Me di un
estirón, mirándome de última instancia en el espejo de mi tocador antes de salir
de mi habitación. Ya necesitaba usar mi pijama, estaba indeciblemente agotada.
Al salir,
masajeé con cuidado mi cabeza luego de haberme quitado el broche que sostenía
mi recogido a pesar de que sentir mi cabello a la altura de mis hombros de
nuevo aún me desconcertara a ratos y, entre sensaciones de alivio que percibí a
pesar del dolor de cabeza, encontré a Monica sentada en nuestro comedor, aún
vestida, aún maquillada, aún peinada. Se había pasado el día entero tan
tranquila como sabía le era posible y lo admiraba, no imaginaría siquiera la
emoción que ella sentía ahora, a sabiendas de que justo mañana sería el gran
día.
Quizá si
nos veía tranquilos, ella lo estaba también.
—¿Qué
haces?—vacilé al pasarla de largo. Decidí buscar un analgésico para tomar antes
que concentrarme bien en lo que hacía ella.
—Oh—izó
entonces su vista hacia mí. Era cierto, también lucía algo cansada—, escribo
una lista de cosas que podrían salir mal en la ceremonia.
—¿De
verdad?—tomé asiento con ella al terminar, apoyando mi cabeza en mis manos para
acercarme a mirar el papel que tenía con ella. Aún y con todo el estrés que
conllevaba la ceremonia, ¿Se buscaba el tiempo de ser ella misma?—. ¿Qué es lo
que llevas hasta ahora?
—Veamos...—y
tomó el trozo de papel con ambas manos, impidiéndome echar el mínimo vistazo a
lo que tenía—. Que no todos los invitados lleguen por no haber recibido a
tiempo las invitaciones, que mi vestido no esté listo en el instante adecuado,
y que el ramo no sea el que ordenamos del catálogo—terminó y sus labios se
fruncieron al tiempo en que mis ojos se entrecerraban con fastidio. Parecía que
buscaba contener las risas.
Me bufé.
Vamos, le sabía nerviosa. No podía ser tan dura con ella.
—¿Así que
enlistaste sólo cosas de las que yo estoy a cargo?—pretendí sonar indignada—. Vaya,
ojalá que Joey no coqueteé con alguna invitada mientras te está casando en
pleno altar.
—Agh, ¡De acuerdo!—bramó, y lanzó la
pequeña hoja que tenía a un lado. Alcancé a mirar entonces que ni por poco
había una lista escrita ahí, sólo un par de corazones en una esquina, una
carita feliz, y nada más. ¿Entonces...?—. He estado tratando de trabajar en mis
votos, ¿De acuerdo? No he tenido... demasiada creatividad.
—Vamos,
Mon...—traté de arrastrar mi silla un poco más cerca de ella—. No debe de ser
tan difícil, quizá sólo te estás bloqueando.
—Pues lo
es. Sólo se me ocurren cosas como: ‘Desde el primer momento en que te vi, supe
que seríamos el uno para el otro’, o ‘Siempre soñé con encontrar a alguien como
tú’. ¿Es cierto algo de eso?
—...No—tuve
que admitir, ya con una mano en mis labios para contener las risas que pujaban.
No era verdad, por supuesto. No a menos que ‘Me enamoro de ti luego de cinco
sujetos que me hayan destrozado en las relaciones viniera escrito luego de eso’.
Dios,
tenía razón. Sonaba difícil y lo era. Monica entonces suspiró y ni me apeteció
imaginar cómo la impotencia la estaría aniquilando de a poco.
—Bueno,
quizá... ¿Crees que puedas permitirte una que otra mentirilla en los votos?—me
atreví a musitar, un poco despistada. ¿Sería un descaro total? ¿Aunque ella
estuviera así de agotada?
—No lo
sé, yo...—pasó su vista por el techo y se quedó ahí, sin negar o asentir. No
habló de más pues de pronto el sonido de la puerta abriéndose a mis espaldas le
había distraído.
Nos
giramos a la par y miramos a Phoebe y a Joey llegando, ambos soportando un
gesto impregnado de desgane. Joey con la corbata completamente desatada y el
saco desaliñado, y Phoebe ya con el lindo recogido que usaba esta tarde desecho
también, aunque aún llevaba el mismo vestido. ¿Es que era cosa de los ensayos
de boda, deprimir a la gente así? ¿Por qué yo no me sentía tan mal?
—¿Qué
pasa con ustedes?—fruncí el ceño como reacción, estudiándoles acercándose hacia
nosotras.
—Chandler
y Ross nos corrieron del departamento—Joey resopló, dejándose caer en la silla
que colindaba con la que usaba Monica.
—¿En serio? ¿Por qué?—Monica
preguntó.
—Ayudábamos
a Chandler con sus votos—Phoebe secundó, sentándose en frente, a un lado de mí—,
pero a Joey se le había salido un poco lo inapropiado.
—¿¡Cómo
‘Siempre me sentí atraído hacia tu dulce trasero’ puede ser inapropiado!? —él
se removió desafiante en su silla y bramó, dejando salir un inmenso quejido a
flote.
Esta vez
no había podido evitar reír, aunque fuese sólo un poco. Monica entornando sus
ojos de forma molesta me impidió continuar.
