—¿¡De qué
estás hablando!?—Chandler fue el que comenzó mi tormento.
—¿Qué
estás diciendo, Phoebe?—Monica le siguió confrontándome con la frente arrugada,
asombrada, me di cuenta, de la tranquilidad que traté de disimular.
—E-estoy... embarazada—y les
insistí, serena.
La forma
en que sus miradas turbadas me taladraban ya me partía el interior en dos, y si
ya sabía que aquello sólo era el comienzo de todo cuanto me ganaba por ser tan
buena persona y por protegerle a Rachel la espalda, estaba segura, y me juré,
no esperaría una simple explicación.
Quería la
historia, razones, situaciones y hasta los más simples detalles innecesarios.
De eso no había una maldita duda.
—Es
que... no quería decir nada aún porque este es tu gran día...—traté de
explicar, de concentrarme en algo que no fuese en la manera en que esos pares
de ojos severos me pesaban—. No quería robarte protagonismo.
—¡Por
Dios!—bramó, no le agradó nada mi respuesta—. ¿Y por eso le has dicho a la
gente que yo estoy embarazada?
Me quedé
titubeando sin poder ya hablar, y aún con los labios entreabiertos, con la
garganta atascada, observé entonces cómo los invitados ya hacían filas para
salir lentamente del salón adornado. Mierda, si tan sólo pudiese salir
corriendo y perderme entre ellos. Tomar a Rachel conmigo, claro, y someterla
hasta que me escupiera toda la verdad.
Había
tenido mi catálogo de mentiras listo y, ¿Esa fue la mejor excusa que se me
ocurrió? ¿En verdad? ¿¡A mí!?
—¿Y quién
es el padre?—Chandler, soltando el aire, me hizo girar hacia él. Sostenía el
puente de su nariz bastante fuerte, por Dios.
—¡Sí!—Monica
asintió con él, más ansiosa incluso. Y de nada sirvió, yo sólo me paralizaba.
¿Qué
quién era el padre? ¿¡Quién diablos podría ser el padre!?
—N-no lo
puedo decir—solté, y mientras tanto, aprecié a Rachel refugiándose tras la
espalda de Chandler, sólo mirándome fijamente sin amedrentarse ni un poco.
—¿Por qué
no?—ambos me preguntaron a la par. Negué para intentar concentrarme de nuevo y
sentí de pronto que las primeras palabras se formaban. Eso y más lograba la
mirada perturbada de Rachel a un lado de ellos.
—Pues, porque... él es... Es que, él
no es... de...
Pero no
continué. Michael apareció de ninguna dirección apreciable, sólo así, y aunque
sin avisar, con cuidado tomó a Monica para hacerla perder en uno de sus
inmensos abrazos. Ella sin duda regresó el gesto y luego de que me tomaba sólo
un suspiro para tranquilizarme al mirar aquello, cuando terminó, y Michael se
giró luego para tomar a Chandler también, me congelé con la mirada fulminante
con la que Monica de nuevo me había aniquilado.
Mierda,
aún no terminaba el tema.
—Tengo a
Janet en el teléfono, chicos—Michael musitó con una sonrisa tranquila,
atrapando la atención de ambos al tomarles de cada brazo—. Se disculpa por no
haber podido asistir pero, aún así quiere saludarlos. ¿Pueden...?
—Por
supuesto—Monica le interrumpió segura, con una sonrisa más brillante, más
grande incluso que la de él.
Y
mientras ella se aseguraba de que Michael y Chandler sin más se alejaban, se
giró una última vez hacia mí, cómo no, cambiando el semblante de pronto por uno
más oscurecido, más... ella.
Ese
Michael era un suertudo, diablos. ¿Él habrá conocido ya el lado malvado de
Monica?
—Me debes
muchas explicaciones, Phoebe—espetó tan dura como una sentencia, y se alejó,
siguiendo los pasos de Michael y Chandler.
Un
suspiro me brotó y fue cuando me di cuenta de que había dejado de respirar,
sentí entonces una mano ligera apoyándose con ternura en mi espalda y, segura
de quién se trataba, de que esos movimientos entrecortados, ese mutismo
enfermizo no podía ser alguien más, la tomé con rapidez con la única intención
de alejarnos a Rachel y a mí del bullicio. Caminé tan rápido y tan embrutecida
que no me percaté de que nos había llevado hacia donde descansaba el conjunto
musical. Al menos, nos habíamos apartado de todo y todos.
Ahora no
fue sólo un hilo de aire lo que se me salió, fue un resoplido, una urgencia por
la manera en que me faltaban las palabras, las preguntas, los reproches y
exclamaciones que querían seguir atascados. ¡Tantas preguntas, maldición! ¡No
comprendía nada!
