nos estudió antes de salir—. ¡Adiós!
—¡Adiós!—replicamos en unísono, aún
luego de que ella ya se había ido.
A Monica
entonces el semblante se le apagó. Miró desesperanzada una pequeña lista que
noté tenía consigo y suspiró quejumbrosa, estudiando a Chandler un poco
fastidiada.
—Entonces,
supongo que escogeremos entre el que escupe, o el que no paraba de mirarme el
escote.
Michael
le dedicó una sonrisa lastimera, y miramos cómo Chandler cubría su rostro con
las manos, exasperado hasta la médula. Al parecer el tema aún no había
terminado.
—Vamos,
déjenme a mí hacerlo—Joey insistió, mirándoles con determinación a ambos.
—Joey...—Chandler le reprendió.
—...No,
no. Escúchame, ¿Sí?—le cortó, e increíblemente, no sólo obtuvo la atención de
Monica y Chandler, sino también la de Michael y la mía. ¿Me interesaba saber lo
que diría? Sí. ¿Cómo ellos le dirían que no de nuevo? También, dolorosamente—. Soy
actor, así que no me pondré nervioso al hablar en público, no escupiré, y jamás
miraría de más a Monica. Ustedes saben que cuando algo me interesa, llego a
hacerlo más que bien, ¿No es verdad?
Aguardó,
y sin más, una tierna sonrisa había aparecido en los labios de Monica.
—Eso es... verdad—murmuró certera.
—Por
supuesto—Joey prosiguió—, y lo más importante de todo es que no les casará
algún extraño que apenas y les conoce. Seré yo. Y les juro, lo haré perfecto.
Sé que lo puedo hacer—y los ojos le brillaron, se tomaba las manos con ese
rostro de suplicio que sabía no solo a mí, sino a ambos, y hasta a Michael le
derretía el interior.
Monica y
Chandler se miraron insinuantes, y lo supe. Lo estaban considerando en verdad.
Fue lo único que sus miradas aseguraban, la forma en que sus pequeñas sonrisas
iban aumentando de tamaño.
—Podría
funcionar—Monica apenas susurró, pues el gesto congelado no se lo permitía. Atrapó
la mano de Chandler paseándose por su hombro delgado y éste, sin evitarlo,
asintió.
—¿Qué?—Joey
inquirió, pasmado, hasta aferrando ambas manos a la mesa del comedor—. ¿En
serio? Entonces... ¿Lo puedo hacer?
—...Puedes hacerlo—Chandler
sonriente, le contestó.
—¡Oh,
perfecto!—haciendo la mesa temblar, se echó hacia ellos con un júbilo
indecible, ya ocupado en abrazarles a los dos a la par—. ¡No se arrepentirán!
¡Lo prometo!
Reí sin
evitarlo. Ese tipo de simpleza, de felicidad me contagió. Tanto para sacar una
pequeña broma que sin más, se me había ocurrido.
—Tú que
deseas casarlos, Joey. Yo que sólo pensaba obsequiarles un reproductor de
música portátil—musité y miré sus miradas iluminadas volviéndose reprensoras.
No me importó. Celebraba que a Michael a mi lado se le habían logrado escapar
algunas carcajadas.
—Por eso
sé que eres la mejor dama de honor que podré tener—Monica me dijo cruzándose de
brazos, noté al instante, fingiendo una sonrisa orgullosa.
Le guiñé
el ojo como respuesta.
—Deberíamos
irnos—Chandler dijo, mientras miraba su reloj, y luego terminándose de un solo
sorbo el té que bebía.
—Oh,
claro—aún y entre el abrazo de Joey que no terminaba, Monica lograba
incorporarse con él.
En menos
de un segundo los dos ya se disponían en ponerse de pie para dirigirse al
pequeño perchero y reunir sus cosas.
—¿A dónde irán?—Michael les
preguntó, siguiéndoles con la mirada.
—Cenaremos
con mis padres—Monica replicó, mientras Chandler le ayudaba por detrás a usar
su lujoso abrigo. Tenía sentido, el maquillaje, el atuendo que llevaban. ¡No
podía creer que lo había pasado por alto!—. Hablaremos del dinero que ellos
habían ahorrado para la boda. Me ayudarían con la mitad, ¿Recuerdan?
—Oh, sí—musité, asintiendo para mí.
—Entonces
yo aprovecharé para comenzar a tramitar mi permiso—Joey de una mordida terminó
ese sándwich que engullía y tras un salto les siguió—. Quiero que todo quede
listo en cuanto antes, ¡Luego podría comenzar a trabajar con mi discurso!—no
aguardó, se abrió paso y salió sin añadir nada.