—Pues—traté
entonces de recobrar seriedad—, digamos que Mon tiene suerte de tener un dulce
trasero porque no le va muy bien con eso de la escritura tampoco.
—¿En serio, Monica?—Phoebe le
apreció extrañada.
Ella ni
contestó, sólo gruñó de nuevo, frotándose el rostro con desespero.
—¡Lo voy
a lograr!—chilló—. Voy a obtener esos votos así no duerma toda la noche, ¡Lo
sé!
—Imposible—le
solté. No era verdad. Ella, ¿La reina de los horarios organizados, de los
planes infalibles, quería salir de la rutina planeada?—. Tienes que descansar.
No puedes estar agotada mañana.
—Pero
esto es más importante—contestó, sonando un poco más serena al mirar no sólo
hacia mí, sino a todos—. Ya tendré tiempo de dormir mañana por la noche.
—¿Estás
segura?—Joey murmuró mordiendo sus labios, ni él soportaba la mirada pícara que
nos dio.
Monica
dejó caer su rostro contra sus brazos cruzados y se había vuelto a quejar.
Enarqué una ceja al mirarla, y a él también. Innegablemente Joey tenía razón y
ella lo sabía. Dolorosamente, lo tenía que aceptar.
—Tengo que terminar esto, maldición—apenas se
le oyó, pues lo dijo aún tumbada.
—Dios,
Chandler también está en las mismas—se aproximó Joey hacia ella y comenzó a
masajear su espalda erguida con cuidado—. ¿Saben? Incluso ese último intento
que tuvo me hizo reír tanto que se me salieron las lágrimas por todas las
bromas que tenía escritas. ¡Y casi al final mencionaba un chiste que...!—y al
final, casi se olvidó de que Monica se moría de desesperación a su lado.
No pudo
terminar de hablar porque sin más, Monica se enderezó, y le fulminó con unas
dagas heladas y serias como ojos, aniquilándole de pronto.
—¿Dije...
algo?—Joey dejó una pequeña risita salir, inmediatamente removiendo su mano del
cuerpo de ella.
—Chandler
está... escribiendo chistes en sus votos—lo que Monica soltó no ue pregunta,
más bien una sentencia, como si repitiera un insulto que justo le lanzaron a su
cara cansada.
Miré a mi
amiga en la escena y negué fastidiada.
—No lo
puedo creer—susurré resoplando. Aunque hablando de Chandler y su manía por
utilizar la comedia como método de protección sería de esperarse, ¿Era verdad?
¿Hasta en el día de su boda?
Joey sin
hablar, sin formular gesto alguno, sólo se quedó ahí, con ambas manos
engarruñadas, paralizado.
—C-creo
que mejor volveré a...—y mientras se ponía de pie, sigiloso, Monica aún le taladraba. A tal magnitud que
le hacía al pobre no mirar por dónde pisaba, se tropezaba con las patas de
nuestras sillas—. A... asegurarme de que Ross no le haga escribir tampoco el
nombre equivocado de la novia.
Phoebe se
echó a reír por mirarlo todo y, Joey a punto de irse, ya en la puerta haló de
la manija y sin dejarle salir, él... Michael arribando le había interceptado
con una sonrisa. Un gesto que, de sólo verle ahí, de sólo convencerme de que
por el cansancio lo alucinaba, yo ya temblaba, sonreía, me estremecía
deliciosamente por él.
—¡Michael!—Joey
bramó con los ojos amplios, dándole un manotazo fraternal en su espalda.
Sin
esperar, Monica ya se ponía de pie, y Phoebe iba detrás de ella. Yo me quedé
pasmada, drogada hasta la médula, sonriendo irremediablemente aún sobre mi
sitio mientras caía en las garras de sus ojos marrones apreciándonos a todos,
en su cabello ondulado, amoldado con elegancia a la altura de sus hombros, su
atuendo, su sonrisa, cada gesticulación haciendo sentir que mi sangre se volvía
espesa, y que le costaba avanzar por mis venas.
Yo
florecía con cada segundo que pasaba así de cerca de él, y pensé, ni se
percataba.
—¡Hola!—Michael
le devolvía el saludo a Joey y en cuento él lo logró, había salido del lugar.
Reí entonces. Hasta él sabía que ni Michael apareciendo le quitaría ese tipo de
enfado a Monica.
—Hola...—Phoebe
se le acercó, obsequiándole un abrazo fugaz.
—Michael,
hola—tocó su turno a Monica y al dejarle un dulce abrazo también por recibirle,
me obligué sin más a ponerme ya de pie, a intentarlo, si a caso tenía la mínima
suerte—. ¿Cómo estuvo tu vuelo?
Miré a
Michael quejándose tras la pregunta, dejando caer sus hombros con fastidio.
—Cansado,
largo, retrasado por más de cuatro horas—contestó—. Había un diluvio en
California que no me dejaba salir de ahí.
—Es una
lástima—Monica le miró ladeando un poco la cabeza—. Te extrañamos en el ensayo.
—Lo sé—susurró
apático, mostrando un gesto de dolor. Se giró y como percibí que mi corazón
martilleaba, que de pronto se me dificultaba respirar, percibí que de un
momento a otro, ya me estaba mirando a mí—. Hola...
—Hola...—obré.
Me percataba que desde que él había puesto un pie dentro, yo no había dejado de
sonreír.