—¡Oh, por
Dios!—solté entre un bramido que apenas salió, se escapó más aire que palabras.
—Oh,
muchas gracias, Pheebs...—y recuperando su mano de entre mi amarre paralizado,
cubrió su rostro entero para que ya no le pudiese ver—. Es que... aún no sé
cómo asimilar todo esto.
No podía
creer que no me había percatado de todo ese miedo, ese temblor que habitaba en
ella con sólo mirarla. Era tan claro ahora, y a la vez tan difícil de
comprender, tan complicado de encontrarle una razón. ¡Embarazada, por Dios!
¡Estaba embarazada!
La
estudié y divagué, rogué perderme entre tantas preguntas que debería elegir.
¿Alguna de las que me clavaron Monica y Chandler, quizá? ¿Quién era el padre?
¿Cómo es que pasó? ¿Cuándo? O, maldición, para comenzar, ¿¡Cómo es que me dejó
seguir tanto tiempo con la mentira!?
—¡Pero me
has dicho que Monica era quien estaba embarazada!—espeté señalándola, como si
mi índice casi sobre su pecho tuviese el efecto de doblegarla, de hacerla
confesar mucho más.
—N-no,
eso... Eso lo has dicho tú, ¿Recuerdas? Tan sólo te llevé la corriente—soltó
así, sin afán de nada.
Cerrando
los ojos me burlé ante esas palabras cargadas de ingenuidad y de pura verdad.
Mierda, sí, así había sucedido. Era increíble cómo en menos de un segundo ella
ya sabía cómo aprovecharse de todo. ¿O era que estaba demasiado cansada luego
del ensayo de la boda que no me di cuenta? Sí, aquello tenía que ser.
Normalmente
lo hubiera adivinado.
—Un
momento—espeté, aquello aún no me decía nada—. Pero, entonces, ¿Cómo...?
—¿Se piensan quedar ahí...?—dolorosamente,
alguien me interrumpió.
Viramos
al mismo tiempo, y sin problema encontramos a Joey, ya cambiado, con una mirada
sonriente aguardando por nosotras desde el comienzo del pasillo nupcial. Por
eso se había salido disparado del altar.
Rachel ya
se aproximaba hacia él antes de alguna respuesta y, refunfuñando, me obligué a
seguirles también. Si a caso ella creía que aquello sería todo, se equivocaba.
La ayudaría, por supuesto, y hasta me sentía dispuesta de seguir con la
mentira, pero si iba a soportar algunas horas más de las posibles preguntas
fulminantes de nuestra amiga recién casada ella también iba a tener que ceder.
Esto aún
no terminaba.
***
Agradecí
que luego de que Monica y Chandler habían sido introducidos al salón de la
fiesta como los recién casados, y que habían dado su emotivo discurso de
agradecimiento, ellos ya no me habían molestado con lo mismo.
Agradecí
que, luego de todo, Monica volviera a ser la misma, y que aunque fuese un
puñado de horas después, se percatara de que ir detrás de mí para sacarme todo
tipo de información no era lo único que importaba, sino el entretenimiento de
las decenas de invitados que habían allí, el saludarles, el verificar que
estuviesen disfrutando del evento, el lidiar con las peleas que de repente se
daban los padres de Chandler y luego ayudarle a él a fingir que no habían
sucedido. O quizá es que la banda musical que habían contratado les hacía sentir
que la presión de ser anfitriones no era tan severa. Les gustaba, al menos a
ellos. Yo odiaba la música swing.
Rachel
casi ni se me acercó en el lapsus de tiempo que transcurrió luego de la
ceremonia. Sólo se refugiaba en Joey, o incluso en Ross aunque se encontrara
más ocupado charlando con una de las invitadas del trabajo de Monica. Era una
chica linda, noté, y aunque le daba un leve aire de parecido a Emily por el
corte de pelo, el mirarla congeniando de forma natural con Rachel hacía toda la
diferencia.
Me
pregunté entonces si Ross ya le contó que antes ellos dos solían ser novios. O,
vaya, que él ya ha estado casado con otra mujer y que, ni un mes luego de ello,
se había divorciado.
Reí.
Quizá encontrándome sentada sobre uno de los escuálidos banquillos de la barra
de licores, y tomando mimosas sin detenerme porque era la única bebida que
podía disfrazar como un simple jugo de naranja para evitar preguntas, me hacía
desear que la tormenta cayera también sobre mis otros amigos. Observar cómo se
avivaba la fiesta por el baile, el ambiente, la decoración, y aún querer seguir
en el mismo sitio, era lo que me estaba aniquilando. Las bebidas estaban
deliciosas y la velada iba a ser larga. Bendita Monica con su idea de la barra
abierta.
De pronto
Michael apareció tomando asiento, recargado a mi lado, fijándose en cómo miraba
absorta a mi alrededor.
