viernes, 18 de noviembre de 2016

Capítulo 74: "Sin Secretos"


           —¿¡De qué estás hablando!?—Chandler fue el que comenzó mi tormento.
—¿Qué estás diciendo, Phoebe?—Monica le siguió confrontándome con la frente arrugada, asombrada, me di cuenta, de la tranquilidad que traté de disimular.
           —E-estoy... embarazada—y les insistí, serena.

La forma en que sus miradas turbadas me taladraban ya me partía el interior en dos, y si ya sabía que aquello sólo era el comienzo de todo cuanto me ganaba por ser tan buena persona y por protegerle a Rachel la espalda, estaba segura, y me juré, no esperaría una simple explicación.

Quería la historia, razones, situaciones y hasta los más simples detalles innecesarios. De eso no había una maldita duda.

—Es que... no quería decir nada aún porque este es tu gran día...—traté de explicar, de concentrarme en algo que no fuese en la manera en que esos pares de ojos severos me pesaban—. No quería robarte protagonismo.
—¡Por Dios!—bramó, no le agradó nada mi respuesta—. ¿Y por eso le has dicho a la gente que yo estoy embarazada?

Me quedé titubeando sin poder ya hablar, y aún con los labios entreabiertos, con la garganta atascada, observé entonces cómo los invitados ya hacían filas para salir lentamente del salón adornado. Mierda, si tan sólo pudiese salir corriendo y perderme entre ellos. Tomar a Rachel conmigo, claro, y someterla hasta que me escupiera toda la verdad.

Había tenido mi catálogo de mentiras listo y, ¿Esa fue la mejor excusa que se me ocurrió? ¿En verdad? ¿¡A mí!?

—¿Y quién es el padre?—Chandler, soltando el aire, me hizo girar hacia él. Sostenía el puente de su nariz bastante fuerte, por Dios.
—¡Sí!—Monica asintió con él, más ansiosa incluso. Y de nada sirvió, yo sólo me paralizaba.

¿Qué quién era el padre? ¿¡Quién diablos podría ser el padre!?

—N-no lo puedo decir—solté, y mientras tanto, aprecié a Rachel refugiándose tras la espalda de Chandler, sólo mirándome fijamente sin amedrentarse ni un poco.
—¿Por qué no?—ambos me preguntaron a la par. Negué para intentar concentrarme de nuevo y sentí de pronto que las primeras palabras se formaban. Eso y más lograba la mirada perturbada de Rachel a un lado de ellos.
            —Pues, porque... él es... Es que, él no es... de...

Pero no continué. Michael apareció de ninguna dirección apreciable, sólo así, y aunque sin avisar, con cuidado tomó a Monica para hacerla perder en uno de sus inmensos abrazos. Ella sin duda regresó el gesto y luego de que me tomaba sólo un suspiro para tranquilizarme al mirar aquello, cuando terminó, y Michael se giró luego para tomar a Chandler también, me congelé con la mirada fulminante con la que Monica de nuevo me había aniquilado.

Mierda, aún no terminaba el tema.

—Tengo a Janet en el teléfono, chicos—Michael musitó con una sonrisa tranquila, atrapando la atención de ambos al tomarles de cada brazo—. Se disculpa por no haber podido asistir pero, aún así quiere saludarlos. ¿Pueden...?
—Por supuesto—Monica le interrumpió segura, con una sonrisa más brillante, más grande incluso que la de él.

Y mientras ella se aseguraba de que Michael y Chandler sin más se alejaban, se giró una última vez hacia mí, cómo no, cambiando el semblante de pronto por uno más oscurecido, más... ella.

Ese Michael era un suertudo, diablos. ¿Él habrá conocido ya el lado malvado de Monica?

—Me debes muchas explicaciones, Phoebe—espetó tan dura como una sentencia, y se alejó, siguiendo los pasos de Michael y Chandler.

Un suspiro me brotó y fue cuando me di cuenta de que había dejado de respirar, sentí entonces una mano ligera apoyándose con ternura en mi espalda y, segura de quién se trataba, de que esos movimientos entrecortados, ese mutismo enfermizo no podía ser alguien más, la tomé con rapidez con la única intención de alejarnos a Rachel y a mí del bullicio. Caminé tan rápido y tan embrutecida que no me percaté de que nos había llevado hacia donde descansaba el conjunto musical. Al menos, nos habíamos apartado de todo y todos.

Ahora no fue sólo un hilo de aire lo que se me salió, fue un resoplido, una urgencia por la manera en que me faltaban las palabras, las preguntas, los reproches y exclamaciones que querían seguir atascados. ¡Tantas preguntas, maldición! ¡No comprendía nada!

