viernes, 25 de noviembre de 2016

Capítulo 75: "Frágil"


—Sabes que quiero que me lo digas todo—Monica sentenció con una voz que ni recordé de cuando mi mamá me reprendía de niña—. Quiero que me cuentes todo cuanto sucedió aquí.

Alcé la vista cansada aún sentada en el suelo, y la enfoqué en la suya claramente confusa. ¿Por qué Monica no podía ocuparse mejor de lo desastroso que se miraba el departamento con cientos y cientos de regalos que estaban a medio abrir? Phoebe, sentada a un lado de ella, le miraba divertida. Seguro agradecida de que ahora yo tenía que soportar todo esto aunque tenía que reconocerle que durante el día de ayer, había aguantado las preguntas acerca de su falso embarazo durante bastantes horas.

Dejé un quejido salir, abrazando mis rodillas flexionadas.

            —Ya te lo he contado, Monica... Sucedió—admití—. ¿Qué más quieres...?
            —...Detalles—Phoebe entonces me cortó.

¿Qué ella no estaba de mi lado? ¿No habíamos quedado claras en que las preguntas se terminarían hasta que Michael lo supiera todo?

—Exacto—Monica asintió con voracidad—. Detalles cómo, ¿Quién se le insinuó a quién? ¿Quién dio el primer beso?
—¿Quién decidió que el sofá no era muy cómodo y pensó que era mejor trasladarse a la habitación?—Phoebe burlándose preguntó también, enarcando una sola ceja de una manera endemoniadamente insinuante.
—¡No puedo creer que estén preguntándome todo esto, por Dios!—bramé llevándome las manos a la cabeza.
—¡Es que nos ha tomado por sorpresa, Rach…!—y Monica terminó acercándose a mí, rodeando obsequios que, cada vez que miraba, parecía que la cuenta aumentaba cada vez más—. ¿Qué significa esto? ¿Ustedes iban a... volver? ¿Iban a... intentarlo de nuevo?
—Transcurrió un mes, Mon—admití con voz queda, cansada, resignada por preguntas de las que no terminaba de sentirme agotada—. Y sí, las miradas estaban, los sonrojos, los mensajes secretos en silencio pero no. Él y yo... no habíamos vuelto a hablar de eso. Fue sólo algo que... sucedió, y que por alguna razón, había permanecido así. Como un secreto.

Asintió sin pensar decir nada más. Yo me helé, no creía que sólo con aquello la había dejado callada. ¿Habrá sido suficiente entonces? ¿Todo iba a terminar ya?

—No estás molesta con él, ¿Verdad? Por habérmelo dicho ayer en la fiesta—era Phoebe ahora resonando detrás de ella, agradecí que un poco más seria esta vez.
—Por supuesto que no—me apuré a contestar, encogiéndome de hombros—. Sé que ha sido un accidente. Fue él quien me propuso que no lo contáramos en primer lugar. No podría enojarme por ello...
—A que nunca agradeciste más que yo tuviese que trabajar hasta tarde en la noche, ¿Eh, Rach?—Monica con soltura me encaró desde el nuevo asiento que tomaba en el sofá—. ¿Te imaginas si hubiese llegado temprano a casa aquella vez?
—Nada hubiera sucedido—admití entonces, asintiendo para mí misma.

En verdad agradecía la manera en que la situación había resultado. Pues lo cierto era que si algo diferente hubiese ocurrido y lo hubiese alterado todo, si tan sólo yo no hubiera peleado con Tag, si el departamento no se hubiera quedado abierto para que Michael entrara, si Monica hubiera estado también, si los chicos se hubiesen aferrado a celebrar durante la noche, o cualquier cosa que fuese, entonces yo no habría revivido sensaciones que hasta aquél instante creía perdidas, y que simplemente se avivaron no como fuego, sino como lava que jamás dejó de arder a pesar de los años en que Michael y yo estuvimos separados.

Recordé, con una sonrisa que no me interesó si mis amigas cuestionaban, que Michael aquella noche me había hecho el amor de esa misma manera orgásmica que recordaba, recordé que jamás fuimos extraños, que ni siquiera se sintió como una reunión. Fue como si la pesadilla que vivimos jamás hubiese existido entre nosotros, como si nada o nadie nos hubiese separado jamás.

—...En absoluto—Monica, así, susurró, y al salir de mi trance me percaté de que ella también estaba perdida en el mismo tipo de sonrisa.

Sin aviso, la puerta cedió de par en par y rompiendo el silencio, se asomaron Joey y Ross llegando con un par de sonrisas fraternales, asegurándose de que cada una de nosotras nos percatábamos del aire de felicidad, y de desahogo que traían. Siempre que llegaban así, se sentía cómo se alumbraba todo.

            —¡Hola, chicas!—saludaron a la par.

Me pregunté dónde estaría Chandler. No lo había visto desde que todos juntos salimos esta mañana del hotel.

—Hola...—les respondimos casi al mismo tiempo y decidí tomar asiento ya en el descansa pies que hacía juego con uno de los sofás.

Desde hacía rato que el suelo ya no me parecía cómodo, aunque, por la sarta de preguntas que Phoebe y Monica me arrojaban, sentirme en un punto más bajo que ellas, me daba la sensación de que me refugiaba más, claro que con ayuda de la colina que todos los obsequios amontonados formaban.

Ambos se acercaron y a diferencia de Ross, que se perdía mirando cada regalo con una sonrisa cada vez mayor, Joey se apartó y con toda indolencia se dirigió a la nevera para tomar un bocadillo. Gesticulando una pequeña risa, me di cuenta de que lo prefería con sus atuendos informales que con el tipo de vestimentas serias que le miré ayer. Ese tipo de desinterés alegre siempre contagiaba.

Desinterés. Una idea llegó entonces a mi cabeza. Los chicos eran siempre menos ‘intensos’ que nosotras las chicas, ¿No era cierto?

—Oye, Joey...—terminé por incorporarme de aquél lugar también, y me dirigí al sofá que Monica y Phoebe ocupaban.
—¿Sí?—él, con desgarbo tomaba una botella de soda de cola y un trozo de pizza tieso que sabía tenía más de una semana ahí.

Negué con risas pequeñas. A Monica le tenía tan ocupada la planeación de la boda que en ningún momento le pasó por la cabeza reprenderme por sacar los desperdicios viejos de nuestro refrigerador.

—¿Qué harías si alguna chica con la que te has acostado te llamara diciendo que está embarazada?—le pregunté y, casi al instante, Monica y Phoebe me estudiaron confundidas.

Él simplemente se paralizó, y sus ojos se pusieron tan amplios como un par de platos. Se descompuso tanto su semblante que no habló, y sólo pasó el primer trago de soda que tenía en la boca.

Ross se rió a un lado expectante y yo entorné los ojos.

—¿Alguien ha... llamado?—con su voz temblando, incluso débil nos preguntó, mirándonos a nosotros y a todos lados—. ¿Parecía rubia? ¿Tenía acento raro? Mierda, tengo que hacer una llamada—y soltó todo lo que llevaba con él, dirigiéndose veloz hacia nuestra puerta—. ¡Jamás debí involucrarme con esa...!
—¡No, Joey!—apenas y le alcancé a detener. Me tensé sobre el sofá resoplando. ¿En verdad no sabía a lo que me refería?—. ¡No eres tú! No dejaste embarazada a nadie.
—¿¡Y por qué me asustas así!?—dio un azote a la puerta que ya tenía abierta por la mitad y volvió, cómo no, lo primero que hizo fue retomar las cosas con ese trozo de pizza—. ¿Qué es lo que ocurre entonces?

Y esta vez la confusión atestaba el rostro de Ross también, ambos nos miraron alternando sus miradas perdidas y confundidas en cada una de nosotras hasta que me resigné; o el silencio lo hacía, o la manera en que trataba de evitar sus miradas lo iba a terminar. Comprendí que luego de que Joey con los labios entreabiertos comenzaba a señalarnos a las tres, todo habría acabado.

—¿A-alguien está... embarazada?—Joey bisbiseó con su profunda, pero débil voz. Aún paralizado, aún amenazándonos a cada una con su índice apuntándonos.
—Vamos, Rach, esto no sirve—Monica se burló, y cruzándose de brazos con desgarbo me ubicó al lado de Phoebe—. Michael y Joey no son iguales. ¿Cómo has creído que sus reacciones serían...?
            —¿Qué...?—Ross le interrumpió.

Miramos el cómo apenas y se movió, cómo se le desvariaba la mirada.

            —Rachel, estás...—titubeó—. ¿Estás... embarazada?

No pude hablar, no imaginé en responder. No pensaba, y sólo sonreí. Sabía que me había delatado sola.

—Oh, por Dios...—se le escuchó, pese a que sus dos manos ya se encontraban bien apoyadas contra sus labios, acercándose a mí mientras que yo ya intentaba ponerme de pie embelesada por el deseo de poder abrazarle.

Caí de lleno en aquél abrazo y aferré su espalda con ternura, dejándome llevar por la forma delicada en que él hacía nuestros cuerpos mecer.

—Rach, felicidades...—dijo, dejando un beso pequeño cerca de mi nuca. Con cuidado me dejó ir y me estudió ansioso, negó con una sonrisa que ni él soportaba, una que hacía que la mía se agrandara diez veces más aunque ya pareciese que era imposible—. ¿Hace cuánto que...?
—...Creemos que tiene un mes—Phoebe musitó dulce a mis espaldas—. Ha sido algo así como... un regalo de cumpleaños.
—¡Rach!—Joey entonces me tomó con igual determinación y fui a olvidarme de reprender la ocurrencia que Phoebe había soltado al final. Una vez más me solté, me perdí en la luz que sus dos brazos amplios y sanadores emanaban y sentí como si me hubiese quitado una inmensa loza de encima.

Él me dejó ir con delicadeza y, aún observándolos, perdiéndome en sus sonrisas, agradecí como una demente que, como esperaba, había sido infinitamente menos difícil que con las chicas. Con ellas habían lágrimas de felicidad, abrazos, promesas y brillo, pero a costo de un interrogatorio fulminante que no importaría si tenía que terminar a altas horas de la madrugada.

—¿Y cómo te sientes?—Ross inquirió solícito y noté esperanzada, que fijaba su vista hacia mi vientre con toda naturalidad—. ¿Has tenido náuseas, malestares?
—Sólo un poco...—admití, llevando de manera mecánica mi mano hacia mi vientre—. A veces, durante las mañanas. Luego durante el día me siento mucho mejor.

Me sonrió y asintió, notoriamente más tranquilo.

—¿Quién más lo sabe? ¿Michael ya está enterado?—Joey preguntó, no sólo dirigiéndose a mí sino al resto.
—Sólo nosotros cuatro lo sabemos—Monica le contestó—. Oh, y Chandler aún cree que Phoebe es quien está embarazada.
—Sí...—hablé sin darme cuenta, y cavilé en mis pensamientos acerca de la incómoda escena de sólo segundos luego de que Monica y Chandler saludaban a todos como marido y mujer.
Ey, es cierto—Phoebe intervino entretanto, poniendo un gesto que bien reflejaba un extraño brillo de indignación—. Chandler aún cree que estoy embarazada. Y no me ha preguntado cómo estoy, ni se ha ofrecido a llevar la valija que traje del hotel. Vaya, lo siento por la mujer que acabe teniendo sus hijos.

Como pude, fijé mis ojos en Monica sin aguardar. Ya alucinaba con la forma tan abrupta en que sin más, le fulminaba.

—...Después de ti, claro—Phoebe se excusó, lívida. Cabeceó con rapidez y se incorporó—. El punto es que sólo estaré embarazada durante algunas horas más porque tú, Rachel...—entonces me señaló—. Tienes que decirle a Michael hoy.
            —¿Porque así ya lo decidiste?—me bufé, cruzándome de brazos.
—Porque no viste cómo él intentaba pasarlo bien ayer durante la boda, y no podía porque te alejabas completamente—sin más se puso de pie y reganando seriedad, se aseguró de que yo incrustara mi mirada perdida sólo en sus ojos desvelados.

Conocía sus intenciones y dolorosamente las lograba. De una, me había hecho paralizar, sentir que mis piernas pronto se debilitarían si comenzaba a pensar en el tema de nuevo, en la tentación asesina que tuve que atravesar el día anterior al mantenerme apartada de Michael por evitar tocar temas que no quería, pensar en cuestiones que no me apetecían, esconderme de todo, sin lograr nada.

Cabizbaja, fastidiada, harta, busqué asiento de nuevo en uno de los sofás, aguardando a que ella continuara.

—...No paró de pensar todo el tiempo en si él había hecho algo malo, en si te había alejado por accidente, o si había sido algo tan malo que no se pudiese arreglar. Lo único que quería era acercarse, bailar contigo, sólo charlar, y tú te apartabas.

Me retorcí ansiosa sobre mi asiento, gimiendo quedamente. El sofá a mi lado se hundió y la sentí llegar aún con mi cuerpo temblando, lleno de temor, de una indignación que se disfrazaba de culpa. Pegó su cuerpo al mío y aunque había atrapado mi atención, no la pude mirar aún.

—No lo había comprendido, hasta que él me confesó por accidente que pasaron la noche juntos, Rach—susurró con suavidad, y pronto sentí cómo una de sus manos se paseaba lánguida por mi espalda encorvada, haciéndome destensar casi de inmediato—. Sabía que te alejabas porque tenías miedo, de que él descifrara tu mirada, de que hablaran del tema y lo tuvieses que confesar, no lo sé... Pero, créeme; aún no supero ese rostro triste que tenía por sólo poder mirarte a lo lejos.

Negué vencida, derrotada. Con un millón de maneras de aceptar que todo aquello era verdad atoradas en mi mente y aún sin saber cómo aprender a elegir alguna. Mi mente no paraba de inundarse de nubes blancas, de vacío que sólo me hacía entorpecer más.

—Es que, no creo poder hacerlo ahora, Phoebe...—alcé mi mirada con cuidado, sin tener mucha seguridad de qué me esperaría—. ¿Cómo podría decírselo?
—¿Por qué no?—Monica preguntó. Cortó el habla que supe que Phoebe tenía por la manera en que sus labios ya estaban entreabiertos de vuelta.
—¿’Por qué no’?—repetí, aumentando la fuerza con la que aún no paraba de negar, ya encarándola a ella—. Por los problemas que no ha parado de tener con la maldita disquera, ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdan lo atrofiado que eso le tenía? ¿El estrés, el enojo que sentía por mirar cómo le habían estafado en esos contratos? Quizá un bebé no sea algo que... él pudiese tener planeado ahora.

Pasé entonces mi mirada por cada uno de ellos, no hablaban, y sus rostros no pretendían nada y aún así, miles de preguntas silenciosas ya lo infestaban todo.

Quizá mis amigos no lo pensaban de aquella manera pero era la verdad, odiaba que Michael aún no lo supiera. No por el miedo, o por el qué podría ser, sino por no conseguir parar de pensar en lo mismo, en el hecho de que quizá esta noticia podría provocarle un problema más.

—Lo sé, es tan raro...—Ross comenzó a decir con esa voz tan suya, mirando a la nada, sereno—. Va a decírselo hoy y Michael no tiene idea de lo que le espera siquiera.
—Sí—Joey asintió apuntándole—, quiero decir, Rachel va a tocar su puerta y va a cambiar su vida de nuevo. Para siempre.
—Es una noticia... bastante grande, ¿No?—un suspiro entrecortado nació, al tiempo en que intentaba abrazarme a mí misma para tranquilizarme un poco.
—¿Bastante grande? ¡Es tremenda!—Phoebe bramó a mi lado, echando la cabeza hacia atrás—. Él anda por ahí, del estudio a su departamento, duerme, come y piensa en lo feliz que le ha puesto pasar de nuevo la noche con Rachel y de pronto, ¡Va a ser padre de nuevo! Todo será diferente...
—No, no creo que tenga que ser diferente. ¿O sí?—Monica entonces buscó respuesta en mis ojos, luego de preguntar.
            —No lo sé...—susurré, sintiéndome perdida de nuevo.

Lo cierto era que en cuanto a él, en cuanto a ‘nosotros’, ya no sabía ni qué pensar, ni qué hacer. Lo quería, estaba segura de que me encontraba tan enamorada de él como el primer día y eso sólo hacía que todo doliera aún más, que mi incertidumbre llegara y aniquilara todo a su paso, que me consumiera y me lastimara.

Me dolía comprender que aún existía una posibilidad de que él sintiese lo mismo también y por lo mismo, me aterraba pensar en un más allá, en un de nuevo, si la primera vez todo terminó y quedé con el corazón expuesto, abierto y sintiendo pirotecnia asesina dentro de mi pecho cada vez que su nombre quería volver a ser parte de mi vivir. Cada vez que admitía que cualquier cosa, cualquier canción, cualquier sentimiento o acción, me lo recordaba.

Le extrañaba, por supuesto, y aquella noche que volvimos a compartir me lo aseguró. Aún volvía mi mundo de cabeza, y hacía de lo que quedaba de mi realidad un museo de emociones. Le extrañaba y al mismo tiempo quería no hacerlo demasiado si, con ello, llegaban también memorias de que aún perdida en él, me había dejado ir.

—En fin... Iba a decirle que puede involucrarse tanto como quiera— murmuré apenas, acomodándome un mechón turbada—. Él no tiene que...
—...Sabes que no será así—Phoebe me obligó a volver a mirar, a olvidarme del miedo que me clavaba la vista en el suelo por un segundo—. Mira a Prince y a Paris, mira cómo su papá les adora. ¿Crees que será distinto con este pequeño si va a tenerlo contigo? Por Dios, Michael se va a enamorar de este bebé.

Tranquila, sonrió. Y el resto asintió con ella sin remedio.

—¿Lo creen?—pregunté, y hurgué por un pequeño atisbo de esperanza en cada mirada que ubicaba.

Aún con mi aliento yéndose al vacío, petrificado y mis ojos secos por no parpadear, miré que Ross se acercaba. Nadie más se ocupó de decir nada más y sólo le observaron a él.

—¿Tú no lo crees?—susurró, halando de mi mentón con cuidado y asegurándose de que sólo podía mirarle a él.

Le estudié sintiendo cómo me permeaba el pecho una calma repentina. Suspiré y, comprendiendo que aún el aire que salía de mis pulmones era entrecortado, me puse de pie y me dirigí ya casi sin querer mirarlos hacia la puerta. Bulléndome unas ganas enfermizas de salir ya de ahí.

Tomé la manija y me petrifiqué, me giré de nuevo y aprecié de última instancia cada uno de sus rostros ahora iluminados.

—Es lo que pretendo—confesé, un segundo antes de salir de casa. Antes de perderme en el primer atisbo de debilidad que sé que me haría volver no hacia ellos, sino hacia mi habitación, a acurrucarme en mi cama hasta pensar en una manera fantástica en que las cosas se solucionarían.

Caminé por el parque en el que solía salir a hacer ejercicio por la primer media hora transcurrida y luego me harté. De pronto me topé con aquél viejo columpio en el que Tag y yo solíamos tomar siempre asiento cuando salíamos de la oficina y no me fue posible evitar que una punzada de viejo resentimiento me sacara a rastras de ahí, no sin soltar un par de maldiciones muy mal intencionadas a mi suerte, a mi pasado, a mis pésimas decisiones habituales.

Tomé un taxi entonces, y me dirigí hacia el destino pensado con la maldita ansiedad a flor de piel, deseando con todas mis fuerzas poder controlarme. Pretendiendo que quería decidir de una maldita vez por todas que hacer algo al respecto era lo mejor, si no quería tener que soportar otra penumbra en la espalda como castigo por mantener mi secreto guardado más tiempo del necesario.

Michael era tan parte de esto como lo era yo, y tenía que saberlo, no luego, no mañana, no hasta que no me quedara otra posibilidad y lo sabía aunque me doliera aceptarlo. Me lo repetía una y otra vez, impotente, y esperando con prudencia a que esa posible reacción que rasgaba mi alma, cesara. Llegué en silencio, un puñado de minutos después.

Esperé a que el taxi se alejara y a que nadie me pudiese notar. Me aproximé entonces tan cerca como el sendero principal lo permitía y sintiendo cómo mi corazón se estampaba en el suelo y frente a mis pies, me aseguré de que no había ruidos, que sólo eran las meras ansias las que lo alucinaban. No estaba su coche tampoco, me aseguré, la puerta estaba cerrada con llave y hurgando cada bolsillo de mi pantalón y chaqueta, caí en la cuenta de que conmigo no llevaba mi vieja llave ni por error. Para variar, él no se encontraba.

Me giré, decidí salir de ahí sin más, y sintiéndome vacía de nuevo, con un agujero de enormes proporciones en el pecho, me di cuenta de que Chandler, cruzando desde la acera de enfrente se acercaba hacia mí. Quitándome el habla, el aliento, en menos de medio segundo en que mi mirada se cruzó con la suya.

—¿Chandler...?—negué, desconcertada. Deteniéndome a sólo unos metros de la barda que daba final a la propiedad.

No traía buena cara, pero lo más extraño era verlo ahí, sin más. Sabía que llevaba años de no aparecerse en el sitio.

—Justo me enteré—musitó, terminaba con la distancia que nos separaba y a cada paso, podía notar más la sonrisa certera que tenía.
—Monica...—solté fastidiada, enfundando mis manos en los bolsillos de mi chaqueta. Algún día le cobraría todos los secretos que daba sin mi consentimiento, esa parte de ella tenía que disminuir un poco.

Chandler se echó a reír con simpleza, entrecerrando los ojos por cómo el atardecer se estampaba con toda su fuerza contra su rostro.

—Sí, bueno—vació tirando pequeñas patadas al aire, y sin más, me encaró—. Suele suceder que cuando una mujer empaca para su luna de miel, está tan emocionada que llega a charlar de cualquier tema con su nuevo marido. A veces, de temas como que su mejor amiga está esperando un bebé, y otras, de cómo ella está segura del sitio en el que podría estar esa mejor amiga.
—Quizá... Monica tenía razón—admití, reprimiendo por lo bajo la sonrisa que concedía evocar la escena de ambos hablando sobre el tema. Sintiéndome vencida ante la innegable y bien reconocida intuición que ella solía tener.
            —Y estás aquí—musitó—, varada frente a la puerta de Michael.

Suspiré, y miré entonces el edificio a mis espaldas, perdiéndome en mis viejos intentos, doliéndome aún aceptar que este era uno de muchos fallidos. No entendí por qué sentía tanta inseguridad, tanto temor que no conocía.

            —¿Cómo estás?—preguntó sereno, haciéndome mirarle otra vez.
            —Muerta de miedo—confesé.

Me sentía pálida, empapada en sudor que salía frío, evidentemente aterrada, más que eso, atemorizada hasta la última neurona.

—...Impotente—añadí—, insegura de lo que pueda pasar conmigo, con él, con nosotros... cuando tenga que decírselo. Tú sabes que luego de esa primera vez, yo jamás creí... que volvería a...
            —...Lo sé—asintió, agrandando sus ojos—. Pero mira, ha sucedido.

Aguardé y pretendí hacerme la fuerte, quería intentar una vez más asegurarme de que todo lo planeado funcionaría y aún así no lo podía conseguir. Esa mirada fraternal, cálida que me daba no me  estaba dando las fuerzas que buscaba, al contrario, me impulsaba a gritar, a maldecir, a querer desahogarme de toda la oscuridad que aún no salía de mi sistema.

            —Me siento... tan frágil, Chandler—susurré.
—Es completamente admisible, Rach—se apuró a decir—. Me enfermaría incluso saber que esto te tiene tranquila. ¿Puedes imaginarte el miedo que tenía momentos antes de la boda? Recuerdas aún ese miedo agresor que me brotó cuando Prince nacía, y que peleé con Monica en el hospital por mis estupideces, ¿No?
—No podría olvidarlo—increíblemente, había hecho que una pequeña risa, aunque temblando, lograra salir—. Ese rostro aterrado que tenías no se me ha podido borrar.
—Entonces, ¿No crees que si yo he podido casarme, luego de todo, tú no puedas decírselo a Michael?

Un retortijón me ardió en la cintura, casi cerca de mi vientre y al mirar sólo pude negar, aún cabizbaja y con los puños apretados. Todo era una revolución de incertidumbre dentro de mi piel.

—E-es que... él no está en casa ahora—luché por excusarme, por hacer que tuviese sentido la manera en que me volvía a erguir—. Quizá si...
—...Pero va a estar—me interrumpió y le miré. Buscaba algo en un bolsillo de su pantalón y orgulloso, me mostró la vieja llave que yo siempre utilizaba cuando venía a visitar el lugar.

La tomé con cuidado, alucinando y sin pensar que lo hacía, sin poderlo dejar de mirar.

—Tu mejor amiga también creyó que necesitarías eso—admitió con voz queda, mirando orgulloso la pequeña llave que mantenía entre mis manos heladas.
            —Chandler... Gracias...
            —Ahora, déjame abrazarte.

Abrió sus brazos y obedecí casi al instante, le abracé y cerré mis ojos recordando cómo es que su manera de ser se había vuelto demasiado idéntica a la de ella desde que su historia había comenzado. Se le adherían sus maneras, y a ella su humor, su forma desahogada de ser, aunque no en la totalidad de los casos.

Como fuese, jamás me alcanzaban las palabras para hacer justicia a lo que sentía por cada uno de ellos, por cómo solía pensar o cuestionarme si en verdad los merecía dentro de mi vida. Me sentía segura cuando ellos estaban a mi lado, me daban fuerza para sentir que podía hacer lo que fuese y no esperaban algo a cambio jamás. Eran mis ángeles, pensé. La verdadera familia que tuve oportunidad de elegir por mí misma.

—Es una maravillosa noticia...—susurró muy apegado a mi oído, dejándome pequeñas sensaciones de que mi piel se erizaba que no hicieron más que obligarme a sonreír—. Ahora ve...

Me soltó, y dejó su marca personal al mesar con torpeza mi cabello por encima de mi cabeza.

            —...Monica y yo estaremos deseándote buena suerte desde Las Bahamas.
—Que tengan una perfecta luna de miel—me eché a reír y de a poco, ya daba algunos pasos hacia mis espaldas—. No la arruines demasiado.
            —¡No prometo nada...!—y sacudiendo su mano, se marchó.

Le estudié incluso consiguiendo un taxi que transitaba cerca de la próxima esquina y no paró de despedirse agitando su brazo hasta que el automóvil había girado y tuve que perderle de vista.

Suspiré como pude, cerré mis ojos, aguardé en silencio y me aproximé entonces a introducir la pequeña llave en la cerradura. La puerta abrió sin problema y me apuré a teclear el código que desactivaba la alarma de seguridad, el nuevo artefacto que Michael y Wayne habían instalado desde que sus dos ángeles pequeños habían aparecido en su vida.

Sin remedio, mis ojos se perdían en cada resquicio de la estancia, cada esquina que apenas y relucía en el lugar. Me adentré y, sintiendo un aguijonazo justo en medio del pecho decidí tomar asiento en uno de los sofás. No respiraba con regularidad, mi corazón se aceleraba y lo sabía por el silencio que me rodeaba. Se volvía tarea difícil rogar encontrar una solución a mi inseguridad lo antes posible si ya dentro, a un paso de nada, me sentía de nuevo demasiado débil para enfrentarlo todo.

Aunque, ¿Y si esta vez sí que funcionaba? ¿Si todo terminaba como debía de ser...? ¿Si al final, no habían lágrimas, no habían miedos, sino sólo nuestros brazos sosteniendo una luz que nos uniría por siempre? Rogaba, enardecía porque fuese así.

Porque a pesar de que no poseía certeza alguna, cada vez que llevaba mis manos al vientre sentía de nuevo ese mismo atisbo de amor que nacía y se acrecentaba conforme pasaban los minutos, hacían que los latidos de mi corazón se transformaran en una melodía y no en un martilleo, dándome fuerzas suficientes para sobreponerme a ese infierno que conllevaba el no saber qué esperaría de Michael.

Estaba embarazada de él de nuevo, dentro de mí algo brillaba, se agrandaba y palpitaba porque ambos lo hacíamos y, por Dios, ya no tenían por qué dolerme la oscuridad ni las pesadillas por lo que antes fue, o esa inevitable soledad, esas increíbles ganas de desaparecer que me tomaban cuando atravesábamos ese horrible infierno. Pues ahí, emergiendo entre lágrimas que se escapaban, y caricias que dejaba al filo de mi abdomen, yacía ese pequeño nuevo motivo que sentía nos pertenecería por siempre. Una seguridad ardiente de ello quería latir aquí, muy dentro de mi pecho.

Y ese ‘algo’ latía, se movía, existía por mí, por él... A pesar de que aún quedara entender que quizá ya no existiría nunca un ‘Nosotros’.

Quitando con un dedo una lágrima que se deslizaba me acurruqué ahí, en la penumbra de la soledad. Terminar pensando en lo mismo me tenía cansada, tan vacía que decidí ante su ausencia dejar llevarme por el sueño rogando de esa manera olvidar aunque fuera un poco la nevada interna con la que me atacaba ese temor, esa realidad de que nada entre nosotros ocurriría de nuevo que buscaba congelarme por dentro, pero que en esta ocasión, por el brillo que me centellaba dentro, no lograba consumirme, poseerme sin más.

Había cerrado los ojos con un sol luchando por mantenerse vivo en el ocaso, y los volví a abrir en medio de una completa oscuridad, mientras que aturdida, luchando por volver en sí, advertía un leve picoteo que ocasionaba la manija de la puerta siendo manipulada, el turbio sentimiento de que mi corazón está a nada de detenerse, o de escaparse por mis labios.

—Por Dios...—dejando el aire salir con rudeza, llevó ambas manos hacia su rostro. Sonaba tremendamente aliviado luego de que sus ojos fueron los que me encontraron ahí—. Por poco me da un infarto cuando miré que no estaba puesto el sistema de seguridad.
—L-lamento si te... he asustado—bisbiseé, aún incorporándome absorta sobre la mullida superficie.

Me concentré en el mareo que me ocasionó el despertar, en las diminutas náuseas que me quisieron atacar antes que perderme en su mirada, en su semblante calmado y pequeña sonrisa que me obsequió al llegar.

—No, no—musitó trastabillando para encontrarme, y tomó pronto asiento a un lado de donde mi cuerpo se enderezaba—. Estás aquí... y eso ahora me pone más feliz que nada.

Me miró, nos miramos, y nos encontré sonriendo. Él era tan extraño como indescifrable la mayoría de las veces, pero asombrosamente se derretía como azúcar a fuego lento cuando sabía me encontraba cerca de él, y luego, le podía sentir caramelizarse con tan sólo comprender que nuestras miradas no podían alejarse demasiado. ¿Cómo es que pude alejarme de esa perfecta sonrisa durante todo el día de ayer?

—A-ah...—aclaró su garganta, haciéndome pestañear, y zafarme de la sensación de que su sólo respirar me drogaba—. Me he comprado un vino tinto nuevo hoy por la mañana. Shiraz del Valle de Barossa, ¿Lo recuerdas? Lo tomamos aquella noche en que tú y yo celebrábamos...
—...Nuestro primer aniversario—segura, completé. Logrando así, que su sonrisa impensablemente se agrandara aún más.

Y se puso pronto de pie, alejándose de a poco conforme caminaba en dirección a la cocina.

—Hay una... razón por la que me mantuve alejada de ti ayer durante la boda—sin pensar, solté cabizbaja, y me aseguré de que le había hecho detener aún de espaldas aunque mis ojos se quedaron observando mis manos paralizadas—. Una por la que... has creído que algo estaba mal.

Entonces, lentamente giró.

            —¿La... hay?—su semblante ya había cambiado.

Lo estudié, temblando como una pluma mecida por un espeluznante viento, mientras me ponía de pie. Y sin más, aunque su rostro atolondrado, su cuerpo entumecido y varado ante mí comenzaron a generarme unas horripilantes náuseas que me extinguían la voz, me fui acercando.

Necesitaba volver a unir cada pedazo de mi roto ser para emerger y tener la fuerza necesaria para afrontar la confesión, la realidad, esa que deseaba hacer salir, y que me gritaba a bramidos que ya, que este era el momento.

            —Ahora mismo yo...—susurré—. Y-yo no... puedo tomar... vino tinto.
            —¿Qué? ¿De qué estás...?

No le permití seguir y me atreví a tomar de su mano, a llevarla directo a la altura de mi vientre.

Con su mano ahí, nos hice detener, ya no lograba respirar, y cada palabra que aún no salía parecía navajas filosas viajando por mis venas rompiendo cada arteria, dejándome desangrar con una escasa esperanza y ahora, con más terror.

Miedo por la forma en que me miraba, y sólo negó.

            —Rachel...—su voz apenas apareció, ya se estaba quebrando.

Alcé mis manos entonces, y tomé su rostro. Contemplándolo ahí, por unos segundos mientras que su mano continuaba en el lugar que la había dejado me perdí en sus ojos, uno a la vez, en sus labios, en sus pómulos, en sus cejas perfiladas, en sus pestañas, en cada cambio que el paso del tiempo dejó ahí, y que me hacía maldecir el haberme perdido de ello.

No se movió, contuvo el aliento y sólo aguardó ahí, a que me embriagara de él, a que me alimentara de su bendita imagen y, por Dios, deseé entonces como una maldita demente que este bebé que llevaba dentro se pareciese sólo a él. Tenía que ser así, simplemente.

Sólo una lágrima se escapó.

            —E-estoy... esperando un...

No terminé, y fueron sus labios sobre los míos, el cielo, lo primero que pude sentir. Y mi corazón se detuvo unos segundos en los que tanto peso que se mantenía ahí, oprimiéndome, se desvanecía.

Le besé embelesada, sin dar crédito de que todo lo que ocurría era real, de que ese beso era real, de que había sucedido aquello, de que... estuviésemos juntos.

—Dime que no bromeas, linda. Dímelo—él ya mantenía nuestras frentes pegadas, me aferraba el rostro con mayor fuerza besando con ansiedad todo mi rostro asintiendo una y otra vez—. Dime que es verdad... que es cierto todo esto... Dime que tú y yo...
—...Es verdad—chillé aferrando sus brazos sosteniéndome y noté que lágrimas se desprendían de ambos. Aluciné al verlo así, con la mirada desorbitada, su sonrisa inmensa y nuestros alientos chocando, el júbilo dibujado en cada facción—. Tú y yo... vamos a ser papás…
—¡Oh, por Dios! ¡Rachel...!—y nuestros cuerpos se ciñeron, nos abrazamos sin más.

Una de sus manos en mi cintura y otra en mi nuca, haciéndome resguardar mi rostro en el hueco de su cuello y aferrarme a él como si de una tabla de salvación se tratara, mi mera felicidad, mi vida, mis sueños, hechos persona. Flotaba, me sentía liberada y a la vez plena, contenta, radiante, ignorando lo negro de mis inseguridades no sin dificultad, por lo mismo con mucha ansiedad de hacer que ese abrazo perdurara, que en realidad me hiciese sanar.

Me mantuve ahí, unido a él, pegada a su cuerpo la mayor parte del tiempo, sintiendo la necesidad de resguardarme así para siempre, deseando que él jamás se fuera de mi lado, y sin evitar dejar más lágrimas ahí en su camisa, odiando que mis temores se volvieran a materializar, arrastrándome a ese estado que tanto trabajo me costaba dejar atrás.

—¿Qué, qué es...?—con cuidado, me apartó. Aunque no demasiado, pues podía enfocar mi vista nublada en la mancha líquida que mi llanto le había dejado ahí—. ¿Qué es lo que pasa, princesa...?

Tampoco lo entendí. No me sentía destruida pero no podía hacer que las lágrimas se detuvieran. La piel se me erizaba, temblaba y él, por lo mismo, se aventuró a atrapar con la yema de sus dedos una lágrima más que cayó. Tenía miedo de que leyera mi dolor.

—Lo que pasó la última vez que estuve embarazada...—le susurré, sollozando—. Estoy aterrada, Michael...
—No, no tengas ese temor—su voz se desmoronó en ansiedad. Besó mi frente, mis mejillas, mis ojos, besó mis lágrimas y distraída, aún vencida, me percaté de que nos conducía hacia el sofá—. Esta vez todo va a salir perfecto, ¿Me escuchas? Te lo juro. Lo juro por... todo lo que tengo. Haré que esto funcione, que tengas todo lo necesario, y que esto termine a la perfección.

Ahogada, a nada de tocar la luz, le miré, y atrapé sus manos aún aferrando con una dulzura inigualable mis mejillas. Me sonrió y, tuve la sensación de que... se aproximaba.

—...Seremos... mejores amigos que tienen un bebé—susurró, antes de sólo abrazarme de nuevo.

‘Mejores amigos’. Me obligué a repetir aquello entre sollozos, mientras aferraba su cuerpo como si fuese algo irreal, como si eso hiciera más soportable el desconocido dolor. Pero a medida que respiraba, que la fuerza con la que me tomaba aumentaba, los zarpazos dentro de mi pecho triplicaban el daño, provocándome innegables deseos de llorar.

            —S-sí...—bisbiseé dolida, herida, con mi voz triste, queda.

Y sólo me quedó permanecer así, abrazándolo.

—Dios mío...—susurró, y sentí cómo aún me dejaba besos por todos sitios que le alcanzaban—. No lo puedo creer...

Las lágrimas no paraban, caían con más rudeza y se estrellaban donde mismo, empapándolo aunque ahora pareciera, no le importaba. Los ojos me dolían de tanto evitar llorar.

Ya no sabía cómo sacarlo de mi corazón.

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