—Hola—susurró.
Me sorprendió que con el volumen de la música, y la cantidad de alcohol que
llevaba encima pude haberle escuchado perfecto.
—Hola—solté
con más desgane del que deseaba. Al menos él no estaba al tanto de mi tonta
mentirilla y el no tener que dar explicaciones, lo tenía que agradecer.
—¿Aburrida?—me preguntó con voz
tierna, lleno de empatía.
Me encogí
de hombros, mirando su expresión. En realidad, percatándome del saco tan
elegante que llevaba. Negro completamente a excepción del cuello, que casi se
perdía por la forma en que su cabello amoldado caía sobre sus hombros. Con un
diseño imperioso color dorado que se centraba casi a la altura de su pecho.
Como siempre, uno de sus atuendos que le caracterizaba, que no dejaba ni una
sola duda de quién se trataba.
Sonreí,
haciendo que él también lo hiciera.
—Y fastidiada—confesé—. Tanto como para
necesitar del alcohol. ¿Qué hay de ti?
—Tengo
cuatro horas en la boda de mis mejores amigos—musitó con simpleza, con alegría.
Me fijé que en una de sus manos llevaba una copa de vino también—. Una fiesta
en la que no llevo disfraces ni seguridad y hasta ahora, ninguna persona se me
ha acercado. Estaría en el paraíso de no ser porque... Rachel me ha evitado
toda la noche—y aún sin terminar, su semblante se apagó.
Me
incorporé para poder mirarle mejor, aunque me pesara un poco su expresión
consumida. Aunque no me había percatado hasta ahora de ello, todo recobró más
sentido que antes. Quizá Rachel tenía ahora más de una razón para alejarse de
algunos de nosotros.
—Contándonos
a mí, Chandler, y Monica, ya somos cuatro de los que ella se ha alejado—musité
con media sonrisa, y un tono de voz con el que traté de hacerle sentir mejor—.
Debe traer algo raro con ella misma, no lo sé.
Un bebé,
por ejemplo, pensé. Y tan inmediato como aquello, sentí cómo los mismos latidos
de mi corazón comenzaban a hacer mi cuerpo entero temblar, casi desvanecerme
con el trago que aún tenía en la mano.
Mierda,
¿Michael sabrá...?
—Un
momento, ¿Por qué ella te evitaría?—repuse abrupta. No, era imposible que lo
supiera. Y si Rachel me ha pedido continuar con la noticia yo tenía que ser la
primera en saberlo. Aquello me agradó, hace mucho que no tenía un secreto sólo
con ella—. Les miré muy amistosos ayer luego del ensayo y, bueno, antes de que
comenzara la ceremonia también. ¿Entonces...?
—Si
tienes una pista, dímela—me respondió, soltando una pequeña risa fingida—.
Desde que me separé de ella en el altar ha sido así. Espero no haber hecho algo
que... la incomodara.
—¿Qué pudiste haber hecho?
—¿Además
de repetirle unas cincuenta veces lo hermosa que luce? No tengo idea. Quizá...
ha sido eso.
Terminó
de hablar fijando su vista ya no en mí, si no en una dirección hacia la nada
que, cuando traté de seguir, confirmé que se trataba de ella. Michael miraba a
Rachel sentada sola, cómo no, en nuestra mesa, y sólo así, un profundo suspiro
se le escapó.
—...Y es
que es verdad—continuó. Por mirar a Rachel también, ya no estudié su expresión,
pero el tono de voz que salía me juraba lo apenado que estaba—. Luce tan
preciosa que me conformaría con que aceptara bailar una pieza de música
conmigo. No lo sé, con que pudiésemos entablar una conversación de nuevo.
Permitirme mirarla más de cerca, lo que sea...
Sintiendo
sin remedio mi boca seca, un malestar que se anidó en mi pecho, decidí volverle
a mirar, a encontrar el cómo él ya tenía su mirada bien incrustada por los
suelos.
Me
consternó innegablemente cómo podría caerle a él la noticia, sabía que él aún
tenía sentimientos por ella que, aunque bien, no estaba segura de que podrían
llegar a revivir lo que las cosas eran antes, él había logrado hacerla sonreír
de nuevo, ellos se habían vuelto a aproximar tanto otra vez que mirarles
juntos, sentirles bien, nos tranquilizaba, hacía que los días fuesen más
brillantes, aunque más cortos, por desear que durasen cada vez más. Y quizá
saber que hay un bebé en camino podría destruirle todo a su paso. Todo lo que
han construido desde que decidieron ser amigos otra vez se vendría abajo,
inevitablemente.
No sabía
si ambos podrían soportar otra separación de esa magnitud, y no quería, por
nada, averiguar la respuesta.