—Tú no...
¿Vas a saludarme?—agrandó su sonrisa, luego me señaló, me hizo perder la noción
de que alguien más nos acompañaba mientras contemplaba sus lagunas.
—C-claro—meneé
la cabeza y reaccioné, acercándome. No pude más y rocé mis labios sólo contra
su mejilla, y volviéndome a apartar despacio, aunque irremediablemente, más
embelesada que nunca. Sintiendo que algo dentro de mi vientre se retraía.
Tenía que
reaccionar, recordar que aún estaban ahí Phoebe y Monica mirándonos, si no,
quién sabe de qué otra forma se me hubiese ocurrido poderle saludar.
Más de
tres semanas pasaron de aquél fascinante encuentro, esa noche llena de
estrellas, de sueños, de besos y caricias que ya me hacía no sólo extrañarlo
por cada una de mis noches, sino que desde esa vez, dormía poco, y en cada
sueño le evocaba desesperadamente.
Lo que
era cierto es que desde que tuvo que regresar a California, había algo que se atoraba
en mi interior lanzándome la urgencia de su presencia, de su esencia, de ese
tipo de besos que nos volvimos a compartir, palabras y caricias impregnadas de
esa ternura dulce en la que me hundía con tan sólo mirarlo de nuevo a los ojos.
Desde que
aquello pasó, traté de disimular, ambos lo hicimos. Casi no nos acercábamos el
uno al otro y ambos acordamos que los chicos no se enteraran pues conocíamos la
magnitud de los hechos. La decisión me tenía relajada pese a todo y es que
cuando las cosas iban bien, cuando comprendía que sí, que nos extrañábamos, era
de donde sacaba las fuerzas para afrontar cada problema que tenían mis días.
Cada cosa inesperada.
—¿Dónde
están los pequeños, Michael?—Phoebe nos distrajo de golpe, estudiándole a él
con una dulce sonrisa que, creí, jamás se le borró.
Michael
reaccionando, volviendo en sí y ocasionando que mis mejillas se entumecieran,
entreabrió los labios para formular la respuesta pero Monica se le adelantó,
aclarando un poco su voz.
—Prince y
Paris no vendrán—ella replicó, frunciendo un poco sus labios—. Por seguridad
acordé con él que no asistieran.
—Así es—Michael
sin más, asintió—. Sé que se hubieran divertido pero, bueno, no se nos ha
ocurrido una manera de hacerlo funcionar.
—¿Y tu
equipaje?—intervine entonces, masajeando ligeramente mi garganta pues, una
especie de nudo, aún se sentía.
El
misterio de no mirar aquellas pequeñas sonrisas radiantes, tiernas, tan
perfectas como la suya a cada uno de sus lados ya se había aclarado, pero
mirarle sin un solo bolso tendido de sus manos era otra cuestión. No me había
percatado de ello siquiera hasta este momento.
—Ah, de
hecho, de eso les quería hablar—musitó, buscándose algo en el bolsillo de su
chaqueta. Me fascinaba mirarlo en la ciudad cuando el clima no era tan
horrorosamente helado, las chaquetas ligeras, o incluso los sacos sencillos le
sentaban indeciblemente perfectos, más incluso que los largos abrigos y
gabardinas que a pesar de ello, me encantaban también. Dios, ¿Ya me encontraba
sonriendo de nuevo?
Sacó una
pequeña llave que reconocí al instante por fin, y se la tendió a Monica.
—Es la
llave de mi departamento—le aseguró. Estaba entonces en lo correcto—. Me
preguntaba si podrías resguardarla por mí durante algunos días.
—¿No te
quedarás ahí esta noche?—Monica le preguntó, luciendo confusión. Phoebe y yo le
observamos también, de la misma manera.
—No—él
sólo negó reprimiendo una sonrisa. ¿Por nuestras reacciones, quizá?—. Me
quedaré en el hotel en el que será la recepción. Wayne y yo acordamos que sería
lo mejor. Así evitamos el traslado, cualquier fotógrafo, el entrar por la
puerta trasera, ya sabes... Me ha dolido demasiado perderme del ensayo que no
pienso llegar ni un minuto tarde a la ceremonia.
—Pero...
¿Estás seguro?—Monica musitó, guardando la pequeña llave en uno de sus
bolsillos—. Podrías... quedarte aquí. Así nos iríamos juntos, nada malo tendría
por qué...
—...Mon.
Estoy seguro—y le cortó amable, acercándose entonces a tomar su mano—. ¿Las
tres se quedan a dormir aquí esta noche no es cierto?
—Sí... Chandler se quedará con los
chicos en frente—Monica le respondió.
—Por eso
mismo...—le apareció entonces una pequeña sonrisa—. No quiero incomodar.
—No lo
harías...—se me salió sin más, y sostuve un poco su mirada tornándose
nostálgica.
Él negó
con dulzura hacia mí y, alejándose un par de pasos, aprecié cómo buscaba tomar
un poco de aire.
—¿Podrías... acompañarme al pasillo
un momento, Rachel?
Un
retortijón ardiente me atajó, me hizo pestañear un poco descolocada. Era tan
difícil repetirme que tenía que actuar normal con él y disimular que nada había
ocurrido, que con tal de que una de sus miradas exquisitas se incrustara en mis
ojos, todo perdía razón de ser. Reaccionar siquiera, se volvía una tarea
imposible.