—¡Oh, por Dios!—solté entre un bramido que apenas salió, se escapó más aire que palabras.
—Oh, muchas gracias, Pheebs...—y recuperando su mano de entre mi amarre paralizado, cubrió su rostro entero para que ya no le pudiese ver—. Es que... aún no sé cómo asimilar todo esto.

No podía creer que no me había percatado de todo ese miedo, ese temblor que habitaba en ella con sólo mirarla. Era tan claro ahora, y a la vez tan difícil de comprender, tan complicado de encontrarle una razón. ¡Embarazada, por Dios! ¡Estaba embarazada!

La estudié y divagué, rogué perderme entre tantas preguntas que debería elegir. ¿Alguna de las que me clavaron Monica y Chandler, quizá? ¿Quién era el padre? ¿Cómo es que pasó? ¿Cuándo? O, maldición, para comenzar, ¿¡Cómo es que me dejó seguir tanto tiempo con la mentira!?

—¡Pero me has dicho que Monica era quien estaba embarazada!—espeté señalándola, como si mi índice casi sobre su pecho tuviese el efecto de doblegarla, de hacerla confesar mucho más.
—N-no, eso... Eso lo has dicho tú, ¿Recuerdas? Tan sólo te llevé la corriente—soltó así, sin afán de nada.

Cerrando los ojos me burlé ante esas palabras cargadas de ingenuidad y de pura verdad. Mierda, sí, así había sucedido. Era increíble cómo en menos de un segundo ella ya sabía cómo aprovecharse de todo. ¿O era que estaba demasiado cansada luego del ensayo de la boda que no me di cuenta? Sí, aquello tenía que ser.

Normalmente lo hubiera adivinado.

—Un momento—espeté, aquello aún no me decía nada—. Pero, entonces, ¿Cómo...?
            —¿Se piensan quedar ahí...?—dolorosamente, alguien me interrumpió.

Viramos al mismo tiempo, y sin problema encontramos a Joey, ya cambiado, con una mirada sonriente aguardando por nosotras desde el comienzo del pasillo nupcial. Por eso se había salido disparado del altar.

Rachel ya se aproximaba hacia él antes de alguna respuesta y, refunfuñando, me obligué a seguirles también. Si a caso ella creía que aquello sería todo, se equivocaba. La ayudaría, por supuesto, y hasta me sentía dispuesta de seguir con la mentira, pero si iba a soportar algunas horas más de las posibles preguntas fulminantes de nuestra amiga recién casada ella también iba a tener que ceder.

Esto aún no terminaba.
***

Agradecí que luego de que Monica y Chandler habían sido introducidos al salón de la fiesta como los recién casados, y que habían dado su emotivo discurso de agradecimiento, ellos ya no me habían molestado con lo mismo.

Agradecí que, luego de todo, Monica volviera a ser la misma, y que aunque fuese un puñado de horas después, se percatara de que ir detrás de mí para sacarme todo tipo de información no era lo único que importaba, sino el entretenimiento de las decenas de invitados que habían allí, el saludarles, el verificar que estuviesen disfrutando del evento, el lidiar con las peleas que de repente se daban los padres de Chandler y luego ayudarle a él a fingir que no habían sucedido. O quizá es que la banda musical que habían contratado les hacía sentir que la presión de ser anfitriones no era tan severa. Les gustaba, al menos a ellos. Yo odiaba la música swing.

Rachel casi ni se me acercó en el lapsus de tiempo que transcurrió luego de la ceremonia. Sólo se refugiaba en Joey, o incluso en Ross aunque se encontrara más ocupado charlando con una de las invitadas del trabajo de Monica. Era una chica linda, noté, y aunque le daba un leve aire de parecido a Emily por el corte de pelo, el mirarla congeniando de forma natural con Rachel hacía toda la diferencia.

Me pregunté entonces si Ross ya le contó que antes ellos dos solían ser novios. O, vaya, que él ya ha estado casado con otra mujer y que, ni un mes luego de ello, se había divorciado.

Reí. Quizá encontrándome sentada sobre uno de los escuálidos banquillos de la barra de licores, y tomando mimosas sin detenerme porque era la única bebida que podía disfrazar como un simple jugo de naranja para evitar preguntas, me hacía desear que la tormenta cayera también sobre mis otros amigos. Observar cómo se avivaba la fiesta por el baile, el ambiente, la decoración, y aún querer seguir en el mismo sitio, era lo que me estaba aniquilando. Las bebidas estaban deliciosas y la velada iba a ser larga. Bendita Monica con su idea de la barra abierta.