—Ya se le
pasará...—le di una sonrisa sincera esta vez, mientras pasaba con cuidado una
mano sobre su hombro—. Quizá sólo está cansada. Bueno, todos lo estamos pero,
algunos no sabemos procesarlo de la mejor manera.
—Espero
que sea sólo eso...—musitó, tratando de imitar mi gesto pero supe, aún no podía
lograrlo.
—Y te
diré algo—añadí, logrando ahora que su mirada por fin se despegara del suelo—.
Tan pronto como esta banda deprimente toque algo mejor, yo bailaré las piezas
de música que quieras contigo.
Y sin más
sonrió. Sólo así, sentí inevitablemente cómo el aire que respirábamos se hacía
más ligero.
—Es un
trato—rió y me estrechó la mano aún con las mejillas coloradas. Pero cuando
apenas comenzaba a disfrutar de la ocurrencia desvió sus ojos de los míos otra
vez, e incluso su sonrisa se había perdido un poco de nuevo—. Oh, mira eso...
Giré
hacia la dirección que con sus ojos señalaba y me helé. De nuevo era la misma
mesa, de nuevo Rachel pero esta vez, ella tenía una dolorosa expresión de
preocupación. Esta vez, Monica estaba a solas con ella.
—Le
acompaña incluso la protagonista de la fiesta y ni así se le escapa ni una
sonrisa...—Michael susurró, fingiendo una risa a mi lado.
Sin
escucharle bien, enfoqué y miré que Rachel rechazaba con nerviosismo una copa
de champán que Monica le ofrecía antes de señalarla de esa manera que ya sé,
que incluso he soñado en alguna que otra de mis pesadillas retorcidas. Esa
forma en que sus labios se abrían, cómo tenía su índice bien apuntado hacia una
Rachel retraída, temerosa de su mejor amiga, de lo que su mera intuición era
capaz de lograr.
Mierda,
mierda, mierda, no...
—A-aguarda... —y me atreví a dejar a
Michael ahí.
Absorta,
me aproximé a la mesa sintiendo incluso que el peso del alcohol se había
esfumado, y resoplando, con la mente en blanco, me senté en uno de los asientos
desocupados rogando seguir con mi mismo ultraje emocional mientras intentaba
mirarlas a ambas.
Monica
lucía furiosa y Rachel parecía como atrapada en su realidad, tanto que parecía
que se le escapaba un grito que no tenía sonido cuando me miró llegar, con unos
ojos impensablemente esperanzados. Había llegado de nuevo a rescatarla y más me
valía, seguir mejor con el juego esta vez.
—...Bueno,
justo terminé de hablar con el padre de mi hijo—musité, por supuesto evitando
mirar a Monica, luchando por sonar más segura que el coraje que sentía de haber
elegido la misma excusa de antes. Maldición, ¿De nuevo con lo del papá?
—Ah, ¿De
verdad?—Monica entonces me fulminó, casi como si de un insulto se tratara.
—S-sí...
y le he preguntado si estaba seguro de que pudiera revelar su identidad, pero
me ha dicho...
—¿Te ha dicho que es Rachel quien
está embarazada?—entonces me cortó.
—¿¡Qué!?—se
me salió, casi tan alto como la música sonaba.
Había
sido tan falsa la expresión pero lo indignada que me sentía nadie me lo
quitaba. No por Rachel y sus formas de ocultar las cosas o por Monica y su
forma de averiguarlas sino por mí, porque yo, la reina de las excusas, no había
podido seguir más lejos con todo esto.
Monica ya
lo sabía, me dije rendida. Yo estaba acabada.
—Ah,
olvídenlo...—resoplé, apoyando con enfado mi barbilla entre mis manos abiertas.
Me puso unos
indolentes ojos en blanco y entre una mirada orgullosa y preocupada, se giró
hacia Rachel de nuevo.
—¿Y cómo
te sientes, Rach?—le preguntó. Tuve que admitir, con un tono asombrosamente
maternal.
—¡No lo
sé! ¡No sé cómo me siento!—Rachel contestó con su mirada clavada hacia la mesa,
seguro agradeciendo que Monica no había tenido una reacción peor. O que ni
siquiera yo la he fulminado con las cientos de preguntas que aún tenía
guardadas para ella—. Todo esto ha... pasado muy deprisa y desde que me enteré
he tratado de no pensar en ello, en el miedo que siento y en las malditas
decisiones que vienen y que aún no... quiero tomar.
—Tranquila...—hablé
más calmada. Ella en verdad lucía alterada—. Puede que no estés embarazada.
—¿Qué?—inquirió, confundida.
—Sí,
bueno...—añadí—. Hay muchas mujeres que suelen hacerse la prueba tres veces al
menos. Sólo para asegurarse de todo.