—Claro...—bisbiseé,
aún sin moverme. Aguardé a que él terminara de despedirse de las chicas
mientras que agradecía como demente que, esos gestos que él les daba las hacía
distraer, olvidarse de mi expresión debilitada.
—Nos
vemos mañana—le dijo a Phoebe, y terminó por obsequiarle un abrazo a Monica
que, noté, se volvía más cálido que el primero que le dio cuando llegó. Se
apartaron y él, con una sonrisa, no paraba de mirarla a los ojos—. Y a ti... ya
quiero verte sonriente, vestida de blanco.
Ella pasó
de forma fugaz su mano por el borde de su barbilla, y con una dulzura imposible
se echó a reír, antes de siquiera contestar.
Él nos
abrió entonces paso y siguiéndole, salimos juntos del departamento y cerré con
cuidado la puerta detrás de mí. El silencio que se sentía en el pasillo era
colosal y, maldición, no ayudaba a mantener quieto mi nerviosismo.
La
delicadeza que tenía hasta para pararse frente a mí, para observarme me
hechizaba, me embriagaba, me atolondraba, era como si con sólo un gesto pudiera
poner de rodillas a un ejército entero, doblegándolo con tan sólo hablar. Y lo
había comprobado cientos de veces, cada una de aquella ocasiones en que fui
merecedora de asistir a uno de sus conciertos.
Suspiró,
ubicándome enternecida.
—¿Cómo... estás?—sólo susurró.
—Bien... Bastante—asentí,
y me crucé de brazos para abrazarme pues de pronto sentía que mi cuerpo se
helaba, ardía hasta la manera en que mis vellos se erizaban. Traté tan sólo de
concentrarme en mirarle, cada atisbo de atención que ponía en mí, rogar por no
pensar en nada más.
Aunque, ¿Cómo
no estar bien? Si desde aquella noche lo que jamás paré de hacer fue soñar, sonreír.
—No le
has visto a él... ¿Verdad?—preguntó, percibí sombras en sus ojos al hacerlo. No
hicieron falta especificaciones, y lo entendí.
—No...—le aseguré, casi
inmediatamente.
Ni había
sabido nada de él. No desde que llegé el primer lunes luego de aquella noche a
la oficina con la primera noticia de que Tag ya no volvería. Al parecer, había
solicitado una transferencia urgente al plantel de Chicago. Y sin oír nada más,
sabía sólo quedaba lugar para dos posibilidades; se la habían dado y se marchó,
o no, y había renunciado. Lo cierto era que jamás me lo volví a topar.
Los
siguientes días laborales habían transcurrido con calma. Nada nuevo, y todo a
la vez. Desde que él se marchó, por lo mismo no existió ninguna confrontación.
No hubieron más gritos, ni situaciones que me alteraran, a pesar de que,
dolorosamente, Michael ya había tenido que alejarse de mí de nuevo.
—Eso me alegra—susurró, se le notaba
increíblemente sincero.
—Lo sé.
Y alcé la
mirada con simpleza para toparme con sus ojos marrones y brillosos, clavados en
los míos. Sentí cómo mi boca se torcía de ternura por percibir esa magnífica
sonrisa tan suya.
—Bien...—de
pronto, se removió, dejándome un beso fugaz en la mejilla que, tomándome por
sorpresa, apenas me percataba de que se volvía a alejar—. Te veo mañana, ¿Está
bien?
—Perfecto—musité, aturdida, sólo
tratando de sonreír.
Me
devolvió el gesto y se giró para avanzar, aunque no demasiado, viró y de reojo,
un chasquido le nació al observarme una vez más.
—Y... ¿Rach?
—...Sí—le
estudié, sin advertirlo ya buscaba con una mano tomar la perilla de mi puerta.
—Me
encanta tu cabello corto—me sonrió—. Me recuerda a cómo lucías cuando te conocí.
Sin más,
se marchó, dejándome alucinada.
Y froté
mi mejilla con cuidado entonces, ahí donde había dejado ese dulce beso. Si sólo
él supiera que aún recordaba ese último beso que me dio antes de salir de mi
habitación aquella noche en que habíamos vuelto a ser uno sólo, me juré, un
beso en la mejilla no hubiera sido ni por poco la manera en como yo me hubiese
despedido esta vez.
Entre
zancadillas torpes, alucinadas, volví al departamento y ubiqué sólo a Phoebe
más allá. Ni el silencio me llegó a aparecer tan aniquilador con el peso de la
odiosa sonrisa pícara que le salía a pesar de que bebía de un vaso con agua.
—¿Qué les
pasa a ustedes dos que andan tan unidos últimamente?—soltó, mirándome de reojo,
al tiempo en que yo me aproximaba a donde se encontraba.
Preferí
no responder, y en cambio, robé un trago del vaso que sostenía. Ciertamente,
tenía la boca seca, y la lengua hecha una piedra desde que Michael apareció.
—¿Dónde
está Monica?—pregunté, y me lanzó una mirada molesta luego de que comprendió,
le había cambiado el tema.
—Decidió
encerrarse en su cuarto para terminar de escribir—resopló. Al menos, el coraje
le pasó rápido—. Parece que sí se quedó pensando en lo que Joey le había
insinuado hace rato.