De pronto Michael apareció tomando asiento, recargado a mi lado, fijándose en cómo miraba absorta a mi alrededor.

—Hola—susurró. Me sorprendió que con el volumen de la música, y la cantidad de alcohol que llevaba encima pude haberle escuchado perfecto.
—Hola—solté con más desgane del que deseaba. Al menos él no estaba al tanto de mi tonta mentirilla y el no tener que dar explicaciones, lo tenía que agradecer.
            —¿Aburrida?—me preguntó con voz tierna, lleno de empatía.

Me encogí de hombros, mirando su expresión. En realidad, percatándome del saco tan elegante que llevaba. Negro completamente a excepción del cuello, que casi se perdía por la forma en que su cabello amoldado caía sobre sus hombros. Con un diseño imperioso color dorado que se centraba casi a la altura de su pecho. Como siempre, uno de sus atuendos que le caracterizaba, que no dejaba ni una sola duda de quién se trataba.

Sonreí, haciendo que él también lo hiciera.

—Y fastidiada—confesé—. Tanto como para necesitar del alcohol. ¿Qué hay de ti?
—Tengo cuatro horas en la boda de mis mejores amigos—musitó con simpleza, con alegría. Me fijé que en una de sus manos llevaba una copa de vino también—. Una fiesta en la que no llevo disfraces ni seguridad y hasta ahora, ninguna persona se me ha acercado. Estaría en el paraíso de no ser porque... Rachel me ha evitado toda la noche—y aún sin terminar, su semblante se apagó.

Me incorporé para poder mirarle mejor, aunque me pesara un poco su expresión consumida. Aunque no me había percatado hasta ahora de ello, todo recobró más sentido que antes. Quizá Rachel tenía ahora más de una razón para alejarse de algunos de nosotros.

—Contándonos a mí, Chandler, y Monica, ya somos cuatro de los que ella se ha alejado—musité con media sonrisa, y un tono de voz con el que traté de hacerle sentir mejor—. Debe traer algo raro con ella misma, no lo sé.

Un bebé, por ejemplo, pensé. Y tan inmediato como aquello, sentí cómo los mismos latidos de mi corazón comenzaban a hacer mi cuerpo entero temblar, casi desvanecerme con el trago que aún tenía en la mano.

Mierda, ¿Michael sabrá...?

—Un momento, ¿Por qué ella te evitaría?—repuse abrupta. No, era imposible que lo supiera. Y si Rachel me ha pedido continuar con la noticia yo tenía que ser la primera en saberlo. Aquello me agradó, hace mucho que no tenía un secreto sólo con ella—. Les miré muy amistosos ayer luego del ensayo y, bueno, antes de que comenzara la ceremonia también. ¿Entonces...?
—Si tienes una pista, dímela—me respondió, soltando una pequeña risa fingida—. Desde que me separé de ella en el altar ha sido así. Espero no haber hecho algo que... la incomodara.
            —¿Qué pudiste haber hecho?
—¿Además de repetirle unas cincuenta veces lo hermosa que luce? No tengo idea. Quizá... ha sido eso.

Terminó de hablar fijando su vista ya no en mí, si no en una dirección hacia la nada que, cuando traté de seguir, confirmé que se trataba de ella. Michael miraba a Rachel sentada sola, cómo no, en nuestra mesa, y sólo así, un profundo suspiro se le escapó.

—...Y es que es verdad—continuó. Por mirar a Rachel también, ya no estudié su expresión, pero el tono de voz que salía me juraba lo apenado que estaba—. Luce tan preciosa que me conformaría con que aceptara bailar una pieza de música conmigo. No lo sé, con que pudiésemos entablar una conversación de nuevo. Permitirme mirarla más de cerca, lo que sea...

Sintiendo sin remedio mi boca seca, un malestar que se anidó en mi pecho, decidí volverle a mirar, a encontrar el cómo él ya tenía su mirada bien incrustada por los suelos.

Me consternó innegablemente cómo podría caerle a él la noticia, sabía que él aún tenía sentimientos por ella que, aunque bien, no estaba segura de que podrían llegar a revivir lo que las cosas eran antes, él había logrado hacerla sonreír de nuevo, ellos se habían vuelto a aproximar tanto otra vez que mirarles juntos, sentirles bien, nos tranquilizaba, hacía que los días fuesen más brillantes, aunque más cortos, por desear que durasen cada vez más. Y quizá saber que hay un bebé en camino podría destruirle todo a su paso. Todo lo que han construido desde que decidieron ser amigos otra vez se vendría abajo, inevitablemente.

No sabía si ambos podrían soportar otra separación de esa magnitud, y no quería, por nada, averiguar la respuesta.