—Pudo
haber sido un falso positivo. ¿No lo crees?—sorprendentemente, Monica me apoyó.
—Y-yo...
yo no...—pero Rachel, perdiendo su mirada de nuevo, ni siquiera lograba hablar,
sólo negaba, su cara no cambiaba más allá de esa misma sensación que le
lastimaba.
Lo que
más aborrecía era saberla así de perturbada, de hundida en algo que quizá, aún
no era una sentencia final.
—...Sólo
digo que no nos alarmemos ahora—musité—. No hasta estar seguras completamente.
—Ah, muy
bien...—y ya más relajada, asintió hacia sí—. Cuando regresemos a casa me haré
otra prueba.
—No.
Tienes que hacértela ya—Monica le pidió, mientras buscaba poner con delicadeza
una mano sobre la de Rachel que desde hace ya segundos tenía paralizada sobre
la mesa—. Vamos, hazlo como... Como un regalo para mí.
Rachel
entonces nos estudió a ambas y mientras yo trataba de gritar mi aprobación sin
emitir un solo sonido observé cómo una pequeña sonrisa le aparecía. Por primera
vez en todo el día, lucía como si pudiese respirar.
—Está bien... Lo haré—susurró.
—Bien—Monica
le celebró, masajeando un poco sus hombros para que se desentumieran. Milagrosamente
lo logró.
Y si
Monica, tan molesta como estaba hace unas horas, ya no aguantaba las ansias o
el peso del tiempo, mucho menos yo. También quería respuestas y las obtendría,
haría de todo para poder agilizar el proceso.
—Iré a la farmacia ahora
mismo a comprarla—murmuré ya tratando de ponerme de pie, tomando
mi cartera del bolso que había dejado tendido en mi respaldo.
—Oh, chicas, son estupendas—Rachel torció el gesto derrochando ternura, agradecimiento
combinado de felicidad—. En verdad, gracias.
—¡Un momento!—cortándole la expresión, Monica bramó, haciendo que ambas
nos paralizáramos—. ¿Quién es el padre?
Consciente de que, maldición, yo también ansiaba saber lo
mismo, hasta me olvidé de caminar y, en su lugar, me empeñé en taladrar con mi
mirada también a Rachel.
—Sí, Rach...—agotada, ya de pie, le quise secundar.
—A-ah, no...—pero Rachel negó hacia ambas de forma abrupta, con más
velocidad de la que había utilizado la primera vez que le pregunté—. Es que, aún no se lo he
dicho a él, y hasta que no lo haga, no creo que debería decirle sobre él a
alguien.
—Está bien...—Monica soltó, dejando caer sus hombros—. Es justo.
Analicé entonces su expresión seria, severa y sin
embargo, mientras que nuestra nueva novia se doblegaba, la lista de posibles
candidatos ya aparecía en mi cabeza.
—¿Es Tag?—pregunté como si nada. Creí, así sería mejor, le saldría con
más naturalidad la respuesta.
—¿¡Qué!?—bramó con una repulsión notoria, un rostro indeciblemente
indignado y un tono de voz dolorosamente lastimado. Bien, había quedado claro,
aunque, ¿Había algo
de malo con que él lo fuera?
—¿Es Michael?—opté por una verdad un poco más alegre esta vez, quizá más
digna de una realidad perfecta o de un cuento de hadas, su cuento de hadas—. Es Michael, ¿Cierto? Dilo...
—Phoebe...—pero
sin más, de nuevo, me reprendió. Mierda.
—¿Es Ross?
La última opción salía más débil. Se me terminaron las
ideas.
—Cielo, déjalo ya,
¿Quieres?—me pidió un poco más tranquila, luego de que
un suspiro chocó contra la mano que presionó el puente de su nariz—. No lo diré hasta que se
lo diga a él, hablo en serio.
—Oh, vamos, es mi boda—Monica
interfirió divertida, aunque había notado que fastidiada desde que mi opción de
Michael no tenía una respuesta positiva—. ¡Ese podría ser mi regalo!
—¿No querías como regalo mi
nueva prueba de embarazo?—Rachel le renegó, fingiendo molestia.
Increíblemente, la había dejado sin respuesta. No evité
echarme a reír.
—Sí, Monica—musité tratando de imitar el tono que había usado Rachel con
afán de continuar la broma—. Por esto es que registras una mesa de regalos.
—Pheebs, te veremos en el
baño de damas—Monica me atrapó en mi segundo intento por
intentar alejarme y al virar, la encontré igual poniéndose de pie, sólo que
esta vez, con Rachel a un lado de ella.
—Bien—les sonreí. Y al verificar que llevaba dinero suficiente en
mi pequeño bolso, me traté de esfumar hacia la salida con una muy bien
disimulada tranquilidad.