—Espero
no tener que arrepentirnos de esto—Chandler resopló, mirando avispado la manera
en la que Joey ni se había inmutado en cerrar la puerta al haberse esfumado.
Monica
negó riendo, pasando una mano por su mejilla para reconfortarle. Revisó
entonces el interior de su bolso y me miró.
—¿Estarás aquí por la noche, Rachel?—me
preguntó.
—Claro.
¿Dónde
más iba a estar, si no? Ella entonces asintió hacia mí con una sonrisa enorme,
como si hubiese llegado algo a su mente sin más y rogué, pedí que no tuviese
nada que ver con el hecho de que Michael se encontraba tomando asiento a mi
lado. Que su pregunta no fuese por las razones que pensaba.
—Quizá
cuando regrese podríamos planear los detalles finales, ¿Qué dices? —y dejó
salir, al lado de una risita nerviosa. ¿Tan obvia fue mi preocupación?
—Genial, Mon—le obsequié una sonrisa
serena, dejando el tema de lado.
—Bien,
adiós—dijo, acercándose a la puerta mientras tomaba de la mano de Chandler.
—¡Suerte, chicos!—Michael soltó.
Al mismo
tiempo, ambos nos lanzaron una sonrisa cómplice y sólo salieron. Un suspiro me
brotó, de pronto la atmósfera sólo era el silencio, el segundero del reloj de
la alacena resonando y un pequeño rugido que apareció desde mi estómago.
Me puse
de pie al instante y me alejé. Si Michael me preguntaba qué había engullido en
todo el día fracasaría en mi mentira. Un café y una dona eran suficientes para
mí desde que tuve descanso en el trabajo, pero para él, no sería nada. Estaba
tan segura de ello como que sí, tenía hambre de nuevo.
—¿Tienes
hambre?—lancé al aire y me dirigí hacia la nevera, ignoraba si siquiera me
ponía atención—. Creo que me serviré algo de fruta.
—N-no, así estoy bien... Descuida—susurró.
Ese tono,
vacío, serio de pronto, me extrañó. Dejé la bandeja de fruta que iba a cortar
sobre la barra de mármol de nuestra cocina y le estudié, apoyando mis manos al
filo de mis caderas.
—¿Todo
bien?—no evité fruncir el ceño. Su semblante, sin más, se notaba preocupado.
Se puso
de pie y, dejando salir un suspiro profundo, se paseó por la estancia con
lentitud, arrastrando los pies, llevando incluso ambas manos a su cabeza.
—Es que
tengo problema con encontrar el regalo perfecto para darle a Monica y Chandler—se
detuvo entonces para mirarme, acentuando el fastidio que derrochaba su mirar—.
He tratado, pero no dejo de pensar en cambio en qué tipo de persona me
disfrazaré para asistir a la ceremonia.
Chasqueé
mi lengua como reacción. No había pensado en ello.
—¿Monica te ha pedido que vayas disfrazado?—ladeé
la cabeza con extrañez.
—No. Bueno, no aún. Pero, ¿No es
obvio?
—No lo
sé...—me giré entonces, poniéndome a cortar la sandía que tenía sobre la
tablilla de madera. No lo creía, Monica adoraba a Michael y le importaría lo
que él pensara al respecto también. Aunque, tratándose del orden, y la armonía
de su boda, no me sorprendería. El caos se desataría si las personas ven a
Michael ahí—. Sólo relájate, Michael. La boda no será mañana.
—Estamos
a Febrero, Rach—soltó desganado—. Faltan sólo cuatro meses. ¿Sabes qué les
obsequiará Ross?
—Una vajilla nueva, creo—me encogí
de hombros—. Nada del otro mundo.
—Diablos...
Lanzó un
par de maldiciones más que no alcancé a notar. Sin más, el teléfono sonó, y sin
embargo, buscando apresurada una toalla para limpiar mis manos y desocuparme,
noté cómo el sonido se detenía. Me entumecí y al girar, aferrando la toalla
húmeda entre mis manos paralizadas, observé a Michael tomando el aparato con
indolencia.
Maldición.
—¿Hola?—atendió, como si no importara, como si
tuviera una increíble naturalidad.
—Michael, ¿Qué rayos...?
Ni me
percataba de cómo arrojé la toalla que sostenía para acercarme hacia él. ¿No se
le ocurría que alguien podría reconocer su voz? ¿No se daba cuenta de que si
alguien le hallaba aquí, ambos estaríamos perdidos? ¡Maldita sea!
—¿Quién
la busca?—se removió cuando estuve a punto de alcanzarle, ni el gesto movió, se
miraba concentrado escuchando lo que le decían. Mis manos estaban pegajosas
aún, mis ojos increíblemente abiertos, mi garganta atascada—. Oh, eres... su
novio.
Pestañeé
entonces, aturdida. A punto de colapsar. ¿Era...?
—Sí, ella
está aquí—pronunció, y traté como pude de tomar el teléfono de sus manos. Él lo
evitaba, se removía de un rincón de la estancia hacia el otro y cuando estaba
por alcanzarle, alzaba el aparato y ni le podía tocar. Siempre me había
fascinado que fuera alto, pero mierda ¡Ahora lo odié demasiado! Soltó al final
una risita orgullosa—. Sí, me han dicho infinidad de veces que mi voz se parece
a la de él...
Reprendiéndole,
gesticulé su nombre entre mis labios, sin dejar que un solo sonido pudiese
salir. Él entornó los ojos y luego de un resoplido, y por la forma en que dejó
caer sus hombros, esperé que ya todo hubiese terminado.
—Adiós—dijo
al final, tendiéndome ya el teléfono. Al tomarlo, casi arrebatárselo le di la
espalda y cerré los ojos, sintiendo cómo él se dirigía sin más a uno de los
sofás, cerca de la base de la contestadora.
Suspiré,
tomándome sólo un segundo antes de hablar.
—¿Tag...?—dije,
alejándome un poco de la estancia donde desinteresado, Michael descansaba.
—Hola, Rach...—se oyó, y no en el
auricular, no cerca de mí. Sino disipándose en el departamento entero. Giré
abruptamente y ubiqué ahí, a un lado de él, ese odioso botón rojo encendido al
borde del contestador.
Unas
carcajadas se le escaparon que le hicieron erguir, y me quedé paralizada.
Mierda, ¡Michael había oprimido el botón del altavoz!
—Escucha, ah...—Tag replicó. No tenía ni
idea de nada—. Como te has ido tan rápido
de la oficina hoy, creí que podría verte por un rato. Podríamos ir al parque.
¿Quieres?
—Ah...—balbuceé,
y reaccionando mal aún aferraba el teléfono cerca de mi oído. Estaba tan
embrutecida que olvidaba que esa no era una llamada personal, que ambos la oíamos.
Cerré los ojos negando y me quise despejar—. C-claro, sólo, sólo déjame...
—¿Quieres
que pase por ti?
—Oh,
bueno—Michael se burló con desgarbo, enarcando ambas cejas—. Eso sería
perfecto...
—¡No...!—solté.
¿Negaba por Michael hablando de nuevo, por la idea de Tag? No sabía, mierda.
Tenía que tranquilizarme—. Te veré en el sitio de siembre, ¿Sí?
—B-bien...—sereno,
Tag bisbiseó.
—...Adiós—y terminé la llamada de
inmediato.
Solté el
aire, y no concebí cómo la impensable sonrisa burlona de Michael, hasta en ese
momento, me había hecho reír, llevar una mano a cubrir mi rostro por lo
avergonzada que me sentía y aún así sentirme divertida por la forma en que él
me veía, me acechaba, su manera de moverse sobre el sofá y lo travieso que se
veía, así de... perfecto. No podía ser.
—¿Por qué
no dejaste que viniera hasta acá? ¿No quieres que me vea?—Michael preguntó
indolente, despreocupado, cruzando sus piernas y acomodándose sobre el sofá
para enfatizar su desinterés.
—No
quiero que piense que esté desquiciado si ve que Michael Jackson está aquí—le
dije segura. ¿Era verdad que sólo uno de nosotros pensaba así?
—¿Él sabe que tienes que ver con
Michael Jackson?
—Por
supuesto que no—espeté sintiéndome un poco indignada sin evitarlo. Jamás
hubiese creído que el pensara que le diría a Tag sobre nosotros, sólo así—. No
tiene por qué ser su asunto, ¿No crees?
Y sin dar
la oportunidad de responder, o sin mirarle intentándolo, me aproximé entonces
hacia la cocina para guardar de vuelta la sandía que cortaba dentro de la
nevera. Terminé y tomé mi bolso y utilicé el abrigo que tenía tendiendo del
perchero, dejando un suspiro de desgane salir. Mi estómago iba a tener que
esperar un rato más.