Echamos a
reír y, de pronto, ella terminó con una mirada insinuante que me descolocó.
¿Qué se traía ahora?
—¿Qué...?—le
estudié, deseando que no siguiese con lo mismo, que no se tratara de Michael
aún.
—Me
encontré unos borradores de los votos de Monica en la basura. ¿Los quieres ver?
Y su
sonrisa se agrandó, no de alegría sino de una burla tierna.
Estaba
cansada, más de lo que pensaba, y sin duda decidiría irme a la cama sin
pensarlo siquiera pero, bueno, algo mejor que el ‘dulce trasero’ o uno de los
chistes de Chandler valía la pena verlo.
Al final,
asentí.
—Pero no
los podemos leer aquí—soltó el vaso entonces para tomar de mi, nos conducía al
cuarto de baño—. Ella nos podría oír.
Cerró
detrás de ella con seguro y se sentó sobre el retrete cerrado, yo no pude
avanzar mucho más. De reojo me miré en el espejo del lavamanos y no pude evitar
sonreír, negar, reírme de mi misma al notar lo sonrojada que aún estaba. Lo
inmensamente colorada que Michael me ponía y el cómo, increíblemente la
sensación duraba incluso más del tiempo en que le miraba. Todo se volvía
perfecto cuando estaba él, mis problemas, mis pesares, e incluso mis más
grandes secretos... desaparecían.
—Los guardé por aquí...—se oyó de
forma lejana, pero no puse atención.
Me
apetecía, como siempre, notar cada una de las sensaciones en que ese hombre
hacía perder mi esencia antes que notar lo que ella hacía a mi lado. Cómo se
removía, se erguía, se agachaba y no hacía nada por ponerle atención.
—...Oh, por Dios—entonces, advertí
de reojo que ella se paralizaba.
—¿Qué?—molesta,
giré. Tendría que ser algo inmensamente importante para haberme sacado de ese
bellísimo trance de esa manera—. ¿Qué ocurre...?
Apenas
aprecié que sostenía algo en sus manos, pero no me aseguré de qué. Continuaba
erguida y dándome la espalda aunque sí, aferrando aquello como si le faltase
vida, como si no quedara una posibilidad más.
—Encontré...
esto en la basura—temblorosa, con un tono que me descolocó de inmediato,
susurró.
Instintivamente
intenté ralentizar mi respiración, mientras me intentaba arrastrar entre
imágenes entrecortadas, escenas borrosas que eliminaban todo pensamiento
turbulento que toqué, que me dibujaban sacando la basura la noche anterior y
borrándolo todo, que me aseguraban que todo tenía que estar bien, que no era lo
que pensaba, que me tranquilizara.
Guardé
una terrible aspiración junto a la molesta sensación que me embargó con un
esfuerzo sobrehumano, al tiempo en que ella giró, y que, toqué el abismo por
ese instante en que aprecié, llevaba en las manos una prueba usada de embarazo.
—Y es positiva...—bisbiseó, mirando
aquello, paralizada.
Y como
pude, llevé ambas manos a mis labios.
—...Monica está embarazada.
*****
—Oh, Dios
mío...—Ross musitó mirando a su mejor amigo, abriendo sus ojos desorbitados,
cubriendo sus labios tanto como las mangas de ese lujoso traje de gala se lo
permitía, de su garganta salieron algunos titubeos pero ni Chandler ni yo lo
logramos entender. Estaba vuelto loco, lo sabía, maldición, desquiciado hasta
la médula—. Oh, Dios... No estás... ¿Chandler, no estás enloqueciendo?
Y le tomó
del hombro, noté cómo tembló su mano incluso al hacerlo. De cualquier forma,
por esa magnitud de noticia, él había reaccionado mejor que yo. ¿Dónde estaba
el Ross que enloqueció cuando se enteró por primera vez de que su mejor amigo y
su pequeña hermana salían? ¿Qué no sabía que para que ella quedara embarazada,
debieron tener relaciones? ¿Por qué luego de enterarme yo misma he enloquecido
diez veces más? ¡No era justo!
Chandler
entonces entreabrió sus labios pero, aún nada aparecía.
Desde que
había encontrado esa prueba de embarazo de la papelera del baño el momento de
la ceremonia había llegado casi sin que las horas pesaran. El día siguiente
arribó, nos trasladamos como pudimos, con todo y artículos de arreglo personal
al hotel en el que sería la celebración y ya a media tarde, los invitados ya
comenzaron a ocupar cada uno de sus asientos, y bajo el mandato de Monica, era
imposible que también nosotros nos quedáramos un solo minuto atrás.
Joey ya aguardaba
a que todo tuviese comienzo al final del altar, o creí ver, a través de la
pequeña grieta que se formaba por la puerta entreabierta de la pequeña
habitación en la que nosotros aguardábamos para salir. Chandler estaba listo,
trajeado, nervioso, bromeando cada minuto y desajustando el nudo de su corbata
cada que se le dificultaba dejar salir un suspiro, mientras que su madre
esperaba por él para poderlo encaminar. Tan sólo esperaban la señal, en el
tiempo correcto.
Michael y
Rachel nos acompañaban también, aunque un poco más apartados. No se hablaban
demasiado en realidad pero las miradas no faltaban, las sonrisas, los mensajes
secretos que se mandaban cada que uno se percataba de que no había quién en la
habitación que se atreviera a poderles mirar. Al final, él estando aquí, con
todo lo que implicaba no había sido ningún problema. Monica como es, severa,
fulminante, había charlado con toda su familia, por no confesar que les había
amenazado. Lo último que entendí fue que les hizo saber que no quería alborotos
por que Michael fuese uno de los invitados más importantes. Había charlado con
él antes y le fascinaba la idea, se sentía embelesado con el hecho de rodearse
de personas que no conocía y que ni se le acercaran, que sólo lo vieran pasar.
Era como el cielo para él.
Y nuestra
ansiosa, y linda Monica aún aguardaba dentro de su pequeño vestidor. Su padre,
pese a los problemas que nacieron desde el principio por los desacuerdos de los
gastos, la escoltaría a través del pasillo nupcial y entonces ya, todo
comenzaría.
Era por
eso que la pregunta de Ross no tenía sentido para mí. De entre todas las
posibilidades, comprender que Chandler ya se había enterado por sí mismo del
estado de su prometida, era casi imposible, pero sucedía. Y quedaban sólo un
par de minutos para que uniera su vida al lado de la mujer que desde que era un
adolescente le fascinó.
Enloquecer,
era lo último que podía.
—Cuando
encontré la prueba, lo estaba...—le contestó, y no nos miraba. Aguardaba
mientras a que, mirando al vacío, se le formara una sonrisa que ni él podía
contener—. Pero luego pensé; Voy a casarme con ella, cualquier cosa que criemos
juntos no podría darme miedo. Al contrario, no tengo idea de cómo... no podría
amarla más. Mi regalo para ella será hacerle saber que... estoy encantado con
todo esto.
—Hombre...—Ross
titubeó a penas, y con la mirada humedecida, con una sonrisa petrificada se le
aproximó, lo tomó en un abrazo brusco que ocasionó que mi corazón se agrandara.
Mientras
se incorporaban, giré y advertí a la madre de Chandler intentando acercarse a
nosotros cuando, tomando ya del brazo de su único hijo, nos hizo sentir ese
retortijó cálido que sabía daba sólo cuando se estallaba de emoción. No podía
creer que ya había llegado la hora.
El
inmenso portón se abrió de par en par y él, junto con la elegante dama salió.
Temblé y acomodé mi vestido, el broche que sujetaba mi recogido y mi arreglo
floral al tiempo en que Ross se acomodaba a mi lado para dar paso a nuestra imperiosa
salida. Entrelazamos brazos y noté entre risas que sí, él temblaba con una
mayor intensidad que la mía.
Luego,
tocaba el turno a Rachel y Michael que, de lado de una naturalidad orgásmica,
se aventuraron también, y emprendieron marcha a través del pasillo con sus
brazos unidos, siendo no otra cosa además de ellos mismos; un completo sueño
que casi se hacía realidad.
Era
imposible no fijarme en los ojos brillantes de Michael, que reflejaban una
mirada de orgullo cuando ella andaba al lado de él, y sin darme cuenta de que
no podía parar de sonreír al verles hasta que había llegado el momento de que
yo, junto con Ross saliera también, avanzamos absortos. Por un instante me
sentí como una estrella, y no imaginé cómo podría sentirse Monica cuando a ella
le toque aparecer. ¡Será un ángel!
La música
me resultaba tan familiar, una versión armonizada de ‘Every Breath You Take’
rodeada de un flujo de harpas. Me pregunté entonces qué tan bien se escucharían
las cuerdas de mi guitarra ahí.
—Vaya,
esto es... perfecto—escuché a Ross a mi lado mientras aún caminábamos, apenas
intentando susurrar.
—¿El qué?—le
pregunté al mismo volumen, y tan pronto como mis pies habían pasado apenas por
la mitad del pasillo ubiqué a nuestro Joey al final, con un inmenso rostro
iluminado. Creía que luciría ridículo con su atuendo de oficiante pero me
equivocaba. Lucía bastante bien.
Durante
un segundo escaso, me distraje por las hileras de lirios blancos que colgaban
en adornos de cualquier mueble o decoración, pendiendo en largas líneas de
ostentosos lazos, pero arranqué mis ojos de las filas de sillas envueltas en
raso cuando a él de pronto, una risita tranquila se le escapó, y pude percibir
cómo la fuerza con la que me aferraba, aumentaba sólo un poco.
—Esto—musitó
atento, viré para verle pero tal y como yo lo hacía un momento atrás, perdía su
mirada en todo y todos quienes nos miraban—. Caminar en el pasillo hacia el
altar sabiendo que esta vez no terminará en divorcio.
Al reír
bajito le puse los ojos en blanco, por llegar al final, y tener que separarnos,
tuve que ahorrarme el comentario sarcástico que ya tenía bien preparado para
él. Ross se colocó a un costado de Michael, y yo a un lado de Rachel, esperando
al igual que ellos a que nuestra amiga llegara, y que nos alcanzaran las
sonrisas antes de que todos estuviésemos ya ahí.
Hubo
inspiraciones, y hasta la música cambió. Los invitados viraron a sus espaldas y
entonces supimos que ya ocurriría.