Me fijaba al alejarme que Michael ya se encontraba
charlando con Chandler y Joey. Se reían, y me tranquilizó que al menos ese
rostro ensombrecido que tenía cuando recién llegó a hablar conmigo se había
esfumado ya. Sobre todo, él era una de las personas que más tenían que
divertirse, aunque el alejamiento que Rachel ponía entre ambos le quitara un poco
los ánimos. Después de todo, él había obsequiado la fiesta. Sería el maldito
colmo que él no pudiera disfrutarla como tal.
Compré la prueba que, según promocionaba en el empaque,
era la más exacta y segura, aunque me haya costado un par de dólares más. Como
Monica había planeado, al volver de forma que nadie más me hablara, que nadie
me preguntara de dónde venía, o qué había ido a comprar, las encontré a ambas
en el cuarto de baño de damas con un par de rostros que derrochaban ansiedad en
cada facción. Hice la entrega de nuestro paquete secreto y, haciéndose de su
autoridad como la estrella de la fiesta, Monica negaba la entrada a otro par de
chicas que sin más querían ingresar.
Rachel ya se había hecho la prueba, y entonces sólo quedó
eso, esperar.
Tomé
asiento en la barra donde se encontraban los lavamanos y Monica permaneció de
pie al lado de Rachel mientras los segundos lentos y turbulentos pasaban. Ella
se paseaba de un extremo del cuarto al otro, lo rodeaba, y volvía de nuevo a su
lugar, se llevaba las manos a la cabeza, a su pecho, a su corazón, y suspiraba,
resoplaba o reprimía pequeños quejidos molestos que se le salían. Temblaba, y
entonces, como un ciclo, con ayuda de Monica, volvía a tratar de hacerse
tranquilizar.
Observé
todo aquello y no evité sonreír un poco desconcertada ante los gestos que se le
escapaban, tan extraños en ella. Y es que, si estaba segura de que por
historias tristes y casi iguales que había atravesado en el pasado no le
parecería fácil, la inseguridad que irradiaba de cada movimiento no me dejaba
de descolocar. Ese tipo de desconcierto, de esperar por algo incierto o vacío
me invadía, y aunque sabía también que trataba de tranquilizarse, no dejaba aún
de ponerme nerviosa y creer que, una respuesta positiva, quizá no era lo que
ella estaba buscando en realidad. No ahora.
Por un
instante la miré tan atormentada como hace unos años solía, con sus demonios
tan cerca que podía incluso saborear esa ansiedad enfermiza que experimentaba
por no saber qué diablos esperar. Me dio temor pensar que, fuese cual fuese la
respuesta, lo que vendría terminaría por lastimarnos a las tres. Por la
reacción que tuviese.
—¿Cuánto falta...?—con ese hilo de voz temeroso
me arrancó de mi mundo interior.
Incorporándome,
estudié mi reloj un momento, y luego la prueba sostenida entre mis manos. Aún
no se apreciaba nada, como esperaba.
—Treinta segundos—le aseguré.
—Treinta
segundos, bien...—acomodó un mechón que se había zafado de su bonito recogido
tras su oreja y, siguiendo a lo suyo, volvió a tensar la expresión,
retrayéndose de nuevo.
Monica se
le acercó con cuidado al notar, y detuvo sus pasos con delicadeza, como si más
que nada, tuviera que medir su reacción.
—Rach, quiero que sepas...—le susurró—. Que si
sale positivo, nosotros vamos a...
—...Lo sé—le
cortó suave, sosteniendo sus manos. Había sido entonces que se le había brotado
una pequeña sonrisa, aunque un poco asustada.
Se
obsequiaron un pequeño abrazo y desesperada me volví a concentrar en mi reloj.
Me helé, mi corazón se aceleró al instante en que me había percatado de que el
segundero ya había llegado al sitio indicado.
—Ya es la
hora—bisbiseé al aire, y mientras me incorporaba para ponerme de pie, las noté
acercándose absortas, a cada paso que daban, más relucía la manera en que se
ponían a temblar.
Asegurándome
de que aún no había mirado nada, intenté tenderle la prueba a Rachel pero ella
se alejó de golpe, dándome la espalda sin más.
—No, no
puedo, no puedo, no puedo...—agitó sus manos ansiosas, luego presionando sus
ojos con fuerza. Volvió entonces a encontrarme y su expresión ya no fue de
temor, sino de suplicio—. Por favor, Phoebe, tú...
—Está
bien...—susurré alejándome un poco, tratando de tranquilizarla. Y Monica, a su
lado, sólo abrazó con cuidado sus hombros, ambas sólo se pusieron a esperar a
que yo pronunciara el resultado.