—¿Qué hay
de Monica?—Michael me miró desde el mismo sitio. No mostró fastidio o enfado,
sólo seriedad. Las risas se le habían terminado—. Le dijiste que te quedarías
aquí.
—Volveré
en un par de horas—le traté de sonreír, con una mano puesta sobre el pomo de la
puerta—. ¿Tú estarás aquí?
—Le diré
a Ross que venga un rato, supongo—murmuró encogiéndose de hombros, mirando
hacia la nada de pronto—. Me ayudará a pensar en un regalo para Monica y
Chandler. O quizá, hablaremos de tu pareja todo el rato, para variar.
Rodeé mis
ojos, y mientras una risa ligera que se le escapó me tranquilizaba, abrí la
puerta y puse un pie ya fuera de mi hogar.
—Compórtense, niños—me atreví a guiñar un ojo
hacia él, y salí del departamento.
Un puñado
de minutos se perdieron, y no tardé más encontrar en el juego de columpios en
el que siempre solíamos encontrarnos. Fijó su mirada en mí al ubicarme antes de
llegar y, dando la última calada que restaba de su cigarrillo, se aproximó y
nos hizo andar hacia una de las bancas de concreto que rodeaban la pista de
bicicletas. Me saludó con un beso en la mejilla que apenas y noté, la
endemoniada banca estaba insoportablemente congelada por el clima de la ciudad.
Él sabía cuánto odiaba esas banquillas en esta estación del año y aún así ni se
inmutó. No pude evitar notar el desastroso contraste que existía entre la manera
que Michael, y él, me trataban. Imposiblemente diferentes de sí.
No se
trataba siquiera de una salida casual, sino de algo referente a la oficina. Al
parecer, alguien había accedido a todos los códigos de seguridad que yo solía
utilizar en mi computadora y, antes que avisar al departamento de seguridad, o
al mismo señor Zelner, decidieron buscarme a mí para ver si sabía qué
ocurriría. Dándome lo mismo, admití que ya había notificado sobre el problema.
Él ni me creyó, y ya hasta parecía una maldita broma que, por la escasa
atención que en el trabajo me habían puesto sobre esto, ahora el odioso tema no
podía esperar.
Se le
notó tan preocupado, tan consternado por algo que pudiese suceder para que me
perjudicaran en el trabajo que ni siquiera se le pasó la idea en la cabeza de
preguntarme por el sujeto que había respondido la llamada en mi hogar, y no
pare de agradecerlo.
Por
suerte, todo se aclaró luego de unas llamadas, y el tiempo que me tomé fue
menos del que esperaba ocupar. Ni me dolió tanto negarle una taza de café que
quería tomarse luego de vernos.
Al
regresar a casa, me topé con Ross ahí, charlando con la mirada ensombrecida con
Chandler mientras que Michael se encontraba de rodillas frente a un sofá en el
que Monica tomaba asiento, con su rostro cubierto por ambas manos. Cerré la
puerta y me aproximé para asegurarme que lo que pensaba no era verdad, de que
sólo era el cansancio lo que me hacía mirar cosas equivocadas, pero no había
sido así.
Ella,
Monica estaba molesta, me aseguré. Casi al borde de que el primer sollozo
pudiese escaparse. Mi corazón sin más, comenzó a martillear.
—Pero...
¿Qué fue lo que pasó?—pregunté acercándome absorta, aún con la sensación de que
un vuelco de temor se anidaba dentro.
Monica
giró sobre el sofá, y desbordó entonces la angustia que había en su expresión.
—Se lo
han gastado todo, Rachel...—susurró, su voz se quebrantó—. Mis padres... el
dinero no está...
—No puedo
creerlo, yo...—negué deteniéndome, llevándome una mano a la altura de mi pecho.
La cadencia de mi corazón sólo se aceleró—. Yo he creído que...
—...Cariño,
todo saldrá bien—Chandler se aproximó y tomó asiento a un lado de ella, casi
trastabillando. Mierda, incluso su tono de voz, todo lo que decían sólo me
enredaba más. Con dulzura, aferró su brazo para poderla reconfortar. El
entumecimiento en el cuerpo de Monica aún no cedía.
Michael
se incorporó mirando hacia la nada, el semblante apagado, y se sentó sobre uno
de los sofás que estaban cerca. No podía ser que incluso aquél gesto de
preocupación, de desconcierto, me hiciese extrañar como una lunática esa
sonrisa burlona con la que me quedé cuando salí de aquí horas atrás. No podía
creerlo.
—No, nada
está bien—la voz de ella sólo se rasgó. Se removió entre el tacto de Chandler
para poder apreciarle de nuevo—. Es horrible, no habrá banda de swing, no
habrán lirios, no habrá banquete...
—Chandler—Ross
intervino, acercándose angustiado desde la cocina—, y si tus padres no pueden
apoyarles tampoco, ¿Por qué no intentan pagarla ustedes?
—Ross, ¿Cómo? Si nosotros no...
—...No
tenemos dinero—Monica le cortó—. Lo hemos gastado todo en el salón, la
recepción, en el vestido...
—Quizá
podría pedir un préstamo...—Chandler susurró con el gesto inescrutable—. Si
sólo...
—...No.
Por supuesto que no—sin más Michael le interrumpió con la voz ronca. Una
seriedad imposible de corromper.
Todos le
miramos al instante, sin poder hablar, sin poder comprenderlo. Monica negó y
mientras sus ojos se humedecían, negó confundida.
—¿Qué...?—ella preguntó, con una
liento entrecortado.
Y pese a
que me esperaba lo peor, el rostro de Michael se iluminó. Le nació de pronto
una pequeña sonrisa, un hermoso gesto que sin chistar me obligó a acercarme a
ellos. Sin darme cuenta, sin pensarlo, sólo quería observarle mejor. Comprender
la razón de tan perfecta expresión.
—Estaba
tan preocupado en pensar en un regalo perfecto para ustedes, que me he ido a
olvidar de lo obvio. Y ahora lo sé...
Tras
hablar se incorporó, y volvió a la posición que encontré cuando apenas llegaba.
Tomó con una dulzura indecible las manos entumecidas de mi mejor amiga y la
obligó a mirarle, nada más que a él, y su rostro esperanzado.
—Déjame
hacerlo, Mon...—susurró—. Y no sólo la mitad, sino el total de los gastos.
Déjame obsequiarte tu boda.
—No,
Michael...—le dijo ella entonces, sin un solo titubeo que la hizo dudar.
Envidié su seguridad pues, de sólo oír aquello, sentí el cómo se me ponían las
piernas gelatinosas, cómo el deseo de lanzarme hacia Michael para abrazarle,
para no dejarle ir me carcomió lentamente, y cada vez más—. Y-yo... jamás
dejaría que...
—...Por
favor. Quiero hacerlo—con cuidado, le cortó, y mordiendo sus labios, frunciendo
su ceño, haciendo sus ojos brillar fijó la mirada en ambos—. Ustedes significan
tanto para mí, han hecho tanto por mí que... desde que les he conocido, no
imaginaba que me brindarían tanta alegría a mi vida, tanto cariño, plenitud. O
incluso... alguien a quién amar.
Y
descendió su mirada, como si una punzada de timidez le hubiese hecho erguirse
así. Temblé, sentí mi interior estrujarse. Suspiré apenas, como si aquellas
palabras hubiesen sido ruidos etéreos, fantásticos, perfectos que se agolpaban
en el nudo de mi garganta.
Él aún...
pensaba en nosotros.
—¿E-estás...
seguro, Michael?—Chandler alcanzó su hombro, haciéndole reaccionar. Aún con la
fuerza que requirió por la cara tímida que llevaba.
—No podría estar más seguro que esto—le
sonrió.
—Entonces,
no quiero que se te ocurra asistir como alguien que no eres—Monica le sentenció
letal, limpiándose ansiosa la primera, y agradecí abrazándome a mí misma, la
única pequeña lágrima que se le escapó—. No quiero que vayas disfrazado de un
hombre mayor, de un anciano malhumorado, de un extraño que sólo vaga por ahí.
Quiero que vayas como tú, como eres, como el Michael que he querido desde que
era sólo una niña... No me importa a quién tenga que negarle la entrada, no me
interesa siquiera si tengo que sacar a mi familia de ahí para evitar un
alboroto. Te quiero ahí, con nosotros. ¿Ha quedado claro?
La
estudiamos removiéndose críptica luego de hablar, mientras Michael se
paralizaba frente a ella. Entonces sus ojos azules le estudiaron a él con una
sonrisa amenazante que apareció. Lo miraba con aprobación, con admiración, con
adoración. Como siempre.
—Perfecto...—Michael
sólo sonrió. Quizá, celebrando que la vieja Monica, había vuelto.
Y se
perdieron en un abrazo que al resto nos hizo más que embelesar, asesinarnos de
una ternura fulminante.
—...Ahí estaré.
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