Ella,
Monica aparecía al lado de su padre, vestida de blanco e irremediablemente
careciendo las alas dignas de un ángel. Ahora sólo podía distinguir el rostro
de Chandler, que llenó mi visión e inundó mi mente. Agrandó mi corazón. Sus
ojos brillaban al verla acercándose como si fuesen un par de soles azulados, y
su rostro sonriente parecía casi paralizado con la profundidad de la emoción
que sabía no paró de sentir y entonces, cuando sus miradas se encontraron,
ambos rompieron en una risita de júbilo que quitó el aliento.
Su
cabello castaño caía a la altura de su pecho a manera de ondas perfiladas, su
velo llegaba por detrás de ella hasta su espalda baja y su vestido, su perfecto
atuendo, llegaba a alcanzar casi la mitad del pasillo por la longitud. Se miraba
preciosa y no podía esperar a imaginarla sosteniendo entre sus brazos lo que
quizá desde pequeña siempre había soñado; un hermoso bebé.
Chandler
extendió su mano y Jack, el padre de ella, colocó la de su hija en la de él en
un símbolo tan antiguo como el mundo. Se unieron y la música recobró su volumen
habitual mientras que nos impregnábamos con la fragancia de un millón de
flores.
Entonces
no pensé en más que en la idea de Joey sonriendo como lunático al mirarles, y
supe que si él podía contenerse para no abrazarles aún, yo también podía
conseguirlo. No quería morir en el intento.
—Amados
hermanos—Joey anunció y de alguna manera, se las arregló para que su voz
pudiese sonar segura—. Estamos reunidos hoy para reunir a este hombre y a esta
mujer en sagrado matrimonio—y sin soportarlo más, alcancé a mirarlo poniendo
una sonrisa ensoñada—. Hace mucho que conozco a Monica y Chandler, y les
aseguro, no encontraría otros dos seres que sean más perfectos el uno para el
otro. Prosigamos con los votos nupciales... ¿Monica?
Monica
apenas y viró, con un destello imposible que resaltaba el azul de sus ojos
encaró a Rachel y ésta le tendió un pequeño papel doblado por la mitad. Lo
recibió y giró, lo abrió con cuidado y antes de comenzar, se tomó un pequeño
suspiro. Era el momento, pensé, por fin conoceríamos lo que no le dejó dormir
la noche anterior.
—Chandler...
Durante mucho tiempo, he llegado a preguntarme si encontraría a mi príncipe, a
mi alma gemela... Entonces, hace seis años recurrí a un amigo en busca de
consuelo, pero en vez de ello encontré lo que había estado buscando durante
toda mi vida y ahora, aquí estamos, con nuestro futuro ante nosotros, y sólo
deseo pasarlo contigo. Mi príncipe, mi alma gemela... mi amigo.
Se le
escapó una pequeña lágrima, lo supe porque, aún de espaldas, advertí la manera
en que una de sus manos se iba con cuidado a la altura de sus ojos. Su emoción
no se quedaba sólo en ella, se agrandaba, nos contagiaba, Rachel a mi lado no
paró de sonreír, los ojos de Ross y Michael no dejaban de brillar y yo ya no
podía evitar sentir cómo un nudo en mi garganta aparecía. Estábamos todos
juntos en esto.
—¿Chandler?—Joey
reaccionó, esta vez con un tono de voz un poco más débil y aún así, certero.
Maldición, él les tenía de frente, ¿Cómo era capaz de hacerlo?
Chandler
descendió su mirada por un pequeño instante, y luego comenzó.
—He
creído que... que esto iba a ser lo más difícil que tendría que hacer en mi
vida—cuando habló, las palabras sonaron claras, victoriosas. La manera en que
la miraba a ella no tenía igual—. Pero, cuando te he visto caminando hacia el
altar me he dado cuenta de lo fácil que era. Te amo.
Se
acercaron y, casi sin darse cuenta, sus manos ya se habían unido también.
—...Te
amo—continuó—, y no importan las sorpresas que se nos presenten porque siempre
te querré. Eres la persona con la que tenía que pasar el resto de mi vida.
¿Quieres saber cómo estoy seguro?
Y sin
más, la besó. La besó y más de un suspiro se arrancó desde la audiencia, a Joey
se le había zafado un pequeño respingo. Era excelente. Ese Chandler no dejaba
de hacerme sonreír. ¡Y creía que se la pasaría diciendo bromas tras bromas en
sus votos!
—A-ah,
puedes... besar a la novia—los titubeos de Joey aparecieron y entonces me miró
con una expresión de cruda inseguridad. No pude evitar acallar algunas risitas.
Chandler
y Monica cedieron y por fin, parecía que nuestro pequeño e inexperto oficiante
se incorporaba de nuevo. Suspiró con un poco de calma.
—Así
mismo, por la autoridad que me ha concedido el estado de Nueva York... y los
chicos del permiso en internet, yo los declaro entonces... Oh—chasqueó con
fastidio la lengua, como si se hubiese equivocado—, ¿Se toman el uno al otro?
Estuvo de
más, por supuesto. Pues ya todos sabíamos la respuesta a aquello.
—Acepto—Chandler musitó de prisa, estudiando
orgulloso a su nueva esposa.
—Acepto—ella, de la misma manera, le
imitó.
—Claro
que sí...—y Joey les terció conteniendo un gritito de emoción.
En la
superficie su fugaz risita pareció sólo divertida, casi como una de
suficiencia, pero debajo de su momentáneo gesto de euforia había una profunda
alegría que era eco de la mía, de la de Rachel, Michael y Ross.
Todos
estábamos en un sueño, en un cuento de hadas y hasta los pequeños errores a
Monica ni le importaron. Estaba tan embelesada que seguro ni había notado que
Joey salía de vez en vez de la rutina nupcial que había comenzado.
—Ah,
Joe... —pero Ross tuvo que reaccionar, aclaró su garganta con sequedad
haciéndole distraer—. Los anillos...
—Ah, maldición...—a Joey se le
escapó—. Los anillos, Dios...
Dios mío,
¡No me había percatado siquiera! Chandler y Monica sin añadir más le
obedecieron y con una delicadeza que casi raya lo indecible, él colocó el
anillo de bodas en el dedo anular de ella y Monica le imitó. Joey resopló
fastidiado lanzando una miradilla despectiva a Ross y entonces ambos
asintieron. Parecía que todo iba en orden de nuevo.
—¿Estamos
bien ahora?—Joey le dijo a Ross—. ¿Ya no falta nada? Bien. Una vez más, les
declaro marido, y mujer—y luego del alivio, la sonrisa pícara que había
aparecido al principio volvía a abrillantarse de nuevo—. Bésala otra vez...
Chandler
asintió cómplice, y entonces sus manos se alzaron para acunar el rostro de su
novia cuidadosamente, como si fuera tan delicada como los pétalos de las flores
que se dispararon por el lugar. Inclinó su cabeza hacia la de ella y Monica sin
aguardar se alzó sobre las puntas de sus pies arrojando sus brazos en torno a su
cuello, con el ramo y todo, para poderle besar.
El gentío
estalló entonces en un aplauso y juntos se pusieron de cara a nuestros amigos y
familiares, pero yo no podía apartar la mirada de sus rostros avispados, de sus
miradas humedecidas, era como si tan sólo, y únicamente, existiesen ellos.
Apenas era consciente de cómo Michael se nos alejaba un poco y aún aplaudiendo,
se dirigía hacia Wayne que le miraba desde su asiento, parecía que había algo que
le tenía que decir.
Miré
entonces a los padres de ambos sentados donde debían, en la primera fila y supe
que ellos tenían que esperar, aún Chandler y Monica estaban en la espera de
nuestra avalancha de abrazos y estaba ya casi lista, Rachel se movió de su
sitio y avanzó hacia Ross para quedar del lado de Chandler, del lado de Monica
sólo estaba yo. Joey se había distraído removiéndose ese lustroso traje por un
momento.
—Y ya sé lo del bebé...—escuchar eso me hizo
girar, Chandler se lo susurraba a Monica mientras que se volvían a unir para
darse un tierno abrazo, se olvidaban de todo cuanto ocurría alrededor. ¡Se lo
dijo! ¡Por Dios!
—¿Cuál
bebé?—Monica pestañeó, y hasta se había alejado de él para mirarle con más
detenimiento.
—Nuestro bebé—él replicó, ansioso.
—¿Tenemos un bebé?—y la confusión de ella sólo
se disparó hacia los cielos.
Pero,
¿Qué ocurría? ¿Por qué tanto rodeo?
—Phoebe
encontró tu prueba de embarazo en la basura del baño, Mon—ahora Chandler
susurraba, sonaba más inseguro a cada palabra que pronunció.
—Pero yo... no me he hecho una prueba
de embarazo.
—Entonces, ¿Quién...?
Sentí que
me arrancaban ilusiones de la cabeza, que me deshicieron de pronto todas las
imágenes que ya me había planteado con la noticia y de un segundo a otro, me
descoloqué, entre una punzada de desesperación que me nació supe que ya no
podía contenerlo más.
—Un
momento—les separé, ambos me miraron avispados, contrariados—. Monica, ¿Por qué
le dijiste que no estás embarazada?
—Porque no lo estoy, Phoebe—espetó,
y sonaba segura, fastidiada incluso.
—¿No lo estás?—Ross le preguntó, de
a poco ya se le apagaba el rostro.
—¡No!—ella le contestó—. ¿No se lo
has dicho a nadie, verdad?
—Mierda,
ahora vuelvo...—y sin más, se largó. Todo se convertía en no más que un
alboroto. ¡Por Dios!
—He
encontrado tu prueba en el baño...—le solté burlona, apenas percatándome de que
la única que intentaba unirse a nosotros luego de todo, era Rachel, carente de
expresión—. Si tú no estás embarazada, entonces...
Y no pude
seguir, pues detrás de Chandler, Rachel se las arregló para negar abruptamente
asegurándose de que únicamente yo le podía mirar. En un gesto casi
ininteligible, cerró sus ojos con tristeza y cayó como un balde de agua helada
contra mí.
Aclaré mi
garganta y repuse mi semblante, rogué por no descolocarme por lo que su mero
silencio me gritaba con una seguridad lastimosa.
—...Es...
porque yo lo estoy—mentí, mientras que el caos dentro de mi cabeza se agrandaba
a magnitudes incontenibles y aún así, todo se aclaraba con ello. Se me partía
el interior y sabía que la había rescatado a ella.
Entonces,
Rachel estaba... ¿Embarazada?
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