Aunque yo
también tenía miedo, no lo hacía notar. Tomé entonces el instructivo que venía
en el empaque y comencé a comparar el resultado que aparecía con lo que cada
pequeño diagrama debería significar. Sin problema, con mi garganta cerrada, mis
manos temblando, me aseguré y, casi al instante, comencé a imaginar el futuro
de Rachel pasando justo frente a mis ojos.
Lo quería
decir, lo quería gritar, jurar y asegurar pero no podía olvidar el semblante
que Rachel tenía. Debía asegurarme de algo primero, sí o sí.
—...Es negativo—sentencié.
Fue como
si ella de pronto, hubiese entrado en un trance de oscuridad. Me arrepentí de
inmediato de la maldita naturalidad con la que lo había pronunciado.
—¿Qué...?—apenas habló.
—Que
es... negativo—reiteré, aunque ya no como antes. Con la voz un poco más
apagada.
Y esperé
por todo, o por nada, las ansias, el temor, el silencio y la manera en que
Monica le soltaba y la dejaba petrificada, no me dejaba de carcomer.
—Oh...
Pues, ya está...—y con sus ojos grises atolondrados, avispados, dejó de salir
el aire de forma lastimosa—. Eso... es genial, es una noticia realmente...
fantástica.
Pestañeé
aturdida. No podía decirlo en serio, ¿O sí? Era imposible que fuese verdad. No,
no lo decía feliz, lo decía lastimada, herida, temerosa, sabía que mentía y
sobraba la obviedad. Odiaba sentir esa vulnerabilidad que le atajaba, ese
temor, pero no lográbamos que fuese de otra manera.
—...Porque
con eso de no estar... preparada, y los aspectos económicos y, bueno, es como
todo esto... tenía que acabar—terminó de hablar y, noté cómo de a poco se le
quebraba la voz. Negaba débilmente, mirando hacia la nada.
—Eso
está... muy bien—Monica le susurró de manos anudadas, como si le doliera aún la
idea, como si no pudiese creer lo que pasaba con Rachel ahí.
Anticipé
lo peor y observamos cómo la primera lágrima ya se había desprendido. Le tendí
un pequeño pañuelo antes de que pudiese recorrer más, o de que otras más
aparecieran.
—Gracias...—ni
me miró y rápido se apuró a limpiarse aunque más lágrimas comenzaran ya a
agolparse a sus ojos, sus labios titiritaron—. Dios, esto es... una estupidez.
¿Cómo me puedo molestar por algo que nunca pude tener...?
No lo
soportaba. La piel se me erizaba por mirarla así, por comprender que ni el
pañuelo, o las yemas de sus dedos alcanzaban para hacer que el llanto pereciera.
Ya me dolía su dolor y, a pesar de todo, comprender que bien, ya estábamos más
que seguras de cómo se sentiría realmente fue un motivo más para planear en
cómo todo podría abrillantarse de golpe.
—¿Es negativo?—sollozo entonces
perdiéndose en mí—. ¿En verdad...?
Y ya no
puede soportarlo. Toda yo era una olla de presión a punto de explotar.
—No, es positivo—le miré, y esta vez
me salió una inmensa sonrisa.
—¿¡Qué!?—se
llevó una mano a sus labios y sus sollozos, su voz rota, sus miedos, sus
pesadillas, todo paró. Ahora vendría lo que tanto esperaba.
—No es negativo, es positivo—le
aseguré.
—¿Estás... segura?
—S-sí...
Mentí antes—y con un nudo en mi pecho no de tristeza, sino de emoción, de
ansias centellantes, me acerqué para darle por fin la prueba.
—Oh, por
Dios...—esta vez sí que la tomó y sin esperar, sus ojos se clavaron fijos en
ello.
Sus ojos
ya se iluminaban, y mi corazón dio un vuelco al sentirla ya así, sonriendo,
tranquila, con sus lagunas chispeantes y lágrimas secas, con sus labios ahora
entreabiertos por un gemido de pura felicidad.
—¡Ahora
ya sabes cómo es que te sientes al respecto!—le recalqué como si le explicara
la intención. ¡Y por Dios! ¡Estaba tan orgullosa de que mi plan resultara!
—Phoebe,
podría asesinarte ahora mismo... —se acercó con risas que aún arrancaron un par
de lágrimas más. Habían sido las últimas y las tres lo celebrábamos. Monica aún
de labios entreabiertos, asombrados, y ojos brillantes se le acercó.
—¿Entonces... vas a hacerlo?—le
preguntó.
Y Rachel
se tomó sólo un segundo, en el que comprendí que ahí algo maravilloso ya
sucedía, para volvernos a mirar.
—Si...—y
su voz se volvió a quebrar. Ya no como antes, sino que con promesa, con una
ilusión infinita que se reflejó en todo su ser—. Voy a tener un bebé... ¡Voy a
tener un bebé...!