—Ya se le pasará...—le di una sonrisa sincera esta vez, mientras pasaba con cuidado una mano sobre su hombro—. Quizá sólo está cansada. Bueno, todos lo estamos pero, algunos no sabemos procesarlo de la mejor manera.
—Espero que sea sólo eso...—musitó, tratando de imitar mi gesto pero supe, aún no podía lograrlo.
—Y te diré algo—añadí, logrando ahora que su mirada por fin se despegara del suelo—. Tan pronto como esta banda deprimente toque algo mejor, yo bailaré las piezas de música que quieras contigo.

Y sin más sonrió. Sólo así, sentí inevitablemente cómo el aire que respirábamos se hacía más ligero.

—Es un trato—rió y me estrechó la mano aún con las mejillas coloradas. Pero cuando apenas comenzaba a disfrutar de la ocurrencia desvió sus ojos de los míos otra vez, e incluso su sonrisa se había perdido un poco de nuevo—. Oh, mira eso...

Giré hacia la dirección que con sus ojos señalaba y me helé. De nuevo era la misma mesa, de nuevo Rachel pero esta vez, ella tenía una dolorosa expresión de preocupación. Esta vez, Monica estaba a solas con ella.

—Le acompaña incluso la protagonista de la fiesta y ni así se le escapa ni una sonrisa...—Michael susurró, fingiendo una risa a mi lado.

Sin escucharle bien, enfoqué y miré que Rachel rechazaba con nerviosismo una copa de champán que Monica le ofrecía antes de señalarla de esa manera que ya sé, que incluso he soñado en alguna que otra de mis pesadillas retorcidas. Esa forma en que sus labios se abrían, cómo tenía su índice bien apuntado hacia una Rachel retraída, temerosa de su mejor amiga, de lo que su mera intuición era capaz de lograr.

Mierda, mierda, mierda, no...

            —A-aguarda... —y me atreví a dejar a Michael ahí.

Absorta, me aproximé a la mesa sintiendo incluso que el peso del alcohol se había esfumado, y resoplando, con la mente en blanco, me senté en uno de los asientos desocupados rogando seguir con mi mismo ultraje emocional mientras intentaba mirarlas a ambas.

Monica lucía furiosa y Rachel parecía como atrapada en su realidad, tanto que parecía que se le escapaba un grito que no tenía sonido cuando me miró llegar, con unos ojos impensablemente esperanzados. Había llegado de nuevo a rescatarla y más me valía, seguir mejor con el juego esta vez.

—...Bueno, justo terminé de hablar con el padre de mi hijo—musité, por supuesto evitando mirar a Monica, luchando por sonar más segura que el coraje que sentía de haber elegido la misma excusa de antes. Maldición, ¿De nuevo con lo del papá?
—Ah, ¿De verdad?—Monica entonces me fulminó, casi como si de un insulto se tratara.
—S-sí... y le he preguntado si estaba seguro de que pudiera revelar su identidad, pero me ha dicho...
            —¿Te ha dicho que es Rachel quien está embarazada?—entonces me cortó.
—¿¡Qué!?—se me salió, casi tan alto como la música sonaba.

Había sido tan falsa la expresión pero lo indignada que me sentía nadie me lo quitaba. No por Rachel y sus formas de ocultar las cosas o por Monica y su forma de averiguarlas sino por mí, porque yo, la reina de las excusas, no había podido seguir más lejos con todo esto.

Monica ya lo sabía, me dije rendida. Yo estaba acabada.

—Ah, olvídenlo...—resoplé, apoyando con enfado mi barbilla entre mis manos abiertas.

Me puso unos indolentes ojos en blanco y entre una mirada orgullosa y preocupada, se giró hacia Rachel de nuevo.

—¿Y cómo te sientes, Rach?—le preguntó. Tuve que admitir, con un tono asombrosamente maternal.
—¡No lo sé! ¡No sé cómo me siento!—Rachel contestó con su mirada clavada hacia la mesa, seguro agradeciendo que Monica no había tenido una reacción peor. O que ni siquiera yo la he fulminado con las cientos de preguntas que aún tenía guardadas para ella—. Todo esto ha... pasado muy deprisa y desde que me enteré he tratado de no pensar en ello, en el miedo que siento y en las malditas decisiones que vienen y que aún no... quiero tomar.
—Tranquila...—hablé más calmada. Ella en verdad lucía alterada—. Puede que no estés embarazada.
            —¿Qué?—inquirió, confundida.
—Sí, bueno...—añadí—. Hay muchas mujeres que suelen hacerse la prueba tres veces al menos. Sólo para asegurarse de todo.
—Pudo haber sido un falso positivo. ¿No lo crees?—sorprendentemente, Monica me apoyó.
—Y-yo... yo no...—pero Rachel, perdiendo su mirada de nuevo, ni siquiera lograba hablar, sólo negaba, su cara no cambiaba más allá de esa misma sensación que le lastimaba.

Lo que más aborrecía era saberla así de perturbada, de hundida en algo que quizá, aún no era una sentencia final.

—...Sólo digo que no nos alarmemos ahora—musité—. No hasta estar seguras completamente.
—Ah, muy bien...—y ya más relajada, asintió hacia sí—. Cuando regresemos a casa me haré otra prueba.
—No. Tienes que hacértela ya—Monica le pidió, mientras buscaba poner con delicadeza una mano sobre la de Rachel que desde hace ya segundos tenía paralizada sobre la mesa—. Vamos, hazlo como... Como un regalo para mí.

Rachel entonces nos estudió a ambas y mientras yo trataba de gritar mi aprobación sin emitir un solo sonido observé cómo una pequeña sonrisa le aparecía. Por primera vez en todo el día, lucía como si pudiese respirar.

            —Está bien... Lo haré—susurró.
—Bien—Monica le celebró, masajeando un poco sus hombros para que se desentumieran. Milagrosamente lo logró.

Y si Monica, tan molesta como estaba hace unas horas, ya no aguantaba las ansias o el peso del tiempo, mucho menos yo. También quería respuestas y las obtendría, haría de todo para poder agilizar el proceso.

Iré a la farmacia ahora mismo a comprarla—murmuré ya tratando de ponerme de pie, tomando mi cartera del bolso que había dejado tendido en mi respaldo.
Oh, chicas, son estupendas—Rachel torció el gesto derrochando ternura, agradecimiento combinado de felicidad—. En verdad, gracias.
¡Un momento!—cortándole la expresión, Monica bramó, haciendo que ambas nos paralizáramos—. ¿Quién es el padre?

Consciente de que, maldición, yo también ansiaba saber lo mismo, hasta me olvidé de caminar y, en su lugar, me empeñé en taladrar con mi mirada también a Rachel.

            —Sí, Rach...—agotada, ya de pie, le quise secundar.
A-ah, no...—pero Rachel negó hacia ambas de forma abrupta, con más velocidad de la que había utilizado la primera vez que le pregunté—. Es que, aún no se lo he dicho a él, y hasta que no lo haga, no creo que debería decirle sobre él a alguien.
            —Está bien...—Monica soltó, dejando caer sus hombros—. Es justo.

Analicé entonces su expresión seria, severa y sin embargo, mientras que nuestra nueva novia se doblegaba, la lista de posibles candidatos ya aparecía en mi cabeza.

¿Es Tag?—pregunté como si nada. Creí, así sería mejor, le saldría con más naturalidad la respuesta.
¿¡Qué!?—bramó con una repulsión notoria, un rostro indeciblemente indignado y un tono de voz dolorosamente lastimado. Bien, había quedado claro, aunque, ¿Había algo de malo con que él lo fuera?
¿Es Michael?—opté por una verdad un poco más alegre esta vez, quizá más digna de una realidad perfecta o de un cuento de hadas, su cuento de hadas—. Es Michael, ¿Cierto? Dilo...
            —Phoebe...—pero sin más, de nuevo, me reprendió. Mierda.
            —¿Es Ross?

La última opción salía más débil. Se me terminaron las ideas.

Cielo, déjalo ya, ¿Quieres?—me pidió un poco más tranquila, luego de que un suspiro chocó contra la mano que presionó el puente de su nariz—. No lo diré hasta que se lo diga a él, hablo en serio.
Oh, vamos, es mi boda—Monica interfirió divertida, aunque había notado que fastidiada desde que mi opción de Michael no tenía una respuesta positiva—. ¡Ese podría ser mi regalo!
¿No querías como regalo mi nueva prueba de embarazo?—Rachel le renegó, fingiendo molestia.

Increíblemente, la había dejado sin respuesta. No evité echarme a reír.

Sí, Monica—musité tratando de imitar el tono que había usado Rachel con afán de continuar la broma—. Por esto es que registras una mesa de regalos.
Pheebs, te veremos en el baño de damas—Monica me atrapó en mi segundo intento por intentar alejarme y al virar, la encontré igual poniéndose de pie, sólo que esta vez, con Rachel a un lado de ella.
Bien—les sonreí. Y al verificar que llevaba dinero suficiente en mi pequeño bolso, me traté de esfumar hacia la salida con una muy bien disimulada tranquilidad.

Me fijaba al alejarme que Michael ya se encontraba charlando con Chandler y Joey. Se reían, y me tranquilizó que al menos ese rostro ensombrecido que tenía cuando recién llegó a hablar conmigo se había esfumado ya. Sobre todo, él era una de las personas que más tenían que divertirse, aunque el alejamiento que Rachel ponía entre ambos le quitara un poco los ánimos. Después de todo, él había obsequiado la fiesta. Sería el maldito colmo que él no pudiera disfrutarla como tal.

Compré la prueba que, según promocionaba en el empaque, era la más exacta y segura, aunque me haya costado un par de dólares más. Como Monica había planeado, al volver de forma que nadie más me hablara, que nadie me preguntara de dónde venía, o qué había ido a comprar, las encontré a ambas en el cuarto de baño de damas con un par de rostros que derrochaban ansiedad en cada facción. Hice la entrega de nuestro paquete secreto y, haciéndose de su autoridad como la estrella de la fiesta, Monica negaba la entrada a otro par de chicas que sin más querían ingresar.

Rachel ya se había hecho la prueba, y entonces sólo quedó eso, esperar.

Tomé asiento en la barra donde se encontraban los lavamanos y Monica permaneció de pie al lado de Rachel mientras los segundos lentos y turbulentos pasaban. Ella se paseaba de un extremo del cuarto al otro, lo rodeaba, y volvía de nuevo a su lugar, se llevaba las manos a la cabeza, a su pecho, a su corazón, y suspiraba, resoplaba o reprimía pequeños quejidos molestos que se le salían. Temblaba, y entonces, como un ciclo, con ayuda de Monica, volvía a tratar de hacerse tranquilizar.

Observé todo aquello y no evité sonreír un poco desconcertada ante los gestos que se le escapaban, tan extraños en ella. Y es que, si estaba segura de que por historias tristes y casi iguales que había atravesado en el pasado no le parecería fácil, la inseguridad que irradiaba de cada movimiento no me dejaba de descolocar. Ese tipo de desconcierto, de esperar por algo incierto o vacío me invadía, y aunque sabía también que trataba de tranquilizarse, no dejaba aún de ponerme nerviosa y creer que, una respuesta positiva, quizá no era lo que ella estaba buscando en realidad. No ahora.

Por un instante la miré tan atormentada como hace unos años solía, con sus demonios tan cerca que podía incluso saborear esa ansiedad enfermiza que experimentaba por no saber qué diablos esperar. Me dio temor pensar que, fuese cual fuese la respuesta, lo que vendría terminaría por lastimarnos a las tres. Por la reacción que tuviese.

—¿Cuánto falta...?—con ese hilo de voz temeroso me arrancó de mi mundo interior.

Incorporándome, estudié mi reloj un momento, y luego la prueba sostenida entre mis manos. Aún no se apreciaba nada, como esperaba.

            —Treinta segundos—le aseguré.
—Treinta segundos, bien...—acomodó un mechón que se había zafado de su bonito recogido tras su oreja y, siguiendo a lo suyo, volvió a tensar la expresión, retrayéndose de nuevo.

Monica se le acercó con cuidado al notar, y detuvo sus pasos con delicadeza, como si más que nada, tuviera que medir su reacción.

—Rach, quiero que sepas...—le susurró—. Que si sale positivo, nosotros vamos a...
—...Lo sé—le cortó suave, sosteniendo sus manos. Había sido entonces que se le había brotado una pequeña sonrisa, aunque un poco asustada.

Se obsequiaron un pequeño abrazo y desesperada me volví a concentrar en mi reloj. Me helé, mi corazón se aceleró al instante en que me había percatado de que el segundero ya había llegado al sitio indicado.

—Ya es la hora—bisbiseé al aire, y mientras me incorporaba para ponerme de pie, las noté acercándose absortas, a cada paso que daban, más relucía la manera en que se ponían a temblar.

Asegurándome de que aún no había mirado nada, intenté tenderle la prueba a Rachel pero ella se alejó de golpe, dándome la espalda sin más.

—No, no puedo, no puedo, no puedo...—agitó sus manos ansiosas, luego presionando sus ojos con fuerza. Volvió entonces a encontrarme y su expresión ya no fue de temor, sino de suplicio—. Por favor, Phoebe, tú...
—Está bien...—susurré alejándome un poco, tratando de tranquilizarla. Y Monica, a su lado, sólo abrazó con cuidado sus hombros, ambas sólo se pusieron a esperar a que yo pronunciara el resultado.

Aunque yo también tenía miedo, no lo hacía notar. Tomé entonces el instructivo que venía en el empaque y comencé a comparar el resultado que aparecía con lo que cada pequeño diagrama debería significar. Sin problema, con mi garganta cerrada, mis manos temblando, me aseguré y, casi al instante, comencé a imaginar el futuro de Rachel pasando justo frente a mis ojos.

Lo quería decir, lo quería gritar, jurar y asegurar pero no podía olvidar el semblante que Rachel tenía. Debía asegurarme de algo primero, sí o sí.

            —...Es negativo—sentencié.

Fue como si ella de pronto, hubiese entrado en un trance de oscuridad. Me arrepentí de inmediato de la maldita naturalidad con la que lo había pronunciado.

            —¿Qué...?—apenas habló.
—Que es... negativo—reiteré, aunque ya no como antes. Con la voz un poco más apagada.

Y esperé por todo, o por nada, las ansias, el temor, el silencio y la manera en que Monica le soltaba y la dejaba petrificada, no me dejaba de carcomer.

—Oh... Pues, ya está...—y con sus ojos grises atolondrados, avispados, dejó de salir el aire de forma lastimosa—. Eso... es genial, es una noticia realmente... fantástica.

Pestañeé aturdida. No podía decirlo en serio, ¿O sí? Era imposible que fuese verdad. No, no lo decía feliz, lo decía lastimada, herida, temerosa, sabía que mentía y sobraba la obviedad. Odiaba sentir esa vulnerabilidad que le atajaba, ese temor, pero no lográbamos que fuese de otra manera.

—...Porque con eso de no estar... preparada, y los aspectos económicos y, bueno, es como todo esto... tenía que acabar—terminó de hablar y, noté cómo de a poco se le quebraba la voz. Negaba débilmente, mirando hacia la nada.
—Eso está... muy bien—Monica le susurró de manos anudadas, como si le doliera aún la idea, como si no pudiese creer lo que pasaba con Rachel ahí.

Anticipé lo peor y observamos cómo la primera lágrima ya se había desprendido. Le tendí un pequeño pañuelo antes de que pudiese recorrer más, o de que otras más aparecieran.

—Gracias...—ni me miró y rápido se apuró a limpiarse aunque más lágrimas comenzaran ya a agolparse a sus ojos, sus labios titiritaron—. Dios, esto es... una estupidez. ¿Cómo me puedo molestar por algo que nunca pude tener...?

No lo soportaba. La piel se me erizaba por mirarla así, por comprender que ni el pañuelo, o las yemas de sus dedos alcanzaban para hacer que el llanto pereciera. Ya me dolía su dolor y, a pesar de todo, comprender que bien, ya estábamos más que seguras de cómo se sentiría realmente fue un motivo más para planear en cómo todo podría abrillantarse de golpe.

            —¿Es negativo?—sollozo entonces perdiéndose en mí—. ¿En verdad...?

Y ya no puede soportarlo. Toda yo era una olla de presión a punto de explotar.

            —No, es positivo—le miré, y esta vez me salió una inmensa sonrisa.
—¿¡Qué!?—se llevó una mano a sus labios y sus sollozos, su voz rota, sus miedos, sus pesadillas, todo paró. Ahora vendría lo que tanto esperaba.
            —No es negativo, es positivo—le aseguré.
            —¿Estás... segura?
—S-sí... Mentí antes—y con un nudo en mi pecho no de tristeza, sino de emoción, de ansias centellantes, me acerqué para darle por fin la prueba.
—Oh, por Dios...—esta vez sí que la tomó y sin esperar, sus ojos se clavaron fijos en ello.

Sus ojos ya se iluminaban, y mi corazón dio un vuelco al sentirla ya así, sonriendo, tranquila, con sus lagunas chispeantes y lágrimas secas, con sus labios ahora entreabiertos por un gemido de pura felicidad.

—¡Ahora ya sabes cómo es que te sientes al respecto!—le recalqué como si le explicara la intención. ¡Y por Dios! ¡Estaba tan orgullosa de que mi plan resultara!
—Phoebe, podría asesinarte ahora mismo... —se acercó con risas que aún arrancaron un par de lágrimas más. Habían sido las últimas y las tres lo celebrábamos. Monica aún de labios entreabiertos, asombrados, y ojos brillantes se le acercó.
            —¿Entonces... vas a hacerlo?—le preguntó.

Y Rachel se tomó sólo un segundo, en el que comprendí que ahí algo maravilloso ya sucedía, para volvernos a mirar.

—Si...—y su voz se volvió a quebrar. Ya no como antes, sino que con promesa, con una ilusión infinita que se reflejó en todo su ser—. Voy a tener un bebé... ¡Voy a tener un bebé...!

Y saltando, celebrando, abrió los brazos en un segundo y nos interceptó a ambas en un abrazo que no podíamos cortar. A pesar de lo amplio del vestido de Monica, las tres nos apretujamos y hasta mis ojos ardieron un poco por la sensación de alivio y júbilo infinito que de ella desprendía, sollozamos sin poderlo evitar pero nadábamos en alegría, en brillo, en promesa, en una ilusión que estaba segura, ahora nada ni nadie le iba a arrancar. Unos minutos después salimos pretendiendo que no sucedía nada y de pronto, ya no pesó que aún había una fiesta que aguardaba. Por fin lo iba a disfrutar.

Todo estaba bien, todo se sentía bien y ahora a Rachel le apresaba una sonrisa que por más que lo intentara, sin importar con quién hablara o qué hiciera, no se le podía borrar. Era ya como si nada importara y, contagiada de ese nuevo mar de sensaciones que le rodeaban, recibí incluso con mayor emoción las canciones que, como esperaba, tenían ya una cadencia más armoniosa que antes.

Ubiqué a ese caballero de saco negro con dorado sentado sobre su mesa y sin pensarlo, me apeteció cumplir el trato que aún tenía pendiente con él. Lo arrastré sonriente hacia la pista y ni me consternó hacer el ridículo al mover mi cuerpo al lado del dios del baile.

Lo hacía sonreír, reír, y parecía que era lo único que importaba.

—Al menos lo hiciste...—tomando de mi mano y aguardando por el instante preciso, la alzó para hacer que yo diese una vuelta sobre mis talones con una tremenda naturalidad. Observaba a Rachel, se perdía en ella como siempre lo hacía—. Has hecho que ella sonriera.
—Lo sé...—y la ubiqué también, sonriendo ante su gesto tan agradable, tan él.
—¿Qué fue lo que hiciste?—se escuchó, mientras girábamos y mecíamos nuestros cuerpos con pasos medidos, acompasados.

Sólo negué. Por más que moría por decirlo, tenía que controlarme y resistirlo.

            —No tengo idea...—susurré.

Rió bajito. Viré el rostro para volverlo a mirar. Tenía una manera de observarla a ella que transportaba, era como si todo cuanto pensara sobre Rachel cada vez que la miraba y hasta cuando no hablara por sí sólo. Por esa expresión de paz que tenía, de sosiego, de armonía entre su alma.

—Y pensar que en todas estas horas he creído que aquella noche de su cumpleaños le había puesto de esa forma tan seria. Conmigo, al menos—aquella simpleza con la que habló me descolocó.
—¿Cómo...?—negué confundida, pestañeando. ¿Michael sí había visto a Rachel en su cumpleaños?

Y aún a mitad de la misma canción, se paralizó, con su mirada enteramente turbada y atemorizada, tensando su cuerpo de a poco y mientras tanto, paso por paso, teniendo la intención de poder perderme y tratándose de alejar.

Le perseguí y me percaté, ardí. Mi paciencia estaba en menos de cero, y verlo escapándose sólo así sin explicaciones, no por lo dicho sino por la forma en que lo hizo, me daban ganas de estrangular a alguien, de gritar, de tirarme al suelo dando patadas sino calmaba ya alguien mis malditas ansias.

Le alcancé y cuando lo hice, se aseguró sin más de resguardarnos cerca de uno de los armarios de servicio.

—Michael...—le confronté, tan seria como podía, lo suficiente que debía si quería lograr que algo funcionara ahí, que no se repitiera la misma historia de Rachel de hace unas horas.
—N-no, Phoebe...—me estudió hiperventilando, con ojos aterrados—. Vamos, he dicho una tontería. No quise...
            —¿Viste a Rachel en su cumpleaños?

Pero no respondía, maldición, sólo suspiraba. Juré escuchar cómo se le zafaba una que otra maldición que soltó.

            —¿¡La viste!?
            —S-sí...—soltó apenas, cabizbajo—. Creí que ella... ya lo había...
—...Y, ustedes...—absorta, sin pensarlo, le corté. Dentro de mi mente ya pequeñas hipótesis nacían, dentro de mi cuerpo ya estaba algo a punto de estallar.

Creía saberlo, me lo imaginaba, pero aún así quería oírlo salir de sus propios labios titiritando. Quería creer que ya todo caía en su sitio y que por fin, por todo lo que creía y lo que me mantenía cuerda, podría ponerle ya un rostro al padre de esa ilusión que se avecinaba. Plantear un final maravilloso, verdadero, y brillante a ese perfecto quizá.

Ausente me volvió a mirar, y dejó que un suspiro de dolor naciera.

            —Y-yo... pasé la noche con ella.

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