Y saltando,
celebrando, abrió los brazos en un segundo y nos interceptó a ambas en un
abrazo que no podíamos cortar. A pesar de lo amplio del vestido de Monica, las
tres nos apretujamos y hasta mis ojos ardieron un poco por la sensación de
alivio y júbilo infinito que de ella desprendía, sollozamos sin poderlo evitar
pero nadábamos en alegría, en brillo, en promesa, en una ilusión que estaba
segura, ahora nada ni nadie le iba a arrancar. Unos minutos después salimos
pretendiendo que no sucedía nada y de pronto, ya no pesó que aún había una
fiesta que aguardaba. Por fin lo iba a disfrutar.
Todo
estaba bien, todo se sentía bien y ahora a Rachel le apresaba una sonrisa que
por más que lo intentara, sin importar con quién hablara o qué hiciera, no se
le podía borrar. Era ya como si nada importara y, contagiada de ese nuevo mar
de sensaciones que le rodeaban, recibí incluso con mayor emoción las canciones
que, como esperaba, tenían ya una cadencia más armoniosa que antes.
Ubiqué a
ese caballero de saco negro con dorado sentado sobre su mesa y sin pensarlo, me
apeteció cumplir el trato que aún tenía pendiente con él. Lo arrastré sonriente
hacia la pista y ni me consternó hacer el ridículo al mover mi cuerpo al lado
del dios del baile.
Lo hacía
sonreír, reír, y parecía que era lo único que importaba.
—Al menos
lo hiciste...—tomando de mi mano y aguardando por el instante preciso, la alzó
para hacer que yo diese una vuelta sobre mis talones con una tremenda
naturalidad. Observaba a Rachel, se perdía en ella como siempre lo hacía—. Has
hecho que ella sonriera.
—Lo sé...—y la ubiqué también, sonriendo ante
su gesto tan agradable, tan él.
—¿Qué fue
lo que hiciste?—se escuchó, mientras girábamos y mecíamos nuestros cuerpos con
pasos medidos, acompasados.
Sólo negué.
Por más que moría por decirlo, tenía que controlarme y resistirlo.
—No tengo idea...—susurré.
Rió
bajito. Viré el rostro para volverlo a mirar. Tenía una manera de observarla a
ella que transportaba, era como si todo cuanto pensara sobre Rachel cada vez
que la miraba y hasta cuando no hablara por sí sólo. Por esa expresión de paz
que tenía, de sosiego, de armonía entre su alma.
—Y pensar
que en todas estas horas he creído que aquella noche de su cumpleaños le había
puesto de esa forma tan seria. Conmigo, al menos—aquella simpleza con la que
habló me descolocó.
—¿Cómo...?—negué
confundida, pestañeando. ¿Michael sí había visto a Rachel en su cumpleaños?
Y aún a
mitad de la misma canción, se paralizó, con su mirada enteramente turbada y
atemorizada, tensando su cuerpo de a poco y mientras tanto, paso por paso,
teniendo la intención de poder perderme y tratándose de alejar.
Le
perseguí y me percaté, ardí. Mi paciencia estaba en menos de cero, y verlo
escapándose sólo así sin explicaciones, no por lo dicho sino por la forma en
que lo hizo, me daban ganas de estrangular a alguien, de gritar, de tirarme al
suelo dando patadas sino calmaba ya alguien mis malditas ansias.
Le
alcancé y cuando lo hice, se aseguró sin más de resguardarnos cerca de uno de los
armarios de servicio.
—Michael...—le
confronté, tan seria como podía, lo suficiente que debía si quería lograr que
algo funcionara ahí, que no se repitiera la misma historia de Rachel de hace
unas horas.
—N-no,
Phoebe...—me estudió hiperventilando, con ojos aterrados—. Vamos, he dicho una
tontería. No quise...
—¿Viste a Rachel en su cumpleaños?
Pero no
respondía, maldición, sólo suspiraba. Juré escuchar cómo se le zafaba una que
otra maldición que soltó.
—¿¡La viste!?
—S-sí...—soltó apenas, cabizbajo—. Creí
que ella... ya lo había...
—...Y,
ustedes...—absorta, sin pensarlo, le corté. Dentro de mi mente ya pequeñas
hipótesis nacían, dentro de mi cuerpo ya estaba algo a punto de estallar.
Creía
saberlo, me lo imaginaba, pero aún así quería oírlo salir de sus propios labios
titiritando. Quería creer que ya todo caía en su sitio y que por fin, por todo
lo que creía y lo que me mantenía cuerda, podría ponerle ya un rostro al padre
de esa ilusión que se avecinaba. Plantear un final maravilloso, verdadero, y
brillante a ese perfecto quizá.
Ausente
me volvió a mirar, y dejó que un suspiro de dolor naciera.
—Y-yo... pasé la noche con ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario